segunda-feira, 7 de julho de 2014

La esclavitud: el capital y el trabajo



Maciek Wisniewski*

Cuando en 1805 el capitán Amasa Delano, durante una excursión a las costas de
Chile, se encontró con un buque esclavista golpeado por el mar y lo abordó para
llevar provisiones, pensó que su tripulación estaba a cargo de la situación y de
su mercancía, unos 70 esclavos africanos; pero cuando se dio cuenta de que cayó
víctima de una muy astuta escenificación a fin de poder recibir ayuda –en
realidad los esclavos se apoderaron del buque semanas antes y exigieron ser
llevados de vuelta a Senegal– sometió a los rebeldes y los revendió.
Esta increíble –pero verdadera– historia narrada por Herman Melville en su
(casi) olvidada novela Benito Cereno (1855), que abre el nuevo libro de Greg
Grandin (The empire of necessity: slavery, freedom, and deception in the new
world, 2014) era sólo, literalmente, un pretexto.
Inspiró al autor a emprender una minuciosa investigación sobre la trata de
esclavos en América y sirvió para introducir su argumento, según el cual la
esclavitud no era un accidente en la economía moderna, sino su parte integral,
que ayudó en el desarrollo de varios campos, desde la medicina hasta seguros,
finanzas y bienes raíces.
Aunque el impacto de la esclavitud llegó más allá del trabajo no remunerado, fue
precisamente la plusvalía extraída de él lo que generó la riqueza que corría por
las venas de los circuitos comerciales mundiales.
Según un cálculo, entre 1619 y 1865 los esclavos realizaron 222 millones 505 mil
49 horas de trabajo, que hoy representarían un valor de millones de millones de
dólares.
Aunque Marx comentó un poco acerca de la esclavitud –presente en otros sistemas,
pero que con el capitalismo cobraba rasgos particulares–, subrayando por ejemplo
que, contrariamente al trabajador, el esclavo no vendía su fuerza de trabajo,
sino él mismo era una mercancía vendida a su amo junto con ésta, que además no
le pertenecía, no elaboró más al respeto.
El primero que teorizó sobre la importancia de la esclavitud para el surgimiento
del capitalismo fue el marxista polaco Henryk Grossman (1881-1951), autor de La
ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista (1929).
Como subraya Rick Kuhn, su biógrafo, Grossman trataba de corregir a la vez el
argumento de Rosa Luxemburgo, otra marxista polaca: mientras para ella la
expansión territorial capitalista era motivada por la necesidad de encontrar
nuevos mercados, él analizaba el colonialismo en términos de la necesidad de
explotar la fuerza de trabajo –también esclava– y la extracción de plusvalía,
según él el principal motor del capitalismo. Mientras Luxemburgo insistía en que
la plusvalía generada en los países centrales buscaba su realización mediante el
comercio colonial, Grossman argumentaba que la plusvalía generada en las
periferias buscaba su realización en el centro (International Socialist Review,
No. 56, 11/07).
Para él, la esclavitud era igualmente clave para la industria como la maquinaria
–sin el trabajo esclavo no hubiera habido algodón–, aunque el avance tecnológico
disminuyó finalmente las ventajas de la esclavitud en la acumulación del capital
(o sea, su abolición fue al fin resultado de procesos económicos, como ha
subrayado Eric Williams en su Capitalism and slavery, 1944).La conexión
plantación-fábrica resalta también en el denso retrato de la economía esclavista
en Estados Unidos escrito por Walter Johnson (River of dark dreams. Slavery and
empire in the cotton kingdom, 2013), cuyas descripciones del tormentoso proceso
en que el trabajo humano se convertía en mercancías y más capital, la gente viva
en cadáveres y la vida humana en algodón, se parecen a los relatos del trabajo
fabril de El capital.
También para Johnson no hubiera habido el capitalismo decimonónico sin la
esclavitud que alimentaba circuitos comerciales desde Nueva Orleans hasta Nueva
York y Liverpool; y sin los plantadores (un arquetipo de un capitalista
estadunidense) que, por más crueles que fueran –violando a las mujeres esclavas
convertían su semen en capital–, también eran muy hábiles en el uso de nuevas
tecnologías y sofisticados instrumentos financieros.
Si bien Thomas Piketty en su Capital in the twenty-first century (2014) toma en
cuenta la esclavitud como parte del cálculo de capital en Estados Unidos –según
su enfoque neoclásico capital=riqueza, muy diferente al de Marx–, no dedica más
atención al tema, ni al colonialismo, dejando así una laguna en su historia del
capital (véase: Counterpunch, 28-30/3/14).
Tampoco –centrándose en las desigualdades sociales internas– se interesa en la
polarización a escala global, cuando muchos de los que están arriba (estados y/o
trasnacionales) deben su avance y riqueza a su pasado colonial y al libre
comercio de esclavos.
Pero su falla más grande –al fijarse sólo en la distribución, no en la
producción– es su limitado esquema del proceso capitalista según el cual el
dinero produce más dinero (M-M1).
Para Marx, que miraba las relaciones sociales y la explotación subrayando que
sólo el trabajo (P) crea el valor –su esquema es más complejo: M-C-P-C1-M1–,
esto era una economía vulgar, que se guiaba sólo por las apariencias e ignoraba
el proceso real de acumulación (Michael Roberts, Unpicking Piketty, en: Weekly
Worker, 5/6/14).
La milagrosa desaparición del trabajo en la formación del capital en el siglo
XXI resulta aún más perturbadora ante la persistencia de la esclavitud, el
trabajo forzado y el tráfico humano.
Aunque hoy los dueños de los medios de producción usan violencia más sutil (como
la deuda ilegal), su objetivo es el mismo: sacar el mayor provecho posible del
trabajo (contrarrestando, dirán seguidores de Grossman, la tendencia decreciente
de la tasa de ganancia).
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el mundo existen 21
millones de trabajadores esclavos, de los que 19 son explotados por empresas
privadas.
Así se ve cómo las teorías en boga, como el fin del trabajo (Rifkin) o las
ecuaciones económicas que excluyen el trabajo humano (Piketty, et al.), cumplen
el papel ideológico invisibilizando la verdadera dinámica del proceso productivo
capitalista, oscureciendo tanto el pasado como el presente de la esclavitud,
impulsada por el insaciable empuje de la extracción de plusvalía.
* Periodista polaco

In
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2014/07/04/opinion/022a2pol
4/7/2014

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