Una investigación sobre el misterioso retrato de Francis Williams revela que pudo seguir la trayectoria del cometa Halley en 1759 aplicando las leyes de Newton, pero el racismo y la visión supremacista de la ciencia borraron a este sabio de la historia.
Desde 1928 se conserva en el Museo de Victoria y Alberto de Londres (V&A) un retrato del poeta jamaicano Francis Williams, que vivió entre 1690 y 1770. Para la visión eurocentrista de muchos, resultaba chocante que un hombre negro apareciera con peluca y levita, rodeado de libros e instrumentos científicos comocualquier otro erudito del siglo XVIII, y la obra llegó a tomarse como una especie de burla. En buena parte porque el cuadro fue catalogado a su llegada al museo como “un curioso retrato satírico que registra un experimento fallido en la educación de los negros”.
Aunque conocíamos en líneas generales la injusticia histórica que se había cometido con Francis Williams, el historiador Fara Dabhoiwala ha realizado una meticulosa investigación del cuadro que le ha permitido identificar la verdadera fecha y el autor, así como reinterpretar el papel que jugó el sabio jamaicano en la historia de la ciencia, oscurecido por la mala fe y el racismo de sus detractores.
Utilizando escáneres de ultra alta resolución del cuadro realizados con anterioridad, Dabhoiwala ha identificado una serie de elementos clave como los títulos de los libros de las estanterías, la página exacta de los Principia de Isaac Newton que Williams tiene abierta sobre la mesa (referente a la predicción de la órbita de los cometas) y un detalle camuflado tras la ventana desconocido hasta ahora, una “pequeña bola blanca” que, según él, representa el cometa Halley en el momento exacto de mayor cercanía a la Tierra a su paso por Jamaica en 1759.
Las nuevas pesquisas revelan que el retrato fue pintado décadas más tarde de lo que se pensaba originalmente (en 1755 y no alrededor de 1735) y que el autor de la pintura fue el artista William Williams, que visitó Jamaica en 1760. De acuerdo con el historiador de la Universidad de Princeton, todas estas nuevas pruebas apuntan a que el propio Francis Williams pudo seguir el regreso del cometa con precisión gracias a su dominio de las leyes newtonianas y a que el retrato fue encargado por él mismo como un acto de reivindicación de sus logros.
Los hallazgos, que se publicarán en la London Review of Books el próximo 13 de noviembre, fueron expuestos meticulosamente esta semana por Dabhoiwala en en una conferencia pública en el V&A en la que fue revelando cada elemento de la historia como en una película de detectives. “Creo que esta pintura está transmitiendo un mensaje muy poderoso”, aseguró. “Está diciendo: ‘Yo, Francis Williams, caballero negro libre y erudito, fui testigo del evento más importante en la historia de la ciencia en nuestras vidas, el regreso del cometa Halley. Y calculé su trayectoria, de acuerdo con las reglas de la tercera edición de los Principia de Isaac Newton”.
Rechazado por la Royal Society
A pesar de haber nacido en esclavitud, su familia se emancipó y Francis Williams viajó a Londres en su juventud para estudiar en Cambridge y codearse con los filósofos naturales más eminentes de su época. Su ingenio e inteligencia le llevaron a ser propuesto para ingresar en la Royal Society en 1716, pero un comité en el que estaban presentes el propio Isaac Newton y Edmond Halley le rechazó “por su complexión”.
“Podemos decir con rotundidad que no le aceptaron por ser negro, porque en la discusión del comité hablan de un nativo negro de Jamaica y no decían nada del color en ninguna otra discusión de otros candidatos”, explica Dabhoiwala a elDiario.es. “Además, fue un escándalo —nunca se rechaza los candidatos propuestos al comité por la asamblea—, y seis años después siguió publicándose sobre aquella negativa, que se atribuía al color de su piel”.
Williams regresó a Jamaica tras la muerte de su padre, un africano anteriormente esclavizado que legó a su hijo una gran propiedad que incluía plantaciones y esclavos. Fue académico, abogado, coleccionista de arte, poeta, profesor y pionero científico, destacó por una habilidad retórica que los jamaicanos blancos intentaron acallar sin éxito y abrió una escuela gratuita para niños negros, donde les enseñaba a leer, escribir, latín y matemáticas.
Estos actos le convirtieron en una celebridad en su época, lo que le expuso a otros ataques por el color de su piel. En 1743, el filósofo David Hume le usó como ejemplo para intentar demostrar que todos los “negros” eran “naturalmente inferiores a los blancos”. “EnJamaica —escribió—, hablan de un negro como de un hombre de talento y erudición; pero es probable que se le admire por logros muy escasos, como un loro que dice unas pocas palabras con claridad”.
La peor puñalada a su figura la asestó Edward Long, historiador, propietario de plantaciones y defensor de la esclavitud, quien en su Historia de Jamaica (1774) retrató a Williams, después de su muerte, como un intelecto mediocre y difundió la leyenda de que había formado parte de un experimento para “descubrir si, mediante un cultivo adecuado y un curso regular de matrícula en la escuela y la universidad, un negro no podría ser tan capaz de leer como una persona blanca”. En opinión de los expertos, la envidia ante una figura brillante que contradecía sus postulados racistas llevó probablemente a Long a intentar reescribir la historia y generar un malicioso malentendido que se propagó durante siglos.
Las nuevas investigaciones de Dabhoiwala dejan claro que Williams poseía capacidades científicas que apenas compartían una decena de sus contemporáneos y que fue una de las pocas personas en América que midió con precisión la trayectoria del cometa Halley, un asunto clave para las predicciones de la gravedad, que el propio Newton encontraba extremadamente complicadas, subraya el historiador. “Es terrible que esta imagen que Williams quería proyectar de sí mismo, mostrando un descubrimiento increíble, haya sido malinterpretada durante tanto tiempo como la parodia de un hombre negro que finge ser un académico”, resume.
El saber despreciado
Además de demostrar que Williams fue partícipe de uno de los momentos más relevantes de la historia de la ciencia, hay otra verdad que estaba desdibujada pero relumbra ahora en los hallazgos de Dabhoiwala como el cometa tras la ventana del retrato; el hecho de que las aportaciones científicas realizadas por personas de otros lugares y culturas fue sistemáticamente asimilado y silenciado por la corriente principal.
“La forma en que pensamos sobre la ciencia durante los últimos 300 años ha sido envenenada por la idea de que todo gira en torno a hombres blancos europeos empujando las fronteras y otros siguiéndoles, y eso no es verdad”, asegura el historiador. “Y el caso de Francis Williams lo prueba muy bien. No es el único, pero es un gran ejemplo”.
Vincent Carreta, profesor emérito de la Universidad de Maryland y uno de los mayores estudiosos de la figura de Francis Williams, reconoce que los nuevos hallazgos ponen de relieve detalles que él y otros habían pasado por alto. “Y revelan que Williams planteó un desafío a la ideología racista contemporánea como poeta y como científico”, explica. A su juicio, lo que motivó a Edward Long y a otros defensores de la esclavitud a negar los logros de Francis Williams parece obvio. “Si una sola persona de ascendencia africana fuera capaz de producir literatura, el argumento de la inferioridad africana sería cuestionado”, apunta.
“Estos descubrimientos han profundizado nuestra comprensión del compromiso de Francis Williams con la ciencia de la Ilustración”, añade Miles Ogborn, experto en geografía humana de la Queen Mary University of London (QMUL). “Nos obligan a reconocer que, como filósofo natural negro del siglo XVIII, Francis Williams era a la vez científico y objeto de debate científico sobre las diferencias raciales. Sus homólogos blancos no tuvieron que soportar esa carga”.
Una deuda abrumadora
Para Jenny Bulstrode, experta en historia de la ciencia del University College de Londres (UCL), el caso de Francis Williams es un importante recordatorio de la enorme deuda intelectual de la ciencia moderna con las habilidades y el conocimiento de las personas de ascendencia africana, incluso bajo una opresión extrema.
“Comenzamos a vislumbrar la abrumadora deuda que toda la ciencia tiene con los pueblos oprimidos a lo largo de la historia”, asegura. En su opinión, los hallazgos de Fara Dabhoiwala no solo revelan el prejuicio de las comunidades científicas dominantes en el siglo XVIII, sino que también resaltan cómo esos prejuicios se han mantenido durante siglos hasta la actualidad (el propio Dabhoiwala recuerda que la Royal Society no incorporó a ningún miembro negro hasta 2023).
Bulstrode enumera descubrimientos en mineralogía, botánica, medicina y farmacología e innovaciones en la ciencia de los cultivos que fueron contribuciones de los afrodescendientes de las que se adueñaron los profesionales e instituciones blancos en el norte de Europa y Norteamérica. El más significativo es, para ella, el llamado “proceso Cort”, una innovación revolucionaria que permitió que el hierro forjado se produjera en masa y ayudó a lanzar a Gran Bretaña como una superpotencia económica. “Una innovación que fue robada a los jamaicanos negrosdurante la esclavitud”, señala la experta.
“A pesar de que más adelante fueran borrados de la historia, los esclavos africanos y sus descendientes continuaron contribuyendo al desarrollo de la ciencia moderna”, advierte el historiador James Poskett en su libro Horizontes(Crítica, 2022), en el que ya mencionaba el retrato de Francis Williams como ejemplo de “la narrativa tradicional de la historia de la ciencia, en la que los descendientes de los africanos suelen ser erróneamente excluidos”.
“Es verdad que en muchos casos se ha omitido del relato oficial y se han quedado fuera de la foto muchos protagonistas que merecerían mayor reconocimiento; mujeres, indígenas, mestizos, criollos y los técnicos invisibles”, añade Juan Pimentel, investigador del Instituto de Historia (CCHS, CSIC). En el ámbito hispanoamericano, a Pimentel le vienen a la mente dos ejemplos de estudiosos criollos que fueron menospreciados por quienes fabricaron la gran narrativa de la ciencia moderna. Uno es Antonio de León y Gama, el astrónomo nacido en Ciudad de México que descubrió la Piedra del Sol, y el otro Carlos de Sigüenza y Góngora, protagonista de una polémica que le enfrentó con el jesuita Eusebio Francisco Kino, que despreciaba sus apreciaciones sobre el gran cometa de 1680.
“Piensan en algunas partes de la Europa —escribió para quejarse de esta discriminación— que no solo los indios, habitadores originarios de estos países, sino que los que de padres del saber científico colonial españoles que casualmente nacimos en ellos […] no sabemos leer y que, por el consiguiente, somos incapaces de hacer juicio de lo que consta de letras”.
Hoy, tres siglos y medio después, y gracias a aportaciones como las de Dabhoiwala, aquella queja por el menosprecio a las aportaciones desde ámbitos no blancos ni europeos empieza a estar dentro del foco y se está corrigiendo una vieja injusticia en los libros de historia.
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