sexta-feira, 5 de abril de 2013

Fábrica cerrada, fábrica tomada


La toma de grandes fábricas como necesaria (re)organización de la clase obrera
“Fábrica cerrada, fábrica tomada”

Manuel Almisas Albéndiz
Rebelión


Cuando se presencian las luchas de los obreros de grandes empresas con una
tradición de lucha incuestionable, a la par que el optimismo y el orgullo,
la duda que nos asalta es ¿cuál es el siguiente paso a la protesta
resuelta y decidida?, ¿cómo complementar esta combatividad y darle una
salida para hacer avanzar al movimiento por la transformación radical de
la sociedad capitalista?




Lenin escribió que la clase obrera, por causas económicas objetivas, se
diferencia del resto de clases en las sociedades capitalistas por su mayor
capacidad de organización (1). Y aún pensando así, no cejaba de repetir la idea
de que había que aumentar la capacidad de organización del proletariado y otras
capas del pueblo ruso con potencial revolucionario. Es famosa su frase “…para
que los obreros y los campesinos pobres tomen el poder, para que se mantengan en
él y lo utilicen con acierto hace falta organización, organización y
organización” (2).
Pero el capitalismo también comprobó en sus propias carnes esta superioridad del
proletariado y le alarmó el hecho de que si ellos, la burguesía, habían tardado
más de tres siglos en derrotar a las castas feudales e imponer su sistema
socioeconómico, a los obreros y campesinos les bastó casi la mitad, para,
después de la experiencia de la Comuna de París, barrerlos del segundo país más
grande del planeta, la Rusia zarista. La revolución soviética de 1917 dio la voz
de alarma, y desde entonces, comenzando con la derrota de la revolución
consejista de 1918 en Alemania, el sistema capitalista no ha parado de
experimentar nuevas formas de debilitar la organización de la clase obrera. No
solo reprimiendo a sangre y fuego, y potenciando la proliferación y penetración
social y sindical de grupos reformistas y claudicadores, impidiendo con ello que
las experiencias de lucha revolucionaria de las masas obreras y campesinas
aumentaran la conciencia revolucionaria de clase. Sino también intentando
dividir y disgregar a los obreros más combativos de las principales ramas
productivas, en los que el taylorismo y el fordismo tuvieron mucho que ver. Hoy
día continúa con la deslocalización de las fábricas o con la división de las
mismas en pequeñas empresas disgregadas en polígonos o barrios separados unos de
otros por cientos de kilómetros. Y no ha sido menos importante la planificación
urbana de vaciar los barrios obreros y populares históricos del centro de las
grandes ciudades y sacarlos a las periferias, a ciudades dormitorios muy
separadas entre sí.
Las calles de San Petersburgo, París, Barcelona o Madrid ya no se cortarán con
barricadas defendidas por obreras y obreros. El sistema se ha encargado de
enviarlos fuera de sus centros de poder y de diseminarlos para restarles fuerza.
A lo sumo dejará que marchas de columnas obreras dirigidos oportunistamente por
sindicatos vendidos lleguen al centro de las ciudades, se manifiesten y los
manden de vuelta a casa. O a lo sumo dejará durante un tiempo que jóvenes de
clase media, intelectuales, y otros sectores indignados y preocupados por la
falta de “democracia” ocupen las principales plazas de las ciudades; hasta que
la mayor organización, la radicalización y el peligro de que la ideología
proletaria penetrase en el movimiento y les hicieron ver que el experimento
“ciudadano” había terminado. El espejismo de una auto-organización popular en el
centro mismo del enemigo se disipó con la represión pura y dura.
Se ha gritado mucho “el pueblo unido jamás será vencido”. Pero mejor sería decir
“el pueblo trabajador organizado y unido jamás será vencido”. Y mucho mejor
sería empezar a hacerlo buscando alternativas que avancen en esa dirección. La
ocupación de las fábricas es la solución. Hacer de los centros de trabajo
cerrados, abandonados o en vías de desaparición espacios de autogestión y
contra-poder obrero, zonas de asambleas permanentes que aumenten la organización
y el optimismo revolucionario. Son muchas las experiencias que avalan el método.
Solo falta el coraje de ponerlas en práctica y hacer propaganda escrita y oral
sobre la validez de las mismas.
Frente a la situación de haber perdido el trabajo por cierre patronal como en el
caso de Delphi en Puerto Real, cuyos obreros han sido engañados con
interminables cursos de formación, promesas de recolocaciones y otras medidas
disuasorias para limar su capacidad de lucha, la toma y recuperación de la
fábrica fue y sigue siendo una verdadera alternativa. Frente a la situación de
los astilleros de la Bahía de Cádiz (Navantia), en permanente disminución de sus
plantillas, de las cargas de trabajo y de la amenaza de reconversión y posible
cierre de algún centro de trabajo, la toma de las factorías es una alternativa
que debe ser tenida en cuenta antes de que la desmoralización y la disgregación
de las plantillas más combativas hagan mella en esos auténticos destacamentos
obreros de vanguardia a nivel andaluz.
Históricamente la toma y ocupación de las fábricas, o huelgas de brazos caídos,
nacieron como forma de potenciar las huelgas reivindicativas. El proletariado
aprendió que estando encerrados en los tajos aumentaba su capacidad de unión,
organización y espíritu de lucha, eliminando igualmente la posible contratación
de esquiroles y asegurando que la producción se paraba y se hacía un verdadero
daño al patrón y al sistema capitalista en su conjunto. En la gran crisis
mundial de 1930, donde el desempleo fue tan extendido y duradero, se hizo
imposible cualquier huelga contra las reducciones de salarios, porque después
que los huelguistas abandonaban los talleres éstos eran invadidos de inmediato
por las masas de parados con los que los patronos contaban para romper las
huelgas. Así, el rechazo a trabajar en peores condiciones debía combinarse,
necesariamente, con la permanencia en el lugar de trabajo mediante la ocupación
de la fábrica. Un ejemplo notorio de esta práctica fue la toma de varias plantas
de la General Motors de la localidad estadounidense de Flint (estado de
Michigan) entre diciembre de 1936 y febrero de 1937, terminando con la victoria
de los miles de obreros que terminaron imponiendo sus reivindicaciones a la
poderosa multinacional.
Sin embargo, con la ocupación de las fábricas los trabajadores y trabajadoras
demostraban algo más, que su lucha entraba en una nueva fase pues tomaban
conciencia de su vinculación con su centro de producción. Pronto se convirtió en
una forma de demostrar que ese mismo proletariado podía convertirse en
verdaderos administradores y directores de las empresas ocupadas, y que si
podían realizar esta tarea también podrían dirigir y organizar a toda la
sociedad, sin depender de los burgueses y su inservible sistema capitalista. En
1941, el marxista holandés Pannekoek escribía en su obra “Los consejos obreros”:
“Así, en la ocupación de las fábricas el futuro proyecta su luz en la progresiva
conciencia de que las fábricas pertenecen a los trabajadores, de que junto con
ellos constituyen una armoniosa unidad, y de que la lucha por la libertad se
librará en las fábricas y por medio de ellas.” (3)
E. P. Thompson narra que en la temprana fecha de 1819, obreros ingleses de una
fábrica de tabaco, tras 11 meses de huelga, deciden prescindir de los patronos y
producir por su cuenta (4). Es evidente que la gran experiencia de la
autogestión obrera y del control de la producción por los propios “productores
asociados” comienza con la revolución bolchevique en 1917 y continuará en los
años sucesivos en las revoluciones frustradas de Alemania (1918) y Hungría
(1919), y en los consejos de fábrica del norte de Italia en el llamado “bienio
rojo” (1919-1920). Sin embargo, habría que esperar a procesos revolucionarios en
el este de Europa, ligados a partidos socialistas y comunistas tras la derrota
nazi-fascista, para asistir a ocupaciones de fábricas con fines de recuperación
y autogestión obrera, como es el caso más claro de las experiencias en diversas
fábricas yugoslavas en los primeros tiempos del gobierno socialista de Tito,
recién acabada la II Guerra Mundial.
En la Europa capitalista industrializada, podemos situarnos en la Francia
posterior a las oleadas del mayo de 1968 para asistir a nuevas y multitudinarias
acciones de ocupación obrera. En 1972 en Renault se desató el conflicto que
llevó a la toma de la fábrica de más de 14.000 obreros, donde el comité de base
–integrado por franceses e inmigrantes- impuso en varias secciones el control
obrero de los ritmos de trabajo, la rotación en los puestos y forzó a los
capataces a trabajar con los operarios. Ese mismo año, una prolongada
movilización obrera, con apoyo estudiantil y popular, impulsó el control obrero
de la fábrica de relojes LIP en Bensançon, con sus consignas que se hicieron
clásicas: «Es posible: fabricamos, vendemos, nos pagamos», «Los patrones
despiden... despidamos a los patrones».

Sin embargo, esta forma de movilización consciente del proletariado prendió con
especial fuerza en diversos países latinoamericanos, donde todavía continua
marcando un camino que en los estados europeos recién está empezando, como luego
apuntaremos.


Ocupaciones y control obrero de fábricas en Latinoamérica: el espejo donde
mirarnos.
En la semana santa de 1952, una insurrección de sectores populares y obreros
armados, principalmente mineros con fusiles y dinamita de explotaciones cercanas
a La Paz y de Oruro, derrotó en solo tres días al régimen militar del general
Ballivián, verdadero apéndice armado de la oligarquía minera. En los años que
duró esta revolución boliviana, de carácter popular y obrero, al contrario de
otras de posguerra donde el campesinado era el estamento de vanguardia (como el
caso de China o de Cuba años más tarde) ya se impulsaron sistemas de autogestión
de trabajadores en centros de trabajo, ocupando principalmente numerosas minas.
Entre los años 1959 y 1963, los valles peruanos andinos de La Convención y Lares
fueron escenario de la mayor revuelta campesina desde los tiempo de Tupac Amaru
y foco de un poderoso movimiento campesino indígena que se extendió por otras
zonas del país y donde los latifundios capitalistas, principalmente cafeteros,
fueron expropiados y reconquistados por cientos de miles de arrendatarios
comuneros y trabajadores agrícolas. Al calor de estas movilizaciones y de la
extensión de las guerrillas peruanas del MIR y del ELN en los años posteriores,
se gestó el triunfo del golpe de estado del general Velasco Alvarado que formó
el Gobierno Revolucionario de la Fuerza armada de 1968, de carácter
nacionalista, antiimperialista y progresista que en los años que gobernó impulsó
un régimen de cooperativas y comunidades industriales, estimulando la
participación del trabajador en la gestión, utilidad y propiedad de las
empresas.
En Argentina, aunque después hablaremos de experiencias más actuales, hay que
recordar que en 1964, en el marco de una gigantesca huelga general se producen
las ocupaciones de fábricas más importantes en número y en calidad de
participación realizadas en estos años. Los investigadores Celia Cotarelo y
Fabían Fernández (5) estiman que entre mayo y junio de 1964 se ocuparon 4.398
empresas, dándose el caso de que en las mismas participaron principalmente
obreros fabriles de las principales industrias (metalúrgicas y textiles, sobre
todo) y en las grandes ciudades del país, lo que le confirió un carácter
proletario genuino y lo dotó de un grado de disciplina y organización sin igual.
Estas cifras concuerdan con las aparecidas en la obra de Mandel antes citada
(“alrededor de 3 millones de obreros ocuparon 4.000 empresas e iniciaron la
organización de la producción por sí mismos”), aunque las ocupaciones,
acompañadas de toma de rehenes de empresarios, técnicos o personal de seguridad,
solo duraron varias horas y los obreros no se resistieron a los desalojos
policiales.
En Chile , bajo el Gobierno de la Unidad Popular de Allende (1970-1973), a pesar
de la oposición institucional, más de 125 fábricas estaban manejadas por
obreros, organizados en Cordones industriales y Comandos Comunales, que aunaban
las ocupaciones de talleres e industrias y de tierras abandonadas por
latifundistas. Después de la derrota del “paro patronal” de octubre de 1972, en
su Pliego del Pueblo, estas organizaciones de base sentenciaban: “ L a
experiencia de estos días ha demostrado que los trabajadores no necesitan de los
patrones para hacer funcionar la economía. En sus desesperados intentos por
paralizar al país, sólo han conseguido mostrar su carácter parasitario... La
conclusión es clara: sobran los patrones”.
La primera experiencia de recuperación de empresas en quiebra en Brasil fue en
1991, con la fábrica de calzado Makerli que cerró sus puertas dejando en la
calle a 482 trabajadores. En 1994 se funda la Asociación Nacional de Empresas
Autogestionadas (ANTEAG) para coordinar las diversas experiencias que surgían a
causa de la crisis de la industria. Actualmente existen 160 proyectos que la
asociación propicia junto con algunos gobiernos estatales y comunales,
involucrando a unos 30 mil trabajadoras y trabajadores brasileños. Los momentos
más importantes tuvieron lugar entre 2002 y 2005, cuando más de 35 fábricas
fueron ocupadas y pasadas a control obrero. A finales de 2002 tuvieron lugar
grandes huelgas en la zona industrial de Joinville (Estado de Santa Catarina),
hasta que un millar de obreros de las multinacionales CIPLA (materiales de
construcción) e INTERFIBRA (plásticos y vidrio) deciden tomar el control de la
producción y organizarse mediante asambleas y a través de los consejos de
fábrica. El mismo camino de ocupación y control obrero siguieron un año más
tarde los 64 trabajadores de la empresa de contenedores plásticos industriales
FLASKO, del barrio de Sumare. Dos años más tarde, en 2005, la fábrica ocupaba
tan sólo una cuarta parte de los 14 mil metros cuadrados del total del terreno,
pero la asamblea popular, coordinada con los trabajadores, decidió ocupar y
construir la llamada “Vila Operaria”, un conjunto habitacional donde actualmente
viven más de 350 familias. Y más tarde en el 2007, la Flasko impulsó el
surgimiento del Centro de Memoria Operaria y Popular (CEMOP), el cual funciona
como un archivo que reúne documentos, videos y fotografías sobre el movimiento
de las fábricas recuperadas y realiza y apoya diversos seminarios, simposios,
etcétera. Esto da una idea del grado de compromiso político que han adquirido
las ocupaciones de fábricas en Brasil, a pesar de los numerosos intentos de
desalojos y la feroz represión del movimiento.
En Argentina, el paso del siglo XX al siglo XXI la sorprende con una crisis
económica brutal e insostenible que se había gestado desde 1991 con un proceso
de des-industrialización. Producto de dicha crisis es la enorme tasa de
desempleo y el alto porcentaje de personas pobres y sin viviendas. Son miles las
empresas y fábricas que cierran y se declaran en quiebra con el despido de las
plantillas. En este contexto es como se generalizan las tomas de fábricas y las
recuperaciones de empresas diversas (incluidos hospitales, colegios, hoteles,
etc.). Frente al abandono de los capitalistas, el proletariado argentino se
'atrinchera' en su territorio laboral: ocupan las plantas primero, resisten los
desalojos después -por medio de batallas legales y físicas- y por último
gestionan su producción. Con ello hacen suyos la consigna del Movimiento de los
Sin Tierra de Brasil: “Ocupar, resistir producir”. A las legendarias ocupaciones
de la empresa de cerámicos Zanón (en Neuquén), cuando a finales de 2001 los 271
obreros deciden oponerse al despido patronal y acampan en las afueras de la
empresa para posteriormente poner en funcionamiento cuatro hornos y dar comienzo
a la producción bajo control obrero, y de la textil Bruckman (en Balvanera,
Buenos Aires), cuyas 50 trabajadoras tomaron la empresa el 18 de diciembre de
2001 y posteriormente, ante la huida de los empresarios, controlaron la
producción, le siguieron la de cientos de fábricas recuperadas y ocupadas más,
otorgando al proletariado argentino una experiencia reconocida en esta faceta de
la lucha de clases.
Sin más dilación y para no abundar en otros ejemplos (Uruguay, México o
Colombia) debemos pasar al caso de Venezuela, donde en las últimas décadas el
movimiento obrero se ha impulsado al calor de la Revolución Bolivariana. Las
numerosas ocupaciones y control obrero de las fábricas han sido apoyadas por el
gobierno, que ha terminado por nacionalizar a muchas de ellas. Entre los
patronos y los trabajadores, los dirigentes venezolanos han sabido decantarse
desde el principio. No es casualidad que en 2005 el presidente Chávez proclamara
en Brasil que no había nada que buscar dentro del capitalismo y que el camino de
la revolución era el socialismo. Ese mismo año nacionalizó la papelera Venepal
ocupada por los trabajadores desde hacía tiempo, y meses después hizo lo propio
con la Constructora Nacional de Válvulas (llamada después Inveval), ocupada
también desde que en 2002 la plantilla quedara en la calle tras un cierre
patronal. Las pocas decenas de trabajadores son los que impulsaron la creación
del FRETECO (Frente Revolucionario de Trabajadores de Empresas Cogestionadas y
Ocupadas) para sacar la lucha a la calle y organizar a otros trabajadores en
situaciones similares Tampoco por eso es casualidad que en Caracas se celebrara
el I Encuentro Latinoamericano de Empresas Recuperadas, donde el propio Chávez
hizo suya la consigna del encuentro: "fábrica cerrada, fábrica tomada".
Con más conciencia y fuerza que en el caso de Argentina, el mensaje de la clase
obrera venezolana para los proletarios de todo el mundo es claro: los
trabajadores sí pueden dirigir y administrar las empresas, y si pueden realizar
esta tarea también pueden dirigir y organizar a toda la sociedad.


Los escasos ejemplos europeos
En el otoño del año 2007, las 124 trabajadoras y trabajadores de la fábrica de
bicicletas “Strike Bike” en Nordhausen, pequeña ciudad del este de Alemania,
comenzaron la ocupación y control de la producción tras el cierre patronal y
despido de la plantilla. Era un caso insólito en el panorama sindical de
Alemania en las últimas décadas.

La empresa francesa de televisores “Philips” en Dreux ha sufrido un proceso de
desaparición que puede ser otro ejemplo paradigmático de lo que ha pasado y está
pasando en otros estados europeos en estos años de crisis galopante. De tener
7000 obreros en el año 2005 pasaron a tener casi doscientos en el año 2009 y
cuya única salida era esperar la subvención y el seguro de desempleo. A
principios de enero de 2010, los obreros decidieron poner la fábrica a producir
para demostrar, ante el plan de cierre de la patronal, que la fábrica era
productiva y podría seguir funcionando. Este intento de control obrero solo duró
diez días y tuvo que seguir fuera de la planta, pero en marzo de 2010
consiguieron su objetivo de mantener los puestos de trabajo.

Y más recientemente, en medio de una crisis económica que no se le ve el final,
el martes 12 de febrero de 2013 fue el primer día oficial de producción bajo
control obrero en la fábrica de azulejos y materiales de construcción
Viomijaniki Metalleftiki (Industrial Minera) en Tesalónica, Grecia. En mayo de
2011 la Administración de esta filial de Filkeram-Johnson abandonó la empresa
dejando sin pagar a los trabajadores los sueldos de varios meses de trabajo. En
respuesta, los trabajadores de la fábrica se abstuvieron de trabajar desde
septiembre de 2011 hasta que en asamblea se decidió, casi por unanimidad, el
25 de enero de 2013 la auto-gestión y el funcionamiento de la fábrica por sus
trabajadores, “sin patrones y otros parásitos y mediadores” (6)
En mayo de 1973, los trabajadores de la cadena de montaje de la fábrica de
maquinaria agrícola John Deere en la ciudad alemana de Mannheim iniciaron con su
huelga uno de los ciclos de lucha (principalmente en la industria del metal) más
memorable de la historia proletaria en Alemania, según cuentan Roth y Ebbinghaus
(7). Para estos autores, tras las lecciones extraídas de la oleada de huelgas de
obreros y obreras alemanes, “la fábrica se ha convertido hoy en una fortaleza
empresarial llena de armas que aplastan las necesidades de los trabajadores. La
respuesta solo puede ser convertir la fábrica en una fortaleza, en un punto de
partida desde el cual los trabajadores cortocircuiten la maquinaria socializada
del sistema” (op. cit, pág. 368).
O como decía un representante obrero de la empresa venezolana de artes gráficas
Asertia, filial de la española Indra, primero ocupada y después nacionalizada
por el gobierno bolivariano: “Cuando vemos estos escenarios, ves un ejemplo de
cómo es el sistema capitalista en el país, de cómo destruye a la sociedad, de
cómo juega con el salario, con la estabilidad laboral de los trabajadores en el
país. Este sistema capitalista se tiene que acabar de una vez por todas. Y ¿Cómo
se tiene que acabar? Pues con el apoderamiento de todo el sector obrero del país
sobre las fábricas, porque debe existir el control obrero en toda fábrica y
medio de producción, no puede seguir sucediendo que los capitalistas se llenen
los bolsillos sacando el dinero fuera del país a través de las trasnacionales
(8).
Ellos cierran las fábricas, nosotros abrimos.
Ellos roban las tierras y nosotros las ocupamos.
Ellos hacen las guerras y destruyen naciones,
nosotros defendemos la paz y la integración soberana de los pueblos.
Ellos dividen, nosotros unimos.
Porque somos la clase trabajadora,
Porque somos el presente y el futuro de la humanidad.
(Declaración del I Encuentro Latinoamericano de empresas recuperadas por los
trabajadores y trabajadoras, Caracas, Venezuela, Octubre de 2005) (9)


NOTAS
1: “Naturalmente, la condición fundamental de este éxito fue que la clase
obrera, cuyos mejores elementos crearon la socialdemocracia, se diferencia en
virtud de causas económicas objetivas, de todas las demás clases de la sociedad
capitalista por su mayor capacidad de organización. Sin esta condición, la
organización de revolucionarios profesionales sería un juego, una aventura. . .”
(VI. Lenin. Obras completas. Ed. Cartago, Buenos Aires, 1960; t. XIII, p. 97.)
2: Publicado el 16 (3) de mayo de 1917 como anejo al núm. 13 del periódico
"Soldátskaya Pravda". T. ül, págs. 454–457.
3.- Anton Pannekoek. Los Consejos obreros. Ámsterdam, 1941-42.
http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/politica/pannekoek/caratula.html
4.- Citado en el prefacio de la obra de E. Mandel “Control obrero, consejos
obreros, autogestión, antología”, Editorial la Ciudad del Futuro, Buenos Aires,
1973.
5.- María Celia Cotarelo y Fabián Fernández. “La toma de fábricas. Argentina,
1964”. En:
http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/prodetrab/ryr3Cotarelo.pdf
6.- “En el corazón de la crisis, los obreros de Viomijanikí Metaleftikí
(Industrial Minera) atacan el corazón de la explotación y de la propiedad”:
Comunicado de Iniciativa Abierta de Solidaridad y Apoyo a la Lucha de los
Trabajadores de Viomijanikí Metaleftikí. En:
http://verba-volant.info/es/comienza-a-funcionar-la-fabrica-autogestionada-de-viomijaniki-metaleftiki-industrial-minera/
7.- KH Roth y Angelika Ebbinghaus. El “otro” movimiento obrero y la represión
capitalista en Alemania (1880-1973). Ed. Traficantes de sueños, Madrid, 2011.
8.- Entrevista a trabajadores de la fábrica ocupada ASERTIA GC. Jueves 20 de
Diciembre de 2012. Disponible en:
http://www.luchadeclases.org.ve/lucha-obrera-leftmenu-166/7273-entrevista-asertia
9.- Lia Tiriba. Reflexiones sobre fábricas ocupadas y recuperadas por los
trabajadores. Revista OSERA (Observatorio Social sobre Empresas Recuperadas y
Autogestionadas) nº 6, 1º Semestre de 2012, Buenos Aires-Argentina. Disponible
en:
http://webiigg.sociales.uba.ar/empresasrecuperadas/PDF/PDF_06/Tiriba_revisado_.pdf


** Una referencia obligada debe ser la lectura y discusión del exhaustivo
trabajo de Iñaki Gil de San Vicente, donde se encontrará una impresionante y
diversa bibliografía:
“Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista. Algunas lecciones
para Euskal Herria”. Iñaki Gil de San Vicente (2002). Disponible en:
http://www.rebelion.org/docs/121970.pdf
*******************************************
In
http://rebelion.org/noticia.php?id=166259
05/04/2013

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