sábado, 24 de janeiro de 2015

Caos sistémico y transiciones en curso







Raúl Zibechi


La geopolítica nos ayuda a comprender el mundo en que vivimos, en particular en
periodos turbulentos como los actuales, cuya principal característica es la
inestabilidad global y la sucesión de cambios y oscilaciones permanentes. Pero
la geopolítica tiene sus límites para abordar la actividad de los movimientos
antisistémicos. Nos proporciona una lectura del escenario sobre el que actúan,
lo que no es poco, pero no puede ser la inspiración central de las luchas
emancipatorias.

A mi modo de ver, ha sido Immanuel Wallerstein quien ha conseguido bordar de la
manera más precisa la relación entre caos en el sistema-mundo y su
transformación revolucionaria por los movimientos. En su artículo más reciente,
titulado “Es doloroso vivir en medio del caos”, destaca que el sistema-mundo se
está autodestruyendo al coexistir 10 a 12 poderes con capacidad para actuar de
forma autónoma. Estamos en medio del tránsito del mundo unipolar a otro
multipolar, un proceso necesariamente caótico.

En periodos de inestabilidades y crisis es cuando la actividad de los
movimientos puede influir de modo más eficaz en el rediseño del mundo. Es una
ventana de oportunidades necesariamente breve en el tiempo. Es durante estas
tormentas y no en los periodos de calma cuando la actividad humana puede
modificar el curso de los acontecimientos. De ahí la importancia del actual
periodo.

Algunos de sus trabajos publicados en la colección El Mundo del Siglo XXI,
dirigida por Pablo González Casanova, abordan la relación entre caos sistémico y
transiciones hacia un nuevo sistema-mundo (Después del liberalismo e Impensar
las ciencias sociales, Siglo XXI, 1996 y 1998). En Marx y el subdesarrollo,
publicado en inglés en 1985, hace ya tres décadas, advierte sobre la necesidad
de repensar nuestra metáfora de transición, ya que desde el siglo XIX hemos
estado enredados en el debate entre las vías evolutivas frente a las
revolucionarias para llegar al poder.

Creo que el punto más polémico, y a la vez el más convincente, es su afirmación
de que hemos creído que una transición es un fenómeno que puede controlarse
(Impensar las ciencias sociales, p. 186). Si la transición sólo puede producirse
como consecuencia de una bifurcación en un sistema en situación de caos, como
señalan los científicos de la complejidad, pretender dirigirla es tanto ilusión
como riesgo de relegitimar el orden en descomposición si se accede al poder
estatal.

Lo anterior no quiere decir que no podamos hacer nada. Todo lo contrario.
Debemos perder el miedo a una transición que toma el aspecto de derrumbamiento,
de desintegración, la cual es desordenada, en cierto modo puede ser anárquica,
pero no necesariamente desastrosa, escribió Wallerstein en el citado texto.
Agrega que las revoluciones pueden hacer su mejor trabajo al promover el
derrumbe del sistema.

Esta sería una primera forma de influir en la transición: agudizar el derrumbe,
potenciar el caos. Como el propio autor reconoce, un periodo de caos es
doloroso, pero puede ser también fecundo. Más aún: la transición a un nuevo
orden es siempre dolorosa, porque somos parte de lo que se derrumba. Pensar en
transiciones lineales y sosegadas es un tributo a la ideología del progreso.


Después de 1994 comenzamos a conocer el segundo modo de influir en la
transición, que nos permitió enriquecer las consideraciones anteriores. Se trata
de la creación, aquí y ahora, de un mundo nuevo; no como prefiguración, sino
como realidad concreta. Me refiero a la experiencia zapatista. Creo que ambos
modos de influir (derrumbe y creación) son complementarios.

El zapatismo ha creado un mundo nuevo en los territorios donde se asienta. No es
el mundo que imaginamos en nuestra vieja metáfora de la transición: un
Estado-nación donde se construye una totalidad simétrica a la capitalista que
pretende ser su negación. Pero este mundo tiene, si entendí algo de lo que nos
enseñaron las bases de apoyo durante la escuelita, todos los ingredientes del
mundo nuevo: desde escuelas y clínicas hasta formas autónomas de gobierno y de
producción.

Cuando el caos sistémico se profundice, este nuevo mundo creado por el zapatismo
será una referencia ineludible para los de abajo. Muchos no creen que el caos
sistémico pueda profundizarse. Sin embargo, tenemos por delante un panorama de
guerras interestatales e intraestatales, que se suman a la cuarta guerra mundial
en curso del capital contra los pueblos. Estas son algunas situaciones caóticas
que avizoramos. Que pueden coincidir, en un mismo periodo, con el caos climático
en desarrollo y el caos sanitario, según la previsión de la OMS de la próxima e
inevitable caducidad de los antibióticos.

En la historia, las grandes revoluciones se produjeron en medio de guerras y
conflictos espantosos, como reacción desde abajo cuando todo se derrumbaba.
Durante la guerra fría se difundió la hipótesis de que los contendientes no
usarían armas nucleares que aseguraban la destrucción mutua. Hoy ya son pocos
los que apostarían en ese sentido.

Ante nosotros está naciendo una nueva metáfora de la transición posible: cuando
el sistema-mundo comience a desintegrarse generando tsunamis de caos, los
pueblos deberán defender la vida y reconstruirla. Al hacerlo, es probable que
adopten el tipo de construcciones creadas por los zapatistas. Así sucedió en las
largas transiciones de la antigüedad al feudalismo y del feudalismo al
capitalismo. En medio del caos, los pueblos suelen apostar por principios de
orden, como lo son algunas comunidades indígenas de nuestros días.

Algo de eso ya está sucediendo. Algunas familias priístas acuden a las clínicas
de los caracoles y otras buscan en las juntas de buen gobierno solución justa a
sus conflictos. Nunca los pueblos se han pasado en masa a las alternativas
sistémicas. Un día lo hace una familia, luego otra, y así. Estamos transitando
hacia un mundo nuevo, en medio del dolor y la destrucción.

IN
LA JORNADA
http://www.jornada.unam.mx/2015/01/23/index.php?section=opinion&article=021a2pol
23/1/2015

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