*HADAS THIER, ESCRITORA Y PERIODISTA ESTADOUNIDENSE* *
Un conjunto muy diverso de experiencias y miles de opresiones definen a
la clase trabajadora —negra, blanca, indígena e inmigrante—, en la que
se cuentan todas las personas que son explotadas para generar las
ganancias de unos pocos capitalistas.
Comprender cómo funciona el concepto de clase y qué determina las
posiciones de clase sirve para revelar las estructuras de poder y
explotación de nuestra sociedad.
Una definición muy básica de las clases tal como existen en el
capitalismo comienza con esta premisa: los trabajadores están obligados
a vender su fuerza de trabajo y los capitalistas la compran y la gobiernan.
Es imposible explicar las posiciones de clase del trabajador o del
patrón sin entender que todo el sistema funciona con el objetivo de
poner en marcha el trabajo para generar una ganancia en beneficio de
otra persona. La clase, en otros términos, es una relación de explotación.
*La clase no se trata solo de números*
Los análisis más difundidos suelen pasar por alto esta definición de la
clase como relación social. Cuando se plantea el problema —algo poco
frecuente— se lo considera en términos de riqueza y estratificación social.
Se utilizan los niveles de ingreso y de educación, los estilos de vida y
los patrones de consumo para clasificar a las personas en una sociedad
que se presenta principalmente como de clase media, con algunos ricos y
pobres en los márgenes. En efecto, en buena parte de los informes, la
mayoría de la gente pertenece a la clase media y la clase trabajadora
prácticamente no existe.
Se nos recuerda este hecho al menos cada dos o cuatro años, durante las
campañas electorales, cuando los políticos apelan a la «clase media que
la pelea», una categoría que aparentemente incluye a todos los «buenos
americanos», como solía decir Bill Clinton, gente que «trabaja
arduamente y tiene los papeles en regla». Uno de los motivos por el que
las campañas de Bernie Sanders se destacaron, fue precisamente el haber
pronunciado las palabras «clase trabajadora».
Existe otra explicación de las clases, más progresista, que también se
funda en los niveles de riqueza: la popularizada por el movimiento
Occupy Wall Street en 2011. La consigna «Somos el 99%» se propagó como
el fuego luego que los activistas identificaran al 1% de la élite
económica del país, que posee alrededor de un tercio de la riqueza de la
nación, como el culpable de crear la crisis financiera de 2008 y la Gran
Recesión que le siguió. A pesar de que este análisis representa un
avance respecto al otro, que asume que casi todos somos parte de la
clase media, todavía supone que la cantidad de riqueza es el
determinante de las posiciones de clase.
Evidentemente, la clase y la riqueza están relacionadas, pero no son lo
mismo. Alguien con un empleo estable y bien remunerado (en la medida en
que algo así existe todavía) como, por ejemplo, un inspector de trenes
de Nueva York, cobra alrededor de 70 000 dólares por año, mientras que
el propietario de un pequeño almacén en el Bronx gana mucho menos. Aun
así, el primero es un trabajador, que no controla sus horarios ni las
condiciones en las que ejerce su actividad, mientras que el segundo es
un pequeño propietario que carga con su propia explotación y con la de
otros (por pocos que sean).
Los números que aparecen en un recibo de sueldo no dicen todo. No dicen,
por ejemplo, que un administrador en Starbucks, que gana menos que un
chofer de metro, tiene el poder de despedir a todos los empleados del
local en que trabaja. Entonces, comprendemos que la riqueza es solo una
parte del cuadro, más sintomática de la desigualdad de clase que
explicativa de sus orígenes. De hecho, el poder, el control sobre las
condiciones de trabajo y la posibilidad de tomar decisiones financieras
son las piedras de toque de la explotación.
Michael Zweig, profesor de economía y autor de The Working Class
Majoritity, lo explica en estos términos: «Al considerar únicamente el
ingreso y el estilo de vida, percibimos las consecuencias de la clase,
pero no sus orígenes. Vemos que somos distintos en virtud de nuestra
propiedad, pero no la forma en que nos relacionamos y conectamos, ni
aquello que nos hace diferentes en el proceso de llegar a tener lo que
poseemos».
La explicación marxista enfatiza que la posición que cada uno ocupa en
la sociedad no se mide en términos cuantitativos, sino que está
determinada por la relación que cada persona tiene con el trabajo, con
los frutos del trabajo y con los medios de producción.
Forma parte de la clase capitalista cualquiera que ejerza el poder
político, tenga control económico en un lugar de trabajo, sea capaz de
establecer las pautas de trabajo de los otros o posea capital
susceptible de ser invertido en la producción. Por el contrario, forma
parte de la clase trabajadora cualquiera que deba intercambiar su fuerza
de trabajo por un salario y no tenga posibilidad de producir lo
necesario para satisfacer sus propias necesidades vitales.
*La riqueza y la pobreza no determinan la clase*
La definición no se reduce a los trabajadores que participan en la
producción de bienes físicos. Los docentes y los trabajadores de la
salud deben vender su fuerza de trabajo para prestar sus servicios, y,
por lo tanto, son parte de la clase trabajadora. Como dijo Marx: «/Si se
nos permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción
material, digamos que un maestro de escuela, por ejemplo, es un
trabajador productivo cuando, además de cultivar las mentalidades
infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empresario. Que este
último haya invertido su capital en una fábrica de enseñanza en vez de
hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la relación»./
En el mismo sentido, Marx y Engels escribieron que el «proletario es
quien carece de propiedad». «Proletario» es otra palabra para decir
trabajador; y propiedad privada no significa bienes personales, como el
televisor o la computadora, sino medios de producción: edificios,
maquinaria, software, equipamiento, herramientas y otros materiales que
están en manos de los capitalistas.
Marx no se refería a que los trabajadores no tuviésemos nada, aunque
esto es cada vez más cierto. Quería decir que carecemos de los medios
para producir y reproducir nuestras vidas, motivo por el que quedamos a
merced de la explotación capitalista. Una empresa constructora tiene
palas, taladros y topadoras que le permiten explotar a los trabajadores
y extraer una ganancia. Yo tengo una pala que apenas puedo usar para
plantar flores o tomates.
El historiador Geoffrey de Ste. Croix lo pone en estos términos:
[La clase] es la expresión social colectiva del hecho de la explotación,
la forma en que la explotación se encarna en una estructura social […].
La clase es esencialmente una relación, al igual que el capital, otro de
los conceptos fundamentales de Marx, que él define específicamente […]
como una «relación», «una relación social de producción», etc. Y una
clase (una clase particular) es un grupo de personas a las que es
posible identificar en virtud de su posición en la totalidad del sistema
de producción social, y se define principalmente en función de su
relación (sobre todo en términos de control) con las condiciones de
producción (es decir, los medios y las actividades productivas) y con
las otras clases.
Esta definición nos permite comprender que la riqueza y la pobreza no
determinan la clase. En cambio, son sus manifestaciones. Por lo tanto,
los patrones no se definen en función de sus niveles de incongruencia. A
su vez, los pobres de la sociedad no representan una «clase marginal»
que, debido a la falta de empleo o riqueza, estaría posicionada fuera de
la sociedad. La pobreza es una parte integral de la experiencia de la
clase trabajadora, y —como demuestra la crisis que estamos viviendo— el
desempleo siempre ronda cerca de la mayoría de los trabajadores.
Aun antes de la pandemia, casi la mitad de la población estadounidense
no era capaz de pagar sus cuentas si perdía un mes de salario, y una de
cada cuatro personas declaraba haberse privado de algún tratamiento de
salud porque no podía pagarlo. Un cuarto de la población se desempeñaba
en actividades que califican como empleos de bajos salarios.
A este lúgubre cuadro debe añadirse la montaña de deudas estudiantiles
que pesan sobre las espaldas de decenas de millones de personas y un
costo de vida que es cada vez más alto. Se comprende entonces que la
pobreza es algo intrínseco al entramado social estadounidense. Ahora,
con treinta millones de personas desempleadas y cuarenta millones que
corren el riesgo de ser desalojadas de sus hogares durante los próximos
meses, cobra nitidez la línea delgadamente brutal que separa al trabajo
de la indigencia.
De hecho, el capitalismo necesita que exista todo el tiempo un
determinado nivel de desempleo, o, como decía Marx, un «ejército
industrial de reserva». Los patrones dependen de este ejército a la hora
de garantizar que siempre habrá alguien dispuesto a quitarnos el
trabajo. De esa manera, logran disciplinar a la fuerza de trabajo
remunerada para que se conforme a los términos definidos por los
empleadores.
Los altos niveles de desempleo son un aspecto cruel que sale a relucir
en cada recesión económica, pero incluso en los momentos en que «las
cosas marchan bien», el desempleo es una realidad dolorosa que afecta a
millones de personas. En realidad, eso que los economistas
convencionales definen como «pleno empleo» significa 5% de desempleo. La
introducción de nueva maquinaria, el crecimiento de la fuerza de trabajo
debido a factores demográficos o flujos migratorios, los cambios
regulares de la estructura económica (qué se produce y dónde),
contribuyen a generar desempleo aun en los «mejores» momentos.
*Estados Unidos no es un país de clase media*
Esta explicación de la sociedad arroja una imagen muy distinta de la
versión popular que define a Estados Unidos como un «país de clase media».
Evidentemente, la clase media existe. No solo vive en el universo
paralelo que proyectan las pantallas de los televisores. La clase media
es una capa de la sociedad que está entre la clase trabajadora y la
clase dominante. Incluye a los propietarios de pequeños comercios, como
así también a los gerentes, a los supervisores y a quienes tienen
ocupaciones profesionales que les garantizan algo de autonomía al
interior del sistema (como los doctores y los abogados).
Con frecuencia son la cara cotidiana de la explotación. Uno se encuentra
con su gerente todos los días en el trabajo. Él tiene el poder de
recompensar el trabajo con un aumento o aplicar una reprimenda por una
tardanza. Pero lo cierto es que rara vez uno se encuentra con el
ejecutivo que se beneficia de esta situación.
Con todo, la clase media es mucho más pequeña de lo que suele pensarse,
y muchos de los que tradicionalmente formaban parte del grupo de los
«profesionales», están siendo arrastrados hacia la clase trabajadora (o
se están «proletarizando»), como los programadores que trabajan en
horarios definidos y marcan tarjeta, los trabajadores sociales que
enfrentan escritorios repletos de expedientes y deben pasar sus días
llenando formularios y los académicos que cada vez consiguen menos
cargos docentes y ocupan más posiciones auxiliares.
También sucede que entre los empleos que clasifican como clase media,
las diferencias entre las condiciones que enfrentan los profesores de
las universidades de élite y las que enfrentan los que trabajan en
universidades públicas, o los médicos que practican la profesión de
forma privada y los que trabajan en salas de emergencia, llevan a
niveles muy distintos en lo que respecta al control en el lugar de trabajo.
«La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se
tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento», escribieron Marx
y Engels. «Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al
jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia».
Michael Zweig y Kim Moody, periodista especializada en cuestiones
laborales, estiman que la clase trabajadora representa cerca del 63% de
la fuerza de trabajo de Estados Unidos. (Según mis propios cálculos,
realizados en base a los datos oficiales, 63% sigue siendo una cifra muy
conservadora). La élite empresarial representa el 2% y la clase media
representa el 35%.
Si incluyéramos a la sociedad en general, más allá de la parte que
«califica» como fuerza de trabajo (es decir, miembros de la familia que
no trabajan, gente mayor, discapacitada, etc.), los números de la clase
trabajadora serían todavía más grandes. Como sostiene Moody: «Si las
personas de clase trabajadora empleadas representan solo dos tercios de
la fuerza de trabajo, aquellas que pertenecen a la clase a secas llegan
a representan tres cuartos de la población (es decir, a la enorme
mayoría). A medida que los docentes, los trabajadores de la salud y
otros profesionales son empujados a la clase trabajadora, esta mayoría
sigue ensanchándose».
Esto nos permite subrayar una cuestión más general: las clases son
fluidas y existe una enorme área gris entre ellas. Estos números solo
ofrecen una guía general para enfatizar una tendencia más amplia hacia
la polarización.
Es lo mismo que, hace más de 150 años —en una época en la que, por
cierto, la clase trabajadora representaba a una clara minoría de la
población mundial—, Marx y Engels escribieron en el Manifiesto del
Partido Comunista: «Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez
más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases
antagónicas: la burguesía y el proletariado».
En fin, uno pertenece a una clase sin importar si uno cree en esta
noción o se identifica con los intereses de esa clase. Aunque los
demócratas nos digan que somos parte de una clase media que ellos desean
salvar, o Donald Trump prometa alivianar la carga impositiva de la
«olvidada clase media», e independientemente de si les creemos, nada de
esto define si mañana debemos levantarnos temprano para ir a trabajar,
obedecer a las órdenes de otra persona y volver a casa con dolor de
espaldas y un salario miserable.
Es decir que la posición de clase está determinada por la realidad
material y no por la ideología.
*Atizando la conciencia de clase*
Al mismo tiempo, la estructura que determina a la clase trabajadora
imprime en ella la tendencia a desarrollar la conciencia de clase. En
este sentido, es posible identificar una definición secundaria de la
clase trabajadora en función de su conciencia y de su actividad.
Marx distinguía entre la clase trabajadora como una «clase en sí»,
definida por su relación con los medios de producción, y una «clase para
sí», que se organiza para luchar activamente por sus propios intereses.
Como explica Ste. Croix:
Los individuos que constituyen una clase determinada pueden ser o no ser
completa o parcialmente conscientes de su propia identidad y de sus
intereses comunes en tanto clase, y pueden sentir o no el antagonismo
hacia los miembros de otras clases. El conflicto de clase (la lucha de
clases, la Klassenkampf) es en lo esencial la relación fundamental que
existe entre las clases, e implica explotación y resistencia, pero no
necesariamente conciencia de clase ni actividad colectiva, política, o
de otro tipo.
Aunque es muy probable que estos rasgos sobrevengan cuando una clase
alcanza cierta etapa de desarrollo y se convierte en lo que Marx
(utilizando la jerga hegeliana) definió como «una clase para sí».
Una clase para sí es una clase organizada. La posición de clase común
crea las condiciones objetivas que nos conectan y nos unen. Pero, si
deseamos pasar de esta posibilidad objetiva a un avance subjetivo,
debemos combatir las divisiones que se producen al interior de la clase
y las formas en que las opresiones de raza y de género, entre otras,
afectan a los trabajadores.
Los socialistas y otros militantes de la clase trabajadora pueden jugar
un rol fundamental a la hora de forjar una política solidaria y ayudar a
que la clase en sí emerja como una clase para sí.
* Fragmento del libro «A People’s Guide to Capitalism: An Introduction
to Marxist Economics» escrito por Hadas Thier
In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2021/06/23/la-enorme-mayoria-pertenecemos-a-la-clase-trabajadora/
23/6/2021
quinta-feira, 24 de junho de 2021
La enorme mayoría pertenecemos a la clase trabajadora
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