sexta-feira, 22 de fevereiro de 2013
¡Me lo habéis quitado todo! Reflexiones sobre la urgente necesidad del comunismo
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22-02-2013
¡Me lo habéis quitado todo! Reflexiones sobre la urgente necesidad del comunismo
John Brown
Iohannes Maurus
"¡Mirad lo que me habéis hecho, me lo habéis quitado todo!" Esto es lo que
gritaba hace unos días una mujer cuando, en una sucursalbancaria se prendió
fuego con gasolina. Cuentan los periódicos que es una persona de 47 años, con
tres hijos y amenazada de desahucio. Ada Colau, la representante más célebre de
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) afirmaba en el Congreso, en una
de esas raras veces en que dentro de esa cámara de resonancia del poder se ha
oido una verdad, que el representante de la banca que intervino antes que ella
para oponerse a la dación en pago y al conjunto de la iniciativa legislativa
popular (ILP) promovida por la PAH era un "criminal".
Los desahucios son actos de violencia extrema. La persona desahuciada, expulsada
de su vivienda queda por ese mismo acto expulsada de la sociedad normal,
marginada, en los términos precisos de Ada Colau, condenada a la "muerte civil".
No olvidemos que la muerte civil, la incapacidad para tener una vida social y
una vida pública coincidía en la antigüedad con el estatuto de los esclavos.
Ahora bien, el esclavo es quien debe a alguien su vida y con su vida entera debe
pagar su deuda. No muy alejado del estatuto antiguo del esclavo está el del
moderno desahuciado quien no solo pierde su vivienda, sino que sigue teniendo -a
pesar de su carencia de recursos- una deuda impagable con el banco. Alguien a
quien se lo han quitado todo se convierte automáticamente en esclavo. La muerte
civil propia del esclavo es ese periodo de tiempo anterior a la muerte física en
el que ya no se está propiamente vivo, puesto que la potencia y el deseo propios
se encuentran casi extinguidos, oprimidos por un poder exterior.
Algunos no lo aceptan y se rebelan. Esa rebelión puede tomar dos formas: una
forma abstracta e individual en la que se considera que está todo perdido y una
forma concreta que apela a la potencia de lo colectivo, a la potencia de la
indignación. Ambas formas son perfectamente respetables y constituyen
afirmaciones de la dignidad. El suicidio es, ciertamente, como afirma Spinoza el
resultado de la acción de una causa exterior, pues no hay nada en la esencia de
una cosa que tienda a destruirla. La proposición 4 de la parte III de la Ética
afirma sin matices: « Nulla res nisi a causa externa potest destrui » (« Ninguna
cosa puede ser destruida sino por una causa exterior » ) . Todo suicidio está
pues precedido por un asesinato, por una transformación de la esencia del
individuo por una causa exterior que lo destruye desde el interior, como un
cáncer o una enfermedad autoinmune, pero también, bajo la forma fenomenológica
del suicidio puede incluirse la elección de la muerte como "mal menor", en cuyo
caso, la propia muerte es una afirmación de la vida, una forma extrema de
perseverar en su propio deseo. "Así pues,-nos dice Spinoza en Etica IV,
proposición XX, escolio- nadie deja de apetecer su utilidad, o sea, la
conservación de su ser, como no sea vencido por causas exteriores y contrarias a
su naturaleza. Y así, nadie tiene aversión a los alimentos, ni se da muerte, en
virtud de la necesidad de su naturaleza, sino compelido por causas exteriores;
ello puede suceder de muchas maneras: uno se da muerte obligado por otro, que le
desvía la mano en la que lleva casualmente una espada, forzándole a dirigir el
arma contra su corazón; otro, obligado por el mandato de un tirano a abrirse las
venas, como Séneca, esto es, deseando evitar un mal mayor por medio de otro
menor; otro, en fin, porque causas exteriores ocultas disponen su imaginación y
afectan su cuerpo de tal modo que éste se reviste de una nueva naturaleza,
contraria a la que antes tenía, y cuya idea no puede darse en el alma (por la
Proposición 10 de la Parte III). Pero que el hombre se esfuerce, por la
necesidad de su naturaleza, en no existir, o en cambiar su forma por otra, es
tan imposible como que de la nada se produzca algo, según todo el mundo puede
ver a poco que medite." El suicidio es así, siempre el resultado de una "muerte
sin cadáver previa" o del encuentro del individuo con una fuerza exterior
destructiva e invencible. Un "encuentro" de este tipo explica el sucidio de
Séneca, pero también el de los insurrectos del Gueto de Varsovia, tal vez
también muchos de los suicidios que están ocurriendo últimamente en territorio
español. Aunque a veces, la única manera de conservar su propia dignidad sea
suicidarse, existe a menudo la posibilidad de rebelarse junto a otros, de
reconocer el mal que sufrimos en otros. Es lo que se llama indignación. La
indignación es una tristeza, pero una tristeza que saca a la superficie el nexo
social, la solidaridad, la comunidad, y puede incluso dar lugar a una
potenciación del individuo cuando este es capaz de constituir con otros y frente
a un poder hostil una nueva realidad que haga posible vivir.
Hoy es indispensable restablecer, o incluso crear sobre una nueva base mucho más
sólida, las condiciones sociales que hagan posible la vida. Si volvemos sobre la
frase con que empezamos estas reflexiones: "¡Mirad lo que me habéis hecho, me lo
habéis quitado todo!", podemos sacar ya unas primeras conclusiones a partir de
ella. Creo que es el mejor homenaje y la mejor muestra de respeto que podemos
rendir a la persona que, envuelta en dolor y fuego, las pronunció. En primer
lugar, señala a los criminales que la condujeron a ese acto de autodestrucción,
nombrándolos como los verdaderos responsables de su desgracia. En segundo lugar,
y esto es lo más importante, explica que su desdicha consiste en que "se lo han
quitado todo". Esto es decisivo y obliga a una reflexión. No en todas las
sociedades es posible quitárselo "todo" a alguien como lo es en la « nuestra ».
La mayoría de las sociedades humanas que han conocido el crédito y la moneda
basada en el crédito han tenido también instituciones que perdonaban las deudas.
El "perdónanos nuestras deudas" del Padre Nuestro cristiano evoca la antigua
institución hebrea del jubileo en la cual se restituían sus tierras cada 50 años
a los campesinos expropiados por impago de sus deudas y a sus familias. Declara
así el Levítico 25.10 : « Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis
libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y
volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia. »
Existían tanto en el antiguo Israel como en las sociedades del creciente fértil
desde la más remota antigüedad normas que establecían el perdón de las deudas
dentro de la propia comunidad. Tanto entonces como ahora, una deuda unilateral
infinita conduce a la esclavitud y a la muerte civil y ninguna sociedad, ni
siquiera una sociedad esclavista, puede reducir a la mayoría de su población a
la esclavitud.
La deuda es un tipo de relación social basada en algo tan poco "natural" como el
intercambio de bienes y valores. La deuda se basa en una promesa de pago en el
futuro que la distingue de las demás transacciones en las cuales el pago
acompaña al cambio de propiedad de un bien. Esto, que nos parece tan evidente a
los habitantes de una sociedad compuesta de individuos que intercambian
mercancías, es, sin embargo, el tipo mismo de relación que las sociedades
primitivas -descritas por una larga de serie de antropólogos desde Clastre hasta
David Graeber- reservan exclusivamente a los enemigos. Con la gente de la propia
comunidad, se comparte la riqueza, con el enemigo, se comercia, incluso se
comercia con su propia persona esclavizándolo, pues la esclavitud, como bien
sabía John Locke se basa en una deuda infinita e impagable. Sólo podemos
comerciar con quienes podemos también matar o esclavizar. De ahí la gran
cantidad de límites puestos a las relaciones comerciales en las sociedades no
capitalistas: en todas ellas se trataba de que nadie pudiera "perderlo todo".
El capitalismo es la única sociedad basada en la relación comercial
generalizada, aquella en la que, como decía Marx en los Grundrisse, el hombre
"lleva sus relaciones sociales en el bolosillo", pues casi todas ellas dependen
del dinero. Esto conduce, naturalmente al estado de guerra pemanente, de
hostilidad generalizada entre los individuos que percibimos a diario. La
relación que otras sociedades humanas consideraban tan violenta y tan reservada
al trato con enemigos como la propia guerra se ha interiorizado en el
capitalismo con efectos nefastos sobre la sociedad. En las sociedades
capitalistas que se han "liberado" de toda barrera política o moral como las
neoliberales, la relación social es sumamente tenue y precaria. Las sociedades
se sostienen en la medida en que conservan una base mínima, ontológica,
antropológica, de cooperación directa entre los individuos, al margen de las
relaciones propiamente capitalistas. Cornelius Castoriadis insistió muchas veces
en que es imposible que una sociedad basada en el mercado o en la jerarquía de
fábrica, o en el control estatal, es decir una sociedad atomizada, pueda
funcionar, si no intervienen otras dinámicas de cooperación. Puede parecer una
paradoja, pero el capitalismo, para funcionar, presupone el comunismo: el
comunismo del lenguaje al que Marx se refiere con frecuencia, el de la
cooperación, el del conocimiento, el de los afectos, etc. Todo ese denso tejido
de relaciones que el capital y sus dos instituciones fundamentales, el mercado y
el Estado son incapaces de poner por sí mismas y que deben explotar, vampirizar,
para poder funcionar.
Hoy el capital está poniendo en peligro esa base comunista mínima con la que
tiene, sin embargo que convivir si quiere sobrevivir, intentando someterla a la
ley del mercado y de la propiedad, haciendo de los comunes cognitivos,
afectivos, incluso lingüísticos, formas aberrantes de mercancía no
caracterizadas como cosas, sino como acceso a "formas de vida". El capital, lo
que intenta vendernos hoy para valorizarse son nuestras propias vidas
expropiadas/apropiadas. El problema es que la relación de propiedad conviene muy
mal a los comunes: es difícil apropiárselos, pues no son cosas sino relaciones.
Los comunes no nos pertenecen, más bien pertenecemos nosotros a ellos. De ahí el
intento desesperado de asirlos mediante la más sutil de las relaciones, la que
se basa no ya en el tiempo presente o en el pasado como la relación que se
expresa en el valor-trabajo, sino en el futuro y en la extensión total de
nuestras vidas, la relación de endeudamiento, la relación financiera. El espacio
de la explotación se convierte en un espacio ilimitado, en un universo infinito,
pero por eso mismo, es incontrolable, por eso mismo se convierte en un espacio
de resistencia como fue la inmensa estepa rusa para las tropas de Napoleón o de
Hitler.
Hoy mismo Mariano Rajoy intenta convencer a los ya convencidos de que es capaz
de gobernar una crisis que ya se ha hecho inseparable del propio sistema.
Propone como receta los "minijobs", que la Señora Merkel ya ha puesto en
práctica en Alemania, esos puestos de trabajo ultraprecarios, sin derechos, y
con remuneraciones muy inferiores a lo necesario para reproducir la fuerza de
trabajo. Se trata de una medida más en el camino de la introducción tendencial,
asintótica, de una nueva forma de esclavismo en la que se mantiene la libertad
formal del trabajador, pero se estrecha al mínimo su capacidad de negociación.
Cuando la curva de la variante salario alcance el valor cero y la curva del
tiempo de trabajo tienda a infinito, habremos llegado a un restablecimiento del
esclavismo. Lo que pasa es que esto no puede ocurrir del todo en el marco de un
régimen que necesita imponer políticamente la ley del valor como fundamento de
un régimen jurídico basado en la propiedad como el que hoy conocemos. El valor
ya no se determina en tiempo de trabajo, sino mediante convenciones financieras
basadas en apuestas sobre el valor que se producirá en el futuro, pero al mismo
tiempo, el Estado mantiene incólume un entramado jurídico basado en la relación
entre valor y trabajo, imponiendo sus efectos mediante la violencia.
Para evitar el nuevo esclavismo, es necesario disociar valor y trabajo, pero de
otra manera, haciendo que los ingresos, el reparto del valor producido, se
independicen del trabajo asalariado y de sus formas, practicando una disociación
no orientada al neoesclavismo sino al comunismo, al acceso generalizado y libre
a la riqueza común. No tiene sentido aceptar que esa disociación sólo valga para
el 1% que ya la practica cobrando sobres y demás prebendas y no para el resto.
El 1% ya vive en el comunismo del capital, tenemos que aprender a hacer que las
relaciones comunistas se extiendan al conjunto de la sociedad. Hoy como en la
época de Marx, sigue siendo válida la divisa saint-simoniana hábilmente desviada
( détournée , dirían los situacionistas...) por el Moro: "De cada cual según sus
capacidades a cada cual según sus necesidades". Si queremos que no puedan
"quitárnoslo todo", tenemos que garantizar la existencia de bienes y recursos
comunes inalienables. No basta para ello que sean de titularidad estatal, pues
los Estados pueden comportarse como cualquier propietario y privatizarlos (es lo
que están haciendo): es necesario que los bienes comunes estén inscritos en la
constitución, tanto en la constitución material como elementos fundamentales de
las relaciones características de un modo de producción comunista que no tiene
nada que ver con los socialismos de Estado, como en la constitución formal que
debe establecer las instituciones políticas y las leyes de un mundo libre más
allá de la propiedad. El comunismo hoy no es ninguna utopía, sino una ncesidad
vital para las sociedades y los individuos.
Fuente:
http://iohannesmaurus.blogspot.be/2013/02/me-lo-habeis-quitado-todo-reflexiones.html
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http://rebelion.org/noticia.php?id=164239
22/2/2013
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