domingo, 28 de maio de 2023

La izquierda en el Club Valdai de Moscú: «Por una izquierda global *** antiimperialista»

 






ALAN FREEMAN Y RADHIKA DESAI, ACADÉMICOS CANADIENSES

*/El siguiente documento fue presentado en la reciente reunión del Club
Valdai, el principal «think tank» de Rusia. Creado por la élite política
del país euroasiático su influencia puede llegar a determinar las líneas
estratégicas del gobierno de Putin. El Club Valdai es el equivalente
ruso del Foro de Davos en Occidente y aunque originalmente estuvo
dirigido por una suerte de pensamiento centro-liberal , desde la guerra
en Ucrania ha dado tribuna a personalidades de la izquierda de
diferentes lugares del mundo… /*

Introducción

El capital está organizado globalmente, la clase trabajadora *no*.
Mientras las potencias de la OTAN, lideradas por Estados Unidos
intensifican el conflicto ucraniano hasta convertirlo en una nueva
guerra mundial. Este desequilibrio catastrófico a favor del capital se
ha vuelto intolerable. Este documento presenta los argumentos a favor de
una izquierda antiimperialista global, que represente a la gente
corriente comprometida con un orden mundial multipolar justo y pacífico.
Esto servirá tanto a los intereses nacionales de cada país como al
interés general de la humanidad.

Nos basamos en una evaluación histórica de la última organización de
este tipo, la Internacional Comunista o Comintern, fundada en 1919 y
disuelta en 1943, y también en sus dos predecesoras, la Internacional
Obrera o «Primera Internacional», fundada en 1864 y disuelta en 1872, y
la Segunda o «Internacional Socialista», fundada en 1889 y disuelta en 1914.

El Comintern, el tercer intento de una organización mundial única de la
clase obrera, fue tan hija de la histórica revolución de 1917 como de la
Unión Soviética. Muchos rusos, incluido el presidente Vladimir Putin,
han recapacitado sobre el grave error de haber disuelto la URSS; hoy
también es hora de reevaluar la decisión de abandonar el proyecto de una
organización internacional de los trabajadores.

Nuestro posición es controvertida porque en Occidente los partidos que
se identifican con «la izquierda», encabezados por el Partido Demócrata
de Estados Unidos, que dice ser de izquierda, apoyan casi unánimemente
la guerra por poder dirigida por Estados Unidos contra Rusia. La
confusión aumenta porque muchos gobiernos de derechas, como India,
Arabia Saudí y Turquía, se oponen activamente a las sanciones, promueven
relaciones comerciales alternativas a las impuestas por Estados Unidos e
insisten en que se tengan debidamente en cuenta las legítimas
preocupaciones de Rusia en materia de seguridad.

Esto ha llevado a muchos en el sector nacionalista ruso a concluir que
los intereses de su país requieren alianzas con partidos de la derecha
occidental – en particular con el sector trumpista del Partido
Republicano.  Al contrario, los llamados partidos «de izquierdas»
occidentales justifican su apoyo a la guerra de la OTAN como necesario
para derrotar a las fuerzas de derechas, entre las que incluyen al
actual Gobierno ruso.

*¿Qué es exactamente la Izquierda?*

Ni la evidencia ni la lógica apoyan ninguno de estos puntos de vista. La
fuente de la confusión es una falsa concepción de lo que
constitucionalmente es la «izquierda».

El nazismo, fuerza de ultraderecha, fue el enemigo jurado del pueblo
ruso; mató a más de veinte millones de ciudadanos soviéticos en la Gran
Guerra Patria. Además, como reconocen los propios dirigentes rusos, en
la actualidad el neofascismo ucraniano es el principal sostén del
régimen de Kiev, con tropas de choque como el batallón Azov, que están
bajo la dirección de la OTAN. Por tanto no tiene ningún sentido la idea
de algunos en la derecha que dicen oponerse al fascismo, cuando en
realidad la derecha tienen los mismo intereses económicos de los
patrocinadores del neofascismo.

Pero la posición de la «izquierda» occidental carece igualmente de
sentido. Según los autores pro-estadounidenses Kelly y Laycock (2015),
Estados Unidos «ha invadido» casi la mitad de los países y se ha
involucrado militarmente con diferentes grados de injerencia en el resto
de naciones del mundo (con las solas excepciones de Andorra, Bután y
Liechtenstein») La idea que constituyen una fuerza para la paz y la
justicia, o que la izquierda puede beneficiarse de una victoria de los
que han sido el principal enemigo de los pueblos, en todas las batallas
modernas – desde Vietnam hasta Venezuela – desafía la razón más elemental.

¿Qué es, en realidad, la izquierda? Históricamente, surgió de la
Revolución Francesa, durante la cual se formaron partidos y movimientos
sociales definidos por las clases cuyos intereses representaban. En
respuesta a la derecha, que defendía a las clases propietarias, la
izquierda creó partidos populares. En cambio, hoy los partidos de
izquierda en Occidente son partidos de Estado capitalista. Ya no tiene
sentido llamarlos de izquierda.

*¿Qué fue el comunismo?*

Los autores de la propaganda antirrusa y antichina presentan el
comunismo y el fascismo como dos caras de la misma moneda. Cuando se les
cuestiona, recurren al argumento que el comunismo moderno, en particular
el de la URSS, sustituyó el ideal original por algún tipo de distorsión
monstruosa. Es necesaria una revisión justa de los logros y fracasos de
la izquierda, pero no es correcto empezar con esa caricatura de sus
enemigos jurados. Tras examinar las ideas de sus fundadores, deberíamos
considerar la evolución histórica de los movimientos que surgieron de ella.

La primera cuestión es el significado de la palabra «comunista».
Utilizada por primera vez por Marx y Engels, fue más tarde adoptada por
el Comintern y hoy siguen llamándose comunistas los partidos gobernantes
en China, Cuba y Vietnam. Este término vilipendiado en Occidente es
visto con recelo y desconfianza incluso en Rusia, el primer Estado del
mundo dirigido por los comunistas.

Para algunos este es el talón de Aquiles tanto de Rusia como de la
auténtica izquierda. Veamos:  la narrativa occidental del cambio de
régimen se centra en la afirmación de que Rusia no tiene una herencia
moderna legítima. No estamos de acuerdo. Cualquier nación que quiera
tener futuro debe reconciliarse con su pasado. Por tanto, deberíamos
volver al verdadero origen del término : el Manifiesto del Partido
Comunista.

En primer lugar, el comunismo del Manifiesto no expresaba un radicalismo
económico extremo. Marx y Engels no intentaban introducir inmediatamente
un ideal socialista, y el programa económico del Manifiesto tiene un
carácter limitado, casi keynesiano. Lo que realmente lo distingue es su
enfoque del poder:

/El primer paso en el camino hacia la revolución obrera es que el
proletariado se erija en clase dominante para ganar la batalla por la
democracia… El proletariado utilizará su poder político para arrebatar
poco a poco todo el capital a la burguesía, para centralizar todos los
instrumentos de producción a manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante; y para multiplicar cuanto
antes las fuerzas productivas. (Marx y Engels 1848:26.) /

El punto clave es negarse a aceptar que los propietarios tengan derecho
a decir a los trabajadores lo que pueden y no pueden hacer.
Históricamente, la izquierda genuina fue (Rudé 1994) el ala del
movimiento democrático que estaba de acuerdo con el Manifiesto: /«la
burguesía ya no es capaz de ser la clase dominante en la sociedad, y de
imponer a la sociedad las condiciones de vida de su clase como ley
reguladora»./ Por tanto, era ante todo un movimiento dedicado a cambiar
el Estado.

*¿Qué significa cambiar de Estado?*

Los partidos de izquierda eran partidos revolucionarios. De ahí gran
parte de la denigración de la que son objeto. Sin embargo, la mayoría de
los países modernos, incluido el propio Estados Unidos, fueron creados
por grandes revoluciones. El derecho a la revolución forma parte de la
Constitución estadounidense. Si dejamos a un lado la retórica, el
partido revolucionario es el que, cuando el Estado aumenta las penurias
de las masas, organiza al pueblo para sustituir ese Estado por otro
diferente.

Muchos procesos revolucionarios son violentos, pero esto no se debe al
radicalismo de la revolución, sino a la ferocidad de la reacción. El
problema no es el uso de métodos agresivos o dictatoriales. El verdadero
problema es que los partidos de la «izquierda» occidental aceptan los
estados de sus países tal como son. Como estos estados están dominados
por los capitalistas, estos partidos se han convertido en intermediarios
cuya función es imponer las exigencias de los capitalistas. Esta
negación a los principios ha transformado a los partidos de izquierda de
defensores del pueblo en sus policías.

*Cómo la izquierda se ha convertido en su opuesto*

¿Qué convirtió a los partidos de izquierda en su opuesto? La respuesta
está en la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa. Los partidos
«socialistas» de Europa se formaron específicamente (Braunthal 1967) en
oposición a esta revolución. En resumen, nacieron de un compromiso de
clase cuyo pacto original era dejar intacto el Estado existente,
reduciendo los objetivos de la clase trabajadora a lo que se podía
conseguir a través de ese Estado, de esta manera la izquierda
socialdemócrata limitó su programa a aquellas reformas aceptables para
la clase dominante: los propietarios. Pero la misión histórica de la
izquierda hasta 1914 fue combatir por los intereses de los trabajadores,
independientemente de si estos eran aceptables para la clase de los
propietarios.

El verdadero origen de este cambio fue el «momento de 1914» (Freeman
2022), cuando la socialdemocracia optó por apoyar los presupuesto de
guerra de sus propias clases capitalistas, decidiendo así que era mejor
masacrar a sus hermanas y hermanos de clase en el extranjero en vez de
luchar contra capitalistas en casa. Con este acto, eligieron apoyar a su
Estado en lugar de a su clase.

Las cuestiones de la revolución y el comunismo convergen de la siguiente
manera: es imposible abolir el derecho absoluto de los capitalistas a
ejercer su dominación  sobre  los trabajadores sin la creación de nuevo
Estado. Los comunistas del Manifiesto, y el Comintern, pretendían
establecer ese nuevo  Estado, un Estado cuya primera forma (Weydemeyer
1852) describió Marx como la «dictadura del proletariado».
Contrariamente a la propaganda occidental, esto no significaba abusos
del poder, sino su uso moralmente legítimo para desarticular los
despotismos de los propietarios que coartan los derechos del pueblo.

El comunismo se identificó, como resultado de las exigencias impuestas
al naciente Estado soviético por la guerra civil y el subsiguiente
bloqueo económico, con un modelo de Planificación Central en el que los
empresarios capitalistas tenían poco o ningún lugar. Pero el Manifiesto
claramente no prescribía la abolición inmediata de la propiedad
capitalista, sino su subordinación al poder de la clase obrera:

Naturalmente, esto sólo puede hacerse, al principio, a través de
intervenciones en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas
de producción, es decir, mediante medidas que parecen insuficientes e
insustanciales desde el punto de vista de la economía; pero que, en el
curso del movimiento, rebasan sus límites y son inevitables como medios
para la conmoción de todo el sistema de producción.

La «izquierda» occidental, por el contrario, ha llegado a concebir el
socialismo como la aplicación de reformas que mantienen intactos los
derechos de los propietarios. Este es el origen de la idea engañosa de
que el socialismo significa redistribuir la riqueza, en lugar de ejercer
poder sobre ella.

Esta no es toda la historia. El carácter de cualquier Estado viene
determinado por la fuente de ingresos de sus clases dominantes, que en
Occidente significa capital imperialista. Sus ingresos proceden no sólo
del trabajo de sus trabajadores, sino del de las otras cuatro quintas
partes del mundo. Por lo tanto, los partidos de la «izquierda»
occidental han firmado un pacto fáustico que se encuentra en el corazón
de su militarismo, su racismo y su actual hostilidad hacia Rusia. Se han
comprometido a dejar intacto su derecho a explotar el mundo entero a
cambio de una parte del botín. Llamar a estos partidos «de izquierdas»
es una ofensa al lenguaje, a la razón y a la moral.

Sin embargo, si no son «de izquierdas», ¿qué son? Se entienden mejor
como partidos del liberalismo de clase media, utilizando correctamente
el término «liberal» para referirse al proyecto político de los partidos
capitalistas anti-aristocráticos de las revoluciones francesa y
estadounidense. Como explica Losurdo (2011), la «libertad» para estos
partidos significaba la libertad ilimitada de poseer y utilizar la
propiedad privada. La única cuestión que divide al liberalismo de
«izquierdas» del neoliberalismo de derechas es cómo debe utilizarse esta
libertad, y no, como en el caso de la verdadera izquierda, si debe
concederse en absoluto.

Cuando hablamos de «izquierda» nos referimos, pues, a los partidos y
movimientos que pretendían o pretendían representar las necesidades
independientes de las clases sin propiedad. No se trata de un proyecto
anticuado. Con el mundo entrando en un periodo de cambios tumultuosos,
la necesidad de una Izquierda mundial de masas, creemos, volverá a pasar
a primer plano. Esto requiere un debate estratégico sobre el tipo de
partidos, y las relaciones entre ellos, que se necesitan.

Presentamos nuestro caso en términos militares, históricos,
geopolíticos, de clase y económicos; por encima de todo, sin embargo,
este caso es humano. Cientos de millones de personas han dado su vida
por las causas que hemos esbozado. Si no se pone fin a las actividades
militares-coloniales del Occidente colectivo, es trágicamente posible
que perezcan millones más. Esto puede evitarse; por eso presentamos este
documento.

*La cuestión militar*

No nos disculpamos por dar prioridad al caso militar. Esto no significa
un desprecio filisteo por las diferencias entre puntos de vista
económicos y filosóficos, ni una exaltación de la violencia; simplemente
significa que tales diferencias se resuelven en última instancia en la
lucha. Después de todo, la guerra es, históricamente, la prueba más dura
de la capacidad analítica. La URSS no derrotó a la Alemania nazi
simplemente porque luchara mejor (aunque lo hizo) o porque fuera más
heroica (aunque lo fue) o porque tuviera un aparato militar
industrialmente superior (aunque lo tenía), sino porque estaba impulsada
por una comprensión de lo que la guerra requiere, no sólo militarmente
sino también económica, social e ideológicamente, que, a pesar de todas
sus debilidades, era superior. Cada guerra moderna pone a prueba
urgentemente la comprensión de «cómo se puede derrotar a la reacción».

El hecho fundamental de la peligrosa nueva fase actual del imperialismo
es que Occidente sólo abandonará la guerra si no le queda otra opción,
ya sea por su propio pueblo o por sus adversarios internacionales.
Cualquier idea de un orden mundial «pacífico» mientras exista la OTAN
sólo dejará la puerta abierta al conflicto, posiblemente nuclear.

Rusia se encuentra hoy en la primera línea de este conflicto. Nunca
pidió estar ahí. Pero aún no vivimos en un mundo que nos permita elegir
nuestro propio destino. La idea de que los oprimidos por las potencias
de la OTAN puedan triunfar tras una derrota rusa es una utopía. Por lo
tanto, es necesaria una alianza mundial para minimizar el riesgo de tal
desenlace: de hecho, la forma de la guerra ya está definida por las
alianzas emergentes que cataliza. Sin embargo, dicha alianza no puede
estar compuesta únicamente por gobiernos nacionales: debe contar con el
apoyo de sus pueblos. Por eso sostenemos que una mera alianza de
gobiernos es insuficiente.

Las guerras las ganan los ejércitos; y los ejércitos vienen del pueblo.
La derrota de Hitler fue asegurada por quienes decidieron que era mejor
morir luchando que vivir bajo el fascismo. En Corea, Vietnam y
Afganistán, Estados Unidos fue derrotado por pueblos que, a pesar de su
inferioridad técnica en armamento, estaban más decididos a luchar que
los pueblos a los que combatían.

Los países oprimidos por el imperialismo dirigido por la OTAN necesitan
una visión por la que sus pueblos crean que merece la pena luchar. Esto
no es un cliché liberal: es una condición para la victoria militar.
Todos los expertos militares coinciden en que la capacidad de lucha de
un ejército depende de su moral; ésta, a su vez, depende de su voluntad
de vencer. En resumen, si un país espera que su pueblo muera por él,
debe ofrecer un futuro por el que merezca la pena vivir. Este es el
terreno de la izquierda. Busca soluciones que beneficien a los que no
tienen, defendiendolos a todos contra los que tienen, sobre la base de
los derechos humanos universales.

La derecha, por el contrario, deja intacta la propiedad y separa a los
desposeídos en pueblos «superiores» e «inferiores». Estos pueden ser
arios y judíos, cristianos e hindúes y musulmanes, caucásicos e
hispanos, israelíes y palestinos, negros y blancos, hombres y mujeres –
o europeos y rusos. Este proyecto se opone al de las tres
Internacionales Obreras. Es imposible unir a ningún pueblo que viva en
el mismo territorio declarando que un grupo tiene más derechos que otro.
Si la tragedia de Ucrania no demuestra otra cosa, demuestra este hecho.
Por lo tanto, sólo un movimiento de Izquierda puede conducir al mundo
hacia la derrota final y necesaria de los arquitectos de la Tercera
Guerra Mundial.

La cuestión histórica

Marx y Engels hicieron su famoso llamamiento al final del Manifiesto
Comunista: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Marx (1864) lo
repitió en su discurso inaugural de la Primera Internacional.3 Desde su
formación en 1864 hasta su desintegración en 1872 le dedicó una enorme
atención:

Como miembro del Consejo General de la organización y secretario
correspondiente de Alemania, Marx asistió desde entonces con regularidad
a sus reuniones, que a veces se celebraban varias veces por semana.
Durante varios años hizo gala de un tacto diplomático poco común para
conciliar las diferencias entre diversos partidos, facciones y
tendencias. La Internacional creció en prestigio y en número de
miembros, que alcanzó quizás los 800.000 en 1869.

Su discurso contenía la siguiente observación profética:

*/Si la emancipación de las clases trabajadoras requiere su concurso
fraternal, ¿cómo podrán cumplir esa gran misión con una política
exterior que persigue designios criminales, jugando con los prejuicios
nacionales y dilapidando en guerras piráticas la sangre y el tesoro de
los pueblos?… [Tales conflictos] han enseñado a las clases trabajadoras
el deber de dominar por sí mismas los misterios de la política
internacional; de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos
gobiernos; de oponerse a ellos, si es necesario, con todos los medios a
su alcance; cuando no puedan impedirlos, de unirse en denuncias
simultáneas y vindicar las simples leyes o la moral y la justicia, que
deben regir las relaciones de los particulares, como las reglas
fundamentales de las relaciones entre las naciones. La lucha por una
política exterior semejante forma parte de la lucha general por la
emancipación de las clases trabajadoras. /*

La Segunda Internacional, fundada en 1889 y sucesora de la Internacional
Obrera, fue el origen de los partidos socialistas de masas europeos. Se
desintegró durante la Gran Guerra y fue reformada en 1923 en alianza con
los anticomunistas . La Tercera Internacional nació como una
organización de abierta oposición al imperialismo y comprometido con la
recién creada República Soviética.

Así pues, el proyecto de una organización comunista mundial no solo fue
la continuación del proyecto de Marx, Engels , y los primeros
comunistas, sino también un producto de la dolorosa experiencia de la
Segunda Internacional y una forma de respaldar al naciente el poder
soviético. A pesar de todos los defectos inherentes de cualquier
experimento de reconfiguración global, el lugar que ocupa hoy Rusia en
el mundo es producto de esa empresa histórica impulsada por los comunistas.

El proyecto de una izquierda mundial no es, pues, la vana fantasía de
una camarilla de intelectuales desvinculados; es un gran proyecto
histórico. Por tanto, es oportuno, paralelamente al reexamen de la URSS,
reconsiderar el ideal de una o más organizaciones mundiales de masas,
dedicadas a los intereses de clase de los desposeídos del mundo y que
incluyan en este compromiso los intereses de sus naciones oprimidas.

La cuestión de la economía geopolítica.

Como líder autoproclamado del mundo capitalista, Estados Unidos también
dirige sus guerras imperiales. En la actualidad, pueden identificarse al
menos cinco de ellas: la guerra por poderes contra Rusia, la ofensiva
económico-militar contra China, la lucha por el control del petróleo de
Oriente Medio, las intervenciones basadas en la Doctrina Monroe en
América Latina y las sangrientas guerras por los recursos en África. En
conjunto, constituyen un conflicto militar y económico global que tiene
dos frentes: el mundo imperialista, cuya composición ha permanecido
prácticamente inalterada desde 1914, y prácticamente el resto del mundo
como antagonista.

Ésta es una guerra mundial en todo menos en el nombre. Y no es menos
costosa en términos de sufrimiento humano que las dos anteriores, si
incluimos a las víctimas del hambre, la desposesión, la enfermedad y el
abandono resultantes de los estragos causados por las políticas
neoliberales, las aventuras militares o las sanciones coercitivas,
punitivas e ilegales, y las dictaduras y masacres impuestas por
Occidente. El imperialismo ha matado muchas veces más que las dos
últimas juntas guerras mundiales.

Sin embargo, difiere de sus predecesoras en aspectos que todo el mundo
debe esforzarse por comprender. El principal problema es la relación
entre los aspectos militares y económicos de esta guerra.

El propósito de Occidente desde el descubrimiento de América en 1492 ha
sido controlar los recursos y la fuerza de trabajo del resto del mundo,
es decir, preservar los privilegios históricos derivados en última
instancia del robo. Sin embargo, la independencia, el desarrollo
político y económico de sus presas le ha obligado a tratar de imponer su
voluntad con una combinación híbrida de medidas militares, políticas y
económicas, bloqueando el desarrollo de las naciones del Tercer Mundo
para que se limiten a ser proveedores de bienes primarios y mano de obra
barata, mientras se les roban recursos para alimentar a sus ricos y
pacificar a sus pobres. Esto tiene un resultado insidioso: se enmascaran
las causas de la miseria del Tercer Mundo. Occidente la atribuye a
causas «naturales» o culpa a las víctimas.

Aun así, esto ya no es suficiente para evitar el declive de Occidente.
Por ello, ahora recurre a acciones militares cada vez más agresivas,
hasta el punto que, como ha señalado Serguéi Lavrov, está al borde de
una guerra abierta contra Rusia, y muy posiblemente contra China. ¿Por
qué? Porque el fracaso de su propia economía no le deja otra opción que
intentar arrastrar al resto del mundo con ella.

Su método para lograrlo se ha limitado hasta ahora, en virtud de su
propia debilidad, a infligir daños, con la intención de hacer imposibles
aquellos desafíos que sus propios fracasos económicos hacen inevitables.
Capaz únicamente de destruir, devasta pueblos enteros y pasa a cuchillo
a un país tras otro: basta pensar en Irak, Libia y Afganistán. Incluso
esto palidecería si lograra sus actuales objetivos militares, que van
mucho más allá de Ucrania, hasta la destrucción de Rusia como nación y
una masacre que equivale a un genocidio contra los pueblos de habla rusa
del mundo.

Ahora se encuentra en el final del juego. El realineamiento del Sur
Global en respuesta a las sanciones está liberando la lógica implacable
de un sistema de seguridad sin OTAN, un orden multipolar y un sistema
comercial sin dólares.

Una victoria militar completa por cualquiera de las partes es imposible;
el único resultado de cualquier intento de cambiar esta ecuación es la
aniquilación nuclear. Sin embargo, Occidente responde a todos sus
problemas internos con agresiones externas. El mundo sólo podrá resolver
pacíficamente los conflictos económicos subyacentes cuando Occidente se
vea obligado a abandonar, de una vez por todas, la idea de que pueden
resolverse por la fuerza.

Por lo tanto, un nuevo modo de vida no puede lograrse ni exclusivamente
por motivos económicos ni exclusivamente por motivos militares. Las
alianzas necesarias para poner fin a la Tercera Guerra Mundial deben
tener como objetivo tanto la liberación de la guerra como la liberación
de la miseria. Ambas reivindicaciones deben estar dirigidas por la
izquierda, con su programa histórico de «paz, tierra y pan».

Este movimiento debe combatir las las circunstancias que empujan a los
occidentales a sus aventuras. Todas las agresiones han surgido de los
países centrales del capital. No hay concesión que el Tercer Mundo pueda
hacer para rectificar este hecho fundamental del actual orden mundial.
Un futuro pacífico y justo exige una profunda reorganización de los
fundamentos económicos de las sociedades de Occidente, un orden basados
actualmente en la búsqueda cada vez menos productiva del beneficio y la
renta imperial, a costa de los derechos de sus pueblos. Este también es
el programa histórico de la izquierda.

La cuestión de la clase

La Comintern no se fundó porque la recién formada Unión Soviética lo
encontrara conveniente, sino porque los partidos de la II Internacional
habían votado en 1914 a favor de apoyar a sus gobiernos en una guerra
fratricida. Esto obligó a los revolucionarios considerar la relación
entre la retórica y la acción real de los socialdemócrata :

«*/Los partidos de países cuya burguesía posee colonias y oprime otras
naciones necesitan tener una posición/* */explícita y clara sobre la
cuestión de las colonias y los pueblos oprimidos. /* */Todo partido que
desee ingresar en la Internacional Comunista está obligado a
desenmascarar los trucos y engaños de «sus» imperialistas en las
colonias, apoyar no sólo con palabras sino con hechos todo movimiento de
liberación en las colonias, y exigir que sus propios imperialistas sean
expulsados de esas colonias, juntoo con educar a los trabajadores de su
propio país una auténtica fraternidad hacia los trabajadores de las
colonias y los pueblos oprimidos, agitando sistemáticamente entre las
tropas de su propio País la NO colaboración en la opresión de los
pueblos coloniales…/*«

Esta declaración de la Comintern nunca fue abandonada ni formó parte de
sus numerosas controversias. Dado que estas controversias aún se
recuerdan hoy en día, este hecho es muy significativo. Al contrario, sus
principios y compromisos se fortalecieron con el paso del tiempo,
particularmente en la conferencia de 1921 que adoptó las «Tesis sobre la
Cuestión Oriental» que M. N. Roy, recuerda en el siguiente pasaje:

«*/Al transformar a los campesinos y artesanos de los países sometidos
en un proletariado agrícola e industrial, el imperialismo ha dado
nacimiento a otra fuerza destinada a contribuir a su destrucción. Siendo
así, el derrocamiento del orden capitalista en Europa, que se basa en
gran medida en su extensión imperial, será logrado no sólo por el
proletariado avanzado de Europa, sino con la cooperación consciente de
los trabajadores agricolas y otros elementos revolucionarios de esos
países coloniales y sometidos/«.*

El hecho de que la Comintern añadiera la liberación colonial a las
reivindicaciones del movimiento obrero, ¿alteró los ideales de los
fundadores, como afirman los críticos, que ven la lucha antiimperialista
sin relación o incluso opuesta a la lucha de clases? No lo creemos:
lejos de negar la unidad de la clase obrera mundial, el Comintern la
amplió. Reconoció que las clases trabajadoras (que en la era de la
expropiación masiva de los terratenientes podemos llamar más exactamente
las clases sin propiedad) ahora incluían un enorme «proletariado
agrícola e industrial» que el imperialismo «hizo nacer».

Por lo tanto, estas declaraciones no contradicen a la Primera
Internacional. Encarnan el principio de Marx que /*«ninguna nación que
esclavice a otra podrá jamás ser libre». /*En el contexto de la guerra
fratricida de 191*/4 este concreta el punto de vista del Manifiesto:
«los comunistas no tienen intereses especiales propios, excepto
representar el interés general esde todos los trabajadores», .*/

Los trabajadores, afirmaba el Comintern, sólo podrían actuar a escala
mundial si la clase obrera de los países imperialistas se ponían del
lado del ejército proletario, mucho más numeroso, de las colonias. El
Comintern, era una alianza explícitamente antiimperialista, que seguía
siendo una alianza de izquierda porque, al igual que sus predecesoras,
quería representar a escala mundial los intereses de los sin propiedad
frente a los de los propietarios.

La economía del imperialismo

Roy proporcionó al Comintern un análisis sorprendentemente «moderno» del
imperialismo que añade otra dimensión crucial: la experiencia práctica
de los pueblos del mundo colonial.

/«*Como resultado de la guerra, el mundo se encuentra ahora dividido en
dos grandes imperios coloniales, pertenecientes a dos poderosos estados
capitalistas. Los Estados Unidos de América se esfuerzan por asumir el
derecho supremo y exclusivo de explotar y gobernar todo el Nuevo Mundo,
mientras que Gran Bretaña ha anexionado a su imperio prácticamente a
todos los continentes de Asia y África … sin embargo el control de las
finanzas mundiales, que durante un siglo fue monopolio de los
capitalistas británicos, se ha transferido en gran medida a manos de los
capitalistas estadounidenses, que no puede considerarse que hayan
alcanzado aún el período de decadencia y desintegración …»*/

*/«El desarrollo económico e industrial de los países ricos y densamente
poblados del Este darán un nuevo vigor al capital occidental. Existen
grandes posibilidades en estos países que proporcionan mano de obra
barata y nuevos mercados no se agotarán en breve. Por lo tanto, la
destrucción del derecho monopolístico del vasto imperio colonial
occidental en oriente será un factor vital para el derrocamiento final y
victorioso del orden capitalista en Europa»./*

Las tesis de Roy no pueden etiquetarse fácilmente como las opiniones de
una sola inteligencia. Representaban una opinión común entre los
revolucionarios de los países colonizados. Otros documentos, como los
del Congreso de los Trabajadores del Este [ Moscú 1921], atestiguan que
la lucha anticolonial no se limitó a integrar, sino que definió
esencialmente la política del Comintern. Lo cierto es que las tesis de
Roy fueron adoptadas y forman parte ineludible de la identidad histórica
del Comintern.

El punto crucial es que el Comintern identificó el imperialismo como un
fenómeno económico. Roy explica lo que hace ricos de los países
imperialistas, a saber, su supuesto «derecho monopolístico de explotación».

*«*/*El imperialismo capitalista alcanzó su apogeo en 1914, tras lo cual
inició su largo declive en virtud de las rivalidades interimperialistas
que desembocaron en guerras mundiales, revoluciones comunistas e
independencias nacionales en las antiguas colonias con una gran
«revuelta contra Occidente». A Estados Unidos le tocó liderar el mundo
imperialista en este periodo. Incapaces de recrear el imperialismo
formal del pasado, los dirigentes estadounidenses han tratado de
presentar su imperio económico como una fuerza que **/ha extirpado los
viejos imperios de Gran Bretaña, España, Portugal, Francia y
Holanda»/**.**Sin embargo el imperialismo estadounidense igualmente ha
esclaviza cruelmente a su **víctimas como los viejos imperios , muchas
veces utilizando a sus bancos si fueran */*/ejércitos y otras tanto manu
militari «./*

Al negar el papel histórico a los pueblos que lograron la liberación con
las armas en la mano, mientras Estados Unidos se apoderaba de esos
«viejos imperios» (un ejemplo es Filipinas) el imperialismo
norteamericano ha perfeccionado el sistema de explotación de los
vencidos en una forma moderna y específicamente capitalista: igual que
los trabajadores asalariados, que son formalmente libres pero
económicamente esclavizados.

Esta narrativa del capitalismo en los siglos XX y XXI ha dado lugar a
dos visiones distintas del imperialismo. La tradición del Comintern, que
persiste, sostiene que el imperialismo es un medio para explotar a los
pobres de las naciones subordinadas, algo a lo que Occidente sigue
aspirando, aunque tiene en contra una creciente resistencia, con el
desarrollo, de los llamados Segundo y Tercer Mundos.

Por otra parte, en las guerras subsiguientes, militares e híbridas, EE
UU intentó confinar la visión del imperialismo al colonialismo formal al
estilo del siglo XIX, en el que EEUU desempeñó, en el mejor de los
casos, un papel marginal. Según esta perspectiva, el imperialismo se
distingue por la ocupación de territorios. Pero, puesto que Occidente no
puede, en ningún caso, continuar con el imperialismo formal, sus
acciones militares se limitan a provocaciones y guerras por poderes. A
partir de esta interesada y abstrusa visión ahora hay quienes en la
«izquierda» acusan de imperialismo a los países que intentan defenderse
del imperialismo.

Por eso tantos intelectuales occidentales de «izquierdas» que
interpretan el imperialismo en el sentido liberal estadounidense acusan
a Rusia de imperialismo. Para ellos no importa que los ciudadanos del
Donbass hayan sido bombardeados día y noche durante ocho años, o que el
gobierno ucraniano y sus fascistas de Azov asesinen sistemáticamente a
los ciudadanos del Donbass

Para estos intelectuales y políticos , los residentes históricos de las
regiones de habla rusa están ocupando la propiedad nacional de Ucrania;
no tienen derecho a estar allí y deben ser sometidos a una limpieza
étnica. Sólo hay que rascar un poco la superficie de esta concepción
racista para descubrir el impulso genocida que mueve la agenda liberal.

Cualquier movimiento antiimperialista mundial debe basarse, por tanto,
en un concepto claro de lo que es el imperialismo: un sistema económico
mundial de explotación basado en diferencias y discriminaciones impuesto
por una quinta parte a las cuatro quintas partes restantes de la
humanidad . Esto tiene dos consecuencias.

En primer lugar, el antiimperialismo no puede limitarse a oponerse a las
acciones militares de las potencias de la OTAN. Debe oponerse a todo lo
que priva a los pueblos de las naciones no imperialistas, entre las que
incluimos a Rusia, de los frutos de su trabajo: debe oponerse a la
servidumbre por deudas, a condiciones comerciales manifiestamente
injustas, a las leyes restrictivas de la propiedad intelectual, a la
dictadura financiera, a la negación de la soberanía económica y a las
sanciones. El antiimperialismo empieza y termina con la defensa de los
derechos de las personas, no de los derechos de propiedad.

La «izquierda» imperialista niega el vínculo entre capitalismo e
imperialismo, alegando que Marx no lo definió (Desai 2020). Por lo
tanto, son libres de caracterizar la revolución rusa como una desviación
de Marx, y a sus líderes, en particular a Lenin, como una «aberración
autoritaria». Nada más lejos de la realidad, bastaría esta afirmación:
«Si los liberales no pueden comprender cómo una nación puede
enriquecerse a expensas de otra, no es de extrañar que esos mismos
señores se nieguen a comprender cómo dentro su clase, dentro de su
nación, se pueden enriquecerse a expensas de otros» (Marx 1848/1976, 4645).

En segundo lugar, no hay más imperialismo que el de las patrias
originales del capitalismo (en gran parte occidentales). Rusia no es una
potencia imperialista, y punto. Tampoco lo es China. Tampoco lo es
Sudáfrica, ni Turquía, ni la India, ni ningún supuesto sub imperialismo
«regional» de un país cuyas clases trabajadoras estén oprimidas entre
cinco y veinte veces más por los amos imperialistas que por el más
ambicioso y oligárquico de sus capitalistas autóctonos. Estos países,
por tanto, no tienen destino dentro del mundo imperialista; su futuro
está en un desarrollo independiente que se centre en servir a sus
pueblos. Este también deber ser el programa de la izquierda.

¿Qué tipo de Nueva Internacional se necesita?

La idea de una nueva organización internacional de la izquierda no es
una propuesta nostálgica. Con el mundo entrando en un periodo de cambios
tumultuosos, se hace cada vez más evidente lo necesaria que es. Su
realización requiere un debate estratégico sobre qué tipo de partidos y
qué relaciones entre ellos son necesarios. Cada una de las tres primeras
Internacionales se adaptó a circunstancias históricas distintas. ¿Qué
parámetros históricos influyen en una nueva Internacional? Podemos
identificar cinco:

  * Hasta ahora, las revoluciones socialistas no se han producido en las
    patrias imperiales del capitalismo, sino fuera de ellas; adoptando
    la compleja forma dual de una lucha antiimperialista combinada con
    una lucha anticapitalista.

  * Con la disolución de la URSS , Rusia en la práctica se auto-anuló al
    renunciar tanto a sus orígenes como a sus logros. Esta renuncia a su
    herencia comunista le ha llevado a dejar de lado medidas que tanto
    necesita para su desarrollo y su éxito militar: planificación,
    gestión del comercio y de los flujos de capital, regulación
    financiera, equidad social y propiedad estatal.
  *
  * Ha surgido un nuevo y poderoso Estado socialista, la República
    Popular China, junto con los socialismos de Cuba, Vietnam y Corea
    del Norte. Éstos están en deuda con la URSS, pero han seguido su
    propio camino. China es hoy el principal desafío económico al orden
    imperialista mundial. Con métodos genuinamente socialistas han
    eliminado la pobreza extrema, han ofrecido a la mayoría de sus
    ciudadanos un nivel de vida significativamente bueno y han trazado
    un sistema comercial alternativo cada vez más atractivo a la
    alternativa neoliberal que ofrece el imperialismo dirigido por
    Estados Unidos.
  *
  * La reacción neoliberal a la ralentización del crecimiento de la
    década de 1970 ha debilitado decisivamente las economías de
    Occidente, alimentando una vasta expansión de actividades
    financieras que exacerban aún más su debilidad productiva (Freeman-
    Desai). Este declive está en la raíz de la pérdida de control de
    Occidente y del surgimiento de un nuevo orden multipolar. Los países
    occidentales se encuentran inmersos en una espiral de declive
    económico, división social, estancamiento político y desintegración
    cultural.

Privado, uno a uno, de los resortes económicos que antes poseía, la
agresión es ahora el único recurso de que dispone Occidente. La batalla
por la paz -que significa obligar a Occidente a abandonar cualquier idea
de resolver sus problemas económicos por medios militares- se ha
convertido así en la tarea más urgente a la que se enfrenta la humanidad.

La reacción de Occidente ante estos hechos es catastrófica. El mundo
sólo podrá resolver pacíficamente los conflictos básicos cuando
[Occidente] se vea obligado a abandonar de una vez por todas sus
impulsos imperialistas. Esta es, en primer lugar, la tarea de cualquier
nueva asociación de los pueblos del mundo.

El imperialismo y la base de la unidad entre los pueblos

Desde la perspectiva del liberalismo estadounidense la visión de la
«izquierda» occidental no es más que una variante de su pensamiento,
cualquier país que defienda a su pueblo es imperialista. En una
fantástica inversión de la realidad, el empeño de la OTAN por cercar a
Rusia, derrocar su gobierno y destrozarla es una batalla por la
libertad, mientras que la defensa por parte de Rusia de las víctimas de
los fascistas ucranianos es un acto de agresión.

Esto se debe a una profunda incomprensión de la esencia económica del
imperialismo. Aunque la «izquierda» occidental está increíblemente
confundida al respecto, los principios teóricos son una parte
extraordinaria de su herencia marxista: toda riqueza se deriva del
trabajo y todos los sistemas de clases transfieren esta riqueza a
personas que no la produjeron. La riqueza de las naciones imperialistas,
que constituyen una quinta parte de la humanidad, es producida por el
trabajo de las cuatro quintas partes restantes.

El punto clave es que la división del mundo de la época colonial, entre
un pequeño grupo de naciones ricas y el resto, ha vuelto a imponerse en
los tiempos modernos, como han señalado el presidente Putin y otros
oradores del Club Valdai, esto se refleja en las estructuras militares
de Occidente: sólo un miembro de la OTAN, Turquía, pertenece al Sur.

El «Occidente colectivo», o como lo llamó la Comisión Brandt, el «Norte
Global», era, en el apogeo de la era neoliberal (1995), veinte veces más
rico, en términos de PIB, que el resto del mundo (con la excepción de
China) y diez veces más rico que Rusia (Freeman). El imperialista »
Norte Global» defiende un monopolio de productos de alta tecnología que
exporta a precios elevados al resto del mundo y actúa mediante la
hegemonía del dólar, utiliza el chantaje económico, la esclavitud de la
deuda, la intervención militar, las sanciones punitivas y el cambio de
régimen para obligar al Sur a venderle mano de obra barata y productos
primarios a precios exorbitantemente bajos.

Pero precisamente por eso el Club Imperialista es selectivo: no admite
nuevos miembros. Desde 1914 (Freeman) sólo se ha permitido la entrada de
Corea del Sur, y esto fue para evitar que Corea se uniera y se hiciera
socialista. Para comprender este punto, hay que entender que el
monopolio es la forma más elevada de competencia y no, como afirman los
economistas neoclásicos, una alternativa a la competencia. La historia
del imperialismo moderno consiste en mantener fuera a todos los rivales
posibles. Tras la Primera Guerra Mundial, los Aliados impusieron a
Alemania la punitiva Paz de Versalles, responsable en gran medida de la
Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, Japón y Alemania fueron
admitidos en el club sólo para evitar que se convirtieran en
socialistas, y a condición de que estuvieran controlados por EEUU.

Por lo tanto, por mucho que los capitalistas del Sur aspiren a
convertirse en imperialistas, no se les permitirá. Los europeos han
humillado a Turquía manteniéndola en la cuerda floja durante dos décadas
con la falsa promesa de unirse a Europa. Estados Unidos trabaja
constantemente para reducir a Rusia a un estatus subordinado y rompiendo
todos lazos económicos rusos con Europa, lo que les permite perpetuar su
dominio sobre Europa.

El reparto imperialista del mundo excluye por tanto, por decisión de sus
elites, a Rusia, Brasil, Turquía, India, Arabia Saudí, Sudáfrica,
Indonesia o cualquier potencia «emergente», por mucho que sus gobiernos
aspiren erróneamente a jugar algún papel en el sistema imperialista,
solo les queda el rol de títeres.

Por eso es la oposición al sistema imperialista mundial, y no las
supuestas aspiraciones de los países no imperialistas, es la base de la
unidad necesaria. Pero, dada la gran diversidad de sistemas sociales y
económicos de estos países, ¿es necesario plantearse otras «condiciones
de admisión? Este es uno de los elementos más radicales de nuestra
propuesta: que la oposición al imperialismo no implique la aprobación de
ninguna política interna concreta en las naciones oprimidas. Esta es una
cuestión que compete a los pueblos de esos países. La razón es que la
derrota mundial del imperialismo crea las mejores condiciones para la
victoria de los sin propiedad en todas las naciones, incluidas las
naciones oprimidas en las que el capital sigue dominando.

La verdadera elección que hay que hacer, sostenemos, es que tal
movimiento debe basarse en el rechazo de la política divisionista de la
derecha. Por eso proponemos un movimiento y, a largo plazo, una
organización antiimperialista de izquierdas. Sin embargo, la cuestión no
es del todo sencilla debido a la necesaria distinción, que hicimos al
principio, entre gobiernos y partidos o movimientos. Volveremos sobre
este punto en la conclusión.

¿Existe el antiimperialismo de derechas?

En la niebla de la guerra, las cosas se expresan engañosamente, y el
liderazgo político debe distinguir la apariencia de la esencia. Es
innegable que la «izquierda» occidental respalda la guerra por
delegación de la OTAN contra Rusia, y que la oposición parlamentaria a
esta guerra, en el Occidente colectivo, se expresa en corrientes de
derecha en la política interna como el trumpismo, Le Pen, AfD u Orban.

A este respecto, es esencial la separación entre las tareas de los
gobiernos y las de los movimientos o partidos de masas. Una nación
oprimida tiene todo el derecho a identificar y explotar cualquier fisura
en las filas de sus enemigos, incluso a establecer alianzas tácticas con
cualquier gobierno que se ponga de su lado contra tal o cual ofensiva
imperialista. Sin embargo, esto no es una cuestión estratégica y no debe
confundirse con la construcción de movimientos o partidos de masas eficaces.

Esto no quita que los partidos y movimientos de derechas no tengan
cabida en un movimiento antiimperialista, de hecho esto dividiría a los
trabajadores: pero la función de la izquierda es, y siempre ha sido,
unir a los trabajadores. Los principios de cualquier alianza popular
genuina deben incluir el rechazo explícito de cualquier intento de
explotar las divisiones entre los trabajadores. Este es el concepto
original de clase de la «izquierda» que se incluyó en la fundación de la
Primera Internacional. Su declaración fundacional dice así:

/Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los
trabajadores: que los esfuerzos de los trabajadores para lograr su
emancipación no deben dirigirse al establecimiento de nuevos
privilegios, sino al establecimiento de los mismos derechos y deberes
para todos;/

/Que el sometimiento del trabajador al capital es la raíz de toda
esclavitud; política, moral y material;/

/Que, sobre esta base, la emancipación económica de los trabajadores es
el gran fin al que debe subordinarse toda actividad política;/

/Por estas razones:… Los abajo firmantes, miembros del Consejo elegidos
por la reunión celebrada en St Martin’s Hall, Londres, el 28 de
septiembre de 1864, declaran que esta Asociación Internacional, así como
todas sus sociedades afiliadas o individuos, reconocerán que su conducta
hacia todos los hombres debe basarse en la Verdad, la Justicia y la
Moral, sin distinción de color, credo o nacionalidad. /

La Segunda Internacional, hay que decirlo, fue más que ambigua en este
punto. Ya estaba infectada de la perspectiva imperialista que
determinaría la reacción de sus partidos ante la guerra. Probablemente
la piedra de toque sea la cuestión del antisemitismo. Aunque no era la
única forma de racismo que se podía encontrar en estos partidos, fue
fundamental en la formación del socialismo europeo porque los judíos, el
pueblo más oprimido de Europa, formaban el ala más consecuentemente
revolucionaria del movimiento obrero, mientras que el racismo antijudío
era la punta de lanza no sólo del compromiso con el imperialismo sino
también de lo que se convertiría en el nazismo.

La II Internacional incluía, no sólo en sus filas sino entre sus
dirigentes, a destacados antisemitas como el líder británico Henry
Hyndman. Buscaba un «consenso sobre la cuestión judía», es decir,
intentaba derrotar al racismo dando la razón a los racistas. La
inutilidad de este planteamiento quedó ilustrada por sus decisiones:
tras aprobar una resolución unánime de condena del antisemitismo, aprobó
inmediatamente una resolución corregida por los delegados blanquistas
Dr. A. Regnard y M. Argyriades contra la «tiranía filosemita», señalando
que muchos banqueros judíos eran «grandes opresores de los
trabajadores». El Times informó de que la resolución fue «recibida con
aplausos y aprobada con muy poca oposición».

La III Internacional retomó el programa clásico de la izquierda de unir
a los trabajadores y, por tanto, rechazó inequívocamente el racismo en
todas sus formas. En su preámbulo se afirma:

/La Internacional Comunista rompe definitivamente con las tradiciones de
la II Internacional que, en realidad, sólo reconocía a la raza blanca.
La tarea de la Internacional Comunista es emancipar a los trabajadores
del mundo entero. En sus filas están fraternalmente unidos hombres de
todos los colores -blancos, amarillos y negros-, los trabajadores de
todo el mundo./

Es cierto que el Comintern estaba lejos de ser claro en una posición
formal sobre la opresión de la mujer, y la frase anterior no es más un
modelo de sensibilidad de género. En sus estatutos no se menciona la
lucha por el sufragio. En la práctica, sin embargo, el movimiento obrero
no sólo fue el aliado más consecuente de las luchas de las mujeres de la
clase obrera, sino que este principio tiene raíces muy antiguas.

Como atestigua Clara Zetkin (1919[1971]), tanto la Primera como la
Tercera Internacional se fundaron sobre un antiguo compromiso con la
lucha de las mujeres de la clase obrera por la igualdad de derechos que
se remontaba a la Asociación de Hilanderas y Tejedoras de Sajonia, que
fue el bastión de la corriente de Marx dentro de la Primera Internacional.

En resumen, no hay ninguna base sólida para incluir, en un movimiento
antiimperialista coherente, a ningún partido o movimiento que explote
las divisiones en la clase obrera, ya sea sobre la base del «color,
credo o nacionalidad», o cualquier otra distinción o separación,
incluyendo el género o la preferencia de género, que al dar un estatus
privilegiado a un sector de los sin propiedad, los enfrenta entre sí.
«Izquierda» significa derechos universales para los desheredados. Punto
y aparte, sin excepciones.

¿Hay razones para cambiar esto? ¿Podemos calificar proyectos como los de
Orban -o Le Pen, o Meloni- de meramente «nacionalistas»? Debido a los
fracasos de la izquierda, ahora hay una batalla entre la ideología de la
izquierda y la ideología de la derecha en la que la gente va y viene en
ambas direcciones.

En la práctica, la pregunta debería responderse de otra manera: los
movimientos obreros antiimperialistas no sólo deberían trazar una línea
contra todas las prácticas divisorias, sino ponerse del lado de las
luchas reales de los oprimidos del momento. Por eso, por ejemplo, es
crucial ponerse del lado de los que salieron a la calle contra el
asesinato policial de George Floyd en EEUU; por eso, creemos que es un
error presentar las luchas de masas por los derechos de los negros, las
mujeres y los homosexuales como una manifestación del «wokismo».

El «wokismo» es un enemigo de paja; cuando el establishment liberal
estadounidense recurre a gestos simbólicos para unos pocos ricos,
abandonando a millones de mujeres trabajadoras, negros y gays a su
suerte en un sistema neoliberal que sólo refuerza sus opresiones
específicas al tiempo que profundiza la desigualdad material. Oponerse a
esto es diametralmente opuesto a apoyar a gente como Orban, que lidera
ataques físicos racistas contra inmigrantes y gitanos, o Le Pen contra
los árabes, AfD contra los turcos, Meloni contra los africanos o Trump
contra los mexicanos. No hacen más que atacar a las víctimas del
imperialismo que tienen la osadía de presentarse en el mundo
imperialista. La izquierda tampoco puede ponerse del lado de gente como
Modi, con sus pogromos antimusulmanes, o Bolsonaro con su desprecio por
los indígenas y los negros de Brasil.

¿La dictadura de qué? Izquierda, Derecha e Independencia

Otros dos puntos de la declaración del Comintern merecen atención. En
primer lugar, los partidos de la Comintern en los países imperialistas
tenían tareas diferentes de los de los países oprimidos, un punto
olvidado por la izquierda occidental que, consumida por la arrogante
creencia liberal que sus sistemas sociales son superiores, sufre de una
necesidad aparentemente incontrolable de decir a todos los demás lo que
tienen que hacer.

Como ya se ha señalado, el Comintern prescribió que sus miembros de los
países imperialistas debían actuar en sus propios países «no sólo con
palabras sino con hechos» en apoyo de «todo movimiento de liberación».
Esto es lo contrario del liberalismo, que asume que los valores
occidentales – enraizados en la propiedad privada como la libertad
suprema- son un principio universal que todo el mundo debe aceptar. La
conducta de la izquierda occidental en el conflicto ucraniano, por no
hablar de Yugoslavia, Irán, Irak o Afganistán, habría sido razón más que
suficiente para negarles la admisión en el Comintern; su tarea se habría
limitado a sacar a sus propios gobiernos del conflicto.

Este principio «no intervencionista» de las relaciones entre las
naciones opresoras y oprimidas corresponde, pues, exactamente al respeto
de la soberanía nacional que se requiere en un mundo multipolar.

Los principios del Comintern también obligan a los comunistas
occidentales a apoyar «cualquier» movimiento de liberación, no sólo los
que ellos prefieran. Pero no todos los movimientos de liberación son
socialistas. Algunos, como la lucha de Chipre para escapar del dominio
británico, incluyeron líderes explícitamente fascistas. El peronismo en
América Latina tiene una compleja relación con el fascismo que aún
proyecta su sombra sobre Argentina.

Sin embargo, los principios del Comintern establecieron una distinción
entre los gobiernos que, como Ucrania, se convierten en marionetas del
imperialismo y los que se oponen a él. Éstos no tienen necesariamente
gobiernos de izquierdas. Miembros de la actual coalición emergente
contra las sanciones a Rusia, como India, tienen gobiernos claramente de
extrema derecha, incluso fascistas (Desai), mientras que otros como
China y Vietnam están a la izquierda de todo lo que el Comintern
encontró en su tiempo. Esta variedad es la razón por la que el término
«multipolar» de Hugo Chávez es apropiado, porque describe un mundo, tal
y como lo describió el presidente Putin en la conferencia del Club
Valdai de 2022, un concepto que contiene una amplia variedad de sistemas
sociales. ¿Entra esto en conflicto con el principio del
internacionalismo proletario?

La historia sigue su curso y creemos que resolver este problema es una
de las tareas primordiales del movimiento de masas que debe crearse. De
forma controvertida, creemos que no debe resolverse escribiendo
«socialismo» en los principios de un nuevo movimiento internacional.
Como hemos señalado, los primeros comunistas no estaban comprometidos
con un sistema económico, sino con la defensa inequívoca de los derechos
de los desposeídos . Además, como se desprende claramente de la historia
del socialismo desde la Revolución Bolchevique, el camino hacia el
socialismo pasa por distintas formaciones antiimperialistas que crean
sus propios caminos distintivos hacia el socialismo, pasa, en resumen,
por la multipolaridad. Una cuestión más compleja es la del poder de la
clase obrera, con la que la Primera y la Tercera Internacional estaban
efectivamente comprometidas.

El Comintern fue conocido por su apoyo inequívoco al sistema soviético.
El primer punto de sus Condiciones de Admisión reza así:

/Toda actividad de propaganda y agitación debe ser de naturaleza
auténticamente comunista. Toda la prensa del partido debe estar bajo la
dirección de comunistas de confianza que hayan demostrado su devoción a
la causa de la revolución proletaria. La dictadura del proletariado no
debe ser considerada simplemente como una fórmula aprendida
mecánicamente de uso común; debe ser defendida de tal manera que su
necesidad sea comprensible para cualquier obrero o trabajador ordinario,
para cada soldado y campesino, partiendo de los hechos de su vida
cotidiana,/ /que debe ser informado y utilizado diariamente en nuestra
prensa/.

Sin embargo, sería un error concluir que la III Internacional fue una
mera creación del Estado soviético. Las condiciones históricas que
llevaron a los comunistas a esta posición fueron históricamente precisas
y transitorias. La Unión Soviética fue la primera en sustituir el poder
capitalista por el poder obrero. Como tal, el Comintern pudo ser un
recurso y un aliado en las luchas de los trabajadores de todo el mundo,
razón no menor por la que las agresiones de los enemigos del naciente
estado obrero, incluidos los dirigentes superestrellas de la II
Internacional como Kautsky, se centraron en atacar a esta organización
internacional de los trabajadores.

Para los comunistas, por tanto, era imperativo reconocer como legítima
la forma específica de poder estatal en la que basaban su dominio, a
saber, el sistema soviético. No sin razón, proclamaban que era una forma
superior de democracia. Su defensa era la primera línea de batalla. Sin
ella, el objetivo primordial de las dos primeras Internacionales –
representar el interés común de todos los trabajadores- no habría podido
alcanzarse, porque los trabajadores se habrían visto privados de los
medios para hacer aquello en lo que Marx y Engels habían insistido,
elevar a su clase a la condición de gobernantes.

¿Debería la nueva Internacional que proponemos privilegiar igualmente a
algunos o a todos los Estados socialistas existentes? Creemos que no. No
es necesario ni posible ahora. No es posible porque una forma específica
de poder estatal, en un mundo que contiene una variedad de países
socialistas, no puede ser la base de la unidad. El camino distinto hacia
el poder de la clase obrera que debe seguirse en cada país de un mundo
pluripolar debe ser objeto de debate, no de edicto. Además, en ese mundo
multipolar, la Internacional que proponemos contendrá muchos Estados que
no se identifican como socialistas, pero que se oponen activamente al
imperialismo y donde, en muchos casos, los intereses de la clase obrera
tienen prioridad sobre los de los capitalistas.

Incluirá no sólo a China o Cuba, sino también a países como Irán, hijo
de un proceso revolucionario que lo ha puesto en el punto de mira del
imperialismo, en la vanguardia de la lucha contra la dominación
occidental de Oriente Medio, y que mantiene sus posiciones bajo
sanciones, el terrorismo de Estado norteamericano, asaltos militares
diarios y revoluciones de colores. Es demasiado fácil para el
liberalismo occidental imponer su juicio wilsoniano sobre estos procesos
separados sin intentar siquiera averiguar a través de los
revolucionarios chinos, vietnamitas, cubanos, norcoreanos e iraníes cómo
figura su Estado en la lucha de clases de su país.

Los medios por los que los trabajadores pueden imponer sus intereses a
un Estado es una cuestión histórica concreta que debe resolverse
mediante la experiencia práctica. Por ejemplo, en China y Vietnam, el
Partido Comunista es el órgano central del Estado. Aunque vilipendiados
en Occidente por ser «autoritarios» y «totalitarios», estos pueden
presumir de ser bastante más democráticos que los autodenominados
guardianes occidentales. Si se tiene en cuenta que el PCCh tiene más
miembros que la población de cualquier país europeo y que sus
instituciones son elegidas, la afirmación de que este sistema es
«antidemocrático» en comparación con las dictaduras parlamentarias de
Occidente pierde toda credibilidad. Se pueden hacer observaciones
similares para los sistemas cubano y norcoreano.

La forma en que la clase obrera puede tomar el poder y hacerlo efectivo
requiere intercambios entre los pueblos del mundo multipolar al más alto
nivel posible. De hecho, se necesita una internacional precisamente para
que tales debates puedan tener lugar, independientemente de los
intereses y la implicación de los gobiernos nacionales.

¿Ha fracasado el proyecto de la Izquierda Internacionalista? Como ha
señalado Domenico Losurdo, ningún proyecto histórico puede evaluarse con
precisión discutiendo lo que ha logrado. En su lugar, debemos evaluar el
efecto de sus ideales. La Internacional Comunista no consiguió alcanzar
el socialismo en Europa. Por el contrario, sus partidos de masas fueron
derrotados por los enemigos de la primera revolución socialista del
mundo. Mussolini triunfó en Italia, Franco en España y Hitler en Alemania.

En este preciso sentido, la III Internacional sufrió una gran derrota.
Las fuerzas de la revolución en Europa no sólo fueron rechazadas, sino
exterminadas. Como consecuencia del ascenso de Hitler, la URSS tuvo que
enfrentarse directamente a la Alemania nazi. Sin el heroico sacrificio
de sus pueblos, no viviríamos en un mundo digno de sus hijos. ¿Significa
esto que el sacrificio de los mártires de la lucha antifascista,
inspirados en el ejemplo soviético, que fueron a morir por millones en
las cárceles y campos de batalla de Europa, fue en vano? ¿Supone su
muerte un juicio sobre el ideal de una Internacional mundial de la clase
obrera? ¿Debemos concluir que no vale la pena luchar contra el fascismo
porque una vez perdimos? Es una visión fatalista. No podemos concluir de
una derrota que la batalla antifascista nunca debió librarse; en todo
caso, que la guerra aún está por ganar. El imperialismo no ha muerto. El
fascismo está en auge. Los trabajadores están siendo atacados como nunca
desde los años treinta. Rendirse no es una opción.

Además, y quizás éste sea el factor más decisivo para una correcta
evaluación histórica, el proyecto no fracasó fuera de Europa. La
dirección de la oleada de revoluciones que siguieron a la derrota de
Hitler, incluida la revolución china, fue moldeada no sólo por esas
luchas nacionales, sino por sus encuentros, en el Comintern de
entreguerras, con los ideales y las luchas de los revolucionarios
antiimperialistas de todo el mundo. El ideal comunista inspiró
levantamientos anticoloniales en todo el mundo, a pesar de que cada uno
de esos levantamientos siguió su propia trayectoria nacional.

Por último, no podemos completar ningún análisis del papel histórico del
Comintern sin una evaluación adecuada de las consecuencias de su
disolución, que, como hemos argumentado (Freeman), demostró ser en
muchos sentidos un importante error de cálculo histórico. Los dirigentes
de la URSS creyeron que convencerían a Occidente de que abandonara sus
ambiciones militaristas y opresivas eliminando la amenaza percibida de
que «el Comintern socavaría su poder». Pero Occidente no correspondió.
Nunca abandonó su agenda imperialista y nunca dejó de conspirar para
derrocar a la URSS, cosa que consiguió porque la URSS luchaba con una
mano atada a la espalda. ¿No es hora de que las clases trabajadoras del
mundo vuelvan a luchar con los dos puños?

Tampoco podemos dejar de comentar las consecuencias de la escisión entre
la dirección soviética y otros movimientos revolucionarios, tanto en
Yugoslavia como en la desastrosa escisión con China, que, al dividir a
las fuerzas objetivamente opuestas al imperialismo, preparó el terreno
para muchos aspectos de la situación actual. Con una fase renovada de la
lucha contra el imperialismo y el fascismo, y con la propia
supervivencia del planeta en juego, ¿no es esta internacional más
necesaria que nunca?

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3/2/2023).

Los autores

*Alan Freeman*

Director de Investigación de Geopolítica Económica , Universidad de
Manitoba – Canadá

*Radhika Desai*

Profesora del Departamento de Estudios Políticos
Universidad de Manitoba – Canadá

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2023/05/27/la-izquierda-en-el-club-valdai-de-moscu-por-una-izquierda-global-antiimperialista/
27/5/2023

sexta-feira, 26 de maio de 2023

O FMI e os seus órfãos ideológicos

 


 
 
Álvaro García Linera

 

    [...] /no alvorecer do século XXI tudo começou a fraturar-se. A
    pobreza, escondida sob o tapete do "empreendedorismo", saltou pelo
    ar. Desigualdades brutais quebraram consensos e o livre mercado
    correu para se ajoelhar diante do Estado para exigir resgates
    financeiros ou subsídios; primeiro, diante da crise das hipotecas
    /subprime/; depois, frente ao grande confinamento da COVID-19;
    depois, diante do poder produtivo da China; depois, diante do
    aumento do preço dos combustíveis; depois, diante de falências
    bancárias; depois, face às alterações climáticas. A excecionalidade
    tornou-se a regra./



Houve um tempo em que as "recomendações" do FMI sobre como reorganizar a
economia eram lidas, defendidas e executadas como se fossem divinamente
mandatadas. Eram os anos 90 do século passado quando, de cada estudo dos
rumos da economia mundial ou acordo alcançado com este ou aquele país,
não só emanava um otimismo histórico substancial com o que se propunha,
como também era acompanhado por uma difusão colossal, sem margem para
dúvidas e eficiente, que ia de ministros da economia a parlamentares;
assessores económicos de governos; renomados empreendedores locais;
universidades de prestígio a comentaristas de televisão e jornais;
académicos a comentadores de café, que lambiam os lábios a cada frase, a
cada facto, a cada sugestão dessa organização internacional.

Eram os tempos do "grande consenso social" tecido por uma profusa rede
de opinião pública dedicada a consentir que os sacrifícios coletivos da
perda de direitos, da expropriação de bens públicos e do abandono
estatal, seriam redimidos com  o brilhante sucesso individual de se
tornar empresário, acionista ou diretor de empresa. Privatizar tudo,
desproteger tudo e deixar que o livre mercado cuidasse do resto foram os
credos fundadores de um novo mundo de empresários, que imediatamente os
clérigos dessa religião acompanharam, no meio de responsos e incensos,
com frases ocas como "encolher o Estado para ampliar a nação", "país dos
vencedores", "distribuição a conta-gotas" ou "fim da história".

Mas, no alvorecer do século XXI, tudo começou a fraturar-se. A pobreza,
escondida sob o tapete do "empreendedorismo", saltou pelo ar.
Desigualdades brutais quebraram consensos e o livre mercado correu a
ajoelhar-se diante do Estado para exigir resgates financeiros ou
subsídios; primeiro, diante da crise das hipotecas /subprime/; depois,
frente ao grande confinamento da COVID-19; depois, diante do poder
produtivo da China; depois, diante do aumento do preço dos combustíveis;
depois, diante de falências bancárias; depois, face às alterações
climáticas. A excecionalidade tornou-se a regra.

E agora acontece que, desse grande princípio ordenador supremo do
capitalismo tardio, o "livre mercado", não resta nada além da nostalgia.
Em 2020, o Estado salvou as empresas e bolsas de valores das grandes
economias do Norte. O comércio mundial e o capital transfronteiriço
abrandaram estruturalmente o seu crescimento. Os subsídios à energia,
aos alimentos e ao consumo deslocaram a livre oferta e a procura. A
"segurança nacional" ou o expansionismo geopolítico mataram a lei da
oferta e da procura para definir os preços dos combustíveis, das redes
de telecomunicações, dos microprocessadores ou da transição energética.
Europeus e norte-americanos recompensam com dinheiro público empresários
que retraem as suas cadeias de valor para cada país e punem a eficiência
da externalização de custos. O globalismo está a ser substituído pelo
nacionalismo económico e pela geopolítica.

O FMI sabe disso. E arrepende-se infinitamente. Num estudo recente
(Fragmentação geoeconómica e o futuro do multilateralismo), ele relata
esse recuo catastrófico do livre mercado. Mostra como, depois de um
longo fluxo globalista que vai de 1980 a 2010, entrou num refluxo que
pode durar décadas. Para isso, fornece dados sobre a contração do
comércio mundial de bens, serviços e finanças, em relação ao PIB, de 45%
para 33%. O aumento mundial, em até 400%, de medidas restritivas e
protecionistas. Dá conta de estatísticas  que revelam o aumento
substancial da desconfiança social com a globalização (50%) e o
crescimento da procura de medidas projetivas (33%). O estudo também
fornece dados sobre o terramoto no imaginário coletivo que acompanha
tudo isto, vendo como as palavras "segurança nacional", "/nearshoring/"
[1] ou "deslocalização" estão a substituir esmagadoramente o velho
léxico mercantilista em instituições internacionais, empresários e
gestores de negócios. Para completar este quadro adverso, o último
relatório de abril sobre a economia mundial /(World Economic Outlook/),
mostra como o investimento estrangeiro direto caiu de  5% do PIB em
2008, para menos de 2% em 2022. Para ofuscar o efeito desses eventos, os
relatórios também indicam que esses "infortúnios" trarão uma possível
queda do PIB mundial da ordem de 2 a 7% nos anos seguintes. Mas, apesar
disso, só pode admitir que, longe de ser uma curva no caminho que será
corrigida por um regresso imediato e triunfal do livre mercado, essa
"desaceleração" é um facto estrutural e de longo prazo.

Dizer estas coisas a uma instituição que durante décadas foi o oráculo
do triunfo inevitável do livre mercado não é fácil. Traz traumas
internos, frustrações existenciais e uma cascata de contradições quase
paranoicas.

Isso já era evidente em 2020, quando, no fim do "grande confinamento",
perante a pandemia, o FMI recomendou que os governos dos países
aumentassem os impostos sobre os ricos e aumentassem o investimento
público, tanto na proteção social como no capital (/World Economic
Outlook/, 2020). Exatamente o oposto  daquilo que exigiu durante os 40
anos anteriores. Ainda mais desconcertante é comparar as imposições
anteriores aos países "em desenvolvimento" para levantar barreiras
tarifárias, abrir os seus mercados e aceitar um mundo sem fronteiras
"prejudiciais", com a nova teoria monetarista do semáforo de
"compromissos diferenciais" (/Outlook,/ 2023) em que cada país poderá
escolher, de forma "pragmática", acordos comerciais irrestritos onde
haja acordos globais (sinal verde); acordos regionais, onde não há
alinhamento alargado de preferências (semáforo amarelo); e medidas
protetoras unilaterais, em que cada governo opta pelos seus próprios
interesses internos (sinal vermelho).

Mas onde essa inversão lógica do mundo atinge antinomias grosseiras é
quando, no mesmo documento, dois caminhos antagónicos são oferecidos
para o mesmo problema. Diante da crise da dívida soberana que nos
últimos 5 anos disparou em todo o mundo, o FMI exige, de um lado,
"consolidação fiscal", eufemismo para reduzir o investimento público,
cortar gastos sociais e despedir trabalhadores, como tenta impor na
Argentina.

Mas, por outro lado, dedica-lhe um capítulo inteiro para demonstrar que,
pela experiência histórica comparativa em 33 economias de mercado
emergentes e 21 economias desenvolvidas, entre 1980 e 2019, os casos de
contração fiscal não geraram uma redução significativa do endividamento.
E, ao contrário, os dados factuais mostram que a expansão dos gastos
fiscais visando o aumento do PIB por meio de um "choque positivo de
oferta e procura" reduz significativamente os índices da dívida pública
em até um terço. Isto é certamente uma coisa óbvia. Só com o crescimento
da economia e das receitas que o Estado tem, é que se podem reduzir as
percentagens da dívida e pagar os créditos. Ainda mais num mundo em que
há uma retirada estrutural do investimento estrangeiro que está a optar
por se refugiar nos países economicamente mais fortes, devido às altas
taxas de juros que concedem e à incerteza económica que corroeu qualquer
indício de confiança no futuro.

Milton Friedman, guia espiritual dos tempos neoliberais, recomendou
saber "quando a maré está a virar" para tornar efetiva uma doutrina
económica. Significava ter a sensibilidade de entender as mudanças na
opinião pública, na atmosfera intelectual e nas pessoas comuns. Ele
soube percebê-lo nos anos 70, quando o quadro keynesiano estava a
desmoronar-se e, junto com outros, foi capaz de difundir o novo credo
económico. Mas é claro que hoje, para entender a nova "viragem da maré",
os seus acólitos do FMI não o fazem com discernimento suficiente.

Mas onde o desarranjo cognitivo é muito maior, é nos filhos ideológicos
dos organismos internacionais da ordem globalista. Portadores de um
entusiasmo liberal que compensa um talento reduzido, todo o exército de
"analistas económicos", consultores, professores, políticos e promotores
do livre mercado que beberam do dogma derramado do FMI ou do BM, foram
deixados de fora das suas mentes. A sua terra plana está a afundar-se e
eles não entendem o porquê.

Alguns optaram pelo estupor paralisante. Sentem-se traídos por uma
realidade que não se conformava com as suas profecias e mudava as
perguntas para as suas respostas. O resultado é a perplexidade diante de
uma sociedade que perdeu o rumo. Outros tornaram-se espectros chorosos
de uma ordem económica que se esvaiu juntamente com as suas certezas e,
diante das evidências, só podem apegar-se às memórias melancólicas de
compromissos para os quais a história ainda não estava preparada.

E finalmente há as crianças zombis, que são criaturas implacáveis
nascidas e alimentadas por um tempo histórico, paradigmas e
circunstâncias económicas que já não existem hoje. O consenso e o
otimismo globalista que lhes deram vida morreram como eles. Mas eles
ainda não perceberam ou não aceitam; e deambulam furiosamente engolindo
os fios corrompidos da velha ordem carregada pela inércia e pelo vento.
Ao contrário do espectro, que só vagueia pelos cantos das consciências
patéticas, o zombi é violento e destrutivo. Como já não procura seduzir
com o livre mercado, mas impor e sancionar os seus detratores, propõe
"dinamitar" as regras económicas; compete pela velocidade das "terapias
de choque" e, há mesmo quem ressuscite propostas mal sucedidas de
"cheques" educativos. São iliberais dispostos a defender um liberalismo
à paulada.

Em suma, eles representam a memória fóssil de um fracasso que levou às
explosões continentais de 2001-2003. Com a agravante de que, ao
contrário de então, prometem não ser "brandos" e  pôr os revoltosos na
ordem, ou seja, mais desastres em espiral. Talvez seja isso que Gramsci
quis dizer quando falava das expressões mórbidas ou monstruosas de uma
hegemonia a desvanecer, própria de um "interregno"

 

^1 O/nearshoring /consiste na transferência do trabalho de uma empresa
para empresas mais económicas e geograficamente mais próximas.


Fonte: El FMI y sus huérfanos ideológicos | Cubadebate
<http://www.cubadebate.cu/opinion/2023/05/07/el-fmi-y-sus-huerfanos-ideologicos/>, publicado e acedido em 07.05.2023

 Em
PELO SOCIALISMO
https://pelosocialismo.blogs.sapo.pt/o-fmi-e-os-seus-orfaos-ideologicos-251687
26/5/2023

quinta-feira, 25 de maio de 2023

Xadrez do arcabouço e o nó da tática defensiva de Lula

 



 por Luís Nassif




Tem-se uma correlação de forças desfavorável. Que estratégia adotará?
Nunca a habilidade política de Lula será colocada tanto à prova.




    Peça 1 – o cenário político

O primeiro passo do estrategista é analisar o cenário político.


      Vulnerabilidades

 1. Congresso, dominado pelo Centrão e direita.
 2. Mercado, com ampla influência na mídia.
 3. Forças Armadas, ocasionalmente legalistas, mas nem tanto.


      Trunfo

Popularidade –> Bem estar –> Economia

Ou seja, a única arma para enfrentar essa soma de vulnerabilidades é
reforçar a popularidade.  Só que ela depende do bem estar geral –
consumidores e empresas – que depende da melhora da economia. E tem-se
um tempo político pela frente que, se não for bem administrado, tornará
a crise política irreversível.


      Economia

Por sua vez, a economia depende do entrelaçamento de uma série de
fatores: investimentos público, privado e externo, fortalecimento do
mercado de consumo etc.


      O fator juros

Em todos esses elementos, entra o fator Selic-taxa de juros.

Vamos remontar o quadro acima com os fatores diretamente afetados pela
Selic.

Por exemplo, o Estado disponibiliza investimentos para o setor privado,
como uma obra de engenharia. Só que a empresa precisará de capital de
giro para construir a obra e, depois, receber o pagamento. E a taxa de
juros é essencial para viabilizar o investimento.

No caso do investimento privado, a taxa de juros inviabiliza a tomada de
dinheiro e o mercado de consumo. No caso do investimento externo,
influencia diretamente a relação dívida/PIB.

Ou seja, sem a redução da Selic, não se tem recuperação da economia, não
aumenta o bem estar do país e não permite a Lula fortalecer a
popularidade para enfrentar as vulnerabilidades e as próximas eleições.


    Peça 2 – a estratégia Haddad

A estratégia montada pelo Ministro da Fazenda, Fernando Haddad, consiste
nos seguintes pontos.

 1. Não mexer com nenhum dos dogmas do mercado, a começar pela
    independência absoluta do Banco Central.
 2. Dentro das regras do mercado, apresentar uma alternativa à Lei do
    Teto, o arcabouço fiscal.
 3. Com base no arcabouço, tirar o último álibi do Banco Central para
    não reduzir a taxa Selic.
 4. Sem esse álibi, aumentariam as pressões do setor privado e político
    sobre o BC, forçando-o a reduzir a Selic.
 5. Reduzindo a Selic, a economia começaria a respirar, permitindo a
    Lula recuperar popularidade e incrementar as políticas de inclusão.

Para aprovar o arcabouço, no entanto, teve que se sujeitar a uma série
de restrições: limites rígidos de despesas, pouco espaço para o
investimento e, ainda, compromisso de equilíbrio fiscal a partir do
próximo ano e de superávit a partir de 2025. O arcabouço conseguiu até o
feito de incluir o Fundeb (Fundo de Desenvolvimento da Educação), que
havia ficado de fora da Lei do Teto.

Para conseguir aumentar os gastos, o governo terá que aumentar as
receitas. Mesmo assim, há um limite de crescimento de 2,5% nos gastos.

Se o governo errar na projeção, a diferença será paga em 2025. Ou seja,
se a Fazenda não conseguir cumprir suas metas de equilíbrio fiscal, a
diferença será cortada dos gastos no ano seguinte.

Pelo modelo proposto, as metas serão alcançadas pelo aumento das
receitas – decorrente do corte de subsídios injustificados e restrições
à engenharia fiscal de grandes empresas.

Ao apostar todas as fichas no arcabouço, em um primeiro momento a
Fazenda amplia ainda mais as restrições à recuperação da economia,
esperando recuperar no segundo momento.

É uma aposta temerária. Em preto, as restrições sob controle do BC; em
vermelho, as restrições impostas pelo arcabouço fiscal.

Para essa estratégia dar certo, terá que ocorrer, simultaneamente, uma
redução da Selic e um aumento da receita. Se ambos os desafios falharem,
se terá o comprometimento total das peças necessárias para um processo
de recuperação da economia: os investimentos e gastos públicos.


    Peça 3 – os 2 reis do tabuleiro

Para sua estratégia ser bem sucedida, Haddad terá que contar com a boa
vontade de dois personagens absolutamente não confiáveis:

 1. O presidente do Banco Central, Roberto Campos Neto, para reduzir a
    Selic.
 2. O presidente da Câmara Arthur Lira, para endossar a retirada de
    privilégios fiscais.

No primeiro movimento, ambos foram mais que parceiros, foram os
verdadeiros autores do arcabouço. Não houve, da parte do governo,
nenhuma disputa política em torno do arcabouço e nem da reforma
administrativa.

Não se trata de nenhuma crítica a Haddad, mas de um dado da realidade:
Arthur Lira é senhor da situação, assim como Campos Neto. Mas fica a
dúvida: Haddad se adapta à estratégia de não enfrentamento de Lula; ou,
de fato, passou a endossar todos os princípios de política econômica do
mercado?

A esperança de Haddad é que, entregue o que Campos Neto pediu, haja uma
pressão de seus aliados pela redução da Selic.

Aí, é importante analisar o entorno de Campos Neto e Lira.


      Roberto Campos Neto

Há duas explicações para sua insistência em uma Selic
desproporcionalmente elevada.

A primeira, o álibi da ignorância, o sujeito que segue o manual sem a
menor noção sobre o objeto afetado. Seu único universo de análise é o
mercado, não a economia real.

O segundo, a ideologia. A economia saiu de um período de
ultraliberalismo, de grandes negócios com empresas públicas, de
esvaziamento de políticas públicas, que vai do interinato de Temer ao
período Bolsonaro-Paulo Guedes. Campos Neto é um soldado de Guedes.
Manter a Selic em 13,75%, ou derrubá-la lentamente, significará o
fracasso de qualquer política alternativa, por mais tímida que seja, e a
volta do padrão Paulo Guedes. Ou seja, a Selic hoje é uma garantia da
volta do ultraliberalismo em 2026.

A esperança seria um aumento expressivo da pressão dos setores
produtivos. Há um tsunami a caminho, uma quebradeira generalizada, sem
despertar a menor sensibilidade da mídia. Na reunião do Conselho
Nacional de Desenvolvimento Industrial, o alerta de Benjamin Steinbruch
<https://oglobo.globo.com/blogs/lauro-jardim/post/2023/05/em-reuniao-em-brasilia-dono-da-csn-pinta-cenario-muito-pessimista-para-a-economia.ghtml>, presidente da Companhia Siderúrgica Nacional (CSN) sobre o vendaval que vem pela frente passou quase em branco. E a indústria está órfã de lideranças fortes.

Qual a probabilidade de que Campos Neto, por livre vontade, proceda a
uma redução significativa da Selic? Digamos que seja de 40%.


    Arthur Lira

Lira é negócio. Aprovou o arcabouço fiscal porque interessava
diretamente seus patrocinadores. E não tem o menor interesse de aprovar
retirada de subsídios aos grandes grupos econômicos.

Agora, há duas possibilidades pela frente: ou a Fazenda consegue reduzir
benefícios fiscais de grandes grupos, ou terá que ampliar a privatização
para fazer caixa. Ora, benefícios fiscais tem grandes interessados pela
frente. Queda de gastos sociais, também. Qual a probabilidade de Lira
apoiar as medidas de restrição dos subsídios? Digamos, de 30%, com otimismo.

Juntando as duas probabilidades, se terá uma probabilidade total de 12%
de implementação das duas medidas centrais para a estratégia Haddad ser
bem sucedida.


    Peça 4 – a estratégia da não confrontação

Até agora, o que se percebe é a incapacidade do governo de enfrentar
qualquer frente de pressão.

Congresso    A mudança no projeto de reforma administrativa mostra o amplo
controle conservador sobre a Câmara. A bancada ruralista conseguiu
esvaziar o Ministério do Meio Ambiente e o dos Povos Indígenas, abrindo
a porteira para a demarcação de terras indígenas. Por mais que o governo
queira comemorar, a aprovação do arcabouço foi vitória de Arthur Lira.
Mercado    Haddad encampou completamente o discurso de mercado e de
restrições fiscais. Dificilmente abrirá fogo contra Campos Neto, o que
atrasará substancialmente a redução de juros.
Forças Armadas    Lula entregou o GSI (Gabinete de Segurança Institucional)
a um militar, colocou sob suas asas a ABIN (Agência Brasileira de
Inteligência) e manteve sem nenhuma forma de controle civil a
inteligência militar. Os militares continuam com os mesmos espaços
conquistados nos últimos anos. Até hoje Lula nao assinou o decreto que
reinstitui a Comissão da Verdade e dos Desaparecidos, por receio das FFAAs.


    A crise econômica

Confira-se a pesquisa Focus, que levanta as expectativas do mercado. É o
melhor termômetro das intenções do Banco Central, devido à interação
permanente entre Campos Neto e o mercado.

Na última pesquisa, a previsão é 2023 fechando com Selic a 12,5%; 2024
com Selic a 10%; e 2025 com Selic a 9%.

Já em relação ao PIB, a Focus prevê 1,20% em 2023, 1,30% em 2024 e 1,70%
em 2025. As expectativas em relação a 2024 e 2025 são mero chutômetro.

É evidente que, com a projeção de Selic e de PIB, a dívida líquida do
setor público só poderia subir. E a Focus trabalha com estimativas de
60,80% do PIB em 2023, 64,45% e 2024 e 67% em 2025.

Se o mercado estiver  certo, a economia afunda.

A economista Leda Paulane tem dois pontos anti-crise relevantes.

Eu só colocaria duas peças adicionais no seu xadrez, que podem, penso,
fazer alguma diferença: o elevado poder multiplicador das transferências
de renda e a redução de preços dos combustíveis, sobretudo do gás de
bujão. Acho que esses dois elementos podem ajudar a dobradinha
economia/popularidade a respirar no curto prazo e, com sorte, ajudar a
encaminhar o médio e longo prazos.


    Peça 5 – a contagem regressiva

É evidente que o governo está fragilizado e batendo cabeça. Não colou a
tentativa de apresentar como vitória a aprovação do arcabouço fiscal.

Mas é evidente, também, que nenhum governo vai para o matadouro sem
reagir. Em algum momento será necessário uma freada de arrumação com
Lula interrompendo sua ofensiva internacional, voltando-se para o dia a
dia político e articulando as armas de que dispõem a Presidência.

Há um conjunto de instrumentos para enfrentar a crise, e que passam ao
largo do arcabouço fiscal, como o poder de fogo dos bancos públicos, os
projetos da Petrobras, os estímulos fiscais a novos investimentos.

A questão é o tempo político e a disposição política de Lula de sair da
cartilha liberal – algo que só ocorreu nos dois primeiros governos
devido à crise mundial de 2008.

Na sua volta ao poder, em 1950, Getúlio Vargas não demonstrava mais o
tirocínio político e a energia do período anterior. Conspiravam contra o
novo quadro político, diferente do seu período de liderança, a própria
idade e o clima anticorrupção pesado, que precede os grandes golpes.

As constantes viagens internacionais de Lula são relevantes para a
recolocação do país na geopolítica internacional e para a atração futura
de investimentos. Mas a grande batalha é aqui e agora. E tem-se uma
correlação de forças fortemente desfavorável.

Que estratégia adotará? Nunca a habilidade política de Lula será
colocada tanto à prova. Mesmo sabendo-se que no fim do túnel tem um
bolsonarismo aguardando a presa.

Em
JORNAL GGN
https://jornalggn.com.br/coluna-economica/xadrez-do-arcabouco-e-o-no-da-tatica-defensiva-de-lula-por-luis-nassif/
25/5/2023

terça-feira, 23 de maio de 2023

Guerra contra el mundo multipolar ***

 




      HAUKE RITZ, FILÓSOFO E HISTORIADOR ALEMÁN

*/Destacados políticos occidentales sostiene que se necesita continuar
con la escala en Ucrania porque una victoria rusa sería peor que una
tercera guerra mundial. ¿A qué se debe este enorme error político y
militar? ¿Por qué no parece haber un Plan B? ¿Por qué las élites
políticas estadounidenses y alemanas han atado su destino a la
imposición de un orden mundial dirigido por Occidente?/*

No se puede ignorar que el mundo occidental está sumido en una especie
de frenesí bélico contra Rusia. Cada /escalada/ parece conducir casi
automáticamente a la siguiente. Tan pronto como se decidió la entrega de
tanques a Ucrania, se habló de la entrega de aviones de combate. Un
avión espía no tripulado estadounidense acababa de ser derribado cerca
de la frontera rusa por un caza ruso, Y cuando el Tribunal Penal
Internacional de La Haya emitió una orden de detención contra Vladimir
Putin. Occidente destruyó deliberadamente el camino hacia una solución
negociada y llevó la /escalada/ a un nuevo nivel. Pero, como si el nivel
alcanzado no fuera suficientemente alto, Gran Bretaña anunció la entrega
de municiones de uranio, consideradas armas /convencionales/ que dejan
contaminación radiactiva en el lugar de la explosión. La respuesta de
Moscú no se hizo esperar y consistió en la decisión de emplazar armas
nucleares tácticas en Bielorrusia a corta distancia.


        *La renuncia al control de la /escalada/*.

De dónde viene esta disposición casi automática a la /escalada/ por
parte de los políticos en el poder hoy en día? Es un fenómeno de su
decadencia? Algo parecido ocurre cuando la adaptación al /Zeitgeist/
(el espíritu de la época) se ha vuelto más importante que la realidad.
¿Puede explicarse racionalmente la disposición a la /escalada/? ¿Es la
expresión de un determinado objetivo político que se ha visto amenazado
al que la clase política no puede renunciar y que, por tanto, sólo
parece alcanzable a través de la guerra?

Una declaración muy significativa realizada por el Secretario General de
la OTAN, Jens Stoltenberg, el 18 de febrero en la Conferencia de
Seguridad de Múnich sugiere esto último: Stoltenberg admitió en su
discurso que, al seguir apoyando a Ucrania, existía el riesgo de una
/escalada militar/ entre la OTAN y Rusia que sería imposible controlar.
Sin embargo, después de esta admisión aclaró de inmediato que no hay
soluciones sin riesgo y /que el mayor riesgo de todos sería una victoria
rusa/. En cierto sentido, Stoltenberg legitimó el riesgo de una
/escalada/ militar entre las dos superpotencias nucleares. En otras
palabras, se debía arriesgar a una /escalada/ porque una victoria rusa
en Ucrania sería potencialmente peor que una tercera guerra mundial.

Ahora bien, uno podría tachar la declaración de Stoltenberg de
irracional si no estuviera en consonancia con otras declaraciones
alarmantes de políticos, militares y personas que gravitan en estos
mundos. Considérese, por ejemplo, el comentario confiado de Rob Bauer,
presidente del Comité Militar de la OTAN, que dijo estar seguro de que
Putin no utilizaría armas nucleares ni siquiera en caso
de /escalada/ (1), lo que implicaría, por tanto, que occidente podría
atreverse a una /escalada/. Que otros dirigentes de la OTAN piensan en
el mismo sentido lo ha dado a conocer recientemente una conocida dama de
compañía (“Hanna Lakomy en declaración al Berliner Zeitung») que
frecuenta estos círculos. Incluso el jefe del gobierno húngaro, Victor
Orban, advirtió recientemente que los países occidentales están a punto
de discutir seriamente el envío de sus propias tropas a Ucrania. Sólo
dos días después, el famoso periodista de investigación Seymour Hersh,
conocido por sus fuentes en la burocracia de Washington, lanzó
advertencias muy similares. Según Hersh, el gobierno estadounidense está
considerando la posibilidad de enviar sus propias tropas a Ucrania al
amparo de la OTAN.

El presidente serbio, por su parte, comentó la noticia de la orden de
arresto de la Corte Penal Internacional contra el presidente Putin con
estas palabras «Y estoy dispuesto a decir que me temo que no estamos
lejos del estallido de la tercera guerra mundial». Porque hemos llegado
“a una situación en la que ambas partes apuestan al todo o nada y
arriesgan al máximo». El pasado diciembre, el legendario Secretario de
Estado estadounidense Henry Kissinger expresó opiniones similares. En su
artículo «Cómo evitar otra guerra mundial», describía el choque de
posturas absolutistas en esta guerra que, de hecho, podría desembocar en
el estallido de una guerra mundial.

Declaraciones de este tipo plantean la cuestión de qué es lo que
realmente se está combatiendo en Ucrania: ¿cuál es el verdadero objetivo
de este irracional deseo de /escalada/? ¿Los yacimientos de carbón del
Donbass? Probablemente no. Pero entonces, ¿de qué se trata?


        El contraste entre el orden mundial unipolar y multipolar

La tesis de trabajo de este artículo es que en el conflicto ucraniano se
están enfrentando dos conceptos de orden mundial, a saber, la oposición
entre un orden mundial unipolar y uno multipolar. A continuación se
compararán las características de ambos principios de orden mundial.

Si se examinan los documentos de política exterior publicados en las dos
últimas décadas por las principales revistas occidentales de política
exterior (por ejemplo, en Estados Unidos «Foreign Affairs», una revista
del Consejo de Relaciones Exteriores, o en Alemania «Internationale
Politik», una revista del DGAP – Consejo Alemán de Relaciones
Exteriores), una circunstancia llama especialmente la atención: en estas
publicaciones, el objetivo de un mundo gobernado normativamente por
Estados Unidos o la OTAN *no* se cuestiona, sino que siempre se da por
supuesto. El posible fracaso del dominio occidental ni siquiera se
considera, ni siquiera como una posibilidad. Con posiciones similares
están casi todos los demás think tanks estadounidenses o alemanes y sus
publicaciones sobre geopolítica y política exterior. Para estas
instituciones, la validez del orden mundial centrado en Occidente es
irrefutable, mientras que el declive de Rusia se da por hecho.

En otras palabras, por el momento no parece existir un «plan B» en la
planificación política occidental. Es precisamente la ausencia de tal
plan lo que podría explicar la insólita disposición de Occidente a
aumentar la /escalada/. Por alguna razón, la élite política de Estados
Unidos, pero también la de Gran Bretaña, Alemania y muchos otros países,
ha vinculado su destino político a la imposición de un orden mundial
dirigido por Occidente. Los occidentales parecen estar dominados por la
idea que la guerra en Ucrania podría conducir a un cambio de régimen en
Moscú y, por tanto, a una restauración del poder occidental. Pero ahora
que, en contra de lo esperado, el dominio de Occidente ha empezado a
resbalar, se están produciendo las reacciones histéricas antes mencionadas.

Para llegar al núcleo del conflicto, debemos por tanto responder a la
pregunta :¿ qué es realmente un orden mundial dirigido por Occidente?
¿por qué se le llama también orden mundial unipolar? Y, ¿cual es su
contraconcepto?


        Características del orden mundial unipolar

Un orden mundial unipolar es un orden global estructurado de tal manera
que sólo una región del globo está realmente lo suficientemente
desarrollada como para ser el polo de poder que da forma a todas las
esferas del mundo moderno. En un orden mundial unipolar, por ejemplo,
gran parte del poder militar esta concentrado en manos de una única
superpotencia o alianza de Estados. Debido a esta concentración de
poder, en este caso también habría una única norma de política exterior
que estructuraría la política exterior de todos los países. Una política
exterior soberana estaría, por así decirlo, moldeada únicamente por el
centro, el polo único; el resto del mundo, es decir, la periferia,
tendría que seguirla.

El polo de poder en un mundo unipolar configuraría las condiciones marco
para las relaciones económicas mundiales, por ejemplo propagando la
teoría económica hegemónica y controlando importantes instituciones como
el Banco Mundial, el FMI y los gestores de grandes fondos. El polo de
poder también ejercería el control sobre una parte significativa de las
materias primas mundiales, las rutas comerciales terrestres y marítimas
y la facturación mundial. Debido a este monopolio económico, el
crecimiento económico de otras regiones del mundo podría verse afectado,
lo que reduciría enormemente la posibilidad de que surgiera un segundo
polo de poder.

En un orden mundial unipolar, incluso las tendencias a largo plazo del
desarrollo tecnológico estarían diseñadas y configuradas por un único
polo de poder, que dominaría simultáneamente el desarrollo, el diseño
del sistema financiero mundial y la regulación jurídica de las
relaciones económicas.

Todo ello llevaría al derecho internacional a adoptar la forma de una
política interior global. Por último, en un orden mundial unipolar, el
desarrollo de la cultura también se orientaría hacia el centro global:
todas las tendencias decisivas se originarían en el centro y desde allí
se extenderían a la periferia. Esto influiría en aspectos tan diversos
como la configuración del sistema educativo, la aparición de modas,
tendencias estéticas y estilos, e incluso los criterios por los que
artistas y escritores, así como los científicos y sus teorías, obtienen
o no reconocimiento internacional. En resumen, todas las cuestiones
relativas al desarrollo de la civilización estarían determinadas por una
potencia central en un orden mundial unipolar.

En cierto sentido, un orden mundial unipolar crearía un mundo en el que
lo uno y lo otro desaparecerían. En un mundo unipolar, sólo habría un
polo de poder y, por tanto, existiría un único modelo de civilización.
Un orden mundial unipolar sería, en definitiva, un imperio cuya esfera
de poder abarcaría todo el globo por primera vez en la historia: el
mundo asumiría una estructura completamente inmanente.


        De 1991 a 2022 – Un orden mundial unipolar pendiente

Esta lista de características de un mundo unipolar se ha redactado
deliberadamente a imagen y semejanza de este orden mundial para subrayar
su carácter presuntuoso, incluso antihumanista. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que un orden mundial unipolar ya existe de forma latente
desde la disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991, y muchos
de los criterios que se acaban de enumerar describen nuestro mundo
actual. La situación de las tres últimas décadas no fue el resultado de
un proceso de desarrollo natural, sino más bien el resultado imprevisto
del caótico colapso de la Unión Soviética, que cogió por sorpresa a casi
todos los contemporáneos. Fue, por tanto, un punto de inflexión
histórico difícil de predecir que llevó a Estados Unidos a encontrarse
en la década de 1990 en el papel de un poder unipolar del mundo.

El resultado fue que en la primera década y media tras el colapso de la
URSS, Estados Unidos pudo determinar la forma de la política mundial
casi en solitario. Dominaban todas las instituciones internacionales,
como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, así como
muchas de las organizaciones internacionales y, desde los años 90,
también muchas organizaciones no gubernamentales, que en la mayoría
pueden considerarse como organizaciones semigubernamentales. Por último,
Estados Unidos también ha ejercido una gran influencia en el ámbito de
la cultura (soft power), en la medida en que las tendencias y modas
surgidas en Estados Unidos han influido en el desarrollo de la cultura
mundial en su conjunto. Además, han sido capaces de determinar la
estandarización de nuevas tecnologías como Internet y los teléfonos
móviles y utilizarlas para la influencia cultural y el espionaje.

Aunque – el orden mundial unipolar estuvo en suspenso a partir de la
crisis financiera de 2008 – el mundo ya tenía entonces una estructura
unipolar, pero aún le faltaban criterios decisivos para su plena
implantación . Sin embargo, Estados Unidos era tan fuerte en su nueva
posición que juzgó mal el riesgo que implicaba el establecimiento
definitivo de ese orden. A partir del mandato de George W. Bush Jr.,
Estados Unidos proclamó abiertamente el orden mundial unipolar,
dividiendo el mundo en Estados amigos y enemigos (los llamados «Estados
canallas»).


        Los primeros signos de crisis del orden mundial unipolar después
        de 1991

La euforia duró poco. Hubo tres factores principales que provocaron la
erosión gradual del papel de Estados Unidos como polo de poder unipolar
en la política mundial: en primer lugar, a partir de 2003, Estados
Unidos se jugó su reputación política mundial con un comportamiento
abiertamente imperialista en Irak. Con esta abierta exhibición
imperialista surgió una nueva conciencia en gran parte del mundo árabe,
en América Latina y en el Sur y el Sudeste de Asia. La subordinación de
estos países a la hegemonía estadounidense se ha ido haciendo cada vez
más difícil.

Un segundo factor fue que, a partir de mediados de los noventa, el
ascenso de China, India y una serie de pequeñas economías emergentes
empezó a modificar el equilibrio económico mundial. El déficit comercial
estadounidense reveló la dependencia de la economía estadounidense de la
economía financiera, ya que el sector productivo, necesario para la
estabilidad del sector financiero, se fue perdiendo con los años. Desde
la crisis financiera de 2008, los desequilibrios estructurales de la
economía estadounidense se han hecho visibles de forma generalizada.
Desde entonces, el papel del dólar como moneda mundial y de reserva se
cuestiona cada vez más abiertamente.

El tercer factor que puso en entredicho el orden mundial unipolar en la
segunda mitad de la década de 1990 fue el hecho de que Rusia consiguiera
restablecer gradualmente su soberanía y su potencial militar tras el
colapso de la URSS en los años noventa. El discurso de Putin en la
Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007 puede considerarse un punto
de inflexión simbólico, con ese discurso la Federación Rusa asumió una
posición diferenciada de la hegemónica, lo hizo por primera vez desde la
caída del Muro de Berlín.

Como heredera directa de la Unión Soviética, Rusia tiene un potencial de
armamento nuclear, igual al de Estados Unidos, que se interpone en el
camino hacia un orden mundial unipolar. Esto se debe a que un orden
mundial unipolar requiere el monopolio del uso de la fuerza para
realizarse y, en este sentido, se asemeja a un Estado que no puede
existir sin el monopolio del uso de la fuerza. Por esta razón, Estados
Unidos amplió la OTAN hacia el este durante el mandato de Bill Clinton,
violando acuerdos previos con Moscú, y comenzó a desarrollar un escudo
antimisiles durante el mandato de George W. Bush Jr. Sin embargo, la
intención de neutralizar la capacidad de ataque de Rusia se vio
frustrada por el desarrollo de nuevos misiles rusos. Aunque todavía no
existe una alianza oficial entre Rusia y China o Rusia e India, el
potencial nuclear de Rusia sigue siendo un factor que protege
indirectamente el ascenso económico de estos países.

Desde la década de 1990, el papel de Moscú como segunda potencia nuclear
se ha visto complementado por su papel como proveedor de modernos
sistemas de defensa. Con la venta de sistemas de defensa antiaérea, por
ejemplo, Moscú ha podido limitar masivamente el alcance militar de
Estados Unidos. Países ricos en petróleo y soberanos como Irán o
Venezuela han podido protegerse de la acción militar estadounidense,
también gracias a la compra de armas rusas.

Debido a estos tres factores, hay intelectuales que llevan hablando del
fin del orden mundial unipolar como muy tarde desde la crisis financiera
de 2008: tan pronto como se proclamó, ya parecía parte del pasado. El
conjunto de libros, artículos y ensayos escritos en todos los
continentes sobre este cambio de poder desde mediados de los años
noventa podría llenar bibliotecas enteras. (2)

Estos trabajos académicos nos plantea la cuestión de por qué Stoltenberg
y sus compañeros de armas parecen hoy dispuestos a aceptar y aumentar
una /escalada/, incluyendo el riesgo de una guerra mundial, sólo para
impulsar algo que es esencialmente inviable. ¿Acaso no son conscientes
de los numerosos análisis que se realizan en las oficinas del
Departamento de Estado estadounidense y en los pasillos de la OTAN sobre
la imposibilidad de un orden mundial unipolar?

Es cierto que la soberanía y la fuerza militar rusas son uno de los tres
factores que hacen imposible un orden mundial unipolar. Si Rusia
consigue defender su zona de influencia en Ucrania, también habrá
defendido indirectamente la soberanía de otros muchos países no
occidentales. A los ojos del mundo, una victoria rusa en Ucrania
equivaldría así a la implantación del orden mundial multipolar. Sin
embargo, esto no sería más que un paso evolutivo que se producirá en los
próximos años. En efecto, el enorme desarrollo económico de China,
India, pero también de Brasil, Irán, Indonesia y otros numerosos países
emergentes ya no puede detenerse y, en cualquier caso, conducirá a un
mundo multipolar. El despertar intelectual y político que se está
produciendo en vastas zonas del hemisferio sur y este, en el curso del
cual también se está recordando los crímenes del imperialismo
occidental, también apunta en esta dirección y hace imposible una
centralidad permanente del orden mundial en Occidente. (3)


        Unipolarismo y valores occidentales

Históricamente, un orden mundial multipolar ha sido “la norma»: casi a
lo largo de toda la historia de la humanidad, el mundo siempre ha
constado de diferentes polos de poder. Incluso en los últimos siglos de
dominación europea, han existido diferentes centros de poder en la
propia Europa, que se controlaban y restringían mutuamente. El intento
de Francia bajo Napoleón de unificar toda Europa por la fuerza militar
fracasó a causa de Rusia. El intento del «Tercer Reich» de subyugar de
nuevo a Europa por la fuerza militar también fracasó por culpa de Moscú.
Y el intento de Estados Unidos, iniciado tras el colapso de la URSS, de
extender su poder desde Europa a todo el mundo también fracasó de nuevo
a causa de la resistencia rusa.

¿Debido a este patrón de la historia la OTAN está ahora literalmente
apuntando a Rusia y descuidando los demás factores que hacen imposible
un orden mundial unipolar? Sea como fuere, con el advenimiento de un
orden mundial multipolar el mundo volverá a un viejo patrón. No hay
ninguna razón para describir este retorno a un orden antiguo como el
«mayor riesgo de todos», como hizo Stoltenberg en la última Conferencia
de Seguridad de Munich.

Al contrario: un orden unipolar monopoliza el poder a escala global. Tal
evolución no sólo es contraria a los intereses de Rusia, China, India y
otros muchos países del hemisferio sur y oriental, sino que tal
concentración de poder también es fundamentalmente contraria a los
valores del propio Occidente.

Los valores occidentales surgieron de una serie de revoluciones que
comenzaron con las aspiraciones de autonomía de las ciudades-estado
italianas del Renacimiento, continuaron en la Confederación Helvética, a
través de la guerra de los campesinos alemanes, la revuelta holandesa,
las revoluciones inglesa y estadounidense, y finalmente culminaron en la
gran revolución francesa. (4)

Los valores occidentales son, por tanto, valores revolucionarios,
totalmente incompatibles con la idea de una concentración mundial del
poder. Se basan en la posibilidad de una inversión de las relaciones de
poder existentes que puede iniciarse en cualquier momento. Desacralizan
el poder y pueden así comprometerlo en favor del bien común. Esta idea
se institucionalizó con la derrota de las monarquías y el advenimiento
de la República. La idea de la separación de poderes desempeña un papel
decisivo a la hora de garantizar equilibrios de poder estables, hacer
visibles los abusos de poder y corregir las políticas erróneas.

El hecho, que tras la caída del Muro de Berlín, las élites de Occidente
hayan adoptado la idea de un orden mundial unipolar y, por tanto, del
concepto de una concentración global de poder como la base de su
política exterior, muestra hasta qué punto el mundo occidental se ha
alejado de sus fundamentos intelectuales. Por supuesto, Occidente
siempre ha estado dividido entre sus tradiciones imperial y republicana.
A menudo ambas han existido en paralelo, aunque sus principios
filosóficos se excluyeran mutuamente. Un ejemplo famoso es la revuelta
de esclavos en Haití, que el gobierno francés intentó en vano sofocar
por la fuerza de las armas, a pesar que los esclavos sublevados
invocaban los valores de la Revolución Francesa. Con sus acciones, París
dejó claro que los valores de la Revolución Francesa -es decir,
libertad, igualdad, fraternidad- sólo debían aplicarse a los ciudadanos
franceses, pero no a los de las colonias. (5)

Sin embargo, algo ha debido de ocurrir en el propio Occidente para que
la ambivalencia que existía entonces entre república e imperio -que pudo
existir paralelamente durante mucho tiempo – haya prácticamente
desaparecido en nuestra época a favor del imperialismo en forma de un
orden mundial unipolar. Un Occidente dispuesto a profesar sus valores
políticos podría, por el contrario, luchar por un mundo multipolar, de
acuerdo con Rusia y las grandes civilizaciones de Asia. Un orden mundial
multipolar trasladaría al mundo la idea de la separación de poderes y,
por tanto, el efecto beneficioso del equilibrio de poder; la competencia
entre civilizaciones se mantendría.


        Competencia entre civilizaciones

La competencia entre civilizaciones es un factor importante para el
desarrollo futuro de la humanidad. Precisamente porque las nuevas
tecnologías del siglo XXI permiten interferir en los derechos naturales
de las personas a una escala mucho mayor que en el siglo XX, la
competencia entre civilizaciones debe mantenerse a toda costa. Los
derechos naturales son derechos que preceden al derecho positivo
establecido por un Estado. Estos derechos existen «por naturaleza» y se
dan por sentados, como el derecho a disponer del propio cuerpo, los
derechos fundamentales de la libertad humana o el derecho de los padres
a educar a sus hijos.

Tecnológicamente, ahora es posible vigilar a una persona durante toda su
vida, almacenar y evaluar permanentemente sus rastros digitales y, sobre
esta base, regular y restringir individualmente su acceso a la sociedad.
Esto hace posible una intervención en el orden de la ley natural que
antes era impensable. El futuro desarrollo de la ingeniería genética se
suma a todo esto y podría, por ejemplo, cuestionar el derecho a la
integridad corporal y a la autonomía del individuo de forma mucho más
drástica de lo que pudieron hacerlo los dictadores del pasado. Mientras
las civilizaciones puedan compararse entre sí, estos desarrollos
indeseables de las distintas civilizaciones podrán reconocerse y
nombrarse. En un mundo determinado por civilizaciones diferentes,
ninguna de ellas podría interferir en los derechos naturales de sus
ciudadanos durante mucho tiempo sin sufrir una desventaja estructural
frente a las demás civilizaciones.

En un mundo unipolar, sin embargo, la comparabilidad y la competencia
latente de las civilizaciones desaparecerían. En un mundo así, sería
mucho más fácil imponer el poder de la tecnología moderna y limitar o
incluso abolir los derechos naturales. De ello se deduce que: quienes
sueñan con un mundo tecnocrático en el que el hombre esté supeditado a
la tecnología no pueden evitar luchar por un mundo unipolar para hacer
realidad este objetivo. Por el contrario, si uno quiere ver protegidas
la libertad y la dignidad humanas en el siglo XXI, debe luchar por un
mundo multipolar. Vemos, pues, que los dos conceptos de orden mundial,
unipolarismo y multipolarismo, representan órdenes de valores diferentes.

Otra desventaja del orden mundial unipolar es que no da cabida a la
diversidad cultural del mundo ni a la diversidad de civilizaciones que
han surgido en la historia. Puesto que el orden unipolar pretende
gobernar el mundo según un principio único, inevitablemente sería una
amenaza a la diversidad cultural al pretender unificar culturalmente el
mundo. Pero esto provocaría inevitablemente una resistencia, a la que el
gobierno mundial unipolar sólo puede responder con propaganda,
manipulación o violencia. Por esta razón, un orden mundial unipolar sólo
sería posible como dictadura global.

Los partidarios de un orden mundial unipolar suelen argumentar que sólo
un gobierno mundial podría abolir la guerra y garantizar la paz mundial.
Sin embargo, cualquier conquistador del pasado podría haber dicho lo
mismo, según el lema: «Cuando os haya conquistado a todos, entonces…».
Debe haber otras formas de garantizar la paz mundial que la realización
de un monopolio global del poder. Porque el camino hacia este objetivo
está empedrado de sangre y violencia, como señaló recientemente el
músico Roger Waters en su discurso ante las Naciones Unidas. (5)

Los partidarios de un orden mundial unipolar suelen argumentar que sólo
un gobierno mundial podría abolir la guerra y garantizar la paz mundial.
Sin embargo, cualquier conquistador del pasado podría haber dicho lo
mismo, según el lema: «Cuando os haya conquistado a todos, entonces…».
Debe haber otras formas de garantizar la paz mundial que la realización
de un monopolio global del poder. Porque el camino hacia este objetivo
está empedrado de sangre y violencia, como señaló recientemente el
músico Roger Waters en su discurso ante las Naciones Unidas. (6)

Es cierto que incluso en un orden mundial multipolar existe el peligro
de guerra debido a la multitud de actores. Sin embargo, hay que decir en
primer lugar que las guerras dentro de un orden mundial multipolar
probablemente no asumirían el carácter absoluto que caracteriza la
búsqueda de la unipolaridad, a la que también se refirió Roger Waters en
su discurso ante la ONU. En segundo lugar, no es sólo el equilibrio de
poder lo que protege contra la guerra, sino también la cultura. En
cierta medida, el nivel de cultura determina la capacidad de paz de una
sociedad. Dado que el nivel de cultura en un mundo multipolar podría
estar desigualmente más desarrollado que en un orden mundial unipolar
orientado a la unificación, la paz en un orden mundial multipolar podría
garantizarse de dos maneras: por un lado, mediante el equilibrio de
poder y, por otro, mediante el mayor nivel de cultura posible.

El argumento de que ciertos problemas, como la regulación de las armas
de destrucción masiva, el cambio climático o la prevención de pandemias,
sólo podrían resolverse a escala internacional tampoco es eficaz, porque
el polo de poder unipolar o «gobierno mundial» trataría de convertir
estos problemas internacionales en una fuente de legitimidad para su
propio poder. En lugar de resolver los problemas, se temería, con razón,
su apropiación indebida. Un polo de poder unipolar no tendría ningún
interés en resolver los problemas internacionales o mundiales, ya que
los necesitaría como pretexto para ejercer su propio poder. Cualquiera
que haya seguido los debates públicos en Occidente en los últimos años
podría ver fácilmente los indicios de esa apropiación indebida del
poder. Por tanto, quienes realmente quieran resolver los problemas
mencionados deberían esforzarse más por lograr tratados entre Estados
soberanos, en lugar de un «gobierno mundial» que estaría por encima de
todos y, por tanto, ya no podría ser controlado por nadie.


        Unipolarismo, guerra y fracaso político de Europa

Forma parte de la naturaleza de nuestro mundo el hecho de que esté
formado por varias civilizaciones muy grandes y antiguas. Muchas de
estas civilizaciones han producido importantes logros culturales en el
pasado que también han establecido puntos de referencia para el futuro
de la humanidad. Sin embargo, estas civilizaciones surgieron de
religiones, filosofías y de historias distintas. Aunque se pueden
encontrar valores y puntos de vista comunes, los enfoques elegidos se
basan a muy menudo en principios opuestos entre los que no siempre
parece posible alcanzar un compromiso. Por ejemplo, los límites de la
vergüenza, el orden de los sentimientos y afectos, la relación del
individuo con la familia, la sociedad y el Estado, el sentido del tiempo
y la historia o la relación con la propia subjetividad están codificados
de forma muy diferente en las distintas culturas.

El polo de poder unipolar, a su vez, no puede ser culturalmente neutral
y globalizaría inevitablemente el orden de valores de su cultura de
origen -en el mundo actual, la de Estados Unidos-. Por tanto, otras
culturas ajenas al polo de poder difícilmente podrían estar
culturalmente representadas. Su diversidad cultural representaría una
fuente constante de inestabilidad dentro del «Estado mundial», que el
orden mundial unipolar tendría que contrarrestar con una homogeneización
cada vez mayor. Para ello habría que recurrir constantemente a la
propaganda y a la violencia, lo que a su vez provocaría nuevas
resistencias. Pero este mecanismo suprimiría, debilitaría y tal vez
incluso disolvería los logros culturales que la humanidad tanto necesita
para recuperar su futuro.

Es evidente que muchas civilizaciones antiguas no pueden consentir sin
resistencia su disolución en un orden mundial unipolar dominado por la
cultura consumista estadounidense. Por lo tanto, el intento de
establecer un mundo unipolar debe conducir necesariamente a una
situación en que las pretensiones de un orden unipolar y los estados
soberanos (que posiblemente también represente su propia esfera
cultural) entren en conflicto existencial permanente entre sí. En este
conflicto, o bien se derrumba el concepto de gobierno mundial, o bien el
Estado en cuestión pierde su soberanía. En cierto sentido, entre Estados
Unidos y Rusia ha surgido exactamente un conflicto de este tipo: dado
que no es posible ningún compromiso entre Estados Unidos, como
representante del orden mundial unipolar, y Rusia, como un representante
de los países emergentes que luchan por su soberanía. El conflicto es de
tal dimensión que ahora la OTAN llegue a la amenaza de una guerra entre
las dos potencias nucleares.

Cualquiera que reflexione sobre estas cuestiones con cierto conocimiento
histórico y sentido de la responsabilidad debe, por todas estas razones,
rechazar la idea de un mundo unipolar o de un gobierno mundial. Dado que
el concepto de establecer un gobierno mundial conduce necesariamente a
un conflicto existencial entre potencias nucleares, este concepto nunca
debería haber sido aceptado por los europeos. Cuando, a partir de la
década de 1990, quedó claro que Estados Unidos ya no podía desvincularse
de este plan, los europeos deberían haberse separado de Estados Unidos.

El hecho de que Estados Unidos haya sido receptivo a estas fantasías de
poder se debe también a que es un país muy joven que se ha expandido
casi continuamente desde su fundación. Al mismo tiempo, Estados Unidos
no tiene el tipo de experiencias históricas dramáticas que Europa ha
sufrido repetidamente en su suelo, desde la Guerra de los Treinta Años
hasta las dos guerras mundiales. Los que han sido tan mimados por la
historia como Estados Unidos han tenido dificultades para aprender
madurez y autocontrol. Por tanto, habría correspondido a los europeos
hacer gala de sabiduría y previsión y contrarrestar la euforia de poder
de Estados Unidos con una reflexión sobre el bien común de toda la
humanidad. Una reflexión, eso sí, que debería haber sido concebida en
diálogo con las demás grandes civilizaciones.

Como puede verse, los argumentos a favor de un orden mundial multipolar
son obvios. Podrían haberse desarrollado sin esfuerzo en los ministerios
de Asuntos Exteriores de Alemania, Francia o Italia. Resulta
desconcertante por qué esto no sucedió, por qué Europa no tomó un camino
independiente y, en su lugar, siguió la «Gran Estrategia» estadounidense
que puede convertir a Europa, una vez más, en el campo de batalla de una
gran guerra. Que casi ninguno de los miles de expertos que trabajan en
los ministerios de Asuntos Exteriores de los distintos países europeos
haya aparecido públicamente como voz crítica y de advertencia indica, o
bien una enorme falta de sentido de la responsabilidad, o bien muestra
que los representantes de la intelectualidad han sido excluidos de estas
instituciones.


        El fracaso de Europa y el miedo real de las élites

El hecho de que hoy, 33 años después de la reunificación, Europa se
enfrente al peligro real de una guerra nuclear es la expresión de un
fracaso fundamental de la política exterior alemana, francesa e italiana
que difícilmente puede describirse con palabras. En 1989, Europa fue
bendecida por las circunstancias de la historia. Estaba dotada de la
posibilidad de un orden de paz, potencialmente duradero , en forma de
unificación alemana y europea. La Europa de hoy, en cambio, que vuelve a
soltar los perros de la guerra sobre su continente con la vista puesta
en el futuro e incluso con cierta astucia, (7) ha demostrado ser indigna
de este don. El poder de la política exterior de al menos dos décadas se
ha desperdiciado en un objetivo cuestionable.

La separación de Ucrania de Rusia era un antiguo objetivo bélico del
Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial, impuesto por la fuerza en
el tratado de paz de Brest-Litovsk. El «Tercer Reich» reactivó este
objetivo bélico y lo amplió aún más, buscando no sólo apoderarse de
Ucrania, sino también exterminar a una parte considerable de todos los
rusos. De hecho, la campaña de Hitler contra la Unión Soviética se
concibió abiertamente como una guerra racial e ideológica de exterminio.
En la antigua República Federal y en la RDA, (pero también en la
Alemania reunificada de Kohl y Schröder) se llegó al consenso que
aquellos viejos objetivos bélicos alemanes habían fracasado y que, por
tanto, había que evitar a toda costa un futuro conflicto con Rusia por
Ucrania. Que esta convicción perdiera su validez incondicional durante
los mandatos de Merkel y Scholz es nada menos que una catástrofe
intelectual y moral para nuestro país y para Europa en su conjunto.

Volvamos a la declaración del Secretario General de la OTAN: Jens
Stoltenberg cree que una victoria rusa sería peor que una /escalada
continuada/ , un escalada que podría conducir a una verdadera guerra
mundial con miles de millones de muertos. Que tal apuesta podría
planearse lo indican también las declaraciones de numerosos políticos y
testigos contemporáneos citadas al principio. ¿Qué temor subyacente
podría haber llevado a Stoltenberg a pedir una /escalada/?

¿Tal vez teme que salga a la luz la irracionalidad de 30 años de
política exterior occidental, y que los ciudadanos se den cuenta de lo
que realmente ha intentado silenciosamente la OTAN en las últimas tres
décadas? A saber, que los políticos occidentales han buscado un orden
mundial que, por un lado, conduce necesariamente a la guerra? Y, por
otro, contradice fundamentalmente el orden de valores occidental.

Sin embargo, si esta revelación llega a conocerse, podría ser el
comienzo de una revalorización que, en la medida, que avance, podría
convertirse en una segunda Ilustración. La primera Ilustración puso en
tela de juicio el poder ilegítimo de la Iglesia y el clero, así como de
la nobleza y la sociedad dividida en castas. Hoy vivimos de nuevo en un
mundo en el que el poder ha crecido enormemente -como en la Francia
absolutista-, pero pierde cada vez más su base de legitimidad en el
curso de esta expansión.

Una segunda Ilustración hoy, siguiendo el ejemplo de la crítica al
clero, debería cuestionar el poder de los medios de comunicación y
desenmascarar sus sofisticadas técnicas de manipulación psicológica. Y,
siguiendo el modelo de la crítica de la aristocracia y de la gracia
divina de la monarquía, debería iluminar hoy el poder de la oligarquía y
la economía mundial cada vez más dominada por los monopolios. Por
supuesto, si se iniciara esta segunda ilustración, surgiría una dinámica
que iría mucho más allá de una simple reforma de nuestro sistema
político. ¿Es a ésta evolución a la que Stoltenberg llama «el mayor
riesgo de todos» ? Es decir, el retorno de Occidente a sus valores
originales?

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2023/05/22/guerra-contra-el-mundo-multipolar/
22/5/2023

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