Maurice Lemoine
Mémoire des luttes
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.
Sarria, un barrio popular de Caracas. En el hangar un poco lúgubre donde las
sombras disputan con la claridad, una lámpara de luz temblorosa alumbra los
retratos del presidente Hugo Chávez, Simón Bolívar y Jesucristo. Polos negros,
gafas oscuras sobre las viseras de gorras también negras, el aire de los
miembros del colectivo Richard Marcano que nos acoge provoca una ligera
sensación de malestar. A Carlos Gutiérrez, su «comandante», le comentamos
nuestra turbación. Mientras la oposición asimila a los colectivos a formaciones
paramilitares, en realidad esta forma de vestirse podría recordar a los
siniestros «camisas negras» de la Milizia Volontaria per la Sicurezza Nazionale,
el brazo armado del régimen de Benito Mussolini. Es más fuerte que él, nuestro
interlocutor estalla en carcajadas antes de volver a ponerse serio. «Creo que
cada persona da a los colores el sentido que le viene bien. El negro es el luto
del corazón; en nuestra cultura no se considera malo». Muestra la estrella
blanca incrustada en rojo del logo que adorna su pecho: «El rojo es la sangre
derramada por nuestros mártires, nuestros libertadores, nuestros camaradas
derribados, desarmados», en la época anterior a la llegada al poder de Chávez
cuando el movimiento social padecía la represión. Reflexiona un momento: «La
oposición dice que somos violentos pero sus grupos de choque, que desde febrero
siembran el caos, se manifiestan vestidos de blanco, ¡el símbolo del amor y la
paz!».
Al cambiar de marco y de ambiente volviendo a la claridad cegadora del sol, esas
siluetas, inquietantes en la penumbra, adquieren otra dimensión: padres y madres
de familia, jóvenes que bromean y ríen a carcajadas mientras saltan. Pero
cualquier asesor de comunicacion les indicaría que la calavera que aparece en su
logo no tiene nada de amable.
Tras la muerte de Chávez muchos creían, o esperaban, que la «Revolución
Bolivariana» no sobreviviría. La elección del delfín Nicolás Maduro en abril de
2013 con una débil mayoría (50,61%), después la consolidación del poder en las
elecciones municipales del 8 de diciembre, ganadas por el Partido Socialista de
Venezuela (PSV) y sus aliados con un 48,69% (el 76,42% de las municipalidades),
constituyeron una burla sangrante (la oposición obtuvo el 39,34%). Desde febrero
de 2014 los sectores extremistas han lanzado una operación de desestabilización
con el modo operativo de organización de «guarimbas» -barricadas, barreras y
neumáticos incendiados- (1). Esta ola de violencia se ha cobrado 43 muertos y
cientos de heridos. ¿Represión gubernamental? Solo en parte: la mayoría de las
víctimas no pertenecían a la oposición y, a título de ejemplo, seis guardias
nacionales encargados de mantener el orden fueron asesinados por balas.
Curiosamente fue en Florida, Miami, el 1 de enero de 2014, sin apoyarse en
ningún hecho concreto y bajo el título «Los colectivos, orden y terror chavista
en Venezuela», cuando el Nuevo Herald, periódico visceralmente anticastrista,
lanzó la primera andanada contra los «culpables» de una crisis que… todavía no
había empezado: «Son la cara violenta de la Revolución Bolivariana, delincuentes
apoyados por el régimen para intimidar a la sociedad civil y,si llega el caso,
hacer el trabajo sucio». Desde entonces, la gran internacional del «copia-pega»
no ha parado de denunciar a esas «bandas armadas» o «milicias socialistas» que
siembran el terror con toda impunidad.
Los dirigentes del colectivo Antimantuanos, establecido en los altos de La
Pastora, Jesús García y la simpática Pacha Guzmán, a priori tienen un aspecto
totalmente humano. «El colectivo, explica García con la sonrisa en los labios,
es una forma de vivir, de trabajar, casi una familia, con un objetivo común:
construir la Revolución». Ninguno de los dos lleva uniforme. «Los nuestros,
precisa Pacha Guzmán, nuestros símbolos están en las pinturas murales que hemos
hecho en el barrio con los niños». Nacido en 2012, vinculado al consejo comunal
que garantiza la gestión local, su colectivo tiene como prioridad «la juventud».
Fútbol, baloncesto, fotografía, serigrafía, proyecciones cinematográficas. «Muy
importante, se utiliza el cine como medio de formación, a través de los mensajes
que se pasan antes de la película, se llama a la organización»… ¿Su próximo
proyecto de envergadura? Se carcajean al mismo tiempo. No, no se trata de la
creación de un stand de entrenamiento de disparo con kalasnikov, ¡sino de una
escuela de arte en un local que les ha donado el consejo comunal!
Algunos de esos grupos –los más satanizados- emergieron en los años 60 y 70,
procedentes a veces de la lucha armada. Genéricamente entonces les llamaban
«ñangaras» (sinónimo de revolucionarios). El colectivo Ali Primera de Monte
Piedad nació en 1989, después de la matanza del «caracazo» (2). A principios de
los años 2000, con la llegada de Chávez al poder, vio la luz otro tipo de
organización popular: los «Círculos Bolivarianos». Todavía quedan algunos, pero
la dinámica del «proceso», como lo denominan ahora, ha llevado a profundizar la
movilización obrera, campesina, indígena, estudiantil o ciudadana a través de
los famosos colectivos, presentes en todo el país.
Seguimos en Caracas, en uno de esos barrios acrobáticamente suspendidos en las
pendientes. Los cuarenta altavoces instalados en diversos puntos estratégicos
vocean al mismo tiempo el anuncio de las próximas actividades: «No olviden que
hoy, a las 15 h, tendrá lugar la vacunación de los animales domésticos». En la
sede del colectivo La Piedrita (del nombre del barrio), su responsable, Douglas,
nos muestra con orgullo el hogar destinado a las personas sin recursos,
afectadas por enfermedades especialmente duras, que vienen del interior del país
para recibir cuidados. «Los alojamos, los alimentamos, si es necesario los
transportan en ambulancias». Una mujer de perfil anguloso y apariencia campesina
opina cabeceando agradecida. «Mi bebé sufre parálisis cerebral. Venir a Caracas
la primera vez es muy difícil. Afortunadamente vinieron a buscarme a la estación
de autobuses. Hace un mes que estoy aquí».
A unos metros de aquí, un hombre extremadamente delgado, de ojos hundidos y
frente constelada de manchas de vejez, entra en el «refectorio de la dignidad
Lina Ron» (3). Tras un mostrador los voluntarios entregan platos humeantes a los
«sin techo» ahora instalados. Douglas aprieta los puños y comenta: «Antes los
llamaban peyorativamente «indigentes» y los marginaban de la sociedad. A través
de la política seguida por nuestro camarada obrero Nicolás Maduro (4) defendemos
la idea de que podemos insertarlos en la sociedad, que son dificultades
psicológicas las que los han aislado de manera prolongada». Aquí se sirven 250
comidas diarias con la ayuda financiera del Estado. Cuando terminan de comer,
algunos de los «asistidos» se van en dirección a los jardines obreros en los
cuales, en equilibrio inestable debido a la pendiente, se ocupan de las
lechugas, remolachas, cebollas y otros productos de la comunidad.
Sabemos que en Caracas la inseguridad no es una leyenda. Aunque se puede matizar
(5). Es lo que hace Pacha Guzmán, en La Pastora: «Antes de la Revolución
Bolivariana se mataba por un par de zapatos. Eso ya no existe, La violencia que
ha aumentado se debe a la droga, los enfrentamientos entre bandas. Pero aquí la
organización popular los ha obligado a dar marcha atrás».
El colectivo de Sarria vio la luz el 12 de noviembre de 2013, al final de una
asamblea del consejo comunal, precisamente debido a la inseguridad. «Un clamor
popular, precisa Gutiérrez. Había zonas abandonadas donde se desvalijaban y se
destrozaban los vehículos y se atacaba a las personas. Ahora hemos recuperado
esos espacios, los hemos convertido en parques recreativos para los niños y son
vigilados por el barrio». El colectivo La Piedrita pertenece al Frente de los
Colectivos Sergio Rodríguez. Con la mirada y con la mano, con el emisor-receptor
de radio enganchado a la cintura, Douglas abarca un amplio sector. «Somos
conscientes de que todavía faltan muchos policías. En el corredor que va de Caño
Amarillo hasta La Silsa, en conjunto con 17 colectivos y 35 consejos comunales,
se garantiza la seguridad. Si hay algún problema se activa porque hay un
contacto total con la comunidad. Sabemos quién es quién, quién es la víctima y
quién el delincuente». Hace una pausa, nos observa con aire burlón y adelanta la
cuestión que está viendo venir: «Los no chavistas no son hostiles a este
trabajo, porque genera paz y tranquilidad. ¡En nuestros barrios populares hay
opositores, pero no ultras!».
En versión alarmista, a través de la voz del presidente de la Conferencia
Episcopal, Diego Rafael Padrón Sánchez, la ultraconservadora jerarquía de la
iglesia católica denuncia: «Esos grupos radicales controlan barrios pobres
enteros en las grandes ciudades, a menudo al margen de la policía y de la
justicia» (6). En versión gubernamental el ministro del Interior, Miguel
Rodríguez Torres, desmiente: «La ciudad de Caracas está dividida en “cuadrantes”
(7). En ningún momento los colectivos efectúan patrullajes armados. Lo que se ha
establecido con ellos son redes de información. Si se produce un delito, si
alguien está implicado en el tráfico de drogas, el colectivo informa a las
fuerzas de seguridad». Subraya sin evasivas: «Las redes de información son
muchas». Realmente, aunque a veces hemos llegado de improviso, en la quincena de
colectivos que hemos visitado, de los más suaves a los más radicales, hemos
detectado la presencia de una sola persona armada (de pistola).
Pero no hay que olvidar que es el tipo de fenómeno que hay que vigilar como a la
leche en el fuego. El 9 de agosto de 2013, en el inmenso complejo de hormigón de
la parroquia (8) 23 de enero, histórico bastión rebelde donde se declara
abiertamente la solidaridad con las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC) y con los
«hermanos palestinos», 97 colectivos han remitido voluntariamente a las
autoridades un centenar de pistolas, carabinas y otros fusiles de asalto, en el
marco de la ley de desarme. A la manera del dirigente del Movimiento
Revolucionario Tupamaro, Oswaldo Canica, y de su sonrisa sibilina, nadie podría
jurar que todas las armas han desaparecido de los barrios. Pero en La Piedrita,
simbólicamente, la Virgen que pende sobre uno de los muros ha cambiado su
kalasnikov por el «pequeño libro azul», la Constitución. «Hemos depuesto las
armas porque creemos en el proceso revolucionario y en este Gobierno», precisa
José Odrema, robusto comandante, de cabeza rasurada y voz cascada, del colectivo
5 de marzo. « ¿Qué dijo nuestro líder, Maduro? Que si queríamos defender la
Revolución debíamos integrarnos en la Milicia Bolivariana. Entonces soy
miliciano, no hay nada que ocultar».
La milicia… ¡La peste se une al cólera! Pero, una vez más, debemos evitar la
inercia del pensamiento eurocentrista. Aquí el término no recuerda a la policía
delegada de la Gestapo que acosaba a los judíos y a los resistentes franceses a
partir de 1943, porque en el pasado de Venezuela, en enero de 1797, un tal Simón
Bolívar se enroló como cadete en la sexta compañía del Batallón de Milicias de
Blancos de los Valles de Aragua, preludio de la gesta independentista que
llevaría a cabo después. Desde entonces, bajo diversas formas, la milicia ha
acompañado a la historia de la nación. Creada por Chaves el 13 de abril de 2005,
aniversario de su regreso al palacio presidencial después de que los golpistas
le secuestrasen en 2002, la Milicia Bolivariana tiene la misión de apoyar a la
Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) en caso de agresión y para ello
entrena, prepara y organiza la «defensa integral» del país. Compuesta de
voluntarios que se entrenan los fines de semana, la Milicia está organizada por
un cuerpo de oficiales de las fuerzas armadas.
Este concepto de «pueblo en armas» o de «unión cívica-militar» puede chocar en
países que desde hace mucho tiempo no se han enfrentado a ningún intento de
desestabilización. Pero quien conoce la historia contemporánea de América Latina
no ignora los ardientes debates que siguieron a los derrocamientos de Jacobo
Arbenz (Guatemala 1954) y de Salvador Allende (Chile 1973) ¿Había que armar al
pueblo frente al peligro inminente? Y en el sometimiento de la Nicaragua
sandinista por parte de Estados Unidos, los «contras» (contrarrevolucionarios)
de entonces presentaban similitudes evidentes con los actuales paramilitares
colombianos. En Caracas se ha hecho una elección: un proyecto socialista no
puede sobrevivir sin capacidad de defenderse. Con más razón, y paradójicamente,
si juega la carta de la democracia.
De manera que jóvenes y menos jóvenes, casi la totalidad de los miembros de los
colectivos, forman parte del ejército de reserva, de unas 500.000 personas,
similares a los que existen en Francia, Suiza, España, Canadá, Estados Unidos
(848.000 personas), Chile, Argentina, etc., aunque no se llamen milicias.
Productos de una cultura endógena, los dirigentes de los colectivos llevan a
veces el título de «comandante». Algunos, exmilitares, participaron en el
intento de golpe de Estado de Chávez el 4 de febrero de 1992, sus tropas se
visten con uniformes que van de los más elaborados (al estilo de los de los
vigilantes de los centros comerciales) a los más desparejados.
Desde el principio de las manifestaciones de sectores minoritarios, incluso
dentro de la propia oposición, los colectivos se movilizaron. «Aquí no se
toleran las guarimbas, admite Gutiérrez, en Sarria. No vamos a permitir que nos
secuestren en nuestro propio barrio. Todo el mundo tiene derecho a manifestarse,
a salir a la calle y a defender sus derechos. Pero no a decapitar a motoristas
(tendiendo hilos de acero que cruzan la calle a la altura de las personas) ni a
disparar a la cabeza de un inocente (suerte corrida por varias personas desde el
12 de febrero)». Ocupado y reducido al silencio durante el golpe de Estado de
2002, el canal público Venezolana de Televisión (VTV) conoció, en mayo, un
intento de guarimba frente a sus locales. «Tenemos comunicación, y es vital,
cuenta Odrema. La comunidad nos previene. Bajamos con los diversos colectivos y
cuando nos ven llegar, los “fascistas” se van». La Candelaria, un barrio en
pleno centro de la capital, también ha sufrido numerosas incursiones. La misma
reacción de Luis Cortez, antiguo del «4F» (9) y comandante del colectivo
Catedral Combativa: «Tuvimos que salir a defender a compañeros a los que no
dejaban bajar de su coche. Les llamamos la atención y pudimos controlar la
situación» ¿Cómo se justifica el calificativo de «paramilitares» a quienes se
puede burlar regularmente? «Nuestro sector, nuestro logo, están perfectamente
identificados. No como los opositores que en Altamira, El Hatillo (barrios
acomodados), siembran la violencia encapuchados».
Durante los enfrentamientos más violentos, los policías y los civiles (de ambos
bandos) abrieron fuego. Al contrario de numerosas afirmaciones de que «Las
bandas militares denominadas colectivos afluyeron en moto disparando bales
reales sobre cualquiera que estuviera a descubierto (10)», no se les puede
atribuir ninguna víctima con certeza absoluta. Uno de los dirigentes, Juan Pablo
Montoya, coordinador del Secretariado Revolucionario de Venezuela –que agrupa a
más de cien colectivos- fue uno de los dos primeros muertos, el 12 de febrero,
en circunstancias confusas todavía no aclaradas (11). Y podemos añadir que sin
los colectivos, la situación sería infinitamente más peligrosa…
En los barrios populares todas las personas tienen memoria y atravesada en la
garganta la intentona golpista de abril de 2002. Entonces oficial en activo, el
actual ministro del Interior era coordinador nacional de los Círculos
Bolivarianos (CB), «una especie de comisario político», precisa sonriendo. Como
los colectivos actuales, aquéllos, rebautizados como «círculos del terror» por
la oposición, sufrieron una dura campaña de satanización. «Los días 12 y 13 de
abril, recuerda Torres, mientras Chávez estaba preso, actué de bisagra entre mis
compañeros comandantes de batallones (los militares leales) y los miembros de
los CB que se manifestaban masivamente, Hice miles de llamadas telefónicas para
coordinar la movilización, pero también para evitar la violencia, porque a pesar
de la enorme rabia que todos sentíamos, todo se hizo bajo la presión pacífica de
la calle. En ningún momento los CB utilizaron las armas y se restableció la
situación».
12 años después, la historia se repite. Frente a una oposición que una vez más
se niega a respetar el resultado de las urnas, se elevan voces numerosas,
unánimes, furiosas, excesivas: se ha sobrepasado el límite de lo tolerable. Otra
vez no han entendido nada: «Si el pueblo ve la necesidad de salir a la calle
para defender el proceso lo hará como lo hizo el 13-A» (13 de abril de 2002). Un
tipo de situación que puede degenerar muy fácilmente.
«Cuando empezó la violencia de la derecha, en febrero, nos dice el ministro del
Interior, nos con reunimos todos los colectivos, de cualquier naturaleza, y les
dijimos: “Estad tranquilos, las autoridades del Estado sabrán gestionar la
situación”». En todas las reuniones de colectivos, lo mismo que en la que
asistimos el 7 de junio en el cuartel de la antigua policía metropolitana, la
que utilizaba la IV República para reprimir, se alzan las voces de los
responsables para recordar los fundamentos: «Nuestra arma, en primer lugar, es
la Constitución. Cualquier otra arma solo se utilizará en legítima defensa de
nuestro proceso, eso debe estar bien claro para todos los compañeros». Y de
hecho, a pesar de lo consciente que es de su fuerza, «el pueblo, las neuronas
antes que las hormonas, comentará el ministro para la transformación del gran
Caracas, Ernesto Villegas, ha conservado su calma, disciplinado y organizado.
Mientras, los dirigentes de los colectivos permanecen en contacto con las
autoridades».
El debate artificial lanzado y mantenido sobre el tema de su supuesta violencia
impide cualquier reflexión sobre la verdadera naturaleza y la diversidad de los
colectivos. Aunque muchos de ellos efectivamente pueden considerarse apéndices
del poder -«¡Estamos con nuestro presidente Maduro!»- otros se muestran más
autónomos, más independientes. «Ser chavistas no es ser “del Gobierno”». Un
proceso político que por definición es lento, inestable, no lineal, trufado de
logros indiscutibles y también de errores y fallos, «nuestras críticas, nos
confía Guillermo Lugo (colectivo Ali Primera) llegan al PSUV a través de los
medios alternativos, las redes, los seminarios, los foros, las reuniones…» En
preludio de la del 7 de junio, a la que asistiría el ministro Villegas, uno de
los comandantes nos previene relamiéndose: «Vamos a aprovechar el momento para
dar oxígeno al Estado».
Recibido calurosamente y una vez finalizado su discurso oficial el ministro,
frente a los cabecillas clavados al suelo, entiende que efectivamente hay que
«hablar del país»: «Algunos políticos todavía no se han dado cuenta de que están
ahí para servir al pueblo, diserta el comandante Cortez, muy encumbrado. Os
necesitamos. A diario libramos una batalla frontal contra la burocracia y contra
el bloqueo de los medios de comunicación, incluidos los nuestros, los medios
públicos. Y tenemos las manos atadas, porque este Gobierno revolucionario no nos
escucha, Ernesto. Queremos que se cree un ministerio de seguimiento de las
acciones sociales. Queremos que los ministros se sienten con el poder popular.
Queremos…».
En pleno centro de la capital, Cortez y su colectivo «Catedral Combativa» han
establecido su cuartel general en el aparcamiento de cemento de un antiguo
centro comercial Sambil, requisado en 2010 para servir de refugio provisional a
1.400 familias (5.200 personas) afectadas por un episodio de lluvias
torrenciales e inundaciones (12). Con la mirada brillante de satisfacción
detalla las actuaciones en curso: «Hemos captado a los compañeros sin techo y a
los drogadictos y los orientamos hacia los programas del Departamento de
Atención al Ciudadano. También hemos reinsertado escolarmente a los niños de la
calle marginados». De momento, él y su pequeña tropa intentan poner un poco de
orden en una larga fila que frente a un McDonald’s se alarga ante un camión
gubernamental que vende café a un precio muy subvencionado.
En el barrio (elegante) de Chacao, donde la derecha quiere demoler el mercado
tradicional para construir un centro comercial, un colectivo lucha «para
salvaguardar el patrimonio cultural de la nación». Otros cientos de ellos, por
otra parte, se dedican a la formación política, a la cultura en general, a la
cultura afro-venezolana o indígena en particular, al deporte, a la música, a la
concienciación de los moteros (cuyo estilo errático de conducción es la
pesadilla de los automovilistas), a la salud, a la educación, a la mejora de la
vivienda. Hay un colectivo de 200 mujeres que está construyendo un inmueble en
Caracas, en la avenida Francisco de Miranda (13). En La Pastora, Pacha Guzmán
resume: «Damos a las personas la oportunidad de participar en el tipo de
democracia que Chávez llamó a construir: es distinto de ir a votar y esperar que
el Gobierno se ocupe de todo».
Pero entonces, ¿Por qué tanto odio, según parece? Al pie de los inmuebles del
conjunto 23 de Enero, el diputado suplente del PSUV y director de la
Coordinadora Simón Bolívar, Juan Contreras, levanta los brazos en señal de
desesperación: «La oposición no soporta que las personas defiendan el proceso.
Entonces necesita estigmatizar, criminalizar a las organizaciones sociales que
han crecido al calor de la Revolución Bolivariana, como las comunidades, los
consejos comunales, y sobre todo los colectivos, que no son otra cosa que el
pueblo organizado».
Notas
(1) Leer de Maurice Lemoine « Stratégie de la tension », Mémoire des luttes 20
de febrero de 2014).
(2) La represión de un levantamiento popular en Caracas el 27 de febrero de
1989, según las fuentes, produjo entre 300 y, más probablemente, 3.000 muertos.
(3) Lina Ron: dirigente chavista particularmente radical, fallecida el 5 de
marzo de 2011.
(4) El presidente actual fue conductor de autobús y sindicalista.
(5) De enero a julio de 2014, en los diez barrios de Caracas establecidos bajo
la jurisdicción de la nueva Policía Nacional Bolivariana (PNB), la criminalidad
disminuyó un 33% con respecto al mismo período del año anterior, Ciudad Caracas,
11 de julio de 2014.
(6) El Nacional, Caracas, 15 de febrero de 2014.
(7) Zonas de patrullaje intensivo de la policía de proximidad.
(8) Literalmente «parroquia»: la menor unidad política-territorial. Caracas
tiene 32.
(9) 4 de febrero de 1992: golpe de Estado de Chávez contra el presidente Carlos
Andrés Pérez.
(10) Slate.fr, París, 21 de febrero de 2014.
(11) En primer lugar atribuido a un funcionario del Servicio Bolivariano de
Inteligencia Nacional (SEBIN), su muerte se atribuye ahora a otro dirigente de
colectivos, Hermes Barrera Niño, que clama su inocencia.
(12) Solo quedan en la actualidad 34 familias (trescientas personas). Las demás
están realojadas.
(13) Leer « Construyendo un sueño en manos de mujeres… », 28 de mayo de 2014.
Fuente: http://www.medelu.org/Les-colectivos-venezueliens-du
IN
REBELIÓN
http://rebelion.org/noticia.php?id=188243
9/8/2014
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