domingo, 11 de maio de 2025

Arte y artistas en la Comuna de París.

 


Juan C. Puerta

Artículo publicado en la revista n.º 5 Con-Ciencia de Clase.

C’est la lutte finale:

Groupons-nous, et demain,

L’Internationale

Sera le genre humain

Estribillo de La Internacional

Érase una vez una ciudad donde los obreros dieron luz a aquella aurora del hombre libre, sin amos, sin cadenas. Eran herreros de frágiles estandartes, carpinteros con martillos y banderas, albañiles de orgullosos parapetos. Érase una vez una cuidad donde las mujeres embarraron los cañones con sus cuerpos, defendiéndolos de la rapiña versallesca. Cantineras, camilleras, soldaderas, costureras. Mujeres que rodearon las ametralladoras gritando a los soldados: ―¡Es una vergüenza!, ¿Qué hacéis aquí?― mientras los soldados guardaban silencio. Mujeres que no se preguntaban si una cosa era posible, sino si era útil, y entonces obraban. Eran los “nada”, los “nadie”, los rebeldes y los cansados, organizando “la razón en marcha”. Plebeyos que defendieron París durante 72 días. Algo más de dos meses en que rentistas y financieros escondieron su rapiña tras los parterres de Versalles. Algo más de dos meses en que la alta bohème bonapartista tembló tras los cortinajes palaciegos, mientras el viejo mundo se retorcía en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville de la capital proletaria, tal y como resumía Marx. Los comuneros no esperaron la mueca de la historia propicia y decidieron por sí mismos que era el momento de ocuparse de sus propios asuntos. Sin alardes ni retórica hueca, prescindiendo de gobernantes y jerarquías, los ciudadanos se agruparon como género humano, organizaron la defensa de la ciudad e introdujeron cambios radicales en la vida cotidiana. Proclamaron la Comuna autónoma de París.

Bando a los ciudadanos

Aquello fue un prólogo de lo que 46 años después se confirmó tan real, tan incontestable como los cañonazos del crucero Aurora anunciado la Revolución de Octubre. Algo semejante emergería del fragor comprometido y espontáneo de artesanos y artistas en los primeros compases de nuestra guerra ante el avance franquista.

Desgraciadamente el tiempo de las cerezas fue muy corto, tal y como escribió en su poema Jean-Baptiste Clement y que dio lugar a una popular cancioncilla que se canturreaba en las barricadas del París insurgente. Decididos a cortar por lo sano, a purificar por medio de un sacrificio expiatorio, los militares al servicio de la burguesía no desaprovecharon la oportunidad para mostrarse implacables y restaurar el orden, es decir, devolver a la chusma a su lugar; elevaron su furia a cotas de una matanza verdaderamente ejemplarizante.

Los artistas de La Comuna

El fracaso de la revolución de 1848 y el Golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte dieron origen al Segundo Imperio Francés. Una época de grandilocuencia y escenificación aristocrática, elitista, de eclecticismo oportunista, sin estilo propio, donde brillan artistas mojigatos, discípulos de la moral triunfadora e hipócrita, artistas de segunda fila, fáciles a hincar la rodilla y que se amparaban tras el Arte por el Arte tan inútil como un jarrón de Sevres en una cabaña de pastores.

La Comuna fue el primer movimiento revolucionario que se desmarcó de la ortodoxia económica que afirmaba la superioridad del trabajo intelectual sobre el trabajo manual; una superioridad que reservaba para unos pocos las disciplinas del espíritu y condenaba a la mayoría a tareas físicas, rutinarias y con frecuencia vejatorias.

Pero hubo artistas que sintieron el momento como propio y entendieron que el triunfo de la revolución es el triunfo de la poesía. Pusieron su arte al servicio de la agitación. Los artistas salieron de sus talleres, ya no trabajaban, no podían trabajar, porque lo real era mucho más poderoso que sus creaciones de cerrado atelier. Naturalmente, se convertían en militantes, en comuneros, hacían carteles y barricadas. Todo París se defendía, estaba resuelto a no volver a un tiempo que dieron por amortizado, un tiempo que había que hacer añicos. También los artistas. Al fin eran necesarios.

Aquí haremos apenas un esbozo de dos de entre los muchos, que participaron en la construcción de la Comuna.

Gustave Courbet (1819-1877)

El 5 de abril de 1871 Gustave Courbet logró convocar a los artistas de la capital sitiada por los prusianos, en la Facultad de Medicina, que se llenó de pintores y escultores. Entre los electos en el Comité de la Federación de los Artistas hubo cuatro nombres importantes: Corot, Courbet, Daumier y Manet. La adhesión de los artistas a la Comuna fue tan rápida, espontánea, vivaz que éstos constituyeron, con sus solas fuerzas, una compañía de combatientes.

Courbet, que por entonces frisaba los 52 años, era ya un creador con mucho prestigio, iniciador del realismo dentro de la pintura y socialista convencido. Yo acepto encantado —decía— esta denominación, yo soy no solamente socialista, sino además demócrata y republicano; en una palabra, partidario de toda revolución y, por encima de todo, realista. Los picapedreros de Courbert

El 30 de abril de 1871, Courbet escribía a sus padres: ¡París es un verdadero paraíso! Sin policía, sin tonterías, sin exacciones de ningún tipo, sin discusiones. París va por su cuenta como un reloj. Habría que permanecer siempre así. En resumen, es una auténtica delicia. Todos los organismos estatales se han constituido en federación y se pertenecen entre sí […]. Los sacerdotes también están en su propio lugar, como los demás, si desean predicar aquí en París, aunque nosotros no queremos, les alquilaremos las iglesias. Todos en su lugar, como los trabajadores; los notarios y los alguaciles pertenecen a la Comuna, y son pagados por ella como registradores de la propiedad».

Elegido presidente de la Comisión de Artes, solicitó la demolición de la Columna Vendôme, símbolo de la victoria napoleónica y escribió a los artistas alemanes: dejadnos vuestros cañones Krupp, los fundiremos junto a los nuestros y con ellos erigiremos un nuevo monumento en la Plaza Vendôme, una colosal columna que será tan nuestra como vuestra: la columna de los pueblos.

Derribo de la Columna Vendôme

Louis Barron relató este acontecimiento: Martes 16 de mayo. He visto caer la columna Vendôme; se vino abajo de una sola pieza como un decorado teatral sobre un hermoso lecho de paja en cuanto el maquinista sopló el silbato. ¡Qué frágil, vacío y miserable este colosal símbolo del Gran Ejército !La música tocaba fanfarrias, bailamos en círculo en torno a los escombros y después nos fuimos, muy contentos con la fiesta.

Tras la derrota de la Comuna, Courbet fue condenado a seis meses de cárcel y a pagar los gastos de reparación de la columna Vendôme, acusado de ser el responsable de su derribo. Tras cumplir condena en 1873, se trasladó al exilio donde murió.

Eugène Pottier (1816-1887)

E ugène Pottier, autor de La Internacional, fue estampador, diseñador de telas, dibujante, pintor y escritor; militaba en la sección francesa de la Asociación Internacional de Trabajadores creada en Londres a raíz del congreso obrero de 1864. Veterano de la revolución de junio de 1848, luchó en las barricadas hasta el fin de La Comuna. Eugène pronto se alinea con las tendencias más socialistas, con los insurgentes, aunque escribe: ¡No entiendo nada de política, pero necesito movimiento! La calle estalla en disparos, el pueblo sigue adelante. ¡Vamos a hacer barricadas!

La represión plasmada en la Semana Sangrienta le obligó a esconderse. Logró escapar a la criminal represión exiliándose primero en Inglaterra y después en Estados Unidos, donde se afilió al Socialist Labor Party. Regresó a Francia después de la amnistía de 1880. A su regreso, colaboró estrechamente con Paul Lafargue, yerno de Carlos Marx, en el periódico El Socialista y en la creación del Partido Obrero Francés.

Aquellas jornadas le inspiraron para escribir el poema que hoy es himno de los comunistas y trabajadores del mundo: La Internacional. Aunque retocado después por su autor, éste lo había dedicado a otro comunero e internacionalista, Gustave Lefrançais. La letra de La Internacional recoge algunas de las ideas y lemas esenciales de los estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores redactados por Carlos Marx. Un año después de la muerte de Pottier, un modesto compositor popular llamado Pierre Degeyter, tornero en madera en la norteña ciudad francesa de Lille, realizó el encargo de poner música al poema de Pottier. Así se fraguó el que sería adoptado como himno universal de los trabajadores.

Algunos escritores aunque no pelearon en las barricadas, defendieron la causa de la Comuna. El más conocido, probablemente sea Víctor Hugo que ganándose el odio de sus pares, supo denunciar la represión y defender vivamente a Louise Michel, la petroleuse, una aguerrida comunera que en las barricadas de la Plaza Blanche aguantó cuatro horas a las tropas de Versalles. Otro fue Paul Verlaine, que sí participó enrolado en la Guardia Nacional y Arthur Rimbaud. Sobre este último, una de las figuras claves de la poesía moderna, cuya influencia llegará hasta el surrealismo, hay desde entonces múltiples debates: ¿estuvo o no en París por entonces? ¿participó en los combates callejeros? Son interrogantes abiertas hasta hoy día.

Louise Michel

También hubo otros nombres reconocidos en la Francia de entonces, cercanos y dependientes de la burguesía de salón, escritores contra la Comuna a los que no dedicaremos mayor atención en este artículo.

Em

Coordinación núcleos comunistas

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 8/5/2025

 

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