sábado, 20 de janeiro de 2018

Estado policiaco global



William I. Robinson


      Este artículo es resumen de un ensayo mas extenso sobre Estado policiaco
      global que aparece en el nuevo libro del autor, Into The Tempest: Essays
      on the New Global Capitalism, publicado por Haymarket Books

Un Estado policiaco global esta surgiendo en tanto el capitalismo mundial se
hunde en una crisis sin precedente, dada su magnitud, su alcance global, el
grado de la degradación ecológica y del deterioro social, y la enorme escala de
los medios de violencia que se despliegan alrededor del mundo.
Estado policiaco global se refiere a tres dimensiones entrelazadas. Primero, se
refiere a la existencia de sistemas cada vez mas ubicuos del control social de
masas, de represión, y de guerra promovidos por los grupos gobernantes para
contener la rebelión real o potencial de la clase obrera global y la humanidad
superflua.
Segundo, se refiere a la cada vez mayor dependencia de la economía global del
desarrollo y del despliegue de estos sistemas de guerra, control social y
represión simplemente como medio para sacar ganancia y seguir acumulando capital
frente al estancamiento – lo que denomino la acumulación militarizada, o al
acumulación por represión.
Y tercero, se refiere a la emergencia de sistemas políticos que cada vez mas se
aproximan a lo que podemos caracterizar como el fascismo del siglo XXI, o en el
sentido mas amplio, al totalitarismo.
El impulso hacia un Estado policiaco global responde a nivel estructural al
Talón de Aquiles del capitalismo: la sobre-acumulación. La economía global
produce creciente niveles de riqueza que la masa de los trabajadores no puede
consumir, dada la cada vez mas aguda polarización del los ingresos mundiales.
Crece la brecha entre lo que se produce y lo que el mercado puede absorber. Si
los capitalistas no pueden vender (o “descargar”) los productos de sus
plantaciones, sus fabricas, y sus oficinas, no pueden hacer ganancias. El
resultado es crisis –en estancamiento, recesiones, depresiones, conmociones
sociales y guerra.
La globalización ha tenido el efecto de agravar enormemente la sobreacumulación.
El nivel de polarización social y desigualdad global es sin precedente. El un
por ciento de la humanidad mas rica controló mas de la mitad de la riqueza del
mundo en 2016 y el 20 por ciento controló el 94.5 por ciento, mientras el
restante 80 porciento tuvo que conformarse con apenas el 5,5 por ciento, de
acuerdo con la agencia de desarrollo Oxfam.
Esta extrema concentración de la riqueza significa que la clase capitalista
transnacional no puede encontrar salidas productivas para descargar las enormes
cantidades de excedente que ha acumulado. La gran recesión de 2008 –la peor
crisis desde los años 1930– marcó el arranque de una profunda crisis estructural
de sobreacumulación.
En la medida que el capital se va acumulando sin posibilidades para descargar el
excedente de manera rentable, los grupos capitalistas presionan a los Estados
para crear nuevas oportunidades de sacar ganancias. Ya para principios del siglo
XXI, la clase capitalista transnacional se volcó sobre todo hacia la
especulación financiera junto con la acumulación militarizada organizada por
Estado para sostener la acumulación global frente a la sobreacumulación.
La secuencia de olas especulativas en el “casino global” desde los años 1980 ha
incluido: inversión en el emergente mercado global inmobiliario que resultó en
la inflación del valor de los bienes y raíces en una localidad tras otra; varios
ciclos de auges y descalabros del mercado accionario; el enorme aumento de los
flujos de fondos de cobertura (conocidos como “hedge funds” en inglés), de
especulación en monedas, y de toda clase de derivado, desde los permutas de
deuda, los mercados de futuros, obligaciones de deuda colateralizada, esquemas
de pirámide, y esquemas Ponzi.
Cada vez que se agota la inversión especulativa en un sector, la clase
capitalista transnacional simplemente se vuelca hacia otro sector para descargar
el excedente. Las salidas mas recientes han sido el sobrevalorado sector de alta
tecnología y las monedas encriptadas como bitcoin. La inversión en el sector
tecnológico subió de apenas $17 mil millones de dólares en los años 1970, a $175
mil millones en 1990, $496 mil millones en 2000, y luego alcanzó los $674 mil
millones en 2017. Asimismo, Bitcoin subió de menos de un dólar en 2010, a $13
para finales de 2012, y luego a $1000 para principios de 2017, solo para
disparar vertiginosamente a lo largo de 2017, alcanzando $17,900 en diciembre
del año pasado, valor que no guara relación alguna con la economía real.
La brecha entre la economía productiva (o sea, lo que los medios de comunicación
califican como la “economía real”) y el capital ficticio (es decir, el dinero
arrojado a la circulación sin base en mercancías o en la actividad productiva),
ha llegado a niveles alucinantes. Por ejemplo, el producto bruto mundial - el
valor total de los bienes y servicios producidos en el mundo - era de $75
billones en 2015. Mientras tanto, en ese mismo año, solamente la especulación en
monedas giró alrededor de $5.3 billones diarios en ese mismo año, y el mercado
global de derivados fue estimado en un increíble $1.2 trillones.
Pero esta especulación financiera es una solución temporal. No puede resolver el
problema estructural de la sobreacumulación a largo plazo mientras el traslado
de la riqueza de los trabajadores a la clase capitalista transnacional contrae
cada vez mas el mercado. La especulación financiera tiene sus limites como
solución, pero no así la acumulación militarizada.
Digitalización y acumulación militarizada 
Independientemente de estas consideraciones políticas, la clase capitalista
transnacional ha adquirido un mayor interés en la guerra, los conflictos, y la
represión como medios de acumulación. En la medida que la guerra y la represión
Estatal se privatiza, los intereses de un amplio gama de grupos capitalistas
convergen alrededor de un clima político, social, e ideológico conductivo a la
generación y el mantenimiento de los conflictos sociales –tal como en el Medio
Oriente– y hacia una expansión de los sistemas de guerra, represión, vigilancia
Estatal y privado, y el control social.
Las llamadas guerras contra las drogas y el terrorismo, las no declaradas contra
los inmigrantes, los refugiados y las pandillas (y mas generalmente, hacia los
jóvenes pobres de la clase obrera), la construcción de los muros fronterizos,
centros de detención de los inmigrantes, complejos de encarcelamiento, sistemas
de vigilancia de masas, y la extensión de las empresas de seguridad privada y de
mercenarios - todos se convierte en mayores fuentes de generación de ganancias.
Un rápido vistazo a los titulares de los medios norteamericanos en los primeros
meses del gobierno de Trump ilustra la acumulación militarizada. El día después
del triunfo electoral de Trump, el precio de las acciones de Corrections
Corporation of América –la empresa con fines de lucro privado mas grande en
Estados Unidos para la detención de los inmigrantes no documentados– disparó en
un 60 por ciento dada la promesa de Trump de deportar millones de inmigrantes.
Otra empresa con fines de lucro privado que el Estado norteamericano subcontrata
para administrar centros de detención y vuelos chárter para deportar a los
inmigrantes, Geo Group, experimentó un incremento de 300 por ciento en el precio
de sus acciones en los primeros meses de la administración Trump.
Los ataques del 11 de setiembre de 2001 marcó un giro importante en la
construcción de un Estado policiaco global. El Estado norteamericano aprovechó
de dichos ataques para militarizar la economía global mientras otros Estados
alrededor del mundo aprobaron leyes “anti-terroristas” draconianas a la vez que
los gastos militares se dispararon. El presupuesto del Pentágono se incremento
en un 91 por ciento en términos reales entre 1998 y 2011, mientras entre la
década de 2001-2010, las ganancias de la industria militar casi se
cuadruplicaron. A nivel mundial, los gastos militares totales crecieron en un 50
por ciento entre 2006 y 2015, desde $1.4 billones a $2.03 billones.
Crucial al Estado policiaco global es el desarrollo de las nuevas tecnologías
relacionadas con la digitalización y con lo que se refiere a la cuarta
revolución industrial. El sector de la alta tecnología ahora esta en la
vanguardia de la globalización capitalista y esta impulsando la digitalización
de la economía global en su conjunto. La tecnología de la computarización y la
informática nos ha llevado a la antesala de esta “cuarta” revolución, basada
ahora el la robótica, la impresión tridimensional, la inteligencia artificial,
el aprendizaje automático, el internet de las cosas, la computación cuántica y
en nube, nuevos mecanismos de almacenamiento de energía, y los vehículos
autónomos.
Esta digitalización esta revolucionando la guerra y las modalidades de
acumulación militarizada organizada por el Estado, incluyendo la aplicación
militar de las nuevas tecnologías y una mayor fusión de la acumulación privada
con la militarización Estatal. Los nuevos sistemas de guerra y de represión
hechos posibles por una digitalización mas avanzada incluyen armamento
automático impulsado por la inteligencia artificial, tales como los vehículos no
tripulados de ataque y transporte, los soldados robot, una nueva generación de
aviones no tripulados, fusiles microondas que inmovilizan, ataque cibernética y
guerra informática, identificación biométrica, extracción estatal de datos, y la
vigilancia electrónica global que permite el rastreo y control de cada
movimiento.
Por tanto, la digitalización hace posible la creación de un Estado policiaco
global. Los grupos dominantes aplican las nuevas tecnologías del control social
de masas frente a la resistencia de la población precaria y los marginados. La
función dual de la acumulación y del control social se juegan en la
militarización de la sociedad civil y en el cruce entre la aplicación militar y
la aplicación civil de los armamentos avanzados y en los sistemas de monitoreo,
rastreo, seguridad y vigilancia.
Las zonas verdes
La profunda reconfiguración del espacio facilitado por la digitalización se
refleja en la extensión global de las llamadas zonas verdes. “Zona verde” se
refieren al área casi impenetrable que las fuerzas norteamericanas de ocupación
establecieron en el centro de Bagdad a raíz de la invasión de Iraq en 2003. La
zona verde proporcionó al centro de mando norteamericano y la elite Iraquí
ubicados al interior de la zona con un cordón donde se mantuvieron inmunes a la
violencia y el caos que envolvieron el país.
Ahora surgen nuevas zonas verdes en las áreas urbanas alrededor del mundo. Esta
zonificación abarca el aburguesamiento (gentrificación), las comunidades
cerradas, los sistemas de vigilancia y la violencia privada y estatal. Al
interior de las zonas verdes, las elites y las capas medias y profesionales
privilegiadas se valen de los servicios sociales privatizados, el consumo y el
entretenimiento exclusivo. Pueden trabajar y comunicarse por el internet y
satélite clausurados bajo la protección de ejércitos de soldados, policía, y
fuerzas de seguridad privada.
Entre las zonas verdes y la guerra abierta, se encuentran los complejos
encarcelamiento-industrial, los sistemas del control de los inmigrantes y
refugiados, la criminalización de las comunidades marginadas, las campañas de
limpieza social de los pobres, y la escolarización capitalista. En particular,
los aparatos mediáticos y culturales de la economía corporativa persiguen
colonizar la conciencia y socavar la capacidad de pensar críticamente fuera de
la lógica del sistema dominante. Surge una cultura neofascista mediante el
militarismo, la misoginia, la extrema masculinización, y el racismo.
El recrudecimiento de la crisis estructural resultará en una mayor fusión de la
economía digital con el Estado policiaco global. La nueva tecnología seguramente
engrosará las filas de la humanidad superflua y también impondrá una mayor
presión competitiva sobre la clase capitalista transnacional, y por ende, su
necesidad de imponer formas mas opresivas y autoritarias de disciplina laboral.
Estado policiaco global y fascismo del siglo XXI
El trumpismo en Estados Unidos, el brexit en el Reino Unido, y la proliferación
de partidos y movimientos neofascistas y autoritarios en Europa y alrededor del
mundo, representan una respuesta ultraderechista a la crisis del capitalismo
global. Los proyectos del fascismo del siglo XXI buscan organizar una base de
masas entre los sectores históricamente privilegiados de la clase obrera global,
tales como los obreros blancos en el Norte y las capas medias en el Global,
quienes ahora experimentan una mayor inseguridad e inestabilidad en sus
condiciones laborales y de vida.
Al igual que su predecesor del siglo XX, este proyecto gira alrededor del
mecanismo psico-social del desplazamiento del temor y ansiedad de las masas en
momentos de aguda crisis capitalistas hacia las comunidades designadas como
chivos expiatorios, tales como los trabajadores inmigrantes, los musulmanes, y
los refugiados en Estados Unidos y Europa. Las fuerzas ultraderechistas efectúan
este mecanismo mediante un discurso de xenofobia, ideologías desconcertantes que
abarcan la supremacía racial/cultural, un pasado mítico e idealizado, el
milenarismo, y una cultura militarista y masculinista que normaliza y hasta
glorifica la guerra, la violencia social, y la dominación.
En este sentido, la ideología del fascismo del siglo XXI descansa sobre la
irracionalidad –la promesa de restaurar la seguridad y la estabilidad no es
racional sino emotiva-. El discurso publico del régimen de Trump del populismo y
nacionalismo, por ejemplo, no guarda ninguna relación a sus verdaderas
políticas. En su primero año, el “trumpismo” abarcó la desregulación –el virtual
aplastamiento del Estado regulatorio– un mayor recorte del gasto social, las
privatizaciones, la reforma impositiva a favor de los ricos y el capital y
explícitamente en contra de los pobres y la clase obrera, y una expansión del
subsidio estatal al capital: en resumidas cuentas, el neoliberalismo en
esteroides.
En Estados Unidos, los movimientos neofascistas han experimentado una rápida
expansión desde el viraje del siglo en la sociedad civil, y también en el
sistema político mediante el ala derecha del Partido Republicano. Trump demostró
ser la figura carismática capaz de galvanizar y envalentonar las diversas
fuerzas neofascistas, desde los supremacistas blancos, los nacionalistas
blancos, las milicias privadas, los neonazis y Ku Klux Klan, los llamados
“Guardianes del juramento” (conformado por exmilitares y policías de la
derecha), el Movimiento Patriótico, los fundamentalistas cristianos y los grupos
de vigilancia antiinmigrantes.
Alentado por la fanfarronea imperial de Trump, su retorica populista y
nacionalista, y su discurso abiertamente racista, estos grupos han comenzando un
proceso de polinización cruzada en un grado sin precedente en las ultimas
décadas, y han logrado tener una presencia en la Casa Blanca de Trump, y en los
gobiernos estatales y locales alrededor del país. Muchas de estas organizaciones
han establecido unidades paramilitares en un proceso que a menudo entraña una
cierta colaboración con las agencias represivas del Estado.
El fascismo del siglo XXI y Estado policiaco global entraña una triangulación
entre: las fuerzas ultraderechistas, autoritarias y neofascistas en la sociedad
civil, el poder político reaccionario en el Estado y el capital corporativo
transnacional. Respecto a este ultimo, las fracciones de capital mas propensas a
un fascismo del siglo XXI parecen ser el capital financiero especulativo, el
complejo militar-industrial-seguridad, y las industrias extractivistas –estas
tres, a cambio, entrelazadas con el capital de alta-tecnología/digital-.
Los complejos extractivistas y energéticos deben desalojar a las comunidades
para poder apropiarse de sus recursos, lo que les hace propensos a los arreglos
represivos y hasta neofascistas. La acumulación de capital en el complejo
militar-industrial-seguridad depende de la guerra sin fin y de los sistemas de
represión. Y la acumulación financiera requiere de cada vez mayor austeridad, lo
que es muy difícil, sino imposible, de imponer mediante los mecanismos
consensuales.
Hemos de recordar que el trumpismo y las demás respuestas ultraderechistas y
neofascistas a la crisis surgen a lo largo del mundo reactivamente a la rebelión
de las clases trabajadoras y populares. Una rebelión global en contra de la
clase capitalista transnacional se ha extendido a lo largo del mundo desde la
gran recesión de 2008. Quizás la tarea mas urgente en estos momentos es la
organización de un frente unido contra el fascismo y la guerra global. Será
improbable que la elite transnacional en su mayor parte se oponga a un fascismo
del siglo XXI en el poder político si es que los de abajo lleguen a amenazar el
control desde arriba.
Sin embargo, las elites con mayor sensatez buscarán proyectos reformistas –hasta
reformas radicales– en aras de rescatar el sistema de si mismo. Hemos de
respaldar dichos proyectos reformistas en la medida que atenúan las peores
depredaciones del capitalismo global y que nos sacan del umbral de la guerra y
el fascismo. La clase obrera global necesita amplias alianzas, incluyendo con
los elementos reformistas de la elite transnacional.
Pero la reforma del capitalismo históricamente se ha logrado menos por la
ilustración de las elites sino por las luchas de masas desde abajo que obligan a
las elites a reformar. La mejor manera de lograr una reforma del capitalismo
global es luchar en su contra. Si fracasa el reformismo desde arriba y si la
Izquierda no logra tomar la iniciativa, podría quedarse abierto el camino para
un fascismo del siglo XXI fundamentado en un Estado policiaco global.
William I. Robinson. Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa
Bárbara.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=236788
19/1/2018

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