quinta-feira, 27 de julho de 2017

La CIA y la contrarrevolución en Venezuela



Atilio A. Boron


La sociedad capitalista tiene como uno de sus rasgos principales la opacidad. Si
en los viejos modos de producción precapitalistas la opresión y la explotación
de los pueblos saltaba a la vista y adquiría inclusive una expresión formal e
institucional en jerarquías y potestades, en el capitalismo prevalece la
oscuridad y, con ella, el desconcierto y la confusión. Fue Marx quien con el
descubrimiento de la plusvalía descorrió el velo que ocultaba la explotación a
la que eran sometidos los trabajadores “libres”, emancipados del yugo medieval .
Y fue él también quien denunció el fetichismo de la mercancía en una sociedad en
donde todo se convierte en mercancía y por lo tanto todo se presenta
fantasmagóricamente ante los ojos de la población.
Lo anterior viene a cuento de la negación sobre el papel de la CIA en la vida
política de los países latinoamericanos, aunque no sólo en ellos. Su permanente
activismo es insoslayable y no puede pasar desapercibido para una mirada
mínimamente atenta. Peso a ello al hablarse de la crisis en Venezuela –para
tomar el ejemplo que ahora nos preocupa- y las amenazas que se ciernen sobre ese
país hermano a la “Agencia” nunca se la nombra, salvo pocas y aisladas
excepciones. La confusión que con su opacidad y su fetichismo genera la sociedad
capitalista se cobra nuevas víctimas en el campo de la izquierda. No debería
sorprender que la derecha alentara ese encubrimiento de la CIA. La prensa
hegemónica –en realidad, la prensa corrupta y canalla- jamás la menciona. Es un
tema tabú para estos impostores seriales. Ni a ella, la CIA, ni a ninguna de las
otras quince agencias que constituyen en conjunto lo que en Estados Unidos
amablemente se denomina “comunidad de inteligencia”. Eufemismos aparte, es un
temible conglomerado de dieciséis pandillas criminales financiadas con fondos
del Congreso de Estados Unidos y cuya misión es doble: recoger y analizar
información y, sobre todo, intervenir activamente en los diversos escenarios
nacionales con un rango de acción que va desde el manejo y la manipulación de la
información y el control de los medios de comunicación hasta la captación de
líderes sociales, funcionarios y políticos, la creación de organizaciones de
pantalla disimuladas como inocentes e insospechadas ONGs dedicadas a
inobjetables causas humanitarias hasta el asesinato de líderes sociales y
políticos molestos y la infiltración en - y destrucción de- toda clase de
organizaciones populares. Varios arrepentidos y asqueados ex agentes de la CIA
han descrito todo lo anterior en sumo detalle, con nombres y fechas, lo que me
excusa de abundar sobre el tema. [1] 
Que la derecha sea cómplice del encubrimiento del protagonismo de los aparatos
de inteligencia de Estados Unidos es comprensible. Son parte del mismo bando y
protege con un muro de silencio a sus compinches y sicarios. Lo que es
absolutamente incomprensible es que representantes de algunos sectores de la
izquierda –notablemente el trotksismo-, el progresismo y cierta intelectualidad
atrapada en los embriagantes vapores del posmodernismo se inscriban en este
negacionismo donde no sólo la CIA desaparece del horizonte de visibilidad sino
también el imperialismo. Estas dos palabras, CIA e imperialismo, ni por asomo
irrumpen en los numerosos textos escritos por personeros de aquellas corrientes
acerca del drama que hoy se desenvuelve en Venezuela y que, ante sus ojos,
parece tener como único responsable al gobierno bolivariano. Quienes se
inscriben en esa errónea - insanablemente errónea- perspectiva de interpretación
se olvidan también de la lucha de clases, que brilla por su ausencia sobre todo
en los análisis de supuestos marxistas que no son otra cosa que “marxólogos”,
esto es, cultos doctores embriagados por las palabras, como a veces decía
Trotsky, pero que no comprenden la teoría ni mucho menos la metodología del
análisis marxista y por eso ante los ataques que sufre la revolución bolivariana
exhiben una gélida indiferencia que, en los hechos, se convierte en complacencia
con los reaccionarios planes del imperio.
Toda esta horrible confusión, estimulada como decíamos al comienzo por la
naturaleza misma de la sociedad capitalista, se disipa en cuanto se recuerda el
sinfín de intervenciones criminales que la CIA llevó a cabo en América Latina (y
en donde fuera necesario) para desestabilizar procesos reformistas o
revolucionarios. Una somera enumeración a vuelo de pájaro, inevitablemente
incompleta, subrayaría el siniestro papel desempeñado por “la Agencia” en
Guatemala, en 1954, derrocando al gobierno de Jacobo Árbenz organizando una
invasión dirigida por un coronel mercenario, Carlos Castillo Armas, quien luego
de hacer lo que le fuera ordenado sería asesinado tres años después en el
Palacio Presidencial. Sigamos: Haití, en 1959, sosteniendo al por entonces
amenazado régimen de François Duvalier y garantizando la perpetuidad y el apoyo
a esa criminal dinastía hasta 1986. Ni hablemos del intenso involucramiento de
"la Agencia” en Cuba, desde los comienzos mismos de la Revolución Cubana,
actividad que continúa hasta el día de hoy y que registra como uno de sus
principales hitos la invasión de Playa Girón en 1961; o en Brasil, 1964,
asumiendo un activísimo papel en el golpe militar que derribó al gobierno de
Joao Goulart y sumió a ese país sudamericano en una brutal dictadura que perduró
por dos décadas; en Santo Domingo, República Dominicana, en 1965, apoyando la
intervención de los marines luchando contra los patriotas dirigidos por el
Coronel Francisco Caamaño Deño; en Bolivia, en 1967, organizando la cacería del
Che y ordenando su cobarde ejecución una vez que había caído herido y capturado
en combate. La CIA permaneció en el terreno y ante la radicalización política
que tenía lugar en Bolivia conspiró para derribar el gobierno popular de Juan J.
Torres en 1971. En Uruguay, en 1969, cuando la CIA envió a Dan Mitrione, un
especialista en técnicas de tortura, para entrenar a los militares y la policía
para arrancar confesiones a los Tupamaros. Mitrione fue ajusticiado por estos en
1970, pero la dictadura instalada por “la embajada” desde 1969 perduró hasta
1985; en Chile, desde comienzos de los años sesenta e intensificando su acción
con la complicidad del gobierno democristiano de Eduardo Frei. La misma noche en
que Salvador Allende ganara las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de
1970 el presidente Richard Nixon convocó de urgencia al Consejo Nacional de
Seguridad y ordenó a la CIA que impidiera por todos los medios la asunción del
líder chileno y, en caso de tal cosa ser imposible, no ahorrar esfuerzos ni
dinero para derrocarlo. “Ni un tornillo ni una tuerca para Chile” dijo ese patán
que luego sería desalojado de la Casa Blanca por un juicio político. En
Argentina, en 1976, la CIA y la embajada fueron activas colaboradoras de la
dictadura genocida del general Jorge R. Videla, contando inclusive con la
desembozada ayuda y consejo del por entonces Secretario de Estado Henry
Kissinger; en Nicaragua, sosteniendo contra viento y marea a la dictadura
somocista y, a partir del triunfo del sandinismo, organizando a la “contra”
apelando inclusive al tráfico ilegal de armas y drogas desde la misma Casa
Blanca para lograr sus objetivos; en El Salvador, desde 1980, para contener el
avance de la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional,
involucrándose activamente durante los doce años que duró la guerra civil que
dejó un saldo de más de 75.000 muertos. En Granada, liquidando al gobierno
marxista de Maurice Bishop. En Panamá, 1989, invasión orquestada por la CIA para
derrocar a Manuel Noriega, un ex agente que pensó que podía independizarse de
sus jefes, ocasionando al menos 3.000 muertos en la población. En Perú, a partir
de 1990, la CIA colaboró con el presidente Alberto Fujimori y su Jefe del
Servicio de Inteligencia, Vladimiro Montesinos para organizar fuerzas
paramilitares para combatir a Sendero Luminoso y, de paso, cuando izquierdista
se les pusiera a tiro, o dejando un saldo luctuoso que se mide en miles de
víctimas. Dados estos antecedentes, ¿alguien podría pensar que la CIA ha
permanecido de brazos cruzados ante la presencia de las FARC-EP y el ELN en
Colombia, donde Estados Unidos cuenta con siete bases militares para el
despliegue de sus fuerzas? ¿O que no actúa sistemáticamente para corroer las
bases de sustentación de gobiernos como los de Evo Morales y, en su momento, de
Rafael Correa y hoy Lenín Moreno? ¿O que se ha retirado a cuarteles de invierno
y dejado de actuar en Argentina, Brasil, y en toda esta inmensa región
constituida por América Latina y el Caribe, considerada con justa razón como la
reserva estratégica del imperio? Sólo por un alarde de ignorancia o ingenuidad
podría pensarse tal cosa.
¿Puede, por lo tanto, alguien sorprenderse del protagonismo que la CIA está
teniendo hoy en Venezuela, el “punto caliente” del hemisferio occidental? ¿Puede
la dirigencia norteamericana –la real, el “deep state” como dicen sus más
lúcidos observadores, no los mascarones de proa que despachan desde la Casa
Blanca- ser tan pero tan inepta como para desentenderse de la suerte que pueda
correr la lucha planteada contra la Revolución Bolivariana en el país que cuenta
con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo? Puede que para el
trotskismo latinoamericano y otras corrientes igualmente extraviadas en la
estratósfera política la MUD y el chavismo “sean lo mismo” y no provoque en esas
corrientes otra cosa que una suicida indiferencia. Pero los administradores
imperiales, que saben lo que está en juego, son conscientes de que la única
opción que tienen para apoderarse del petróleo venezolano –objetivo no declarado
pero excluyente de Washington- es acabar con el gobierno de Nicolás Maduro
dejando de lado cualquier escrúpulo con tal de obtener ese resultado, desde
quemar vivas a personas a incendiar hospitales y guarderías infantiles . Saben
también que el “cambio de régimen” en Venezuela sería un triunfo extraordinario
del imperialismo norteamericano porque, instalando en Caracas a sus peones y
lacayos, los mismos que se enorgullecen de su condición de lamebotas del
imperio, ese país se convertiría de facto en un protectorado norteamericano,
montando una farsa pseudodemocrática –como la que ya hay en varios países de la
región- que sólo una nueva oleada revolucionaria podría llegar a desbaratar. Y
ante esa opción, imperio versus chavismo, no hay neutralidad que valga. No nos
da lo mismo, ¡no puede darnos lo mismo una cosa o la otra! Porque por más
defectos, errores y deformaciones que haya sufrido el proceso iniciado por
Chávez en 1999; por más responsabilidad que tenga el presidente Nicolás Maduro
en evitar la desestabilización de su gobierno, los aciertos históricos del
chavismo superan ampliamente sus desaciertos y ponerlo a salvo de la agresión
norteamericana y sus sirvientes es una obligación moral y política insoslayable
para quienes dicen defender al socialismo, la autodeterminación nacional y la
revolución anticapitalista. Y esto, nada menos que esto, es lo que está en juego
los próximos días en la tierra de Bolívar y de Chávez, y en esta encrucijada
nadie puede apelar a la neutralidad o la indiferencia. Sería bueno recordar la
advertencia que Dante colocó a la entrada del Séptimo Círculo del Infierno:
“este lugar, el más horrendo y ardiente del Infierno, está reservado para
aquellos que en tiempos de crisis moral optaron por la neutralidad”. Tomar nota.
Nota:

 [1]  Ver John Perkins, Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del
imperialismo norteamericano (Barcelona: Ediciones Urano, 2005). Edición
original: Título original: Confessions of an Economic Hit Man First published by
Berrett-Koehler Publishers, Inc., San Francisco, CA, USA. Ver también el texto
pionero de Philip Agee, de 1975, Inside the Company,y publicado en la Argentina
bajo el título La CIA por dentro. Diario de un espía (Buenos Aires: Editorial
Sudamericana 1987).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229598
27/7/2017

Nenhum comentário:

Postar um comentário