domingo, 30 de agosto de 2015

El caso de Zanon - empresa recuperada argentina


El caso de Zanon


R. Amador, M. Pollo, L. Meyer y M. R. Solinas

Ideas de Izquierda


León Trotsky escribió alguna vez que “la conciencia no está hecha del mismo
material que las vías del ferrocarril”; los cambios que se producen en ella, y
cómo a través de ellos la clase obrera puede llegar a convertirse de objeto de
explotación en artífice de su destino, acaudillando al conjunto de los oprimidos
para hacer la revolución, son cuestiones a las que el revolucionario ruso dedicó
ríos de tinta. Las lecciones que los trabajadores sacan de su experiencia
práctica, y cómo los revolucionarios contribuyen a ellas, son una pieza
fundamental de sus reflexiones. Estas se condensaron en su estrategia y
programa.
En esta nota queremos reflejar cómo la experiencia de Zanón (hoy FaSinPat)
permitió –dentro de la lucha de clases reciente en la Argentina y como ejemplo a
nivel internacional– mostrar la vitalidad del Programa de Transición. Como
cuenta Raúl Godoy [1]:

…desde que conquistamos la comisión interna de Zanon venimos luchando por la
unidad de las filas obreras, ganamos el apoyo de toda la fábrica contra la
burocracia por plantear “a igual trabajo, igual salario” y que queríamos una
comisión interna para terminar con la división de efectivos y contratados al
interior de las empresa. Así empezó nuestra historia [2].

Una salida obrera ante la crisis

Desde antes del 2001, el proceso ceramista se dio en medio de una crisis
profunda tanto económica como política que volvió necesario desplegar una salida
de fondo ante el lock-out empresario. En medio del hundimiento generalizado,
mostró una alternativa clasista ante el cierre de las fábricas.

El argumento para cerrar la fábrica por parte de la patronal era que daba
pérdidas. El reclamo de que se abran sus libros de contabilidad y se termine con
el “secreto comercial” con el que esconden sus ganancias y el “vaciamiento” de
las empresas [3] les permitió a los trabajadores desbaratar el preventivo de
crisis –artilugio legal usado por las patronales para aducir crisis que
difícilmente puede ser comprobadas y que les permite despedir en masa con la
mitad de indemnización y cambiar el convenio laboral–.

Ante el cierre de la fábrica los trabajadores decidieron mantener las fuentes de
trabajo, tomar la fábrica y ponerla a producir. Demostraron, de ese modo, que
podían producir sin patrones, y postularon la expropiación sin pago y la
estatización o nacionalización bajo gestión de los trabajadores para poner la
fábrica al servicio de un Plan de Obras Públicas –una salida que plantea el
Programa de Transición ante el cierre de empresas–, que fue levantada por un
puñado de fábricas que se referenciaban en Zanon y mostraban una salida ante el
problema de la desocupación que golpeaba a más del 20 % de la clase trabajadora.

Otra de las consignas motoras que levantaron los ceramistas ante los despidos
fue que podían trabajar todos repartiendo las horas de trabajo con igual salario
entre todas las manos disponibles. Es una gran consigna en momentos de crisis
profundas del capitalismo, cuando son millones los que son arrojados a la calle
y son los capitalistas los que quieren salvarse solos, cerrando empresas y
llevando su capital a otros lugares o invirtiendo en otros negocios. Estas
medidas retoman el legado del Programa de Transición, como expresa uno de sus
dirigentes:

Muchas veces señalé que la política que impulsamos en Zanon no la inventamos
nosotros sino que la tomamos del Programa de Transición de León Trotsky.
Nosotros sabíamos que ante las crisis cuando los patrones quieren hacerla pagar
a los trabajadores, tenemos que exigir la apertura de los libros contables de
todas las empresas para mostrar ante la población lo que han ganado. Y que si
los capitalistas no pueden dar lo único que tienen los obreros bajo el
capitalismo, el derecho a ser explotados, entonces hay que sacar de sus manos
los medios de producción, mediante la expropiación y el control obrero de cada
fábrica que cierre o despida [4].

Hegemonía obrera

Esta lucha no hubiera podido mantenerse en pie durante todos estos años si no
fuera porque desde el inicio, junto al surgimiento del primer levantamiento de
desocupados –el Cutralcazo–, los ceramistas conquistan la Comisión Interna y
comienzan una práctica militante de unir las filas obreras adentro y comenzar a
relacionarse con los fenómenos de vanguardia neuquina y nacional, participando
de los paros nacionales y llevando a cabo todo tipo de acciones desde la
fábrica. Allá por el 2001 los ceramistas unieron sus reclamos a los del
Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Neuquén y otras organizaciones
de desocupados. Con la recuperación del Sindicato (SOECN) no cesaron en su
política de Coordinación Obrera, tomando a su vez el conjunto de los reclamos de
los explotados.

Los Encuentros regionales, permitieron sentar las bases de lo que luego tomó la
forma organizativa de la Coordinadora del Alto Valle [5]. Los encuentros de
Fábricas Recuperadas, la hermandad con los mapuches en defensa de sus tierras,
la coordinación con la lucha de los estatales y docentes, es parte de los
centenares de ejemplos en donde están los ceramistas apoyando y coordinando con
los conflictos por todo el país, como lo fue éste año en el Encuentro convocado
por los trabajadores en lucha de Lear y de Madygraf:

Esa unidad en la acción es muy buena, entonces hay que avanzar en trabajar
juntos en lo estratégico de impulsar organizaciones de democracia directa que
unan las filas de los trabajadores y tengan independencia de clase del Estado,
los empresarios y sus partidos. La tarea es recomponer las filas obreras tras
una nueva estrategia que yo definiría con dos ideas: autoorganización e
independencia de clase [6].

Es éste un gran ejemplo del papel que está llamada a jugar la clase obrera si
conquista hegemonía, es decir, el liderazgo como representante de toda su clase,
pero también de los sectores oprimidos de la sociedad, tomando sus demandas.

Es con este objetivo y con esta práctica política que desarrollan la constante
elaboración de un programa que se expresó en las campañas y en los hechos,
tomando el enorme problema de la vivienda en la provincia, la denuncia a las
petroleras que saquean los recursos naturales, el acceso a la salud y la
educación, incluso al arte, como ejemplo de la libertad para esparcimiento de
los jóvenes con los grandes recitales (gratuitos o a precios populares) en la
planta.

Esta pelea se dará en todos los terrenos: en las calles, en las fábricas, en los
barrios, e incluso desde el Parlamento, como recientemente lo hizo desde su
banca de diputado Raúl Godoy –donde cobra lo mismo que un trabajador y dona el
resto a las luchas– impulsó el proyecto de Ley por la Nacionalización del
petróleo y el gas bajo control de los trabajadores, entre otras tantas demandas.
Así expresa él esta idea fuerza, que lograron llevar adelante en la práctica a
lo largo de estos 14 años de gestión obrera:

Para nosotros devolverle a la comunidad, que hizo lo imposible para que no nos
desalojen, tiene su máxima expresión en el hecho de tomar sus necesidades como
propias, como parte del programa por el que luchamos. Los tomamos y mostramos
que los trabajadores tenemos la posibilidad de darle una solución a esos
problemas si luchamos junto a ello. Es en gran parte por ello que nuestra meta
es la estatización bajo control obrero y un plan de obras públicas para
enfrentar los problemas de desocupación, de vivienda, de salud y de educación.
Como parte de un programa transicional, mientras propagandizamos en pequeño, que
al eliminar la propiedad privada de los medios de producción, al socializarlos,
existe la posibilidad de producir para las necesidades sociales y no para la
ganancia de unos pocos empresarios [7].

La experiencia realizada con los movimientos de desocupados mostró en potencia
lo que podía significar si los sectores combativos y clasistas avanzan en
recuperar los sindicatos hoy manejados por la burocracia. Esto mostró en la
práctica la importancia que tiene dotar de una política no corporativa a los
sindicatos, porque como afirmaba Trotsky: “Los sindicatos y otras organizaciones
de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él,
por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad” [8]. Sólo con esta
política pueden los sindicatos llegar a los millones que están por fuera de
ellos: “Los sindicatos, aún los más poderosos, no abarcan más del 20 al 25 de la
clase obrera y por otra parte, sus capas más calificadas y mejor pagadas”,
analizaba Trotsky.

Son experiencias importantes para la Argentina actual, donde el nivel de
sindicalización es inusualmente alto comparado con otros países, pero así y todo
es apenas del 37% de la clase trabajadora. El resto están por fuera de los
sindicatos, muchos directamente en negro y sin ningún tipo de derechos.

Los nuevos estatutos del SOECN: retomando las mejores experiencias del
sindicalismo clasista

Tanto la Tercera como la Cuarta Internacional, que concentran las mejores
tradiciones de la clase obrera, consideraron indispensable trabajar en los
sindicatos reconocidos por los trabajadores como “organizaciones de masas” para
la lucha por reivindicaciones parciales y transitorias. Pero al mismo tiempo
alertaban que agrupaban (como ahora) sólo a una parte minoritaria de los
trabajadores, incluso muchas veces el sector más conservador. Esto obliga a
tener una política hacia los sindicatos para transformarlos en su contenido,
organización y programa, donde se imponga la más amplia democracia obrera y la
independencia absoluta del Estado, lo que plantea como tarea de primer orden
expulsar a la burocracia sindical. Pero considerando que éstos no son fines en
sí, sino medios para llegar al conjunto de la clase obrera y dotarla de un
programa que vaya más allá de sus reivindicaciones inmediatas.

León Trotsky señala en el Programa de Transición, que en nuestra época, los
sindicatos dirigidos por las burocracias sindicales se han ido constituyendo
cada vez más directamente en instrumentos con los que cuenta el Estado para
contener la lucha del movimiento obrero, los dirigentes de los sindicatos
burocratizados dejan de ser los representantes de los intereses de los
trabajadores ante las patronales y el Estado, y son llamados a actuar cada vez
más como agentes de éste ante la clase trabajadora, y “en los períodos agudos de
lucha de clases, los aparatos dirigentes de los sindicatos se esfuerzan por
convertirse en amos del movimiento de masas para domesticarlo”. Lejos de que
este hecho implicara un abandono de los sindicatos, Trotsky afirma:

De todo lo anterior se desprende claramente que, a pesar de la degeneración
progresiva de los sindicatos y de sus vínculos cada vez más estrechos con el
Estado imperialista, el trabajo en los sindicatos no ha perdido para nada su
importancia, sino que la mantiene y en cierta medida hasta es aún más importante
que nunca para todo partido revolucionario [9].

A partir de la recuperación del Sindicato, la experiencia de los obreros
ceramistas de Neuquén trasciende una vez más, con la redacción y posterior
aprobación de los nuevos estatutos del sindicato el 16 de julio de 2005. Luego
de meses de debates en asambleas y de la realización de un plenario de
delegados, los obreros de las cuatro fábricas de cerámicas del SOECN votan las
distintas propuestas de artículos del estatuto.

Con las nuevas normas que rigen a su sindicato, los trabajadores logran el
objetivo de “poner a disposición nuestro nuevo estatuto como una herramienta de
trabajo y debate para empezar a poner en pie una nueva tradición clasista en
este movimiento obrero que se está despertando”. Lo absolutamente innovador del
“Estatuto Social del SOECN, como expresión escrita que plasma y cristaliza una
práctica política, radica básicamente en que “hace ley” tres cuestiones:

La democracia obrera: “El SOECN es un sindicato que tiene como principio y
forma de trabajo la asamblea de trabajadores. Las asambleas de fábrica y del
sindicato son la autoridad máxima”. Se incorpora a los cuerpos de delegados
por sector, se establece una proporcionalidad en los cargos directivos para la
minoría (caso inédito en los sindicatos industriales de Argentina) y la
libertad para todas las tendencias que se reivindican de la clase trabajadora
y defienden sus intereses y no los empresariales. Asimismo, los dirigentes
cobran igual que cualquier trabajador y son revocables, a la vez que aquellos
referentes que hayan estado rentados durante un período deben volver al puesto
en la máquina.
La independencia de clase: “El SOECN es una organización sindical de lucha y
defensa de los intereses económicos y sociales de los trabajadores ceramistas
en la actual sociedad capitalista. En la sociedad hay cada vez más una
reducida minoría que disfruta de todas las ventajas del desarrollo económico,
social y tecnológico; mientras el resto está condenada a la sobreexplotación,
la desocupación y los bajos ingresos. Por eso el SOECN reconoce, se orienta y
basa su práctica en la lucha de clases y bajo los principios del sindicalismo
clasista, conservando su plena independencia del Estado y sus instituciones,
del gobierno y de todas las organizaciones patronales”.
El internacionalismo y el antiimperialismo: “El SOECN reconoce que la clase
obrera no tiene fronteras. Somos hermanos de los trabajadores y los pueblos
pobres y oprimidos de América Latina y el mundo. Luchamos contra la dominación
de las potencias imperialistas que saquean al mundo con su secuela de hambre y
guerras. La fraudulenta deuda externa o la intromisión del imperialismo en las
principales fuentes de riqueza nacional, como es el caso del petróleo y el gas
en nuestra región, consolida su dominio sobre los instrumentos y medios de
reproducción, impidiendo el desarrollo nacional independiente y soberano. El
SOECN libra una lucha consecuente por los legítimos intereses de la clase
trabajadora” [10].



Las definiciones que se incluyen en esta reforma son inéditas para la tradición
dominante de los sindicatos en la Argentina. Con la redacción y aprobación de
sus nuevos estatutos cristalizan la experiencia de Zanon como un ejemplo de
lucha para el conjunto de los trabajadores, retomando la tradición de los
sindicatos clasistas de los ‘70. Pero lo más significativo de la reivindicación
del sindicato ceramista como clasista y antiburocrático es que rompe con el
modelo sindical peronista fuertemente burocratizados, implantado en la Argentina
desde la segunda mitad del siglo XX. Esto implicó una creciente subordinación
del sindicalismo al Estado y, tal como señala Daniel James en Resistencia e
integración, “cada vez más, los sindicatos se incorporaron a un monolítico
movimiento peronista y fueron llamados a actuar como agentes del Estado ante la
clase trabajadora, que organizaban el apoyo político a Perón y servían como
conductos que llevaban las políticas del gobierno a los trabajadores” [11]. Esta
idea se enfrenta por las antípodas al planteo de independencia de clase que
defienden los ceramistas.

Pero los sindicatos, incluso barriendo a la burocracia sindical, por sus propios
fines y composición no pueden ser la herramienta para conquistar la total
emancipación de la clase obrera y el pueblo pobre. Como explica Trotsky: “los
sindicatos no ofrecen, ni pueden ofrecer, dadas sus tareas, composición y formas
de reclutamiento, un programa revolucionario acabado; por tanto, no pueden
sustituir al partido” [12]. Es por ello que nuestra militancia en los sindicatos
es un medio para llegar a las amplias masas obreras y para conquistar cientos y
miles de militantes obreros que se propongan construir un partido de la clase
trabajadora que se prepare para los momentos de crisis y tenga la fuerza para
conducir a millones de trabajadores, jóvenes y mujeres en el combate contra los
capitalistas para vencerlos e instaurar una sociedad sin explotadores ni
explotados.

A modo de conclusión

Es esta una experiencia resistente ya desde hace 14 años, mostrando en potencia
que la clase obrera puede dar respuesta al conjunto de los explotados y
oprimidos.

En cada lucha de la clase trabajadora de la que los revolucionarios somos parte,
no intervenimos partiendo de cero, buscamos aportar las lecciones que a lo largo
de la historia de la lucha de clases se fueron concentrando en un programa, una
práctica y una estrategia revolucionaria para la emancipación del proletariado y
el conjunto de los oprimidos. Es en esas experiencias donde para nosotros vive
el legado de León Trotsky a quien en este número de Ideas de Izquierda queremos
reivindicar.

Estas mismas luchas aportan innumerables experiencias a los explotados a la vez
que conclusiones políticas y es pertinente para los revolucionarios que sobre
ellas ayudemos a las masas “en el proceso de la lucha, a encontrar el puente
entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista.
Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias,
partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas
de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el
proletariado” [13], como planteara Trotsky en el Programa de Transición. Sin
esto hablar de revolución es utópico.

La práctica del PTS en el movimiento obrero tiene que ver con este legado.
Podemos decir que desde esta perspectiva hemos intervenido en los distintos
conflictos intentando aportar a que los trabajadores reconozcan su fuerza, hagan
una experiencia con la patronal, el Estado, el gobierno y las direcciones
sindicales, reconociendo enemigos y buscando aliados, para que, a partir de la
propia experiencia, avancen en su conciencia y puedan desarrollarse los aspectos
más radicalizados y avanzar en la independencia política.

Como sintéticamente dejamos expresado, es en la experiencia ceramista donde en
momentos de crisis pudimos ver elementos avanzados de la confluencia del
programa de los revolucionarios con el movimiento obrero. De esta manera, Zanon
como fábrica bajo gestión obrera, y su sindicato clasista, deja un legado, un
verdadero hilo de continuidad entre los años de resistencia menemista, la caída
de De la Rúa, el ascenso de kirchnerismo y el surgimiento de un proceso de
sindicalismo de izquierda que comienza a configurarse en este fin de ciclo.
Legado que puede ser retomado en las próximas crisis por la vanguardia que forme
parte de los futuros ascensos de la lucha de clases.

Notas

[1] Uno de los principales gestores de esta experiencia, dirigente del PTS y
diputado de Neuquén por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores.

[2] Entrevista en La Verdad Obrera, 27/2/2003.

[3] León Trotsky (1938), El programa de Transición y la fundación de la IV
Internacional, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2008, p. 75.

[4] Extractos del discurso de Raúl Godoy en el Acto Internacionalista realizado
en Buenos Aires frente al 70 aniversario del asesinato de León Trotsky, en La
Verdad Obrera, 26/10/2010.

[5] Esta coordinadora llegó a agrupar a más de 64 organizaciones y mil
asistentes durante un plenario que se realizó en las instalaciones de Zanon en
agosto de 2002. Era integrada por ceramistas, desocupados del MTD, estatales de
la rama salud de ATE-CTA, docentes de ATEN de varias localidades, obreros de la
construcción, organismos de derechos humanos, estudiantiles y personalidades de
la región, además de partidos políticos de izquierda.

[6] La Verdad Obrera, 21/08/2014.

[7] Encuentro de trabajadores ocupados y desocupados 2005, La Verdad Obrera,
06/02/2005.

[8] León Trotsky, ob. cit., p. 75.

[9] Ídem.

[10] Ver “Estatuto del Sindicato Ceramista del Neuquén e Informe de Gestión
Obrera”.

[11] Daniel James, Resistencia e integración, el peronismo y la clase
trabajadora argentina 1946-1976, Buenos Aires, Ed. Siglo XXI, 2006.

[12] León Trotsky, ob. cit.

[13] Ídem.



Roberto amador, obrero de SMATA.
Marco Pollo, obrero de MadyGraf.
Laura Meyer y María R. Solina, IPS Karl Marx-CEIP León Trotsky.


Fuente:
http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/el-legado-de-leon-trotsky-y-el-movimiento-obrero/


In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202570
29/8/2015

sábado, 29 de agosto de 2015

"Faz 20 anos que a esquerda só pensa em eleição"



João Pedro Stédile, Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra
(MST) (entrevista a Marco Weissheimer)



Há alguns meses, ou mesmo anos, João Pedro Stédile, uma das principais
lideranças do Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST), vem repetindo
algumas advertências dirigidas à esquerda brasileira, relacionadas à evolução da
conjuntura política nacional e internacional.

Uma dessas principais advertências consiste em alertar sobre a importância de
não resumir a luta política à luta eleitoral e de não sucumbir às armadilhas da
política tradicional, como abraçar o financiamento privado de campanhas como um
método natural de fazer política.

A crise política iniciada após a reeleição de Dilma Rousseff e a ofensiva da
oposição e dos setores mais conservadores do país com o objetivo de derrubar a
presidenta eleita pelo voto popular recolocou essas advertências na ordem do
dia.

Na última sexta-feira, Stédile esteve em Porto Alegre para participar de um
debate na abertura do 14º Congresso Estadual da Central Única dos Trabalhadores
(CUT). Em entrevista ao Sul21, ele falou sobre a conjugação de três crises no
presente - econômica, política e social -, sobre as movimentações de seus
principais protagonistas e seus possíveis desdobramentos.

E apontou aquele que considera ser o principal desafio da esquerda neste
período: "Construir força popular organizada. A esquerda desaprendeu a fazer
trabalho de base, de conscientizar o povo, de fazer pequenas reuniões. Faz 20
anos, que a esquerda só pensa em eleição", disse Stédile.

Sul21: Na última semana, tivemos uma nova série de manifestações contra e a
favor da presidenta Dilma Rousseff e a denúncia oferecida contra o presidente da
Câmara dos Deputados, Eduardo Cunha (PMDB-RJ). Na tua opinião, como esses
eventos influenciam no atual clima de instabilidade política que marca a
conjuntura nacional?

João Pedro Stédile: O Brasil está vivendo um período muito confuso e complexo
onde, a cada semana, surgem fatos que complicam mais ainda a leitura da
conjuntura na qual inserem esses dois episódios que citou na tua pergunta. Essa
complexidade, na avaliação do MST e dos movimentos sociais como um todo, deve-se
ao fato de estarmos vivendo um período que conjugou três crises.

Temos uma crise econômica, que afeta a economia brasileira que não cresce há
dois anos e deve ficar ainda mais uns dois sem crescer, com um forte processo de
desindustrialização que já se reflete inclusive na classe trabalhadora, com
aumento do desemprego e diminuição do salário médio. Temos também uma crise
social, cuja ponta do icebergapareceu nos protestos de junho de 2013. O governo
adotou uma retórica de diálogo, porém, todos aqueles problemas sociais que eram
substrato para as mobilizações de junho, nenhum deles se resolveu, pelo
contrário. Os problemas da moradia, do transporte público, do acesso à
universidade, todos eles se agravaram. Essa crise social ainda não eclodiu, está
latente, mas existe. E, por fim, temos uma crise política cuja origem é o
sequestro da democracia brasileira feito pelos capitalistas por meio do
financiamento privado das campanhas eleitorais. As dez maiores empresas do país
financiaram cerca de 70% dos parlamentares, processo este que gerou os Cunha da
vida e os seus 300 aliados. Hoje, a população não se reconhece nos políticos.
Diversas pesquisas de opinião apontam os políticos com o menor índice de
credibilidade. Então, temos uma dicotomia aí. O que acontece na política não
reflete na sociedade, ou só reflete negativamente.


Todos os dias nós temos evidência dessas três crises. Se lermos o Valor
Econômico, por exemplo, veremos os reflexos da crise econômica. Se consultarmos
os movimentos populares ouviremos relatos de todos eles sobre os problemas
sociais que vem se avolumando. E, na política, é o que você citou. Todo dia
temos fatos novos.

Sul21: E quais são, na sua avaliação, os possíveis desdobramentos dessa
conjugação de crises?

João Pedro Stédile: A dificuldade para sair dessa crise geral é que as classes
ainda não se puseram de acordo sobre o que fazer. Seria preciso criar um novo
bloco histórico e social que se constituísse numa maioria capaz de encontrar a
saída. Isso, em geral, se materializa em períodos eleitorais. O problema é que
nós acabamos de sair de uma eleição. Então, nós vamos levar quatro anos, durante
todo o governo Dilma, para encontrar essa maioria. Essa é a dificuldade.

Nessas tentativas de saída de crise, o que está sendo mais ou menos sinalizado?
A burguesa, no sentido clássico do termo, mais conhecida como os empresários ou
o poder econômico, já apresentou a sua proposta de saída. Não é um programa
formalizado, mas vem sendo apresentado em suas reuniões e discursos. Essa
proposta consiste em realinhar a economia brasileira aos Estados Unidos, que foi
um pouco o que aconteceu em 1964. A ideia é que os americanos venham para cá,
invistam e tirem a economia da crise, ampliando o mercado para as empresas
brasileiras que entrariam de maneira subalterna numa relação com a economia
industrial norte-americana.

Em segundo lugar, consiste em diminuir o papel do Estado, que hoje se expressa
nas propostas de cortar gastos sociais, de diminuir o número de ministérios, de
diminuir os gastos com a Previdência, etc. Tudo isso é firula para voltar a
velha tese de que o mercado é que resolve.

Em terceiro lugar, é diminuir o custo da mão de obra. Esse é o programa deles,
que ainda não pode ser explicitado, pois, em sua essência, esse programa é o
neoliberalismo, que foi derrotado nas últimas quatro eleições. Eles não podem
simplesmente apresentá-lo de novo. Precisam dourar a pílula.

Então, a burguesia está fazendo esse movimento para tentar construir uma
maioria em torno do seu programa. Como fazem isso? Pautando essas propostas no
Congresso Nacional. Todas as iniciativas do bloco do Eduardo Cunha caminham na
direção desse programa: diminuir custo, diminuir Estado, privatizações, abrir a
economia e reaproximá-la com os Estados Unidos. Além disso, também pautaram o
Judiciário e a grande mídia comercial, da qual a Globo é a grande porta-voz.
Esse movimento representa o maior grau de unidade que eles conseguiram até
agora, com manifestações da Firjan (Federação das Indústrias do Rio de Janeiro),
do Renan Calheiros, presidente do Senado, e com setores do PSDB. Tenho absoluta
convicção, pela recente entrevista do Mendonça de Barros, que Serra e Alckmin,
embora não possam aparecer publicamente, concordam com esse programa. Mas eles
não podem aparecer.

Sul21: Você referiu o movimento que vem sendo articulado pelo grande
empresariado e seus braços políticos para a superação da crise. E quantos aos
demais setores da sociedade, é possível vislumbrar alguma movimentação que busca
saídas para os atuais impasses?

João Pedro Stédile: Nós temos outro segmento, que é a chamada classe média, ou
pequena burguesia como denominava Marx. Estamos falando aqui daquela classe
média que o Marcio Pochmann menciona no Atlas da Exclusão Social, que, pela
renda que tem, representa entre 5 e 10% da população e que sonha um dia em virar
burguesia. Qual é o programa que essa classe média apresenta para sair da crise?
Golpe na Dilma! Mas isso não é programa, não resolve nenhuma das três crises.
Por isso que a burguesia, que é mais esperta, está dizendo para eles: Calma,
vocês podem ficar latindo aí na Paulista, em Copacabana, mas isso não é saída
para a crise.

O próprio Temer disse isso para eles quando afirmou que não adiantava colocá-lo
no lugar da Dilma, pois a crise tem outras raízes. Pelo contrário, se houvesse
um golpe institucional, se criaria uma quarta crise, uma crise institucional,
que levaria os movimentos sociais e populares para as ruas. Isso desarrumaria
todas aquelas regras do Estado burguês que, apesar da crise política, todo mundo
segue respeitando. Se isso acontecesse, por que não poderíamos, por exemplo,
pedir o impeachment do Sartori ou do Alckmin, cujas campanhas também foram
financiadas por empresas privadas. Então, a saída dessa classe média é burra. A
nossa sorte, e a deles também, é que representam uma parcela muito pequena da
sociedade. É por isso que as mobilizações deles não aumentam. E tem que ser
feitas sempre no domingo, né? É muito mais um festival, ao qual eles têm
direito, do que propriamente uma luta política.

Do lado de cá, temos a classe trabalhadora, que não está conseguindo apresentar
um programa de saída para a crise. Neste momento, as direções de organizações
como CUT, UNE, MST, os movimentos de luta pela moradia, estão tentando unificar
uma agenda. O que conseguimos construir de unidade até aqui é um programa
defensivo contra o golpe, em defesa dos direitos, contra o neoliberalismo, ou
seja, é uma defesa do passado, não é avançar como nós queremos. Então, para a
classe trabalhadora também está sendo difícil construir um programa propositivo
capaz de retomar a ofensiva na direção das mudanças que defendemos. Essa é uma
dificuldade real e é neste ponto em que nós estamos.

Sul21: Quais as perspectivas de superar essa dificuldade?

João Pedro Stédile: Espero que, nos próximos meses consigamos avançar na direção
desta unidade da classe trabalhadora para construir um programa, não defensivo,
mas que apresente propostas para a saída das crises econômica, política e
social. Talvez já tenhamos uma maior unidade no tema da crise política, com a
defesa de uma Reforma Política construída por meio de uma Assembleia Nacional
Constituinte. Este Congresso não fará essa reforma e os partidos não têm força
para aprová-la no cenário atual. No fundo, a saída de um programa construído
pela classe trabalhadora vai depender de um componente que ainda não está no
cenário, que é a classe trabalhadora se mobilizar e ir para a rua. Até agora, só
foram para a rua as mediações, os militantes. A grande massa segue sentada em
casa assistindo tudo pela televisão. Por isso que as nossas mobilizações também
têm mantido o mesmo tamanho.

Contudo, essa massa e as nossas mediações têm uma arma potente que ainda não
foi usada: a greve geral, que afeta diretamente o lucro dos capitalistas. A
perspectiva de parar a produção um dia, dois dias, uma semana, coloca em pânico
a burguesia. No fundo, esse é o maior medo que eles têm. Por isso não querem ver
o circo pegar fogo, pois a lona cairia também sobre as suas cabeças.

Sul21: Você mencionou algumas organizações há pouco que estão tentando unificar
uma agenda comum e não mencionou nenhum partido político entre elas.
Considerando que o partido que vem governando o Brasil há 13 anos atravessa uma
série crise política e os demais partidos de esquerda parecem não ter força para
apresentar uma alternativa, a conjuntura está convocando os movimentos sociais a
assumir um maior protagonismo, a exemplo do que ocorreu na Bolívia há alguns
anos?

João Pedro Stédile: É evidente que os partidos políticos no Brasil, tanto os da
burguesia quanto os da esquerda, estão em crise. Os da burguesia foram
substituídos pela Globo. Quem dirige ideologicamente as ideias da direita no
Brasil é a Globo. Os dirigentes partidários da direita brasileira estão
completamente desmoralizados. Estão aí os Eduardo Cunha, os Ronaldo Caiado da
vida. E a esquerda precisa fazer uma autocrítica séria porque caiu só no
eleitoralismo e, mesmo nesta esfera, não se preocupou em defender uma reforma
política. Ao invés disso, fez o jogo da burguesia, abraçando o financiamento
privado das campanhas e caindo na arapuca que a Lava Jato expressa. Se não
mudarmos as regras políticas, não vai ser de dentro dos partidos que virá a
solução. Os partidos já estão enlambuzados. Uma reforma política rejuvenesceria
os partidos mas estes não têm força para colocar massa na rua em defesa dessa
reforma. Então, isso só poderá ser feito por meio de uma ampla coalizão de todas
as forças populares, com todas as formas de mediação de que a classe
trabalhadora dispõe, sejam pastorais, sindicatos, movimentos populares,
partidos, etc.

Agora não é o momento de discutir quem vai ser protagonista, mas sim de juntar
todas as forças para fazer um debate na sociedade e junto às nossas bases sobre
quais são as saídas para a crise que está posta e é inegável. Eu não sei como
será essa saída. Isso dependerá da correlação de forças e da dinâmica da luta de
classes. Acho muito ruim queremos copiar algum exemplo.

Tenho visto algumas pessoas dizendo que temos seguir o exemplo do Podemos, da
Espanha, ou do Syryza, da Grécia.

A história da Espanha é outra e o Tsipras durou apenas três meses. Então, cada
país tem a sua dinâmica e nós, brasileiros, teremos que inventar a nossa. A
ousadia que nos cabe é inventar. Quando quisemos copiar, erramos. Quisemos
copiar o modelo do financiamento privado de campanhas. Deu no que deu. O
componente principal da ousadia que precisamos ter é que precisamos levar esse
debate para as massas e fazer com elas se mobilizem e decidam ir para as ruas,
criando uma efervescência, um novo dinamismo na política brasileira. No meio
dessa efervescência, também vão surgir novos líderes. Não adianta ficar olhando
para trás e procurando onde estão os líderes do passado.

A dinâmica da luta de classes vai forjar novas lideranças e novas formas de
organização também.

Sul21: Na tua opinião, há um avanço de ideias e valores conservadores no Brasil,
de uma direita mais orgânica e extremada, ou é muita fumaça o que está
aparecendo nas ruas?

João Pedro Stédile: Eu acho que é muita fumaça. Nas raízes do povo brasileiro há
energias muito saudáveis. O povo brasileiro é solidário, trabalhador e digno.
Agora, essa fumaça é resultado da hegemonia ideológica da burguesia nos meios de
comunicação. A Globo é a principal responsável pela projeção desses falsos
valores, desse negativismo que afirma que todo mundo é corrupto. Ela projeta
essas ideias e valores todos os dias, em suas novelas, em seus noticiários. Aí
devemos buscar a causa dessa fumaça que esconde a realidade. E nós não temos
meios de comunicação de massa alternativos. Ficamos lutando em trincheiras, com
uma página aqui, um boletim ali. Não temos um meio de comunicação nacional que
consiga fazer esse debate com a sociedade. O que está faltando na sociedade
brasileira é debate sobre os seus problemas e suas possíveis soluções.

Sul21: Neste momento, há vários grupos se reunindo e discutindo a necessidade de
formação de novas frentes de esquerda e de setores progressistas da sociedade.
Esses grupos vêm conversando entre si?

João Pedro Stédile: Do ponto do vista do diagnóstico, todo mundo está com a
mesma leitura, ou seja, que a crise é grave, complexa e vai demorar. Mas não há
unidade quanto às possíveis saídas. Não tem um programa. Como estão se movendo
as forças, acredito que teremos várias frentes. Nós estamos colocando energia na
construção de uma que já tem nome, a Frente Brasil Popular, que junta partidos
tradicionais, movimentos populares, a UNE, o Levante Popular da Juventude, as
pastorais, entre outras organizações. Nós vamos fazer uma conferência nacional
dia 5 de setembro em Belo Horizonte para ver se avançamos em nosso programa. Mas
acredito que outros grupos de esquerda vão formar outras frentes, alguns porque
tem uma vocação mais eleitoral e querem tirar proveito dessa crise do PT.

No entanto, não creio que uma frente de esquerda limitada em sua base social,
por mais clareza ideológica que tenha, consiga acumular força. Agora, mais do
que saber para onde tu tem que ir, é preciso ter força social acumulada. E, em
períodos de crise, para ter essa força social acumulada, é preciso contar com
todos os que querem mudanças, sem exclusão ideológica. No caso da Frente Brasil
Popular, o espectro de forças com que estamos trabalhando é quem votou na Dilma
no segundo turno, que não são poucos. Se conseguirmos aglutinar numa frente
cerca de 54 milhões de brasileiros, teremos uma força suficiente para
impulsionar mudanças dentro do governo e se preparar para o pós-Dilma.

Sul21: Uma última questão. Se fosse possível definir numa frase o principal
desafio que a esquerda brasileira tem hoje, qual seria ela na tua opinião?

João Pedro Stédile: Construir força popular organizada. A esquerda desaprendeu a
fazer trabalho de base, de conscientizar o povo, de fazer pequenas reuniões. Faz
20 anos, que a esquerda só pensa em eleição. Temos que parar um pouco de pensar
em eleição. Não que a eleição não seja importante. Claro que é importante, pois
faz parte da democracia. Nós temos feito bons diálogos com o Tarso (Genro) no
sentido de que a esquerda precisa recuperar mais o Gramsci. Como viveu num
momento de crise do movimento operário italiano, ele tem reflexões que são
apropriadas para o período que estamos vivendo. Entre as várias contribuições de
Gramsci, uma delas é essa visão de que na luta por mudanças sociais, a luta de
classes se manifesta em todos os espaços da vida social. Aparece numa rádio
comunitária, num sindicato, num bairro, numa igreja, num jornal, numa fábrica,
no comércio, numa praça. Todos são espaços de disputa. E nós, no passado
recente, reduzimos tudo isso à disputa eleitoral.

Precisamos preparar a classe trabalhadora para que ela possa disputar, com as
suas ideias, todos os espaços da vida social, pois tudo isso é poder político,
não só o governo. Para isso, precisamos também recuperar o trabalho de formação
de militantes, que a esquerda abandonou. Há uma juventude aí que está a ver
navios. A formação política é o casamento permanente entre luta de massas e
formação teórica. E a esquerda não fez nenhuma das duas coisas neste último
período. A luta de massa foi reduzida à eleição e a formação teórica foi
abandonada. Felizmente, a direita está recolocando em nossa pauta a importância
da luta de massa. Se não formos para a rua disputar com eles, eles vêm pra cima
de nós.

In
port.pravda.ru
http://port.pravda.ru/cplp/brasil/29-08-2015/39352-esquerda_eleicao-0/#
29/8/2015

terça-feira, 25 de agosto de 2015

Who Controls the Past Controls the Future: Why Does West Hate Stalin?





Who Controls the Past Controls the Future: Why Does West Hate Stalin?


Ekaterina Blinova

On August 23 Europe marked a so-called "European Day of Remembrance for Victims
of Stalinism and Nazism" coinciding with the date of the signing of the
Molotov-Ribbentrop Pact; one of the purposes of this "day of remembrance" is to
equate Stalin with Hitler, the USSR with Nazi Germany, Professor Grover Carr
Furr told Sputnik.

By attacking and stigmatizing the Soviet past the US and its NATO allies are
targeting today's Russia and its leadership that is unwilling to bow before the
West; anyway, the USSR never did anything remotely comparable to what major
Western countries did in the last century — the US and NATO have been by far the
most aggressive and murderous power in the world since WW2, US expert in Soviet
history Professor Grover Carr Furr of Montclair State University told Sputnik.

Illogical as it may seem, despite the fact that the USSR collapsed decades ago
the Western propaganda machine continues to vilify Soviet Russia; first
British-American historian Robert Conquest and later American scholar Timothy
Snyder have contributed a lot to the anti-Soviet and anti-Russian propaganda
campaign.

"Why [there is] so much anti-Stalin and anti-communism? Anti-communism because
communism is the antithesis to capitalism. And anti-Stalin because the Stalin
period in the USSR was the period when the world Communist movement did so much
that was good. Also, anti-Stalinism and anticommunism because of the huge
atrocities of capitalism and imperialism in the 20th century, which continue
today," Professor Furr emphasized.

Cold War: Western Historians on Intelligence Service

The professor pointed out that historian Robert Conquest (the author of "The
Great Terror: Stalin's Purges of the 1930s" who passed away on August 3, 2015)
had been working for the British Information Research Department (IRD) since its
establishment and up to 1956. The IRD, originally called the Communist
Information Bureau, was founded in 1947, when the Cold War era began.

"[The IRD's'] main task was to combat Communist influence throughout the world
by planting stories among politicians, journalists and others in a position to
influence public opinion," Professor Furr explained.

Conquest's work was to contribute to the so-called "black history" of the Soviet
Union, the professor noted, "in other words, fake stories put out as fact and
distributed among journalists and others able to influence public opinion."

"His book The Great Terror, a basic anti-communist text on the subject of the
power struggle that took place in the Soviet Union in 1937, was in fact a
recompilation of text he had written when working for the secret services. The
book was finished and published with the help of the IRD. A third of the
publication run was bought by the Praeger Press, normally associated with the
publication of literature originating from CIA sources," Professor Furr pointed
out.

The professor remarked that to our days Conquest remains one of the most
important sources of material on the Soviet Union for anti-communist and
Russophobic historians.

The propagandist activity, masquerading as scholarship, was aimed against the
USSR and coordinated by US/British intelligence.

Furr noted that Conquest periodically met with heavy criticism from prominent
Western scholars, which blasted him for "consciously falsifying information"
about the Soviet Union. In fact Conquest just used any source that was hostile
to Stalin and the USSR, turning a blind eye to the fact whether it was reliable
or not.

Needless to say that British-American historian Robert Conquest has lots of
"followers," especially today, when Western-Russian relations have deteriorated
tremendously. The blatant falsification of history used as a traditional Cold
War tool has caught a second wind.

"He who controls the past controls the future. He who controls the present
controls the past," as George Orwell wrote in his famous book "1984."

Unsurprisingly though, the Western historical discourse is currently flooded
with politicized myths about the USSR and Joseph Stalin.

One of those who contribute a lot to the blackening of Soviet Russia is Timothy
Snyder, the Housum Professor of History at Yale and author of Bloodlands. Like
Conquest, he is a celebrated Western author praised by both American right-wing
and liberal sources.

While attacking Stalin, Snyder is trying to convince his readers that Hitler was
no worse but in some sense "less evil" than the Soviet leader. Snyder goes even
so far as to suggest that "in order to carry out the murder of the Jews [the
Holocaust],… Adolf Hitler depended on Joseph Stalin [and his methods]," as
Professor David A. Bell remarked in his recent review of Snyder's "Black Earth"
for the National Interest.

Remarkably, Snyder is largely following in the footsteps of Conquest — his
narrative is based on controversial sources, rumors, semi-truths always hostile
to the USSR, as Professor Furr exposed in his book "Blood Lies: The Evidence
that Every Accusation Against Joseph Stalin and the Soviet Union in Timothy
Snyder's Bloodlands Is False."

Molotov-Ribbentrop Pact: Truth and Lies

Untold Story of Molotov-Ribbentrop Pact: Why USSR Inked Non-Aggression Treaty
With Hitler
The story of the 1939 Molotov-Ribbentrop Pact narrated by Snyder and other
anti-communist historians is also full of incorrect assumptions.

"They say that in the treaty 'the Soviet Union and Nazi Germany agreed to divide
astern Europe between themselves.' This is false. The treaty, in a secret
clause, marked all of Eastern Poland as the 'Soviet sphere of influence.' This
meant that when the German army defeated the Polish army, (a) the German army
would have to withdraw from Eastern Poland, remaining hundreds of miles away
from the pre-1939 Soviet border; (b) Poland would remain in existence, and
hopefully be willing to ally with the USSR against Hitler," Professor Furr
stressed.

Furr pointed out that the USSR had been trying hard to get Poland, the UK and
France to agree to "collective security," that would oblige each country to
declare war on Germany if Hitler attacked Poland. Alas, Warsaw and London
refused to conclude any such treaty.

"The 'Munich Accords' of October 1938, where the UK and France had given Hitler
a large part of Czechoslovakia (later they also gave Hitler all the Czech gold
reserves too) had proven that the capitalists wanted Hitler to attack the USSR.
The anti-communist and anti-Semitic Polish government also snatched a piece of
Czechoslovakia at this time," Grover Furr emphasized.

In September 1939 the German army occupied Poland and the Polish government fled
the country to Romania. When there is no government, there is no state.

"Hitler's men told the Soviets they were ready to permit a pro-Nazi,
anti-communist Ukrainian state in the former Eastern Poland. So the Soviets had
no choice but to occupy Eastern Poland. 'Eastern Poland' was not really Polish
anyway. It had been seized by force from Soviet Russia by imperialists in 1921.
Most of the population was Ukrainian, Belorussian, and Jewish," the professor
underscored.

Professor Furr stressed that the significance of the Molotov-Ribbentrop Pact is
enormous: it helped to save the USSR, and therefore all Europe, from Hitler's
domination:

"If the German army had been able to start their attack 300 miles closer [to the
Soviet border] the Nazi hordes would have taken Moscow. If Hitler had conquered
the USSR he would have had the immense material and human resources of this
gigantic country to turn against England. Hitler had already conquered almost
all of Europe," he emphasized.

So why do Snyder and his associates refuse to admit it?

By Attacking USSR West Targeting Today's Russia


Post WW2 World Order: US Planned to Wipe USSR Out by Massive Nuclear Strike
Professor Furr elaborates that mainstream western "experts" are not interested
in finding out the truth.

"Conquest was, and Snyder is, a propagandist. I call their work "propaganda with
footnotes." The footnotes and scholarly apparatus are necessary to fool the
media and those intellectuals who will help to propagate their anti-Stalin and
anti-communist lies," he told Sputnik.

"Snyder's aim — and it is not only he, by a long shot, there are many others —
is to equate Stalin with Hitler, the USSR with Nazi Germany, and communism with
Nazism. That is also the purpose of this "day of remembrance" of August 23, and
the position taken by the Polish, Ukrainian, Hungarian, and other far-right
governments," Furr underscored.

"I try to point out at the end of "Blood Lies: The Evidence that Every
Accusation Against Joseph Stalin and the Soviet Union in Timothy Snyder's
Bloodlands Is False," with some help from Prof. Domenico Losurdo, that it is
accurate to compare Churchill with Hitler, or Daladier, or Chamberlain, but not
Stalin. The USSR was as different from Nazism as could be, while Hitler and the
Nazis were quite popular with Western politicians," he added.


President Ronald Reagan meets in the White House Oval Office with conservative
leaders of Washington's national defense establishment. (File)

But why is Washington so anti-Russian?

The professor explained that unlike Gorbachev or Yeltsin, President Putin does
not bow before Washington and NATO, adding that the US' capitalist competition
will inevitably lead to imperialist competition and war.

"In my experience — limited, I admit — there is a lot of naivete about US
foreign police. The USA has been by far the most aggressive and murderous power
in the world since WW2, and it continues to be. Military bases in well over 100
countries, the largest military machine in the world by far. We should not be
naive. No country builds such a military without intent to use it. So they are
preparing for the next war," Professor Furr told Sputnik.

"My point is this: the USSR and world communist movement never did anything
remotely comparable to what the capitalists and imperialists did in the last
century. And this is unacceptable [for capitalists]. They must show communism
and Stalin to be worse than, not better than, what the capitalists and
imperialists were doing. Lying is the only way," Professor Grover Furr
concluded.

In
Sputnik
http://sputniknews.com/politics/20150825/1026165590/why-does-west-hate-stalin.html
25/8/2015

segunda-feira, 24 de agosto de 2015

A era das guerras imperiais

Das guerras regionais, às "mudança de regime" e à guerra global

por James Petras

O ano de 2015 está a ser vivido em meio a grandes perigos.

As guerras estão a propagar-se por todo o globo.

As guerras estão a escalar quando novos países são bombardeados e os
velhos são devastados com intensidade cada vez maior.

Países onde se haviam verificado mudanças relativamente pacíficas através
de eleições recentes estão agora à beira de guerras civis.

Trata-se de guerras sem vitoriosos, mas plenas de perdedores; guerras que
não acabam; guerras onde ocupações imperiais são confrontadas com
resistência prolongada.

Há infindáveis torrentes de refugiados de guerra a atravessarem
fronteiras. Pessoas desesperadas são detidas, degradadas e criminalizadas
por serem os sobreviventes e as vítimas de invasões imperiais.

Agora grandes potências nucleares confrontam-se directamente na Europa e
na Ásia: NATO versus Rússia, EUA-Japão versus China. Será que estes
fluxos de sangue e de guerras convergirão numa irradiação selvagem
esvaziada do seu precioso sangue vital?

A viver perigosamente: A ascensão da maré de conflitos violentos

Não há dúvida de que guerras e ameaças militares substituíram a
diplomacia, negociações e eleições democráticas como os meios principais
de resolução de conflitos políticos. Ao longo deste ano (2015) as guerras
propagaram-se ultrapassando fronteiras e escalaram em intensidade.

Os aliados da NATO, EUA, Turquia e UE atacaram abertamente a Síria com
incursões aéreas e tropas terrestres. Há planos para ocupar o sector
Norte daquele país devastado, criando o que o regime Erdogan chama uma
"zona amortecedora" ("buffer zone") com limpeza do seu povo e das suas
aldeias.

Sob o pretexto de "combater o ISIS", o governo turco está a bombardear os
curdos (civis e combatentes da resistência) e seus aliados sírios. Na
fronteira Sul da Síria, Forças Especiais dos EUA aceleraram e expandiram
operações a partir das suas bases na Jordânia no interesse dos terroristas
mercenários – financiados pelos Estados monárquicos do Golfo.

Mais de 4 milhões de sírios tiveram de fugir dos seus lares e tornaram-se
refugiados, mais de 200 mil foram mortos desde que a guerra patrocinada
pelos EUA-UE-Turquia-Arábia Saudita contra o governo laico sírio foi
lançada há quatro anos atrás.

Dúzias de terroristas, mercenários e grupos sectários dilaceraram a Síria
em feudos rivais, pilharam seus recursos económicos e culturais e
reduziram a economia em mais de 90 por cento.

A intervenção militar EUA-UE-Turquia estende a guerra ao Iraque, ao
Líbano e... à Turquia – atacando governos laicos, grupos étnicos
minoritários e a sociedade civil laica.

As monarquias feudais da Arábia Saudita e da União dos Emirados Árabes
invadiram o Iémen com tanques, lançaram ataques aéreos contra um país sem
quais defesas anti-aéreas. Grandes cidades são devastadas. Tropas
terrestres sauditas e veículos blindados estão a matar e ferir milhares de
pessoas – principalmente civis. O brutal bloqueio aéreo e marítimo saudita
aos portos do Iémen levou a uma crise humanitária, pois dezenas de milhões
de iemenitas enfrentam a fome imposta deliberadamente por uma grotesca e
obscena monarquia rica.

Os combatentes da resistência iemenita, expulsos das principais cidades,
estão a preparar-se para uma guerra de guerrilha contra os monstros
sauditas e seus fantoches. Sua resistência já se estende por cima das
fronteiras da ditadura absolutista saudita.

As brutais tropas israelenses de ocupação, em colaboração com
"povoadores" armados colonialistas, aceleraram sua violenta captura de
terras palestinas. Eles avançaram a limpeza étnica de habitantes
palestinos, beduínos, drusos e cristãos substituindo suas comunidades por
colonatos racistas "só de judeus".

Assaltos diários contra os enormes "campos de concentração" de Gaza
acompanham um bloqueio armado da terra, do ar e da água, impedindo a
reconstrução das dezenas de milhares de lares, escolas, hospital, fábrica
e infraestrutura destruídos no ano passado pela guerra relâmpago
israelense.

A contínua anexação e a limpeza étnica israelenses de território
palestino eliminam qualquer processo diplomático; guerras coloniais têm
sido e continuam a ser a política preferencial de Israel ao tratar com
seus vizinhos árabes e populações cativas.

Guerras na África, resultantes de anteriores intervenções dos EUA-UE,
continuam a devastar o continente. A Somália, o Sudão e a Líbia são
dilacerados por conflitos sangrentos entre regime apoiados pelos EUA-UE e
movimentos armados islâmicos e de resistência nacionalista.

Por toda a África do Norte e subsaariana, regimes apoiados pelos EUA-UE
provocaram levantamentos armados na Líbia, Nigéria (Boko Harem), Egipto
(ISIS, Fraternidade Muçulmana et al:), Chat, Níger, Sudão do Sul, Somália
e outros lugares.

Ditadores de clientes imperiais egípcios e etíopes dominam com mãos de
ferro – financiados e armados pelos patrocinadores da UE e dos EUA.

Furiosas guerras imperiais por todo o Médio Oriente e Sul da Ásia.
Centenas de experientes oficiais militares iraquianos baathistas, que
foram expulsos ou encarcerados e torturados pelo exército de ocupação
estado-unidense, fizeram agora causa comum com combatentes islâmicos para
constituir o ISIS e efectivamente ocupar um terço do Iraque e uma porção
estratégica da Síria.

Há explosões diárias de bombas em Bagdad, minando este cliente dos EUA.
Avanços estratégicos do ISIS estão a forçar os EUA a retomar e escalar seu
papel de combate directo.

O recuso dos EUA-Bagdad e a derrota dos militares iraquianos treinados
pelos EUA face à ofensiva baathista-islamista é a abertura de uma guerra a
longo prazo e em grande escala no Iraque e na Síria. A guerra aérea turca
contra os curdos no Iraque escalará a guerra no Norte do Iraque e a
estenderá ao Sudeste da Turquia.

Mais perto de "casa", o golpe apoiado pela UE-EUA em Kiev ("mudança de
regime" e a tentativa de impor o domínio oligárquico e ditatorial
favorável ao Ocidente na Ucrânia detonaram uma prolongada guerra
civil-nacional que devasta o país e contrapõe proxies da NATO contra
aliados apoiados pela Rússia no Donbas.

Os EUA, Inglaterra, Polónia e outras potências da NATO estão
profundamente comprometidos a empurrarem a guerra até as fronteiras da
Rússia.

Há uma nova Guerra-fria, com a imposição de sanções económicas de grande
amplitude dos EUA-UE contra a Rússia e a organização de grandes exercícios
militares da NATO às portas da Rússia. Não é de surpreender que estas
provocações deparem-se com uma grande contra-resposta – a acumulação de
forças militares russas. A captura do poder na Ucrânia pela NATO, a qual
primeiro levou a uma guerra local étnica, agora escala para uma
confrontação global e pode avançar rumo a uma confrontação nuclear no
momento em que a Rússia absorve centenas de milhares de refugiados da
carnificina na Ucrânia.

O regime fantoche dos EUA no Afeganistão tem confrontado um grande avanço
do Talibã em todas as regiões, incluindo a capital, Cabul.

A guerra afegã está a intensificar-se e o regime de Cabul apoiado pelos
EUA está em retirada. As tropas estado-unidenses mal podem avançar para
além dos seus bunkers.

No momento dos avanços militares dos Talibãs, seus líderes pedem a
rendição total dos fantoches de Cabul e a retirada das tropas dos EUA. A
resposta dos EUA será uma prolongada escalada da guerra.

O Paquistão, eriçado com armas estado-unidenses, enfrenta um grande
conflito junto às suas fronteiras com a Índia e uma guerra permanente nos
seus semi-autónomos estados do Noroeste fronteiriços com movimentos de
guerrilha islamistas e de etnia pachtun apoiados por partidos políticos
regionais de massa. Estes partidos exercem controle de facto sobre a
região Noroeste proporcionando santuário e armas para militares Talibãs
que operam no Afeganistão e no Paquistão.

Conflitos armados étnico-religiosos persistem na China ocidental, na
Birmânia e no Norte da Índia. Há movimentos populares de resistência em
grande escala no militante Nordeste da Tailândia que se opõem à actual
ditadura militar-monárquica em Bangkok.

No século XXI, no Sul e Sudeste da Ásia, tal como no resto do mundo,
guerras e conflitos armados tornaram-se centrais na resolução de
diferenças étnicas, sociais, tribais e regionais com estados centrais:
diplomacia e eleições democráticas foram tornadas obsoletas e
ineficientes.

América Latina – à beira

Explosivos movimentos violentos da direita extra-parlamentar tencionam
derrubar ou "impedir" governos eleitos latino-americanos de
centro-esquerda através de grandes confrontações com o estado e a massa
dos seus apoiantes.

No Equador, Venezuela e Brasil, grupos de oposição apoiados pelos EUA
estão empenhados em manifestações violentas, destinadas a derrubar os
regimes eleitos. No caso do Equador, "sectores populares", incluindo
alguns líderes indígenas e sectores do movimento sindical, apelaram a um
"levantamento" para o derrube do Presidente Correa. Eles parecem
inconscientes do facto de que os oligarcas da extrema-direita que agora
controlam postos chave nas três principais cidades (Guaiaquil, Quito e
Cuenca) serão os beneficiários reais dos seus "levantamentos".

A Direita ressurgente encara a "mudança de regime" violenta como o
primeiro passo rumo à "liquidação total" de uma década de reformas
sociais, organizações regionais independentes e política externa
independente.

"Guerra civil" pode ser uma expressão demasiado forte para a situação na
América Latina neste momento – mas esta é a direcção para a qual a
oposição apoiada pelos EUA está a apontar. Confrontados com a confusão e
dificuldade em desalojar regimes em vigor através de eleições, os EUA e
seus proxies locais optaram pela coreografia da violência de rua,
sabotagem, lei marcial e golpes – a serem seguidos por eleições
desinfectadas – com candidatos examinados pelos EUA.

Guerra e violência correm desenfreadas por todo o México e na maior parte
da América Central. Nas Honduras, um golpe militar apoiado pelos EUA
derrubou o independente Presidente Zelaya eleito pelo voto popular. O
regime proxy dos EUA que se seguiu tem assassinado e encarcerado centenas
de dissidentes pró democracia e conduzido milhares a fugirem à violência.

Os "Acordos de Paz" negociados na década de 1990 pelos EUA em El Salvador
e na Guatemala efectivamente bloquearam qualquer reforma agrária e
redistribuição de rendimento que pudessem ter levado à reconstrução das
suas sociedades civis. Isto levou a mais de duas décadas de insatisfação
em massa, à ascensão de gangs armadas cujo número ultrapassa os 100 mil
membros e uma média de seis a dez milhares de homicídios por ano com El
Salvador a tornar-se a "capital do crime do hemisfério" em termos per
capita. O número de assassinatos anuais sob os "Acordos de Paz"
intermediados pelos EUA agora excede o número de mortos a cada ano durante
a guerra civil.

A "capital da carnificina" real do hemisfério é o México. Mais de 100 mil
pessoas foram assassinados durante a "guerra às drogas" apoiada pelos EUA
que perdura há uma década – uma guerra que se tornou uma guerra
patrocinada pelo estado contra o povo mexicano.

A guerra interna tem permitido ao governo mexicano privatizar e vender as
jóias da coroa da economia nacional – a indústria petrolífera. Enquanto
milhares de mexicanos são aterrorizados e massacrados, as companhias de
petróleo dos EUA e da UE estão curiosamente blindadas em relação aos
senhores da guerra. O mesmo governo mexicano, sua polícia, oficiais e
militares, que colaboram com os senhores da droga na divisão dos milhares
de milhões de dólares da droga, protegem as companhias petrolíferas e seus
executivos. Afinal de contas, os narco-dólares são lavados por bancos em
Nova York, Miami, Los Angeles e Londres para ajudar a alimentar a
especulação!

Das guerras regionais à nuclear

Guerras regionais e locais propagam-se sob a sombra de uma guerra mundial
que assoma. Os EUA movem suas armas, aviões, bases e operações para as
fronteiras russa e chinesa.

Nunca tantas tropas e aviões de guerra estado-unidenses foram colocados
em tantas localizações estratégicas, muitas vezes a menos de uma hora de
viagem de grandes cidades russas.

Nem mesmo durante as alturas da Guerra-fria os EUA impuseram tantas
sanções económicas contra empresas russas.

Na Ásia, Washington está a organizar grandes tratados comerciais,
militares e diplomáticos destinados a excluir e minar o crescimento da
China como competidor comercial. Washington empenha-se em actividades
provocatórias comparáveis ao boicote e bloqueio do Japão que levou à
Segunda Guerra Mundial na Ásia.

A abertura da "guerra por intermediários" ("warfare by proxy") na
Ucrânia é talvez o tiro de partida da Terceira Guerra Mundial na Europa. O
golpe patrocinado pelos EUA-UE em Kiev levou à anexação da Ucrânia
Ocidental. Em resposta à ameaça de violência para com a maioria de etnia
russa na Crimeia e a perda da sua base naval estratégica no Mar Negro, a
Rússia anexou a Crimeia.

No período que antecedeu a Segunda Guerra Mundial, a Alemanha anexou a
Áustria. De maneira semelhante dos EUA-UE instalaram um regime fantoche
em Kiev através de um putsch violento, o qual faz parte dos seus passos
iniciais rumo a tomadas de poder na Ásia Central. A acumulação militar
inclui a instalação de grandes bases militares avançadas, com carácter
ofensivo, na Polónia.

O regime de direita recém-eleito em Varsóvia, do presidente Andrzej Duda,
pediu que a Polónia se tornasse a base de operações militares central da
NATO e a linha de frente numa guerra contra a Rússia.

Guerra e mais guerra e as torrentes de refugiados que nunca acabam

As guerras imperiais dos EUA e da UE devastaram as vidas e condições de
sustento de milhões de pessoas no Sul da Ásia, na África do Norte e ao Sul
do Saara, na América Central, no México, no Balcãs e agora na Ucrânia.

Quatro milhões de refugiados sírios juntaram-se aos milhões de refugiados
afegãos, paquistaneses, iraquianos, iemenitas, somalis, líbios, palestinos
e sudaneses que fogem das bombas dos EUA-UE, dos drones e de mercenários
ao seu serviços que devastam seus países.

Milhões de refugiados de guerra escapam rumo à segurança na Europa
Ocidental, juntando-se aos milhões de refugiados económicos que fugiram
da privação do mercado livre na Lituânia, Letónia, Estónia, Bulgária,
Roménia, Polónia, Balcãs e outros satélites da UE.

Começa o pânico entre a população civil da Europa Ocidental quando
centenas de milhares cruzam o Mediterrâneo, o Egeu e os Balcãs.

Multidões de refugiados perecem a cada dia. Dezenas de milhares
apinham-se em centros de detenção. Os mercados de trabalho locais estão
saturados. Os serviços sociais são esmagados.

Os EUA constroem muralhas e campos de detenção para os milhões que tentam
escapar às duras consequências dos mercados livres centralizados pelo
império no México, ao narco-terror e ao "acordo de paz" fraudulento que
induz violência na América Central.

Quando as guerras ocidentais avançam, os refugiados desesperados
multiplicam-se. Os pobres e indigentes escalam os portões imperiais a
gritarem: "Vossas bombas e vossa destruição das nossa terras
conduziram-nos aqui, agora deveis tratar connosco na vossa pátria ".

Fomentar a guerra de classe entre os refugiados e os "nativos" no
Ocidente imperial pode não estar na agenda ... por agora, mas o futuro da
sociedade "civil" na Europa e nos EUA é negro.

Enquanto isso, mais e mesmo maiores guerras estão no horizonte e milhões
de civis adicionais serão desenraizados e enfrentarão a escolha de morrer
de fome, fugir com suas famílias ou combater o império. As fileiras de
combatentes experientes e enfurecidos estão a inchar no Afeganistão,
Iraque, Líbia, Iémen, Ucrânia e alhures.

Os EUA e a UE estão a tornar-se fortalezas armadas. A polícia
estado-unidense trata a cidadania marginalizada como um exército
ocupante, assaltando afro-americanos, imigrantes e dissidentes – enquanto
saqueia comunidades pobres ... e protege os ricos...

Conclusão

A guerra está por toda parte e a expandir-se. Nenhum continente ou
região, grande ou pequeno, está livre do contágio da guerra.

Guerras imperiais geraram guerras locais ... ateando fugas em massa num
ciclo que nunca acaba. Não há histórias diplomáticas com êxito real! Não
há acordos de paz duradouros e viáveis!

Alguns sabichões podem protestar contra esta análise: Eles apontam a
recente aproximação EUA-Cuba como um "êxito". Mas convenientemente
esquecem que os EUA ainda estão a subverter o maior parceiro comercial de
Cuba , a Venezuela; que os principais proxies regionais de Washington
estão a pedir mudança de regime entre aliados de Cuba no Equador, Brasil
e Bolívia e que Washington está a ameaçar cada vez mais mercados
alternativos de Cuba na Rússia e na China. A visão da bandeira
estado-unidense a flutuar ao vento do lado de fora da sua embaixada em
Havana pouco faz para encobrir o punho de ferro de Washington que ameaça
aliados de Cuba.

Outros mencionam o acordo de paz EUA-Irão como um grande "êxito". Eles
ignoram que os EUA estão a apoiar a sangrenta invasão saudita do vizinho
Iémen e o massacre de comunidades xiitas; que os EUA proporcionaram a
Israel um mapa pormenorizando todo o sistema de defesa do Irão e que o EUA
e a UE estão a bombardear o aliado sírio do Irão sem piedade.

Quanto aos acordos dos EUA com Cuba e o Irão, serão eles duradouros e
estratégicos ou apenas movimentos tácticos imperiais que preparam para
assaltos ainda maiores?

A epidemia da guerra não está a retroceder.

Refugiados de guerras estão ainda a fugir; eles já não têm lares ou
comunidades.

A desordem e a destruição estão em aumento, não em diminuição; não há
reconstrução para sociedades estilhaçadas, nem em Gaza, nem Faluja, nem no
Donbas, nem em Guerrero, nem em Aleppo.

A Europa sente os tremores de uma grande conflagração.

Há americanos que ainda acreditam que dois oceanos os protegerão.
Dizem-lhes que colocar mísseis da NATO nas fronteiras da Rússia e
estacionar navios de guerra ao largo das costas da China e construir
muralhas electrificadas com arame farpado ao longo do Rio Grande os
protegerão. Tal é a sua fé nos seus líderes e propagandistas.

Que pacote de mentiras! Mísseis inter-continentais podem "chover" sobre
Nova York, Washington e Los Angeles.

É tempo de acordar!

É tempo de travar a impetuosa corrida dos EUA-UE para a III Guerra
Mundial!

Onde começar? A Líbia foi irreversivelmente destruída; é demasiado tarde
ali! A Síria, Iraque e Afeganistão estão em chamas. Estamos a ser
mergulhados cada vez mais profundamente na guerra enquanto nos dizem que
estamos retirar! A Ucrânia absorve mais armas e mais tropas!

Podemos realmente ter paz com o Irão se não pudermos controlar nosso
próprio governo quando ele dança ao ritmo israelense? E Israel insiste na
guerra – que nós travemos a guerra para eles! Como o criminoso de guerra
general e primeiro-ministro Ariel Sharon certa vez disse a alguns
preocupados americanos sionistas: "Perturbação com os EUA? Nós os levamos
pelo nariz...!"

Olhe simplesmente para as famílias aterrorizadas que fogem da carnificina
no Médio Oriente ou no México.

O que fazer?

Quando eliminaremos nossas baixas e nos livraremos dos grilhões destes
fabricantes de guerra – estrangeiros e internos?


22/Agosto/2015

Ver também:
"Os EUA financiam a imigração maciça para a Europa"
Guerras híbridas, novo instrumento dos EUA

O original encontra-se em
www.globalresearch.ca/the-age-of-imperial-wars/5470957


In
RESISTIR.INFO
http://resistir.info/petras/petras_22ago15.html
24/8/2015

sábado, 22 de agosto de 2015

El ciudadanismo o la ideología difusa de la ciudadanía






Mario Domínguez Sánchez



El propósito de escribir sobre o contra la ciudadanía no es ofrecer
recetas directas para actuar identificando con claridad una ideología para
salirse de ella, ni tampoco se trata de fijar una forma contemplativa y
desesperada que invite a la inacción. Estamos además en presencia de un
paradigma explicativo débil, hecho de pequeños conceptos o nociones que
tratan de conjugar aspectos contradictorios, máxime cuando se trata de
buscar las conexiones del yo a lo social y a lo político. También cabe
insistir en la ambivalencia de los conceptos analizados: los dispositivos
ideológicos y políticos desplegados sirven, han servido, a la vez de
mecanismos de liberación y de captura. No hay una praxis de superación y
quizá por ello existen motivos para insistir en la necesaria autonomía de
la teoría. Si no estuviera permitido pensar ni decir más que aquello que
se puede traducir en una forma de acción práctica no sería posible
formular ni un pensamiento radical (por aquello de que va a las raíces de
las cosas), ni subversivo (esto es, que calcula las leyes que funcionan
por debajo de lo visible). La crítica no se puede cambiar a toda prisa en
moneda política (como sucede en cierta medida con las teorías de la
multitud o de los comunes) ni admite una aplicación a la vida personal de
cada uno/a. Por todo ello, pensar la ruptura de las categorías
fundamentales de la socialización capitalista trata siempre de imaginar
más allá de las propuestas que buscan mejorar el presente sin cambiar nada
y de las cuales el ciudadanismo es un buen ejemplo.

1. Nuevos actores y repertorios de la acción colectiva

La emergencia de nuevos sujetos colectivos, movimientos sociales,
repertorios de acción colectiva y generación de identidades comunitarias
detectables en un nuevo espacio de relación e interacción social se ha
venido produciendo como consecuencia no tanto de un desarrollo tecnológico
sino gracias a la “invención” de una nueva clase de política que hunde sus
raíces en las crisis de 1968. Dicho con brevedad, si hay algo que
caracteriza estas transformaciones consiste en que a partir de finales de
los años sesenta del siglo pasado los expertos constatan la fusión de las
esferas política y no política de la vida social, no sólo a nivel de
manifestaciones globales sociopolíticas, sino también al nivel de los
ciudadanos como actores políticos primarios. Se desdibuja la línea
divisoria que divide los asuntos y comportamientos “políticos” de los
“privados”, por ejemplo, económicos o morales. Toda una serie de
analistas, en su mayor parte neoconservadores, han calificado este ciclo
como extremadamente viciado y peligroso; ciclo que produce una erosión de
la autoridad política e incluso de la capacidad de gobernar, la llamada
ingobernabilidad que se une a la crisis de legitimidad (Habermas, 1975).
En el bando contrario han saludado este proceso como una profundización en
los sistemas democráticos o una especie de “segunda ciudadanía” por cuanto
supone de mayor participación y despliegue de virtudes cívicas. Tal
diagnóstico se apoya en al menos tres fenómenos distintos (Offe, 1988):
El aumento de ideologías y de actitudes “participativas”, que lleva a la
ciudadanía a servirse cada vez más del repertorio de los derechos
democráticos existentes.
El uso creciente de formas no institucionales o no convencionales de
participación política.
Las exigencias y los conflictos políticos relacionados con cuestiones
que se solían considerar temas prepolíticos de carácter moral o bien
temas económicos más que estrictamente políticos.

No obstante, pese a su evidente oposición al contenido del proyecto
neoconservador, el enfoque político de los nuevos movimientos sociales
comparte con los defensores de ese ideal un planteamiento analítico
importante. Ambos parten de que no se pueden seguir resolviendo los
conflictos y las contradicciones de la sociedad industrial avanzada por
medio del estatismo, la regulación política e incluyendo más exigencias y
cuestiones en el temario de las autoridades burocráticas. Pero a
diferencia de los neoconservadores, los nuevos movimientos sociales tratan
de politizar las instituciones de la sociedad de forma no restringida por
los canales de las instituciones políticas representativo-burocráticas,
reconstituyendo así una socialidad que no dependa de una regulación,
control e intervención cada vez mayores. Para poderse emancipar de las
instituciones mediadoras del Estado, ha de politizarse la misma sociedad
civil —sus instituciones de trabajo, producción, distribución, relaciones
familiares— por medio de prácticas que se sitúan en una esfera intermedia
entre el quehacer y las preocupaciones “privadas”, por un lado, y las
actuaciones políticas institucionales, sancionadas por el Estado, por
otro.

La irrupción de estas redes e identidades colectivas novedosas han vuelto
obsoletas las estructuras asociativas previas (sindicatos, partidos),
hasta el punto de plantear la actual convivencia, que no superación, de
los paradigmas explicativos respecto a la movilización política. En
principio, aunque no es el espacio para ofrecer una definición sustantiva
del campo de la política, es posible especificar a partir de estos
denominados “nuevos movimientos de protesta” o de forma más genérica
“movimientos alternativos” la politización de una serie de cuestiones no
fácilmente codificables con el código binario del universo que subyacía a
la teoría política dominante hasta ese momento (las versiones liberal y
socialdemócrata) y para la cual puede categorizarse cualquier acción como
“privada” o “pública” (= política). Los nuevos movimientos reivindican
para sí un tipo de contenidos que no son ni “privados”, en el sentido de
que otros no se sientan legítimamente afectados, ni “públicos”, en el
sentido de que se les reconozca como objeto legítimo de las instituciones
y actores políticos oficiales; sino que son los resultados y los efectos
colaterales colectivamente “relevantes” de actuaciones privadas o
político-institucionales de las que sin embargo no pueden hacerse
responsables ni pedir cuentas por medios institucionales o legales
disponibles a sus actores. Por ello el campo de acción de los nuevos
movimientos es un espacio de política no institucional, cuya existencia no
está prevista en las doctrinas ni en la práctica de la democracia liberal
ni del Estado del bienestar de base socialdemócrata.

En tales movimientos, las redes que los activistas crean, tratar de
emerger como facilitadoras y no como centralizadoras. Por ello definen su
identidad como espacios democráticos de vinculación; en cuanto a su
autonomía les interesa no ser hegemonizados por grupos particulares, por
lo que rechazan los comités ejecutivos, direcciones, etc., y en su lugar
crean pequeñas coordinaciones que se relevan y que no pueden asumir la
representación de todos. El grupo de actores así movilizado se concibe a
sí mismo como una alianza de veto, ad hoc y a menudo monotemática, que
deja un amplio espacio para una ingente diversidad de legitimaciones y
creencias. Este modo de actuar enfatiza además el planteamiento de sus
exigencias como de principio y no negociables, lo que puede considerarse
tanto una virtud como una necesidad. En cualquier caso esta lógica apenas
permite desarrollar prácticas de negociación política ni tácticas
gradualistas ya experimentadas: los movimientos son incapaces de negociar
porque no tienen nada que ofrecer como contrapartida a las concesiones que
se les puedan hacer a sus exigencias.1

Finalmente en lo que respecta a los actores de los nuevos movimientos
sociales, lo que más llama la atención es que en su autoidentificación no
se refieren al código político establecido (izquierda/derecha,
liberal/conservador...) ni a los códigos socioeconómicos parcialmente
correspondientes (clase obrera/clase media, población rural/urbana). Más
bien se codifica el código político en categorías provenientes de los
planteamientos ad hoc, tales como género, edad, lugar, etc., o en el caso
de algunos movimientos ecologistas y pacifistas, el género humano en su
conjunto.

De las muchas consecuencias que ha podido traer consigo tal cambio nos
centraremos en una que cabe anticipar como esencial: el modo de
autocategorización resultante o la identificación que surge en las
condiciones de una “crisis de adolescencia” virtualmente permanente, es
decir, de un “desligamiento” continuo de los lazos que conectan los
individuos con colectividades estructurales o culturales. Así cuanto mayor
es la experiencia de contingencia, incertidumbre y movilidad de las
personas, experiencia a menudo involuntaria e impredecible, mayor es la
propensión a escoger parámetros “permanentes” de la identidad social como
focos de gestación de empeños políticos y de acción colectiva. Tal vez hay
que constatar en esto no tanto un antagonismo entre las dos
interpretaciones de lo político según los nuevos y viejos movimientos
sociales, sino una modesta correlación positiva entre la disposición a la
participación convencional y la inclinación hacia un comportamiento de
protesta. Se trata de una pertenencia múltiple y no contradictoria; y lo
mismo podemos decir del comportamiento: protesta no convencional y voto (a
un partido), o viceversa. Tal es la tensión entre ambos arquetipos
aplicados a las identidades colectivas y los movimientos sociales: la
modernidad anterior a 1968 homogeneiza, la posmodernidad heterogeneiza; la
modernidad juega con atracciones, la posmodernidad con atracciones y
repulsiones; la modernidad elimina al otro, la posmodernidad lo asimila.
Pues bien, a pesar de tal ambivalencia, si hay una identidad sociopolítica
que se ha convertido en el mínimo común que recorre en ambos sentidos los
espacios de ruptura entre nuevos y viejos movimientos, e incluso acapara
esa incertidumbre cuando se trata de buscar las conexiones del yo a lo
social y a lo político, es el concepto de ciudadano y su aplicación
política en la ciudadanía.

2. Ciudadanía y ciudadano

El término ciudadanía indica una forma de identidad sociopolítica que no
sin problemas (de anacronismo y de mantenimiento de una categoría con
visos de universalidad y transformable sólo en su apariencia externa) se
puede rastrear en épocas pretéritas. Los analistas conceden que serían
cinco las principales que se pueden experimentar (Heater, 2003) y se
encuentran en los sistemas feudal, monárquico, tiránico, nacional y
cívico. Cada una de estas formas nace de una relación que define a la
época e implica que el individuo ostenta un estatus, un sentimiento hacia
la relación y que se comporta de manera apropiada en ese contexto. Si
atendemos a las dos últimas, que lo son también en un sentido histórico,
se comprueba que en la ciudadanía nacional, cuando los individuos se
identifican con la nación, reconocen su condición de miembros de un grupo
cultural a través de la conciencia de las tradiciones y el apego a la
nación.2 En cambio, la ciudadanía cívica se define como la relación de un
individuo no con otro individuo (como era el caso del sistema monárquico,
por ejemplo) o con un grupo (como sucede con la nación) sino con la idea
de Estado. El objetivo prioritario de esta ciudadanía de ciudadanos por
tanto es el de crear vínculos entre todos los individuos con el Estado;
mientras la prioridad de la identidad nacional por su parte es la de crear
vínculos entre los individuos con su comunidad cultural, la cual viene por
lo común definida por su lengua y/o religión. La creencia decimonónica de
que los ciudadanos, como miembros de una nación, encarnaban ambas
identidades se ha demostrado por lo común como una falacia. Quiere ello
decir que la identidad cívica se consagra en los derechos otorgados por el
Estado a los ciudadanos individuales y en las obligaciones que éstos deben
cumplir. De ahí que la propia idea de ciudadanía cívica suponga por
definición un sentimiento de lealtad hacia el Estado y un sentido de la
responsabilidad respecto a sus deberes. Por todo ello se hace
imprescindible que los ciudadanos cuenten con la preparación necesaria
para este tipo de participación cívica.

Hay diversos modelos de este tipo de ciudadanía cívica. El más influyente
corresponde a Thomas H. Marshall, coautor de Ciudadanía y clase social
(1998, original 1949) quien plantea dos cuestiones importantes: 1) su
tesis de que la igualdad inherente a la ciudadanía puede ser compatible
con la desigualdad consustancial a la estructura de clases; 2) junto a
ello, identifica tres formas de ciudadanía y por tanto sus límites y
correlación con el Estado; a saber, civil (igualdad ante la ley), política
(igualdad de voto) y social (Estado del bienestar que permitía ejercer las
anteriores), formas que según este autor se desarrollaron históricamente
por ese orden en los siglos XVIII, XIX y XX respectivamente. Reconoce
también que los derechos sociales poseen una naturaleza distinta de los
civiles o políticos pues mientras estos últimos pueden definirse y
reconocerse con cierta precisión, los derechos sociales atañen a la
calidad de vida. Y no obstante son básicos para el disfrute efectivo de
los derechos civiles y políticos, pues la pobreza y la ignorancia merman
el deseo y la oportunidad de poder beneficiarse de ellos.

Peter Riesenberg (1992) sugiere por su parte dos modelos, siendo el
segundo a partir de la época de las revoluciones de finales del XVIII el
que transformó al mundo occidental desplazando la antigua y elitista
ciudadanía de la virtud por una ciudadanía más global, democrática y
nacional, centrada no ya en una conciencia moral e histórica (propia del
voto censitario) sino en el requisito de la lealtad. Otros autores han
inscrito a la primera ciudadanía en la tradición “cívica republicana” y a
la segunda en la “liberal”. El modelo de pensamiento clásico republicano
supone una ciudadanía formada por hombres (así, solo en masculino)
políticamente virtuosos y un modelo justo de gobierno con un Estado
constituido en “república” en el sentido de un gobierno constitucional, de
modo que la ciudadanía supondría ante todo obligaciones y virtud cívica.
La postura alternativa y liberal que surge a partir del siglo XIX sostiene
que el Estado existe para beneficio de sus ciudadanos y tiene la
obligación de garantizar la existencia y disfrute de ciertos derechos. La
diferencia parece clara: mientras la tradición republicana tiende a
contemplar la libertad como producto de leyes en las que han participado
los ciudadanos para ofrecérselas a sí mismos, el liberalismo ha tendido a
considerar la ley como un mal necesario que debería tratar de preservar en
lo posible la libertad natural de los individuos en tanto sea compatible
con la vida social.

La cosa se complica aún más, puesto que aunque la ciudadanía cívica (en su
versión tanto liberal como republicana) parecería predominar en la
actualidad sobre la ciudadanía nacional, sin embargo no sucede así. En
términos de estructura constitucional la mayor parte de las sociedades
occidentales han diseñado sistemas de gobierno de al menos dos niveles. En
Europa por ejemplo encontramos tres tipos diversos de constituciones
escalonadas, partiendo de lo que denominamos “ciudadanía estratificada”.
Estas constituciones escalonadas son: el federalismo como tal, la Unión
Europea -como un acuerdo sui generis- y la disposición denominada
transferencia de competencias. Estos sistemas permiten que el poder se
reparta entre los estratos superiores e inferiores con el objetivo de
combinar autoridad y toma de decisiones desde el poder central con una
identidad comunitaria para los Estados y provincias que lo componen. En
cualquier caso la realidad de una ciudadanía europea, tanto en la práctica
como en el sentimiento, no es más que una pálida sombra al lado de la
ciudadanía nacional. Ello explica que la ciudadanía constituya ante todo
un estatus legal sinónimo de nacionalidad en la nación-Estado
contemporánea. En pocas palabras, lo habitual en el ámbito europeo y
occidental es encontrarnos con una mezcla de modelos de ciudadanía cívica
y nacional, a la par que republicana y liberal.

Una de las cuestiones estriba en decidir si los derechos sociales se
otorgan como derechos, concesiones o a modo de cautela. Si un gobierno
concede voluntariamente a todos los ciudadanos derechos sociales
(incluyendo los económicos) como derechos inalienables, entonces se están
reconociendo como derechos de la ciudadanía. Si se otorgan únicamente como
concesiones para aliviar la dura situación de los más pobres, entonces
estamos hablando de beneficencia estatal. Si son entregados como medida de
prevención ante una posible agitación social, estamos ante un prudente a
la par que maquiavélico mantenimiento de la estabilidad social. La prueba
de la ciudadanía social radica, al menos al inicio, en el motivo del
Estado, si bien es cierto que una vez que se alcanza este compromiso puede
endurecerse hasta convertirse en un componente aceptado de la condición
ciudadana.

Por otra parte, muchos teóricos políticos y gobiernos están de acuerdo en
la necesidad de reforzar -forjar incluso- los lazos que unen y comprometen
al ciudadano tanto con el Estado como con otros ciudadanos, hasta el punto
de generar auténticas religiones cívicas.3 Una demanda básica de la idea
de ciudadanía reside en la más que probada y beneficiosa mezcla de
participación y abstinencia en los asuntos públicos para el mantenimiento
del statu quo político. Se han escuchado múltiples quejas que lamentan la
desilusión, alienación y apatía que despierta la participación en la vida
pública (Jowell y Park, 1998). La ciudadanía activa es necesaria para un
sistema bien ordenado y saludable, por lo que una acusada actitud negativa
resulta poco sana e incluso peligrosa para su reproducción. Pero al otro
lado del espectro de la apatía más fría se sitúa el fervor acalorado que
también debe ser prescrito. Por tanto, cómo animar a una ciudadanía pasiva
sin provocar una pasión descontrolada es un dilema para los teóricos,
incluso si en la práctica el fanatismo cívico del mundo contemporáneo esté
lo suficientemente alejado del nazismo o del de los Guardias rojos chinos.
La solución de esa tibieza activa requerida a la ciudadanía nacional a la
vez que cívica, con elementos tanto liberales como republicanos sería el
ciudadanismo.

3. El ciudadanismo como ideología

El concepto de “ciudadanismo” es en realidad un neologismo que traduce el
término inglés republicanism y que evita utilizar un vocablo como
“civilismo”, por sus referencias a la guerra civil. Coincide además con la
recuperación del concepto relativo a la ciudadanía activa (pero cuya
actividad sea tibia), a la “sociedad civil”, más identitario que político,
o al menos con esa identidad política antes mencionada. Así pues, y de un
modo operativo, entendemos en principio por ciudadanismo una ideología
difusa, asociada a un cierto conjunto de prácticas políticas y ampliamente
difundida cuyos rasgos principales son: 1) la oposición considerada
natural entre democracia y capitalismo, 2) el reforzamiento del Estado, 3)
la apelación al espacio público como escenario de su aparición, 4) la
reivindicación de los derechos como carta de presentación, 5) su vocación
participativa y pedagógica que se aúnan en la aspiración de aglutinar una
mayoría social, y por último, 6) el espectáculo integrado en que deviene
la conjunción de las anteriores características (véase Domínguez, 2010).

3.1. La oposición entre democracia y capitalismo

A pesar de su carácter difuso, el ciudadanismo comparte la creencia de que
la democracia en todas sus vertientes en especial las más republicanas
(participativas y directas) es capaz de oponerse al capitalismo de modo
que los ciudadanos constituyen entonces la base activa de esta política.
Por ello su principio activo propone un control ciudadano de las
instancias nacionales e internacionales, como si fuera el déficit de
democracia lo que produce la explotación capitalista. No se comparte la
idea de que, bajo la supuesta superestructura de la democracia “formal”,
se oculte la infraestructura de la explotación real. Pero a nuestro juicio
lo que siempre ha estado detrás del viejo y del nuevo orden democrático
(en sus diferentes variables), con sus libertades y derechos, no ha sido
otra cosa que el capitalismo: los derechos humanos, el Estado de derecho,
el conjunto de instituciones jurídicas y políticas que caracterizan esta
democracia constituyen todo ese tipo de aspectos que la definición cívica
de ciudadanía en general y la ideología ciudadanista en particular han
solido considerar como “conquistas universales”, a la vez que una muy
peculiar forma de libertad, las condiciones institucionales que hacen
posible la centralidad y universalidad del mercado y la “autorregulación”
de la esfera económica. Eso no significa que el capitalismo sea previo al
orden liberal democrático y lo determine, sino que el propio orden liberal
democrático es condición de existencia del capitalismo (véase Brown,
2009).

Nada de esta historia de reforzamiento mutuo entre democracia y
capitalismo importa. En vez de ello, el ciudadanismo se concentra
esencialmente alrededor de un deseo de democracia más directa,
“participativa”, de una democracia de “ciudadanos”; naturalmente no
proponen ningún modo de conseguirlo, y este deseo de democracia directa
acaba, como siempre, ante las urnas o en la abstención impotente. Pero
incluso en la asunción más participativa de la democracia, esta idea de
los ciudadanos como depositarios últimos de la soberanía sigue insistiendo
en la relevancia estratégica del individuo por lo que se mueve entre el
individualismo extremo y la masa. En efecto, ya indicábamos antes que los
términos de ciudadano y ciudadanía subrayan la individualidad de la
persona, la ausencia de cualquier aspecto colectivo, la desafección hacia
el interés de un conjunto mientras permanezca por encima del individuo. La
acción heroica del individuo consciente porque sí, sin relación alguna con
una adscripción colectiva se sigue de la complicidad de la masa o de su
versión posmoderna, la multitud. El analista decantado en favor de las
multitudes piensa sin dobleces que el número de manifestantes, de
seguidores en Internet o de mensajes basta para justificar sus
pretensiones políticas y lograr un efecto de palanca en las estructuras
sociales (Sampedro, 2005). Sin embargo, confiar en esta multitud es
inútil; despolitizada no es ni puede ser ningún sujeto político. Las masas
no quieren hacer política, quieren ser objeto de la política; no quieren
cambiar la sociedad, en todo caso quieren que alguien se ocupe de ellas;
por eso son masas. La referencia a la sociedad civil juega permanentemente
con la ambigüedad, pues se sustrae a la prohibición legal y al tabú que
pesa sobre toda actividad política, a la vez que impulsa una movilización
social; un ejemplo suficiente de ello es su rechazo sin ambages hacia la
violencia política en cualquiera de sus formas (incluida la autodefensa e
incluso en la desobediencia civil) y la afirmación de una no-violencia,
que tal y como se plantea asume el carácter pasivo como su atributo
esencial.

Esta democracia pretende ser el único sistema que acepta al ser humano tal
y como es, con sus diferencias y sus contradicciones; sistema que estaría
de acuerdo con una supuesta naturaleza humana, aunque sustituya a la
multiplicidad conflictiva que forma el tejido social de los antagonismos
configurados por la razón económica, a través de la única dimensión de la
representación política. Se le considerará ante todo como alguien que no
actúa, ni piensa ni desea a partir de sus raíces, sino desde este ideal
humano estandarizado, canjeable por (casi) cualquier otro y que elimina
toda referencia a la multiplicidad que le compone para reducirle a esta
imagen con la que debe identificarse.4 Como indica Marx (2004: 38,
original 1844), “el hombre real sólo es reconocido bajo la forma del
individuo egoísta, el verdadero hombre sólo bajo la forma del ciudadano
abstracto”. Todos los deseos contradictorios, opacos, no desplegables ni
comprensibles en un encasillado utilitarista lineal, se verán etiquetados
bajo la forma de deseos egoístas –etiqueta aceptable en la medida en que
se ajusta a la visión ideológica según la cual el ser humano se mueve por
intereses, que deben ser claros, enunciables y transparentes a la razón.
Por consiguiente, sólo en la medida en que este individuo configura y
reprime su multiplicidad, tendrá el derecho de ser un/a ciudadano/a, un
“igual”.

La propuesta de más democracia es pues de un posibilismo pragmático
equidistante de la socialdemocracia y del liberalismo, y conforma un
auténtico “centro radical”5 como espacio del nuevo tiempo y el nuevo
consenso. Dados los problemas de desafección de la política, la crisis de
la democracia representativa, la apreciación alarmada de que los partidos
“no funcionan como tendrían que funcionar” y el anhelo de la opinión
publicada (que no pública) de una política honesta (unidad perdida de la
moral y la política); dados todos esos problemas, decíamos, no sólo basta
con modificar el sistema de listas electorales, sino ante todo lograr una
mayor participación y por tanto implicación, gracias a la exigencia de
eficacia, coherencia y representatividad. De este modo nos podemos
encontrar en la literatura ciudadanista propuestas como las que siguen:

1. Se busca la participación activa en el sistema político o al menos que
cambie el sistema de participación democrática, bajo eslóganes como “la
ciudadanía está harta de que no se la tenga en cuenta”, e incluso que se
admita la inclusión de los movimientos sociales para alcanzar un
reforzamiento de las instituciones, del consenso y la legitimidad social
de las políticas, buscando en cierta forma la reforma de las culturas
políticas y técnicas. Se trata de una organización estructural que
canaliza las demandas de los movimientos sociales y de la acción colectiva
en forma de creación de foros, consejos, estructuras asociativas
consolidadas, etc.

2. Importancia del gobierno local en la búsqueda de la participación (aquí
se sitúan todas las teorías de la glocalización). Se trataría de
reformular el llamado “pacto del bienestar”, pero buscando no sólo la
información del ciudadano, sino la formación e integración a partir de
consejos consultivos, núcleos de intervención participativa y otras
asociaciones en forma de acción pública.

3. Alcanzar la vertebración de la sociedad frente a la pérdida de
autoridad y como legitimación de las democracias occidentales. También así
se cumplen las garantías de funcionamiento de las instituciones
tradicionales (cohesión e integración social, e incluso con carácter
cultural y nacional, por ejemplo en el caso de inmigrantes, jóvenes,
etc.).

4. Los movimientos sociales seleccionan y reducen la complejidad de las
demandas de la ciudadanía organizada y permiten su mejor solución. Es
digno de aprecio los artículos y libros que tratan sobre los instrumentos
participativos a desarrollar con sugerencias como el análisis
pormenorizado de las tres formas de articular la participación ciudadana:
a través del monólogo (few talk), del parloteo (many talk) y del diálogo
(some talk) (Font, 2001: 46).

5. Los agentes político-institucionales encauzan y transforman dichas
demandas en propuestas concretas en el Parlamento. Además pueden ofrecer
respuestas políticas de cambio real a tales inquietudes, formar a los
líderes, aportar los valores históricos y el conocimiento útil de la
experiencia en la gestión municipal y parlamentaria.

En definitiva, de lo que se trata es de aportar soluciones a los problemas
que se plantean al sistema político democrático, no de transformarlo. A
fin de cuentas la democracia, en cualquiera de sus versiones, instituye
ese lugar óptimo para la mediación entre sociedad y Estado –lo que
equivale a decir entre sociabilidad y ciudadanía–, organizado para que en
él puedan cobrar vida los principios democráticos que hacen posible el
libre flujo de iniciativas, juicios e ideas. En ese marco el conflicto
antagonista no puede percibirse sino como estridencia o mejor aún
patología. De ahí este absoluto incuestionado de la democracia, según el
cual ningún conflicto sería aceptable si cuestiona sus fundamentos.
Sistema que no tolera los conflictos más que a condición de que se
inserten en las normas. En las democracias modernas es cierto que este
absoluto se oculta gracias a la reivindicación asumida de la controversia,
de las opiniones divergentes o del respeto hacia el antagonismo de los
intereses. Salvo que estas controversias y divergencias no tengan el
derecho a existir en el marco de una normalización interior dentro del
sistema.

3.2. Reforzamiento del Estado y lo público

El Estado de derecho, a través del mecanismo de legitimación otorgado por
la defensa de los derechos y de la esfera protegida de lo público, puede
aparecer ante sectores sociales con intereses y objetivos incompatibles –y
al servicio de uno de los cuales existe y actúa– como ciertamente neutral,
encarnación de la posibilidad misma de elevarse por encima de los
enfrentamientos sociales o de arbitrarlos en un espacio de conciliación en
que las luchas sociales queden en suspenso y los segmentos enfrentados
declaren una especie de tregua ilimitada (véase Bartra, 1977). De este
modo, la combinación de democracia liberal, economía de mercado y Estado
de derecho se presenta como una suerte de fase final de la historia
humana. Terminada la guerra fría y con ello enterrada la lucha de clases,
el socialismo, el comunismo y todo lo que pudiera cuestionar el orden
social triunfante, los ideales ilustrados coincidentes con los valores del
pensamiento liberal clásico por fin podrían realizarse. Pero no se ha
reparado en una serie de implicaciones.

Ante todo que el Estado de derecho, esa creación histórica (del
liberalismo) y donde se ubica la actual democracia que se presenta a sí
misma como el único marco político compatible con los derechos humanos, es
al igual que los mismos “derechos humanos” inseparable del orden social
capitalista. Ambos son parte integrante de su marco institucional: el
dispositivo de gobierno democrático liberal. Siguiendo la inspiración de
Michel Foucault y de sus cursos de los años 1970 dedicados a la
biopolítica (2003, 2006, 2007), las diferentes fórmulas sobre el arte de
gobernar que desembocan e incluyen al Estado de derecho, deben ser
inscritas en la formación del biopoder.6 Tal biopoder ha constituido
además un elemento indispensable para el desarrollo del capitalismo; ha
servido para asegurar la inserción controlada de los cuerpos en el aparato
productivo y para ajustar los fenómenos de la población a los procesos
económicos.

En segundo lugar se maneja un concepto de “razón pública” vinculada al
Estado y de su correlato que sería el “ciudadano razonable”, exento de
conflicto fundamental, lo cual se traduce únicamente en consenso o en un
retrato del debate argumentativo más propio de una discusión filosófica
sobre las formas ideales de comunicación. Todo ello desatiende la
necesidad de la decisión, los costes de transacción, la inevitable
dimensión de conflicto, la necesidad de la negociación estratégica y, en
concreto, la defensa de los intereses de los grupos subordinados e impide
dar cuenta del lugar necesario de la disrupción y el variado repertorio
contemporáneo de antagonismos.7

Ante tales implicaciones el ciudadanismo propone respuestas irrisorias,
como cuando se intenta recomponer el vínculo que unía antiguamente a la
“clase obrera” mediante otro que uniese a los “ciudadanos”, es decir, el
Estado. La voluntad de reconstituir dicho vínculo a través del Estado se
manifiesta en el nacionalismo latente del ciudadanismo; se sustituye el
capital abstracto y sin rostro por figuras nacionales.8 Pero el Estado
sólo puede proponer símbolos y sucedáneos a esos vínculos, puesto que él
mismo está saturado de capital, por así decirlo, y tan sólo puede agitar
sus símbolos en el sentido que le dicta la lógica capitalista a la que
pertenece. Proponer al “ciudadano” como vínculo manifiesta la existencia
de un vacío, o mejor dicho, que incumbe ahora al capitalismo, y únicamente
a él, la tarea de integrar a esos miles de millones de personas que se
encuentran privadas de la comunidad. Y debemos constatar que, hasta ahora,
lo consigue a duras penas.

El ciudadanismo además tenderá siempre a desempeñar el papel de mediador
entre los movimientos sociales y el Estado, desde el reconocimiento de que
éste último, el Estado, puede ser el mediador neutro entre el capital y
los movimientos sociales. En el ciudadanismo encontramos pues una fuerte
defensa del sector público y no como cuestionamiento de la lógica
capitalista en general, tal y como se manifiesta en el servicio público.
La defensa de dicho sector implica lógicamente que se considera que dicho
sector está, o debería estar, fuera de la lógica capitalista. No fue una
buena crítica la que se le hizo a este movimiento cuando se le reprochó
ser un movimiento de privilegiados, o sencillamente de egoístas
corporativistas. Pero sí se puede constatar que incluso las acciones más
generosas o radicales de este movimiento contenían los mismos límites.9

En suma, de forma implícita o explícita, anida en toda propuesta
ciudadanista el proyecto de reforzar el Estado (o los Estados) para poner
en marcha esta política de participación democrática; de ahí que postulen
volver atrás la marcha del desarrollo capitalista: la tendencia a favor de
la recuperación del Estado del bienestar y las políticas keynesianas, la
denuncia de los excesos de la financiarización de la economía frente a las
virtudes de la economía productiva, las propuestas para gravar fiscalmente
el tráfico de capital o las “distintas” modalidades de integración
económica. El ciudadanismo entiende que el Estado democrático es un medio
válido para paliar —incluso para acabar con— las desigualdades sociales.
Dado que éste sufre grandes presiones del Capital —llámense grandes
corporaciones o empresas multinacionales—, postula que para contrarrestar
tan malvada influencia se hace imprescindible una mayor atención del
ciudadano de a pie a los asuntos de Estado y que obligue al gobierno a
realizar políticas sociales. Los ciudadanos no sólo deben elegir
representantes sino presionarles para que actúen como corresponde.

Estos liberal-socialdemócratas de nuevo cuño, que miran con nostalgia a la
edad dorada del Estado del bienestar, no son conscientes de que las
reformas tendentes a un mayor poder adquisitivo de los trabajadores
históricamente se han implantado para la recuperación del capitalismo tras
la crisis económica y sólo en parte, para mermar la radicalidad de una
clase obrera que amenazaba con hacer la revolución, pero nunca por la
acción de la ciudadanía en tanto tal. A pesar de ello se empeñan en exigir
una mayor intervención de la población en la res pública. Y es que parece
que ignoren que la integración de las luchas sociales en las estructuras
del Estado —lo que se reclama como democracia participativa y
deliberativa— no es sino garantía de la desintegración de las mismas.

Como mecanismo de cierre, el propio Estado acepta generosamente estas
prácticas, y cualquiera puede hoy hacer una pequeña manifestación, por
ejemplo, bloquear la periferia y ser recibido oficialmente a continuación
para exponer sus reivindicaciones. Los ciudadanistas se indignan con este
estado de cosas que han contribuido a crear, pensando que, aún y así, no
se debe molestar al Estado por minucias. Los interlocutores privilegiados
ven con malos ojos a los parásitos y demás aves de rapiña de la
democracia. Asimismo, algunas prácticas ciudadanistas son promovidas
directamente por el Estado en la versión de democracia participativa y
deliberativa, como lo demuestran las “conferencias ciudadanas” o “los
debates de ciudadanos” con las cuales el Estado se arroga el “dar la
palabra a los ciudadanos”. Es interesante ver hasta qué punto este
movimiento se conforma con cualquier sucedáneo de diálogo, y sus
componentes están dispuestos a ceder en cualquier cosa con tal de que se
les escuche y que los expertos hayan “atendido a sus inquietudes”. Un
auténtico reparto de papeles donde el Estado desempeña aquí el papel de
mediador entre la “sociedad civil” y las instancias económicas, del mismo
modo que los ciudadanistas harán de intermediarios entre el programa del
Estado (que no es otra cosa que la correa de transmisión de la dinámica
del Capital) revisado de forma crítica, y la “sociedad civil”.

3.3. Ciudadanismo y derechos humanos

El auge reciente de múltiples discursos ciudadanistas acerca de la
democratización de la globalización o la defensa del ámbito europeo de los
derechos humanos, contribuyen a una curiosa operación de reabsorción por
la vía de convalidar las exigencias antagonistas en derechos consagrados
en alguna suerte de Constitución global o, en su defecto, europea. Que la
lucha por los servicios públicos contra su mercantilización se resuelva en
una Declaración de Derechos en la futura Constitución puede parecer un
ejercicio de realismo pero contribuye con seguridad a reproducir los
mecanismos de delegación y mediación que son la fuente de la aceptación
social del dominio capitalista. Se pueden ahorrar los realistas sus
tentaciones sarcásticas: lo anterior no implica renuncia alguna al
ejercicio de los derechos hasta el límite de sus posibilidades.

La facilidad antes entrevista en convertirse en un auténtico partido del
Estado, idea madre de la intelectualidad estatista ansiosa por inventar un
nuevo discurso políticamente correcto y posibilista, no impide su
diferencia. Ese “partido del Estado” ciudadanista nunca puede ser el
Estado, pero no confundamos tal cosa con un logro sino con una
diferenciación funcional. En efecto, la delimitación del ámbito de lo
político implica el establecimiento de un límite. Esto significa que la
simple idea de un poder ilimitado es ajena a lo político, o en otras
palabras, que un poder no puede al mismo tiempo ser ilimitado y ser
político. El poder político se hace posible porque excluye algo de su
esfera de influencia, algo queda exceptuado de su poder, de ahí la
necesidad del afuera para el Estado. El Derecho no sería entonces otra
cosa que una colección de procedimientos que aseguran y refuerzan esa
exclusión, posibilitando los límites naturales del poder.10

Como antes indicábamos, más bien vemos en el Estado de derecho, en los
derechos humanos y en sus derivados jurídicos y constitucionales un
elemento fundamental de la propia existencia del mercado universal como
institución central del régimen capitalista, dado que aquellos funcionan
como operadores discursivos del mercado universal, a lo que se une su
carácter performativo, esto es, que contribuyen a la generación de una
relación social.
Gracias a la eficacia jurídica de los derechos humanos, la economía se
constituye como un todo independiente y autorregulado en torno a su
institución fundamental, el mercado.
Constituyen la base de la autonomía de la sociedad civil que se articula
a través de relaciones e intercambios interindividuales modelados según
el paradigma mercantil.
Constituyen los indicadores de un tránsito interno a la propia economía
capitalista entre sus dos facetas constitutivas: el mercado y la esfera
de la producción/ reproducción. Son así el interfaz entre vida y derecho
mediante el cual la política encuentra en un primer movimiento su verdad
en la economía, gestión biopolítica de la población y de los individuos,
y la economía sirve en un segundo momento de punto de partida a un
planteamiento de la política basado en la representación.

La Carta de los Derechos Humanos Emergentes de Barcelona (2004), que
insiste en la necesidad de reconocer una serie de derechos hasta el
momento sumergidos, y de reivindicar la necesidad de contemplar una serie
de nuevos derechos surgidos de las transformaciones del mundo actual,
vincula estrechamente este texto programático que “emana de la sociedad
civil global y materializa las reivindicaciones de los movimientos
sociales” a una nueva concepción de la participación ciudadana y concibe
todos los derechos como derechos ciudadanos.

En principio, todo el mundo está en favor de los derechos humanos. Pero
cuando se plantea esta cuestión de los derechos humanos, la pregunta
principal es ¿qué es el ser humano?, ¿qué es la humanidad?, ¿quién tiene
derechos? ¿El ser humano es el hombre blanco, occidental, rico?, ¿es el
consumidor?, ¿es el que está sometido al capital?, ¿es aquel que piensa
que la política es votar cada cuatro años?, ¿es éste el que tiene derechos
y es éste el que está hablando de los derechos de los demás?, ¿es éste el
que tiene derechos de policía sobre el mundo entero? Los derechos humanos
suponen actualmente una ideología del capitalismo globalizado (Badiou,
2000). Esta ideología considera que hay una sola posibilidad en el mundo:
la sumisión económica al mercado y la sumisión política a la democracia
representativa.

En este marco, el ser humano que tiene derechos es quien padece esta doble
sumisión. O bien es una simple víctima, o bien tiene que despertar piedad.
Debemos verlo sufrir y morir en televisión y entonces se dirá que va a
tener derecho a recibir la ayuda humanitaria, sobre todo del Estado. En el
fondo, el Derecho es como un centro de simetría que dispone de manera
alternada esos dos términos que son el Estado y la política. Cuando el
Derecho —es decir, la fuerza de la regla— se presenta como categoría
central de la política, el Estado democrático se muestra indiferente al
pensamiento político, si consideramos la política en el sentido
aristotélico según el cual el animal político se caracteriza por poner en
juego su vida como ser vivo (véase nota 11).

Aquí encajaría el esencialismo democrático que caracteriza al
ciudadanismo: la vinculación necesaria del Estado de derecho a la
democracia constitucional supone la defensa de un ámbito inmodificable,
fijado de una vez por todas en la Constitución (la cual es a la vez límite
y fundamento del poder del Estado) y que en líneas generales incluye los
derechos fundamentales de la persona (así, en singular) y las reglas
básicas de ordenamiento del Estado de derecho. Los derechos del ciudadano
se nos presentan pues como un horizonte inmóvil compuesto por una serie de
valores, los cuales a su vez constituyen el sustento de derechos que se
consideran derivados de la propia naturaleza humana (propiedad, libertad,
asociación, información) y presentados como indiscutibles. Junto a un
orden económico no menos rígido que sólo cabe analizar y comprender, pero
que es imposible de transformar en sus aspectos esenciales. Y aunque los
derechos del ciudadano se plantean como un límite del poder político, más
bien contribuyen a la despolitización.11 El Estado de derecho anclado en
una democracia constitucional establece un régimen alérgico a la decisión
pues procura fundamentarse en la naturaleza, basando sus normas en una
verdad natural relativa al ser humano o en las pretendidas leyes objetivas
que rigen la vida en común de éste sobre la base de relaciones
fundamentalmente económicas.

3.4. El espacio público, escenario del ciudadanismo

La esfera pública aparece en el lenguaje político como una construcción en
la que cada ser humano se ve reconocido como tal y como relación con
otros, con los que se vincula a partir de pactos reflexivos
permanentemente reactualizados. Ese espacio constituye la base
institucional misma sobre la que se asienta la posibilidad de una
racionalización democrática de la política. Como de manera extensa ha
explicado Manuel Delgado (1999, 2007, 2011) a quien seguimos en este
epígrafe, el espacio público desde su nacimiento con la modernidad se ha
configurado como garantía de la democracia y como espacio de libertad para
los ciudadanos, esto es, como un espacio donde el Estado pretende
desmentir la naturaleza asimétrica de las relaciones sociales que
administra, ofreciendo el escenario “perfecto” para el sueño imposible del
consenso equitativo en el que puede llevar a cabo su función integradora y
de mediación. De ahí la vocación normativa que el concepto de espacio
público viene a explicitar como totalidad moral, conformado y determinado
por ese “deber ser” en torno al cual se articulan todo tipo de prácticas
sociales y políticas, que exigen de ese marco que se convierta en lo que
se supone que es.

Ese sentido eidético, que remite a significaciones y compromisos morales
que deben verse cumplidos, es el que la noción de espacio público se haya
constituido en uno de los ingredientes conceptuales básicos de la
ideología ciudadanista, donde se despliega el moralismo abstracto kantiano
o la eticidad del Estado constitucional moderno postulada por Hegel. Aquí
es donde el espacio público vendría a ser ese dominio en que ese principio
de solidaridad comunicativa se escenifica, ámbito en que es posible y
necesario un acuerdo interaccional y una conformación discursiva
coproducida. Espacio público y solidaridad comunicativa constituyen el
escenario idóneo en el que esa ideología ciudadanista se pretende ver a sí
misma reificiada,12 el lugar en el que el Estado logra desmentir
momentáneamente la naturaleza asimétrica de las relaciones sociales que
administra y a las que sirve y escenifica el sueño imposible de un
consenso equitativo en el que puede llevar a cabo su función integradora y
de mediación.

“En realidad, ese espacio público es el ámbito de lo que Lukács hubiera
denominado cosificación, puesto que se le confiere la responsabilidad de
convertirse como sea en lo que se presupone que es y que en realidad sólo
es un debería ser. El espacio público es una de aquellas nociones que
exige ver cumplida la realidad que evoca y que en cierto modo también
invoca, una ficción nominal concebida para inducir a pensar y a actuar de
cierta manera y que urge verse instituida como realidad objetiva. Un
cierto aspecto de la ideología dominante –en este caso el desvanecimiento
de las desigualdades y su disolución en valores universales de orden
superior– adquiere, de pronto y por emplear la imagen que el propio Lukács
proponía, una “objetividad fantasmal”. Se consigue, por esa vía y en ese
marco, que el orden económico en torno al cual gira la sociedad quede
soslayado o elidido. En la calle, devenida ahora espacio público, la
figura hasta aquel momento enteléquica del ciudadano, en que se resumen
los principios de igualdad y universalidad democráticas, se materializa,
en este caso bajo el aspecto de usuario” (Delgado y Malet, 2007).

De este modo, la noción de espacio público, en tanto que concreción física
en que se dramatiza la ilusión ciudadanista, funcionaría como un mecanismo
a través del cual la clase dominante consigue que no aparezcan como
evidentes las contradicciones que la sostienen, al tiempo que obtiene
también la aprobación de la clase dominada al valerse de un instrumento
–el sistema político– capaz de convencer a los dominados de su
neutralidad. Ciudadanismo y espacio público vendrían a ser ejemplos de
ideas dominantes –en el doble sentido de ideas de quienes dominan y de
ideas que están concebidas para dominar–, en tanto que pretendidos ejes
que justifican y legitiman la gestión de lo que vendría a ser un consenso
coercitivo o una coacción hasta un cierto límite consensuada con los
propios coaccionados Consiste igualmente en generar el efecto óptico de
una unidad entre sociedad y Estado, en la medida en que los supuestos
representantes de la primera han logrado un consenso superador de las
diferencias de clase. A través de los mecanismos de mediación –en este
caso, la ideología ciudadanista y su supuesta concreción física en el
espacio público– las clases dominantes consiguen que los gobiernos a su
servicio obtengan el consentimiento activo de los gobernados, incluso la
colaboración de los sectores sociales maltratados, trabados por formas de
dominación mucho más sutiles que las basadas en la simple coacción. Se
sabe que lo que garantiza la perduración y el desarrollo de la dominación
de clase nunca es la violencia, “sino el consentimiento que prestan los
dominados a su dominación, consentimiento que hasta cierto punto les hace
cooperar en la reproducción de dicha dominación [...] El consentimiento es
la parte del poder que los dominados agregan al poder que los dominadores
ejercen directamente sobre ellos” (Godelier, 1989: 31).

Se pone de nuevo de manifiesto que la dominación de una clase sobre otra
no se puede producir sólo mediante la violencia y la represión, sino que
requiere el trabajo de lo que Althusser (1974) presentó como “aparatos
ideológicos del Estado”, a través de los cuales los dominados son educados
para acabar asumiendo como “natural” e inevitable el sistema de dominación
que padecen, al tiempo en que integran, creyéndolas propias, sus premisas
teóricas. La dominación no sólo domina sino que también dirige y orienta
moralmente tanto el pensamiento como la acción sociales. Esos instrumentos
ideológicos incorporan cada vez más la virtud de la versatilidad
adaptativa, sobre todo porque tienden a renunciar a constituirse en un
sistema formal completo y acabado, sino que se plantean a la manera de un
conjunto de orientaciones más bien vagas, cuya naturaleza abstracta,
inconcreta y flexible las hacen acomodables a cualquier circunstancia, en
relación con la cual consiguen tener efectos clarificadores. Se trata pues
de disuadir y de persuadir cualquier disidencia, cualquier capacidad de
contestación o resistencia y –también por extensión– toda apropiación
considerada inapropiada del espacio público por la vía de la violencia si
es preciso, pero previamente y sobre todo por una descalificación o una
deshabilitación.

3.5. Vocación participativa y pedagógica para aglutinar mayorías

Como hemos visto al hablar de la racionalización democrática de la
política, una de las fuerzas del ciudadanismo reside en ese carácter
esencialmente moral, por no decir moralizador. Pasa fácilmente de la
denuncia de la “crisis” a la propuesta de “repartir los frutos del
crecimiento” sin tener en cuenta los hechos y sin realizar ningún
análisis. Lo que cuenta es tener la posición más “cívica” posible, es
decir, la más generosa, la más moral. El ideal organizativo del
ciudadanismo busca siempre un ámbito en el que quepan todas las
manifestaciones del discurso, excepto las que se aproximan a la violencia.
Claro que se trata de discursos despojados de su carácter performativo:
son pura semántica. Que carezcan de carácter performativo supone la
asunción del voluntarismo de la concepción liberal: “todo sujeto nace
libre”. El lenguaje se vuelve cada vez más apologético, una pura máquina
lingüística llena de fórmulas verbales adecuadas donde la nimiedad —enviar
mensajes, votar, navegar por la red, amontonarse— se convierte en lucidez
histórica y heroísmo. Debajo de lo que se cree es un movimiento, si se
quitan las cámaras y los medios de comunicación, se puede comprobar que es
retrato de una amalgama creada artificialmente por dichos medios. El
espacio de lucha no son ya las fábricas, la calle, el barrio, la
metrópolis..., sino los medios de comunicación. De ahí que le venga muy
bien esa especie de cajón de sastre, de sustitutos del concepto de clase
que sería la multitud: una suerte de conglomerado de insatisfacción o
marginalidad que es lo que piensa alguien como Toni Negri (Negri y Hardt,
2004), cada vez más figura de la izquierda ciudadana.13

La participación ciudadana se caracteriza además por su capacidad para
educar y concienciar a la ciudadanía enseñándole a conocer los problemas
comunes y a pensar en términos públicos y de mutualidad por medio de la
deliberación. La atención al cultivo, mediante prácticas e instituciones
normativamente adecuadas que impulsen una idea sustantiva de vida buena,
de las virtudes cívicas de los ciudadanos activamente implicados en la res
pública, desborda ampliamente la reductiva atención a sus solos intereses.
El ciudadano desplaza así a la figura del mero votante y se propugna la
necesaria interferencia legítima del Estado (Pettit, 1999) mediante
políticas varias de igualdad de oportunidades.

Disponer de esta ciudadanía, además, no únicamente mejora el
funcionamiento de los instrumentos participativos sino del conjunto de la
comunidad. Es decir, la participación tiene como objetivo directo escuchar
a los ciudadanos, aunque indirectamente sirve para algo quizá más
importante: generar el capital social que garantizará el buen
funcionamiento de nuestra sociedad. Su interés fundamental reside pues en
mejorar la calidad de las instituciones y tiende a dejar de lado los
intereses, necesidades e identidades de los grupos cuyas demandas vayan
más allá de los límites de los derechos y las instituciones de la
democracia constitucional y cívica, y que, en su excesiva pretensión de
alcanzar consensos, pierde de vista la inevitabilidad del conflicto
subyacente en la sociedad. Es difícil aceptar que los procesos
participativos institucionalizados generen realmente una voluntad popular
debido a los sesgos que introducen dichos mecanismos previamente
desarmados de todo cuestionamiento de las reglas de juego previas, y más
bien cabe pensar cuánto de dinamismo legitimador introducen los procesos
de consenso.

También cabe plantear, como antes indicábamos, hasta qué punto los
procesos deliberativos tienen capacidad performativa (de actuación sobre
los aspectos sociales, económicos e incuso políticos) o más bien tienden a
transformarse en un mero dispositivo de obtención de información directa y
útil a intereses ajenos a la supuestamente protegida voluntad popular, o
incluso a convertirse en la arena política inicial de los participantes
con mucha ambición y aspiraciones políticas. Dicho de otro modo, hasta qué
punto se contempla la posibilidad de adopción de decisiones vinculantes, y
no sólo a efectos consultivos o formativos de opinión, desde ámbitos
locales participativo-deliberativos.

Un concepto de “razón pública” y “ciudadano razonable”, exento de
conflicto fundamental, que se traduce únicamente en consenso o en un
retrato del debate argumentativo más propio de una discusión filosófica,
impide dar cuenta del lugar necesario de la disrupción y el variado
repertorio contemporáneo de protesta en una teoría de la democracia
constitucional y cívica. Asimismo cabe interrogarse hasta qué punto el
poder que emana de la acción colectiva, fuera de las instituciones, y que
genera de modo autoconstituyente grupos, colectivos, movimientos o
identidades (políticas, contingentes, no esencialistas) es capaz de
introducir nuevas demandas de acceso y voz en el escenario político. En
otras palabras, si la participación ciudadana bajo este modelo
ciudadanista permite una ecología de nuevos agentes sociales y políticos,
del poder que emerge de la acción colectiva caracterizado por su
intransitividad, la movilización, la contestación, el conflicto.

Como decíamos, la principal virtud de la participación ciudadanista era
que ésta contribuye a educar cívicamente al ciudadano, enseñándolo a
conocer los problemas comunes y a pensar en términos públicos y de
mutualidad por medio de la deliberación en el espacio público. De todos
modos, la constante insistencia en la formación previa, la instrucción
pedagógica de las masas populares y consideraciones paralelas hace pensar
en una cierta desconfianza respecto a la mayoría de edad “deliberativa” de
la mayoría de la población, lo que favorece las tentativas a la
manipulación y abuso de los órganos consultivos.14

La insistencia en la participación y la vocación pedagógica del
ciudadanismo se aúnan en una gran aspiración estratégica consistente en
encontrar propuestas que tengan la virtud de aglutinar una inmensa mayoría
social en contra de la minoría de políticos financieros y académicos
neoliberales del pensamiento único que orientan la dirección de la
globalización. La adopción del pacifismo como principio indiscutible de
acción purgó de las asambleas y las manifestaciones a los radicales, pero
su objetivo principal era el diálogo con el poder. No querían enfrentarse
a nada; no aspiraban a cambiar el mundo sino a participar en su gestión.
Con ellos otra gestión capitalista era posible. Lo que pretendían reformar
no eran más que los mecanismos de cooptación de la clase dominante.

Aglutinar una mayoría no es tan complicado si se utilizan estos mimbres.
La finalidad expresa del ciudadanismo es humanizar el capitalismo,
volverlo más justo, proporcionarle de alguna forma un suplemento de alma y
en cierto modo de manifestar la sumisión democráticamente. La lucha de
clases es sustituida aquí por la participación política de los ciudadanos,
que no sólo deben elegir a sus representantes, sino además deliberar
constantemente para hacer presión sobre ellos, con el fin de que apliquen
aquello para lo que fueron elegidos. Naturalmente los ciudadanos no deben
en ningún caso sustituir a los poderes públicos. El ciudadanismo se
desarrolla como ideología producida de modo necesario por una sociedad que
no concibe perspectivas de superación (del sistema). Se trata pues de una
servidumbre voluntaria; es la oposición a casi nada (a lo que es más
obviamente falso e injusto del capitalismo) y a solicitar “control
ciudadano” para todos los extremos crueles del capitalismo.

3.6. El espectáculo integrado

Las movilizaciones contra la guerra del Golfo y el No a la OTAN, las
campañas por el 0,7%, por la renta básica o los zapatistas, fueron las
primeras aproximaciones de ese intento de acercamiento a la movilización
cívica que a finales de la década de 1990 cristalizó en el ciudadanismo. A
ello se unió el espejismo virtual de un “espacio ciudadano” donde
desarrollar las actividades complementarias a la política institucional de
partidos y sindicatos, lo cual permitió redescubrir los encantos del
sindicalismo minoritario, del tercermundismo, de las subvenciones y de las
multitudes.

Las raíces del ciudadanismo deben buscarse en la disolución del viejo
movimiento obrero (Amorós, 2004). Las causas de esta disolución se
encuentran tanto en la integración de la vieja comunidad obrera como en el
fracaso manifiesto de su proyecto histórico, el cual ha podido
manifestarse bajo formas extremadamente diversas (digamos, del
marxismo-leninismo a los consejistas). La desaparición de la conciencia de
clase y de su proyecto histórico, agotados tras el estallido y la
parcelación del trabajo, tras la desaparición progresiva de la gran
fábrica “comunitaria” así como la precarización laboral (todo ello
resultado no de un complot que trata de amordazar al proletariado, sino
del proceso de acumulación del capital que ha conducido a la
mundialización actual), han dejado al proletariado afónico. En cuanto a
los Estados, acompañan esta mundialización deshaciéndose del sector
público heredado de la economía de guerra (desnacionalización),
“flexibilizando” y reduciendo el coste del trabajo tanto como sea posible.
El proletariado llega así incluso a dudar de su propia existencia, duda
que ha sido enardecida por gran número de intelectuales y por lo que Guy
Debord (2003, original 1967) definió como el “espectáculo integrado”, que
no es más que la integración al espectáculo. Ante esta ausencia de
perspectivas, la lucha de clases únicamente podía encerrarse en luchas
defensivas, a veces muy violentas.15

Como irónicamente explica Miquel Amorós (2004) tras los años ochenta del
siglo pasado, el espectáculo como relación social se había apoderado de la
sociedad y los jóvenes conectados a Internet y dedicados al turismo
antiglobalización se habían convertido en la vanguardia de su imperio. Las
masas juveniles son más sensibles que las adultas al mayor mal de la
sociedad del espectáculo: el aburrimiento. Lejos de sentir como suya la
causa de la libertad o la lucha contra la opresión social, lo que
realmente sienten es una necesidad ilimitada de entretenimiento. Las masas
juveniles, profundamente despolitizadas y sin ningún interés por
politizarse, salieron masivamente a la calle a divertirse luciendo su
pañuelo palestino, escenificando su falsa generosidad y proclamando su
compromiso volátil. En la sociedad del espectáculo la protesta es una
forma de ocio y el pathos trágico de la lucha de clases ha de retroceder
ante la comicidad, el desenfado y la fiesta.

Se trataba en última instancia de una actitud que pretendía ser
pragmática, es decir, levemente crítica y profundamente conformista,
dispuesta a caminar por las sendas trilladas y a discurrir por los cauces
inocuos. Encontraron sus herramientas intelectuales en ideologías light,
puras máquinas lingüísticas como el postobrerismo, el ecologismo, los
productos de las marcas ATTAC y demás. Conceptos como “movimiento de
movimientos”, “lo social”, “el imaginario”, “ciudadanía”, “pluralidad”,
“multitud”, etc., sirvieron para la evacuación de arcaísmos ideológicos
obreristas, derribando de paso conquistas intelectuales básicas,
aportaciones críticas imprescindibles, y en general, echando por la borda
todo el bagaje teórico de la lucha precedente. Quizá estaban en lo cierto,
y lo anterior ya no servía; pero no nos ha dado tiempo a comprobarlo. Como
coartada política se buscó un proletariado de sustitución en los seres
inermes y amorfos calificados por los pensadores orgánicos de “multitud”,
ciudadanía, sociedad civil o simplemente “la gente”, y en plan castizo,
“la peña” o “la peñuki”.

El nuevo sujeto histórico era pura ficción puesto que el verdadero había
sido liquidado por el capitalismo, pero su imagen ficticia era necesaria
porque el espectáculo del combate social necesitaba un fantasma; su
legitimidad no podía apoyarse en una clase real sino en una de prestado.
Una nueva clase imaginaria escapaba de los verdaderos escenarios de lucha
para situarse en el terreno del espectáculo, puesto que ni ella era clase,
ni su lucha era lucha. Para ello nada mejor que las metonimias que ha
practicado el post-obrerismo italiano: construir a partir de metáforas
descriptivas (obrero masa vs. obrero social vs. multitud) categorías
universalistas de intelección histórica del antagonismo capital/trabajo.

Para otros autores en cambio, no hace falta indagar en la evaporación del
sujeto político proletario. Según Alain C. (s/f), por ejemplo, el
ciudadanismo refleja las preocupaciones de una determinada clase media
culta y de una pequeña burguesía que ha visto desaparecer sus privilegios
y su influencia política a la vez que desaparecía la antigua clase obrera.
Sería pues el último refugio doctrinal en que han venido a resguardarse
los restos del izquierdismo de clase media, pero también de buena parte de
lo que ha sobrevivido del movimiento obrero. El ciudadanismo se define
como una especie de democraticismo radical que trabaja en la perspectiva
de realizar empíricamente el proyecto cultural de la modernidad en su
dimensión política, que entendería la democracia no como forma de
gobierno, sino más bien como modo de vida y como asociación ética. La
reestructuración mundial del capitalismo ha provocado la caída del viejo
capital nacional y por consiguiente, la de la burguesía que lo poseía y de
las clases medias que ésta empleaba. La antigua sociedad burguesa del
siglo XIX, oliendo todavía a Ancien Régime, ha desaparecido por completo.
La consolidación del Estado y la crítica de la mundialización actúan como
nostalgia de ese viejo capital nacional y de esa sociedad burguesa, así
como la crítica de las multinacionales no es sino expresión de la
nostalgia de los negocios familiares. Una vez más, se lamentan de un mundo
que se ha perdido. Mediante el ciudadanismo las clases medias desheredadas
reconstruyen entonces su identidad de clase perdida. De modo que un local
“bio” puede presentarse como “un escaparate de los estilos de vida y de
pensamiento ciudadano”.

No obstante, es importante destacar que la base social del ciudadanismo es
mucho más amplia y difusa que la formada por militantes de asociaciones y
de sindicatos, debido en gran medida a su posibilismo, a la multiplicidad
de fórmulas listas y desplegables para solucionar las demandas de los
ciudadanos. Lo que sí resulta fácil de entender es la fascinación que la
versión erudita del ciudadanismo, el republicanismo,16 ha podido ejercer
sobre el afligido cuerpo de la socialdemocracia, obligada por la historia
y por la realidad a ir modificando sus teorías para evitar el peso de los
pasados errores. Antes que reconocer los errores siempre resulta
preferible acogerse al confortable manto protector de una teoría que, sin
darnos la razón del todo, al menos se la niega al viejo adversario
liberal. En otras palabras, el republicanismo vendría a ser algo así como
el socialismo democrático despojado de sus más tradicionales y patentes
errores, despojado, en suma, del socialismo.

En definitiva, si hacemos un poco de historia comprobaremos cómo esta
ideología ciudadanista se manifiesta a través de una nebulosa de
asociaciones, de sindicatos, de órganos de prensa, de partidos políticos;
y eso tanto a escala local, estatal, y europea como planetaria.17 Lo
difícil a veces es decir en cuáles no se manifiesta. Hay incluso un
ciudadanismo de derechas y de izquierdas, en pugna por conseguir la
interlocución privilegiada del Estado.18

A pesar de esta extensión e intensidad, Alain C. habla no obstante de un
impasse, de una crisis del ciudadanismo debido a que sus partidarios más
notables contaron con la complicidad de las masas, que como antes se
indicaba es una labor destinada al fracaso debido a la despolitización de
aquellas. De todas maneras, es interesante ver cómo en esta mini-crisis,
un ciudadanista se apresura en proponer sus servicios de mediador al
Estado, por lo que este autor considera que el ciudadanismo es
potencialmente un movimiento contrarrevolucionario. El ejemplo muestra
también que el ciudadanismo es incapaz de reaccionar ante movimientos que
no han sido creados por él mismo.

La irónica frase que introduce Alain C. (s/f) en su panfleto, “Proletarios
del mundo, no tengo ninguna consigna que daros” sería tal vez un buen
recordatorio de lo que no es ni puede ser ciudadanista. Es paralelo a
plantear el rechazo de participar en el circo del juego democrático y en
el espectáculo de la representación. No pedir nada (ni siquiera derechos)
pues la derrota está en la reivindicación misma. Se trataría entonces de
romper sin pedir, reivindicar sin negociar... no hay fórmulas
propositivas, es ridículo darlas. Tampoco quedarse en la resistencia:
ninguna ruptura política puede ni debe definirse a través de la pura
negatividad; no “resistir”, sino crear otra cosa, otro pensamiento, otra
práctica, organizada y perdurable, que controla sus propios tiempos.

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20/8/2015