segunda-feira, 26 de dezembro de 2016

Las izquierdas en la crisis del imperio



Atilio A. Boron

Una nota reciente de Santiago Alba Rico examina lo que, a
su juicio, constituye un grosero error de interpretación de “conocidos
militantes anti-imperialistas latinoamericanos” que, como el que suscribe esta
nota, piensan que el asesinato del embajador de Rusia en Ankara es, en términos
objetivos, una “respuesta” al creciente protagonismo de ese país en el sistema
internacional. [1]  En su escrito Alba Rico incurre en una serie de
equivocaciones que no pueden ser pasadas por alto y que es preciso señalar y
corregir. Dado que para ilustrar ese diagnóstico equivocado, según nuestro
autor, se toman textualmente algunos pasajes o expresiones de un artículo de mi
autoría publicado poco antes en este mismo medio siento, a los efectos de evitar
confusiones entre los lectores, la necesidad de formular algunas precisiones.
[2]  Seré breve, pese a la amplitud de la temática, para poner en cuestión
algunas líneas esenciales de la argumentación de nuestro autor.
1. Jamás he dicho, ni conozco alguien que lo hubiera hecho, que la sola puesta
en aprietos a la dominación norteamericana en el tablero de la geopolítica
mundial se corresponda automáticamente con un ataque al capitalismo y el avance
de la revolución, la democracia y los derechos humanos en todo el mundo. No hay
automatismos ni determinismos en la dialéctica de la historia, de modo que
aquella ecuación debe ser descartada de antemano. Pero, por otro lado, no se
puede ignorar el papel crucial, indispensable, insustituible, de Estados Unidos
en la reproducción y mantenimiento global del capitalismo. Derrotas o retrocesos
de Washington en el tablero de la política internacional no necesariamente abren
las puertas a la democracia y los derechos humanos, pero cuando el sostén
fundamental –o el “sheriff solitario”, para usar la expresión de Samuel P.
Huntington- del capitalismo mundial y de los despotismos que asolaron al mundo
desde finales de la Segunda Guerra Mundial experimenta un traspié eso, en
principio, es una buena noticia porque se abre una pequeña fisura en un muro
herméticamente sellado. ¿O acaso la derrota de EEUU en Vietnam no significó un
avance democrático y en materia de derechos humanos en ese país devastado por
once años de bombardeos norteamericanos? Y el reflujo de la influencia
norteamericana experimentado por Washington en América Latina desde la elección
de Hugo Chávez Frías a la presidencia de Venezuela, en Diciembre de 1998, ¿no
inauguró acaso un ciclo que, con todos sus defectos e insuficiencias, podríamos
caracterizar como virtuoso y positivo para nuestros pueblos? Y las revoluciones
en el mundo árabe, que derrocaron a las tiranías de Ben Ali y Hosni Mubarak en
Túnez y Egipto, fieles sirvientes de la hegemonía norteamericana en la región,
¿no nutrieron la esperanza –lamentablemente frustrada después- de un nuevo
comienzo?

2. En su nota nuestro autor incurre en un grave error desgraciadamente muy
extendido en el campo de las izquierdas: habla de “los imperialismos”, así, en
plural. Pero el imperialismo es uno sólo; no hay dos o tres o cuatro. Es un
sistema mundial que, desafortunadamente, cubre todo el planeta. Y ese sistema
tiene un centro, una potencia integradora única e irreemplazable: Estados
Unidos. Tiene el mayor arsenal de armas de destrucción masiva; controla desde
Wall Street la hipertrofiada circulación financiera internacional; decreta la
extraterritorialidad de las leyes que sanciona su Congreso e impone sanciones a
terceros países que incumplen las leyes estadounidenses; controla a su antojo
los flujos de comunicaciones que se procesan a través de la Internet y la
telefonía a escala mundial; dispone de un fenomenal aparato de propaganda –sin
rivales en el mundo- con epicentro en Hollywood; casi la mitad del presupuesto
militar mundial y según sus propios expertos, cuenta con algo más de un millar
de bases militares instaladas en los cinco continentes. ¿Cuáles son los “otros
imperialismos” que compiten con este? Como latinoamericano preguntaría a los
cultores de la teoría de la “pluralidad de imperialismos” que por favor me digan
cuantas bases militares tienen rusos y chinos en América Latina y el Caribe. La
respuesta es cero, contra ochenta de Estados Unidos y sus compinches de la OTAN.
Que me digan cuántos golpes de estado o procesos de desestabilización pusieron
en marcha Moscú y Beijing en esta parte del mundo, contra los más de cien que
tuvieron su origen en Washington. O que me digan quién arrebató la mitad de su
territorio a México: ¿habrán sido los rusos, los chinos, Irán quizás? ¿Cuántos
presidentes o prominentes líderes políticos y sociales de la izquierda fueron
asesinados por órdenes de Rusia y China? Respuesta: ninguno. ¿Y Estados Unidos?
La lista sería interminable. Mencionemos apenas algunos de los más conocidos:
Augusto Cesar Sandino, Farabundo Martí, los jesuitas en El Salvador y también en
ese país Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Salvador Allende, Orlando Letelier, los
generales constitucionalistas chilenos René Schneider y Carlos Prats González,
el ex presidente boliviano Juan José Torres, Omar Torrijos, Jaime Roldós y los
miles detenidos, desaparecidos y asesinados en el marco de la “Operación
Cóndor.” Confieso que a medida que escribo y rememoro estos datos siento una
creciente indignación ante los crímenes del imperialismo y, también, ante la
incomprensión de algunos camaradas de la izquierda de las elocuentes lecciones
de nuestra historia que los deberían inducir a ser mucho más rigurosos a la hora
de hablar sobre el imperialismo. Con estos antecedentes a la mano la sola idea
de una pluralidad de imperialismos no es otra cosa que un disparate, una frase
hueca, un auténtico nonsense que ofusca la visión de lo que ocurre en el mundo
real.

3. No entiendo la extraordinaria centralidad que Alba Rico le atribuye a Siria
en los asuntos mundiales. Menos todavía que este sufrido país sea “la vía muerta
de la revolución democrática que comenzó en 2011”, o que haya sido Damasco quien
le devolvió “protagonismo a las dictaduras”, o la “fuente contaminante” de la
desdemocratización. Francamente, no lo comprendo. Menos aún que se diga que
Rusia e Irán, al igual que hiciera EEUU en América Latina o Vietnam, utilizaron
“todos los medios a su alcance para sostener hasta el límite a un tirano
asesino” como Bashar –al Assad. Rusia, y en mucho menor medida Irán, intervienen
cuando la destrucción del país parecía inexorable ocasionada, precisamente, por
Washington y sus aliados. Lo hacen cuando la tragedia humanitaria desencadenada
por …. ¿la pasión norteamericana por la democracia y los derechos humanos o por
sus imperativos geopolíticos? se ensañó contra ese pueblo para inventar una
“guerra civil”, como hicieron en Libia, derrocar a Assad, aislar a Irán
privándolo de su único aliado significativo y facilitar el asalto final contra
la República Islámica. Para ello la Casa Blanca reclutó –con la inestimable
ayuda del Reino Unido, Arabia Saudita e Israel- un ejército de mercenarios a los
cuales la prensa occidental, alentada desde Washington por la por entonces
Secretaria de Estado Hillary Clinton, exaltó hasta convertirlos (como antes a la
siniestra “contra” nicaragüense y después a los bandidos apostados en Bengasi,
que culminarían su cruzada democratizadora linchando a Gadaffi y desmembrando a
ese desdichado país) en virtuosos “combatientes por la libertad”. Fue la propia
Clinton quien luego reconoció que “nos equivocamos al elegir a nuestros amigos”.
¿Cuándo lo dijo? Cuando Estados Unidos ya no pudo proseguir –por completamente
infundada- con su campaña de acusaciones sobre el programa nuclear iraní y la
Casa Blanca tuvo que cambiar de táctica. Ellos sabían, como todo el mundo, que
el único país que tiene armas nucleares en Oriente Medio es Israel, pero eso no
es problema para Washington y sus peones europeos. Al cambiar de táctica, al
caerse aquel pretexto para la ofensiva norteamericana, los delincuentes
plantados en territorio sirio se autonomizaron de sus antiguos jefes y
protectores y una parte de ellos dio nacimiento al Califato y a diversas
variantes del yihadismo, se dedicaron a degollar y decapitar infieles, robar
petróleo y, con el beneplácito de Washington, comenzar a venderlos a treinta
dólares el barril, para debilitar -¡de pura casualidad nomás, no hay que ser mal
pensados!- a tres enemigos de Washington: Rusia, Irán y Venezuela, grandes
exportadores de ese precioso recurso. El más elemental análisis de la situación
no puede sino concluir que Siria, por lo tanto, no es -¡jamás podría haber
sido!- la causante de la “desdemocratización” del planeta sino un despedazado
país destruido casi por completo por el imperialismo, y que gracias a la
intervención de Rusia se puso temporario fin a una masacre promovida y
consentida por la metrópolis imperialista y sus secuaces. Que la injerencia de
Rusia haya estado motivada por intereses geopolíticos propios porque en Tartus,
Siria, se encuentra la única base militar rusa existente fuera de su propio
territorio, no quita que con su intervención militar se han salvado miles de
vida mientras que las potencias occidentales –y los intelectuales sometidos a su
hegemonía- se prodigaban en ejercicios meramente retóricos o en huecos discursos
lamentando la tragedia pero sin ofrecer la más mínima alternativa. Una testigo
presencial de esta tragedia en Alepo, la monja Guadalupe Rodrigo, lo manifestó
con una rotundidad y sensatez que me encantaría hallar en los escritos de tantos
analistas cuando dijo que “ lo que está sucediendo en Siria está muy lejos de
ser una guerra civil. Si hubiera que ponerle una etiqueta sería más bien una
invasión.” [3]

4. Lo anterior no significa que Assad represente ni de lejos un ideal político
para la izquierda. La insinuación de que quienes se oponen a la sangrienta
política norteamericana en Siria son admiradores de un personaje como Assad o de
un modelo político como el imperante en Siria es un insulto que carece por
completo de fundamento. La afirmación de que “la democracia ha muerto. Los DDHH
–apenas una buena idea– pertenecen al pasado. Assad , gran triunfador, es el
modelo; y a la izquierda impotente y vencida le gusta ese modelo porque incluso
en EEUU se ha impuesto, como ellos querían, un protodictador” es asombrosa, por
lo injusta e injuriosa.
 Lo menos que debería hacer Alba Rico al lanzar una acusación tan tremenda es
tratar de fundamentarla, diciendo cuál teórico de la izquierda, o cuáles fuerzas
de esa orientación han manifestado su “gusto” por el modelo sirio o su alborozo
por la elección de Donald Trump. La izquierda, en sus distintas variantes, ha
sido siempre la enemiga jurada del fascismo y el baluarte de los procesos de
democratización en todo el mundo. ¿O cree nuestro autor que los capitalismos
democráticos lo son porque la burguesía y la derecha se propusieron alguna vez
en algún país construir un orden democrático? ¿Quién si no la izquierda fue la
protagonista de las grandes luchas democráticas en todo el mundo? Por eso cuando
le adjudica la “ responsabilidad en este proceso de desdemocratización”, cosa
que le parece innegable y reprobable, incurre en un gravísimo yerro y, además,
lanza una ofensa gratuita a millones de gentes que en los cinco continentes y
desde la izquierda se juegan la vida para construir un mundo mejor, un orden
democrático donde imperen la libertad, la justicia y los derechos humanos.
Agravio que, por otra parte, se construye a partir de un rotundo error de
interpretación histórica, a saber: afirmar que “el fascismo clásico fue el
resultado de y acompañó a un proceso de desdemocratización radical, exactamente
igual que ahora.” La relación causal fue exactamente la inversa: el fascismo
fue, según Clara Zetkin, un castigo porque el proletariado fracasó en su intento
de realizar la revolución y, añadimos nosotros, una represalia por los desafíos
planteados por la radicalización del impulso democrático en los años de la
primera posguerra y, después, en el marco de la Gran Depresión. Su respuesta fue
desdemocratizar al orden político instaurando la dictadura desembozada de la
burguesía. Esta tesis fue defendida desde un principio por la Tercera
Internacional y reafirmada en los escritos de -aparte de la ya mencionada
Zetkin- León Trotsky, Karl Radek, Ignazio Silone, Antonio Gramsci y Palmiro
Togliatti, entre otros.

5. Recapitulando: el imperialismo es un sistema que lo podemos representar con
tres círculos concéntricos. En su núcleo fundamental hay un país, Estados
Unidos, que es quien ejerce la función dirigente y dominante. Luego hay un
segundo anillo formado por los estados vasallos del capitalismo desarrollado,
con quienes Washington mantiene relaciones que en algunos temas puntuales pueden
dar origen a tensiones y contradicciones pero que, ante una amenaza sistémica se
agrupan rápidamente en torno a los dictados de la Casa Blanca y se convierten en
dóciles peones de las más siniestras decisiones que pudieran emanar de
Washington. Por ejemplo, después del 11-S, países europeos cuyos dirigentes
están siempre prestos a pontificar sobre la importancia de los derechos humanos
colaboraron en viabilizar los “vuelos secretos” de la CIA transportando
presuntos terroristas hacia “lugares seguros” en donde torturarlos y
desaparecerlos, fuera del alcance de la legislación estadounidense. [4]  Para
Zbigniew Brzezinski evitar “la confabulación de los vasallos”, es decir, de este
segundo círculo, “y mantener su dependencia en cuestiones de seguridad” es uno
de los tres principales objetivos del imperio. La OTAN es la expresión más
nítida de la aplicación de este principio. El tercer círculo del sistema
imperial está constituido por las naciones de la periferia o semi-periferia
capitalista, es decir, ese vasto y tumultuoso “tercer mundo” formado por las
naciones de Asia, África y América Latina y el Caribe, que es preciso, siempre
según Brzezinski, mantener bajo control. [5]
 Por consiguiente, cualquier proceso de debilitamiento del núcleo duro del
imperialismo, Estados Unidos, o de su segundo círculo, los vasallos, es en
principio auspicioso que tendrá, como contrapartida, la violenta reacción de
Washington. Que ello finalmente madure en una dirección correcta y en algunos
países dé nacimiento a un proceso democrático y emancipador ya es otra cuestión
y dependerá, como todo, de la inteligencia y voluntad con que las fuerzas
sociales y políticas del campo popular encaren la lucha de clases y se
aprovechen de los cambiantes equilibrios geopolíticos internacionales. La
emergencia de actores cada vez más poderosos en la estructura internacional -la
irrupción de China, el retorno de Rusia, el lento pero irreversible ingreso de
la India, la Organización de Cooperación de Shanghái ( OCS ) y los BRICS, para
señalar apenas los más importantes- está dando lugar a un naciente
multipolarismo que si bien no puede ser caracterizado como intrínsecamente
anti-imperialista modifican, a favor de los pueblos, las condiciones objetivas
bajo las cuales se libran las luchas por la democracia, la justicia y los
derechos humanos en la periferia con independencia de los rasgos definitorios de
los regímenes políticos imperantes en China, Rusia, la India o cualquier otro
actor involucrado. Esa es la clave para entender la violenta reacción
norteamericana ante ese nuevo orden emergente, que erige barreras intolerables a
su pretensión de supremacía incontestada. La historia latinoamericana y caribeña
de los últimos años no habría sido posible de haber persistido el unipolarismo
que siguió a la implosión de la Unión Soviética. Puede no ser de agrado para
nuestro autor, pero sí lo ha sido para todos los líderes y movimientos populares
de América Latina y el Caribe, desde Fidel y Chávez hasta Lula y Kirchner que ha
visto ampliar sus márgenes de maniobra en la complejidad de la nueva realidad
internacional. No es lo ideal, como hubiera sido un insólito florecimiento del
socialismo, la democracia, la justicia y los derechos humanos en el capitalismo
desarrollado. Pero lo que hemos visto ha sido exactamente lo contrario. Y en el
mundo que realmente existe será preciso que avancemos en nuestras luchas sin
esperar el advenimiento de aquellos cambios en el primer mundo.

6. Nuestro autor pone término a su nota extremando el pesimismo que impregna
toda su argumentación. Declara, resignadamente, que “ya no hay alternativa
sistémica, ni siquiera imaginaria.” No creo que en una amable conversación
personal (como la que sostuve con él más de una vez en el pasado) pudiera decir
algo semejante. Creo que tal vez la sorpresa al comprobar como muchos de sus
amigos latinoamericanos interpretaban lo ocurrido en Ankara y la premura de la
crítica lo llevó a escribir algo que podría ser visto como una reformulación, en
términos filosóficamente aún más radicales, de la absurda tesis de Francis
Fukuyama sobre el fin de la historia. Estoy seguro que Alba Rico no adhiere a
esa tesis. Sin embargo es indudable que las dificultades con que tropieza la
creación de una alternativa sistémica al capitalismo global son inmensas.
Estados Unidos construyó el imperio más poderoso que jamás haya existido en la
historia de la humanidad. Sus dispositivos de hegemonía y dominación son
formidables; su capacidad de control y sometimiento también. Pero el inicio de
su decadencia ya es inocultable. Lo reconocen los propios mandarines del imperio
así como los estrategas del Pentágono y la CIA. Y, también es cierto, que hoy no
se avizoran las formas concretas que podría asumir una alternativa sistémica.
Pero sí sabemos, a ciencia cierta, que el capitalismo está llegando a su límite
porque tal como lo asegurara el Comandante Fidel Castro Ruz en la Cumbre de la
Tierra en Río, en 1992, su reproducción está destruyendo las condiciones
medioambientales que hicieron posible la aparición de la vida humana en el
planeta Tierra. El ecosocialismo ha aportado agudas reflexiones y muchos datos
concretos sobre esta insoluble contradicción entre capitalismo y naturaleza. Y
los pueblos están a la búsqueda de alternativas, tanto reales como imaginarias,
sin esperar a que los intelectuales las inventemos. Las aportaciones de las
etnias originarias de América Latina y el Caribe sobre el “buen vivir” son una
prueba de ello. La idea de que “otro mundo es posible” ha ganado millones de
adeptos en todo el mundo. La gravedad de la irresuelta crisis general del
capitalismo, estallada hace ya más de ocho años, hizo posible que en Estados
Unidos, en Europa, en el Sudeste asiático y en Canadá grandes manifestaciones
populares adopten como consigna unificadora la crítica al capitalismo, algo
inimaginable hasta hace unos pocos años cuando al capitalismo ni siquiera se lo
nombraba. Bertolt Brecht dijo una vez que el capitalismo era un caballero que no
deseaba ser llamado por su nombre. Su anonimato lo invisibilizaba y de ese modo
ocultaba su carácter de régimen social de explotación. Ahora se lo nombra y se
lo escribe y, en un desarrollo tan inesperado como promisorio, se lo leía en las
pancartas de los jóvenes norteamericanos del Occupy Wall Street, y en las de los
españoles del 15-M que no sólo denunciaban al capitalismo sino que hacían lo
propio con la farsa democrática que éste había montado y que había perdido toda
legitimidad.
 En un mundo en el que, según las conocidas cifras divulgadas por Oxfam, el 1
por ciento más rico del planeta posee más riquezas que el 99 por ciento restante
es inviable, no ya en el largo sino en el mediano plazo. La apelación que la
derecha mundial hace al neofascismo global es un síntoma de su impotencia y
demuestra la gravedad de la amenaza difusa, por ahora inorgánica, que plantea la
protesta de los oprimidos y, por ende, de la izquierda. Es cierto que lo que se
vislumbra no es lo que quisiéramos. En mi caso, me gustaría una reedición de la
triunfal entrada del Movimiento 26 de Julio a La Habana en cada rincón del
planeta. Eso no está en el horizonte, pero el lento pero progresivo
desmoronamiento del orden imperial ofrece la oportunidad de intentar construir
ese mundo mejor que todos anhelamos. Los formatos clásicos de la revolución son
productos históricos. Esperar ahora el cañonazo del Aurora para dar la señal
para el comienzo de la revolución bolchevique es un anacronismo, un canto a la
melancolía. Pero aunque no se lo vea el viejo topo de la revolución sigue
trabajando, con ahínco paralelo al desenvolvimiento de las insolubles
contradicciones del sistema capitalista. Y la morfología de esa futura
revolución es impredecible. Como lo fue la Comuna para Marx y Engels en 1871;
como lo fueron los Soviets en 1917; como lo fue la guerrilla en Cuba en la
segunda mitad de los cincuentas; o el vietcong en Vietnam en los años sesentas y
setentas. Las revoluciones nunca copian, son siempre creaturas originales. El
hecho de no poder divisar los perfiles precisos de la rebelión en ciernes no
significa que esta no exista. Parafraseando a Gramsci concluimos diciendo que en
coyunturas como las actuales el pesimismo de la inteligencia no debería ser el
recurso que sofoque el optimismo de la voluntad sino un estímulo para
perfeccionar nuestros métodos de análisis social, de tal suerte que nos permitan
vislumbrar en los entresijos del viejo orden en crisis los actores emergentes y
las semillas de la nueva sociedad.
Notas:

 [1]  “ Alepo, Ankara, Berlín: geopolítica del desastre” , en Rebelión , 22
Diciembre 2016. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220751 
 [2]  “De Sarajevo a Ankara”, en Rebelión, 20 Diciembre 2016.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220659
 [3]  "Una guerra planeada en un escritorio", en
http://www.mdzol.com/nota/710319-monja-argentina-en-alepo-siria-una-guerra-planeada-en-un-escritorio/

 [4]  Hemos examinado ese tema en Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El lado
oscuro del imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos
(Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2009), pp. 57-61.
 [5]  Cf. su El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus
imperativos geoestratégicos (Buenos Aires: Paidós, 1998).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220863
26/12/2016

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