sábado, 1 de julho de 2017

"Debemos sacar nuestro propio balance de las experiencias del pasado"



Philippe Stroot y Raffaele Morgantini
Entrevista a Alain Badiou, filósofo
Investig’Action
      Traducido del francés para Boltxe Kolektiboa por Beatriz Morales Bastos.


El mundo va mal. La nueva crisis sistémica del capitalismo depredador se ha
transformado ahora en una crisis de civilización que nos lleva directamente a
darnos contra la pared. Las alternativas progresistas tardan en afirmarse en el
tablero político, incapaces como son de engendrar verdaderos movimientos
emancipadores. Por lo tanto, ¿cómo hacer frente a una clase dominante
organizada, decidida y que dispone de todos los recursos?
Philippe Stroot y Raffaele Morgantini (Investig’Action) han entrevistado al
filósofo militante Alain Badiou para que nos esclarezca los nuevos retos
globales y los desafíos futuros: la idea del comunismo, la «crisis» de los
emigrantes, la izquierda y la derecha, el papel de los medios de comunicación,
la democracia…
Pregunta: Profesor Badiou, a los medios les gusta presentarle como El profesor
comunista francés, como si se trata de una especie en vías de extinción. ¿En qué
punto están las ideas comunistas en Francia y en el mundo en 2017, cien años
después de la Revolución de Octubre?
Creo que la hipótesis comunista y la experiencia comunista están en un estado de
extrema debilidad en todo el mundo. Y, como es natural, Francia no es una
excepción. Y lo están tanto más cuanto que son objeto de confusiones
considerables. Por ejemplo, el partido en el poder en China se sigue denominando
«Partido Comunista» aunque a todas luces se trata de una potencia capitalista
emergente que se dispone a disputar la hegemonía mundial a Estados Unidos. Otro
ejemplo de este tipo de paradoja: en Francia tenemos un Partido Comunista que
todavía subsiste, el PCF, pero que fuera de su nombre nunca pronuncia la palabra
«comunista».
Pagamos el precio, inevitable históricamente, del fracaso de los grandes Estados
comunistas. Más concretamente, el fracaso de lo que se puede denominar el
«comunismo de Estado», es decir, la hipótesis según la cual el comunismo se
puede instalar en una figura cuyo agente político principal (incluso único en la
lógica estaliniana) es el Estado. El comunismo de Estado se ha hundido en todo
el mundo y, por lo tanto, la hipótesis comunista está por el momento reducida a
sí misma, reducida a su estatus de hipótesis política e histórica. A veces
afirmo que en virtud del desarrollo de la historia en espiral, como decía Hegel,
hemos vuelto a una situación que en cierto modo se parece a los años 1840-1848,
cuando la hipótesis comunista debía ser formulada, argumentada y apoyada antes
incluso de que se le pudiera pedir ser una gran fuerza política y tener
proyectos estratégicos. Ante un escepticismo muy fuerte se debe volver a
formular y trabajar todo lo que atañe a la palabra «comunismo». Tenemos que
sacar el balance de los fracasos, de las debilidades y de los errores.
Se puede entender que muchas personas, incluso de buena fe, estén tentadas de
decir que lo más sencillo sería abandonar cualquier uso, incluso hipotético, de
la palabra «comunismo». Pero, simplemente, hoy no veo a qué llevaría el
abandonarlo si no es, en definitiva, a unas formas diversas de adhesión al orden
establecido. No creo ser ciego o testarudo al afirmarlo. Estoy totalmente
dispuesto a aceptar que otra hipótesis pueda tener una virtud emancipatoria
superior, pero no la veo. Por consiguiente, he decidido conservar la palabra
«comunismo» diciéndome que asumiría su carácter escandaloso, menospreciado y
casi infame. A fin de cuentas, ¿no es totalmente natural que nuestros amos, y la
opinión dominante que ellos controlan, declare infame aquello que llama a
destruir los cimientos de su poder?
P: Acaba de recordar que China ya no era comunista y tampoco Rusia, a pesar de
lo cual la hostilidad de Occidente respecto a ellos es peor incluso que durante
la Guerra Fría. ¿No demuestra esto que la lucha contra el comunismo disimulaba
sobre todo el odio del Imperio y de sus vasallos por cualquier Estado que no se
somete a su voluntad?
Creo que, en efecto, detrás del anticomunismo declarado hay viejas rivalidades
imperialistas. A mí mismo me sorprende mucho la actitud de los gobiernos
franceses, que son particularmente agresivos con una Rusia que ya no es en
absoluto comunista. Por consiguiente, estaría bastante tentado de contestar «sí»
a su pregunta teniendo en cuenta, sin embargo, que debido a sus orígenes y a su
argumentación el anticomunismo ha desempeñado a pesar de todo un papel no
desdeñable en este enfrentamiento.
Durante décadas, entre 1917 y, digamos, 1989, hubo un enfrentamiento ideológico
planetario que al menos tenía la ventaja de mantener con vida la existencia de
dos hipótesis concernientes al futuro de la humanidad: la capitalista
imperialista y la comunista internacionalista. Actualmente está absolutamente
claro que el argumentario oficial del antagonismo con la Rusia de Putin es la
oposición entre «democracia» y «dictadura», en definitiva, entre capitalismo
autoritario y capitalismo liberal, y ya no es en absoluto la oposición entre
capitalismo y comunismo. Por lo tanto, se ha vuelto a esquemas que ya eran
clásicos en el enfrentamiento interimperialista en el siglo XIX. Incluso durante
la guerra de 1914 la propaganda antialemana era sobre todo una propaganda según
la cual nosotros éramos la República y los alemanes eran Guillermo II, la vieja
monarquía, los bárbaros, etc.
Por último, creo que el antagonismo entre capitalismo y comunismo, es decir, la
existencia estratégica de dos vías en lo referente al destino de la humanidad,
se ha mantenido vivo a pesar de todo durante bastante tiempo, aunque en parte
haya estado sobredeterminado por unos enfrentamientos interimperialistas que
finalmente han prevalecido. Por lo que se refiere a la situación actual, ya no
se puede justificar por medio del anticomunismo. Resulta difícil pretender que
Putin es un comunista convencido. Más bien asistimos al retorno de esa
antigualla que es la oposición entre, por una parte, los Estados que se
pretenden modernos, liberales y democráticos (es decir, las ciudadelas del
imperialismo mundial) y, por otro, los países que sin duda están totalmente
metidos en el juego capitalista pero que Occidente trata de describir como un
tanto bárbaros. Lo que se designa así son los recién llegados al mercado
mundial, que preocupan mucho a un Occidente cansado y que teme que su hegemonía
mundial se debilite irremediablemente.
Finalmente, el antagonismo hacia la Rusia de Putin y la China de Xi Jing Ping es
a fin de cuentas el clásico antagonismo entre quienes están bien situados en la
dominación global y quines tratan de conquistar un buen puesto en ella.
Así fue (y no es muy tranquilizador, hay que decirlo) la relación de Francia e
Inglaterra con Alemania en el momento de la guerra de 1914. Alemania desempeñaba
exactamente el papel de Putin hoy afirmando «quiero mi sitio, quiero mi sitio en
vuestros negocios y sobre todo en vuestros negocios coloniales». Y lo que se
dijo entonces de los alemanes es exactamente lo que hoy se dice de Putin:
horribles, terribles, bárbaros, etc. Hoy la inquietud se apodera de los Estados
del viejo Occidente imperial, sobre todo, de los más débiles. Francia forma
parte de estos Estados, ya no es una gran figura e Inglaterra tampoco. En dos
guerras mundiales y decenas de millones de muertos Estados Unidos les ha robado
el papel. Así que estos Estados debilitados están particularmente preocupados
porque lo que los recién llegados del mercado mundial y de las operaciones
guerreras querrían ocupar es su sito con el fin de prepararse para acabar
ocupando el primer puesto. Evidentemente, toda esta cocina neoimperialista está
muy lejos, hay que decirlo, de la idea de la que hablábamos al principio, es
decir, de la existencia de dos vías estratégicas concernientes al devenir de la
humanidad.
P: Los medios de comunicación dominantes equiparan la noción de soberanismo (que
resurge con vigor por todas partes, tanto en la izquierda como en la derecha)
con el nacionalismo burgués y a la xenofobia. ¿Considera posible construir una
soberanía al servicio de los pueblos? ¿La soberanía nacional es compatible con
el internacionalismo? Cuba, por ejemplo, ¿no es a la vez el país más solidario
del mundo y el más independiente políticamente?
Plantean una pregunta extremadamente interesante y que es objeto de un gran
debate actualmente. En todas partes se discute, sobre todo en la extrema derecha
y en la extrema izquierda, acerca de una vuelta a la soberanía nacional. ¿Qué
quiere decir? En el caso de Francia se trataría de no depender ya ni de la
protección militar y nuclear estadounidense ni de la solidez de la economía
alemana. Las consignas son claras: salir de la OTAN y salir tanto de la Unión
Europea como del euro. No tengo una opinión definida respecto a saber cuáles van
a ser, desde ese punto de vista, los caminos de la hipótesis comunista. Sin duda
sabemos que cuando esta vuelva a tomar cuerpo y vuelva a ser una política
desarrollada lo hará en alguna parte. Una política nueva no se establece de
pronto como una fuerza mundial preconstituida. Evidentemente, no se puede
excluir que las nuevas orientaciones de la política comunista estén localizadas.
¿Dónde? Dejemos la pregunta abierta.
No obstante, lo que afirmo sin la menor duda es que todo repliegue sobre una
soberanía nacional que esté totalmente separada de la hipótesis comunista, e
incluso sea hostil a ella, solo haría el juego a unas fuerzas nacionalistas
reaccionarias, incluso, fascistoides. Por consiguiente, el punto clave es el
siguiente: sí, de acuerdo, existe la posibilidad de una localización
transitoria, incluso nacional, de una experiencia de reactivación de las
políticas de emancipación, pero a condición expresa de que se inscriba
explícitamente en la hipótesis comunista y, por lo tanto, considere que su
futuro solo está asegurado mundialmente. Ustedes citan el ejemplo de Cuba. Pero
precisamente Cuba ha asumido a su manera la hipótesis comunista y la ha asumido
hasta el final. Es incluso el último Estado del mundo que la ha asumido
verdaderamente hasta el final. Nos encontramos así ante un caso, precisamente,
de un país pequeño en la boca del lobo, en la boca del monstruo, que a pesar de
todo ha resistido respecto a su independencia y que sigue haciéndolo, pero que
lo ha hecho en el elemento de la hipótesis comunista.
P: Por lo que se refiere a la crisis de los emigrantes, ¿es una falta de
solidaridad afirmar que es absolutamente necesario ayudarles a vivir
correctamente en sus países en vez de hacerles venir por millones a Europa para
reforzar este «proletariado nómada», por retomar su expresión, cuyas condiciones
de vida son cada vez más precarias, incluso en los países más ricos?
Es evidente que a largo plazo, estratégicamente, la gran cuestión es la de la
posibilidad de una transformación liberadora de los países de origen. En segundo
plano de las migraciones de lo que denomino el proletariado nómada, esos
millones de personas que erran por el mundo en busca de lugares en los que
sobrevivir, evidentemente encontramos el hecho de que un continente entero,
África, está sometido a la depredación capitalista más violenta. En última
instancia, sin duda la verdadera cuestión que plantean estas emigraciones es la
del proceso de emancipación y, por consiguiente, del renacimiento de la
hipótesis comunista, en los países concernidos.
Desde ese punto de vista yo esperaba que Sudáfrica podría desempeñar un papel
dirigente en revolucionar la situación africana, pero no ha sido el caso. En
realidad en Sudáfrica hemos asistido al advenimiento de una burguesía negra que
comparte el antiguo poder de los coloniales blancos y abandona a las masas a su
pobreza y a su sumisión forzadas.
Así las cosas, otro aspecto de la cuestión es que el capitalismo siempre se ha
apoyado en un proletariado nómada. Conocí una época, en las décadas de 1950,
1960 y 1970, en que se hacía venir aviones enteros de obreros de Marruecos y de
Argelia. Actualmente probablemente hay en Francia entre 6 y 7 millones, como
mínimo, de obreros, de hijos e hijas de obreros, algunos de los cuales hoy se
encuentran reducidos al estado de parados por la desindustrialización nacional,
de quienes hay que afirmar que, efectivamente, son proletarios y cuyo origen
nacional es tal o cual país africano, de Oriente Próximo o asiático…. Estas
personas, estas familias, son proletarios, existen y son de aquí.
Por lo tanto, pienso que hay dos aspectos en su pregunta. En primer lugar, hay
que apoyar y ayudar a todo aquello que pueda significar emprender un proceso
político de emancipación y de liberación en los países dominados. Es tanto más
necesario cuanto que las liberaciones nacionales de los años sesenta con
frecuencia fueron mistificaciones. En muchos países que han sido colonizados hay
gobiernos «nacionales» que en realidad son agentes de tal o cual imperialismo o
corruptos que se aprovechan de las rivalidades interimperialistas. En contra de
todo ello se tienen que alzar los movimientos progresistas a los que apoyaremos.
Por otra parte, también debemos impedir las persecuciones discriminatorias,
racistas y de otro tipo respecto a las poblaciones que están aquí, a veces desde
hace mucho tiempo, a veces de tercera generación, y que no han hecho sino llevar
a cabo a nivel mundial la clásica emigración del campo a la ciudad y del
campesinado al proletariado. Hay dos aspectos concernientes a esta cuestión: un
aspecto internacionalista y un aspecto nacional o local, y hay que tener en
cuenta ambos.
P: Siempre respecto a la cuestión de los emigrantes, hoy en Europa es un reto
fundamental para los medios de izquierda y progresistas. En su opinión, ¿en qué
medida es importante articular la lucha del «proletariado nómada» instalado en
Europa con las luchas sociales de los movimientos de izquierda? ¿Cuáles son, en
su opinión, los retos y obstáculos en este tema?
Hay que tener en cuenta que en ciertos aspectos esta cuestión no es tan nueva
como parece. Veamos, por ejemplo, la historia del proletariado francés en el
siglo XIX. Durante mucho tiempo este proletariado estuvo constituido por lo que
se puede denominar «emigrantes nacionales», que venían de Auvernia, de Bretaña o
de lo más recóndito de los Pirineos, pero a quienes los habitantes de las
grandes ciudades consideraban emigrantes. La mejor prueba es que tenían una
cartilla de obrero. Desde esa época ha existido la cuestión de los papeles y de
los obreros sin papeles. Si no tenías esa cartilla, la policía te podía enviar
de vuelta al campo. No hay que olvidar que esta cuestión fue la motivación
directa de la gran insurrección de junio de 1848: la consecuencia del cierre de
los Talleres Nacionales, fábricas en las que estas personas trabajaban, fue que
hubo que expulsar a todas ellas. Se rebelaron y con la represión del ejército
tuvimos una de las mayores masacres obreras en las calles de París.
Las cuestiones políticas son a menudo menos nuevas de lo que se cree. La
cuestión de los emigrantes no es sino la ampliación a nivel mundial del problema
general de la procedencia de la fuerza de trabajo obrera. Las personas ya no
vienen solo de Auvernia o de Bretaña, sino que vienen de África, Oriente
Próximo, Asia, Europa central… Huyen así de las mortíferas guerras civiles y
tratan de protegerse. La consideración progresista (ni siquiera comunista, sino
progresista) supone naturalmente que se integran estas circunstancias, aunque
sin abandonar el hecho de que hay en sus países problemas políticos de la mayor
importancia y que hay que tratar, estoy de acuerdo con ustedes en este punto.
Hay que ser solidario en ambos frentes. Es una máxima en mi opinión fundamental,
la vía por la que el proletariado (incluido, e incluso sobre todo, su componente
nómada) se constituye como fuerza política en nuestros países. Yo mismo me ocupé
mucho de las fábricas en las décadas de 1960 y 1970. Trataba con muchas personas
marroquíes, argelinas, malíes, senegalesas, mauritanas… En ese sentido, incluso
la creación de núcleos comunistas dentro de las fábricas era a su manera una
actividad internacionalista. Y además también hay que mostrarse solidario con
estas personas en lo que concierne a las luchas que se llevan a cabo en sus
países y en las que podrían participar.
Insisto en el hecho de que el proletariado siempre ha sido nómada en un sentido
porque la propaganda trata de presentar todo esto (los refugiados, los viejos
jubilados argelinos, los jóvenes parados de origen africano) como un fenómeno
completamente nuevo, una invasión del país por parte de personas a las que no se
conoce, etc.
Pasé mi infancia en Toulouse, que era una ciudad poblada de proletarios
españoles que habían huido en la guerra civil cuando los republicanos vencidos
se replegaron en el sur de Francia. Puedo asegurarles que se decía de estos
refugiados españoles, en su mayoría cristianos, exactamente lo mismo que se dice
hoy de los marroquíes, los sirios o los malíes, en su mayoría musulmanes. Así,
por medio de la opinión pública en mi infancia aprendí que los españoles no eran
como nosotros, que eran unos bárbaros. Lo que más se aportaba como prueba del
hecho de que no estaban verdaderamente civilizados es que no sabían qué era una
bañera y que creían que ahí era donde se ponía el carbón. Son historias
significativas en lo que respecta al racismo social. Hoy se afirmará de buen
grado que la prueba de que los árabes son unos bárbaros es que sus mujeres e
hijas llevan un pañuelo en la cabeza. ¿Quizá estas mujeres desconocen qué es una
boina o un paraguas?
En realidad, la constitución del proletariado siempre ha sido problemática desde
el punto de vista de la estupidez nacionalista, la mentalidad torpe y violenta
de las «identidades» que se creen superiores. En la Inglaterra del siglo XIX,
otro ejemplo, se adoptaron unas leyes extremadamente feroces respecto a lo que
se puede denominar los «emigrantes interiores». Cualquier persona que no pudiera
decir de dónde venía, a dónde iba y por qué podía ser colgada por el delito de
vagabundeo. Como he mencionado, en nuestro país existía la cartilla del obrero:
en cuanto la situación económica lo exigía se devolvía a la gente a su pobre
provincia.
Ahora bien, esto es exactamente lo que ocurre en Francia. Desde hace décadas mi
país sufre los efectos en el pueblo de una desindustrialización enconada. En una
veintena de años, no más, se ha desmantelado el sistema general de las grandes
fábricas que rodeaban París. Evidentemente, esto creó un paro generalizado,
incluidos los jóvenes. Cuando se tiene a una persona cuyos abuelos fueron
obreros aquí y que ha nacido ella misma en Francia, lo mismo que sus padres, ¿se
la va a enviar al sur de Marruecos? ¡Es completamente aberrante!
Todas estas viejas cuestiones siguen siendo cuestiones fundamentales del
progresismo moderno y, por supuesto, de la reconstrucción de una política
comunista.
P: En una entrevista reciente de la periodista Aude Lancelin usted afirmaba en
esencia que las promesas incumplidas eran consustanciales a la política. ¿La
solución no es el referéndum revocatorio, propuesto por Jean-Luc Mélenchon y ya
aplicado en algunos países de América Latina, que permite cuestionar por medio
de un referéndum el mandato de los cargos electos que hagan lo contrario de lo
que prometieron, como François Hollande, por ejemplo?
Sí, sería interesante. Pero puede que a pesar de todo siga siendo un tanto
intraparlamentario, un poco demasiado ligado al sistema electoral dominante. Se
trataría solo de una especie de juicio público de las promesas incumplidas.
Además, se podría imaginar que estuviera organizado por la oposición. Por
ejemplo, sería muy extraño ver a la derecha francesa provocar una votación con
el tema «Hollande no ha cumplido sus promesas».
P: Pero, a fin de cuentas, el pueblo es quien decide si es o no el caso…
Sí, pero el pueblo electoral es una noción bastante confusa. Entre el pueblo
electoral y el pueblo político hay una diferencia capital: el pueblo electoral
también se compone de muchas personas indiferentes o sumisas. Incluso son la
mayoría.
Estoy totalmente de acuerdo en llevar a cabo una campaña sobre el hecho de que
la promesa incumplida es una figura absolutamente constitutiva de la vida
política actual y que si hay quien padece particularmente esta enfermedad, es la
izquierda. A lo largo de mi historia personal he tenido contacto de manera casi
sistémica con las promesas incumplidas del Partido Socialista. Entré en política
cuando tenía 18 años porque a principios de 1956 el Partido Socialista había
tomado el poder con la consigna «Paz en Argelia» y tres meses después enviaba
allí un contingente, llevaba a cabo ahí la guerra sin piedad, autorizaba la
tortura, etc, etc. Aquello empezó así. Hollande pertenece a esta familia.
P: Precisamente, cuando personas como Hollande y Valls se pretenden de
izquierda, aunque no lo sean en absoluto, y no digamos ya Macron, que afirma no
ser ni de de derecha ni de izquierda, ¿no aparece ahora una nueva división entre
los partidarios del Estado y de la propiedad colectiva (la verdadera izquierda),
y quienes quieren privatizarlo todo?
Evidentemente es el debate central y la razón por la que, como decía, en cierto
modo hemos vuelto a una época arcaica de la existencia de la «izquierda» (si se
debe mantener esta manida categoría electoral) puesto que la cuestión del
mantenimiento o no de la dictadura de la propiedad privada vuelve a ser
absolutamente central. Es un criterio imponente aunque determinante de lo que
constituye una orientación nueva, es decir, comunista.
Hay que reconocer que la última existencia formalmente aceptable de la
«izquierda» en Francia fue la elección de Miterrand en 1981 porque el programa
común que unía a los socialistas con los comunistas «ortodoxos» todavía era un
programa muy crítico de la propiedad privada. Contenía unas medidas bastante
radicales como, por ejemplo, la casi nacionalización de la totalidad del crédito
y de los bancos. Hay que ver en ello el efecto de un último arranque
programático del Partido «Comunista» antes de entrar en una prolongada agonía.
Este arranque solo duró dos años, después se acabó. Aquello ocurrió hace
cuarenta años. Después nadie en el espacio parlamentario ha propuesto atacar al
capital. Recuerdo que el propio Jospin, primer ministro socialista, había
respondido en un tono absolutamente altivo cuando unas delegaciones obreras
acudieron de la fábrica de Michelin en vías de desindustrialización a pedirle
que nacionalizara esta fábrica: «¡De todos modos, no vamos a volver a la
producción administrada¡». Había añadido que ni siquiera había que hablar de
ello. Por consiguiente, hemos vuelto a la época en la que finalmente esta idea
elemental, que estructuró la esperanza comunista durante dos siglos y que
consistía en afirmar que la tarea prioritaria era atacar la dictadura del
capital y la propiedad privada, está completamente desaparecida del espacio
parlamentario desde hace unos cuarenta años. En efecto, cualquier política
comunista debe volver a situarla en el centro de las discusiones y de los
procesos organizados.
P: Quisiéramos abordar ahora la cuestión de los medios de comunicación. Al
tiempo que la prensa occidental, controlada casi toda ella por multimillonarios,
denuncia la desinformación que practican todas aquellas personas que piensa de
otra manera se dedica a hacer a una propaganda sin precedentes tanto sobre
cuestiones internacionales como cuando hay elecciones nacionales, como acabamos
de ver en Francia. ¿Qué piensa usted de quienes dicen ahora que los medios son
el segundo poder, después de las finanzas pero por delante de los poderes
ejecutivo, legislativo y judicial?
No es falso. Sin embargo, quisiera precisar que entre los medios de comunicación
y el poder político hay más una relación de horizontalidad que una relación
jerárquica que subordine los políticos a los caciques de la información. En
definitiva, es evidente que a pesar de todo los medios siempre están más o menos
obligados a designar su clientela política favorita. En Francia, por ejemplo,
periódicos como Le Monde y Libération están obligados a mantener un barniz de
centro izquierda, en el sentido parlamentario, no necesariamente en el que le
damos ustedes y yo. Centro izquierda quiere decir algo que se parece a Macron o
en todo caso algo que va de Macron a Hollande pasando por Ségolène Royal. El
poder mediático es un poder tanto más determinante cuanto que en Francia,
singularmente, el gran capital ha comprado el conjunto de los periódicos de gran
tirada, con lo que no podemos espera de ellos sino lo que es favorable al gran
capital. Pero en el mismo seno de este gran capital hay divisiones porque el
viejo capitalismo más familiar, más provinciano, está vinculado a la derecha
tradicional, a la de quienes apoyaban a Fillon y que están muy vinculadas a esta
orientación política. En cambio, resulta sorprendente ver que los grandes
proveedores de fondos de Macron son más bien personas como Niel, que pertenece
al mundo del gran capital informático. Siempre ha habido una proyección política
del hecho de que frente a un capital arcaico se despliegue un capital «moderno»,
cuyos paladines consideran que sería arriesgado para el propio capital fiarse
ciegamente de unas tendencias extremadamente de derecha, sobre todo en el plano
social, en el plano de la evolución de las costumbres. De modo que el reparto
mediático de las opciones políticas y, tras ellas, de los grandes capitalistas,
no se refiere en absoluto a las cuestiones generales de la gestión económica, a
propósito de las cuales evidentemente están de acuerdo, sino sobre las
cuestiones sociales. Es absolutamente evidente que personas como Macron u
Hollande no ven inconveniente alguno en que exista el matrimonio homosexual o en
que las mujeres sean ministras. Consideran que más vale ir en esta dirección,
que eso no supone peligro alguno para la dictadura del capital y que incluso
crea una pequeña clientela suplementaria. En mi opinión, es una de las razones
de la grave crisis del partido de derecha dominate en Francia. En el fondo Juppé
representaba una salida semiliberal, mientras que Fillon dio un golpe de Estado
en el seno de la derecha movilizando durante las primarias al personal militante
de la manifestación antihomosexual, lo más profundo de la reacción tradicional,
del viejo petainismo burgués. Dio un golpe de Estado en el interior del partido
republicano y eso provocó la catástrofe general y la necesidad de hacer surgir a
Macron como muñeco político «nuevo».
Estoy de acuerdo en que actualmente los medios, el personal político y las
finanzas se encuentra todo ello en un sistema de conexiones extremadamente
estrecho. Pero creo que también hay capitalistas que consideran importante que
la dictadura capitalista pueda presentarse como moderna y no esté demasiado
estrechamente ligada a las fuerzas sociales exageradamente conservadoras,
católicas, racistas, etc. Por consiguiente, existe un conflicto interno dentro
de la derecha entre modernidad y tradición. Macron será elegido como «moderno».
P: La propaganda mediática trata de desacreditar a quien no le gustan utilizando
indiscriminadamente términos negativos como «populismo», pero también
«dictadura», «totalitarismo» e incluso «terrorismo». ¿No cree usted que
actualmente vivimos en un régimen caracterizado por el totalitarismo del dinero,
la dictadura de los mercados e incluso el terrorismo de las agencias de
calificación contra ciertos Estados?
Sí, por supuesto, creo que todas estas palabras despectivas se podrían volver
contra sus autores, sin la menor duda. Por ejemplo, se ve que unos gobiernos
socialistas ordenan graves acciones de discriminación policial. Yo mismo, que
desde mi más tierna infancia lucho contra los socialdemócratas, me he quedado
estupefacto al ver que las funciones de Valls han consistido en explicarnos ¡que
un problema muy grave de Francia era el de las personas nómadas de origen
rumano! ¡Era inimaginable! Y que diera instrucciones para que se destruyeran los
campamentos de estas personas. ¿Era esa la cuestión fundamental del nuevo primer
ministro socialista de Francia? Sin duda se puede aplicar a este Valls una de
las palabras de ustedes acaban de mencionar y muchas otras. La logomaquia
despectiva utilizada por los medios se podría volver perfectamente contra los
propios medios y contra quienes son sus servidores. Habría que tratar de hacer
que la opinión pública dejara de consenti este tipo de lenguaje y vocabulario.
Incluso he criticado el uso desenfrenado de la palabra «atentado» porque en
realidad el atentado de los anarquistas rusos contra el zar, por ejemplo, no
tiene nada que ver con los asesinatos en masa de unos locos. Creo que la
rectitud del lenguaje político, su precisión, es algo que hay que conquistar y
salvar.
P: Le hemos oído decir que no vota desde 1968, desengañado por la oleada
reaccionaria que siguió a los acontecimientos de mayo. ¿Quiere eso decir que no
cree en la posibilidad de un cambio verdadero por medio de las urnas y qué
solución alternativa preconiza entonces usted para tratar de cambiar el mundo?
En Francia el parlamentarismo se estableció progresivamente en el siglo XIX y su
victoria definitiva data de la Tercera República, es decir, de 1875. Desde esta
fecha a día de hoy, ¿qué valor progresista o qué posibilidad de cambio efectivo
ha puesto a la orden del día el parlamentarismo? Se basó en la represión de la
Comuna de París en 1871. Ahí fue donde los primeros republicanos se afilaron los
dientes, por así decirlo, con 30.000 obreros muertos en las calles de París.
Después llevó a cabo las expediciones coloniales más feroces de nuestro país y
comprometió a Francia en la guerra de 1914, gigantesca masacre donde se adoptó
la costumbre de contar los muertos por millones, pero que no sirvió de nada
puesto hubo que empezar otra vez veinte años después. Una cámara republicana,
elegida regularmente, es la que dio plenos poderes a Pétain. En mi juventud fue
una cámara socialista la que emprendió la guerra de Argelia. Se podrían citar
muchas otras «hazañas» de este tipo de las que ha sido culpable nuestra famosa
República, ya se trate de la Tercera, de la Cuarta o de la Quinta. Por ello no
veo interés alguno en estudiar los proyectos de la Sexta República, propuestos
por Lordon o Mélenchon.
Finalmente, solo veo en total tres aparentes excepciones en siglo y medio que
pudieron hacer creer por un instante que las elecciones eran capaces de otra
cosa.
La primera es el Frente Popular en 1936. Su elección suscitó algo de naturaleza
muy diferente: la primera gran huelga general de obreros franceses. Hay que
señalar que eso no es puramente electoral. Y Blum, primer ministro electo,
escribió negro sobre blanco que había recibido esta huelga «como una bofetada»,
es decir, como algo que, en efecto, no obedecía a las reglas del juego. El
Frente Popular suscitó grandes esperanzas, se votaron leyes sociales, pero
aquello terminó en 1937, ¡al cabo de un año había acabado! Terminó debido a unas
decisiones deplorables, como la de no intervenir en la guerra de España o cosas
por el estilo, mientras que Blum anunciaba, exactamente como hará más tarde
Mitterrand, que era «la pausa». Y la pausa quería decir el final. Y esta misma
cámara, que había votado las reformas de 1936, es la que en 1940 votó otorgar
plenos poderes a Pétain. Esta es la primera excepción.
La segunda excepción fue la cámara constituida tras la Liberación, en 1944-45.
Entonces tuvimos un gobierno en el que participaban comunistas y una burguesía
francesa totalmente desacreditada por haber apoyado a Pétain y la colaboración
durante toda la guerra. Una vez más se aprobaron leyes sociales, algunas de las
cuales continúan en vigor todavía hoy, aunque se cuestionan e incluso están en
vías de ser eliminadas. Se nacionalizaron algunos sectores cuyos patrones habían
trabajado con los nazis, pero se empezó a privatizarlos en la década de 1980.
Esta experiencia de 1945 acabó en 1947. En esa fecha los comunistas abandonaron
el gobierno y se acabaron o se enterraron las reformas.
Por lo que se refiere al tercer episodio, fue la elección de Mitterrand en 1981
con un programa que, como he dicho, comportaba por primera vez varias cosas
importantes concernientes a la propiedad de los capitales. Pero apenas dos años
después había terminado ese paso anticapitalista. El gobierno Balladur
desmanteló totalmente todo el programa de la «izquierda unida». Y que yo sepa,
Mitterrand en absoluto vio un posible motivo de dimisión en echar abajo todo lo
que había anunciado y empezado a construir. Es más, en adelante no hizo nada en
esa dirección, no volvió a nacionalizar nada, ¡a pesar de que todavía permaneció
once años en el poder!
Por consiguiente, en primer lugar constato que el régimen electoral francés fue
el autor, ya fuera con la izquierda o con derecha en el poder, de una sucesión
ininterrumpida de cosas espantosas. Y, en segundo lugar, que en total hubo tres
excepciones, que duraron como máximo dos años y cuya herencia se ha aniquilado
totalmente. Por lo tanto, no tengo razón alguna para creer que las elecciones
puedan proponer algo de positivo a un verdadero militante comunista. No puedo
creer que un movimiento electoral pueda encarnar la existencia de otra
posibilidad, de otra estrategia. El parlamentarismo no es sino la fórmula
política ajustada a la dominación capitalista.
Por consiguiente, vuelvo a mis consideraciones iniciales: en primer lugar hay
que formular claramente una hipótesis alternativa y a continuación hay que
organizar directamente a la gente en torno a esta. Si en un momento determinado
se considera útil entrar en el juego electoral es una cuestión de oportunidad,
pero a todas luces solo puede ser una decisión táctica, no puede ser una
decisión estratégica. No se puede hacer con la esperanza de que como se ha
elegido a unas personas se ha ganado la partida o se puede ganar ahora. Eso va a
depender exclusivamente tanto del movimiento de masas y de su nivel de
conciencia y de pensamiento como de la fuerza de sus organizaciones. Se puede
utilizar la palabra «revolución» si se quiere. En todo caso va a depender de la
política colectiva, de la política organizada y de las grandes revueltas obreras
y populares, a una escala cada vez mas internacional porque el propio
capitalismo es internacional y en ese aspecto vamos con retraso respecto a él.
Todavía seguimos muy encerrados en lo nacional. Los grandes capitalistas están
cómodos en Shanghai, San Francisco o Buenos Aires, pero nosotros no lo estamos
tanto políticamente. Y, en todo caso, creo que hay que acabar con el mito de la
democracia electoral, incluido en la opinión pública e incluso sobre todo en
ella.
P: En su último artículo usted afirma que uno de los elementos sin el que nunca
se pondrá fin a nuestra actual servidumbre frente al sistema capitalista es una
organización sólida con vistas a establecer los elementos constitutivos de la
vía comunista. Afirma que eso representa un punto vital en la constitución de
una alternativa progresista válida a largo plazo. En su opinión, ¿cuál es el
elemento central que falta a las organizaciones de la izquierda radical, de los
comunistas, para garantizar esta solidez organizativa de base?
Es un problema complicado porque me parece que la mayoría de las organizaciones
que mantienen con vida la hipótesis comunista en el mundo lo hacen sin haber
establecido completamente el balance de lo hecho en el pasado. Como si en cierto
modo ellas garantizaran una continuidad. Esta continuidad puede ser una
continuidad estalinista, trotskista, maoísta, pero me parece que lo que falta (y
me hago este reproche a mí mismo) es un balance la experiencia comunista del
siglo XX que sea un balance progresista, es decir, que no sea el mismo balance
que el del enemigo, pero que tampoco sea la idea de que podemos pura y
simplemente continuar. Los Estados socialistas del siglo anterior no lograron
desplegar completamente la hipótesis comunista y hacerla irreversible
históricamente. Nosotros mismos debemos sacar las enseñanzas de este fracaso,
reteniendo también lo que estuvo bien hecho, incluso lo que fue notable.
Personalmente creo que la Revolución de Octubre fue un acontecimiento sin
precedentes en la historia. Es la primera vez que se emprende la construcción de
una sociedad que no esté bajo la dictadura de la propiedad privada. ¡No se había
emprendido desde el Neolítico! Lo digo en serio, es un proyecto que no había
existido desde el Neolítico porque la propiedad privada no es simplemente el
capital, la propiedad privada existe desde siempre, desde la aparición de los
Estados. Por consiguiente, hay que continuar en ese sentido, extrayendo de lo
que ha tenido lugar su carácter creador e innovador. Pero al mismo tiempo es
necesario que nos rindamos cuentas a nosotros mismos, y que rindamos cuentas a
la gente, de las razones internas del fracaso. Por supuesto, ha habido presión
externa, presión capitalista, lo que no impide que todo se haya desmoronado y
tenemos que saber por qué. Es necesario que quienes continúan sepan por qué y
que, por lo tanto, encuentren sus propias razones para continuar sabiendo qué
ocurrió realmente, proponiéndolo y explicándoselo a la gente. Ahora bien, es
evidente que todo esto gravita en torno a la cuestión del Estado. Creo que en
cierto sentido estas empresas han sido contrarias a la hipótesis general
marxista que era la de una decadencia del Estado. Se trataba de empresas
violentamente estatales que entendieron la dictadura del proletariado como la
dictadura del propio comunismo, lo que no es en absoluto lo mismo. Así pues,
creo que debemos tener nuestra propia conciencia histórica.
Sobre ese punto, el segundo episodio sin precedentes en la historia es la
Revolución Cultural en China. ¿Por qué? Porque, precisamente, puso a la orden
del día la cuestión del comunismo en su difícil relación con la del poder del
Estado. Durante años la juventud estudiante y millones de obreros actuaron,
pensaron y escribieron en un desorden extremo pero extremadamente movilizador
para rectificar el curso de las cosas y animar el devenir comunista. Finalmente
fracasaron, pero es imperativamente necesario partir de su experiencia.
Hoy en día lo que domina la opinión pública y, de hecho, una opinión sumisa al
tiempo que inquieta, es que ha interiorizado un «balance» del comunismo hecho
por quienes siempre han sido enemigos jurados del comunismo. Este supuesto
balance se resume en una máxima: «No existe una política comunista, no ha
existido y nunca existirá».
Pues bien, ya veremos.
Fuente de la primera parte:
http://www.investigaction.net/entretien-avec-alain-badiou-12-nous-devons-tirer-notre-propre-bilan-des-experiences-du-passe/
Fuente de la segunda parte:
http://www.investigaction.net/fr/entretien-avec-alain-badiou-22-democratie-et-medias/

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=228598
1/7/2017

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