terça-feira, 17 de outubro de 2017
Pedagogías del siglo XXI
En el centenario de la revolución rusa. 1. El proyecto educativo bolchevique: la
escuela única del trabajo.
¿Cuál es el sentido y el contenido de los debates, propuestas y realizaciones
para fomentar al "hombre nuevo" en la primera época de la revolución socialista?
¿Y cuáles sus logros y dificultades? Qué se hizo y qué quedó por hacer.
Jaume Carbonell
Marx y Engels sentaron las bases de la pedagogía socialista. Pero hay que
esperar al triunfo de la revolución soviética, liderada por Lenin al frente del
partido bolchevique, para que dichos principios se profundicen e intenten
plasmarse en una realidad concreta que se propone la transformación de una
sociedad regida por la explotación de las clases dominantes en una sociedad
comunista al servicio de las clases trabajadoras. Una oportunidad histórica y
hasta cierto punto inesperada -multitud de previsiones situaban este estallido
revolucionario en un país industrializado- y un reto mayúsculo.
Alfabetización y escolarización para una nueva cultura y moral comunista
I.V. Lenin, se implica a fondo en los debates y decisiones en torno a la
educación, porque entiende su lugar estratégico y prioritario para dar
consistencia al cambio social revolucionario: “Sin ella el comunismo no será más
que un deseo”. Desde el principio se trabaja en dos frentes: a) la
escolarización y la alfabetización para sacar a la población de su ignorancia
secular; y b) la formación del “hombre nuevo”. Aunque las estadísticas de la
época son poco fiables, las tasas de analfabetismo, se sitúan ente el 50% y el
80%. Las campañas dirigidas a la población de 8 a 50 años, a pesar de las
enormes dificultades en tiempos de guerra y de paz, logran reducir
sustancialmente este porcentaje hasta el 40% en 1929 y el 20% en 1937. Otros
datos muestran que entre los años 1920 y 1940, 60 millones de personas adultas
aprendieron a leer y a escribir. Por otro lado, en pocos años se duplica la
escolarización en el nivel primario. Para atajar este subdesarrollo se hace un
llamamiento a los obreros de las fábricas para la alfabetización de las zonas
rurales y más atrasadas de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
En las universidades se crean facultades obreras que facilitan el tránsito hacia
los distintos estudios superiores de carácter humanístico y politécnico, con una
progresiva política de becas para promover el acceso de la clase obrera y
campesina. A ello contribuye también la amplia red de bibliotecas y otras
iniciativas complementarias de promoción cultural.
Si no lees libros, olvidarás la gramática / Wikimedia
El segundo frente se centra en el destierro de la ideología burguesa y su
sustitución por los valores de la nueva cultura revolucionaria. “Toda la moral
consiste en esta disciplina solidaria y unida y en esta lucha consciente de las
masas contra los explotadores”. Ello supone una intensa lucha ideológica para
combatir y eliminar las culturas preburguesas, burocráticas y feudales, y
sustituirlas por las nuevas visiones, comportamientos y modos de vida
socialistas. El dirigente bolchevique aboga, al propio tiempo, por una
instrucción moderna que garantice la educación politécnica, y por la asimilación
del conocimiento acumulado por la humanidad, aunque superando el memorismo, el
autoritarismo y otras lacras de la vieja escuela zarista. “Sin trabajo, sin
lucha, el conocimiento libresco del comunismo, adquirido en folletos y obras
comunistas, no tiene absolutamente ningún valor, ya que no haría más que
continuar el antiguo divorcio entre la teoría y la práctica”.
La escuela única del trabajo
Las orientaciones generales del sistema educativo soviético, que se aplican de
forma contradictoria y parcial en el transcurso del período 1917-1931, se
plasman en el Decreto del 16 de octubre de 1918 que regula la Escuela Única del
Trabajo. Esta se basa en tres premisas: la red única de enseñanza, la escuela
unificada y la relación de la escuela con la producción. Se dispone que de
forma inmediata “todos los establecimientos de enseñanza existentes bajo
diferentes autoridades, pasarán a depender del comisariado del pueblo para el
progreso de la cultura”. Ello comporta, por tanto, la nacionalización de todos
los centros privados -mayoritariamente pertenecientes a la iglesia ortodoxa-,
mediante una planificación que asegure la escolarización de todos los niños de 6
a 17 años que deben ser escolarizados en esta modalidad de “escuela única del
trabajo”. Se divide en dos niveles: el primero para los niños de 8 a 13 años y
el segundo para los jóvenes de 13 a 17 años, con un anexo de un jardín de
infancia para niños entre 6 y 8 años. Estos tramos mantienen una orientación y
dirección común de acuerdo con los presupuestos reformadores del movimiento de
la escuela unificada. La gestión del centro -se habla de autogestión-
corresponde a un organismo representativo de los agentes de la comunidad y del
distrito escolar.
Se trata de una escuela obligatoria, gratuita, mixta y laica: “La enseñanza
religiosa, de cualquier credo, así como las prácticas religiosas están
prohibidas en los locales escolares”. Y se introducen algunas prácticas
innovadoras que rompen con el modelo educativo zarista: supresión de los
exámenes, pruebas de ingreso, promoción o salida; prohibición de deberes y otras
trabajos obligatorios para realizar en casa; abolición de las categorías y
situaciones discriminatorias entre el profesorado; sustitución, en la medida de
lo posible, de la división de las clases por edades, por la de grupos de acuerdo
al grado de formación en cada área específica; ratio máxima de 25 alumnos;
apuesta por la educación mutua; y respeto al uso de la lengua propia y materna
en las distintas nacionalidades de la URSS.
La enseñanza en cada uno de los dos niveles de la escuela del trabajo tiene un
carácter de formación general y de formación politécnica, sin olvidar la
educación física y artística. La relación de la escuela con la producción es sin
duda la singularidad más emblemática de este proyecto. Esto no es baladí, pues
este binomio de escuela única-unificada, despierta un prolongado e intenso
debate entre los clásicos marxistas, entre las vanguardias de los partidos
socialistas y comunistas de Europa capitalista, y en el seno de los movimientos
de renovación educativa. La escuela del trabajo constituye, en cierta medida,
una simbiosis entre la aportación marxista de la educación politécnica y la
escuela activa de Dewey, intentando mantener el equilibrio en el sentido de que
el trabajo, sin dejar de ser verdadero trabajo productivo, no pierde tampoco su
carácter pedagógico.
El debate en torno a la relación de la escuela con la producción
La concreción de esta propuesta tan ambiciosa genera un interesante debate que
se polariza en torno a tres estrategias: la leninista, que representa el ideario
del partido en el poder: la de los sectores comunalistas y anarco-comunistas,
más próxima a las iniciativas espontáneas y experimentalistas de la base; y una
tercera intermedia, encabezada por los responsables de la política educativa,
entre ellos A.V. Lounatcharsky, al frente del Narkomprós (Comisariado del Pueblo
para la Instrucción Pública) y, sobre todo, la influyente N.Kroupskaia, la
pareja de Lenin. Cabe recordar que Marx no había concretado en sus escritos de
qué modo debería articularse la relación de la escuela comunista con la
producción.
El dirigente bolchevique prioriza la iniciación en los fundamentos de la
industria moderna frente al trabajo y la experiencia práctica. “Es preciso
enseñar y explicar a nivel ideológico las nociones básicas, y no tanto pretender
hacer realidad la participación en la producción”. Un posicionamiento que lo
justifica por dos factores de la coyuntura soviética: las dificultades de llevar
a término un trabajo práctico generalizado en fábricas y talleres, debido a la
situación económica caótica y a su lento proceso de reestructuración; y la
vinculación del principio politécnico a las tareas específicas de la edificación
económica de la URSS: a la industria moderna y, mas particularmente, al Plan de
Electrificación. Lenin defiende esta opción productivista al entender que se
asiste a una fase de transición -y no de realización comunista- que precisa el
asentamiento y consolidación de la dictadura del proletariado y de sus
instituciones y aparatos político-ideológicos.
La segunda estrategia, impulsada por teóricos ucranianos y moscovitas como
Radovsky, Riappo y Xulguin, intentan forzar el proceso de transformación
socialista mediante la revolución cultural proletaria, con la abolición del
Estado y de sus instituciones. Se proclama la muerte de la escuela,
convirtiéndola en un apéndice de la fábrica en las ciudades y de la comuna en
las zonas rurales, sin libros ni lecciones, sin programación alguna. Asimismo,
se propugna la disolución de la familia y su sustitución por las comunas
infantiles de trabajo, mediante una regulación sobre el divorcio, el aborto y la
sexualidad.
En una posición intermedia se sitúan las aportaciones de los miembros del
Narkomprós (equivalente a nuestro Ministerio de Educación) y, particularmente de
Kroupskaia, partidaria de la hegemonía de la instancia pedagógica: “La educación
de los niños debe resolverse a un nivel pedagógico y no primariamente político”,
y de que la infancia experimente las más diversas conexiones con el mundo de la
producción, a fin de evitar especializaciones prematuras y adquirir las nociones
básicas del proceso y organización del trabajo. Es contraria a que la educación
politécnica se deje únicamente en manos de las fábricas, y alerta del peligro de
que los niños sean utilizados “para el trabajo más monótono imaginable” y vean
su horizonte prematuramente limitado por su “educación profesional”; o bien que
sean adiestrados para tareas muy precisas.
Cartel soviético sobre alfabetización para el trabajo. / Wikimedia.
Contra el mito de la escuela neutra
¿Cómo encaja la educación comunista de clase con la enseñanza neutra? ¿Puede el
niño recibir una educación socialmente neutra cuando jamás es posible llevar una
vida socialmente neutra fuera de la escuela? ¿Qué se esconde tras el discurso de
la neutralidad? A partir de estos interrogantes se suscitan encendidos debates
en el seno del movimiento socialista, aunque las dudas pronto se disipan en la
revolución de octubre. Kroupskaia desenmascara la falacia de la escuela neutra,
entendida como institución que pretende garantizar la máxima libertad: “La
escuela que desea ser neutra no es más que una escuela muerta, es la escuela del
silencio para el niño, que vive de espaldas a la realidad, que no cuestiona
nada, que no establece una relación real maestro-alumno.” Sostiene que toda
escuela transmite explícita e implícitamente un contenido de clase. La una -la
de la burguesía- intenta mantener los privilegios de clase; la otra -la del
proletariado- opta por la desaparición de las clases.
La existencia de huelgas, de guerras y de otros conflictos sociales penetran en
la escuela porque el niño los vive y habla de ellos en las aulas. Por supuesto
que el maestro puede cerrar los ojos frente a la realidad, dando muestras de
pasividad, indiferencia, absentismo, acriticismo,… Y no hay que olvidar que,
precisamente, sobre estas actitudes se construyen y se justifican las “delicias”
y las “purezas” de la enseñanza neutra. Kroupskaia lo ilustra con varios
ejemplos: “Se hace huelga en las fábricas. ¿De qué lado se pone la escuela? De
ninguno, ¡es neutral! El 9 de febrero, los soldados del zar fusilaron en
Petersburgo a cientos de obreros. Los niños, de cadáver en cadáver, caminaban
para encontrar a sus padres asesinados. ¿de qué lado estaban ellos? ¿puede
todavía la escuela permanecer neutra?
La cuestión pedagógica
Otro de los grades debates es el relativo al contenido y la innovación
pedagógica y, más en concreto, sobre el posicionamiento en torno al movimiento
de la Escuela Nueva. La ortodoxia-heterodoxia pedagógica experimenta importantes
vaivenes en los períodos 1917-23 (que podríamos calificar de anarco-comunismo y
de tanteo experimental); (1923-1927 (de transición); y 1927-1933 (de
configuración del estalinismo). En determinados períodos coyunturales, y en
relación a ciertas corrientes la condena a la corriente de la Escuela Nueva es
frontal y sin excesivas matizaciones. En otros casos se recogen ciertos
elementos considerados progresistas que se incorporan dentro de la nueva
pedagogía marxista: el caso de J.Dewey es quizás el más emblemático por sus
ideas en torno a la democracia educativa, la cooperación y la relación de la
escuela con el entorno. En otras situaciones se establecen claras diferencias
entre unas y otras concepciones del mencionado espectro pedagógico
Sin duda hay dos pedagogos soviéticos que brillan con luz propia: Makarenko (del
que, debido a su gran relevancia, nos ocuparemos la próxima semana) y
P.Blonskij. Éste es el primero que trata de llevar a la práctica los principios
pedagógicos de Marx pero siguiendo la huella de Rousseau y su visión un tanto
ingenua de la bondad natural infantil: sostiene que ésta es por naturaleza
comunista y que “hay que desarrollar esta disposición que permita a los niños
construir su propio mundo comunista, sin imposiciones de los adultos”. Parte de
la idea que el trabajo útil, por medio del cual se producen objetos útiles, es
el fundamento de toda educación, coincidiendo con los planteamientos
comunalistas acerca de la desaparición de la escuela y de la fábrica como
espacio educativo más idóneo. Otro de sus principios pedagógicos básicos es que
no son los libros y los profesores quienes educan sino la vida -la comuna, la
fábrica la economía y las relaciones sociales-; y estas unidades se le deben
ofrecer al alumnado como totalidades y complejos. Este método de los complejos
suprime la organización por materias.
La propuesta pedagógica de Blonskij obtiene un cierto reconocimiento en los
primeros compases de la revolución aunque no llegue a aplicarse nunca, salvos
algunas aplicaciones puntuales del método de proyectos que pronto son
reemplazados por las disciplinas clásicas. Pero con el estalinismo (a partir de
1924) sus concepciones son relegadas y condenadas por considerarse
“pequeño-burguesas” y “pseudo-socialistas”. También las teorías acerca de la
decadencia y abolición de la escuela fueron tachadas de liberales.
Cinco reflexiones a modo de conclusión
En este breve recorrido por la educación soviética, tras el triunfo de la
revolución de octubre, nos hemos centrado en los primeros años: hasta la década
de los veinte y, más en concreto, en el período liderado por Lenin hasta su
muerte (1924) y su sustitución por I.V.Stalin. Una época muy convulsa y plagada
de obstáculos donde las condiciones objetivas de la realidad; y las subjetivas,
relativas al nivel de preparación y conciencia, tanto de la clase dirigente como
del pueblo, frustraron o dejaron a medio camino la realización de ideas y
proyectos educativos de carácter transformador. ¿Cuáles fueron, más en concreto,
estos obstáculos?
1.Las consecuencias de la I Guerra Mundial y de la Guerra Civil. La destrucción,
la economía en bancarrota, los costes humanos, el hambre, la sequía, la falta de
recursos materiales y todo tipo de privaciones obligan a atender las necesidades
básicas de la población, aunque no por ello remite la movilización en torno a la
alfabetización y otros logros educativos.
La reorientación de la Escuela Única del Trabajo. La época del comunismo de
guerra y, sobre todo, la NEP, (“Nueva Política Económica”), que comporta
acelerar a marchas forzadas el crecimiento económico y la productividad con
los planificación centralizada de la industrialización obligan, por cuestiones
de realismo en palabras de Lenin, a priorizar el carácter productivista de la
educación atendiendo a las nuevas demandas económicas, en perjuicio de la
cuestión pedagógica.
3.De la hegemonía de los sóviets a la hegemonía del partido. Uno de los rasgos
más destacados de la revolución rusa de 1917 es el protagonismo de los consejos
-“los sóviets”- de trabajadores, campesinos y soldados, que se presentan como la
base de una nueva organización social en el que el poder deben ir de abajo a
arriba. Ello permite en el terreno educativo la posibilidad de un debate
abierto, elegir y autogestionar proyectos específicos o decidir la mejor forma
de organizar la enseñanza. Pero muy ponto, tomando los dos puntos anteriores
como coartada, se impone la disciplina del partido en los sóviets. Así, la
dictadura del proletariado, en vez de avanzar hacia el Estado socialista, deriva
hacia la dictadura militar y partidista del proletariado, imponiéndose el
dirigismo burocrático del aparato político.
4.Cierre a la pluralidad ideológica y pedagógica. En los primeros compases de la
revolución, a pesar de las dificultades descritas, hay cierto grado de libertad
de pensamiento y acción que permite discutir, contrastar y hasta experimentar
tímidamente diversas tendencias y prácticas educativas. En este período se
buscan puntos de contacto entre la pedagogía marxista, los reformadores de la
Escuela Nueva y otras corrientes innovadoras. Esta apertura pluralista empieza a
restringirse ya en el mandato leninista y se cierra de cuajo con el ascenso de
Stalin al poder, en que se censuran las ideas y prácticas consideradas “impuras
y heterodoxos” y se castiga todo tipo de disidencia, salvo alguna loable
excepción.
5.El profesorado: entre lo viejo y lo nuevo. Se dice y con razón que el
profesorado es, con cierta frecuencia, el factor clave de resistencia a los
procesos de transformación social. Y así fue en la Rusia revolucionaria.
Escasean los profesores y un buen porcentaje de ellos, incluido el sindicato
docente, son hostiles al nuevo régimen. En el “Narkomprós” (Ministerio de
Educación) se purga a la mayoría del personal y se crea otro cuerpo de
inspectores. Pero, ¿cómo puede lograr Lenin, de la noche a la mañana, un
propósito de tal magnitud: “Educar un nuevo ejército de personal pedagógico
enseñante que debe estar estrechamente ligado al partido y a sus ideas, que debe
estar impregnado de su espíritu? “El de formar al “hombre nuevo”.
Un mundo rico y complejo de ideas, ilusiones, contradicciones y frustraciones
que se extendieron por muchos países, y que alimentaron otros procesos
revolucionarios con sus consiguientes variaciones, esperanzas, logros, desastres
y traumas. Historiadores y analistas de todos los colores han llenado miles de
páginas para contarnos los avatares de esta historia. En cierto modo, el fin de
esta historia: el certificado de defunción de este relato utópico.
PARA SABER MÁS
-Lounatcharsky; Kroupskaia; Hoernle, E y otros. (1978). La Internacional
Comunista y la escuela de clase. Barcelona: Icaria.
-Fontana, J. (2017). El siglo de la revolución. Barcelona: Crítica.
-Palacios, J. (1979). La cuestión escolar. Barcelona: Laia.
Jaume Carbonell es pedagogo, periodista y sociólogo. Exdirector de la revista
Cuadernos de Pedagogía. Miembro del consejo editorial de El Diario de la
Educación. Su último libro publicado es: 'Pedagogías del siglo XXI. Alternativas
a la innovación educativa'. Este blog es un espacio abierto a las reflexiones,
debates e interrogantes que conforman la educación del presente-futuro. Contiene
teorías pedagógicas, prácticas innovadoras, políticas, agentes, escenarios y
producciones de todo tipo que ayudan a pensar, a soñar y a construir otra
educación más libre, justa y humanizada
In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232802
16/10/2017
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