domingo, 7 de julho de 2013

Levantamientos aquí, allá y en todas partes



Immanuel Wallerstein

Al persistente nuevo levantamiento en Turquía le siguió uno aún más grande en
Brasil, que a su vez fue seguido por otro menos difundido, pero no menos real,
en Bulgaria. Por supuesto, no fueron los primeros, sino meramente los más
recientes en una serie en verdad mundial de tales levantamientos en los últimos
años. Hay muchas formas de analizar este fenómeno. Los veo como un proceso
continuado de lo que comenzó como la revolución-mundo de 1968.
Con toda seguridad, cada levantamiento es particular en sus detalles y en la
compenetración interna de las fuerzas en cada país. Pero hay ciertas similitudes
que deben apuntarse, si es que pretendemos hacer sentido de lo que está
ocurriendo y decidir lo que deberíamos hacer todos nosotros como individuos y
como grupos.
El primer rasgo común es que todos los levantamientos tienden a empezar con muy
poco –un puñado de gente valerosa que se manifiesta en torno a algo. Y luego, si
prenden, lo cual es en gran medida impredecible, se vuelven masivos.
De pronto no es sólo el gobierno que está bajo asedio sino, hasta cierto punto,
el Estado como Estado. Estos levantamientos son una combinación de aquellos que
llaman a remplazar al gobierno por uno mejor y aquellos que cuestionan la mera
legitimidad del Estado. Ambos grupos invocan la democracia y los derechos
humanos, aunque las definiciones que brinden de estos dos términos sean muy
variadas. En general, la tonalidad de estos levantamientos comienza del lado
izquierdo de la arena política.
Por supuesto, los gobiernos en el poder reaccionan. Cada uno intenta reprimir el
levantamiento o intenta apaciguarlo con algunas concesiones, o intenta ambas
respuestas. Con frecuencia la represión resulta, pero en ocasiones es
contraproducente para el gobierno en el poder, y atrae más gente a las calles.
Las concesiones funcionan con frecuencia, pero algunas veces son
contraproducentes para el gobierno, y conducen a que la gente en la calle escale
sus demandas. Hablando en general, los gobiernos intentan la represión más que
las concesiones. Y, por lo general, la represión tiende a funcionar en un
relativamente corto plazo.
El segundo rasgo común de estos levantamientos es que ninguno continúa a gran
velocidad por demasiado tiempo. Quienes protestan se rinden ante las medidas
represivas. O se ven cooptados, hasta cierto punto, por el gobierno. O los
desgasta el enorme esfuerzo requerido para las manifestaciones continuadas. Este
desvanecimiento de las protestas abiertas es absolutamente normal. Esto no
indica el fracaso de las mismas.Ése es el tercer rasgo común de los
levantamientos. Sea como sea que llegue a su fin, nos brindan un legado. Han
cambiado en algo la política del país, y casi siempre para mejorar. Han puesto
en la agenda pública un asunto importante, como por ejemplo las desigualdades. O
han incrementado el sentido de dignidad de los estratos bajos de la población. O
han incrementado el escepticismo en torno a la verbosidad con la que los
gobiernos tienden a enmascarar sus políticas.
El cuarto rasgo común es que, en todos los levantamientos, muchos de los que se
unen, en especial si se unieron tarde, no lo hacen para profundizar los
objetivos iniciales, sino para pervertirlos o para impulsar hacia el poder
político a grupos de derecha, diferentes de quienes están en el poder pero de
ningún modo gente más democrática o que impulse los derechos humanos.
El quinto rasgo común es que todos se ven embrollados en el forcejeo
geopolítico. Los gobiernos poderosos fuera del país en el que ocurre el
desasosiego trabajan duro, aunque no siempre con éxito, para ayudar a que los
grupos que le son favorables a sus intereses se hagan del poder. Esto ocurre con
tanta frecuencia que, por ahora, una de las cuestiones inmediatas acerca de un
levantamiento particular es siempre, o debería ser siempre, cuáles serán las
consecuencias para el sistema-mundo como un todo. Esto es muy difícil, dado que
las consecuencias geopolíticas potenciales pueden conducir a que alguien quiera
ir en dirección opuesta a la inicial dirección antiautoritaria.
Finalmente, recordemos que en esto, como en todo lo que ocurre ahora, estamos en
medio de una transición estructural que va de una economía-mundo capitalista que
se desvanece a un nuevo tipo de sistema. Pero ese nuevo tipo de sistema podría
resultar mejor o peor. Ésa es la real batalla en los próximos 20-40 años, y el
cómo nos comportemos aquí, allá o en todas partes deberá decidirse en función de
esta importante batalla política fundamental a nivel mundial.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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In:
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2013/07/06/index.php?section=mundo&article=021a1mun
6/7/2013

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