quinta-feira, 29 de novembro de 2018

El socialismo chino y el mito del fin de la historia




Bruno Guigue
Le grand soir

      Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

En 1992 el politólogo estadounidense Francis Fukuyama se atrevió a anunciar el
«fin de la historia». «Con el hundimiento de la URSS, dijo, la humanidad entra
en una nueva era. Conocerá una prosperidad sin precedentes». Aureolada con su
victoria sobre el imperio del mal, la democracia liberal proyectaba su luz
salvadora sobre el planeta asombrado. Desembarazada del comunismo, la economía
de mercado debía esparcir sus bondades por todos los rincones del globo,
unificando el mundo bajo los auspicios del modelo estadounidense (1). La
desbandada soviética parecía validar la tesis liberal según la cual el
capitalismo –y no su contrario el socialismo- se adaptaba al sentido de la
historia. Todavía hoy la ideología dominante reitera esta idea simple: si la
economía planificada de los regímenes socialistas cayó, es porque no era viable.
El capitalismo nunca estuvo tan bien y ha conquistado el mundo.
Los partidarios de esta teoría están tanto más convencidos en cuanto que el
sistema soviético no es el único argumento que habla en su favor. Las reformas
económicas emprendidas por la China popular a partir de 1979, según ellos,
también confirman la superioridad del sistema capitalista. ¿Acaso no han acabado
los comunistas chinos, para estimular su economía, admitiendo las virtudes de la
libre empresa y el beneficio, incluso pasando por encima de la herencia maoísta
y su ideal de igualdad?
Lo mismo que la caída del sistema soviético demostraría la superioridad del
capitalismo liberal sobre el socialismo dirigista, la conversión china a las
recetas liberales parece asestar el golpe de gracia a la experiencia
«comunista».
Un doble juicio de la historia, al fondo, ponía el punto final a una competición
entre los dos sistemas que atravesaron el siglo XX.
El problema es que esa narración es un cuento de hadas. Occidente repite
encantado que China se desarrolla convirtiéndose en «capitalista». Pero los
hechos desmienten esa simplista afirmación. Incluso la prensa liberal occidental
ha acabado admitiendo que la conversión china al capitalismo es un cuento. Los
propios chinos lo dicen y dan argumentos sólidos. Como punto de partida del
análisis hay que empezar por la definición habitual del capitalismo: un sistema
económico basado en la propiedad privada de los medios de producción e
intercambio. Ese sistema fue erradicado progresivamente en la China popular en
el período maoísta (1950-1980) y efectivamente se reintrodujo en el marco de las
reformas económicas de Deng Xiaoping a partir de 1979. De esta forma se inyectó
una dosis masiva de capitalismo en la economía, pero –la precisión es
importante- esa inyección tuvo lugar bajo la impulsión del Estado. La
liberalización parcial de la economía y la apertura al comercio internacional
muestran una decisión política deliberada.
Para los dirigentes chinos se trataba de incrementar los capitales extranjeros
para acrecentar la producción interna. Asumir la economía de mercado era un
medio, no un fin. En realidad el significado de las reformas se entiende sobre
todo desde un punto de vista político «China es un Estado unitario central en la
continuidad del imperio. Para preservar su control absoluto sobre el sistema
político, el partido debe alinear los intereses de los burócratas con el bien
político común, a saber la estabilidad, y proporcionar a la población una renta
real aumentando la calidad de vida. La autoridad política debe dirigir la
economía de manera que produzca más riqueza de forma más eficaz. De donde se
derivan dos consecuencias: la economía de mercado es un instrumento, no una
finalidad; la apertura es una condición de eficacia y conduce a esta directiva
económica operativa: alcanzar y superar a Occidente» (2)
Es por lo que la apertura de China a los flujos internacionales fue masiva pero
rigurosamente controlada. El mejor ejemplo lo proporcionan las Zonas de
Exportación Especiales (ZES). «Los reformadores chinos quieren que el comercio
refuerce el crecimiento de la economía nacional, no que la destruya», señalan
Michel Aglietta y Guo Bai. En los ZES un sistema contractual vincula a las
empresas chinas y las empresas extranjeras. China importa los componentes de la
fabricación de bienes de consumo industriales (electrónica, textil, química). La
mano de obra china hace el ensamblaje, después las mercancías se venden a los
mercados occidentales. Este reparto de las tareas está en el origen de un doble
fenómeno que no ha dejado de acentuarse desde hace 30 años: el crecimiento
económico de China y la desindustrialización de Occidente. Medio siglo después
de las «guerras del opio» (1840-1860) que emprendieron las potencias
occidentales para despedazar China, el Imperio del Medio tomó su revancha.
Porque los chinos aprendieron la lección de una historia dolorosa, «esta vez la
liberalización del comercio y las inversiones es competencia de la soberanía de
China y están controladas por el Estado. Lejos de ser los enclaves que solo
benefician a un puñado de “compradores”, la nueva liberalización del comercio
fue uno de los principales mecanismos que han permitido liberar el enorme
potencial de la población» [3]. Otra característica de esta apertura, a menudo
desconocida, es que beneficia esencialmente a la diáspora china, que entre 1985
y 2005 poseía el 60 % de las inversiones acumuladas, frente al 25 % por los
países occidentales y el 15 % por Singapur y Corea del Sur. La apertura al
capital «extranjero» fue en primer lugar un asunto chino. Movilizando los
capitales disponibles, la apertura económica creó las condiciones de una
integración económica asiática de la que la China popular es la locomotora
industrial.
Decir que China se convirtió en «capitalista» después de haber sido «comunista»
indica, pues, una visión ingenua del proceso histórico. Que haya capitalistas en
China no convierte el país en «capitalista», si se entiende con esta expresión
un país donde los dueños de capitales privados controlan la economía y la
política nacionales. En China es un partido comunista con 90 millones de
afiliados, que irriga al conjunto de la sociedad, el que tiene el poder
político. ¿Hay que hablar de sistema mixto, de capitalismo de Estado? Es más
conforme a la realidad, pero todavía insuficiente. Cuando se trata de clasificar
el sistema chino, el apuro de los observadores occidentales es evidente. Los
liberales se dividen en dos categorías: los que reprochan a China que siga
siendo comunista y los que se alegran de que se haya hecho capitalista. Unos
solo ven «un régimen comunista y leninista» disfrazado, aunque ha hecho
concesiones al capitalismo ambiental [4]. Para otros China se ha vuelto
«capitalista» por la fuerza de las cosas y esa transformación es irreversible.
Sin embargo algunos observadores occidentales intentan captar la realidad con
más sutileza. Así Jean-Louis Beffa, en una publicación económica mensual, afirma
directamente que China representa «la única alternativa creíble al capitalismo
occidental». «Después de más de 30 años de un desarrollo inédito, escribe, ¿no
es hora de concluir que China ha encontrado la receta de un contramodelo eficaz
al capitalismo occidental? Hasta ahora no había surgido ninguna solución
alternativa y el hundimiento del sistema comunista en torno a Rusia en 1989
consagró el éxito del modelo capitalista. Pero la China actual no lo suscribe.
Su modelo económico híbrido combina dos dimensiones que saca de fuentes
opuestas. La primera procede del marxismo leninismo, está marcada por un poder
controlado del partido y un sistema de planificación vigorosamente aplicado. La
segunda se refiera más a las prácticas occidentales, que se centra en la
iniciativa individual y en el espíritu emprendedor. Cohabitan así el control del
PCC sobre los negocios y un sector privado abundante» [5].
Este análisis es interesante pero vuelve a las dos dimensiones –pública y
privada- del régimen chino, puesto que es la esfera pública, obviamente, la que
está al mando. Dirigido por un poderoso partido comunista, el Estado chino es un
Estado fuerte. Controla la moneda nacional, incluso la deja caer para estimular
las exportaciones, lo que Washington le reprocha de forma recurrente. Controla
casi la totalidad del sistema bancario. Vigilados de cerca por el Estado, los
mercados financieros no desempeñan el papel desmesurado que se arrogan en
Occidente. Su apertura a los capitales, por otra parte, está sometida a
condiciones draconianas impuestas por el Gobierno. En resumen, la conducción de
la economía china está en la férrea mano de un Estado soberano y no en la «mano
invisible del mercado» querida por los liberales. Algunos se lamentan. Un
liberal autorizado, un banquero internacional que enseña en París revela que «la
economía china no es una economía de mercado ni una economía capitalista.
Tampoco un capitalismo de Estado, porque en China es el propio mercado el que
está controlado por el Estado» [6]. Pero si el régimen chino tampoco es un
capitalismo de Estado, ¿entonces es «socialista», ya que es el propietario de
los medios de producción o al menos ejerce el control de la economía? La
respuesta a esta pregunta es claramente positiva.
La dificultad del pensamiento dominante para nombrar el régimen chino, como
vemos, viene de una ilusión contemplada desde hace mucho tiempo: al abandonar el
dogma comunista China entraría por fin en el maravilloso mundo del capitalismo
¡Sería estupendo poder decir que China ya no es comunista! Convertida al
liberalismo, esta nación entraría en el derecho común. Con la vuelta al orden de
las cosas, la capitulación validaría la teología del homo occidentalis. Pero sin
duda se ha malinterpretado la célebre fórmula del reformador Deng Xiaoping:
«poco importa que el gato sea blanco o negro si caza ratones».
Eso no significa que de igual el capitalismo o el socialismo, sino que se
juzgará a cada uno por sus resultados. Se ha inyectado una fuerte dosis de
capitalismo en la economía China, controlada por el Estado, porque era necesario
estimular el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero China permanece en un
Estado fuerte que dicta su ley a los mercados financieros y no al revés. Su
élite dirigente es patriota. Incluso aunque conceda una parte del poder
económico a los capitalistas «nacionales», no pertenece a la oligarquía
financiera globalizada. Adepta a la ética de Confucio, dirige un Estado que solo
es legítimo porque garantiza el bienestar de 1.400 millones de chinos.
Además no hay que olvidar que la orientación económica adoptada en 1979 ha sido
posible por los esfuerzos realizados en el período anterior. Al contrario que
los occidentales, los comunistas chinos subrayan la continuidad –a pesar de los
cambios efectuados- entre el maoísmo y el posmaoísmo. «Muchos tuvieron que
sufrir por el ejercicio del poder comunista. Pero la mayoría se adhiere a la
apreciación emitida por Deng Xiaoping, el cual tenía alguna razón para querer a
Mao Zedong: 70 % positivo y 30 % negativo. Hoy existe una frase muy extendida
entre los chinos que revela su opinión sobre Mao Zedong: Mao nos puso de pie,
Deng nos hizo ricos. Y esos chinos consideran perfectamente normal que el
retrato de Mao figure en los billetes de banco. Todo el apego que todavía hoy
tienen los chinos a Mao Zedong se debe a que lo identifican con la dignidad
nacional recuperada» [7].
Es cierto que el maoísmo acabó con 150 años de decadencia, de caos y de miseria.
China estaba fragmentada, devastada por la invasión japonesa y la guerra civil.
Mao la unificó. En 1949 era el país más pobre del mundo. Su PIB per cápita era
alrededor de la mitad del de África y menos de tres cuartas partes del de la
India. Pero de 1950 a 1980, durante el período maoísta, el PIB creció de forma
regular (2,8 % de media anual), el país se industrializó y la población pasó de
552 a 1.017 millones de habitantes. Los progresos en materia de salud fueron
espectaculares y se erradicaron las principales epidemias. El indicador que
resume todo, la esperanza de vida pasó de 44 años en 1950 a 68 años en 1980. Es
un hecho indiscutible. A pesar del fracaso del «Gran salto adelante» y a pesar
del embargo occidental –que siempre se olvida mencionar- la población china ganó
24 años de esperanza de vida con Mao. Los progresos en materia de educación
fueron masivos, especialmente en la primaria: el porcentaje de población
analfabeta pasó del 80 % en 1950 al 16 % en 1980. Finalmente las mujeres chinas
–que «sostienen la mitad del cielo», decía Mao- fueron educadas y liberadas de
un patriarcado ancestral. En 1950 China estaba en ruinas. Treinta años después
todavía era un país pobre desde el punto de vista del PIB por habitante. Pero
era un Estado soberano unificado, equipado y dotado de una industria naciente.
El ambiente era frugal, pero la población estaba nutrida, cuidada y educada como
no había estado en el siglo XX.
Esta revisión del período maoísta es necesaria para comprender la China actual.
Fue entre 1950 y 1980 cuando el socialismo puso las bases del desarrollo futuro.
En los años 70, por ejemplo, China recogía el fruto de sus esfuerzos en materia
de desarrollo agrícola. Una silenciosa revolución verde había hecho su camino
aprovechando los trabajos de una Academia China de Ciencias Agrícolas creada por
el régimen comunista. A partir de 1964 los científicos chinos obtienen sus
primeros éxitos en la reproducción de variedades de arroz de alto rendimiento.
La restauración progresiva del sistema de riego, los progresos realizados en la
reproducción de semillas y la producción de abonos nitrogenados transformaron la
agricultura. Como los progresos sanitarios y educativos, esos avances agrícolas
hicieron posibles las reformas de Deng que han constituido la base del
desarrollo posterior. Y ese esfuerzo de desarrollo colosal solo podía ser
posible bajo el impulso de un Estado planificador. La reproducción de las
semillas, por ejemplo, necesitaba inversiones imposibles en el marco de las
explotaciones individuales [8].
En realidad la China actual es hija de Mao y Deng, de la economía dirigida que
la unificó y de la economía mixta que la ha enriquecido. Pero el capitalismo
liberal al estilo occidental no aparece en China. La prensa burguesa cuenta con
lucidez la indiferencia de los chinos hacia nuestros caprichos. Se puede leer en
Les Echos, por ejemplo, que los occidentales «han cometido el error de pensar
que en China el capitalismo de Estado podría ceder el paso al capitalismo de
mercado». ¿Qué se reprocha en definitiva a los chinos?
La respuesta no deja de sorprender en las columnas de un semanario liberal:
«China no tiene la misma noción del tiempo que los europeos y los americanos.
¿Un ejemplo? Nunca una empresa occidental financiaría un proyecto que no fuera
rentable. No es el caso de China, que piensa a largo plazo. Con su poder
financiero público acumulado desde hace dos decenios, China no se preocupa
prioritariamente de una rentabilidad a corto plazo si sus intereses estratégicos
lo exigen». Después el analista de  Les E  chos  concluye: «Así es mucho más
fácil que el Estado mantenga el control de la economía. Lo que es impensable en
el sistema capitalista tal y como lo practica Occidente no lo es en China». ¡No
se puede decir mejor! (9).
Obviamente este destello de lucidez es poco habitual. Cambia la letanía
acostumbrada según la cual la dictadura comunista es abominable, Xi Jinping es
dios, China se desmorona bajo la corrupción, su economía se tambalea, su deuda
es abismal y su tasa de crecimiento se halla a media asta. Un escaparate de
tópicos y falsas evidencias en apoyo de la visión que dan de China los medios
dominantes que pretenden entender a China según categorías preestablecidas muy
apreciadas en el pequeño mundo mediático. ¿Comunista, capitalista, un poco de
ambos u otra cosa? En las esferas mediáticas pierden los chinos. Es difícil
admitir, sin duda, que un país dirigido por un partido comunista haya conseguido
en 30 años multiplicar por 17 su PIB por habitante. Ningún país capitalista lo
ha conseguido nunca.
Como de costumbre los hechos son testarudos. El Partido Comunista de China no
renuncia a su papel dirigente en la sociedad y proporciona su armazón a un
Estado fuerte. Heredero del maoísmo, este Estado conserva el control de la
política monetaria y del sistema bancario. Reestructurado en los años 90, el
sector público sigue siendo la columna vertebral de la economía china,
representa el 40 % de los activos y el 50 % de los beneficios generados por la
industria, predomina en el 80-90 % en los sectores estratégicos: siderurgia,
petróleo, gas, electricidad, energía nuclear, infraestructuras, transportes,
armamento. En China todo lo que es importante para el desarrollo del país y para
su proyección internacional está estrechamente controlado por el Estado
soberano. Un presidente de la República china nunca malvendería al capitalismo
estadounidense una joya industrial comparable a Alstom, ofrecida por Macron
envuelta en papel de regalo.
Si se lee la resolución final del Decimonoveno Congreso del Partido Comunista
Chino (octubre de 2017), se comprueba la amplitud de los desafíos. Cuando dicha
resolución afirma que «el Partido debe unirse para alcanzar la victoria decisiva
de la edificación integral de la sociedad de clase media, hacer que triunfe el
socialismo chino de la nueva era y luchar sin descanso para lograr el sueño
chino de la gran renovación del país», hay que tomar esas declaraciones en
serio. En Occidente la visión de China está oscurecida por las ideas recibidas.
Se imagina que la apertura a los mercados internacionales y la privatización de
numerosas empresas hacen doblar las campanas por el «socialismo chino». Nada más
lejos de la realidad. Para los chinos esa apertura es la condición del
desarrollo de las fuerzas productivas, no el preludio de un cambio sistémico.
Las reformas económicas han permitido salir de la pobreza a 700 millones de
personas, es decir, el 10 % de la población mundial. Pero se inscriben en una
planificación a largo plazo en la que el Estado chino conserva el control. Hoy
nuevos desafíos esperan al país: la consolidación del mercado interior, la
reducción de las desigualdades, el desarrollo de las energías verdes y la
conquista de las altas tecnologías.
Al convertirse en la primera potencia económica del mundo, la China popular
elimina el pretendido «fin de la historia». Envía al segundo puesto a un Estados
Unidos moribundo minado por la desindustrialización, el sobreendeudamiento, el
desmoronamiento social y el fracaso de sus aventuras militares. Al contrario que
Estados Unidos China es un imperio sin imperialismo. Ubicado en el centro del
mundo, el Imperio del Medio no necesita expandir sus fronteras. Respetuosa del
derecho internacional, China se conforma con defender su esfera de influencia
natural. No practica el «cambio de régimen» en el extranjero. ¿No quieren vivir
como los chinos? No importa, ellos no pretenden convertirlos. Centrada en sí
misma, China no es conquistadora ni proselitista. Los occidentales libran una
batalla contra su propio declive mientras los chinos hacen negocios para
desarrollar su país. En los últimos treinta años China no ha hecho ninguna
guerra y ha multiplicado su PIB por 17. En el mismo período Estados Unidos ha
emprendido una decena de guerras y ha precipitado su decadencia. Los chinos han
erradicado la pobreza mientras Estados Unidos desestabiliza la economía mundial
y vive a crédito. En China retrocede la miseria mientras en Estados Unidos
avanza. Nos guste o no el «socialismo chino» humilla al capitalismo occidental.
Decididamente el «fin de la historia» puede ocultar otro.
 Notas  :
[1] Francis Fukuyama, La fin de l’Histoire et le dernier homme, 1993,
Flammarion.
[2] Michel Aglietta et Guo Bai, La Voie chinoise, capitalisme et empire, Odile
Jacob, 2012, p.17.
[3) Ibidem, p. 186.
[4] Valérie Niquet, «La Chine reste un régime communiste et léniniste», France
TV Info, 18 octobre 2017.
[5] Jean-Louis Beffa, «La Chine, première alternative crédible au capitalisme»,
Challenges, 23 juin 2018.
[6] Dominique de Rambures, La Chine, une transition à haut risque, Editions de
l’Aube, 2016, p. 33.
[7] Philippe Barret, N’ayez pas peur de la Chine !, Robert Laffont, 2018, p.
230.
[8] Michel Aglietta et Guo Bai, op. cit., p.117.
[9] Richard Hiaut, «Comment la Chine a dupé Américains et Européens à l’OMC»,
Les Echos, 6 juillet 2018.

Fuente:
https://www.legrandsoir.info/le-socialisme-chinois-et-le-mythe-de-la-fin-de-l-histoire.html

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=249582
29-11-2018

terça-feira, 27 de novembro de 2018

En medio de las crisis latinoamericanas, ¿por qué florece la Bolivia de Evo Morales?



Santiago Mayor



El país del altiplano mantiene hace más de una década una estabilidad,
crecimiento económico y mejora de los índices sociales que contrasta con sus
vecinos.

En enero de 2006, por primera vez en la historia de Bolivia, asumía el Gobierno
un presidente indígena. Evo Morales Ayma, dirigente sindical cocalero, había
triunfado meses antes con más del 50% de los votos en una elección sin
precedentes.
Su victoria se inscribió en una oleada progresista y de izquierda que llegó a
los Gobiernos de América Latina durante los primeros años del siglo XXI. Para
ese entonces ya estaban en la presidencia Hugo Chávez en Venezuela, Lula da
Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina y Tabaré Vázquez en Uruguay. Unos
meses después se sumaría Daniel Ortega en Nicaragua y en 2007 Rafael Correa en
Ecuador.

No obstante, en comparación con sus pares (quizás exceptuando el caso uruguayo),
Bolivia logró consolidarse como un modelo social, político y económico estable
que no sufrió las crisis económicas y políticas de Venezuela o Nicaragua ni
perdió el Gobierno mediante golpes de Estado e 'impeachments' –como en Brasil,
Honduras y Paraguay– o elecciones –como en Argentina–. ¿A qué se debe esta
excepcionalidad?
Estadísticas contundentes
Según datos del Banco Mundial, en 2006 el Producto Bruto Interno (PBI) boliviano
era de 11.452 millones de dólares. Para 2017 ese número había aumentado más de
tres veces llegando a 37.509 millones. En el mismo período de tiempo, el ingreso
anual per cápita pasó de 1.120 dólares a 3.130 y la esperanza de vida subió de
64 a 71 años. A su vez, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) del país,
sostiene que la pobreza se redujo del 59,9% cuando asumió Evo Morales al 36,4%
el año pasado.
Por otra parte, como remarca el investigador y máster en Desarrollo Económico y
Sostenibilidad Sergio Martín-Carrillo, Bolivia "ha sido el país suramericano que
mayor crecimiento económico ha experimentado, incluso manteniendo un ritmo por
encima del 4% a pesar del contexto de debilidad que vive la región desde el año
2015". Esto fue acompañado de un descenso constante de la inflación, que pasó de
un 12% en 2007 a menos de un 2% en lo que va de 2018.

El presidente Evo Morales durante una conferencia de prensa en La Paz, Bolivia,
2 de octubre de 2018 / Jose Lirauz / Reuters
Estos logros se sostuvieron en una política que contradice los postulados
neoliberales que impulsan hoy Gobiernos de países vecinos como Argentina, Chile,
Paraguay o el electo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.
Las razones
El sociólogo y escritor boliviano Antonio Abal enumeró en diálogo con este medio
"los ejes del sostenido crecimiento de la economía de Bolivia".
Según su mirada, se trata de una política basada en "nacionalizaciones de
sectores estratégicos, como las comunicaciones, los hidrocarburos y la minería";
la redistribución de los ingresos estatales, "sobre todo en infraestructura
productiva"; el "fortalecimiento del mercado interno"; una política monetaria de
"apreciación de la moneda nacional", es decir, una "desdolarización de la
economía"; y finalmente una fuerte inversión en procesos industriales como el
"litio, lácteos, textiles, etc. y fomento de las pequeñas y medianas empresas,
con facilidades en los soportes crediticios".

En el mismo sentido se expresó el vicepresidente del país, Álvaro García Linera,
en una entrevista con Página/12, donde explicó lo que para él son los cuatro
factores principales de este éxito económico.
En primer lugar, que el Estado controle como propietario los principales
sectores generadores de excedente económico: hidrocarburos, electricidad y
telecomunicaciones. Por otra parte, llevar a cabo una redistribución de la
riqueza, "pero de una manera sostenible", de forma que "los procesos de
reconocimiento y ascenso social de los sectores subalternos populares e
indígenas tenga una sostenibilidad en el tiempo".
En tercer lugar, al igual que como sostiene Abal, "apuntalar el mercado interno"
y, por último, la "articulación entre el capital bancario y el productivo, lo
que implica que el 60% de los ahorros de los bancos se dirige al sector
productivo, generando mano de obra".
Políticas públicas de redistribución
A esto se suma una serie de programas sociales que han acompañado la mejora
económica y han sido los dispositivos que han garantizado una redistribución de
la riqueza. En ese sentido, Martín-Carrillo enumeró tres que considera los más
importantes: el Bono Juancito Pinto, la Renta Dignidad y el Bono Juana Azurduy.

El primero de estos fue lanzado durante el primer año de Gobierno y apunta a que
los niños y niñas finalicen la escuela. Supone un aporte de 200 bolivianos (29
dólares) a estudiantes de escuelas públicas a cambio de que sostengan un mínimo
de un 80% de asistencia a clases. Durante 2018 hubo 2.221.000 de estudiantes
beneficiados por esta iniciativa. A su vez, esto logró que entre 2006 y 2017 la
deserción escolar en primaria cayese del 6,5% al 1,8% y en la educación
secundaria fue del 8,5% al 4%.
Por su parte, la Renta Dignidad, vigente desde 2007, apunta a la población de
adultos mayores –60 años o más– e implica 250 bolivianos (36 dólares) para las
personas con pensiones de jubilación y 300 (43 dólares) para personas que no
tienen pensiones de jubilación.
Finalmente, el Bono Juana Azurduy está dirigido a mujeres gestantes a las cuales
estipula el cumplimiento de cuatro controles prenatales, parto institucional y
control postparto, así como para niños y niñas condicionado a 12 controles
integrales de salud bimensual.

También ha habido una política agresiva de incremento del Salario Mínimo
Nacional, que en 2005 equivalía a 440 pesos bolivianos (57 dólares de aquel
entonces) y en la actualidad llega a 2.060 (298 dólares). Asimismo, este año,
debido al crecimiento económico, tal como informó la Agencia Boliviana de
Información, el Ejecutivo dispuso el pago del doble aguinaldo para todos los
trabajadores públicos y privados.
Un proceso con debates y tensiones
Más allá de su situación actual, los Gobiernos del Movimiento al Socialismo
(MAS) no han estado al margen de problemas, algunos incluso muy graves. Quizás,
el punto más álgido fue en el año 2008, cuando la llamada 'Media Luna', que
incluía cuatro departamentos orientales del país, intentó escindirse del resto
del territorio por acción de los sectores de la derecha boliviana que contaban
con el apoyo solapado de EE.UU.
No obstante, con respaldo de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), esa
crisis logró ser superada y apenas unos meses después el proceso avanzaba
proclamando una nueva Constitución a comienzos de 2009, la que declaró el
carácter "Plurinacional" del Estado, reconociendo en la ley suprema del país a
los pueblos originarios históricamente negados. Evo Morales pasó a encarnar así,
ya no solo simbólica sino institucionalmente, el ascenso definitivo de los
sectores marginados durante siglos de la política nacional.
Si bien para Abal no se puede "hablar de etapas, sino de una sostenida
aplicación de un modelo económico", a partir de ese momento se puede analizar
una profundización de algunos aspectos. Se trata de un punto de inflexión en el
cual se comienza a hablar de "socialismo comunitario", lo que el sociólogo
define como "una aproximación teórica a la aplicación del marxismo y sus
categorías para comprender las lógicas de los 'ayllus' (comunidades)", que como
indicaron muchos autores, mantenían estructuras de 'comunismo primitivo' o
comunitarias contrarias a la propiedad privada y la acumulación individual.

Por su parte, García Linera sostiene que, una vez superada esa ofensiva de la
derecha, se abrió un nuevo momento en la revolución boliviana que él ha
denominado de "tensiones creativas". Es decir, debates al interior del proceso
que lo hacen avanzar.
Al respecto, Abal asegura que en los movimientos sociales conviven dos
tendencias político-ideológicas: "una la sindical, centrada en la
reivindicaciones sectoriales, y la otra revolucionaria, como parte del proceso
de cambio y parte del gobierno". Es en la disputa de esas dos miradas donde se
dan las tensiones creativas que, desde su punto de vista, son "la dialéctica del
movimiento de conciencia de la clase".
La lógica "obrerista", según el sociólogo, no logra terminar de comprender "la
otra lógica organizativa e ideológica de los pueblos originarios". Y esto lo
atribuye a una contradicción impulsada durante décadas de enfrentar "indios
contra obreros" y que "fue fomentada en una etapa del nacionalismo
revolucionario (1952 – 1985)".
Finalmente, el analista apunta que "el vínculo potente se encuentra entre el
Gobierno y los movimientos sociales", donde "el gran articulador de este bloque
es, sin duda, Evo Morales, incluso más allá del instrumento político". Como
contracara, Estado y movimientos sociales "aún se encuentran distanciados",
porque este último "mantiene su matriz colonial no superada".
Una revolución con futuro
Si bien los procesos políticos nacionales difícilmente pueden sobrevivir mucho
tiempo aislados, además de sus fortalezas internas, Bolivia cuenta todavía con
aliados en el continente. Más allá de sus propios conflictos están Venezuela,
Nicaragua y también Cuba, países con los que integra la Alianza Bolivariana para
los pueblos de Nuestra América (Alba). Cabe recordar que, con colaboración de La
Habana, en 2008 se declaró "libre de analfabetismo" a todo el territorio
boliviano.
Por otra parte, a pesar del traspié sufrido en el referéndum de comienzos de
2016, que impedía a Morales volver a presentarse en las elecciones
presidenciales de 2019, esto finalmente fue habilitado por el Tribunal Supremo.
Con su candidatura y una derecha por ahora dividida, la continuidad del proceso
parece estar asegurada.

Por último, pero no menos importante, García Linera pronosticó en el reciente
Foro Mundial de Pensamiento Crítico, llevado a cabo en Buenos Aires, que los
Gobiernos conservadores de la región durarán poco tiempo y luego vendrá un nuevo
auge progresista y de izquierda.
"Estamos enfrentando una oleada conservadora neoliberal que tiene dos limites
intrínsecos: es fosilizada y es en sí misma contradictoria", apuntó. Y detalló
que en estos países se están "repitiendo las recetas que hace veinte años
fracasaron", por lo que "no hay inventiva, no hay creatividad, no hay
esperanza".
A su vez, "el neoliberalismo actual solamente moviliza odios y resentimientos".
Es decir, que está "fundado en la negatividad y no en la proposición. No en la
esperanza de mediano plazo, sino en el rechazo emotivo de corto plazo. Y eso
tiene patas cortas", completó el vicepresidente boliviano.
Por eso, con optimismo, sentenció: "En vez de vivir una larga noche neoliberal,
hemos de vivir una corta noche de verano neoliberal. Y ahí es donde nos toca a
nosotros reconocer lo que hicimos bien, reconocer lo que hicimos mal, y
prepararnos". "La izquierda tiene que volver a prepararse para tomar el poder en
los siguientes años en el continente", concluyó.

In
RT
https://actualidad.rt.com/actualidad/297085-crisis-latinoamerica-florece-bolivia-evo-morales
27/11/2018

segunda-feira, 26 de novembro de 2018

Frente Nacional Contra a Privatização da Saúde





Em sua oitava edição, o Seminário da Frente Nacional Contra a Privatização da
Saúde acontece em Porto Alegre, nos dias 23, 24 e 25 de novembro de 2018 e traz
como tema central “O avanço do capital sobre a saúde da classe trabalhadora”.
Trata-se de um espaço importante de debate, formação e articulação dos diversos
fóruns e entidades na luta por uma saúde universal, gratuita, 100% estatal e de
qualidade. Para além de estudantes e profissionais da saúde, o Seminário é um
evento aberto ao público que deseja se somar a esta luta!
Confira a programação do seminário e inscreva-se em:
https://www.eventbrite.com.br/e/viii-seminario-da-frente-nacional-contra-a-privatizacao-da-saude-registration-49367637934
Por uma SAÚDE que atenda aos interesses da classe trabalhadora: pelo
fortalecimento do SUS público, gratuito, 100% estatal e de qualidade
A Frente Nacional Contra a Privatização da Saúde (FNCPS) é uma frente
anticapitalista criada em 2010, sendo composta por movimentos populares, sociais
e sindicais, além de partidos políticos e militantes da área da saúde. Desde o
início vem se empenhando em um esforço coletivo para articular as diversas lutas
em defesa do SUS de caráter público, gratuito, 100 % estatal e que atenda todas
as necessidades da população; contra os processos de privatização pelos quais o
sistema de saúde brasileiro vem passando e a favor de melhorias das precárias
condições salariais e de trabalhos em que se encontram os diversos profissionais
de saúde.
Para tanto, compreende que a determinação social da saúde é o ponto de partida
para atuação crítica nessa área, sendo necessário revelar o caráter de classe do
adoecimento da população, contrapondo-se à ideologia burguesa de que a saúde é
resultante da ausência de doença ou determinada por fatores biopsicossociais que
ocultam os processos de exploração ao qual a classe trabalhadora é submetida.
A defesa de um sistema de saúde com as características apontadas acima é uma
importante mediação para construção do direito à saúde. Compreender as
limitações impostas ao Sistema Único de Saúde (SUS) pelo modelo de
desenvolvimento econômico adotado no país desde sua criação se configura em um
elemento que evidencia o caráter de classe do Estado e permite explicar a
insuficiência no provimento de ações de saúde à população.
Desde sua criação, com a Constituição de 1988, o SUS se encontra submetido à
lógica neoliberal que orienta as políticas adotadas pelo Estado brasileiro. Ao
longo de seus quase trinta anos de existência, sua proposta inicial foi sendo
descaracterizada por arranjos institucionais, medidas administrativas e
adequações gerenciais exigidas pela aplicação do receituário neoliberal ao qual
nenhum governo cogitou romper.
Nesse sentido são emblemáticos os constantes cortes de recursos para as áreas
sociais e a priorização dos mesmos para a garantia do superávit primário,
alimentando o chamado “sistema da dívida pública” (em 2017 o país destinou 39,7%
do orçamento da união para pagamento de juros e amortizações da dívida e somente
4,14% para a saúde), por meio de mecanismos como a DRU (Desvinculação das
Receitas da União), reeditada em agosto de 2016 e que aumenta para 30% a
retirada de recursos da seguridade social para uso do executivo até o ano de
2023.
Outro mecanismo que contribuiu para a redução dos recursos da saúde foi a Emenda
86, de março de 2015, conhecida como Orçamento Impositivo, que estabeleceu
percentuais para aplicação de recursos do governo federal em saúde com base em
suas receitas correntes líquidas e não mais pela Lei Complementar nº 141, de
janeiro de 2012, que regulamentou a Emenda Constitucional nº 29, que propunha
que estas receitas fossem calculadas pela variação nominal do PIB sobre um
percentual fixo e nunca menor do que os recursos destinados no ano anterior.
Essa diferença no cálculo trouxe um prejuízo enorme para a saúde.
Associado ao subfinanciamento, é preciso compreender também o processo de
desfinanciamento do SUS, com a destinação de dinheiro público para alimentar o
setor privado. Sua forma mais tradicional é representada pelo que pode ser
chamado de “complementariedade invertida”: cada vez mais o SUS depende da compra
de serviços privados para assistir à população, especialmente aqueles que
envolvem grandes somas de dinheiro e que conferem lucro para a iniciativa
privada, os procedimentos de média e alta complexidade (do total de internações
realizadas no setor privado, na primeira década dos anos 2000, 74,5% foi
custeada pelo SUS; do total dos recursos públicos do SUS destinados aos
procedimentos hospitalares de média e alta complexidade 57% foi destinado à rede
privada/filantrópica contratada e apenas 43% à rede pública, no período de 2008
a 2012). Evidencia-se uma dependência nociva para com o sistema privado, não só
pela vultosa soma de recursos exigida nessa relação que compromete ainda mais os
investimentos em saúde, mas também por tornar o SUS refém dos interesses
privatistas.
Uma forma mais sutil e não menos brutal de avanço sobre o fundo público é o que
se dá pelos chamados “Novos Modelos de Gestão”, representados pelas Organizações
Sociais (OSs) e Organizações da Sociedade Civil de Interesse Público (OSCIPs),
instituídas no governo Fernando Henrique Cardoso (1998 e 1999, respectivamente),
pelas propostas das Parcerias Público-privadas (PPPs) e Fundações Públicas de
Direito Privado (FPDPs), apresentadas no governo Lula (2004 e 2007,
respectivamente) e pela Empresa Brasileira de Serviços Hospitalares (EBSERH),
criada durante o governo Dilma (2011). Isso foi possível após a aprovação do
Plano Diretor da Reforma do Aparelho do Estado Brasileiro, conduzida pelo então
Ministro da Administração Federal e Reforma do Estado, Luís Carlos Bresser
Pereira, durante o governo de Fernando Henrique Cardoso (1995). Nele a saúde
passa a ser considerada um “serviço não exclusivo do Estado”, podendo ser
delegada a outrem sua execução, desresponsabilizando o Estado dessa função. Com
isso, sua atuação pode se limitar a mediar contratos e estabelecer metas junto a
essas novas figuras jurídicas. Como “serviço”, as necessidades da população são
substituídas pela relação custo-benefício na orientação dessas ações e a saúde
perde seu caráter de “direito” estabelecido na Constituição. Esses “Novos
Modelos de Gestão” nada mais são do que formas “disfarçadas” de privatização,
uma vez que envolvem repasse de dinheiro público para organizações de caráter
privado.
A ampliação da Atenção Básica ocorrida no Brasil desde o advento do SUS pode
parecer um movimento contraditório a essa lógica, mas se observada de maneira
mais aprofundada percebe-se que não é. Ela representa um setor em que os custos
são baixos com relação à população assistida, respondendo à questão
custo-efetividade. O Estado assume as ações com pouca possibilidade de
contribuir com o processo de acumulação do capital e alimenta o setor privatista
com a compra de serviços de maior complexidade. Sua ampliação sem
correspondência nos outros níveis de atenção compromete a plena garantia da
integralidade.
Este é um cenário em que cada vez fica mais clara a transformação do SUS em um
Sistema Nacional de Saúde totalmente dependente do setor privado, onde as áreas
que interessam ao capital são entregues e seguem a lógica do mercado, auferindo
lucros enormes aos grupos econômicos que fazem da doença um grande negócio,
restringindo as ações públicas estatais a práticas de cuidados focalistas,
revestidas de um assistencialismo de baixa qualidade, voltados a grupos e
regiões menos favorecidas e sem a garantia de acesso a todos os níveis de
assistência, rebaixando a pauta da saúde a uma lógica que nega as determinações
sociais do processo saúde doença. O que vem acontecendo no Brasil é o
fortalecimento do projeto do grande capital para a saúde, expresso ainda pela
renúncia fiscal e pelo subsídio à expansão desordenada dos planos e seguros
privados de saúde, pela isenção de impostos aos grandes hospitais privados e
pelas desonerações fiscais para a importação e produção interna de equipamentos
e insumos biomédicos, inclusive medicamentos.
Com o advento do governo Temer, os ataques ao SUS se intensificam. Seu forte
vínculo com o setor privatista ficou claro com a escolha de um ministro que teve
sua candidatura a deputado federal financiada por um grande plano privado de
saúde. Isso explica suas declarações de que o SUS é “incompatível” com o atual
momento com que passa o país, necessitando ser “revisto”. Para tanto, apresentou
o projeto de criação de “planos acessíveis de saúde”, cabendo ao Estado oferecer
serviços básicos àqueles que não podem arcar com essa despesa, além de
aprofundar a compra de serviços da iniciativa privada para os procedimentos de
alto custo não cobertos por esses planos e caros o sufi ciente para impedir seu
acesso. Tal proposta, inclusive, responde a uma necessidade dos planos privados
de saúde na tentativa de reintegração das cerca de 1,5 milhões de pessoas que em
2016 deixaram de fazer uso de seus serviços em função da crise que assola o
país.
Com a possibilidade de entrada de capital estrangeiro para atuação na área da
saúde, aprovada ainda no governo Dilma, definitivamente a saúde se inscreve como
mercadoria no processo de mercantilização da vida próprio das sociedades
capitalistas. Os recentes ataques pelos quais a classe trabalhadora vem
passando, como a Reforma Trabalhista, a anunciada Reforma da Previdência e a
Emenda Constitucional 95, que congela os gastos sociais por 20 anos, trarão
impactos profundos sobre as condições de vida da população e, consequentemente,
sobre suas condições de saúde. Teremos mais pessoas doentes e ações em saúde
insuficientes para o atendimento de todos. A nova Política Nacional de Atenção
Básica, as mudanças na política de saúde mental e a intensificação dos
privilégios ao setor privatista, marcos na política de saúde do governo Temer,
confirmam o rumo desastroso para qual caminha a saúde pública no país.
Permeando tudo isso, aprofundam-se a precarização do trabalho, a redução de
salários e a perda de direitos por parte dos trabalhadores da saúde, além de
serem apontados como os responsáveis pela falência da assistência à saúde e
identificados como culpados pela interrupção dos serviços quando em luta por
condições de pleno exercício profissional e defesa da saúde pública. O que já se
mostrava um cenário desafiador do ponto de vista da necessidade de organização
da resistência e defesa do direito à saúde, agora se mostra como uma tarefa
histórica indelegável: resistir ao definitivo aniquilamento do Sistema Único de
Saúde no altar das políticas ultra neoliberais, capitaneado pela expressão do
que há de mais atrasado, conservador e reacionário na sociedade brasileira: o
presidente eleito Jair Messias Bolsonaro. Durante sua campanha, como em diversas
outras áreas, não houve a apresentação de nenhuma proposta concreta para a
saúde, mas infere-se, por sua retórica na área econômica, que os processos de
privatização e destruição do SUS só irão se agravar.
Distante de uma visão acrítica sobre os espaços institucionais de Controle
Social, restringir a luta pela saúde aos mesmos se constitui um equívoco tão
grande quanto desconsiderar esses espaços como momentos privilegiados de disputa
de consciência e possibilidades de avanços na luta pela saúde entre seus
participantes. O fortalecimento da presença da população nas frentes e fóruns
populares de saúde, a exemplo da Frente Nacional Contra a Privatização da Saúde,
constitui um elemento estratégico para inserção da comunidade acadêmica em lutas
concretas e articulações com forças políticas, movimentos sindicais, sociais e
populares na construção de resistências aos ataques sofridos pelo SUS e
construção de um projeto de saúde que atenda plenamente aos interesses da classe
trabalhadora.
Mais do que nunca a conjuntura aponta para o fortalecimento do modelo biomédico
de assistência à saúde, biologicista, curativista, hospitalocêntrico, com ênfase
na medicina e suas especialidades e fortes vínculos com as empresas
farmacêuticas, indústrias médico-hospitalares, redes privadas de apoio
diagnóstico e sistema financeiro nacional e internacional. Há que se considerar
a própria complexificação da sociedade capitalista que impõe novos desafios à
luta pela saúde e que não podem ser desconsiderados para sua retomada e
fortalecimento: o crescimento desordenado das grandes cidades, relacionado com o
aumento da violência, em especial nas periferias, não se limitando mais a
problemas relacionados à saneamento, abastecimento de água e questões de
infraestrutura urbana; as questões demográficas e epidemiológicas que não mais
dizem respeito somente ao aumento da população, seu envelhecimento e mudanças na
distribuição de doenças, mas também às respostas necessárias por parte dos
serviços de saúde para o atendimento dessas demandas, concorrendo para isso o
advento de novos conhecimentos e tecnologias; a discussão sobre o meio ambiente
que precisa ser analisada não só à luz do papel privilegiado do agronegócio no
país, com expansão da áreas de cultivo, uso indiscriminado de agrotóxicos,
desregulamentação do uso de transgênicos, abuso na utilização de antibióticos na
pecuária, mas também com relação aos impactos sócio ambientais dos
“megaprojetos” governamentais, além da lógica do consumo desenfreado com
esgotamento de recursos naturais, em especial os hídricos; e as demandas
advindas dos movimentos sociais, como aquelas relacionadas ao acesso à terra e à
moradia, e o enfrentamento dos problemas de discriminação e violência contra
mulheres, população negra e LGBT, principalmente num momento de crescimento da
onda conservadora no país.
Inaugura-se um novo momento da luta de classes no país. O apassivamento da
classe trabalhadora, fruto dos 14 anos de política de conciliação de classes
levada a cabo pelo Partido dos Trabalhadores enquanto esteve no comando do
executivo federal, necessita ser superado com urgência, uma vez a proposta que
se apresenta para o próximo período representa a barbárie, o irracionalismo, a
subordinação da soberania nacional aos interesses imperialistas, o fim das
liberdades democráticas, a continuidade do comprometimento dos direitos sociais,
a violência contra as minorias em suas mais diversas expressões.
A luta por um Sistema de Saúde público, gratuito, 100% estatal, de qualidade e
que atenda a todas as necessidades de saúde da população passa pela luta contra
o fascismo e pela retomada da organização dos trabalhadores em seus locais de
estudo, moradia, trabalho e assistência, superando o modelo biomédico e
campanhista tradicional da saúde pública burguesa, contribuindo com a
participação popular com vias à superação da sociedade capitalista, condição
necessária para o gozo do pleno direito à saúde. Na perspectiva da FNCPS, a
defesa da saúde encontra-se intimamente articulada com as demais políticas do
campo da seguridade social, como aquelas voltadas para o trabalho, educação,
ambiente, alimentação, moradia, mobilidade, cultura, entre outras.
A Frente Nacional Contra a Privatização da Saúde vem, em seu 8º Seminário
Nacional, REAFIRMAR suas principais bandeiras:
– Revogação imediata das contrarreformas e retrocessos do governo Temer:
Contrarreforma Trabalhista, Terceirização Irrestrita e Emenda Constitucional
95/2016 – que institui o Novo Regime Fiscal e congela por vinte anos os gastos
sociais – e retirada da PEC 287 da Reforma da Previdência Social;
– Pela imediata Auditoria Cidadã da Dívida Pública, com suspensão do pagamento,
pela tributação das grandes transações financeiras, pela taxação das grandes
fortunas e contra a qualquer tipo de renúncia fiscal que comprometa os
investimentos sociais, destinando-se, obrigatoriamente, parte dos recursos
destas medidas às políticas sociais;
– Pela estatização completa do sistema de saúde, com a proibição do capital
estrangeiro na saúde, o fim dos subsídios públicos aos serviços privados de
saúde e a revogação das leis que instituem e regulamentam as Fundações Públicas
de Direito Privado, as Organizações Sociais, as Organizações da Sociedade Civil
de Interesse Público, a Empresa Brasileira de Serviços Hospitalares e as
parcerias público -privadas;
– Pela ampliação imediata do financiamento público do SUS, em todas as suas
áreas de atuação. Nesta direção, tem-se defendido a utilização de no mínimo 10%
do Produto Interno Bruto (PIB) para a saúde por parte da união, além do
cumprimento do gasto de no mínimo de 12% de arrecadação por parte dos estados e
de 15% de arrecadação por partes dos municípios, garantindo o investimento
público e financiamento exclusivo da rede pública estatal de serviços;
– Revogação da Emenda Constitucional 93/2016, que prevê a extensão da
Desvinculação das Receitas da União (DRU) até 2023 e aumenta seu patamar de
desvinculação para 30%. Isso permite ao governo aplicar os recursos inicialmente
destinados pela Constituição a áreas como educação, saúde e previdência social
em qualquer despesa considerada prioritária, como a formação de superávit
primário e o pagamento de juros da dívida pública;
– Pela eliminação dos limites da Lei de Responsabilidade Fiscal (LRF) no que diz
respeito à limitação de gastos com pessoal na área de saúde e de todas as
políticas públicas, o que prejudica a execução da prestação de serviços à
população;
– Pela implantação do Plano de Carreira Nacional do SUS para os servidores e
servidoras das três esferas de governo, com isonomia de vencimentos e
estabilidade no trabalho, com base no Regime Jurídico Único (Regime
Estatutário);
– Pela revogação imediata da Portaria 2436/2017 que regulamenta a nova proposta
de Política Nacional de Atenção Básica (PNAB);
– Defesa do fortalecimento da presença do/a Agente Comunitário de Saúde nas
equipes da Atenção Primária em Saúde, com condições concretas para o exercício
de sua função como elemento agregador das demandas da comunidade e da atuação
das equipes de saúde da família;
– Defesa de Unidades Básicas de Saúde bem equipadas, com equipes completas e
resolutivas, para garantir a atenção à saúde a todas as pessoas, o mais próximo
possível de seus locais de moradia e trabalho, assegurando encaminhamento para
unidades de maior complexidade sempre que necessário;
– Contra mercantilização da educação e da formação em saúde, com defesa do
ensino público, gratuito e de qualidade que garanta a formação em saúde alinhada
a um projeto voltado a atender os interesses da classe trabalhadora e ancorada
nos princípios do projeto original da Reforma Sanitária;
– Apoio aos institutos técnicos, científicos, universidades, centros de pesquisa
e laboratórios estatais no desenvolvimento de pesquisas básicas e aplicadas na
produção de insumos, materiais e medicamentos que garantam a autonomia e
soberania com relação ao atendimento das necessidades da população;
– Pela assistência farmacêutica plena e gratuita, estruturada nos três níveis da
rede pública de acordo com a competência de cada um dos entes federados,
atendendo às necessidades da população em todos os níveis de atenção à saúde com
profissionais treinados/as e qualificados/as para tal fim;
– Pelo fim dos subsídios às indústrias multinacionais de medicamentos e pela
implementação gradual de uma produção farmacêutica estatal exclusiva; – Pelo fi
m de isenções fiscais à importação de equipamentos para o setor privado de
saúde;
– Respeito às deliberações e fortalecimento das Conferências de Saúde nas três
esferas de governo e dos Conselhos municipais, estaduais e nacional de saúde,
entendendo que essas instâncias representam um espaço de manifestação popular
das reivindicações para a Saúde;
– Defesa da implementação da Política Nacional de Saúde do Trabalhador e da
Trabalhadora (prevenção, vigilância, assistência e reabilitação) e luta contra
todo e qualquer processo de precarização decorrente de terceirização e
quarteirização das condições de trabalho e seus reflexos na saúde do trabalhador
e da trabalhadora, que levam a um processo de sofrimento e de adoecimento
mental, inclusive ao suicídio;
– Pela aprovação da descriminalização do aborto por decisão da mulher até a 12ª
semana de gestação;
– Pela retirada dos projetos que visam restringir as opções de aborto legal e
representam um retrocesso e grave ameaça aos direitos sexuais e reprodutivos das
mulheres, como: a PEC 29/2015, que torna crime a interrupção da gravidez desde a
concepção; o PL nº 5.069/2013, que criminaliza os profissionais de saúde que
realizarem orientações sobre as opções abortivas; e o PL nº 478/2007 que trata
do estatuto do nascituro;
– Pela descriminalização das drogas, entendendo esta como uma questão de saúde
pública e não de segurança pública;
– Contra o viés proibicionista, higienista e de encarceramento com relação à
população usuária de drogas, com defesa da Política de Redução de Danos e
ampliação da rede de saúde mental pública, estatal, substitutiva, em detrimento
às internações em hospital psiquiátrico e em Comunidades Terapêuticas;
– Defesa da implementação da Reforma Psiquiátrica com ampliação e fortalecimento
dos serviços substitutivos ao modelo hospitalocêntrico. Contra as internações e
recolhimentos forçados e a privatização dos recursos destinados ao cuidado em
saúde mental via ampliação e manutenção de hospitais psiquiátricos e Comunidades
Terapêuticas;
– Defesa da Efetivação da Política Nacional de Saúde Integral LGBTI+ (Portaria
2836 de 01 de dezembro de 2011) nos três níveis de governo e nas instâncias de
controle social;
– Contra o de Projeto de Lei nº6299/02, conhecido como “PL do veneno”, que
atende aos interesses do Agronegócio, flexibilizando o controle sobre o uso de
agrotóxicos e liberando a utilização de venenos banidos em grande parte do mundo
para as lavouras no Brasil.
NESSA DIREÇÃO, DEFENDEMOS AINDA:
– A RESISTÊNCIA CONTRA TODO PROCESSO DE MERCANTILIZAÇÃO DA VIDA, expresso, entre
outras pelas propostas de privatização da saúde, educação e de bens comuns, como
a água;
– AS LIBERDADES DEMOCRÁTICAS, os direitos sociais, bem como o patrimônio e a
soberania nacional frente aos interesses imperialistas;
– AS LUTAS PELO FIM DA VIOLÊNCIA CONTRA TODAS AS MINORIAS em suas mais diversas
expressões;
– A CONSTITUIÇÃO DE UMA FRENTE EM DEFESA DAS LIBERDADES DEMOCRÁTICAS E DOS
DIREITOS CONQUISTADOS, com vista sua ampliação;
– A REORGANIZAÇÃO DA CLASSE TRABALHADORA na construção de um projeto próprio que
atenda seus interesses.
Nenhum serviço de saúde a menos! Nenhum trabalhador de saúde a menos! Nenhum
direito social conquistado a menos! Nenhuma liberdade democrática a menos!
Porto Alegre – RS, 25 de novembro de 2018. Frente Nacional Contra a Privatização
da Saúde
Entre em contato com a Frente! Venha fazer parte desta Luta!
http://www.contraprivatizacao.com.br/

In
PCB
https://pcb.org.br/portal2/21453/contra-a-privatizacao-da-saude/
24/11/2018

sábado, 24 de novembro de 2018

From the Classics: What is Fascism?


 Georgi Dimitrov



Main Report of Georgi Dimitrov at the Seventh World Congress of the Communist
International
August 2, 1935



I.  Fascism and the Working Class
The Class Character of Fascism
Comrades, fascism in power was correctly described by the Thirteenth Plenum of
the Executive Committee of the Communist International as the open terrorist
dictatorship of the most reactionary, most chauvinistic and most imperialist
elements of finance capital.
The most reactionary variety of fascism is the German type of fascism. It has
the effrontery to call itself National Socialism, though it has nothing in
common with socialism. German fascism is not only bourgeois nationalism, it is
fiendish chauvinism. It is a government system of political gangsterism, a
system of provocation and torture practised upon the working class and the
revolutionary elements of the peasantry, the petty bourgeoisie and the
intelligentsia. It is medieval barbarity and bestiality, it is unbridled
aggression in relation to other nations.
German fascism is acting as the spearhead of international counter-revolution,
as the chief instigator of imperialist war, as the initiator of a crusade
against the Soviet Union, the great fatherland of the working people of the
whole world.
Fascism is not a form of state power “standing above both classes — the
proletariat and the bourgeoisie,” as Otto Bauer, for instance, has asserted. It
is not “the revolt of the petty bourgeoisie which has captured the machinery of
the state,” as the British Socialist Brailsford declares.
No, fascism is not a power standing above class, nor government of the petty
bourgeoisie or the lumpen-proletariat over finance capital. Fascism is the power
of finance capital itself. It is the organization of terrorist vengeance against
the working class and the revolutionary section of the peasantry and
intelligentsia. In foreign policy, fascism is jingoism in its most brutal form,
fomenting bestial hatred of other nations.
This, the true character of fascism, must be particularly stressed because in a
number of countries, under cover of social demagogy, fascism has managed to gain
the following of the mass of the petty bourgeoisie that has been dislocated by
the crisis, and even of certain sections of the most backward strata of the
proletariat. These would never have supported fascism if they had understood its
real character and its true nature.
The development of fascism, and the fascist dictatorship itself, assume
different forms in different countries, according to historical, social and
economic conditions and to the national peculiarities, and the international
position of the given country.
In certain countries, principally those in which fascism has no broad mass basis
and in which the struggle of the various groups within the camp of the fascist
bourgeoisie itself is rather acute, fascism does not immediately venture to
abolish parliament, but allows the other bourgeois parties, as well as the
Social-Democratic Parties, to retain a modicum of legality.
In other countries, where the ruling bourgeoisie fears an early outbreak of
revolution, fascism establishes its unrestricted political monopoly, either
immediately or by intensifying its reign of terror against and persecution of
all rival parties and groups. This does not prevent fascism, when its position
becomes particularly acute, from trying to extend its basis and, without
altering its class nature, trying to combine open terrorist dictatorship with a
crude sham of parliamentarism.
The accession to power of fascism is not an ordinary succession of one bourgeois
government by another, but a substitution of one state form of class domination
of the bourgeoisie — bourgeois democracy — by another form — open terrorist
dictatorship. It would be a serious mistake to ignore this distinction, a
mistake liable to prevent the revolutionary proletariat from mobilizing the
widest strata of the working people of town and country for the struggle against
the menace of the seizure of power by the fascists, and from taking advantage of
the contradictions which exist in the camp of the bourgeoisie itself.
But it is a mistake, no less serious and dangerous, to underrate the importance,
for the establishment of fascist dictatorship, of the reactionary measures of
the bourgeoisie at present increasingly developing in bourgeois-democratic
countries — measures which suppress the democratic liberties of the working
people, falsify and curtail the rights of parliament and intensify the
repression of the revolutionary movement.
Comrades, the accession to power of fascism must not be conceived of in so
simplified and smooth a form, as though some committee or other of finance
capital decided on a certain date to set up a fascist dictatorship. In reality,
fascism usually comes to power in the course of a mutual, and at times severe,
struggle against the old bourgeois parties, or a definite section of these
parties, in the course of a struggle even within the fascist camp itself — a
struggle which at times leads to armed clashes, as we have witnessed in the case
of Germany, Austria and other countries.
All this, however, does not make less important the fact that, before the
establishment of a fascist dictatorship, bourgeois governments usually pass
through a number of preliminary stages and adopt a number of reactionary
measures which directly facilitate the accession to power of fascism. Whoever
does not fight the reactionary measures of the bourgeoisie and the growth of
fascism at these preparatory stages is not in a position to prevent the victory
of fascism, but, on the contrary, facilitates that victory.
The Social-Democratic leaders glossed over and concealed from the masses the
true class nature of fascism, and did not call them to the struggle against the
increasingly reactionary measures of the bourgeoisie. They bear great historical
responsibility for the fact that, at the decisive moment of the fascist
offensive, a large section of the working people of Germany and of a number of
other fascist countries failed to recognize in fascism the most bloodthirsty
monster of finance capital, their most vicious enemy, and that these masses were
not prepared to resist it.
What is the source of the influence of fascism over the masses? Fascism is able
to attract the masses because it demagogically appeals to their most urgent
needs and demands. Fascism not only inflames prejudices that are deeply
ingrained in the masses, but also plays on the better sentiments of the masses,
on their sense of justice and sometimes even on their revolutionary traditions.
Why do the German fascists, those lackeys of the bourgeoisie and mortal enemies
of socialism, represent themselves to the masses as “Socialists,” and depict
their accession to power as a “revolution”? Because they try to exploit the
faith in revolution and the urge towards socialism that lives in the hearts of
the mass of working people in Germany.
Fascism acts in the interests of the extreme imperialists, but it presents
itself to the masses in the guise of champion of an ill-treated nation, and
appeals to outraged national sentiments, as German fascism did, for instance,
when it won the support of the masses of the petty bourgeoisie by the slogan
“Down with the Versailles Treaty.”
Fascism aims at the most unbridled exploitation of the masses but it approaches
them with the most artful anti-capitalist demagogy, taking advantage of the deep
hatred of the working people against the plundering bourgeoisie, the banks,
trusts and financial magnates, and advancing those slogans which at the given
moment are most alluring to the politically immature masses.
In Germany — “The general welfare is higher than the welfare of the individual,”
in Italy — “Our state is not a capitalist, but a corporate state,” in Japan —
“For Japan without exploitation,” in the United States — “Share the wealth,” and
so forth.
Fascism delivers up the people to be devoured by the most corrupt and venal
elements, but comes before them with the demand for “an honest and incorruptible
government.” Speculating on the profound disillusionment of the masses in
bourgeois-democratic governments, fascism hypocritically denounces corruption.
It is in the interests of the most reactionary circles of the bourgeoisie that
fascism intercepts the disappointed masses who desert the old bourgeois parties.
But it impresses these masses by the vehemence of its attacks on the bourgeois
governments and its irreconcilable attitude to the old bourgeois parties.
Surpassing in its cynicism and hypocrisy all other varieties of bourgeois
reaction, fascism adapts its demagogy to the national peculiarities of each
country, and even to the peculiarities of the various social strata in one and
the same country. And the mass of the petty bourgeoisie and even a section of
the workers, reduced to despair by want, unemployment and the insecurity of
their existence, fall victim to the social and chauvinist demagogy of fascism.
Fascism comes to power as a party of attack on the revolutionary movement of the
proletariat, on the mass of the people who are in a state of unrest; yet it
stages its accession to power as a “revolutionary” movement against the
bourgeoisie on behalf of “the whole nation” and for the “salvation” of the
nation. One recalls Mussolini’s “march” on Rome, Pilsudski’s “march” on Warsaw,
Hitler’s National-Socialist “revolution” in Germany, and so forth.
But whatever the masks that fascism adopts, whatever the forms in which it
presents itself, whatever the ways by which it comes to power
  Fascism is a most ferocious attack by capital on the mass of the working
  people;
  Fascism is unbridled chauvinism and predatory war;
  Fascism is rabid reaction and counter-revolution;
  Fascism is the most vicious enemy of the working class and of all working
  people.

Source: Georgi Dimitrov, Selected Works Sofia Press, Sofia, Volume 2, 1972.
Text available in full online at Marxist Internet Archive <<www.marxists.org>>
In
ML TODAY
https://mltoday.com/from-the-classics-what-is-fascism-georgi-dimitrov/
Nov 6, 2018
From the Classics: What is Fascism?
 Georgi Dimitrov



Main Report of Georgi Dimitrov at the Seventh World Congress of the Communist
International
August 2, 1935



I.  Fascism and the Working Class
The Class Character of Fascism
Comrades, fascism in power was correctly described by the Thirteenth Plenum of
the Executive Committee of the Communist International as the open terrorist
dictatorship of the most reactionary, most chauvinistic and most imperialist
elements of finance capital.
The most reactionary variety of fascism is the German type of fascism. It has
the effrontery to call itself National Socialism, though it has nothing in
common with socialism. German fascism is not only bourgeois nationalism, it is
fiendish chauvinism. It is a government system of political gangsterism, a
system of provocation and torture practised upon the working class and the
revolutionary elements of the peasantry, the petty bourgeoisie and the
intelligentsia. It is medieval barbarity and bestiality, it is unbridled
aggression in relation to other nations.
German fascism is acting as the spearhead of international counter-revolution,
as the chief instigator of imperialist war, as the initiator of a crusade
against the Soviet Union, the great fatherland of the working people of the
whole world.
Fascism is not a form of state power “standing above both classes — the
proletariat and the bourgeoisie,” as Otto Bauer, for instance, has asserted. It
is not “the revolt of the petty bourgeoisie which has captured the machinery of
the state,” as the British Socialist Brailsford declares.
No, fascism is not a power standing above class, nor government of the petty
bourgeoisie or the lumpen-proletariat over finance capital. Fascism is the power
of finance capital itself. It is the organization of terrorist vengeance against
the working class and the revolutionary section of the peasantry and
intelligentsia. In foreign policy, fascism is jingoism in its most brutal form,
fomenting bestial hatred of other nations.
This, the true character of fascism, must be particularly stressed because in a
number of countries, under cover of social demagogy, fascism has managed to gain
the following of the mass of the petty bourgeoisie that has been dislocated by
the crisis, and even of certain sections of the most backward strata of the
proletariat. These would never have supported fascism if they had understood its
real character and its true nature.
The development of fascism, and the fascist dictatorship itself, assume
different forms in different countries, according to historical, social and
economic conditions and to the national peculiarities, and the international
position of the given country.
In certain countries, principally those in which fascism has no broad mass basis
and in which the struggle of the various groups within the camp of the fascist
bourgeoisie itself is rather acute, fascism does not immediately venture to
abolish parliament, but allows the other bourgeois parties, as well as the
Social-Democratic Parties, to retain a modicum of legality.
In other countries, where the ruling bourgeoisie fears an early outbreak of
revolution, fascism establishes its unrestricted political monopoly, either
immediately or by intensifying its reign of terror against and persecution of
all rival parties and groups. This does not prevent fascism, when its position
becomes particularly acute, from trying to extend its basis and, without
altering its class nature, trying to combine open terrorist dictatorship with a
crude sham of parliamentarism.
The accession to power of fascism is not an ordinary succession of one bourgeois
government by another, but a substitution of one state form of class domination
of the bourgeoisie — bourgeois democracy — by another form — open terrorist
dictatorship. It would be a serious mistake to ignore this distinction, a
mistake liable to prevent the revolutionary proletariat from mobilizing the
widest strata of the working people of town and country for the struggle against
the menace of the seizure of power by the fascists, and from taking advantage of
the contradictions which exist in the camp of the bourgeoisie itself.
But it is a mistake, no less serious and dangerous, to underrate the importance,
for the establishment of fascist dictatorship, of the reactionary measures of
the bourgeoisie at present increasingly developing in bourgeois-democratic
countries — measures which suppress the democratic liberties of the working
people, falsify and curtail the rights of parliament and intensify the
repression of the revolutionary movement.
Comrades, the accession to power of fascism must not be conceived of in so
simplified and smooth a form, as though some committee or other of finance
capital decided on a certain date to set up a fascist dictatorship. In reality,
fascism usually comes to power in the course of a mutual, and at times severe,
struggle against the old bourgeois parties, or a definite section of these
parties, in the course of a struggle even within the fascist camp itself — a
struggle which at times leads to armed clashes, as we have witnessed in the case
of Germany, Austria and other countries.
All this, however, does not make less important the fact that, before the
establishment of a fascist dictatorship, bourgeois governments usually pass
through a number of preliminary stages and adopt a number of reactionary
measures which directly facilitate the accession to power of fascism. Whoever
does not fight the reactionary measures of the bourgeoisie and the growth of
fascism at these preparatory stages is not in a position to prevent the victory
of fascism, but, on the contrary, facilitates that victory.
The Social-Democratic leaders glossed over and concealed from the masses the
true class nature of fascism, and did not call them to the struggle against the
increasingly reactionary measures of the bourgeoisie. They bear great historical
responsibility for the fact that, at the decisive moment of the fascist
offensive, a large section of the working people of Germany and of a number of
other fascist countries failed to recognize in fascism the most bloodthirsty
monster of finance capital, their most vicious enemy, and that these masses were
not prepared to resist it.
What is the source of the influence of fascism over the masses? Fascism is able
to attract the masses because it demagogically appeals to their most urgent
needs and demands. Fascism not only inflames prejudices that are deeply
ingrained in the masses, but also plays on the better sentiments of the masses,
on their sense of justice and sometimes even on their revolutionary traditions.
Why do the German fascists, those lackeys of the bourgeoisie and mortal enemies
of socialism, represent themselves to the masses as “Socialists,” and depict
their accession to power as a “revolution”? Because they try to exploit the
faith in revolution and the urge towards socialism that lives in the hearts of
the mass of working people in Germany.
Fascism acts in the interests of the extreme imperialists, but it presents
itself to the masses in the guise of champion of an ill-treated nation, and
appeals to outraged national sentiments, as German fascism did, for instance,
when it won the support of the masses of the petty bourgeoisie by the slogan
“Down with the Versailles Treaty.”
Fascism aims at the most unbridled exploitation of the masses but it approaches
them with the most artful anti-capitalist demagogy, taking advantage of the deep
hatred of the working people against the plundering bourgeoisie, the banks,
trusts and financial magnates, and advancing those slogans which at the given
moment are most alluring to the politically immature masses.
In Germany — “The general welfare is higher than the welfare of the individual,”
in Italy — “Our state is not a capitalist, but a corporate state,” in Japan —
“For Japan without exploitation,” in the United States — “Share the wealth,” and
so forth.
Fascism delivers up the people to be devoured by the most corrupt and venal
elements, but comes before them with the demand for “an honest and incorruptible
government.” Speculating on the profound disillusionment of the masses in
bourgeois-democratic governments, fascism hypocritically denounces corruption.
It is in the interests of the most reactionary circles of the bourgeoisie that
fascism intercepts the disappointed masses who desert the old bourgeois parties.
But it impresses these masses by the vehemence of its attacks on the bourgeois
governments and its irreconcilable attitude to the old bourgeois parties.
Surpassing in its cynicism and hypocrisy all other varieties of bourgeois
reaction, fascism adapts its demagogy to the national peculiarities of each
country, and even to the peculiarities of the various social strata in one and
the same country. And the mass of the petty bourgeoisie and even a section of
the workers, reduced to despair by want, unemployment and the insecurity of
their existence, fall victim to the social and chauvinist demagogy of fascism.
Fascism comes to power as a party of attack on the revolutionary movement of the
proletariat, on the mass of the people who are in a state of unrest; yet it
stages its accession to power as a “revolutionary” movement against the
bourgeoisie on behalf of “the whole nation” and for the “salvation” of the
nation. One recalls Mussolini’s “march” on Rome, Pilsudski’s “march” on Warsaw,
Hitler’s National-Socialist “revolution” in Germany, and so forth.
But whatever the masks that fascism adopts, whatever the forms in which it
presents itself, whatever the ways by which it comes to power
  Fascism is a most ferocious attack by capital on the mass of the working
  people;
  Fascism is unbridled chauvinism and predatory war;
  Fascism is rabid reaction and counter-revolution;
  Fascism is the most vicious enemy of the working class and of all working
  people.

Source: Georgi Dimitrov, Selected Works Sofia Press, Sofia, Volume 2, 1972.
Text available in full online at Marxist Internet Archive <<www.marxists.org>>

In
ML TODAY
https://mltoday.com/from-the-classics-what-is-fascism-georgi-dimitrov/
Nov 6, 2018

quinta-feira, 22 de novembro de 2018

Entrevista: ‘A esquerda foi singularmente incapaz e burra nessas eleições’, diz Jessé Souza



Juliana Sayuri


“Duas coisas salvariam o Brasil: interpretação de texto e consciência de
classe.”
A frase é de um meme das eleições, mas funciona para resumir o pensamento do
sociólogo Jessé Souza, professor titular da Universidade Federal do ABC, em seu
novo livro, A Classe Média no Espelho (Estação Brasil, 2018), que chega às
livrarias na próxima semana.
Na obra, Souza analisa os movimentos da classe média brasileira nos últimos anos
– especialmente aquela que, segundo sua expressão, se mostrou “dócil e
manipulável” ao ir às ruas contra a corrupção política e, mais tarde, engrossou
as fileiras de apoio a Jair Bolsonaro. “Um tiro no pé”, descreve.

Para o sociólogo, faltou à classe média entender as causas reais da crise
econômica. Por não compreender a lógica do capitalismo financeiro e erroneamente
se imaginar como parte integrante da elite, a classe média abriu mão do pacto
democrático para abraçar a ideia de que a corrupção do estado é a fonte de todos
os males no Brasil – e não o assalto “legalizado” promovido por bancos e grandes
corporações. “O vínculo orgânico entre empobrecimento e corrupção política é uma
mentira. É óbvio que a corrupção política é recriminável, mas não foi ela que
deixou a população mais pobre. Esta é a grande questão que ficou fora do quadro.
E era o que importava nas eleições”, afirma.
Ex-presidente do Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, o Ipea, entre 2015 e
2016, e autor de títulos como A Ralé Brasileira (2009), A Tolice da Inteligência
Brasileira (2015), A Radiografia do Golpe (2016) e A Elite do Atraso (2017),
Souza vem criticando duramente a imprensa e os intelectuais alinhados à elite
econômica que, a seu ver, “imbecilizaram” a sociedade. Nesta entrevista ao
Intercept, o autor martela: “O país inteiro foi feito de imbecil. Não há melhor
palavra”.
Você inicia A Classe Média no Espelho com uma parábola sobre verdade e mentira.
Em tempos de discussões sobre pós-verdade, fake news e agora “disputa de
narrativas”, qual foi o peso da confusão entre verdade e mentira na ascensão de
Bolsonaro?
A elite econômica expropria a maior parte da população em seu benefício, e isso
só acontece a partir de uma mentira socialmente aceita, isto é, uma visão
distorcida sobre o funcionamento da sociedade. É como dizer: o mundo é assim,
ponto. A mentira legitima os interesses da opressão econômica e da dominação
moral. E uma das mentiras é “querer é poder”: se você fracassa, a culpa é só sua
– e não de um sistema injusto e explorador. Se você não compreende as causas de
sua miséria econômica no capitalismo, você está condenado a atribuir seu
fracasso pessoal a você mesmo ou, como foi feito, a políticos corruptos. Assim,
uma dominação econômica de uma classe só se sustenta ao longo do tempo se é
moralizada.
Obviamente, a única forma de combater a mentira social é com a prática da
verdade, a arma dos frágeis. É disso que trata a parábola, e que vale para o
atual contexto: as pessoas são historicamente acostumadas a ouvir a mentira,
pois a verdade muitas vezes pode ser bastante incômoda.
Apesar de esforços (de parte da imprensa, intelectuais e movimentos sociais)
para esclarecer fatos nas eleições, como a ideia de que o presidente eleito é
antissistema e anticorrupção acabou vingando?
Desde que o Brasil é Brasil, e principalmente a partir de 2013 de modo mais
insidioso e perverso, a elite econômica conseguiu consolidar, junto a seus
intelectuais e sua imprensa, a ideia de que o empobrecimento da população teria
sido causado apenas pela corrupção política, o que é uma mentira.
‘A esquerda foi singularmente incapaz e burra nessas eleições.’
A imprensa e a Lava Jato criminalizaram a Petrobras, deixando-a pronta para
vendê-la a preço de banana. O estado deixou de ganhar royalties, o pessoal
perdeu emprego. A Lava Jato prendeu meia dúzia e deixou invisível o saque real
trilionário de uma elite proprietária e uma alta classe média, que inclusive
empobrece a massa da classe média. O foco na corrupção política invisibilizou a
continuidade dos juros extorsivos embutidos nos preços, da estarrecedora
exploração do rentismo e da corrupção legalizada dos donos do mercado. A boca de
fumo da corrupção está no Banco Central, que assalta legalizadamente a
população. Mas as classes exploradas economicamente acreditaram na balela:
ficamos mais pobres por conta do roubo de políticos. É óbvio que a corrupção
política é recriminável, mas não foi ela que deixou a população mais pobre. Esta
é a grande questão que ficou fora do quadro. E era o que importava nas eleições.
A esquerda foi singularmente incapaz e burra nessas eleições. Tanto Haddad
quanto Ciro Gomes elogiaram a Lava Jato, o bode expiatório da corrupção
política. Na minha visão, o país inteiro foi feito de imbecil, não há melhor
palavra. Poderia dizer “falsa consciência” e agir contra os próprios interesses,
mas, na linguagem do senso comum, isso é simplesmente ser “imbecil”. Dentro da
própria esquerda, ninguém problematizou o rentismo, ninguém questionou: nós
todos pagamos juros que vão para o bolso de quem? Esse assalto econômico não é
visto como corrupção, como o engano de meia dúzia sobre 200 milhões de
brasileiros. O principal dispositivo do poder é se tornar invisível. E o poder
econômico é ainda mais invisível.
Qual é a sua definição de classe média?
 Classe social não é definida pela renda. Renda é um resultado, considerando a
vida adulta. Mas é preciso pensar que diabo acontece na infância e na
adolescência de alguém, que faz com que um ganhe mil vezes mais do que o outro?
Esta é a questão, que implica a reprodução de privilégios, positivos e
negativos. O privilégio da elite econômica é econômico, a propriedade.
O privilégio da classe média, que corresponde a 20% da população brasileira, é
principalmente o acesso a capital cultural, isto é, conhecimento, cursos de
línguas, universidades etc. Isso explica, por exemplo, a raiva de parte da
classe média ao ver pobre entrando na universidade, que era seu “bunker” que
garantiria salários melhores, mas também reconhecimento e prestígio.
Você diferencia “alta” (equivalente aos segmentos superiores da classe A) e
“massa” da classe média (as chamadas classes A e B). Seguindo esse paralelo,
onde estaria a dita classe C?
[A classe C] foi uma bobagem da propaganda do PT. No Brasil, temos quatro
grandes classes: uma ínfima elite econômica proprietária, uma classe média de
20%, uma classe trabalhadora majoritariamente precária e uma classe
marginalizada que está fora do mercado competitivo. O PT ajudou os
marginalizados subirem à classe dos trabalhadores, o que é histórico e
extremamente importante. Por miopia política, isso foi interpretado por
marketing malfeito como “chegar à classe média”, o que também é uma mentira. E é
preciso saber a verdade: seria preciso montar um projeto político de longo prazo
e dizer “um dia” vamos chegar a uma sociedade de classe média real. Dizer que
renda média é classe média é uma idiotice. Renda média de um país pobre equivale
à renda da classe trabalhadora, que é precária.
Se há uma vocação vira-lata da alta classe média, “que considera melhor tudo o
que vem de fora”, segundo sua expressão no livro, os alertas de diversos
veículos da imprensa internacional, como The Economist, The New York Times e Le
Monde, não deveriam ter pesado nas eleições?
Classe não é definida por critérios econômicos. As pessoas procuram se
distinguir umas das outras – e se sentir melhores do que as outras. A classe
média é moderna, nasce com o capitalismo e começa a ficar realmente importante
com o capitalismo industrial. E se cria uma alta classe média, que representa
interesses da elite: o CEO de um banco, por exemplo, não é um banqueiro. O
primeiro é alta classe média, o segundo é elite.
Mas o CEO tem a ilusão de se considerar parte da elite e, portanto, defende
interesses de seus patrões. E assim molda uma distinção diante das outras
classes, a partir do alto consumo de bens importados, por exemplo. Ele quer se
sentir um pouco europeu, um pouco americano, dentro de seu próprio país. Só que
a alta classe média é muito conservadora e faz qualquer negócio para manter seus
privilégios. Ela não tem sensibilidade em relação ao restante da sociedade,
portando-se como uma elite estranha ao próprio país.
‘O que antes era ódio ao escravo, agora é ódio ao pobre. E parte da classe média
tem muito medo de descer à condição de pobre.’
Há ainda divisões dentro da alta classe média: uma fração da indústria mais
“democrática”, digamos, que depende e se importa com um mercado interno pujante;
e uma fração predominante do agronegócio e mercado financeiro, voltada para o
mercado externo, que fica rica independentemente se o país vai bem ou vai mal.
Temos, afinal, uma elite de herança escravocrata que pensa a curto prazo: quero
o meu agora, não me importa projeto de futuro. Isso amesquinha o país como um
todo.
Se antes o escravo era submetido a trabalho desqualificado, agora a maior parte
da população brasileira faz trabalho semiqualificado ou desqualificado. E é
excluída das benesses do mundo moderno. O que antes era ódio ao escravo, agora é
ódio ao pobre. E parte da classe média tem muito medo de descer à condição de
pobre. Afinal, classe não é só um cálculo econômico, mas um cálculo moral de
distinção social.
No livro, você projetou que muitos se voltariam “ao voto de protesto desesperado
e irracional” de apoio a Bolsonaro. Passadas as eleições, pensa a vitória como
“voto de protesto”? Ou de uma busca genuína por mudança?
O que está acontecendo hoje faz parte de um processo de luta de classes. Um
processo que se estende desde 1930. O que foi que a elite fez? A elite montou, a
partir da imprensa e das universidades, o domínio simbólico, moldando a visão de
mundo da classe média. Agora, para a alta classe média, esse discurso é racional
e pautado pelo interesse econômico: estou ganhando mais. Mas, para a massa da
classe média, é irracional: para pensar que está ganhando algo, uma recompensa
moral, a massa da classe média protestou e se portou como “ah, sou moralmente
superior do que as classes populares, estou escandalizada porque me incomoda e
combato a corrupção política”. Foi explorada.
Mas a ideia de que o empobrecimento ou o risco de empobrecimento estaria ligado
organicamente à corrupção…
Corrupção política. Desculpe interromper, mas veja que, sem querer, você
equalizou corrupção e corrupção política.
Sim, corrupção política. Você diria que a construção desse discurso escapou ao
controle de quem o construiu – parte da imprensa, como indica no livro? Se a
população brasileira fosse tão “manipulável” por uma imprensa a favor de
interesses da elite econômica, como compreender críticas tresloucadas que
atribuem à Folha de S.Paulo a alcunha Foice, de referência comunista, e o bordão
“o povo não é bobo, abaixo a Rede Globo” capturado por militantes de direita a
partir de 2013?
Quando se começa uma coisa, só se sabe como ela começa, mas não sabe como
termina. Nossa imprensa é venal, desde o início comprada pelo mercado. Nunca
tivemos uma rede pública [de comunicação] como existe na Europa – e às vezes
alguns até confundem TV pública com TV estatal. Nunca tivemos uma imprensa
confrontando o poder de forma plural.
A imprensa atacou o governo, pois a presidenta, um pouco estabanadamente, atacou
o juro, o lucro dessa elite, a partir de 2012. Isso foi usado contra o governo
eleito e que era tudo menos corrupto – a presidenta não roubou um lápis que
seja. Mas o ataque midiático se voltou a todos os consensos morais de uma
democracia. Não é a letra legal de uma Constituição que dá sangue à democracia,
mas os consensos morais: não se pode expurgar a presunção de inocência,
banalizar vazamentos ilegais, banalizar desrespeito de direitos fundamentais.
Isso é a base de uma democracia.
‘A imprensa toda foi muito burra. Ela pisoteou a democracia, e agora vai ter uma
vida muito difícil.’
A imprensa ajudou a fazer terra arrasada disso e, depois, veio a eleição de
Bolsonaro como uma espécie de vingança das classes médias e parte das classes
populares contra esse estado retratado como corrupto. Se você ataca a democracia
como um todo, obviamente você ataca a liberdade de expressão. Tecnicamente, a
imprensa toda foi muito burra. Entenda-se: burrice é pensar a curto prazo, seja
para o bem seja para o mal; inteligência é pensar a longo prazo, seja para o bem
seja para o mal. Ela pisoteou a democracia, e agora vai ter uma vida muito
difícil. Parte da imprensa e setores da alta classe média deram um tiro no pé.
Se isso terminará num banho de sangue, numa tribalização da sociedade ou numa
tomada de consciência, ninguém sabe dizer. Mas que será problemático, será.
Nos últimos tempos, o caráter fascista ou não das ideias representadas por
Bolsonaro foi muito discutido. Você teme que a expressão “fascismo” se desgaste
tal qual “populismo”, que a palavra se torne um coringa para desqualificar
adversários?
Não. O principal mecanismo do fascismo é a desumanização, o não reconhecimento
do outro. Na minha opinião, obviamente há elementos fascistas nas ideias do
presidente eleito: apologia da tortura, assassinato de adversário político etc.
Historicamente foi assim que o fascismo se expandiu no entre-guerras: pega a
raiva e o ressentimento da classe média e do povo e joga num bode expiatório
socialmente aceitável. Logo, estamos num contexto de neofascismo, junto a uma
dominação do capitalismo financeiro: na economia, invisibiliza, deixa opacos
elementos econômicos; na política, provoca desmobilização popular.
Nos Estados Unidos de Donald Trump e no Brasil de Bolsonaro, o capitalismo
financeiro quebra e destrói relações sociais e vida associativa, provocando
desorientação e isolamento do indivíduo. E, novamente, é dito a ele que o
fracasso é culpa dele – e não de um sistema injusto. É uma estrutura fascista,
sim, de novo tipo. Que está se internacionalizando e que vive do mesmo tipo de
desrespeito e desumanização que fazia o fascismo anterior. Que quer dizer que o
outro, por pensar diferente, merece morrer. E a classe média, que sempre odiou o
pobre, agora está se sentindo mais à vontade para expressar, explicitar esse
ódio. No fim, o ódio é exatamente o que o fascismo produz.
Você usou muito a palavra “golpe” para tratar do impeachment de Dilma Rousseff.
Pensa que a palavra foi desgastada?
Não. Foi um golpe de novo tipo, articulado por uma situação econômica. O dado
econômico é incrível, porque é sempre o mais invisível. A causa de tudo foi a
tentativa de se apropriar do orçamento público e do mercado interno via juros.
Foi um golpe parlamentar, mas qual é a independência que esse parlamento tem? Um
parlamento de baixíssimo nível, eleito com dinheiro de bancos e grandes
corporações. No ano anterior [ao impeachment], a presidenta tinha feito um
enorme esforço para diminuir os juros e usado os bancos públicos para isso. De
uma hora para outra, empresas deixaram de investir, e a imprensa inteira passou
a atacá-la.
Mas, veja, a elite se apropria do que é público mediante parcerias
público-privadas – um exemplo, como as estradas. Entretanto, foi ensinada a
imbecilidade de que o Brasil é corrupto por causa da herança de Portugal, uma
mentira legitimada com prestígio científico nas universidades. Um povo ladrão
por conta da herança portuguesa e, agora, ladrão dentro do estado. Sendo que o
estado é a esfera que se pode contrapor a um mercado desregulado.
Dias antes do segundo turno, universidades se tornaram alvo de diversas ações de
fiscalização – e justamente faixas contra o fascismo foram censuradas. Dias
depois do segundo turno, investidas do Escola Sem Partido avançaram com a
convocatória de denúncias contra docentes “doutrinadores”. Ainda há pensamento
crítico e resistência nesses espaços?
Como você mantém uma população inteira precarizada? Você pega a escola, um
elemento de classificação e acesso a conhecimento que está relegado à classe
média. O privilégio positivo específico da classe média é este: estímulo para
estudo, domínio de línguas, capacidade de concentração. Você chega aos cinco
anos na escola particular como um vencedor, pois é aparelhado psicológica e
moralmente: espera bons salários e prestígio. O pobre já é tratado como um
perdedor, num abandono secular e cumulativo. Depois, você vê a classe média
culpando a classe pobre, dizendo que ela é preguiçosa e indolente – e que o
mérito do seu sucesso é só seu. Assim, a sociedade brasileira sacramentou dois
caminhos: um, da felicidade; outro, do fracasso.
‘Nenhum povo pode ser senhor do seu próprio destino sem conhecimento. E
conhecimento deve ser compreensível.’
Agora, quais são os dois pilares do desenvolvimento de um país? Indústria e
educação. Só que a educação está toda montada dentro de um contexto elitista. É
Paulo Freire, pensamento crítico e educação libertadora para a classe média; e
trevas para a classe trabalhadora. É loucura dizer que essa estrutura de
educação classista é de esquerda. E apenas tende a transformar e sacralizar esse
caminho perverso que monta a opressão de classes entre nós: duas educações, duas
classes, dois tipos de indivíduo.
Você declarou, certa vez, que o “que provoca efetiva dor de cotovelo nos meus
detratores é o fato de ter conseguido, com muito esforço, expor questões
complexas de modo simples e compreensível para a maioria das pessoas”. No seu
novo livro, a atenção à acessibilidade da linguagem também está presente. Para
quem você escreve?
Não quero falar para seis pessoas. Nisso está embutida uma crítica ao próprio
saber acadêmico. Passei minha vida juntando capital acadêmico, acumulando
trabalho. Penso que estou usando um capital acadêmico de vanguarda com uma
linguagem acessível. Nenhum povo pode ser senhor do seu próprio destino sem
conhecimento. E conhecimento deve ser compreensível.
Tenho tentado fazer um esforço enorme de dizer coisas complexas que, com boa
vontade e interesse, qualquer pessoa possa compreender. Não é por falta de
conhecimento prévio e formação acadêmica que a pessoa não vai entender o livro.
É por falta de coragem. A gente não nasce sabendo, é preciso aprender: aprender
é um ato de coragem. A ciência pode ser libertadora; o conhecimento,
empoderador. Imagina se o povo brasileiro compreende que está sendo enganado?

No campo da linguagem, destacaram-se autores de direita como Olavo de Carvalho,
tido inclusive como intelectual vencedor dessa eleição. Como ele conseguiu
arregimentar tantos adeptos?
A sociedade brasileira está em uma esquina em que uma série de aprendizados são
necessários. Algumas pessoas estão começando a compreender o tamanho da fera que
está a um metro de nós. Algumas pessoas que estavam muito acomodadas no seu
mundinho. E, agora, ou a gente reformula esse comportamento, ou nós todos, como
país, vamos perder. Esta questão está muito presente agora. Principalmente entre
a esquerda colonizada por uma linguagem que só beneficiou a direita.
Você chegou a ser chamado de ‘Olavo de Carvalho da esquerda’. O que pensa da
comparação?
A Elite do atraso teve muita repercussão, muito além do que eu imaginava.
Retornos de pessoas simples, o público que eu gostaria de atingir, me comoveram
muito. A escola de samba Paraíso do Tuituti usou elementos; o presidente Lula
leu o livro na prisão. Efetivamente, penso que pude fazer, pela primeira vez,
uma interpretação crítica da sociedade brasileira de fio a pavio. Sei que é
ambicioso dizer isso, e fico à disposição para quem queira contrapor meus
argumentos. [O que propus no livro] compromete toda uma tradição de pensamento,
de direita e de esquerda. O núcleo dessa tradição, esse liberalismo chique,
aceita a ideia de corrupção política. O que fiz foi articular uma visão crítica,
com encadeamento explícito dessas ideias. O novo livro A classe média no espelho
é uma continuidade. Trago uma visão mais sofisticada e crítica do que a tradição
intelectual brasileira. Estudei todas as classes anos a fio, dediquei uma vida
inteira a isso. Logo, interpreto esse tipo de interpelação como inveja.
Por fim, professor, o livro propõe posicionar a classe média brasileira diante
do espelho e revelar suas concepções do mundo. Enquanto integrante da classe
média, como você afirma no livro, como você se vê diante do espelho?
No fundo, minha atividade é intelectual. E o intelectual, para criticar e
inclusive para se autocriticar, precisa conhecer. Eu também tinha esse
academicismo antes. Achava que meu público se limitava a uma dezena de pessoas
que poderia compreender o que eu estava dizendo, como se “só eu e mais alguns
aqui eleitos entendemos como o mundo funciona”. É isso, afinal, que as classes
procuram: se distinguir uns dos outros. Isso move o ser humano tanto quanto
dinheiro.
Embora eu tenha vindo de estratos mais baixos da classe média, como professor
universitário pertenço à massa da classe média. E me questionei: numa sociedade
perversa como a nossa, que peso a massa da classe média tem sobre a pobreza dos
pobres?
Foi uma epifania quando compreendi que alguns, pensando que estavam à esquerda,
estavam montando de uma forma ideológica o poder de meia dúzia de proprietários.
Você cria uma distância em relação a você mesmo, uma autocompreensão. A partir
da crítica da minha própria posição e dos pressupostos que ela envolve
legitimando uma lógica, tentei a começar uma autocrítica e uma crítica da
própria sociedade que tinha me marcado essa visão de mundo.

In
THE INTERCEPT
https://theintercept.com/2018/11/18/jesse-souza-entrevista/
19/11/2018