quarta-feira, 30 de dezembro de 2020

Empiezan los 20, ¿los terribles 20?

 
 


ANDRÉS PIQUERAS, PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD JAUME I

/Este artículo del profesor Piqueras publicado en los primeros días de
Enero de 2020, antes del COVID19, anticipa con rigurosidad y
clarividencia los fundamentos profundos de la crisis de un sistema
capitalista en estado de descomposición./
-----------------------------------------------------------------

Las crisis, convertidas en recesiones o incluso en depresiones, han
existido continua y periódicamente desde el inicio del capitalismo.
El estadounidense National Bureau of Economic Research recoge 33 de
ellas sólo desde 1854, una media de 2 por década, no
habiendo habido nunca un periodo sin crisis por más de 11 años.

Alguien que no fuera un economista –como diría Marx- debería deducir que
el capitalismo contiene alguna característica intrínseca que le conduce
a ello. Las crisis tienen una variada gama de manifestaciones externas
(de sub-consumo, financieras, por desajustes macroeconómicos o
conmociones originadas por la propia competencia…), las mismas que
sirven para elaborarexplicaciones causales superficiales cuando
no directamente erróneas.

En realidad, las crisis estructurales del capitalismo parten de un común
denominador, que es el que importa y que se niega a entender la ciencia
económica reinante: la caída del /valor/. El /valor/ es la sangre que
recorre el cuerpo del sistema capitalista, y está entrañado en el tiempo
socialmente necesario que tardan en producirse unas u otras mercancías.

La automatización de los procesos productivos no sólo ha ido desechando
seres humanos de los mismos, condenándolos a un desempleo crónico
o a un empleo cada vez más precario (que es a menudo también una forma
de desempleo camuflado), sino que va reduciendo el tiempo necesario de
producción y con ello el /valor/ (“la sangre” del sistema). En
consecuencia, elsistema se va gangrenando. Pero lejos de intentar alguna
cura, hoy asistimos a su loca huida hacia adelante (algo así como si a
quien le diagnostican un mal grave decidiese irse de copas y comilonas
todos los días).

A lo largo de la historia la clase capitalista ha encontrado diversos
remedios contra esa enfermedad crónica: aumentar la explotación de la
población trabajadora, invertir allá donde todavía no se daban los
procesos de tecnificación de la economía, acortar el tiempo entre la
fabricación y la venta, entre algunos otros (además de apropiarse de la
riqueza colectiva mediante privatizaciones o negarse a pagar impuestos,
claro). Pero había una salida imprescindible, si la tecnificación hacía
decaer el valor de cada mercancía (fijémonos, por ejemplo, en la
estandarización que supone una cadena de montaje para el valor –y el
precio- de una mesa, y el valor –y precio- que tendría hecha a mano,
artesanalmente), le permitía también hacer cada vez más mercancías en
menos tiempo.

Si antes, por imaginar un ejemplo, hacer una mesa costaba 2 días, ahora
se puede producir en dos horas. Lo único que hay que hacer para
compensar que el tiempo-valor ha disminuido 24 veces, es producir al
menos 24 mesas en 2 días. Pero claro, para eso necesito que haya
23 compradores más que antes. Esto no debe resultar difícil si tenemos
en cuenta que ahora las mesas salen mucho más baratas precisamente por
su rápida fabricación y estandarización. El problema está en que este
movimiento es exponencial.

La robotización y la inteligencia artificial van reduciendo el tiempo
socialmente necesario de producción al mínimo, lo que quiere decir
que en compensación el mercado debe expandirse al
máximo. La “globalización” se dio con ese propósito, pero hoy
está alcanzada la máxima expansión física y nada indica que el
capitalismo vaya a ser capaz de empobrecer a las poblaciones del mundo
(con desempleo, subempleo, destrucción de condiciones sociales y
laborales…) y al mismo tiempo hacerlas que compren cada vez más. De
hecho, lo único que ha permitido la continuidad del consumo desde los
años 70 del siglo XX en los países “ricos” ha sido el crédito, o visto
desde el otro lado, el endeudamiento masivo y creciente (tanto de
particulares como de empresas, instituciones públicas y Estados).

La implicación de esa dinámica de fabricación incesantemente creciente
de mercancías es la extracción también incesantemente creciente de
recursos naturales y la utilización incesantemente creciente de energía.

En 1972 el Club de Roma emitió el informe /Los límites al crecimiento/
<https://es.wikipedia.org/wiki/Los_l%C3%ADmites_al_crecimiento>, juntando datos
de producción industrial, población, recursos,
energía, alimentos, contaminación, sumideros… en el que se preveían las
consecuencias que íbamos a afrontar de seguir el curso de la
producción-consumo y crecimiento exponencial.

En 1991 algunos de los mismos científicos insistieron en un nuevo
informe, titulado /Más allá de los límites del crecimiento/,en que en
esa década nos situábamos ante el /sobrepasamiento/: era la última
oportunidad de frenar si no queríamos despeñarnos por el
precipicio. Después, aunque lo hiciéramos, la propia inercia nos
llevaría hasta él sin remedio.

La Más allá de algunas de las intenciones políticas del Club de Roma,
sus predicciones se han ido cumpliendo cabalmente (como ha mostrado la
Universidad de Melbourne). Ya para la segunda década de este siglo las
consecuencias apuntadas han comenzado a alcanzar la conciencia colectiva
mundial. Pero parece ser que la década que inauguramos de los 20 sería
la que cobrarían una realidad todavía más palpable, incontestable aun
para los más acérrimos negacionistas del daño que causamos al hábitat
planetario.

Algunos de los poderosos del mundo se acaban de reunir en Madrid, en la
Cumbre Social por el Clima, para intentar por enésima vez hacer como que
hacen algo, y por enésima vez dejar al descubierto su falta de intención
para ello, que en realidad traduce su incapacidaden tal sentido.

Y no puede ser de otra forma, porque en contra de los bonitos
discursos y la gran preocupación exhibida, lo que de verdad estamos
pidiendo a las elites mundiales para “salvar el planeta”, es que se
suiciden como capitalistas. Porque, repitamos, el capitalismo es un modo
de producción basado /sine qua non/ en el crecimiento. Todo en
él depende de que se siga creciendo (pensemos simplemente en cómo
demonios se va a pagar toda la ingente cantidad de deudas
contraídas, que supera ya 4 veces el PIB mundial, si no es así).

Las dinámicas del /valor/ son dictatoriales: requieren más mercancías,
más pulsión de consumo, más despilfarro energético. No importa si hay
que reducir la calidad de los productos para vender más barato, si hay
que recurrir a la obsolescencia programada y a fechas de vencimientos
arbitrarias para acortar la vida útil de aquéllos, si hay que
subutilizar bienes y servicios, maquinarias e instalaciones sirviéndose
de la ideología de la “innovación tecnológica”.

Con la tasa de utilización decreciente (por ejemplo, la del autoprivado
es tan sólo de un 1% -y encima quieren que lo renovemos antes, con la
excusa de la contaminación, como si fabricar coches, sean eléctricos o
de cualquier otra energía, no fuera ‘contaminante’-) se expande el
capital, pero se destruyen bienes de uso y naturaleza. Sólo la energía
fósil es capaz de mantener ese derroche. Ninguna otra permite este tipo
de civilización (ni siquiera el hiperconsumo de mercancías “verdes” a
las que nos abocarán en adelante).

Pronto, este mes de enero se reunirán en Suiza, allí sí en serio, los
grandes del planeta, como Foro de Davos, para dictar lo que tienen que
hacer los diferentes gobiernos del mundo. Las instituciones
supraestatales (FMI, Banco Mundial, OMC, G20…) se encargarán de
precisar y hacer operativas las medidas a seguir.

En nuestro caso, el macro-Estado de la UE impone unas normas de obligado
cumplimiento sobre inflación, déficit presupuestario, deuda pública o
tipos de interés, por encima de decisiones parlamentarias y por tanto de
cualquier opción democrática. En consecuencia, nuestros Estados
carecen de soberanía monetaria y fiscal, tienen las manos atadas en
asuntos económicos y la soberanía popular y la “igualdad de los
nacionales” es sólo una triste invocación de quienes venden los países
(sus transportes, energía, comunicaciones, servicios y viviendas
públicas, etc.) a las grandes transnacionales del mundo.

*Los **“**F**elices 20**”** del siglo XX*

Los años 70 del siglo XIX inauguraron la primera Larga Crisis
del capitalismo. La misma que llevaría a la expansión imperial de
Europa y a crecientes tensiones entre las potencias que desembocarían en
dos Guerras Mundiales, la misma que posibilitó la mayor desconexión con
el mundo capitalista conocida hasta hoy (la Revolución Soviética)
y provocó el mayor crack bursátil hasta nuestros días, así como una
conmoción de alcance mundial.

Sin embargo, la década de los 20 del siglo XX pareció ajena a todo ello.
Los “Felices 20” fue una expresión acuñada en torno a la expansión
económica de EE.UU., favorecida por el hundimiento europeo tras la I
Gran Guerra. “Felicidad” que a partir del 1924 se expandiría a ciertas
oligarquías europeas propiciando un clima de euforia nerviosa y
ciega confianza en el sistema capitalista.

Pero mientras las viejas y nuevas clases ricas disfrutaban con el
“can-can”, el mundo se iba hundiendo bajo sus pies. Al tiempo que se
daba el auge del fascismo en Italia, se gestaba el lento progreso del
nazismo en Alemania y se incubaba una poderosa burbuja financiera
contraída a través de sobrevaloración de activos empresariales y un
desenfrenado sistema de endeudamiento y compra a plazos que
desembocó en el crack del 29. La desolación, el deterioro y
el pesimismo social se adueñaron de los años 30, hasta que estallara la
mayor guerra que haya conocido hasta ahora la humanidad.

*L**a** Crisis de Larga Duración **de los**siglo**s**XX**-XXI*

Desde los años 70 del siglo XX las elites mundiales vienen intentando
escapar de la Segunda Larga Crisis capitalista que, sin embargo, se
resiste a dejarnos. Han probado de todo: medidas
neoliberales, neokeynesianas, globalización, crédito masivo,
especulación financiera con sus burbujeos bursátiles y finalmente,
aprendiendo de la crisis del 29, han recurrido a la ingente invención de
dinero mágico, sin ningún valor detrás.

Un dinero sacado de la chistera (en torno a 15 billones de dólares desde
2010) que conceden a las grandes empresas y Bancos “demasiado grandes
para caer” (evitando el efecto dominó en la economía y al
tiempo evidenciando que lo de la “libre competencia” no se lo han creído
nunca), con lo que modifican sus números, ocultan sus descubiertos
y aparentan que el sistema funciona y el mundo empresarial y bancario
van bien. Pero todo esto no hace sino acumular
una “tormenta perfecta”, una enorme explosión de la economía, en
proporciones tendencialmente horrendas, que puede hacer irrisorias las
crisis del 29 y de 2007-2008 juntas.

Será muy difícil que la década de los 20 de este siglo pase sin que ese
cataclismo, o al menos, algún serio anticipo del mismo, ocurra. Por lo
que, aunque parezca que las poblaciones del mundo, especialmente las
autodenominadas “occidentales”, siguen ajenas al volcán que se incuba
bajo sus pies, como en los “Felices 20”, pronto no tendrán más remedio
que enterarse de lo que pasa.

Esta década de los 20 nos deparará el fin de la ilusión de la “crisis”
como un accidente del capitalismo, que una vez superado dejará la marcha
hacia el progreso y el bienestar. El fin de la no percepción del cambio
climático y de un hábitat severamente dañado será también inevitable.

Hay una elevada probabilidad de que el capitalismo se haga cada vez
más salvaje. La geoeconomía, la geoestrategia y la geopolítica de un
sistema en decadencia, con recursos cada vez más escasos, tenderán a
militarizarse y amenazar al conjunto de la humanidad. Especialmente la
OTAN y la potencia en declive, EE.UU., se mostrarán cada vez más
agresivas, como estamos viendo sobre todo en centro-Asia y muy
concretamente en la ofensiva contra Irán.

Además, las guerras económicas y guerras por los recursos se combinarán
con “guerras sociales”, de arriba abajo, que las elites del
mundo vienenemprendiendo contra las poblaciones para intentar preservar
sus privilegios y beneficios, y que se intensificarán. Por eso
mismo, habrá más posibilidades de que la década de los 20 sea también la
de las /movilizaciones totales/, de las que Chile y Francia, y cada vez
más Colombia, están dando una avanzadilla.

Pero atención, porque la inteligencia artificial, el Big Data y el
control casi total de los dispositivos de información, formación y
socialización puede deformar hasta la náusea lo que ocurre. Permite, en
cualquier caso, que la clase capitalista global, o unas u otras
fracciones de ella, “creen” movilizaciones masivas, se inventen
reacciones “populares”, fabriquen atentados de falsa bandera,
provoquen levantamientos y muevan vehementes sentimientos de masas.

En un capitalismo de dinero y capital ficticios, la realidad también se
hace “virtual”, y será cada vez más difícil distinguir lo genuino de lo
fabricado por la ingeniería social. Los “fascismos” del siglo XXI no
son-serán como los del XX (vaciada de sustancia la democracia, se
pueden-podrán permitir incluso ser “democráticos”).

Frente a ello, todo indica que habrá que construir nuevas fuerzas
sociopolíticas transformadoras, puesto que la casi totalidad de las
actuales están lejos de comprender los desafíos históricos a que nos
enfrentamos. Integradas más o menos cómodamente en el sistema, no tienen
muchas intenciones de ver que hoy ser reformista o imaginar la mejora
sostenida del capitalismo es ser enormemente irrealista. Tan irrealista
como creer en ese esperpento del “crecimiento sostenible” (no es de
extrañar que “El nuevo acuerdo para España” de PSOE-Unidas Podemos –
sin medición de objetivos concretos, cronograma ni presupuesto- comience
precisamente con el título de “Consolidar el crecimiento”).

En los años 20 del siglo XX, a pesar de todo,
las poblaciones mantenían ilusión en el futuro. Hoy esa
ilusión sumamente debilitada, fruto del deterioro socio-natural, apenas
deja para centrarse en el día a día, mientras se va instalando la
percepción del futuro comocatástrofe. ¿Podrá ser que en esta década que
estos días estrenamos, las reacciones populares eviten que se convierta
en la década de los “Terribles 20”?

Recordemos que el “sobrepasamiento” se ha realizado. Ya no podemos
evitar el golpetazo ecológico (ni por tanto, el económico). Ahora de lo
que se trata es de que sea lo menos duro posible, y de que el
“shock civilizacional” sirva al menos para empezar a construir otro
mundo. Las próximas fuerzas político-sociales que tengan algo que
decir serán las que sepan dar una respuesta a ello.

El desafío es descomunal, pues a la postre, de lo que se
trata verdaderamente, es de dejar atrás la barbarie capitalista.

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/12/29/empiezan-los-20-los-terribles-20-2/
29/12/2020

Nenhum comentário:

Postar um comentário