segunda-feira, 16 de setembro de 2019

El capitalismo desquiciado(Parte 3)



El capitalismo desquiciado(Parte 3)




La ilusión de los reguladores: ¿Puede volver el ‘genio malo’ a la botella?

Por el economista Alfredo Apilánez



PARTE 3

“Hemos descubierto la manera en que el dinero funciona en la economía moderna”

Randall Wray

Según Piketty, el contraste entre el gran impulso de optimismo que animó a
Europa durante los ‘treinta gloriosos’ y las dificultades subsiguientes para
aceptar, desde los años ochenta, que se haya frenado ese irresistible avance
hacia el progreso social, nos lleva a preguntarnos, ¿cuándo volverá a la botella
el genio malo del capitalismo? ¡Qué maravilloso sería sin duda conseguir, a
través de los civilizados mecanismos de las reformas legales, implementados por
autoridades democráticas que respondan a los intereses de las mayorías sociales
a las que dicen representar, la mejora de las condiciones de vida de la gente
que atemperen las fuerzas ciegas de los mercados!

La cuestión decisiva sería pues, ¿es ello posible? ¿Perviven en el capitalismo
actual palancas correctoras, que, con el manejo adecuado, pudieran revertir los
aspectos más inicuos de la acerva realidad circundante? ¿Resulta realista
pretender corregir los rasgos surrealistas del capitalismo desquiciado con
políticas fiscales y monetarias adecuadas o, por el contrario, son estos rasgos
la expresión de un organismo crecientemente degenerativo e irreformable? ¿Tiene
el Estado-nación actual, despojado de soberanía monetaria y maniatado por las
instituciones de la gobernanza del capital, alguna posibilidad de desarrollar
políticas redistributivas o ha quedado reducido a comportarse como la correa de
transmisión pseudodemocrática del gran capital?

Ciertamente, razones para ‘echar el freno de mano’ a la creciente irracionalidad
del sistema de la mercancía no faltan en absoluto. El estancamiento secular y la
depresión crónica, sin grandes alteraciones desde hace medio siglo, avizoran un
horizonte de degradación social acelerada que el desquiciamiento provocado por
la hegemonía absoluta de las finanzas globales no hará más que agudizar. El
espanto de la miseria y la desigualdad crecientes describe la penosa situación
de más de dos terceras partes de los seres humanos, excluidos de las precarias
seguridades del bienestar del mundo rico.

Y un cataclismo más neurálgico aún acecha con implicaciones devastadoras para la
propia subsistencia de la especie: el capitalismo desquiciado choca cada vez más
violentamente, sin el más mínimo atisbo de corrección a la vista, con los
límites biofísicos del planeta, encaminando a la sociedad humana hacia una
inédita situación de colapso ecológico-social de consecuencias catastróficas.

Como expresaba gráficamente el ilustre economista marxista Paul Sweezy: “si las
tendencias presentes continúan operando, será sólo cosa de tiempo que la especie
humana torne completamente asqueroso su propio nido”. Y todo ello coincidiendo
con la tremenda paradoja de que nunca antes ha sido mayor la brecha entre la
capacidad de producir bienes y servicios para proporcionar un nivel de vida
digno a todos los seres humanos en un planeta habitable, con la tecnología y los
recursos existentes, y el panorama de miseria y desigualdad rampante que
padecemos.

Por el contrario, los creyentes en la regulación, como Piketty, profesan la
creencia en la posibilidad de retorno a una época excepcional –y, dicho sea de
paso, profundamente depredadora desde el punto de vista ecológico y explotadora
de los pueblos del Tercer Mundo- que no se repetirá. El sueño de un capitalismo
estable, con crecimiento sostenido y un cierto equilibrio entre el trabajo y el
capital, gestionado por un Estado “corrector” a través de políticas
redistributivas de tipo keynesiano pareció alumbrar durante los ‘treinta
gloriosos’ un periodo duradero de prosperidad y bienestar social. Paul Krugman,
uno de los popes de la ortodoxia neokeynesiana, recuerda, con muy expresiva
nostalgia, aquellos tiempos como “los Estados Unidos que amamos”.

Piketty describe los hechos socioeconómicos más relevantes de ese capitalismo
con rostro humano: el desarrollo de una clase media patrimonial –en España el
80% de las viviendas son en propiedad-, la “principal transformación estructural
de la distribución de la riqueza en el siglo XX”, y la gran reducción de la
desigualdad de rentas y de riqueza parecían justificar la ilusión reformista en
la viabilidad de que un capitalismo embridado derramara sus frutos para todos.
Empero, se trataba de un espejismo, un remanso de paz entre dos tempestades.

La tendencia inexorable al estancamiento secular y las subsiguientes
dificultades para retornar a tasas de acumulación y crecimiento adecuadas
causaron un cambio drástico en la política del capital. El genio malo salió de
la botella para no volver a entrar. La lucha contra el monstruo de la inflación
sirvió la coartada perfecta. Shaikh describe los ingredientes del nuevo
paradigma: “El secreto del “gran boom” financiarizado que se inició en los 80 es
‘fuerza de trabajo abaratada y finanzas menos costosas’”.

Y las fuerzas divergentes, irracionales, generadoras de creciente degradación
social fueron las que de nuevo volvieron por sus fueros. Como el propio Piketty
destaca, en el capitalismo financiarizado y desregulado de las burbujas de
activos y el crecimiento anémico la riqueza “muerta” del patrimonio heredado se
multiplica más velozmente que la riqueza viva acumulada por el fruto del
esfuerzo de toda una vida de duro trabajo. El rentismo financiero e inmobiliario
que, propulsado por la matriz de rentabilidad basada en las burbujas de activos
y en la financiarización ‘a muerte’, sustituye a la economía productiva y al
obrero fabril como eje de la vida económica, es pues el vector fundamental del
incremento acelerado de la desigualdad y la degradación sociopolítica que viven
las sociedades occidentales.

Sin embargo, más allá de la corrección de su diagnóstico superficial sobre la
‘insoportable’ desigualdad de rentas derivada de la hegemonía del talón de
hierro neoliberal durante el último medio siglo, la propuesta estrella de
Piketty para reducirla es de una puerilidad asombrosa: “el impuesto progresivo
sobre el patrimonio individual es una institución que permite al interés general
retomar el control sobre el capitalismo, apoyándose en las fuerzas de la
propiedad privada y la competencia”. En plena hegemonía de la máquina de succión
de las finanzas globales, laminadas la soberanía nacional y sus palancas
redistributivas por el poder en la sombra de la plutocracia financiera, el
optimista irredento, con indisimulada candidez, propone nada menos que ¡retomar
el control sobre el capitalismo! Sin duda, peccata minuta.

Tamaña puerilidad se explica por su obsesión por demostrar que el fundamento de
la desigualdad no se debe buscar en la esencia misma del capital –a pesar del
título de su obra, tiene a gala no haber leído ‘El capital’ de Marx lo cual, a
la luz de sus superficiales referencias al marxismo, es perfectamente verosímil-
ni en el origen de su rentabilidad, sino en la sociedad de rentistas y en el
peso de la herencia. Sin embargo, lo que omite Piketty es que la fuente real de
la desigualdad – y por tanto, de las crisis que muestran la incapacidad de un
funcionamiento normal del organismo económico- en el sistema capitalista es el
capital mismo, que no es un “objeto” o algo idéntico al patrimonio, como él lo
considera, sino una relación social, en la cual el trabajo vivo impago es el
único factor capaz de incrementar el trabajo muerto contenido en el capital
inicial, posibilitando su acumulación ampliada.

¿Y quién implantaría el impuesto sobre el patrimonio que nos permitiría retomar
el control sobre el capitalismo? He aquí el rasgo común a todos los reguladores
reformistas: el uso del Estado, cual Deus ex machina, como herramienta para
implementar reformas fiscales, monetarias o legales que pongan coto al
capitalismo desquiciado. Se pretende constituir de esta suerte un campo de juego
“neutral” que logre colar la ilusión de que, con el timonel adecuado, el control
del Estado -como pretendido agente reequilibrador- será capaz de voltear las
relaciones de poder a favor de las clases subalternas. Joseph Stiglitz
–keynesiano de cabecera de la ‘nueva izquierda’ socialdemócrata- expresa la
esencia del paradigma reformista: “La reflexión sobre la crisis de 2008 tiene
muchas enseñanzas que ofrecernos, pero la más importante es que el problema era
–y sigue siendo– político, no económico: no hay nada que necesariamente impida
una gestión económica que asegure pleno empleo y prosperidad compartida”. Sin
duda, un dechado de optimismo y ‘pensamiento desiderativo’.

El atractivo de los reguladores reformistas se deriva pues de que parecen
propugnar atajos “pragmáticos”, que permitirían sortear los obstáculos
“absurdos” y desarrollar una gestión eficaz por parte de las fuerzas
 progresistas a través de medidas claramente factibles y de abrumador sentido
 común. Su respeto a las reglas legales e institucionales infunde la confianza
 en sus propuestas razonables y ponderadas, alejadas de los utopismos de los
 radicales. Sin embargo, lo cierto es que, a pesar de su apariencia de
 respetabilidad y pragmatismo, quizás sean más utópicas sus prescripciones que
 la defensa de la ‘socialización de la banca y de los medios de producción’
propugnada por radicales antisistema. Haciendo abstracción de la lógica interna
 del funcionamiento del capitalismo, los reguladores llegan por tanto a
 soluciones mágicas que ignoran las estructuras profundas de las relaciones
 sociales. Abundan los ejemplos.

La TMM –teoría monetaria moderna, otra de las herramientas mágicas de los
reguladores de la izquierda reformista, de rancia estirpe keynesiana- ofrece una
revolución en la política económica a través de la utilización de la soberanía
monetaria -¡en tiempos nada menos que de la jaula de hierro del euro!- para
enchufar la manguera del gasto público deficitario a la economía real y asegurar
el pleno empleo.

Randall Wray, uno de sus sumos sacerdotes, señala la tecla mágica: “Siempre
pueden suministrarse unas finanzas suficientes para la plena utilización de
todos los recursos disponibles a fin de apoyar el desarrollo de capital de la
economía. Podemos servirnos del golpe de tecla para llegar al pleno empleo”.
“Toda nación dotada de una moneda soberana será capaz de alcanzar el pleno
empleo”. ¡Bum! De nuevo la confianza en el papel corrector del Estado y las
palancas institucionales para revertir, con una gestión correcta y a través de
maravillosamente sencillos mecanismos, el embate de los ‘espíritus animales’ del
‘genio malo’ del capital.

Empero, como dice Roberts, quizás no sea una idea ni tan novedosa ni tan mágica:
“Los keynesianos, post-keynesianos (y los partidarios de la TMM) creen que los
estímulos fiscales a través de más gasto público y el aumento de los déficits
presupuestarios de los gobiernos es la manera de poner fin a la Larga Depresión
y evitar una nueva recesión. Pero nunca ha habido la menor prueba de que tales
medidas de gasto fiscal funcionen, excepto en la economía de guerra de 1940”.

El mito de la renta básica, proclamada como panacea asistencial-redistributiva
por otra rama de los reguladores reformistas, emerge como la coronación de este
fútil intento de construcción nostálgica de un capitalismo con “corazón”. Junto
al trabajo garantizado de los ‘curanderos’ de la TMM y a las varitas mágicas
fiscales ‘a la Piketty’, el mito del ingreso universal completa la tríada de
propuestas estrella de los reguladores en pos del retorno del ‘genio malo’ del
capitalismo sin corazón a la botella donde lo encerrará el bueno del papá Estado
al servicio del interés general.

Michel Husson describe la debilidad teórica de las propuestas de regulación de
los curanderos: “La salida de la crisis implicaría que el capitalismo acepta
funcionar con una tasa de beneficio menos elevada y que la finanza privilegia
las inversiones útiles. Lo que es al mismo tiempo cierto pero incompatible con
el fundamento mismo del capitalismo. Esto es lo que no comprenden los analistas
keynesianos que, fascinados por la finanza, desprecian los fundamentos
estructurales de la crisis”.

Vanas y anacrónicas ilusiones que omiten el hecho esencial: el capitalismo
regulado de los añorados ‘treinta gloriosos’ fue un periodo excepcional e
irrepetible, un paréntesis en la tendencia hacia el estancamiento secular que
caracteriza al capitalismo senil. La falta de comprensión de este hecho
histórico –ya descrito por Marx, cuya tesis del capitalismo degenerativo,
 progresivamente ahogado en sus insolubles contradicciones, cada vez adquiere
 más verosimilitud- es la que incapacita a los reguladores para realizar un
 diagnóstico correcto y les sitúa delante del espejismo de la posibilidad de
 detener los espíritus montaraces del capitalismo desquiciado.

La keynesiana de izquierdas Joan Robinson, con su agudeza proverbial, apunta a
la paradoja de utilizar al Estado para arreglar los desperfectos del capitalismo
desembridado: “Cualquier gobierno que tenga tanto el poder y la voluntad de
solucionar los principales defectos del sistema capitalista tendría la voluntad
y el poder de abolirlo por completo”.

El sociólogo y destacado marxista ecológico John Bellamy Foster describe la
cruda realidad que los reguladores reformistas prefieren ignorar: “Ahora la
política fiscal y la monetaria están fuera del alcance de cualquier gobierno que
se atreva a hacer algún cambio que afecte a los grandes intereses creados. Los
Bancos Centrales se han transformado en entidades controladas por los Bancos
Privados. Los Ministerios de Hacienda están atrapados por los límites de la
deuda y las agencias reguladoras están en manos de los monopolios financieros y
actúan en interés directo de las corporaciones”

Y hay razones profundas cuya ignorancia impide a los reguladores situar sus
mágicas propuestas en el terreno firme de la realidad: “Pero hay una razón
quizás más fundamental que hace imposible la regulación del capitalismo, y es la
caída de la mejora de la productividad. El capitalismo neoliberal tiene esta
característica muy suya de haber sido capaz de restablecer la tasa de ganancia a
través de la inflación de activos a pesar de una disminución relativa de las
ganancias de productividad. Ya no tiene mucho que redistribuir y por lo tanto no
tiene más remedio que aumentar de manera continua la tasa de explotación. Hoy en
día, el capitalismo no beneficia más que a una pequeña fracción de la población.
A la mayoría no le ofrece otra perspectiva que la regresión social sin fin”.

Y, más fundamentalmente, todo se basaba en otra ilusión, a saber, que el dinero
puede generar dinero sin pasar por la casilla de la explotación. Para disipar
esta representación fantasmagórica que los reguladores tienen del organismo
económico es necesario disponer de una teoría del valor, marxista en este caso,
de la que abominan los reformistas de toda laya.

Frente a esta regresión social y ecológica sin fin, no queda más remedio pues
que proclamar de nuevo la vieja máxima de Rosa Luxemburgo contra el falso
espejismo de los reguladores de un capitalismo con rostro humano. Porque estas
ilusiones basadas en hacer retornar el genio malo a la botella no son solamente
estériles, son también, desgraciadamente, mala pedagogía popular. Y representan
por tanto obstáculos para el surgimiento de movimientos y luchas verdaderamente
antagonistas que construyan alternativas frente a las crecientemente
desconyuntadas relaciones sociales en el capitalismo desquiciado. En caso
contrario, como describe Anselm Jappe, autor del libro titulado,
significativamente, ‘Crédito a muerte’,  las implicaciones de ese progresivo
desquiciamiento del sistema de la mercancía pondrán a la especie humana y a su
crucificado planeta ante una perspectiva catastrófica: “Lo que se avecina tiene
más bien el aspecto de una barbarie a fuego lento, un sálvese quien pueda.

Antes que el gran crash, podemos esperar una espiral que descienda hasta el
infinito, una demora perpetua que nos dé tiempo para acostumbrarnos a ella como
en la fábula de la rana y el agua caliente. Seguramente asistiremos a una
espectacular difusión del arte de sobrevivir de mil maneras y de adaptarse a
todo, antes que a un vasto movimiento de reflexión y de solidaridad, en el que
todos dejen a un lado sus intereses personales, olviden los aspectos negativos
de su socialización y construyan juntos una sociedad más humana”. Ojalá se
equivoque.


In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2019/09/15/el-capitalismo-desquiciadoparte-3/
15/9/2019

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