segunda-feira, 22 de abril de 2024

Los sosos años veinte del siglo XXI

 


Michael Roberts

15/04/2024

La reunión semestral del FMI y el Banco Mundial comienza esta semana. Las agencias y sus invitados discutirán el estado de la economía mundial y los desafíos que se avecinan y presentarán soluciones políticas. Al menos esa es la idea.

Kristalina Georgieva, directora general del FMI, acaba de ser reelegida para otro mandato de cinco años sin oposición.  Al presentar la convocatoria de la reunión, describió cómo el FMI ve la economía mundial en 2024 y para el resto de esta tercera década del siglo XXI. Ofreció un análisis triste. Lo que nos espera es una "década poco activa y decepcionante". De hecho, "sin una corrección de rumbo, estamos... dirigiéndonos hacia unos años veinte sosos". Sus comentarios fueron previos a la publicación de las últimas Perspectivas Económicas Mundiales del FMI, incluido su pronóstico a largo plazo para la economía mundial.

Exige una lectura sobria. Permítanme citar: "Con varios vientos en contra, las perspectivas futuras de crecimiento también se han agriado. El crecimiento global se ralentizará a poco más del 3 por ciento para 2029, según las proyecciones de los cinco años anteriores. Nuestro análisis muestra que el crecimiento podría caer aproximadamente un punto porcentual por debajo del promedio anterior a la pandemia (2000-19) a finales de la década. Esto amenaza con revertir las mejoras en los niveles de vida, y la desigualdad de la desaceleración entre naciones más ricas y más pobres podría limitar las perspectivas de convergencia en ingresos globales".

"Un escenario persistente de bajo crecimiento, combinado con altas tasas de interés, podría poner en riesgo la sostenibilidad de la deuda, restringiendo la capacidad del gobierno para contrarrestar las desaceleraciones económicas e invertir en bienestar social o iniciativas ambientales. Además, las expectativas de un crecimiento débil podrían desalentar la inversión en capital y tecnologías, posiblemente profundizando la desaceleración. Todo esto exacerbado por los fuertes vientos en contra de la fragmentación geo-económica y las políticas comerciales e industriales unilaterales perjudiciales".

El principal impulsor del crecimiento de la producción mundial es el aumento de la productividad de la mano de obra y se ha desacelerado. Y "es probable que continúe disminuyendo, empujada por desafíos como la creciente dificultad de conseguir avances tecnológicos, el estancamiento de logros educativos y un proceso más lento para que las economías menos desarrolladas pueden ponerse al día con las más desarrolladas".

El FMI está dejando muy claro que el modo de producción capitalista no está logrando aumentar la productividad, esencial para satisfacer las necesidades sociales de 8 mil millones de seres humanos. ¿Y por qué? Primero, porque la innovación se está desvaneciendo. En la teoría economica convencional, esto se mide por lo que se llama la productividad total de los factores (TFP), la tasa de productividad que no se puede explicar por la inversión en medios de producción o en el empleo de mano de obra; es un residuo para completar el nivel total de productividad. En esta década, el crecimiento global de la TFP se ha ralentizado a su ritmo más bajo desde la década de 1980.

El FMI también está diciendo que no invertir lo suficiente en lo que a los economistas capitalistas les gusta llamar "capital humano" no ha permitido ninguna mejora en la capacitación de la fuerza de trabajo mundial. Y lo que es más interesante, el FMI admite que la brecha entre las economías capitalistas ricas y técnicamente más avanzadas (el bloque imperialista) y la periferia pobre y menos avanzada, donde vive el 80% de la humanidad, no se está reduciendo en absoluto, contrariamente a las continuas afirmaciones de muchos estudios económicos convencionales.

La expansión de la economía mundial se ha desacelerado particularmente desde el final de la Gran Recesión de 2008-9, dice el FMI, haciéndose eco de mi propio análisis de lo que he llamado la Larga Depresión en las principales economías capitalistas.

En particular, la inversión empresarial, el principal motor del crecimiento económico en las economías capitalistas, "ha caído después de 2008, y en 2021 cayó alrededor del 40 por ciento en relación con su tendencia anterior a la crisis financiera global". ¿Y cuál es la razón de este declive? El FMI dice: "desde 2008, el q de Tobin, un indicador de las expectativas futuras de productividad y rentabilidad de las empresas, ha disminuido entre un 10 y un 30 por ciento de media, lo que contribuye a la mayor parte de la disminución de la inversión señalada tanto en las economías de mercado avanzadas como en las emergentes". Esta es una forma indirecta de decir que el crecimiento de la inversión por parte de las empresas capitalistas se ha ralentizado porque no han obtenido los niveles de rentabilidad que esperaban, como muestra el siguiente gráfico.

Por lo tanto, la desaceleración del crecimiento del PIB real mundial, según el FMI, se reduce a: 1) la desaceleración del crecimiento de la fuerza de trabajo disponible en el mundo, que se prevé que caiga a solo el 0,3 % al año; 2) la inversión empresarial estancada; y 3) el debilitamiento de la innovación. A finales de esta década (y esto no supone una caída global importante, como se sufrió en 2008 y 2020), el crecimiento global caerá al 2,8 % anual por primera vez desde 1945.

¿Cuáles son los componentes de esta segunda década de desaceleración depresiva según el FMI? El factor principal hasta ahora ha sido que los "recursos" se han "asignado mal". Lo que el FMI quiere decir es que el sistema de libre mercado no está asignando los medios de producción, innovación tecnológica y oferta de mano de obra a los sectores que mejoran la productividad. Esa mala asignación está causando la perdida de 1,3 % de puntos de crecimiento global anual, estima el FMI. El FMI no lo dice, pero cuando la inversión capitalista se dedica cada vez más a la especulación financiera e inmobiliaria, el gasto militar, la publicidad y el marketing, etc., no es sorprendente que haya una "mala asignación" de recursos que frene el crecimiento de la productividad.

El otro factor perjudicial para el crecimiento futuro que el FMI identifica es la "fragmentación" del comercio y la inversión mundiales, a medida que las principales potencias económicas avanzan hacia el proteccionismo, los aranceles, las prohibiciones de las exportaciones y las operaciones comerciales; y las potencias imperialistas lideradas por los Estados Unidos buscan debilitar y estrangular a aquellos países que no "remolcan" al resto, como Rusia y China. Según el FMI, la ruptura del "libre comercio" anteriormente globalizado en bloques competidores reducirá el crecimiento global anual en 0,7% puntos.

¿Qué hacer? Después de su triste análisis del futuro, el FMI propone resolver los problemas a través de una mayor participación laboral (que las mujeres vayan a trabajar) y más inmigración (ver mi reciente artículo), pero sobre todo gracias al paquete habitual de medidas económicas convencionales: "competencia en el mercado, apertura comercial, acceso financiero y flexibilidad del mercado laboral", es decir, más libre circulación de capitales (reducción de la regulación) y un recorte de los derechos laborales (llamado "flexibilidad"). El FMI realmente está diciendo que la receta es aumentar la rentabilidad explotando más a la mano de obra y permitiendo que el gran capital se mueva libremente por todo el mundo. El FMI ha propuesto tales medidas casi todos los años con pocos resultados.

En cuanto a la IA, el FMI dice: "el potencial de la IA para aumentar la productividad laboral es incierto, pero también potencialmente sustancial, lo que posiblemente sume hasta 0,8 puntos porcentuales al crecimiento global, dependiendo de su adopción e impacto en la fuerza de trabajo". Depende de muchas cosas entonces.

Las previsiones de crecimiento del PIB real no revelan lo que está sucediendo con la desigualdad de ingresos y riqueza dentro del agregado promedio. Pero en su nueva defensa de la "economía inclusiva", el FMI comenta: "la desaceleración del crecimiento a medio plazo podría afectar negativamente la desigualdad de los ingresos globales y la convergencia entre los países. Un entorno de crecimiento más lento hace que sea difícil para los países más pobres ponerse al día con los que son más ricos. Un crecimiento más lento del PIB también puede conducir a una mayor desigualdad, reduciendo el bienestar medio". Así es.

¿Se ampliará o reducirá la desigualdad en el resto de esta década? El FMI responde: "Dependiendo del índice analizado, no habrá o solo ocurrirá una modesta recuperación esperada a medio plazo. Las pequeñas mejoras en la desigualdad dentro del país no son suficientes para compensar la desaceleración esperada en la convergencia de la desigualdad entre países". Así, el FMI concluye: "La desaceleración del crecimiento tiene implicaciones sombrías para la distribución de los ingresos entre los países, de los ingresos globales o de una medida de bienestar más general". Cree que la IA empeorará la desigualdad y "en la medida en que otros factores, como la fragmentación geo-económica, empeoren la distribución de los ingresos entre países, es probable que empeoren la desigualdad global y la distribución del bienestar, a menos que mejoren significativamente la distribución de los ingresos dentro de los países y otras dimensiones del bienestar, como la esperanza de vida".

A principios de esta década, justo después de que la crisis pandémica golpeara al mundo, se habló con optimismo de una repetición de los "alegres años veinte" del siglo XX, que la economía estadounidense supuestamente experimentó después de la epidemia de la llamada gripe española de 1918-19. Esa calificación de la década de 1920 siempre fue una exageración, incluso en los EEUU; mientras que en Europa hubo una depresión grave. Y los "alegres años veinte" dieron paso a la Gran Depresión de la década de 1930. Pero ahora ya no se habla de un largo auge, incluso si se incorpora algún posible aumento de la productividad de la IA. Ahora de lo que se habla es de los "sosos años veinte" (Tepid Twenties), en el mejor de los casos.

 

habitual colaborador de Sin Permiso, es un economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession. 
 
 

domingo, 21 de abril de 2024

Orden multipolar, unipolaridad y dominación del capital financiero

 


 


ALESSANDRO VALENTINI , ECONOMISTA ITALIANO, COLUMNISTA DE LA REVISTA L
´INTERFERENZA

/Para un sujeto político revolucionario en pleno siglo XXI, no podemos
ignorar la lección teórica y práctica marxista que hoy nos llega desde
el Este, frente a un marxismo occidental empapelado o mal interpretado,
en una palabra moribundo./

*Un nuevo giro en la historia*

Con el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania nos
encontramos en un nuevo punto de inflexión en la historia, una de esas
nuevas situaciones que surgen después de muchos años, un punto de
inflexión comparable a la Revolución Francesa o la de octubre de 1917.

De ahí la tesis, también querida por cierta izquierda, que la guerra en
Ucrania es una guerra imperialista entre Estados Unidos y la OTAN, por
un lado, y Rusia y sus aliados, por el otro, similar al gran conflicto
mundial de 1914.

En realidad, la comparación histórica es otra, esta situación se parece
más a la gran coalición que se formó en Europa para reprimir la
Revolución Francesa o a la guerra civil en la joven República Soviética
entre los bolcheviques y los llamados rusos blancos, apoyados
activamente por una coalición occidental, con el objetivo de restaurar
el régimen zarista. Está claro que en Francia el objetivo era devolver
al poder a la monarquía absolutista y en la Unión Soviética impedir que
las ideas revolucionarias socialistas se extendieran por Occidente.

 *Del capitalismo al dominio del capital financiero*

En la base de este conflicto político y militar está el deseo colectivo
de Occidente de contrarrestar, incluso con la guerra, la construcción de
un orden mundial multipolar : la llamada «guerra mundial fragmentada»
tiene este signo claro,  y sólo ha podido desencadenarse después que los
acuerdos de Bretton Woods, que establecieron la convertibilidad del
dólar en oro en 1944, fueran descartados por Nixon en 1971.

El acuerdo de Bretton Woods preveía un sistema monetario global basado
en la convertibilidad del dólar en oro. Así se construyó un sistema
basado en tipos de cambio fijos entre monedas, todas ligadas al dólar,
que a su vez podía convertirse en oro, con el fin de estabilizar el
sistema y desalentar los movimientos excesivos de capital con fines
especulativos y evitar crisis sistémicas como la de 1929. Con esos
acuerdos se crearon el FMI y el Banco Mundial. La convertibilidad del
dólar en oro impedía a los EE.UU. y a cualquier otro país imprimir
dinero a su antojo, para ello debían poseer oro en proporción a la misma
moneda.

La cancelación de los acuerdos de Bretton Woods ha llevado a una
política que permite imprimir dinero sin restricciones y así el sistema
monetario ha comenzado a transformarse en un régimen de fluctuación del
tipo de cambio con un dólar cada vez más volátil. Las crisis financieras
de nuestros tiempos provienen de aquella decisión que tomó Nixon en 1971.

Las libres fluctuaciones monetarias han dado lugar a un mercado
financiero sin límites, sin reglas ni restricciones, donde la única ley
es obtener el máximo beneficio, que se genera sobre todo por la compra y
venta de monedas fuertes. El dinero, de ser un instrumento de
intercambio comercial o capital de crédito para el capital productivo,
se ha convertido en sí mismo en una mercancía.

Esta transición no tiene poca importancia. Ha llevado a la ausencia de
frenos al capital financiero cuya actividad especulativa ignora cada vez
más las necesidades del desarrollo productivo. Se ha creado una gran
burbuja financiera, con una enorme masa de dinero moviéndose
rápidamente, sin ninguna lógica productiva – en tiempo real a través de
redes informáticas – sólo con el fin de operar especulativamente y ganar
dinero.

El constante desarrollo del capital financiero ha producido una mutación
estructural del capital en Occidente: de ser una expresión del sistema
capitalista a un sistema político dominado por las finanzas. Marx hizo
una distinción entre capital productivo y capital financiero; consideró
que este último es muy diferente del capital comercial y crediticio que
había desempeñado un papel importante en las sociedades mercantilistas
precapitalistas.

Esta distinción permite a Marx establecer la forma en que el capital
financiero también regula la sociedad, hasta cierto punto,  de forma
autónoma del propio capital productivo. Posteriormente Hilferding y
Lenin retomaron el análisis sobre el papel predominante del capital
financiero, acentuando sobre todo las guerras económicas y el resultado
imperialista que se deriva de su desarrollo.

Con la formación del capitalismo monopolista de Estado, la preeminencia
del capital financiero quedó contenida y regulada. El entrelazamiento de
los monopolios industriales y financieros se consolida a través del
Estado. En este sentido, el Estado, por un lado, pone en práctica la
visión global del capital financiero y, al mismo tiempo, por otro, no lo
reconoce como custodio de toda la riqueza del país. En este marco, el
modelo keynesiano es la forma de regular el capital financiero para
mantener alto el nivel de productividad y contener una mayor acumulación
de capital financiero con fines especulativos. Por lo tanto, el
desarrollo del bienestar sólo es posible en un sistema capitalista
regulado por el Estado.

Hoy, en todo el Occidente colectivo, ya no estamos en un sistema de
capitalismo monopolista regulado por el Estado, sino que hemos llegado a
la dominación del capital financiero que prescinde del Estado, reducido
a sus funciones esenciales.

En Occidente, en el período comprendido entre los años setenta y noventa
del siglo pasado, pasamos definitivamente a una nueva forma de
dominación, la del capital financiero que, además de comprimir el
desarrollo del capital productivo, también determina la aparición de
nuevas desigualdades graves e inaceptables. Son los años en los que los
grandes grupos industriales se caracterizan por un énfasis cada vez
mayor en los aspectos financieros, es decir, una actividad encaminada a
trasladar sus recursos de la producción a las finanzas.

En Italia, esta transición se produjo a través de decisiones tomadas por
el poder político bajo una fuerte presión financiera. La liquidación de
la Caja del Mezzogiorno, el desmantelamiento de la industria pública de
la economía, la privatización de los servicios estratégicos del sistema
bancario como la Caja Deposito y Prestamos, la autonomía del Banco de
Italia respecto del poder político, la adhesión al euro y al Tratado de
Maastricht , son los actos políticos más relevantes que han permitido el
ascenso del capital financiero.

Estas decisiones fueron acompañadas de numerosas violaciones y
modificaciones de la Carta Constitucional y de reformas electorales en
sentido mayoritario. Decisiones que, entre otras cosas, casi siempre
tomadas por gobiernos de centro izquierda con el respaldo de la derecha.
Con «manos limpias» se liquidó a gran parte de la clase dirigente de la
Primera República y hoy para completar este plan, estamos discutiendo
una autonomía diferenciada y la elección directa del primer ministro.

La cuestión de la mutación de la forma del capital está implícita en el
pensamiento de Marx, quien definió su obra «El capital» (y no el
capitalismo) como el estudio del proceso de su reproducción. El suyo fue
un análisis estructural. Partió de la consideración de que el capital es
una categoría dinámica y que las fuerzas sociales a las que responde,
aparecen muchos siglos antes de la formación del capitalismo en términos
estructurales.

Marx tiene cuidado de captar la diversidad histórica de las diferentes
formas de capital hasta que el capital industrial se convierte en la
fuerza predominante, precisamente con el desarrollo capitalista. Esta
dimensión histórica de la producción de capital y mercancías tiene
relevancia teórica y política para el filósofo alemán.

La producción de bienes ciertamente era preexistente al sistema
capitalista y por tanto esta producción no debe confundirse con las
características de la producción capitalista. Históricamente, el capital
cambia y determina nuevos sistemas políticos, institucionales y económicos.

Esta transición del capitalismo al dominio del capital financiero es hoy
el rasgo distintivo del Occidente colectivo en comparación con el resto
del mundo. En el nivel internacional se expresa con la defensa enérgica,
incluso militar, de un orden unipolar basado en el poder estadounidense
y en el nivel político con el establecimiento de regímenes políticos
ademocráticos, como los dominantes en Europa y en la propia UE.

*Soberanía, globalización, BRICS*

La operación militar especial de Rusia en Ucrania está siendo un factor
poderoso al acelerar la confrontación y hacer realidad una visión
multipolar. Los BRICS han obtenido de esta aceleración un vigoroso
desarrollo y extensión. El choque tiene como objetivo derrocar la
globalización financiera construida durante los últimos 50 años por las
oligarquías de Occidente para garantizar su dominación mundial y
continuar así el saqueo y el robo del Sur global.

Rusia y China no están en contra de la globalización, sino en contra de
la globalización financiera, expresión del sistema que domina en Occidente.

Hay fundamentos para la globalización no financiera: movilidad de
capitales destinados a infraestructura, desarrollo productivo e
innovación científica y tecnológica; movilidad de la fuerza laboral,
posiblemente calificada y regulada; desarrollo del comercio de productos
manufacturados y materias primas en el contexto de la cooperación
internacional respetando la soberanía y la dignidad de cada país, grande
o pequeño. En los hechos, se está avanzando en una globalización basada
en principios que son exactamente opuestos a los practicados por el
capital financiero que han llevado al robo y al caos de la emigración.

Precisamente en el concepto de soberanía de cada nación se basa la
globalización de los BRICS para construir un nuevo orden mundial
multipolar. La soberanía es un valor que no debe dejarse en manos de
fuerzas nacionalistas, reaccionarias y xenófobas, que siempre han hecho
un mal uso de ella, presagio de grandes desgracias. Es un valor
fundamental que deben abrazar las fuerzas del cambio, de una fuerza
revolucionaria moderna.

El multipolarismo -que no debe confundirse con el multilateralismo, que
es una visión de inspiración liberal- es un proceso de integración y
cooperación económica, comercial y cultural entre diferentes pueblos,
que, manteniendo cada uno su propia identidad y soberanía, desarrollan
una fructífera red de relaciones para el crecimiento y bienestar de toda
la humanidad. Por tanto, el valor de la soberanía no está en antítesis
del internacionalismo socialista: los dos momentos se integran y se
fusionan en una síntesis que se sitúa objetivamente en el campo del
cambio y el progreso. Corresponde a los marxistas, a los
revolucionarios, interpretar esta síntesis para liderar y llevar
adelante la lucha por el socialismo.

La batalla en curso para frenar y contener la financiarización de la
economía y la desdolarización del comercio llevada a cabo, en primer
lugar por Rusia y los BRICS, tienen precisamente el objetivo de
cuestionar la globalización financiera implementada por Occidente. Con
el nuevo impulso de lucha por un mundo multipolar las oligarquías
financieras occidentales han reaccionado con la guerra. Una “guerra
mundial” hecha de a poco, porqué la disuasión nuclear sigue siendo un
obstáculo insuperable para las oligarquías financieras.

*BRICS, el antiimperialismo y la lucha por el socialismo*

Sin embargo, el nuevo orden mundial no es exactamente otra forma de
relanzar la lucha antiimperialista. Ciertamente, a medida que se afianza
una visión multipolar, las viejas y nuevas cadenas del colonialismo en
el Sur global se rompen y el multipolarismo da un nuevo vigor a la lucha
antiimperialista, ésta la contra el imperialismo sigue siendo una tarea
estratégica de las fuerzas revolucionarias en todos los rincones del
mundo y en los países socialistas o de orientación socialista.

El Partido Comunista Chino y los comunistas rusos son conscientes de
ello. Y es por eso que la China y Rusia de Putin evitan cuidadosamente
cargar a los BRICS con un concepto antiimperialista.

No hay rastro en el PC de la Federación Rusa de una crítica a Putin
referido a este aspecto, porqué el tema más importante es que un orden
mundial multipolar favorece la posibilidad de una perspectiva socialista
global. Por eso la batalla en curso por un orden multipolar es también,
en última instancia, una lucha por el socialismo.

Es más que claro que los BRICS son un grupo de países con sistemas
económicos y políticos muy diferentes; por ejemplo, Arabia Saudita o los
Emiratos Árabes Unidos no pueden contarse ni de cerca entre países
socialmente avanzados; son países caracterizados como economías
mundiales emergentes que, sin embargo, no han constituido una alianza
militar, aunque hay muchas actividades que van en esta dirección.

También existen diferencias significativas entre Rusia y China. El
primero es un país con capitalismo monopolista de Estado en el que el
bienestar es muy fuerte, como legado de las políticas sociales de la ex
Unión Soviética. China, en cambio, es un país socialista que basa su
desarrollo productivo en una economía de mercado bajo el control del
Estado y del PCCh.

Por lo tanto, sería un grave error cargar a los BRICS con un significado
ideológico que no tienen. Lo que une a los BRICS es la visión común
contra la dominación occidental del capital financiero, contra la
globalización financiera. Los efectos de las repercusiones nacionales de
esta política no siempre benefician a las clases bajas, a las ideas
socialistas y de justicia social. A menudo, como en la India, engordan a
una burguesía productiva nacional ya fuerte.

Esto significa que la lucha de clases está lejos de terminar y  que en
estos países se desarrolla en formas completamente nuevas. Estudiar y
examinar las posiciones del PC de la Federación Rusa ayuda mucho a
comprender y conducir la lucha de clases sin debilitar ni cuestionar la
función estratégica del país en la batalla por un nuevo orden mundial.
Lo mismo ocurre con el PC de China, donde existe un constante debate
político y teórico sobre estas cuestiones.

En esta batalla común contra la globalización financiera, los BRICS, y
en general el Sur global, tienen un arma formidable de su lado: el
Estado. Todos ellos son países en los que el papel del Estado es
fundamental para las opciones políticas y económicas, para el desarrollo
y el crecimiento del país, para su soberanía y, en consecuencia, para
posicionarse a nivel internacional.

*Sobre el concepto de libertad*

En este contexto, es necesario superar los malentendidos sobre algunos
países, como Turquía y Hungría, contra los cuales se está llevando a
cabo una campaña muy dura en Europa, incluso por parte de importantes
sectores de la izquierda. Está bastante claro que se trata de países con
graves limitaciones políticas que deben denunciarse y, por tanto, no
deben eliminarse las críticas . Pero la importancia geopolítica de estos
países no es ciertamente menor que la de la UE y sus países fundadores,
como Italia, Alemania o Francia.

En este nuevo escenario internacional es oportuno discutir qué se
entiende por concepto de libertad, evitando el mito del absoluto y la
verdad dada de una vez por todas.

No existe un concepto de libertad que pueda considerarse un valor humano
universal en todo lugar y en todo momento, que se intérprete hoy como
ayer y como será mañana. Y no basta con argumentar que una mayor
libertad conduce a regímenes políticos más civilizados. Se debería
evaluar cuál es el grado de libertad concedido y cuál debería ser el
punto de referencia.

Por tanto, el concepto de libertad debe contextualizarse históricamente.
Por ejemplo, la Declaración de Derechos Humanos, uno de los actos
fundamentales en la historia de los sistemas liberales, no abrogó la
esclavitud. ¿Deberíamos entonces llegar a la conclusión que Estados
Unidos era un sistema iliberal y autoritario?

El concepto de libertad también debe historizarse en el presente. Muchos
en Occidente están convencidos que nuestras instituciones y reglas,
nuestras costumbres y tradiciones, son absolutamente las mejores
posibles, que representan el más alto grado de libertad.

Pero, para evaluar el grado de libertad de un individuo es necesario un
análisis del «estado de cosas existente» y sólo a través de este
análisis podemos interpretar las diferentes iniciativas que un individuo
puede emprender para afirmar una voluntad basada en diferentes
elecciones, ya que estas sus elecciones están dentro del marco de las
libertades dadas en ese preciso contexto histórico.

Por tanto, la situación actual, aunque profundamente diferente de
aquella en la que actuaron los políticos y filósofos del pasado, está
determinada por la conexión que dieron a los problemas que surgieron en
su época.

La libertad actual es, por tanto, el conjunto de acciones y líneas de
conducta realizadas en el pasado y transmitidas al presente, y cada una
de estas acciones y líneas de conducta se encuentran dentro del actual
«estado de cosas existente».

Sin embargo, el marco actual no está fijado de una vez por todas, como
tampoco lo fueron los marcos de referencia del pasado. Hay quienes
intentan superarlo, por lo tanto son revolucionarios o reformistas,
mientras que hay quienes intentan defender el status quo o regresar al
pasado y, por lo tanto, son conservadores o regresivos. Pero todo
depende de los objetivos sociales (y por tanto de las libertades
sustanciales) que uno se proponga.

Pero el pensamiento liberal niega indignado este proceso en desarrollo.
Apela a principios, aunque en muchas circunstancias, por razones de
conveniencia, ha justificado regímenes como el fascista, que suprimió
determinadas libertades, ya que el «peligro totalitario o autoritario»
del socialismo es decididamente mayor que el fascismo para los
tributarios del pensamiento liberal. En nombre de este razonamiento el
liberalismo ha favorecido y apoyados regímenes fascistas o despóticos
contra la amenaza del «peligro rojo». Y hoy, de algún modo, la historia
se repite en Ucrania.

No es cierto que el hombre nace libre. Es bastante cierto que, puesto
que el hombre aspira a la libertad, se vuelve libre con la lucha que
lleva a cabo precisamente sobre la base de su concepto de libertad. Y en
el conflicto evalúa si su iniciativa es compatible con «el estado de
cosas existente» o si debe ir más allá de lo existente, ya que
objetivamente se han desarrollado contradicciones que lo empujan a hacerlo.

Cuando se manifiesta esta conciencia, que entretanto se ha convertido en
conciencia colectiva, se crea un impulso revolucionario para afirmar un
nuevo concepto de libertad.

La lucha por la libertad, o mejor dicho por una manera diferente de
entenderla, es un hecho objetivo producido por el proceso histórico.
Esto significa , que son completamente infundadas las tesis que reducen
la libertad individual a un procedimiento exclusivamente subjetivo o las
que incluso creen que es innata en el hombre desde el momento de su
nacimiento. Entonces no tiene sentido hacer de la libertad un mito, si
este concepto no se ubica en un contexto histórico donde se han
establecido comportamientos, reglas y deberes morales, que deben ser
apoyados o contrarrestados.

Por tanto, no hay certeza que el futuro de la humanidad se limite a la
combinación de libertad y democracia. No es posible relacionar los dos
términos, es decir, libertad, que necesita acción y lucha para
afirmarse, en un proceso de desarrollo histórico constante, y
democracia, ideología que se manifiesta como un ajuste del pensamiento
liberal, que domina en Occidente desde mediados del siglo XX.

El término ideología se utiliza porque la democracia, a diferencia de la
libertad, es una ideología enunciada pero nunca realizada e incluso
conceptualmente ha pasado ahora a la forma ademocrática con la que se
niega el conflicto de clases. Por tanto, la relación dialéctica entre
ambos términos, libertad y democracia, es insostenible, al tratarse de
una relación entre dos heterogeneidades profundamente diferentes, la
primera histórica y la segunda ideológica.

Se discute la democracia como si fuera una entidad histórica en
desarrollo frente a su cuestionamiento por el pensamiento neoliberal de
hoy. Y no se tiene en cuenta que el pensamiento neoliberal pone en tela
de juicio una ideología que nunca se ha realizado salvo en diversos
aspectos formales, pero sin hacerlo nunca abiertamente.

La comparación entre Occidente y el resto del mundo, tanto con China
como con otros países de orientación socialista, o con países que
presentan formas de capitalismo monopolista de Estado (como los países
recientemente industrializados o aquellos que quieren emanciparse del
yugo del imperialismo),  no es sólo de carácter geopolítico, como suelen
afirmar muchos comentaristas y analistas, sino que afecta al futuro del
planeta.

Sin embargo, si queremos situar el concepto de libertad en una relación
dialéctica con una democracia  extremadamente limitada e imperfecta
debemos reconocer que esta “democracia” está alejada del principio
enunciado, de modo que no corresponde a las necesidades de las
libertades civiles y sociales. En otras palabras, el trabajo, la
vivienda, la educación, la atención sanitaria y el disfrute del tiempo
libre no son derechos garantizados por la ideología de la democracia, y
menos aún hoy, que el sistema político ha pasado a ser un régimen
ademocrático.

La libertad se revela en todo su poder intrínseco en la lucha por
superar los impedimentos que plantea la ideología de la democracia que
bloquea el camino hacia el pleno desarrollo de una sociedad más justa.
La lucha por la libertad, por tanto, encuentra plena expresión en la
eliminación de estos impedimentos, pero esta aspiración no debe
absolutizarse ni confundirse con la idea de libertad que se tuvo en
otros períodos históricos.

La libertad es la lucha por superar los obstáculos que impiden el pleno
desarrollo de las iniciativas que surgen de la situación concreta. La
libertad no es una petición abstracta de principio. No es una discusión
filosófica sobre una noción en lugar de otra. No es lo que insta a las
almas a llevar a cabo debates apasionados y atractivos. La libertad por
la que debe luchar un marxista es la creación de un sistema social
diferente en el que se garantice el fin del sometimiento de la esfera de
la libertad a la de la necesidad.

Fue Hegel quien captó positivamente la relación entre libertad y
necesidad frente a la filosofía anterior que para definir la libertad
tenía que definir lo que no era libre. Por tanto, el vínculo entre
libertad y no libertad siempre se consideró en un sentido negativo. La
libertad se oponía a la necesidad y se buscaban las condiciones mediante
las cuales la primera pudiera emanciparse de la segunda.

/Engels destaca en el “Anti-Dühring”:/

/«Hegel fue el primero en representar correctamente la relación entre
libertad y necesidad. Para él, la libertad es el reconocimiento de la
necesidad. La necesidad sólo es ciega en la medida en que no se
comprende (…) La libertad no consiste en soñar con la independencia de
las leyes de la naturaleza, sino en el conocimiento de estas leyes y en
la posibilidad, ligada a este conocimiento, de actúar según un plan con
un fin específico(…)./

/La libertad de voluntad no significa, por tanto, otra cosa que la
capacidad de decidir con pleno conocimiento de los hechos. Por tanto,
cuanto más libre sea el juicio del hombre sobre un determinado punto
controvertido, mayor será la necesidad con que se determine el contenido
de este juicio; mientras que la incertidumbre basada en la falta de
conocimiento, que entre muchas posibilidades diferentes y
contradictorias de decidir, elige de manera aparentemente arbitraria,
muestra precisamente por eso su falta de libertad, su estar dominado por
aquel objeto que precisamente se suponía que debía dominar./

/La  libertad consiste, pues, en el dominio de nosotros mismos y de la
naturaleza exterior basado en el conocimiento de las necesidades
naturales; es, por tanto, necesariamente un producto del desarrollo
histórico.»/

Para el marxismo, por tanto, la libertad se basa en el principio de
autodeterminación, no es innata y atribuida individualmente al hombre,
sino a la totalidad a la que pertenece el hombre, al orden social e
histórico vigente.

Países como Hungría, Turquía y Pakistán son considerados antiliberales
porque no practican “nuestra democracia”. En realidad, son países que se
encuentran entre tomar partido en el campo de un nuevo orden mundial y
la posibilidad de ser totalmente reabsorbidos en el campo dominado por
el capital financiero, por los Estados Unidos y por la visión unipolar
que defienden enérgicamente.

Una fuerza política revolucionaria, al tiempo que denuncia los límites
de la libertad de estos países -algo que ciertos izquierdistas no hacen
con el mundo occidental- debe, por el contrario, apoyarlos en la defensa
de su soberanía y en la búsqueda de una posición internacional autónoma
del Occidente colectivo.

Para hacer realidad una visión multipolar, será necesaria una fase larga
en la que algunas naciones importantes permanecerán en juego. Sería
simplista reducir el problema a una cuestión táctica y a una discusión
sobre si considerarlos o no «aliados» de las fuerzas políticas y de los
países involucrados en esta batalla trascendental. Los procesos
históricos se evalúan de otra manera, comprendiendo los aspectos
fundamentales de la política que persiguen las fuerzas en el terreno en
cada país.

*En Occidente un régimen ademocrático*

La dominación del capital financiero ha construido un régimen
ademocrático en Occidente, poniendo en duda también el pensamiento
liberal. Hemos sido testigos impotentes de la mutación de la democracia
formal en una forma no democrática.

De hecho, con la dominación del capital financiero, la democracia formal
ha ido cambiando al adoptar estructuras y organismos supranacionales
ademocráticos que no están sujetos a ninguna forma de soberanía popular,
ni siquiera formal. Europa es uno de los ejemplos más llamativos de este
aspecto mediante la reducción del papel legislativo de los parlamentos
nacionales y la elección de un Parlamento Europeo que no cuenta
absolutamente para nada.

Las decisiones más importantes las toman instituciones, como el BCE, que
no responden a ningún poder político electivo. El poder está en manos de
estrechas oligarquías financieras que deciden por millones de ciudadanos
europeos y que han moldeado Estados nacionales e instituciones europeas
para proteger sus intereses, salvaguardando ante todo el propio mercado
financiero.

Sin duda, las sociedades socialistas presentaron límites con respecto al
pleno desarrollo de la democracia formal. Pero en Occidente el mismo
proceso ocurre de manera peor, ya que los derechos sociales que están
plenamente protegidos en los países socialistas no están garantizados.
Este proceso ademocrático de la sociedad occidental presenta rasgos de
totalitarismo o semitotalitarismo. Sin embargo, no debemos cometer el
mismo error que Hannah Arendt en su juicio sobre el socialismo. Entonces
es mejor adoptar la definición de regímenes ademocráticos.

El totalitarismo es una política de fuerte restricción de los espacios
de libertad que ya se había establecido y difundido en Europa mucho
antes del advenimiento de la dominación del capital financiero, entre
finales del siglo XIX y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Hoy,
con la guerra en Ucrania, está resurgiendo en términos dramáticos.

*La ideología de la democracia*

Proponer la democracia como ideología implica que una sociedad
democrática, tal como se define de manera abstracta, nunca ha existido.
De hecho, es imposible definir históricamente el concepto de democracia.
Ni siquiera funcionó en la antigua polis ateniense y en cualquier caso
era algo profundamente diferente de cómo se entiende hoy. El mito de la
democracia griega es un gran engaño retórico difundido por el
pensamiento liberal para demostrar la indudable superioridad del sistema
democrático sobre cualquier otra forma de gobierno.

La historia del Occidente «democrático» se caracteriza, por un lado, por
la afirmación, gradual o a saltos, de la democracia formal, y, por otro,
por las relaciones de esclavitud de negros, aborígenes y asiáticos y,
por  el exterminio masivo de indígenas americanos y de aborígenes
australianos.

El mayor genocidio de la historia de la humanidad en la era moderna es
el de los indígenas americanos, un exterminio en algunos aspectos más
grave que las infamias cometidas por Hitler. La historia de Occidente
está, pues, plagada de genocidios: «genocidios raciales», «genocidios de
clases», «genocidios de poblaciones indefensas». Y ahora el genocidio de
los palestinos en Gaza.

Los genocidios raciales en particular se llevaron a cabo mediante
guerras de conquista y fueron legitimados por teorías que apoyaban la
superioridad sanguínea de la «raza» conquistadora y, por tanto, la
necesidad de proteger su pureza del mestizaje con pueblos considerados
inferiores.

Pero incluso cuando se trataba de leyes sociales, no había ninguna
broma. En Estados Unidos, entre 1907 y 1915, basándose en la doctrina de
la «eugenesia», trece estados promulgaron leyes para la esterilización
de delincuentes habituales, violadores, vagabundos y discapacitados
mentales con el fin de impedir la reproducción de individuos “propensos”
a la delincuencia y al parasitismo.

Antes del advenimiento de la dominación del capital financiero, la
democracia contemporánea en Occidente se basaba teóricamente en el
principio según el cual todo hombre es titular de derechos inalienables:
esta definición planteó conceptualmente el problema de superar tres
grandes discriminaciones: racial, censal y sexual. La aspiración a
superar estas tres discriminaciones forma hoy parte del patrimonio ético
de toda la humanidad ya que hubo dos revoluciones, la francesa y la rusa
de 1917, que cambiaron radicalmente el curso de la historia al plantear
con fuerza el problema.

Sin embargo, en los últimos cuarenta años, después de 1989, la
discriminación no sólo no se ha superado, al contrario, ha aumentado. La
brecha entre la democracia formal y la democracia sustantiva se ha ampliado.

En resumen, está claro que la crisis de la democracia formal se debe a
las contradicciones del capital. Son hallazgos que surgen de una lectura
objetiva de la historia que nos debe conducir a conclusiones precisas.
Pero este no es el caso de los defensores del pensamiento único, que
tienen el deseo oculto de imponer una hagiografía indefinida para
asegurar el triunfo del revisionismo histórico.

El siglo XX en Occidente se caracterizó, después del trágico interludio
de la Segunda Guerra Mundial, por la adquisición en principio de
derechos económicos como parte integral de los derechos individuales: el
Estado de bienestar y el sufragio universal. Pero la afirmación de estos
principios se debe al movimiento comunista.

Con el colapso de la URSS y la llegada del capital financiero,
definitivamente hemos retrocedido incluso en el ámbito de la democracia
formal, que hoy, cómo es patente se reduce a un simulacro y a un
espectáculo. El neoliberalismo ha eliminado gradualmente de la vida
política y civil todos los derechos humanos inalienables sancionados por
los procesos revolucionarios. Transformó la democracia formal en un
régimen ademocrático.

Se habla mucho de que el comunismo está muerto, pero el espectro de sus
ideales acecha a todo Occidente, preocupado por la influencia que
todavía ejerce  la Revolución de Octubre todavía y que se repite en
nuevas formas, basta con saber interpretar este proceso histórico desde
el punto de vista marxista.

Es importante aclarar que el comunismo es una ideología que nunca se ha
realizado, pero la democracia también es una ideología que nunca se ha
realizado. No hay un solo ejemplo de un país donde se haya implementado
una democracia sustantiva. No hay ningún caso en el que esta forma fuera
realmente un régimen de gobernanza comunitaria.

Si la democracia es ante todo igualdad entre los hombres en todos los
aspectos, con iguales derechos civiles, políticos y sociales para todos,
entonces la democracia en Occidente no ha llegado todavía. En este
sentido, las sociedades de orientación socialista están decididamente
por delante, a pesar de las limitaciones que aún las distinguen. ¡Si
alguna vez se hiciera realidad comunismo y democracia, serían la misma cosa!

El PCI de Togliatti, al desarrollar la estrategia de avanzar hacia el
socialismo, planteó como cuestión esencial la conexión entre democracia
y socialismo a través del concepto de democracia progresista. No es
casualidad que hiciera hincapié en la palabra «progresista», ya que el
PCI era consciente que para obtener una democracia sustancial no bastaba
con adoptar una Constitución avanzada (aunque su aprobación se
consideraba, con razón, una gran victoria), sino que partiendo de los
principios contenidos en la Carta, era necesario llevar a cabo una
acción política constante para que el país real no se quedara atrás de
los principios consagrados en la Constitución.

A lo largo de los años se ha debatido mucho sobre cómo cerrar la brecha
entre el país real y los artículos de la Constitución, pero hoy esta
brecha ha aumentado dramáticamente. Un régimen democrático no sólo se
evalúa por el derecho constitucional que se ha dado a sí mismo, sino por
la fidelidad de la política a los principios contenidos en la
Constitución y a su aplicación en la realidad. Esto podría explicar
porque nuestra Constitución ha sido ignorada, violada  y traicionada
constantemente, también  explica porqué  nuestro régimen es
semiautoritario. Y esta característica se acentúa aún más hoy con la guerra.

*La cuestión social*

Incluso a nivel social hemos retrocedido. ¡Estamos ante la paradoja de
quienes sostienen que la democracia es una variable, es decir, no es el
estado natural de la sociedad, mientras que el mercado sí lo es!

La desestructuración del Estado de bienestar en Occidente parte
precisamente de asumir al mercado como la medida de los valores de las
sociedades avanzadas, por lo que según esta lógica los motivos de
conflicto se deben expresar dentro de las estrictas reglas de la
competencia de las leyes económicas

La era de las políticas keynesianas ha terminado. El estado de
compromiso social ha muerto y con él han desaparecido las políticas de
intermediación entre sociedad, Estado, poderes económicos y financieros.
Las estrategias de redistribución de la renta desaparecen del escenario
político, a lo sumo se transforman o se reducen a la  defensa de una
política que aspira a devolver la misma riqueza (si no más) a quienes ya
tienen una gran riqueza.

En Europa, la «izquierda liberal» cree que basta con defender el
pluralismo político o valorar las experiencias de lucha de los
individuos y de los movimientos (definidos como nuevas formas de
antagonismo) para contrarrestar el estado actual. Pero estos sujetos y
movimientos contribuyen a la lucha por la transformación de la sociedad
si su valorización va simultáneamente acompañada (si no precedida) por
acciones de recomposición y unificación de las necesidades de clase.

Sin estas acciones no son más que multitudes capaces de
autoidentificarse sólo exclusivamente como un momento de pluralidad, es
decir, como una opción política subjetiva dentro de la democracia de la
alternancia.

En el ADN de la izquierda europea hoy sólo queda la cáscara vacía del
concepto de democracia formal, que entre otras cosas se ha convertido en
un sistema ademocrático. De ahí deriva su subordinación al pensamiento
liberal, aún más dramáticamente evidente cuando opta por apoyar el
camino de las doctrinas económicas neoliberales impuestas con lágrimas y
sangre a las poblaciones. No hay capacidad ni voluntad para recuperar un
pensamiento fuerte capaz de liderar la lucha por la justicia social.

De hecho, las desigualdades sociales han aumentado considerablemente. La
élite política y burocrática europea, expresión de las oligarquías
financieras, es insensible a esta cuestión, simplemente no la considera.
En el cascarón vacío sólo reina la suprema ideología de la democracia
funcional a la dominación del capital financiero.

*La ideología de la democracia es una expresión de la dominación del
capital financiero.*

Con el dominio del capital financiero en todo Occidente, también ha
progresado un proceso de secularización tanto del Estado como de la
sociedad. Lo que caracteriza a la sociedad occidental contemporánea es
el surgimiento de una pluralidad de moralidades: ya no existe una
moralidad predominante.

La consecuencia es que la ética dominante no es fácilmente reconocible y
cede formalmente el paso a un conjunto de moralejas a menudo
contradictorias. De modo que esta pluralidad contradictoria de morales
nubla la ética dominante. Pero si se analiza detenidamente este confuso
conjunto de moralejas, apreciamos que la clave para comprender el
proceso está en la ideología de la democracia que las encadena: ésta es
la ética dominante.

De hecho, el capital financiero no necesita aparecer como el verdadero
controlador de la sociedad y por lo tanto proporciona espacios ilusorios
de libertad utilizando la multiplicación de morales que en cualquier
caso están obligadas a expresarse dentro de un sistema institucional y
político ademocrático creado por la ideología de la democracia, con la
que el capital construyó su fortuna. Y dentro de este sistema hace
guerras y comete crímenes en nombre de la democracia, de su ética, como
alguna vez se hizo en nombre de Dios.

En el proceso de transición encaminado a superar el capitalismo, la
ética no es el aspecto superestructural de protección de determinadas
tradiciones históricas, sino que se convierte, con las luchas, en un
factor que favorece en los individuos la conjugación entre un poderoso
momento intelectual y la política para combatir las fuerzas desplegadas
en defensa del «estado actual de cosas».

Por tanto, es necesario empezar de nuevo desde aquí para abordar la
cuestión de la ética con una visión marxista, teniendo en cuenta los
nuevos problemas políticos y teóricos que plantea la sociedad moderna,
en primer lugar el del surgimiento de una pluralidad de costumbres, a
diferencia de las sociedades del capitalismo maduro de principios del
siglo XX, conformadas principalmente por dos morales: la moral cristiana
y la moral liberal, a veces en conflicto entre sí, pero siempre aliadas
contra la ética socialista y de las clases subordinadas.

La pluralidad de morales actual hace que la ética se pierda como factor
de conflicto social, ya que no estimulan a los individuos a conjugar el
momento intelectual y el momento político para liderar la lucha por el
socialismo. La secularización, cómo se aprecia,  es una característica
poderosa de la sociedad contemporánea. Y la crisis de las ideologías
está ligada a este proceso de afirmación del secularismo.

En muchos aspectos el retorno a morales diferentes puede evaluarse
positivamente, pero este proceso no va acompañado de la idea de una
evaluación del mérito. Hoy nos enfrentamos a una multiplicidad de
moralidades sin ninguna herramienta evaluativa que nos permita definir
cuáles son las cosas correctas. Esta es la obra maestra de la democracia
ideológica:  te gusta, está bien.

Ya no tenemos valores como referencia objetiva para definir la calidad
de una sociedad que es tal para unos y pésima para otros, por lo que
incluso el resultado de la alternancia de gobiernos pasa a ser objeto de
una evaluación subjetiva: gane quien gane las elecciones. (usando una
mejor demagogia) siempre el sistema tiene la razón. El juicio sobre el
gobierno es completamente subjetivo ya que todos los gobiernos,
variantes de un régimen ademocrático, son, en última instancia, una
expresión del capital financiero.

Los filósofos griegos distinguieron diferentes formas de gobierno y
evaluaron su acción. En el Occidente «democrático» actual no existe
ninguna distinción similar a la de Sócrates, Platón o Aristóteles. Los
gobiernos, dentro de la ideología de la democracia, son todos más o
menos buenos y malos al mismo tiempo.

Podemos y debemos discutir algunas de sus acciones políticas en materia
civil, económica y social, podemos apoyarlas o oponernos a ellas, pero
en esencia nunca se cuestiona la presunta naturaleza democrática del
gobierno. En este contexto, se afianza la concepción weberiana, espejo
filosófico de una pluralidad de expresiones morales de la sociedad de
consumo, según la cual el sentido común se pierde en un mundo líquido
compuesto por la llamada multitud de individuos que persiguen espacios
ilusorios de libertad, sin beneficiarse efectivamente de los espacios
que el capital dice ofrecer en nombre de la democracia.

De hecho, la democracia se contrasta con el comunismo, que no se
desarrolló en la URSS. Y no es sutil el tratamiento del tema, no se
explica que el comunismo es una ideología que nunca se ha realizado, que
es muy diferente de las democracias populares o el llamado socialismo
real. Estas definiciones utilizadas en el pasado son eliminadas e
incluidas en el gran caldero para demonizar el comunismo.

La democracia es también una ideología que nunca se ha realizado; de
hecho, la forma de gobierno practicada concretamente en esta fase
histórica es un sistema político e institucional ademocrático. Esta
forma favorece, como hemos visto, una pluralidad de morales, en
conflicto entre sí, que a menudo ignoran la estructura económica de la
sociedad.

Por ejemplo, la cuestión salarial, generada por el conflicto capital-
trabajo, se reduce a un puro conflicto sindical, hasta el punto de
llegar, lo que podría parecer una paradoja, pero no lo es, a que una
parte importante de los afiliados a la CGIL sean votantes del
centroderecha. Son, por tanto, morales transversales, líquidas, rara vez
atribuibles a la lucha de clases, a la lucha por el socialismo.

Sin embargo, sería un error considerar con liviandad la moral de
carácter interclasista, ya que es completamente subjetiva y refleja los
efectos del proceso de secularización del Estado y de la sociedad.

En este sentido se consideran las prácticas sexuales en relación con el
placer y el amor. Hay muchas moralejas sobre este tema y no pueden
catalogarse rígidamente entre morales de derecha o de izquierda o como
la extensión de algunos derechos civiles.

Estos temas se prestan a diferentes interpretaciones. Pero se convierte
claramente en una acción política regresiva cuando la negación de
derechos responde sólo a la moral cristiana, entendida como moral
universal (integrismo) y, la única a seguir según lo dictado por Dios.

Si la religión católica acepta este secularismo, la cuestión no provoca
conflicto social. Cada uno se comporta según sus creencias y fe. Y
podríamos seguir con el papel de la familia o con las relaciones
homosexuales. La contradicción, en todo caso, radica en el hecho de que
el proceso de secularización, y por tanto de plena afirmación de los
derechos civiles en materia de sexualidad y familia, lo sienten más
importantes sectores sociales burgueses que los grupos populares más
tradicionalistas.

También es cierto, que la transversalidad favorece ese sentido común de
vivir en una sociedad formada por una multitud indistinta en la que el
concepto de clase aparece considerablemente atenuado, en su mayor parte
sustituido por el concepto de pueblo que reivindica su soberanía en
nombre de una democracia frente a un poder del que poco o nada sabe.

Exactamente el mismo razonamiento ocurre con la cuestión medioambiental.
Negarlo sería tremendamente equivocado. Hay que abordarlo en todos sus
aspectos con medidas estructurales radicales planificadas a través de un
nuevo modelo de desarrollo bajo el control público del Estado y no
dispersar la prioridad ecológica en un debate compuesto por mil
corrientes, a menudo ideológicas y a veces incluso ridículas, y
funcionales a los intereses del capital financiero.

En la cuestión medioambiental, cada uno tiene sus creencias, su fe, su
moral, su punto de vista subjetivo y es libre de expresarlo como mejor
le parezca. Esto crea un consenso entre la opinión pública para realizar
enormes operaciones financieras especulativas en detrimento de las
poblaciones con programas de reconversión ecológica, que sin embargo ni
siquiera son economías verdes sino sólo lavados verdes. Precisamente en
la cuestión medioambiental podemos captar el alcance de la función de la
ideología dominante, que sólo reprime el negacionismo estúpido (esto
también, entre otras cosas, es una creencia) y no la moral que cada uno
se ha formado al ser un individuo más de la multitud.

Cuando se afirma que el capital financiero no necesita aparecer como el
verdadero controlador de la sociedad, la intención es resaltar
precisamente este fenómeno, es decir, su capacidad de subordinar morales
diferentes, en conflicto entre sí, a través de la ideología de la
democracia que es y sigue siendo la ética dominante, sin que se ejerzan
restricciones particularmente represivas y, al mismo tiempo, logrando
dar a toda moral, reconocida como tal, la sensación de haber conquistado
espacios de libertad.

Y el fenómeno se vuelve aún más sofisticado y articulado a medida que
nos encontramos en una sociedad multiétnica, con la presencia de otras
religiones y tradiciones que alimentan el conjunto de morales
diferentes, incluso si estas diversidades abren fallas evidentes en la
ética de la ideología de democracia.

Está claro que en este escenario, lo que alguna vez fue el río
embravecido de la ética marxista, se ha reducido en Europa a un hilo
apenas mantenido vivo, aún no secado del todo gracias a la voluntad de
una minoría de militantes que proponen obstinadamente una ética
revolucionaria como solución, cómo alternativa al régimen ademocrático.

¿Ha ganado entonces el capital en su transformación en capital
financiero? ¿Es este el único mundo posible? ¿Tienen razón los liberales
de todo orden y especie?

Antes de tener todas las respuestas, habría mucho que discutir sobre lo
que está sucediendo desde el punto de vista geopolítico. La realidad
global es mucho más compleja y articulada, hay mucho espacio para otro
mundo mucho más grande que la ideología dominante de aquellos que se
apresuran a descartar esta realidad con la etiqueta de no democrático,
iliberal, autoritario e incluso totalitario. Así, el mundo se reduce a
Occidente, que se convierte en el todo.

La ideología de la democracia es el punto fuerte del capital financiero,
crea consenso. Pero es también su debilidad, ya que determina, debido a
las contradicciones lacerantes del empobrecimiento en todos los
aspectos, no sólo su decadencia económica, sino también su decadencia
política y cultural, incluso religiosa.

*Con la guerra en Ucrania no estamos ante el resurgimiento de la «guerra
fría»*

La guerra entre Rusia y Ucrania se presenta a menudo como un regreso a
la «Guerra Fría». La comparación, sin embargo, es engañosa y no se
sostiene. En la «Guerra Fría» había dos sistemas políticos, económicos y
sociales bien definidos: por un lado el capitalismo, por el otro el
socialismo “real”.

Toda la diplomacia y las relaciones internacionales giraron en torno a
esta realidad, incluso los numerosos países llamados no alineados, como
Yugoslavia, India y la propia China, se movieron en este contexto. E
incluso las estrategias militares, incluida la carrera armamentista de
las dos superpotencias, Estados Unidos y la URSS, no ignoraron el
equilibrio de poder que surgió de la Segunda Guerra Mundial. Tanto es
así que, a pesar de la oposición entre bloques, hubo espacio para que
una serie de países, incluidos los europeos, pudieran llevar a cabo
iniciativas diplomáticas parcialmente autónomas, que también
involucraban relaciones comerciales y económicas.

Pensemos en la acción de las socialdemocracias, principalmente las
alemanas y escandinavas, o las fructíferas relaciones económicas que los
gobiernos italianos de centroizquierda establecieron con la Unión
Soviética y otros países socialistas. Ningún estadista occidental, en
aquellos años, hizo jamás declaraciones beligerantes hacia la URSS ni
intentó seguir una línea encaminada a desmembrarla.

La única excepción fue Churchill, que inmediatamente después de 1945,
tras derrotar a la Alemania nazi, se aventuró a hacer fuertes
declaraciones de agresión militar contra la URSS de Stalin, que aún no
tenía la bomba atómica, pero siguió siendo una voz aislada y no fue
escuchada, afortunadamente, por los americanos. Todos los Estados de
ambos bloques se movían dentro de lo establecido por los acuerdos de
Yalta que sancionaban la presencia de dos esferas de influencia, la de
Estados Unidos y la de la URSS.

Sin romper los acuerdos de Yalta, las dos superpotencias se garantizaron
márgenes de interpretación autónoma de lo establecido. Del lado
soviético se avanzó en la estrategia de la «coexistencia pacífica», cuya
implementación abriría muchos espacios para las fuerzas progresistas de
Occidente, para nuevos procesos de descolonización del Tercer Mundo y
para las luchas de liberación nacional.

Entre otras cosas, la guerra de Corea fue una lección para todos:
siguiendo ese camino se corría el riesgo de llegar a un nuevo conflicto
mundial más dramático, con consecuencias catastróficas para toda la
humanidad.

Del lado estadounidense, sin embargo, se practicó la política de
contención de la influencia soviética, recurriendo a las armas y a
golpes militares, si era necesario, en aquellos países que no eran
formalmente sus aliados en el aspecto militar pero sí parte integral del
sistema económico imperialista. Sin embargo, la Casa Blanca nunca
implementó una política de agresión militar directa y frontal contra el
Pacto de Varsovia. La crisis cubana se resolvió después de que Kennedy
decidiera retirar misiles con ojivas nucleares de Turquía y, en
consecuencia, Khrushchev desistió de instalar armas similares en Cuba.

Esta actitud de las dos superpotencias abrió enormes espacios políticos,
no sólo a las fuerzas progresistas y de izquierda de Occidente y a los
movimientos de liberación, sino también al movimiento pacifista, que se
consolidó con la enorme contribución de los católicos, y de la izquierda
liberal en Estados Unidos, que hizo suyas las orientaciones emergentes
de las nuevas generaciones, muy involucradas en los fermentos culturales
y costumbristas que caracterizaron aquellos años.

Pensamos en la influencia de la música rock, la poesía y la literatura
de la Generación Beat. Por tanto, la «guerra fría» fue una situación
derivada de Yalta pero que no condujo a la congelación de los procesos
mundiales. En el contexto de la «Guerra Fría» hubo grandes brechas que
permitieron que los movimientos de masas pesaran e influyeran en la
política e incluso en la geopolítica. La lección de Vietnam también fue
todo esto.

Los escenarios actuales poco o nada tienen que ver con la «guerra fría».
Los motivos que empujaron a Putin a la operación militar especial son:

La extensión de la OTAN a las fronteras de Rusia; la agresión de Kiev al
Donbass y las regiones de habla rusa, con bombardeos que en ocho años de
guerra causaron 14.000 muertos, muchos de ellos civiles, entre ellos
mujeres y niños; el boicot sistemático de Ucrania a los acuerdos de
Minsk; la integración de las milicias nazis y ultranacionalistas en el
ejército regular ucraniano tras el golpe de Estado apoyado, financiado y
dirigido por los EE.UU (que ya estaban presentes activamente desde hacía
años en la antigua República Soviética a través de la OTAN, la la CIA y
una serie de laboratorios secretos para producir armas biológicas de
exterminio masivo); la persecución de personas de etnia rusa con acoso y
métodos racistas; la prohibición de 11 partidos y medios de comunicación
de oposición, con detenciones y asesinatos de políticos, sindicalistas y
periodistas; la persecución de la Iglesia ortodoxa que tiene su punto de
referencia en el Patriarca de Moscú.

A partir de estos motivos se desencadenó la intervención militar rusa,
que entre otras cosas anticipó la movilización militar del gobierno
ucraniano, que ya estaba concentrando un gran ejército en las fronteras
de las dos repúblicas rebeldes de Donbass. Por eso el conflicto en
Ucrania también tiene las características de una guerra civil.

¿Por qué esto condujo a la operación militar especial rusa en Ucrania?

Sin embargo, la razón principal que empujó a Moscú a implementar la
operación militar especial, sin menospreciar el conjunto de razones
citadas anteriormente, es exquisitamente política, o si se prefiere
geopolítica y de seguridad nacional.

Estados Unidos, tras el fin de la Unión Soviética y la disolución del
campo socialista en Europa, ha cambiado radicalmente su actitud ante la
cuestión rusa. De una política de contención de la influencia global de
la URSS se pasó a una política de agresión real contra Rusia,
alimentando la esperanza de que era posible no sólo desarticular a la
antigua Unión Soviética, sino a la propia Rusia, que tiene un inmenso
territorio de 17.100.000 km² (con Siberia) donde se encuentran
aproximadamente el 50 por ciento de los recursos estratégicos del
planeta. Este cambio de línea fue provocado por dos grandes cambios que
se produjeron a finales del siglo pasado.

El primero se refiere a la disolución de la URSS, tras la cual Occidente
creyó, o se engañó, que avanzaría hacia la construcción de un mundo
unipolar, dominado por Estados Unidos. Finalmente los distintos centros
imperialistas tenían vía libre para saquear  aún más a todos los países
que antes, de alguna manera, habían sido protegidos por la URSS y
permitiendo a los EE.UU. y sus aliados presentarse al sur del mundo como
aquellos que dictaban las reglas totalmente. La constante expansión de
la OTAN cerca de las fronteras con Rusia también tiene este objetivo.

Esta creencia occidental está en el origen de una serie de guerras,
empezando por el desmembramiento de Yugoslavia, sin que la OTAN tuviera
demasiados problemas para bombardear Serbia. Y luego llegaron  las
guerras contra Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Somalia, sólo por nombrar
las más importantes. Esto fue posible gracias a una Rusia demasiado
débil para desempeñar un papel de contrapeso y, entre otras cosas, muy
ocupada en guerras a sus puertas, en Georgia y Chechenia, y a una China
que aún no era la gran potencia económica que es hoy.

En el plano político, pensaban que se perpetuaría la unipolaridad
mediante «revoluciones de color» y golpes de estado para establecer, con
el pretexto de traer libertad y democracia, gobiernos títeres vinculados
a Occidente, en particular a los Estados Unidos o a algunas potencias
europeas.

La segunda novedad se refiere a la transición del capitalismo al dominio
indiscutible del capital financiero, que en aquellos años en Occidente
estaba madurando en todo su enorme alcance. Y es obvio que un sistema
geopolítico unipolar, basado en el poder militar estadounidense, era
funcional para las actividades especulativas y la financiarización de la
economía por parte de las oligarquías financieras.

Sin embargo, a menudo «el diablo hace las ollas pero no las tapas». La
fase unipolar fue corta y no resistió los procesos en marcha.

En primer lugar, se subestimó el impresionante desarrollo económico de
China y su capacidad para pasar de una producción cuantitativa a una
producción de calidad, consolidándose como el país líder en producción
tecnológica.

En segundo lugar, Occidente comprendió sólo tardíamente los procesos
políticos que llevaron a Rusia desde Yeltsin a Putin, lo que resultó en
un despertar político, económico, cultural y militar de la nación.

Además, el capital financiero ha llevado a una fuerte reducción del
papel del Estado como sujeto principal en la planificación de
intervenciones para el desarrollo productivo, para grandes obras de
infraestructura, para ampliar, mejorar el bienestar, para implementar
políticas monetarias.

Allí donde el capital financiero ejerce su dominio sin oposición, es
decir, en gran parte de Occidente, la cuestión de la planificación
desaparece por completo y, en cambio han ocupado su lugar
privatizaciones salvajes en favor de estrechas elites financieras. La
acción gubernamental se limita a gestionar una parte del gasto corriente
y a fomentar la introducción de nuevas y cada vez más fuertes
privatizaciones (especialmente de bienes comunes) y la subcontratación
de servicios.

Pero, sobre todo, ha desmantelado su sistema de producción, empezando
por la industria pesada, crucial en la construcción de armamento
convencional. La guerra en Ucrania confirma dramáticamente este aspecto.
Los países de la OTAN están muy lejos de los ritmos de producción de la
industria armamentista rusa, por no hablar de la capacidad de China.

Por último, el mundo no está enteramente dominado por el capital
financiero. Son muchos los países del Sur global en los que el Estado
ejerce y lleva a cabo sus funciones, sobre todo estableciendo métodos y
objetivos de direcciones económicas. El Sur es un conjunto complejo de
países con diferentes expresiones políticas y diferentes sistemas
económicos y sociales. Hay países socialistas o de orientación
socialista, países en desarrollo pero ricos en materias primas, países
con formas de capitalismo monopolista de Estado, aunque muy diversificadas.

En estos estados se implementan formas más o menos neokeynesianas de
planificación y políticas para mejorar las condiciones materiales de
vida y proteger la soberanía nacional. Pero mientras estos procesos
continúan, hay que señalar la muerte del reformismo en Occidente: en
este sentido, basta reflexionar sobre en qué se han convertido los
países escandinavos, alguna vez considerados como el ejemplo más
significativo del modelo reformista.

Los Estados del Sur del mundo representan más de dos tercios de la
población mundial y cada vez menos quieren acatar las reglas dictadas
por una visión unipolar y autoritaria de las relaciones internacionales,
una visión que se confunde con los intereses y las actividades del
capital financiero y los principales polos imperialistas del mundo.
Estos países están en contra de la globalización financiera.

Precisamente en relación con la cuestión de un papel fuerte del Estado
para abordar y resolver los grandes problemas de la humanidad, en los
últimos años se ha producido una fractura que ha creado dos campos
verdaderamente distintos.

Los acuerdos internacionales, como los BRICS, por citar los más
importantes, van precisamente en la dirección de fortalecer esa idea de
globalización y circulación de dinero-bienes-mano de obra sobre la base
del interés mutuo, rechazando el concepto de una economía financiera y
especulativa. y de globalización depredadora. Por lo tanto, no es de
extrañar que ya haya una treintena de países que hayan solicitado unirse
a los BRICS.

A todo ello se suma la consolidación del eje estratégico entre Rusia y
China que se fortalece precisamente en la lucha por contener la acción
devastadora del capital financiero y su visión unipolar. El acuerdo
entre estas dos grandes potencias involucra a todo el Sur global y le da
el coraje necesario para levantar la cabeza, para ser coprotagonista en
un mundo cambiante, que avanza hacia una práctica multipolar en las
relaciones internacionales, para contrarrestar y contener la acción
destructiva del capital financiero.

Un Sur del mundo que quizás por primera vez en su historia es consciente
de poder redimir más de cinco siglos de colonialismo e imperialismo
impuestos por europeos, norteamericanos y Japoneses.

Por esta razón es la situación internacional la que empuja y obliga a
los Estados a permanecer en un bando u otro. Estos no son los dos campos
de la «guerra fría» donde fue posible que se formara una gran variedad
de países no alineados. En la situación actual no hay espacio para una
política de este tipo. Ya no es posible transitar entre la política
estadounidense de contención de la URSS y la estrategia de «coexistencia
pacífica» practicada por los soviéticos.

La situación actual es de fuerte movimiento sísmico y el juego que se
está jugando es como rediseñar un orden mundial. Y en este juego, aunque
con distintos matices y distinciones, o estamos de un lado o del otro.

Este nuevo punto de inflexión en la historia no se produjo de repente,
sino que las premisas se han desarrollado a lo largo de los últimos
veinte años a través de una serie de acontecimientos que, tomados
individualmente, tal vez no tengan un gran impacto, pero analizados en
su conjunto muestran cómo el cambio tiene raíces que se remontan al pasado.

A partir de los resultados de la llamada Primavera Árabe, en particular
en Egipto y Argelia, nacieron gobiernos que, después de un desorden
inicial, se han ido distanciado cada vez más de Occidente y, de
diferentes formas, se han convertido en aliados de Rusia.

El fracaso del intento de desestabilizar Siria acabó con su readmisión
en la Liga Árabe, para gran decepción de Estados Unidos. La intervención
militar rusa en apoyo de Damasco puso de relieve concretamente el inicio
de su contraofensiva.

 A esto hay que agregar  el papel predominante que potencias regionales
como Irán y Turquía han adquirido en los últimos años.

También merece análisis la situación completamente nueva que se ha
presentado en algunos países estratégicos de América Latina. Y ahora en
África ecuatorial.

A la imagen esbozada se suma el intento miserablemente fallido de una
«revolución de color» en Bielorrusia.

Por último, no debemos olvidar la profunda crisis del sistema político,
social y cultural estadounidense que ha favorecido el surgimiento de una
«anomalía» como Trump , con una lucha entre las grandes oligarquías
financieras y el sistema productivo estadounidense.

A los hechos mencionados hay que sumar, las crisis recurrentes surgidas
en los últimos veinte años a raíz de las contradicciones incurables del
capital financiero y el cuestionamiento por parte de la OPEP (con Arabia
Saudita en primer plano) del sistema de petrodólares sobre el que EE.UU.
apalancado desde hace décadas.

Cómo se sabe hoy se cuestiona  los acuerdos de Bretton Woods que
permitieron la hegemonía del dólar , una  moneda cada vez más papel
usado, sin valor alguno.  Entre otras cosas, es precisamente Rusia, la
que trabaja para terminar con el rol de esa moneda , en estrecho acuerdo
con los países árabes, en la OPEP

También hay que recordar que la vehemencia política, llevada hasta el
punto de utilizar una rusofobia de inspiración nazi – con un sentimiento
de miedo y hostilidad hacia el pueblo y la cultura rusa – nunca
caracterizó la «Guerra Fría», ni siquiera en los momentos de mayor tensión .

Luego, en la guerra fría con la división del mundo en dos bloques,
ninguna de las dos superpotencias nucleares intervino jamás militarmente
ni ordenó la aplicación de sanciones económicas si la otra parte
pisoteaba la soberanía, los derechos y las aspiraciones de un país que,
a pesar de ser parte integrante de uno de los dos campos, buscaba un
camino autónomo para su futuro.

El juego, incluso a nivel militar, se jugaba en aquellas zonas del mundo
que no estaban definitivamente situadas en una de las dos áreas de
influencia. Xi Jinping tiene razón cuando afirma que somos protagonistas
de cambios que no se veían desde hace cien años.

Todos estos elementos se combinan para afirmar que estamos en un gran
punto de inflexión de la historia, como el de la Revolución Francesa o
la Revolución de Octubre. Por lo tanto, es una narrativa muy superficial
sostener que la situación actual es un regreso a la «guerra fría».

A menor escala, ha habido un proceso de apoyo gradual y cada vez más
convencido a Rusia por parte de sectores, aunque minoritarios, son
integrantes de la izquierda revolucionaria europea. De esta reflexión
surge otra que es necesario subrayar, ya que se ha afirmado varias veces
que Rusia, para llevar a cabo la operación militar, fue absorbida
económicamente por China.

Sin duda, China es una potencia económica mucho más fuerte que Rusia,
pero esta última tiene enormes reservas de materias primas y un poderoso
arsenal militar (y nuclear) mucho más fuerte que el de China, una
protección que también tiene Beijing. Pero sobre todo, el Kremlin ha
sabido liderar una iniciativa política y diplomática que ha llevado a
Rusia a ser el líder de facto de los países del Sur del mundo.

Las dos potencias se necesitan mutuamente y juntas prometen al Sur del
mundo la victoria en la batalla por un nuevo orden mundial. Por otro
lado, Rusia, a diferencia de China, tiene una escuela diplomática
centenaria y experta trazada por gigantes como Molotov, Gromyko y ahora
Lavrov. Una diplomacia que sabe tejer relaciones fructíferas en todo el
mundo. No es casualidad que desde el nacimiento de la Unión Soviética la
diplomacia rusa siempre haya sido un punto de referencia para muchos
países del Sur global.

*¿Qué paz?*

La posición occidental que indica que la única paz justa implica no sólo
la retirada de Rusia de todos los territorios ocupados, incluida Crimea,
sino también su humillación, bajo una retórica de guerra.

Querer poner a Rusia de rodillas con sanciones y amenazas militares se
ha convertido en un boomerang para Occidente. Esto no impide la
devastación del hermoso «jardín occidental», creado tras siglos de
explotación y saqueo del Sur del mundo. De hecho, los más extremistas
todavía hoy teorizan que Rusia podría ser desmembrada y no falta algún
“Strangelove” pensando en una guerra nuclear.

Por tanto, no hay lugar para negociaciones. La estrategia militar rusa
consiste en librar una guerra de baja intensidad encaminada no sólo a la
derrota de Kiev sino también al desgaste de Occidente. El uso de la
fuerza militar aplicada de forma selectiva y limitada también tiene como
objetivo impedir que algunos países fronterizos con Rusia tengan el
pretexto para aspirar a una expansión del conflicto. Es un liderazgo
militar funcional a la intensa actividad política y diplomática de rusos
y chinos, encaminada a consolidar sus relaciones amistosas con el Sur
del mundo.

El resultado es que no es Rusia la que está aislada sino Occidente el
que está sitiado. Este hecho es completamente evidente en la cuestión de
las sanciones económicas, en las que Europa es la primera en pagar el
precio, empezando por Alemania, que ya está en recesión.

No debemos subestimar el riesgo de una guerra nuclear, pero es cierto
que si no hubiera armas nucleares, la Tercera Guerra Mundial ya habría
estallado; por lo tanto, dándole la vuelta a la cuestión, las armas
nucleares representan un elemento disuasorio muy fuerte, precisamente
porque no habría ni perdedores ni ganadores.

La posibilidad de una guerra nuclear táctica en Europa es un truco
periodístico: la respuesta a una bomba nuclear táctica sería una guerra
nuclear mundial que también involucraría a Estados Unidos. El primer
misil nuclear ruso no se lanzaría contra capitales europeas sino contra
Estados Unidos. Por lo tanto, el riesgo de una guerra nuclear no se
evita, pero sigue siendo una opción remota. Por eso no se puede
contemplar razonablemente la derrota militar de Rusia.

También por eso los rusos están librando una guerra de baja intensidad
en Ucrania, mientras tanto Washington en lugar de buscar una negociación
de paz que tenga en cuenta las exigencias de seguridad nacional del
Kremlin, ha respondido armando a Ucrania hasta los dientes en esta sucia
guerra híbrida.

El juego es entre quién se desgasta primero para crear las condiciones
para un cambio radical en las orientaciones políticas en las filas del
otro campo. Y los rusos tienen una clara ventaja en esta guerra de
desgaste, también porque hay fuertes señales de un colapso de Ucrania.

Está claro que en este contexto, muy diferente al de la «Guerra Fría»,
un pacifismo equidistante de las dos grandes potencias nucleares no es
suficiente. La lucha por la paz contra la guerra no puede ignorar la
construcción de un nuevo orden mundial. La paz se impone con una visión
multipolar y hasta que Occidente renuncie a una política de dominación
global, un conflicto mundial, aunque sea fragmentario, se desarrollará
de vez en cuando en nuevos escenarios bélicos.

La paridad nuclear entre las dos grandes potencias -y muchos expertos
sostienen incluso que el arsenal nuclear ruso es hoy superior al de
Estados Unidos- vuelve a proponer, aunque con gran preocupación, la idea
de la disuasión para evitar la destrucción del planeta.

*La crisis del movimiento pacifista*

Lo que se necesita no es un movimiento pacifista genérico, sino un
movimiento fuerte por una paz, no equidistante, que conecte la cuestión
de la guerra con la construcción de un nuevo orden mundial. Un
movimiento por la paz que se ponga concretamente del lado del Sur global
que lo pide con gran determinación. La masiva movilización global por la
tragedia en Gaza es un ejemplo de este camino. En el nivel informativo,
Israel ya ha perdido la guerra, mientras que en el nivel político ha
llegado a un callejón sin salida.

Pero si en Italia el movimiento pacifista declara condenar el terrorismo
de Hamás y al mismo tiempo el genocidio israelí en Gaza, si no denuncia
las repetidas agresiones israelíes en el Líbano, Siria e Irán, si apoya
a los kurdos, que en la guerra civil siria se alinearon con ISIS y hoy
están dispuestos a defender las bases estadounidenses para el control de
los pozos petroleros, si no reconoce el papel positivo de Rusia en la
región contra el terrorismo y se contribuye a llevar a cabo
sistemáticamente una campaña de demonización contra Irán, entonces una
Nunca se desarrollará un gran movimiento masivo de solidaridad con los
palestinos. Y cínicamente, la política italiana seguirá apoyando a
Israel en «su derecho a defenderse» y seguirá enviando barcos al Mar
Rojo contra los hutíes.

La guerra en Ucrania también planteó la cuestión de la crisis del
movimiento pacifista católico. La secularización de la sociedad impide
que la Iglesia desempeñe un papel decisivo y eficaz en favor de la paz.
El Papa Francisco dice cosas importantes pero la política no lo escucha,
permanece sorda a sus llamamientos. El Pontífice declara «que no es el
capellán de Occidente» y adopta una posición muy valiente sobre la
guerra en Ucrania, realmente movido por una visión ecuménica del líder
mundial del catolicismo.

Sin embargo en Occidente donde la mayor parte del establishment que se
identifica con la religión católica (políticos, periodistas, gerentes,
banqueros, intelectuales) simplemente ignora la posición de Papa. Por
primera vez en la historia moderna de la Iglesia, la palabra del
Pontífice, que ya no se centra en la opción de defender los valores de
Occidente, no es escuchada y, de hecho, rechazada.

Cualquier cosa puede pasar en los próximos años, si esta fractura en el
mundo católico no se cierra, habrá un fuerte impacto político negativo.
En la época de Juan XXIII, una parte importante del mundo católico
occidental fue empujada a comprometerse con la paz, a ser parte integral
del movimiento pacifista. Hoy, a pesar de los llamamientos sinceros del
Papa, una gran parte de los católicos no se sienten implicados en la
lucha por la paz, como si dijeran que una cosa es la política y otra la
religión.

Todo el movimiento pacifista en Europa está en crisis. No es casualidad
que las grandes movilizaciones masivas sean por Palestina, contra la
masacre de Israel en Gaza, y no para poner fin a la guerra en Ucrania.
Esto se debe a que el movimiento pacifista avanza sobre un viejo
esquema  que ahora está completamente obsoleto. Tiene una estructura
política y cultural que se remonta a los tiempos de la «Guerra Fría».

*Sobre la izquierda europea y la cuestión «colonial»*

Se puede hacer un razonamiento similar para la izquierda europea y los
demócratas. Si estás subordinado a la ideología dominante, en la que el
componente secularista es fuerte (¡no secular, cuidado!), resulta
difícil encontrar la conexión entre la lucha por la paz y la lucha por
un nuevo orden mundial.

Todas estas son fuerzas que, de palabra, se declaran a favor de la paz,
pero en la práctica dan todo su apoyo a la guerra de Estados Unidos y la
OTAN en Ucrania. A menudo imbuidos de una ideología secularista (una
expresión de la nueva burguesía que se impuso con el dominio del capital
financiero), son portadores de una pomposa concepción de banalidad sobre
los derechos civiles, la libertad y la democracia, como si Occidente
tuviera lo necesario para dar lecciones a todos. De hecho apoyan
efectivamente el bando occidental y sus denuncias sesgadas que ya no son
aceptables debido al doble rasero aplicado por las élites europeas .

Entre otras cosas, eliminaron la historia, omitiendo el hecho de que el
llamado modelo liberal en Europa y Estados Unidos pudo establecerse
porque durante siglos practicaron una política de robo y crímenes en el
Tercer Mundo.

Cuando la actual política imperial se debilita, entonces el modelo
liberal entra en crisis y se vuelve autoritario en la forma de un
régimen ademocrático. Este proceso va acompañado de la evidencia que el
antiguo Tercer Mundo también se está reconectando con la tendencia
política y cultural del marxismo y el leninismo.

Marx fue el primero en plantear la cuestión colonial, que luego fue
relegada a un rincón por las socialdemocracias, retomada con fuerza por
Lenin y la Rusia soviética y finalmente relanzada por Stalin hasta
convertirse en una de las piedras angulares de la política internacional
de la Unión Soviética.

Hoy en día, Putin, que no es comunista, ha retomado este aspecto, y la
atención a la cuestión colonial (que hoy se refiere a la emancipación
del Sur del mundo de las políticas depredadoras de Occidente) sigue
siendo una brújula que orientó  la URSS de ayer y la Rusia de hoy. Este
es un hecho político bien percibido por muchos países del Sur,
conscientes que las cuentas de un pasado de explotación no deben hacerse
con los rusos (ni con los chinos), sino con los anglosajones, los
franceses, los alemanes, los españoles, los italianos, con todo Occidente.

En la izquierda también tienen cierta influencia algunas tesis que, en
el mejor de los casos, son engañosas y, en el peor, maliciosamente
construidas por los centros imperialistas. Son los que definen la guerra
de Ucrania como «guerra capitalista», «guerra imperialista» o «entre dos
imperialismos».

También adelantan análisis geopolíticos superficiales como que las tres
grandes potencias, EE.UU, Rusia, China, son imperios y por tanto razonan
exclusivamente como imperios. Conceptos como estos no ayudan a
establecer la conexión entre la lucha por la paz y la lucha por un nuevo
orden mundial; por el contrario, desorientan. Si las negociaciones para
poner fin a la guerra son hoy un objetivo difícil de alcanzar, entonces
está claro que un movimiento por la paz basado en un pacifismo genérico,
«ni con uno ni con el otro», no avanzará y tendrá impacto político.

La equidistancia permitió un gran margen de maniobra durante la «Guerra
Fría», cuando en un momento determinado hasta un centenar de países se
unieron al campo de los no alineados.

Incluso en Italia, el movimiento por la paz de los años 80 se
caracterizó por ser equidistante y el PCI de Berlinguer fue uno de los
grandes arquitectos de ese movimiento. Y los soviéticos consideraron
entonces positivo un movimiento de masas equidistante que, en última
instancia, se inspiraba a la propuesta de «coexistencia pacífica» para
frenar las posiciones extremistas de la OTAN y los Estados Unidos.

*Rompiendo con los patrones del siglo XX*

Los escenarios actuales son diferentes. Cuanto antes emerja una
izquierda europea, o más bien lo que quede de ella, que termina con los
patrones del siglo XX, más pronto se podrá reconstruir un proyecto
político de masas para la transformación. Y entre los esquemas
obsoletos, que deben ser abandonados lo antes posible, está el que atañe
a la manera de concebir la lucha por la paz.

Si la izquierda no abraza la batalla por un nuevo orden mundial, que no
sera una cena de gala sino que exigirá un compromiso político constante,
estará irremediablemente condenada a la derrota, tanto en Italia como en
Europa.

Obviamente, todos los esfuerzos para dar vida a un movimiento pacifista
deben ser apoyados, pero son momentos tácticos y, a menudo, de poca
importancia y de corta duración.

Actualmente, la necesidad política reside en elegir un bando: o estamos
con aquellos que desean un orden unipolar dominado por los EE.UU. o
estamos con aquellos que, en cambio, están a favor de un orden mundial
multipolar cuya realización pasa hoy por  procesos políticos, económicos
y la derrota militar de Occidente en Ucrania.

Y si la preocupación es proteger una pizca de consenso volviendo a
proponer alianzas electorales que son cada vez más incomprensibles,
debemos ser conscientes que con la guerra existe el riesgo de muerte
política para Kiev.

Ya ha sucedido en la historia. En la Primera Guerra Mundial y luego en
la Segunda Guerra Mundial, la izquierda cayó en una profunda crisis y se
recuperó gracias al generoso compromiso teórico, político y organizativo
de las vanguardias revolucionarias. Si la izquierda no se replantea,
muere. Debe romper con los patrones del siglo XX. Es fundamental volver
a proponer  la dedicación y la pasión que necesitan las nuevas
vanguardias. Sin este trabajo no hay perspectivas.

 Y una de las primeras cuestiones urgentes es repensar Europa. Esta UE
es irreformable, pero no debemos tomar el camino del aislacionismo
nacionalista estéril. Más bien, es necesario definir nuevos procesos de
integración, respetando la soberanía nacional dentro de una comunidad
sociopolítica europea, siguiendo el ejemplo de los acuerdos que son la
base del proceso de integración asiático.

 *Necesidad histórica de un nuevo sujeto político*

Hay una necesidad histórica de un nuevo sujeto político, que sea
expresión de un marxismo innovador, creativo y revolucionario, aunque
hoy en Italia no existan condiciones subjetivas y objetivas para
constituirlo. Es un proceso largo, pero hay que iniciar el trabajo
político, incluso con aportes parciales y modestos. No se trata de
volver a proponer la cuestión comunista en términos escolásticos y pedantes.

La experiencia y la historia de algunos partidos comunistas son
importantes y en algunos casos decisivas: China, Rusia, Vietnam, Cuba y
otros países ofrecen un claro ejemplo. No es casualidad que estas
experiencias, salvo algunas excepciones, estén vivas e influyentes en
países no occidentales y expresión de procesos históricos complejos.

Después de octubre de 1917, la revolución se consideró inminente en
Occidente y el movimiento comunista puso en la agenda el objetivo de
realizarla, y no el de librar una larga batalla. Los partidos
comunistas, pocos años después de su nacimiento, que entre otras cosas
coincidirá con su derrota en Europa, intentarán -y sólo unos pocos lo
conseguirán- reorganizarse para dotarse de una política a largo plazo,
que debería tener en cuenta la defensa de la URSS.

En resumen, este fue el contexto histórico que propició el nacimiento de
los partidos comunistas, pero este contexto está obsoleto y por tanto
sería una pésima iniciativa intentar volver a proponerlo un siglo
después, con el nuevo milenio.

Es cierto que no basta tener un nombre y una historia gloriosa para
seguir siendo necesarios, pero cuidado. No debemos considerar todo el
bagaje teórico del movimiento comunista como obsoleto o residual, para
ser entregado a estudiosos de sillón. Sería un error imperdonable tirar
por la borda, como muchos lo han hecho, dos siglos de historia del
marxismo y de las luchas del movimiento obrero.

Hoy en día hay fuerzas revolucionarias en el mundo que desempeñan un
papel decididamente más importante que los pequeños partidos comunistas
europeos , que son claramente irrelevantes y muy a menudo incluso tienen
posiciones contrarrevolucionarias, como con Venezuela o Nicaragua.

El Partido Comunista Chino, que debido a su autoridad y fuerza, tiene
todo lo necesario para ser el promotor del resurgimiento de un
movimiento comunista, tiene cuidado de no hacerlo. Puede mantener
relaciones con estos pequeños grupos, pero no se plantea promover
momentos internacionales de coordinación. Hay otros caminos a seguir
para reconstruir una izquierda revolucionaria y transformadora.

La crisis de los partidos comunistas, particularmente en Occidente, pero
también de las socialdemocracias, nos obliga a preguntarnos qué hacer en
términos completamente nuevos, desplazando el campo de comparación no
sobre las divisiones históricas entre la Segunda Internacional
(socialdemócrata) y la Tercera Internacional (comunista), sino las
exigencias que plantea el presente, la realidad de hoy. Por esto,
proponer un movimiento en abstracto, es engañoso, y no ayuda, al
cristalizar reflexiones dentro de un contexto histórico que es parte del
pasado y no puede proyectarse a «un análisis concreto de una situación
concreta», como afirmaba Lenin.

Después de todo, ¿quién se atreve a argumentar objetivamente que el
Partido Socialista Europeo es una fuerza socialdemócrata, incluido el
Partido Demócrata? ¿O que el grupo de izquierda en el Parlamento Europeo
es un grupo comunista? Debemos empezar por examinar y evaluar datos
reales no discursivos.

Y no todo puede reducirse a la categoría de «traición» hacia quienes
sólo formalmente se definen como socialdemócratas, o al «revisionismo»,
en nombre del marxismo-leninismo, como causa de la decadencia de los
partidos comunistas.

La crisis de la izquierda en Europa deriva sobre todo de su incapacidad
para interpretar los procesos de transformación y mutación del capital y
las contradicciones sin precedentes que ha producido. Muchos no son
conscientes, o no quieren darse cuenta, de que la criatura del marxismo-
leninismo, nacida de la mente de Stalin, bloqueó durante todo un período
los esfuerzos por «revisar» (acto de revisar para corregir) el
pensamiento de Marx, por Lenin y Gramsci y otras grandes figuras
revolucionarias, como Togliatti y Mao.

Desde esta perspectiva, Lenin era, diremos de manera provocativa un
«revisionista» (término que tiene significados muy diferentes en
comparación con el «revisionismo histórico» que apunta a corregir y
reescribir la historia para el uso de la política) y no el ortodoxo
Kautsky, que entre otros estaba en una relación amistosa con el anciano
Engels, que antes de morir  le envió una carta en la que le sugiere no
abusar de la palabra «comunismo”

Se sabe que la canonización del marxismo-leninismo fue obra de Stalin
(vale la pena recordar que Engels nunca utilizará el término «marxismo»
para exponer la concepción del materialismo histórico).

En abril de 1924, tres meses después de la muerte de Lenin, en las
conferencias impartidas en la Universidad de Sverdlov sobre los
«Principios del leninismo», Stalin dijo la famosa definición: «El
leninismo es el marxismo de la era del imperialismo y de la revolución
proletaria. Más precisamente, el leninismo es la teoría y la táctica de
la revolución proletaria en general, la teoría y la táctica de la
dictadura del proletariado en particular.»  Al parecer , el proceso de
des-estalinización filosófica aún no ha concluido, esto lo digo sin
restar en nada a la importante figura histórica de Stalin.

 *Ideología y teoría*

Al investigar la historia del marxismo y el movimiento revolucionario,
para entender qué hacer hoy, debemos volver a la conexión entre
ideología y teoría, destacada por Lenin y retomada en términos
sistemáticos primero por Labriola y luego por Gramsci.

Con Labriola se introdujo en términos claros la distinción entre
ideología y doctrina (en el sentido de teoría). Que la ideología es
preparatoria para la formación y desarrollo del sentido común que a su
vez es la base de la formación histórica del socialismo es indiscutible,
pero es algo diferente de la teoría, que es análisis e investigación.

Gramsci, que profundizó el análisis histórico de Italia según los
criterios de lo que luego se definiría como historicismo dialéctico,
llegó a sostener que el marxismo, «historicismo absoluto», no sólo ayuda
a comprender históricamente el pasado, sino también a sí mismo, como lo
es «el historicismo máximo, la liberación total de toda ideología
abstracta, la conquista real del mundo histórico, el comienzo de una
nueva civilización».

La ideología nunca debe convertirse en una religión con todos sus
dogmas, mientras que la teoría, para ser eficaz en el trabajo de
investigación, no debe estar condicionada por limitaciones ideológicas.
Está llamada a definir, sin desconocer la realidad dada, una doctrina
revolucionaria, una doctrina transformadora.

Ésta debería ser la relación correcta entre ideología y teoría, una
necesita de la otra, pero operan en dos campos distintos: el primero en
el terreno inmediato, el predominantemente político, el segundo en el de
la investigación y la investigación, precisamente para proporcionar
nuevas herramientas. para interpretar la realidad, es decir, para dar
vigor y vitalidad a la acción política.

Debe haber una relación dialéctica en constante desarrollo entre la
formación ideológica histórica y la teoría. Una relación que cambia y
con ella cambia la ideología con ajustes y actualizaciones teóricas. El
tema de la relación entre ideología y teoría, después de Labriola, fue
retomado por Gramsci y se convirtió en una adquisición fundamental del
marxismo.

La compleja obra de Marx debe, por tanto, considerarse un laboratorio
epistemológico del que partir para interpretar la realidad, el presente,
y no para coser un vestido a medida de los acontecimientos actuales, ni
un marco de criterios fijos, ni confirmaciones simples y convenientes.
En esto está la inspiración leninista de Gramsci.

Siempre hay que recordar que todos los máximos exponentes del marxismo,
empezando por Marx, fueron líderes y teóricos revolucionarios del
partido de los trabajadores y muchos de sus escritos están influidos por
la necesidad de dar al movimiento una dirección política, en la fase
concreta en que se desarrollaba la lucha de clases en ese momento.

No desarrollaron sus teorías encerrados entre cuatro paredes ni en
academias, universidades o círculos culturales. No eran intelectuales
profesionales, sino «revolucionarios profesionales», como bien
especifica Lenin. Stalin, una vez que llegó al poder, quiso poner «orden
al marxismo» con un sistema lineal cerrado, negando cualquier aspecto
teórico no funcional del modelo de socialismo de la Unión Soviética.
Estableció el modelo ideológico y delineó sus límites, ubicándose como
guardián del corpus doctrinal.

Stalin, no se manifestó como arquitecto, de hecho su nombre no figura
entre los fundadores del nuevo pensamiento proletario, pero cualquiera
que intentó traspasar los límites establecidos, sin su autorización
previa, se vio enfrentado a la excomunión, a la marginación política.

*El marxismo no está muerto pero empieza a vivir la fase de su madurez*

La historia del movimiento revolucionario tuvo diferentes fases:
jacobinos, socialistas, comunistas y movimientos de liberación nacional.
A nadie se le ocurriría hoy crear un partido jacobino, incluso si no se
niega en absoluto su papel fundamental en la Revolución Francesa. No veo
por qué esta elección no puede ni debe hacerse también dada la historia
y la experiencia del movimiento comunista.

Poco de lo que podría ser útil ha surgido de las experiencias políticas
posteriores a 1968. Son portadores de una orientación que se remite a la
cultura de las diferencias, vistas como formas inéditas de antagonismo,
o al pensamiento libertario como exaltación de los derechos del
individuo a través de los cuales se revela un horizonte socialista confuso.

Una orientación que realiza análisis, a menudo sólo superestructurales y
de carácter sociológico, por tanto muy politizados, para luego
transformarlos en propuestas políticas, o que dirige su atención
principalmente a la cuestión ambiental o de género.

Estas tendencias promueven movimientos que se entrelazan entre sí, pero
que en última instancia surgen principalmente de una crisis de la
ideología marxista y de la pérdida de identidad histórica de sectores
significativos de una nueva expresión burguesa del capital financiero.

Esto no significa negar la importancia de estas orientaciones culturales
nacidas a partir del 68, así como de su capacidad para aumentar la
conciencia pública sobre algunas cuestiones importantes, pero tienen la
limitación de nunca colocar la cuestión del conflicto capital-trabajo
como central. Por eso «el pueblo», que tiene prioridades mucho más
apremiantes, no les sigue o les sigue sólo superficialmente en estas
batallas y cuando no se reconoce en la izquierda, porque ésta no está
haciendo su trabajo, elige otros caminos: el del populismo, el del
soberanismo y la reacción de extrema derecha.

Cada vez más escuchamos llamados a regresar a Marx. Pero, de hecho, esto
proclama nuestra lejanía a los acontecimientos históricos del siglo XX,
desde la Revolución de Octubre en adelante. A Marx se le oponen todos
estos acontecimientos considerados fracasos, en definitiva, como algo
profundamente diferente de su pensamiento.

Escapamos a costas míticas e indefinidas, y a la manera de los católicos
apreciamos a aquellas figuras del movimiento revolucionario consideradas
mártires, como Luxemburgo, el Che Guevara y Gramsci, y no a la acción
política desplegada colectivamente desde Marx en adelante por muchos
hombres y mujeres en carne y sangre.

Por tanto, la historia es reprimida obstinadamente. Se exalta
acríticamente el pensamiento de Gramsci, contrastándolo con Togliatti o
Lenin, olvidando que en el artículo «La revolución contra el capital»
Gramsci apoya  la Revolución de Octubre acusando a mencheviques y
socialdemócratas que lanzaban mecánicamente la consigna del retorno a Marx.

En la exaltación acrítica de los «mártires revolucionarios» no hay
reconstrucción histórica, sino sólo un retorno religioso a Marx. Para
quienes piden este retorno resulta superfluo cuestionar los procesos
históricos, tan superfluos que ahora carecen de memoria histórica.

Con el regreso religioso a Marx (un regreso que significa ponerlo en el
ático) más de cien años de historia son arrojados al basurero. Por
tanto, se trata de plantear en términos marxistas qué se debe hacer hoy
para avanzar, empezando a reconectar los procesos históricos tal como se
han producido.

También debemos contrarrestar todas esas tendencias que han aplastado al
marxismo frente al anarquismo, lo que ha tenido consecuencias políticas
cuyo resultado rara vez ha sido de izquierda.

El joven Marc Bloch (un gran historiador francés asesinado durante la
resistencia alemana) esperaba que los soviéticos «transformaran el poder
en amor». Esta fue una idea no sólo del joven historiador francés. En la
Rusia soviética, miembros del Partido Socialista Revolucionario
proclamaron que «la ley es el opio del pueblo». Así se radicalizó la
utopía y se complicó la transición hacia una normalidad constitucional
socialista, tildada de burguesa.

“La idea de una Constitución es una idea burguesa”, sostuvieron
enérgicamente. De hecho, muchos bolcheviques estaban en contra del
dinero, considerado la condición previa para el retorno al capitalismo.
A través de la combinación «marxismo-anarquismo» se impuso un
internacionalismo abstracto, casi religioso, que tendía a descartar las
diferentes identidades nacionales como tendencias contrarrevolucionarias
en nombre de un universalismo que, sin embargo, no era capaz de valorar
las libertades.

Muchos de estos fenómenos estallaron entonces de una manera que no
siempre fue controlada en la guerra civil española. Incluso en la
historia reciente de Italia, las visiones extremistas infantiles que
pedían pureza revolucionaria han generado un daño profundo con su
anarcocomunismo.

En el socialismo contemporáneo la utopía de la expectativa mesiánica de
la extinción del Estado, de las identidades nacionales y de la función
del dinero finalmente han sido superadas aunque sean aspectos que siguen
siendo fuertes en sectores muy minoritarios de la izquierda de un cierto
marxismo mal digerido. .. Y a menudo son tendencias críticas que parten
de la izquierda pero tienen una salida política en la derecha, hinchando
el pensamiento liberal, como en el caso de aquellos que consideran la
elección de bando sólo como un conflicto geopolítico entre Estados.

Esta posición en Italia se expresa en orientaciones radicales de
diferentes orígenes que tienen en común la eliminación total de la
noción de imperialismo, que coincide con la cultura política de las
experiencias socialdemócratas. No entendemos la enseñanza de Lenin que
sostuvo con razón que la lucha antiimperialista es el terreno más
avanzado del conflicto de clases, de la lucha por el socialismo. Se
trata de organizar la lucha a alto nivel contra el capital.

No es coincidencia que la izquierda de todo el mundo sea crítica con la
izquierda europea, acusándola de no ser confiable en la dura lucha
contra el imperialismo. Una izquierda que, cuando está anclada en algún
principio marxista, dice tonterías sobre la lucha de clases, sobre el
contraste entre capital y trabajo, y sin embargo ha amputado la raíz del
problema en su razonamiento: el papel dominante e imperialista del
capital financiero.

Al cuestionar el mito de la extinción del Estado y su absorción en la
sociedad civil, el pensamiento socialista ha dado un salto de madurez.
Internacionalismo no significa falta de reconocimiento de las
peculiaridades e identidades nacionales, que seguirán existiendo incluso
con el socialismo. Ya en la posguerra se había iniciado una reflexión
sobre el papel del Estado. Togliatti se basará en esta reflexión para
una teoría del Estado,adecuado a las características italianas.

Hay que subrayar que precisamente las aparentes fragilidades del
pensamiento de Marx y Engels, la de la teoría de la crisis final del
capitalismo y la de la teoría de la extinción del Estado, en lugar de
marcar una crisis del marxismo, han relanzado , en este nuevo milenio,
el conjunto de otras tesis enunciadas por Marx, que  encuentran plena
confirmación en las contradicciones del mundo contemporáneo.

Sobre estas cuestiones, teóricas y prácticas, una gran lección sobre la
madurez del pensamiento marxista viene de China. La tesis de que el
capitalismo se ha restablecido en China es superficial e infundada.

Hay un hecho que no se puede ignorar: después de la  disolución de la
URSS y del campo socialista europeo, a China ya no le era posible
aislarse del mercado mundial si no quería condenarse al atraso y a la
impotencia bajo pena de renuncia tanto a la modernidad como al socialismo.

A partir de estos datos debemos partir de un análisis correcto de lo que
es China hoy. No hay duda que en el país se ha formado una sólida clase
media y formas de acumulación de capital sin precedentes. Pero esta
clase media no tiene la posibilidad de transformar su fuerza económica
en poder político. Está totalmente desposeído de este poder. La
dirección comunista china es consciente de esta situación.

Por un lado, lleva a cabo un extraordinario proceso de modernización del
país a través de nuevas formas de democratización y legitimación del
poder desde abajo (la dialéctica política en China está determinada por
todos estos factores), por otro lado, practica una política evitando que
el proceso de modernización implique la conquista del poder de la clase
media. La meritocracia confuciana es uno de los aspectos fundacionales
del desarrollo de la China moderna.

Todavía en 1981 había alrededor de 700 millones de pobres en China, hoy
Xi Jinping ha confirmado, con pruebas al canto,  que la pobreza ha sido
abolida.

Ya a principios de siglo, el entonces líder chino Wen Jabao había puesto
en marcha un programa para el desarrollo económico del país que incluía
entre sus propuestas la de una moneda «no vinculada individualmente a
ninguna nación». Una propuesta que, además de ser justa para todos los
Estados, protegía mejor las inversiones chinas. De hecho, China se
estaba transformando. Ya no era sólo la «fábrica del mundo», sino
también el banquero de los Estados Unidos con miles de millones de
dólares en sus cajas fuertes.

Estados Unidos ya no puede prescindir del capital chino. Nos enfrentamos
a la paradoja de que una gran economía exportadora todavía realiza sus
transacciones parcialmente (aunque cada vez menos) en dólares, mientras
la economía real estadounidense se ha debilitado. Y esta cifra es una
pesadilla para todos los presidentes que se suceden en la Casa Blanca.
Esta contradicción no ha impedido el rápido crecimiento de China y, a
pesar del altísimo precio pagado por el desarrollo de la economía en
términos medioambientales, el país ocupa el primer lugar del mundo en
políticas ecológicas.

Sería bueno reflexionar sobre la historia china antes de aventurarse en
cruzadas, de derechas o de izquierdas, encaminadas a explicar el retorno
al capitalismo en el país con el establecimiento de «zonas económicas
especiales». Mao, cinco años después de la conquista del poder por el
PCCh, destacó que en China no sólo se mantenía del capitalismo, sino que
todavía había señores feudales propietarios de esclavos en regiones del
Tíbet.  Trato de demostrar asi que el proceso de construcción de un
Estado socialista sería largo y muy complejo.

Y en el verano de 1955 reiteró: «En China todavía hay capitalistas, pero
el Estado está bajo la dirección del partido comunista». Con el «gran
salto adelante» y luego con «la revolución cultural», Mao creyó poder
afrontar esta complejidad con una incesante movilización de masas, con
la consigna de » hay que continuar  la revolución bajo la dictadura del
proletariado».

La llegada al gobierno del grupo de Deng Xiaoping rompió con esta
política evitando al mismo tiempo la deslegitimación de Mao, a
diferencia de lo que ocurrió en la URSS con Khrushchev. Así , China creó
una formidable NEP, que combina socialismo y mercado.

NEP es el acrónimo utilizado en Rusia para indicar la Nueva Política
Económica adoptada entre 1921-1928. El instigador de la NEP fue Bujarin
pero contó con el apoyo de Lenin. Esta política se caracterizó por la
introducción de reglas económicas mucho menos rígidas que las del
comunismo de guerra basadas en la colectivización forzada, especialmente
en la agricultura.

En esos años alrededor del 80% de la población rusa estaba compuesta por
campesinos, desde el simple mujik hasta el campesino medio y el
campesino rico. La producción agrícola era muy superior a la producción
industrial. Con la NEP se introdujeron medidas como el impuesto en
especie que permitía al agricultor comercializar libremente los
excedentes que producía. Se garantizó así una cierta mejora general en
la vida de grandes masas campesinas, pese a las críticas de la izquierda
bolchevique que consideraban la NEP un paso atrás en comparación con las
conquistas sociales del comunismo de guerra.

La idea de que, por un lado, son necesarias formas de libre mercado y,
por otro, es necesario implementar una economía que no sea simplemente
la nacionalización de todos los medios de producción para crear una
sociedad socialista, viene de lejos. Con el marxismo-leninismo de Stalin
prevalecieron durante una larga fase la colectivización forzada y la
nacionalización total de los medios de producción. Y cabe señalar que
este enfoque de Stalin  la retomó haciéndola suya de la izquierda
trotskista que la había teorizado unos años antes. Pero , que en ese
momento estaba derrotada, liquidada.

Deng Xiaoping tomó prestado el lema “hacerse rico” de Bujarin, a quien
había leído y estudiado. El socialismo no puede ser una nivelación de la
riqueza para satisfacer políticas de igualdad social. Entonces todos son
más pobres. El socialismo es una nivelación. El problema, por tanto, no
es luchar contra la riqueza, si quienes la poseen deben estar bajo
control político público, el socialismo chino es luchar contra la
pobreza y la miseria, para garantizar a todos un bienestar social digno
y un aumento de la calidad de vida.

En China, el poder estatal ha hecho un esfuerzo gigantesco para
garantizar, por un lado, la eficiencia económica, la organización
industrial y empresarial, así como el desarrollo de las nuevas
tecnologías, para satisfacer los derechos económicos y sociales de
grandes masas de chinos nunca antes garantizados. Se puso así en marcha
el proceso de emancipación de más grandes proporciones en la historia de
la humanidad. Ciertamente se puede decir que si Mao es el padre de la
revolución china, Deng Xiaoping es el fundador de la China contemporánea.

Un esfuerzo similar está teniendo lugar ahora en Rusia, acelerado por la
guerra y las sanciones occidentales. Sin transformar la economía rusa en
una economía de guerra, existe un compromiso extraordinario por parte
del poder estatal para transformar el país de una economía
predominantemente de extracción de materias primas a una economía
moderna, mediante la creación de un poderoso complejo industrial y de
altas tecnologías (no sólo militares). y la construcción de redes de
producción de bienes que antes eran importados.

Los datos económicos significativos son todos positivos: pleno empleo,
salarios que crecen más rápido que la inflación, extensión del
bienestar, fortalecimiento de la infraestructura, impresionante
crecimiento del PIB y una mejora significativa en la calidad de vida.

Todo esto fue posible porque a lo largo de los años Putin se combatió a
los oligarcas que obtuvieron enormes ganancias con las élites
financieras occidentales.

Se ha formado un sistema económico sometido a control público gracias al
papel central del Estado, un sistema capitalista monopolista que
recuerda en muchos aspectos la fase dorada de las socialdemocracias
escandinavas y en muchos aspectos el sistema económico italiano basado
en el entrelazamiento del capital privado. y público en el que la
política estaba constantemente comprometida en la mediación, debido a la
fuerte presencia del PCI.

La reelección de Putin como Presidente de Rusia, y sobre todo las formas
en que fue reelegido, hablan de la gran cohesión del pueblo ruso en
apoyo a la dirección del Kremlin. Unas elecciones de las que la
oposición pro occidental salió con los huesos rotos, alcanzando sólo el
4 por ciento de los votos electorales. Por tanto, las elecciones
confirmaron la solidez del poder político ruso, a pesar de la guerra en
curso. Un fuerte factor de estabilidad interna que fortalece la política
internacional de Rusia, líder de los BRICS y de la batalla por un nuevo
orden mundial.

La experiencia rusa y especialmente la china son una gran lección para
los marxistas. En Occidente, los neoliberales han puesto a Marx (y
también a Keynes) en el ático, como peligroso oponente del
turbocapitalismo financiero; poner en práctica su pensamiento significa
hacer ineludible esta relación: un camino revolucionario y la necesidad
de atribuir centralidad al papel del Estado. Cuando el PCCh enuncia
«socialismo con características chinas» recuerda el «camino italiano
hacia el socialismo» del PCI.

Para iniciar una discusión sobre qué hacer para reconstruir un sujeto
político revolucionario capaz de enfrentar los desafíos del siglo XXI,
no podemos ignorar la lección teórica y práctica marxista que nos llega
hoy desde el Este, en comparación con un marxismo occidental muy
empapelado o mal interpretado. Un falso marxismo, en una palabra,
agonizante.

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2024/04/20/orden-multipolar-unipolaridad-y-dominacion-del-capital-financiero/
20/4/2024