domingo, 26 de janeiro de 2020

¿ Es China capitalista?




Marc Vandepitte , filósofo y economista

De creer lo que se escribe a derecha e izquierda sobre China, ¡no habría
nada más que hablar! Se dice que el país ha capitulado y se ha vuelto
capitalista, al margen de lo que pueda pretender el propio régimen
chino. Es precisamente contra esta opinión casi unánime contra lo que
luchan enérgicamente los economistas Rémy Herrera y Zhiming Long en su
libro La Chine est-elle capitaliste?* [¿Es capitalista China?].

 *Intereses*

Es una cuestión fundamental para la izquierda. En primer lugar porque se
trata de casi una cuarta parte de la población mundial y de uno de los
raros y últimos países surgidos de una revolución socialista, de modo
que la dirección que adopte China será determinante para el futuro del
planeta.

Más aún, es un reto importante para la batalla de las ideas en nuestros
países. El desarrollo económico de China es un éxito impresionante. En
el momento en el que el capitalismo ofrece signos evidentes de declive
hay un interés extraordinario en reivindicar como «capitalista» el éxito
de China. De este modo sigue siendo posible atribuirse cierto crédito
ideológico e incluso desanimar un poco a las fuerzas adversas. Por medio
del pensamiento único neoliberal se hace lo imposible para convencer a
la gente de que el socialismo no tienen futuro. Una China socialista
rompería los esquemas.

*Todo es cuestión de punto de vista*

Por supuesto, hay una serie de fenómenos evidentes que abogan a favor de
reconocer a China como un ejemplo de capitalismo: la cantidad cada vez
más importante de personas multimillonarias, el consumismo de amplios
sectores de la población, la introducción de muchos mecanismos de
mercado después de 1978, la implantación de casi todas las grandes
empresas occidentales que por medio de salarios muy bajos tratan de
convertir al país en una gran plataforma capitalista, la presencia de
los mayores bancos capitalistas en suelo chino y la omnipresencia de
empresas privadas en los mercados internacionales.

Pero, según argumentan Herrera y Long, si Francia o cualquier otro país
occidental colectivizara toda la propiedad de la tierra y del subsuelo,
nacionalizara las infraestructuras del país, pusiera en manos del
gobierno la responsabilidad de las industrias clave, estableciera una
rigurosa planificación central; si el gobierno ejerciera un control
estricto sobre la moneda, sobre todos los grandes bancos e instituciones
financieras; si el gobierno vigilara de cerca el comportamiento de todas
las empresas nacionales e internacionales; y, por si aún no fuera
suficiente, si en la cima de la pirámide política estuviera un partido
comunista que supervisara el conjunto… ¿se podría entonces seguir
hablando de un país «capitalista» sin caer en el ridículo? A todas
luces, no. Evidentemente lo calificaríamos de socialista e incluso de
comunista. Sin embargo, curiosamente hay una obstinada reticencia a
calificar así al sistema político-económico vigente en China.

En opinión de los autores, para entender bien el sistema chino y no
enredarse en observaciones superficiales hay que tener en cuenta varios
factores excepcionales que caracterizan al país, empezando por la
cantidad enorme de personas que compone su población así como la
extensión y diversidad de su territorio.

También es indispensable mantener en perspectiva los diferentes
periodos, cada uno de ellos de siglos de duración, a lo largo de los
cuales fueron tomando forma la nación y la cultura.

Así, durante dos mil años el Estado se apropió de la plusvalía de las
personas campesinas y también reprimió duramente toda iniciativa privada
y transformó las grandes unidades de producción en monopolios del
Estado. A lo largo de esos siglos nunca se habló de capitalismo.

Finalmente conviene tener en cuenta la humillaciones coloniales de la
segunda parte del siglo XIX y de una primera mitad del siglo XX
particularmente convulsa, con tres revoluciones y otras tantas guerras
civiles. Así, durante una guerra civil que duró treinta años el Partido
Comunista llevó a cabo en los «territorios liberados» muchas
experiencias en las que el sector privado se dejó en gran medida intacto
con el fin de que compitiera con las nuevas formas de producción colectiva.

*Más allá de los clichés*

Antes de analizar las especificidades del sistema Herrera y Long saldan
cuentas con dos clichés arraigados sobre el éxito de China. El primero,
muy extendido, mantiene que el crecimiento económico rápido llega
después de las reformas de Deng Xiaoping de 1978 y gracias a ellas, lo
cual es totalmente falso.

En los diez años anteriores a este periodo la economía ya había conocido
un crecimiento del 6,8 %, es decir, el doble del que tuvo Estados Unidos
en el mismo periodo. Teniendo en cuenta las inversiones en medios de
producción (capital fijo) y en conocimientos y experiencia (recursos
educativos), se aprecia un crecimiento casi equivalente para los mismos
periodos e incluso un crecimiento más importante investigación y
desarrollo en el caso del primer periodo.

La política agrícola es un elemento esencial para explicar el éxito de
China, que es uno de los pocos países del mundo que garantizó a sus
poblaciones campesinas un acceso a las tierras agrícolas. Después de la
revolución la gestión de las tierras agrícolas dependía del gobierno,
que asignaba a cada campesino una porción de tierras agrícolas. Esta
regla continúa vigente hoy en día. La cuestión agrícola es fundamental
en una China que debe alimentar a casi el 20 % de la población mundial
con solo un 7 % de tierras agrícolas fértiles. Hay que tener en cuenta
que en China se habla de un cuarto de hectárea de tierra agrícola por
habitante, en India del doble y en Estados Unidos de cien veces más.

A pesar de los errores del Gran Salto Adelante China iba a lograr
alimentar a su población bastante rápidamente, tanto más cuanto que las
plusvalías generadas por la agricultura se invirtieron en la industria,
con lo que se establecieron las condiciones de un desarrollo industrial
rápido.

El crecimiento espectacular del 9,9 % en el periodo que siguió a las
reformas solo fue posible gracias a los esfuerzos y a los logros de los
treinta primeros años posteriores a la revolución. Bien mirado, bajo Mao
el país ya había conocido un crecimiento impresionante. Bajo su
dirección se triplicaron los ingreso por habitante mientras que la
población se duplicaba. Y los autores destacan también que en su fase
inicial la economía china ni era una «autarquía» ni tenía voluntad de
replegarse sobre sí misma sino que el país sufría un embargo de Occidente.

Según un segundo cliché muy extendido este crecimiento espectacular es
el resultado natural y lógico de la apertura de la economía y de la
integración en el mercado mundial capitalista y, más particularmente, de
la entrada en la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001. Pero
esto tampoco se sostiene.

Mucho antes de dicha entrada China conocía ya un fuerte crecimiento
económico: entre 1961 y 2001 se habla de un crecimiento anual del 8 %.
Es indudable que esta apertura fue un éxito, pero el aumento del
crecimiento no fue en absoluto espectacular. En los cinco primeros años
después de la entrada [en la OMC] el crecimiento económico apenas
aumentó poco más del 2 %.

La apertura económica a países extranjeros (comercio, inversiones y
flujo de capitales financieros) tuvo unas consecuencias desastrosas para
muchos países del tercer mundo. En China esta apertura fue un éxito
porque se sometió a las necesidades y objetivos del país, y porque
estaba totalmente integrada en una sólida estrategia de desarrollo.
Según Herrera y Long, la coherencia de la estrategia de desarrollo en
China no tiene equivalentes entre los países del Sur.

*Ni comunismo ni capitalismo*

Por consiguiente, ¿qué se oculta detrás del «socialismo con
características chinas»? Para los autores, sin lugar a dudas no se trata
de comunismo en el sentido clásico del término. Marx y Engels entendía
por comunismo la abolición del trabajo asalariado, la desaparición del
Estado y la autogestión de la producción. No es el caso de la China
actual, como tampoco fue nunca el caso en los países del «socialismo real».

En China no fue tanto la consecuencia de una opción ideológica como de
las extremadamente difíciles circunstancias en las que nació y se tuvo
que realizar la revolución. En 1949, tras una guerra civil interminable,
se instala un Estado que se denomina «comunista» y que a medida que
avanzaba se fue distanciando del modelo soviético.

Después de la apertura y las reformas bajo Deng Xiaoping «el socialismo
retrocedió enormemente en China. Hoy estamos lejos del ideal igualitario
comunista». Los autores señalan en este sentido una serie de parámetros
como el individualismo, el consumismo, el afán por los negocios
lucrativos, el arribismo, el gusto por el lujo y la apariencia, la
corrupción, etc. Es indudable que estos aspectos son preocupantes,
aunque el gobierno chino hace todo para restablecer la «moral socialista».

Aunque es indudable que no es comunismo, tampoco es capitalismo. Para
Marx el capitalismo supone «una separación muy fuerte entre el trabajo y
la propiedad de los principales medios de producción». Los propietarios
del capital tienen tendencia a formar colectivos (accionistas) que ya no
gestionan directamente el proceso de producción sino que lo dejan en
manos de los gestores. A menudo el beneficio adopta la forma de
dividendos sobre las acciones.

La mayor parte de las muchas empresas (en general pequeñas empresas
familiares artesanales) no responde a este criterio, ni tampoco las
muchas empresas «colectivas» en las que las personas obreras son
propietarias del aparato de producción y tienen derecho a voto en el
nivel directivo, y menos aún en el caso de las cooperativas.

Ni siquiera en las empresas estatales está tan clara la separación entre
trabajo y propiedad porque incluso ahí existe una forma de cogestión por
parte de los obreros y empleados, aunque sea limitada. En resumen, a
menudo es muy relativa la separación entre trabajo y propiedad.

Otro criterio para definir el capitalismo es «la maximización del
beneficio individual». Esto no es en absoluto relevante en las grandes
empresas estatales donde se concentran los medios de producción más
importantes.

Por consiguiente, no se trata de capitalismo pero, entonces, ¿quizá es
«capitalismo de Estado» (1)?. Según los autores del libro, el término se
acerca más aunque sigue siendo demasiado difuso, demasiado vago al
tiempo que encierra demasiados sobreentendidos.

*Entonces, ¿de qué se trata?*

Los principales dirigentes chinos no niegan la presencia de elementos
capitalistas en su economía, pero los consideran uno de los componentes
de su sistema híbrido cuyos sectores claves están en manos del gobierno.
Para ellos China navega todavía por «la primera fase del socialismo,
esto es, una etapa que se considera imprescindible para desarrollar las
fuerzas productivas».

El objetivo histórico es y sigue siendo un socialismo avanzado. Como
Marx y Lenin, se niegan a considerar el comunismo «un reparto de la
miseria» y, por consiguiente, afirman «su voluntad de proseguir una
transición socialista durante la cual una muy amplia mayoría de la
población podrá acceder a la prosperidad. ¿No se demostraría a la vez
que el socialismo puede y debe superar al capitalismo?», se preguntan
los autores.

Describen el sistema político-económico de China como «socialismo de
mercado o con mercado». Dicho sistema se basa en diez pilares, muy
ajenos al capitalismo:

– La perennidad de una planificación fuerte y modernizada, que ya no es
el sistema rígido y extremadamente centralizado de los primeros tiempos.

– Una forma de democracia política, claramente perfeccionable, pero que
hace posible las opciones colectivas que están en la base de dicha
planificación.

– La existencia de unos servicios públicos muy amplios que en su mayor
parte siguen estando al margen del mercado.

– Una propiedad de la tierra y de los recursos naturales que siguen
siendo de dominio público.

– Unas formas diversificadas de propiedad, adecuadas a la socialización
de las fuerzas productivas: empresas públicas, pequeña propiedad privada
individual o propiedad socializada. Durante una larga transición
socialista se mantiene, incluso se fomenta, la propiedad capitalista a
fin de dinamizar el conjunto de la actividad económica y de incitar a
las demás formas de propiedades a ser eficaces.

– Una política general que consiste en aumentar relativamente más
rápidamente las remuneraciones del trabajo respecto a otras fuentes de
ingresos.

– La voluntad declarada de justicia social promovida por los poderes
públicos, según una perspectiva igualitaria frente a una tendencia de
varias décadas al empeoramiento de las desigualdades sociales.

– Se da prioridad a preservar el medioambiente.

– Una concepción de las relaciones económicas entre los Estados basadas
en el principio de que todos ganan.

– Unas relaciones políticas entre Estados basadas en la búsqueda
sistemática de la paz y de unas relaciones más equilibradas entre los
pueblos.

Algunos de estos pilares se abordan con más detalle. Aquí distinguiremos
dos de ellos: el papel clave de las empresas estatales y de la
planificación modernizada. El libro también trata un asunto importante:
la relación entre el poder político y el económico.

Las empresas estatales desempeñan un papel estratégico en el conjunto de
la economía. Operan de un modo que no va en detrimento de las muchas
pequeñas empresas privadas ni del tejido industrial nacional. Sus
objetivos se orientan a las inversiones productivas y pueden
proporcionar fácilmente servicios baratos tanto a otras empresas como a
proyectos colectivos. Dentro de estas empresas el propio Estado puede
determinar qué gestión sería la más adecuada.

En todo caso, el papel que desempeñan las empresas estatales es una de
las explicaciones esenciales de los buenos resultados de la economía
china. Y también desempeñan su papel en ámbito social. Las empresas
estatales pueden remunerar mejor a sus empleados y ofrecerles una
cobertura de seguridad social mejor. En este sector es más posible
salvar la brecha entre ricos y pobres.

El proyecto de una economía es «el verdadero espacio donde una nación
elige un destino común y el medio para que un pueblo soberano se
convierta en su dueño». Según Herrera y Long, en el caso de China se
trata de una «planificación» fuerte cuyas técnicas se han suavizado,
modernizado y adaptado a las exigencias del presente. En la antigua
«planificación excesivamente centralizada» una empresa debía aceptar los
productos a pesar del coste real al que se habían fabricado.

Este mecanismo limitaba enormemente las posibilidades de iniciativa de
las empresas así como la propia eficacia del sector productivo en su
conjunto. La calidad y el costo se consideraban problemas
«administrativos» o «tecnocráticos» y perdían su posibilidad de
estimular la economía. Los imperativos y limitaciones de la producción
se manifestaron en una recurrencia de las crisis de disponibilidad de
los recursos materiales.

Por consiguiente, desde finales de la década de 1990 interviene una
planificación más flexible, monetarizada y descentralizada. Esta nueva
planificación seguía estando bajo la dirección de una autoridad central
macroeconómica. Se dio a las empresas más autonomía para gestionar las
divisas y comprar mercancías. Esta flexibilización llenó varias lagunas
de la antigua planificación y llevó a un desarrollo económico más
intensivo (2) y respetuoso con el medio ambiente.

¿Para una transición al socialismo es necesario que coincidan
perfectamente los poderes económico y político? Los autores creen que
no. En cambio, es necesario que quienes poseen el poder económico (los
capitalistas) estén bajo la tutela estrecha del poder político. A este
respecto los autores remiten a una discusión que tuvo lugar en 1958
entre Mao Zedong y el gobierno soviético de entonces.

Según Mao Zedong, la revolución china podía seguir caminando sin
problemas aunque China todavía contara con capitalistas. Su argumento
era que la clase capitalista ya no controlaba al Estado sino que este
control lo ejercía entonces el Partido Comunista (3). Según los autores,
actualmente la alta proporción de propiedad pública en los sectores
estratégicos limita eficazmente las ambiciones de los propietarios del
capital nacional privado. Además, el Partido Comunista sigue estando en
posición de impedir que la burguesía se vuelva a convertir en una clase
dominante.

*El futuro*

Permanece en suspense la opinión de los autores respecto la posible
trayectoria de China. Sigue siendo posible una progresión en la
dirección del socialismo, aunque no se pueda excluir una restauración
del capitalismo. La lucha de clases será quien determine la cuestión.

En la China actual los equilibrios de clase son complejos. Por una parte
está el Partido Comunista que se apoya sobre todo en las clases medias y
en los empresarios privados, dos grupos a los que en las últimas décadas
les ha interesado fomentar una economía con un alto crecimiento. Por
otra parte están las masas obreras y campesinas «que siguen creyendo en
la posibilidad de constituirse como sujetos de su historia y que siguen
proyectando sus esperanzas en un futuro socialista».

Ahora la cuestión es saber si el partido logrará perpetuar sus éxitos
sin desequilibrar la relación de fuerzas a beneficio de las personas
trabajadoras y campesinas. Si el partido toma el camino del capitalismo
corre peligro de trastornar este frágil equilibrio. Eso podría provocar
grandes confrontaciones políticas e incluso provocar a una pérdida de
control de las oposiciones sobre las que reposa el sistema, lo que
supondría un fracaso en lo que concierne a las estrategias de desarrollo
a largo plazo.

El desenlace es incierto, pero para los autores se pueden observar
muchos aspectos que marcan claramente la diferencia con el capitalismo.

Más allá de esto, también están los objetivos a largo plazo del
socialismo y hay potencial para reactivar el proyecto.

Otro factor de incertidumbre que es determinante para el futuro es el
capitalismo de los monopolios financieros sostenidos por la hegemonía de
Estados Unidos, que cada vez busca más la confrontación con China a
pesar del denso tejido económico que existe entre ambos países. Herrera
y Long advierten de que en Occidente debemos ser conscientes de que el
capitalismo mundial está en un callejón sin salida y «que la agonía de
este sistema solo aportará a los pueblos del mundo devastaciones
sociales en el Norte y guerras militares contra el Sur».

Hay que añadir que sólo podemos esperar que la lógica capitalista se
pueda mantener bajo control en China. De lo contrario, nos
encontraríamos en una situación comparable a la que caracterizó la
víspera de la Primera Guerra Mundial, cuando los bloques imperialistas
emprendieron un pulso a fin de ampliar su zona de influencia o mantenerla.

Los autores no esbozan una historia triunfante. El «socialismo con
características chinas» no constituye en modo alguno un «ideal logrado
del proyecto comunista. Sus desequilibrios son demasiado patentes». En
este sentido señalan que China sigue siendo un país en vías de
desarrollo y que precisamente por ello «este proceso será largo,
difícil, lleno de contradicciones y de riesgos», lo que no debería
sorprendernos porque «¿acaso el capitalismo no necesitó siglos para
imponerse?». Los muchos desequilibrios y contradicciones deberían frenar
a las personas simpatizantes o al menos impedirles caer en la tentación
de exportar demasiado rápido la receta china.

*Algunas notas al margen…*

Aunque Herrera y Long son profesores universitarios saben cómo exponer
sus argumentos de forma ligera, legible y convincente. El libro contiene
información sólida, con cifras y muchos gráficos útiles. En el anexo se
incluye una cronología muy interesante que traza la historia de China
desde el comienzo de la humanidad. Un punto débil del libro es que no
todos los argumentos son tan exhaustivos, además de ser demasiado
conciso para ello.

El punto de vista elegido es económico, lo que tiene la ventaja de ser
más materialista que «fluctuante» y la desventaja de subestimar a veces
el papel de la lucha ideológica. Herrera y Long señalan algunos aspectos
negativos en este sentido, pero subestiman el hecho de que toda la
sociedad está literalmente impregnada de la propaganda capitalista,
incluso dentro del propio Partido Comunista. En este sentido son
esclarecedores los acontecimientos de Tiananmen ya que, en efecto, faltó
muy poco para que China tomara el mismo camino que la Unión Soviética.
Si se quiere mantener el rumbo en dirección del socialismo será crucial
frenar la ideología capitalista.

En su argumentación sobre si el sistema es capitalista o no se centran
en la cuestión de las relaciones de propiedad, lo cual es correcto, pero
sólo en parte porque las relaciones de propiedad no dicen todo respecto
al control que ejerce el gobierno sobre la economía. Al dar o no acceso
a los contratos de adjudicación, a los beneficios fiscales, al acceso a
los fondos de inversión del gobierno, a las instituciones financieras y
a los subsidios, etc., el gobierno central dirige de hecho grandes
sectores, incluidas empresas privadas, sin tener un control directo
sobre estas empresas como tales ni poseer acciones en ellas (4).

Por múltiples razones China es uno de los países peor comprendidos del
mundo, por lo que el libro de Herrera y Long es más que bienvenido. De
forma valiente va a contracorriente de los prejuicios y señala algunos
clichés arraigados. A la luz del relativo descenso a los infiernos del
capitalismo, tanto económica como políticamente, los autores provocan la
discusión ideológica. Esta es la segunda razón por la que es un libro
muy recomendable

* Rémy Herrera y Zhiming Long, La Chine est-elle capitaliste ?, París,
Éditions Critiques, 2019, 199 p.

Notas:

(1) El término «capitalismo de Estado» está lejos de referirse a la
univocidad de un concepto sobre el que existe consenso. Ofrecemos a
continuación algunos sistemas que podrían corresponder a este término:

– El Estado lleva a cabo actividades comerciales y remuneradoras, unas
empresas estatales ejercen una gestión de tipo capitalista (aunque el
Estado se considere socialista).

– Presencia fuerte o dominante de empresas de Estado en una economía
capitalista.

– Los medios de producción están en manos del sector privado, pero se
somete la economía a un plan económico o supervisión (cf. la obra de
Lenin, Nueva política Económica).

– Una variante de lo anterior es que el Estado dispone de un fuerte
control en materia de asignación de créditos e inversiones.

– Otra variante: el Estado interviene para proteger sus monopolios
(capitalismo monopolista de Estado).

– Otra variante más: la economía está mayoritariamente subvencionada por
el Estado, que se encarga de las cuestiones estratégicas de
investigación y desarrollo.

– El gobierno gestiona la economía y se comporta como una gran empresa
que utiliza la plusvalía generada por el trabajo para reinvertirla.

Fuentes: Ralph Miliband, Politieke theorie van het marxisme, Amsterdam,
1981, p. 91-100; http://en.wikipedia.org/wiki/State_capitalism .

(2) Un desarrollo extensivo equivale a un crecimiento cuantitativo, más
de lo mismo por medio de la inversión de más personas y máquinas o
haciéndolas trabajar de manera más intensiva. Desarrollo intensivo =
crecimiento cuantitativo basado en una mayor productividad.

(3) «There are still capitalists in China, but the state is under the
leadership of the Communist Party», Mao Zedong, On Diplomacy, Beijing
1998, p. 251.

(4) Véase por ejemplo Roselyn Hsueh, China’s Regulatory State. A New
Strategy for Globalization, Ithaca 2011; Zhao Zhikui, ‘Introduction to
Socialism with Chinese Characteristics’, Bejing 2016, Cap. 3; Arthur
Kroeber, ‘China’s Economy. What Everyone Needs to Know’, Oxford 2016;
Robin Porter, ‘From Mao to Market. China Reconfigured’, Londres 2011, p.
177-184; Barry Naughton, ‘Is China Socialist?’, The Journal of Economic
Perspectives, Vol. 31, No. 1 (invierno de 2017), pp. 3-24,
https://www.jstor.org/stable/44133948?seq=5#metadata_info_tab_contents .

Fuente: https://www.investigaction.net/fr/la-chine-et-la-destinee-du-monde/

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/01/25/es-china-capitalista/
25/1/2020

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