domingo, 30 de novembro de 2014

La sorpresa de Bolivia



Escrito por Claudio Katz

El modelo social-desarrollista ha generado en Bolivia un gran crecimiento sin
transformaciones estructurales, desde un piso de gran subdesarrollo. La solidez
electoral del gobierno deriva de logros democráticos previamente conquistados en
las calles. Pero una nueva escala de avances enfrenta la coraza del capitalismo.



El proyecto de socialismo comunitario se inspira en tradiciones vigentes, pero
con menor proyección que en el pasado y enfrenta gran incompatibilidad con los
escenarios internacionales de competencia. Estas mismas limitaciones afectan al
estado plurinacional, que logró autoridad en todo el territorio a partir del
desplazamiento de las elites racistas. El indianismo ha sido reemplazado por
proyectos de convivencia más afines al ideal de diversidad político-cultural.

El establishment comunicacional que maltrata a Venezuela ha sido considerado
con Bolivia. Esta dualidad se extiende a otras incoherencias ideológicas de la
derecha, que enfrenta en el Altiplano un gran límite para su contraofensiva
regional.

Bolivia comparte con Venezuela el modelo económico social-desarrollista, la
fisonomía nacionalista radical del gobierno y el ideario socialista, pero con
modalidades muy distintas. También difieren los resultados y los balances que la
prensa internacional difunde de la gestión de Evo Morales, en comparación a
Chávez-Maduro.

El programa redistributivo fue aplicado en Bolivia con igual contundencia que
en Venezuela. Se utilizó una renta energética (gasífera) para impulsar el
consumo, mediante incentivos a la demanda orientados por el estado.

Como en el resto de América Latina este esquema fue dinamizado por el
incremento de los precios de las materias primas exportadas. Los ingresos por
estas ventas externas subieron de 2000 a 10000 millones de dólares por año.

Pero lo más significativo de Bolivia ha sido la elevada captación estatal de la
renta generada por los combustibles. El incremento de las regalías absorbidas
por el estado aumentó de 300 millones a 6000 millones de dólares al año.

En la década precedente las finanzas estatales sólo capturaban el 18 % de ese
total y las empresas transnacionales se quedaban con el 82 % restante. La
nacionalización parcial de los hidrocarburos (2006) revirtió esta relación.
Basta recordar la enorme incidencia de la venta de combustibles y minerales en
el PBI boliviano, para mensurar esa mutación (Navarro, 2014).

Un giro semejante se verificó en Venezuela con la recuperación de PDVSA, pero
la dimensión del cambio ha sido superior en Bolivia. En este país el estado se
había quedado sin recursos y toda la renta se filtraba al exterior.

Las consecuencias económicas de esta transformación han sido mayúsculas. El
gasto público se triplicó, el empleo público aumentó significativamente y los
precios de los alimentos se estabilizaron.

Algunas estimaciones consideran que la mejora del salario mínimo alcanzó 64%
(2005-13), mientras que los bonos de asistencia cubren al 33% de la población,
en un marco de tarifas de electricidad y de combustible congeladas (Bárcena,
2014).

Otras evaluaciones destacan que la pobreza extrema urbana se redujo del 24% al
14% y su equivalente rural del 63 al 43%. Los programas sociales han influido
directamente sobre este resultado, a través de auxilios percibidos por todos los
sectores marginados del mercado laboral. Hay bonos para los niños que van a la
escuela (Juancito Pinto), para las mujeres que recién tuvieron familia (Juana
Azurduy) y para los ancianos que nunca hicieron aportes jubilatorios (Renta
Dignidad) (Molina, 2013).

Avances desde el subsuelo

Las mejoras sociales conquistas han sido semejantes a las registradas en
Venezuela durante el primer período del modelo social-desarrollista. Pero una
diferencia importante radica en el nivel de estabilización que logró este
esquema en Bolivia. Este soporte se refleja en el creciente flujo de inversiones
extranjeras directas.

La afluencia de divisas ha consolidado un elevado volumen de reservas (47% del
PBI), en un contexto de moderado endeudamiento público (35 % del PIB). La
tradicional fuga de capitales que caracterizaba al país se detuvo y dio lugar a
un incipiente proceso inverso (Bárcena, 2014).

Esta secuencia de crecimiento continuado diferencia al país de Venezuela.
Bolivia lidera en los últimos años la tasa de crecimiento regional y esos
resultados han generado un esperable elogio de CEPAL y una sorpresiva
felicitación del FMI. El producto bruto pasó de 9.525 millones (2005) a 30.381
millones de dólares (2013) y el PBI per cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares.

Esta expansión se concretó con una baja tasa de inflación y una llamativa
preocupación por preservar el equilibrio fiscal. Algunos analistas atribuyen ese
resultado a un manejo prudente de las variables macro-económicas, como
consecuencia del trauma legado por la hiperinflación del último gobierno de
izquierda (1982-1985). También destacan la psicología campesina de Evo y su
aversión al endeudamiento (Stefanoni, 2014).

En la gestión actual se ha priorizado la construcción de caminos, puentes y
ciertos emprendimientos como el satélite Tupac Katari o el teleférico entre La
Paz y El Alto. Estas obras recuperan la autoestima de una sociedad afectada por
la ausencia de realizaciones.

¿El modelo social-desarrollista ha pasado la prueba? ¿Demostró su viabilidad?
¿Augura una siguiente etapa de superación del subdesarrollo?

Nadie se atreve a cantar victoria en una economía tan dependiente de la
mono-exportación de combustibles. El Altiplano ha podido usufructuar más que
otros países de la excepcional coyuntura de altos precios de las materias
primas. Utilizó la renta generada por ese incremento para impulsar el consumo y
redistribuir los ingresos.

Pero la ausencia de transformaciones productivas prende luces rojas para el
futuro. Bolivia ha consumado avances que ya experimentaron en el pasado países
más industrializados (como Argentina) o con estructuras medianas (como
Venezuela) y enfrentará los mismos límites que encontraron esos antecesores.

El Altiplano parte de un piso muy bajo de subdesarrollo y cuenta con márgenes
mayores para las expansiones rápidas. Pero ese retraso también determina un alto
nivel de vulnerabilidad, en comparación con economías que cuentan con más
recursos y capitales acumulados.

Los límites del modelo se vislumbran en la esfera de los hidrocarburos que
financian todos los programas del estado. Luego de renegociar 44 contratos de
concesión las compañías extranjeras mantienen considerables posiciones
(especialmente REPSOL y PETROBRAS). La experiencia ilustra especialmente los
peligros de utilizar los ingresos fiscales en subvenciones a los contratistas.
La indemnización de 1045 millones de dólares recientemente concedida a la
empresa Pan American Energy (por la expropiación de acciones realizada en el
2009) es una advertencia de esos antecedentes. Bolivia necesita todos sus
recursos para procesos de industrialización (como la utilización del gas para
elaborar fertilizantes y plásticos).

En el agro se verifican problemas semejantes. Comenzaron a normalizarse las
situaciones irregulares que afectan a los dueños de las pequeñas parcelas. Pero
la reforma agraria continúa demorada y la elevadísima concentración de la
propiedad en un centenar de clanes terratenientes no se ha modificado.

Inéditas conquistas

El secreto de la estabilidad económica hay que buscarlo en la solidez del poder
político construido por Evo Morales. Tras 8 años de gobierno, el líder del MAS
conquistó en el 2014 un nuevo mandato, con un porcentaje de votos superior al
60%. Ese resultado se ubica por encima de la victoria del 2005 y se aproxima al
triunfo del 2009. Ha ganado en 8 de los 9 departamentos y logró mayoría en las
regiones anteriormente adversas de Oriente (con ciertas pérdidas en sus
bastiones del Altiplano).

Hasta ahora Evo ha podido sobrellevar el temido desgaste que genera el
ejercicio del gobierno y mantiene la mayoría absoluta en ambas cámaras. Sus
éxitos en los comicios se inscriben en el nuevo orden constituyente que
introdujo a partir del 2006, luego de la aprobación de una nueva carta magna con
el 72% de los sufragios.

Este nivel de fortaleza electoral no tiene precedentes en un país que tuvo 36
presidentes que no superaron el primer año de ejercicio. Evo será el mandatario
más duradero de esa larga historia de fragilidades presidenciales. Ha logrado
revertir la improvisada búsqueda de equilibrios entre las corporaciones que
dominaba la vida política.

La consistencia que exhibe Evo contrasta con el desangre económico-social que
sufrió Bolivia durante el largo período neoliberal iniciado en 1985. Esa nefasta
etapa ha sido reemplazada por un aluvión electoral que convalida los triunfos
previamente obtenidos por el pueblo en las calles.

Esa extraordinaria sucesión de luchas sociales fue comenzada por los
productores de coca y posteriormente encabezada por los campesinos y
trabajadores que libraron la guerra del agua. Derrotaron a los privatizadores,
expulsaron a los concesionarios extranjeros y abrieron una gran secuencia de
victorias desde abajo. Al costo de 77 muertos impusieron la huida del
sanguinario Sánchez de Lozada.

El gobierno de Evo surgió de estas batallas y se consolidó derrotando las
conspiraciones de la derecha. Doblegó a los reaccionarios en las urnas, luego de
aplastar la sublevación fascista del 2008 (masacre de Pando). Esa victoria
explica la fortaleza de su administración.

Morales ha sido el único presidente de la región que surgió directamente de
acciones insurgentes de los movimientos sociales. Por esta razón puso en marcha
el contundente paquete de iniciativas democráticas y descolonizadoras que
consagraron el establecimiento del estado plurinacional. La población indígena
logró un reconocimiento sin precedentes de derechos colectivos para 40 etnias,
en numerosos terrenos de la lengua, la cultura, la representatividad y la
democracia participativa (Mayorga, 2014).

Nuevos conflictos

En pocos años se han introducido reformas políticas y sociales que Bolivia
desconocía desde los años 50. La derecha tradicional presenta esas mejoras
reales como simples fantasías retóricas. También señala que el gobierno
populista desaprovechó el ventajoso escenario económico internacional. Le
resulta inadmisible haber perdido el control sobre esos lucros y no logra
entender cómo su derrota ha desembocado en un escenario de estabilidad
capitalista.

Otros sectores conservadores optaron por subirse al carro victorioso del MAS.
Incorporaron especialmente en Oriente una parte de sus viejas fuerzas (MNR, ADN)
al oficialismo. Con esta absorción Evo logró mayoría en las zonas en disputa,
pero hay sumas electorales que restan consistencia política. Esas ampliaciones
nunca fueron gratuitas para los gobiernos populares (Arkonada Katu, 2014a).

Evo lidera un proceso reformista radical no sólo en el plano interno. También
desenvuelve ese perfil a escala internacional, mediante impactantes cónclaves
para exigir la defensa efectiva del medio ambiente, como la Cumbre de Cochabamba
(Arkona, 2014b).

Lo más significativo de esa intervención geopolítica es una postura
antiimperialista que desborda el terreno declarativo. La expulsión de los
conspiradores yanquis (disfrazados de funcionarios de USAID) fue seguida de un
retiro impuesto al embajador estadounidense que ha dejado vacante esa
delegación. Además, los gobernantes de Israel fueron acusados de terrorismo de
estado y el viejo reclamo a Chile de una salida al mar ha sido expuesto con gran
contundencia frente a Piñera y Bachelet.

Morales promueve una ideología que combina nacionalismo con indigenismo.
Comanda un sistema político que ha desplazado a la vieja elite de oligarcas
blancos. Inició su gobierno prometiendo “transformar las protestas en
propuestas” y proclama que Bolivia necesita “socios y no patrones”.

Pero el desenvolvimiento de su proyecto enfrenta un techo muy estricto en los
marcos del capitalismo. Hasta ahora su esquema concilió alivios populares con
privilegios de las clases dominantes. Son dos metas en conflicto, que emergen a
la superficie cada vez que el gobierno adopta alguna medida favorable a los
grupos de poder.

En esos casos la reacción popular ha sido contundente. Ya ocurrió en diciembre
del 2010 con el incremento de los precios de los combustibles (“Gasolinazo”) y
durante las marchas contra la construcción de una carretera que atraviesa
territorios indígenas (TIPNIS).

El gobierno ha contemporizado con esas protestas y buscó resolver las tensiones
en la mesa de negociación. Pero estos conflictos se acrecientan, a medida que
Bolivia se transforma en una sociedad urbana con mayores exigencias sociales.

El capitalismo impide la satisfacción de esas nuevas demandas y reduce los
márgenes para conciliar los intereses en pugna. Hasta ahora Evo logró soslayar
estos problemas, pero no podrá eludirlos en el futuro.

Socialismo comunitario

A diferencia de Venezuela el socialismo no está presente en Bolivia en los
discursos oficiales, en las campañas electorales o en las exposiciones
ideológicas corrientes de los gobernantes. Pero forma parte de la tradición
política del país y de las principales organizaciones populares. El propio
agrupamiento oficial (MAS) incluye la denominación socialista y Evo dedicó su
reciente victoria electoral a Fidel y a Chávez, convocando a reafirmar la lucha
contra el capitalismo.

El socialismo tiene cabida en otro plano, a través de la conceptualización
teórica que ha desarrollado el vicepresidente García Linera. Su punto de partida
es la crítica a los catastróficos efectos del capitalismo. Describe cómo este
sistema multiplica la desigualdad, el desempleo y la destrucción de la
naturaleza. Cuestiona el principio del beneficio, los efectos de la explotación
y las agresiones del imperialismo.

Linera retoma el proyecto socialista como respuesta a ese escenario. Defiende
ese modelo en términos tradicionales, polemizando con las distorsionadas
interpretaciones que difundió la propaganda anticomunista. Recuerda que el
capitalismo ha ocupado un breve lapso en la historia y destaca la vigencia del
socialismo para superar los tormentos del capitalismo (García Linera, 2010a:
7-18).

Estas contundentes definiciones contradicen el planteo que expuso al asumir
como segunda figura del gobierno de Evo. En ese momento propuso impulsar un
modelo de “capitalismo andino-amazónico”, tomando distancia de la convocatoria
de Chávez a forjar el socialismo del siglo XXI. Sugirió que en Bolivia era
conveniente la implementación de alguna variante económica del desarrollismo.
Con sus nuevas definiciones a favor del socialismo parece revisar ese enfoque
precedente.

Pero la peculiaridad del planteo de Linera radica en el perfil comunitario de
su propuesta socialista. Subraya la vitalidad que mantienen las comunidades en
Bolivia y la consiguiente vigencia de principios de trabajo asociativo, con
fuertes valores éticos de fraternidad, tanto en el campo como los barrios
populares de las ciudades.

El vicepresidente considera que esa continuidad permite gestar una variante de
socialismo comunitario, semejante al aplicable en Ecuador o a ciertas zonas de
México, India y África. Estima que este proyecto no es realizable en los países
desarrollados (o de capitalismo intermedio), que han perdido toda memoria de las
viejas formas económicas colectivas (García Linera, 2010a: 7-18).

Su propuesta está acotada a las regiones del planeta que conservan legados
comunitarios. Linera no postula los proyectos generales de construcción
cooperativista que impulsan las corrientes autonomistas. Tampoco propone crear
comunas rurales, fábricas auto-gestionadas o economías del tercer sector como
anticipos del socialismo. Se limita a señalar que el proyecto anticapitalista
puede apoyarse en ciertos países, en la herencia legada por las antiguas
estructuras comunitarias.

Esta tesis retoma la especificidad del socialismo andino que en 1920-30 intuyó
Mariátegui. El intelectual peruano estimaba que el capitalismo había arrasado en
su país con las comunidades incaicas del Ayllu. Pero también destacaba la
subsistencia del espíritu solidario gestado por esa tradición. Convocaba a
trabajar en la organización de una economía colectiva a partir de esos
principios de comunismo agrario (Mariátegui, 2007: 119-121).

Linera actualiza esa concepción y considera que su visión es coherente con la
propia maduración de Marx, que en los últimos estudios de su vida remarcó las
potencialidades revolucionarias de las comunidades agrarias rusas (Mir) (Kohan,
2000: 94-111).

Pero los 140 años transcurridos desde esa caracterización han incluido intensos
desarrollos capitalistas, procesos revolucionarios y ensayos de construcción
socialista. El grado de subsistencia material de las comunidades en el siglo XXI
es significativamente menor al observado por Marx o por Mariátegui. Aunque
Linera pone el acento en el legado político-cultural y no en las estructuras
económicas de esas formaciones, las mutaciones han sido muy grandes en todos los
planos.

Existe otra significativa diferencia con esos antecedentes. Tanto Marx como
Mariátegui formularon sus hipótesis, apostando a una victoria próxima del
socialismo a escala mundial. Con esa perspectiva en mente imaginaban empalmes de
los resabios del Mir ruso o del Ayllu peruano con pujantes desarrollos
industriales de la periferia, apuntalados por las economías pos-capitalistas de
Europa.

Linera reafirma esa eventual conexión entre un socialismo de raíces indígenas
con el desenvolvimiento de alternativas anticapitalistas a escala mundial. Por
eso rechaza cualquier ilusión de forjar un modelo socialista encerrado en el
Altiplano. Pero también destaca que esa transición será un prolongado proceso de
imprevisible duración (García Linera, 2008: 345-349).

En este esquema no aclara cómo se produciría el enlace de las antiguas formas
comunitarias con el socialismo global. El cambio de temporalidad del proyecto no
es un dato menor. La experiencia confirma que cuando esas modalidades quedan
sujetas a un contacto dominante con el capitalismo se reduce significativamente
la posibilidad de un empalme con cursos socialistas. La competencia mercantil,
la generalización del trabajo asalariado y las inversiones del agro-negocio
impiden esa convergencia.

Esta contradicción acentúa las propias ambigüedades del enfoque de Linera, que
pondera la meta socialista sin abandonar su propuesta previa de capitalismo
andino amazónico. Más bien sugiere algún tipo de coexistencia entre ambos
esquemas, mediante fragmentos de capitalismo que convivirían con pedazos de
socialismo. Supone que durante esa concordancia el segundo sistema erosionará
gradualmente al primero (García Linera, 2010a: 7-18).

Pero no define cómo se consumaría esa transición. En sus textos evita precisar
si concibe una tensión entre el mercado y la planificación durante el pasaje al
socialismo o si proyecta un fortalecimiento previo del capitalismo, antes de
cualquier comienzo socialista.

Estados y gobiernos

Linera estima que el socialismo comunitario será precedido por una gran
consolidación del estado. Considera que esa institución ha quedado sometida en
la actualidad a un contradictorio proceso de mayor centralidad y vulnerabilidad.
Puede manejar grandes presupuestos e intervenir con más contundencia en la
economía, pero se encuentra más condicionada y sometida a los flujos
internacionales del capital.

El vicepresidente entiende que para afianzar los derechos populares resulta
indispensable fortalecer al estado nacional. Postula esta caracterización en
abierta polémica con teóricos como Negri, que cuestionan ese propósito (García
Linera, 2010b: 11-39).

Con este planteo Linera cierra su etapa de pensamiento autonomista. Pone fin a
un período de expectativas en el protagonismo de los movimientos sociales y
teorizaciones afines al concepto de multitud. Su llegada al gobierno implicó el
abandono de esos conceptos y la adopción de una firme convicción en la
centralidad del estado (Stefanoni, 2008: 9-26).

En esta nueva mirada la naturaleza de clase del estado es eludida. No se sabe
si la institución que permitiría incorporar grandes derechos populares se
inscribirá en una transición socialista o en el ámbito burgués.

Linera subraya que en Bolivia el estado debe primero asegurar la
descolonización, incorporando los derechos negados durante siglos a los pueblos
indígenas. Describe cómo se avanzó en ese terreno legitimando toda la variedad
de idiomas y culturas reconocidas en la nueva configuración plurinacional.
Estima que este cambio constituye el punto de partida para sustituir el estado
aparente de las minorías oligárquicas por el estado integral de las mayorías
populares (García Linera, 2010b: 11-39).

En los hechos postula construir una estructura estatal sólida que ejerza su
autoridad sobre todo el territorio. A diferencia del grueso de América Latina,
esta construcción nunca fue completada en Bolivia. El gobierno de Evo ha
intentado concluirla, creando una nueva red de funcionarios sustitutiva de las
elites racistas precedentes.

Linera entiende que este paso será efectivizado por un gobierno popular, que en
los hechos se desenvolverá en el marco capitalista. También aquí su planteo de
socialismo comunitario queda diluido, ante la decisión práctica de preservar el
régimen social vigente.

El vicepresidente también remarca la radicalidad del proceso boliviano, en
comparación a otros países como Sudáfrica. Señala que allí se introdujeron
drásticos avances descolonizadores con la eliminación del Apartheid, pero sin
alterar la dominación económica de los grandes negocios. Considera que en
Bolivia se consiguieron logros democráticos del mismo alcance, pero con
nacionalizaciones y recuperación del poder económico del estado (García Linera,
2010: 11-39).

Esas medidas efectivamente incrementaron la captura estatal de la renta de los
hidrocarburos, pero no iniciaron las transformaciones requeridas para una
transición socialista. Linera evita evaluar esta limitación y sólo remarca la
dimensión política del proyecto anticapitalista. Señala que esa estrategia
requiere unidad de las organizaciones populares, seducción de las capas medias y
aislamiento del imperialismo. Estima que en esas condiciones se podrá forjar
gradualmente el socialismo (García Linera, 2010: 11-39).

¿Cómo concretar ese proceso? La gran popularidad y estabilidad del gobierno de
Evo permite evitar estas preguntas. Pero no resuelve las dificultades que
enfrentaron todos los procesos que siguieron el camino propuesto por Linera.

Indianismo y marxismo

Los indígenas ocupan un lugar prioritario en la nueva realidad boliviana.
Linera remarca ese papel, recordando que Evo recupera un liderazgo perdido desde
la época del Manco Inca (1540).

El vicepresidente resalta esta gravitación en polémica con los marxistas
clásicos, que subrayaban el papel conductor del proletariado en las alianzas
populares. Destaca el declive de la condición obrera, al calor de las
transformaciones registradas en la minería. También remarca la incapacidad
política de la vieja central sindical (COB) para adaptarse a este cambio y
pondera el nuevo liderazgo indígena-campesino.

Esta visión de Linera proviene de su anterior proximidad con el indianismo
katarista, que postulaba la reinvención del indígena como sujeto de la
emancipación. El vicepresidente estima que esa gravitación quedó confirmada en
la última década de bloqueos de caminos, que condujeron al surgimiento de una
central sindical campesina (CSUTCB) (García Linera, 2008: 373-385).

Pero las conclusiones actuales de Linera no emergen sólo de esa trayectoria.
También incorporan su alejamiento del katarismo. En los años 70 defendía las
tesis indianistas, luego participó en la acción guerrillera y permaneció cinco
años en la cárcel, manteniendo el ideario de autodeterminación de las naciones
aimara y quecha. Pero el encuentro de su grupo (Comuna) con Evo luego de la
guerra del gas, lo separó de ese pasado político.

En la actualidad se sitúa en una vertiente integracionista del indianismo que
reconoce la pluralidad y los aportes de la izquierda. Cuestiona la corriente
culturalista (pachamámica) que promueve la simple folkorización y es crítico de
la tendencia opuesta que propone construir una república india transnacional (en
toda la región) o territorial (en Bolivia) (García Linera, 2008: 378-385).

El distanciamiento del katarismo y la aproximación al marxismo explican su
caracterización actual del socialismo comunitario. Dejó atrás el programa de
indianización total y participa en un gobierno que realza la gravitación de los
indígenas, sin aceptar su separación del resto de sociedad. Esta visión de
Linera tiene más proximidades con la izquierda mariateguista que con el
indianismo katarista. Con este nuevo enfoque reformula el proyecto socialista
manteniendo la centralidad de la cuestión indígena.

Interrogantes de una evolución

Las rebeliones sociales de la última década pusieron de relieve la opresión
padecida en América Latina por 45 millones de individuos pertenecientes a 485
grupos étnicos distintos. Esta resistencia ha derivado en un significativo
incremento del número de indígenas que auto-reconoce su identidad.

El último censo registró un gran aumento de la población que asume esa
pertenencia. Agrupan al 8,3 % de los habitantes de la región, pero constituyen
el 62% de los habitantes de Bolivia. La enorme brecha que separa este porcentual
del resto del continente (con la única excepción del 41% en Guatemala) explica
la centralidad del problema indígena en el Altiplano (CEPAL, 2014).

Luego de siglos de avasallamientos, la convergencia de las demandas
político-culturales de los indígenas con planteos antiimperialistas
tradicionales ha generado nuevas síntesis políticas. Se ha demostrado que los
oprimidos pueden asumir varias identidades, combinando aspiraciones culturales,
nacionales y sociales (Katz, 2008: 23-28).

Linera inscribe su visión en este reconocimiento, tomando distancia del
indianismo extremo. Su visión previa mantenía vínculos con una vertiente del
esencialismo étnico que rechaza la existencia de estándares comparativos
universales, para evaluar políticas y estrategias populares.

Ese enfoque realza la superioridad cultural de cierto grupo, mediante un
atrincheramiento en las identidades que no deja lugar a la armonización y el
entendimiento entre las distintas culturas. Objeta la insensibilidad liberal
frente a la diversidad, pero reivindicando un particularismo que ignora el
interés común de oprimidos (Díaz Polanco, 2006: 28-30).

El enfoque actual de Linera es más compatible con los ideales de la izquierda,
que promueven la defensa conjunta de la igualdad y la diferencia. Marx alentaba
el proyecto comunista y el anticolonialismo, Lenin auspiciaba el
internacionalismo y el derecho a la auto-determinación nacional y Mariátegui
apuntalaba el socialismo y el indigenismo (Díaz Polanco, 2006: 28-30).

Con su proyecto de socialismo comunitario el vicepresidente retoma la búsqueda
de esos puentes entre indianismo y marxismo. Esta síntesis complementa varios
cambios de su enfoque. Reemplazó las propuestas de autodeterminación por la
prioridad del estado plurinacional y sustituyó el protagonismo de la multitud
por un gobierno de movimientos sociales. Sus ideas iniciales de comunismo
aldeano evolucionaron hacia una expectativa de capitalismo andino-amazónico, que
actualmente ha devenido en un programa de socialismo comunitario.

Estas modificaciones tienen cierto parentesco con el itinerario intelectual de
Chávez, que empezó coqueteando con la Tercera Vía, se relacionó con los
militares derechistas argentinos, perfeccionó el nacionalismo militar
revolucionario y terminó adoptando el socialismo.

La complejidad, riqueza y potencialidad de estas trayectorias no son
registradas por las evaluaciones que simplemente acusan a Linera de mantener un
razonamiento pro-capitalista y adverso a la revolución social (Ferreira, 2011).

Que el intelectual boliviano haya colocado el proyecto socialista en el centro
de su estrategia no es un dato menor. El significado real de ese cambio quedará
esclarecido con su evolución y su práctica política. A pesar de sus vaguedades,
contradicciones e inconsistencias abre un terreno fértil para debatir la
actualización del horizonte anticapitalista.

Incoherencias de la derecha

La derecha se burla de cualquier referencia al socialismo, considerando que
apunta a entretener al electorado. Pero las menciones de su opuesto -el
capitalismo- son vistas como consideraciones de gran trascendencia. Presenta la
glorificación del mercado, la competencia o la ganancia como sinónimos de
pensamiento profundo y ubica la defensa de la igualdad en un terreno de puro
palabrerío.

Utilizando ese criterio ponderó la eliminación de todas las alusiones del MAS
al socialismo durante la última campaña electoral. Atribuyó ese abandono al
reforzamiento de un discurso conciliador y pro empresarial alejado de Venezuela
(Guillemi, 2014). Pero esta interpretación no se condice con la dedicatoria del
éxito electoral que hizo Evo a los pueblos que luchan contra el capitalismo

Es igualmente llamativa la diferencia de actitud que asume el establishment
frente a Evo y Chávez-Maduro. El mismo tipo de socialismo que no entrañaría
consecuencias para Bolivia es presentado como un terrorífico peligro para
Venezuela. Ese temor es propagado por un pool de 82 periódicos latinoamericanos
integrados a la SIP, que publica desde hace varios meses una página diaria de
descripción del caos chavista.

Mientras que algunos medios anuncian el colapso final de la producción
petrolera venezolana, otros retratan intenciones masivas de abandono del país
(Oppenheimer, 2014; Vyas, 2014). Vargas Llosa encabeza esa campaña reaccionaria,
proclamando la necesidad de acciones más contundentes que la simple protesta
pacífica para derrocar al gobierno (Vargas Llosa, 2014).

La doble vara de la derecha frente a Bolivia y Venezuela no se basa en
distinciones teóricas entre el socialismo comunitario (aceptable) y el
socialismo del siglo XXI (indigerible). El problema de los conservadores radica
en la dificultad para encontrar argumentos creíbles de ataque a Bolivia, luego
de los logros conseguidos en la última década. El gobierno del MAS ha puesto de
relieve el sistema político discriminatorio que ha regido en el Altiplano
durante siglos y nadie se atreve a defender ese apartheid.

Por otra parte, el tamaño, los recursos y la gravitación regional determinan
una incidencia geopolítica de Bolivia muy inferior a Venezuela. El imperialismo
no se resigna a perder el manejo del principal territorio petrolero de América
Latina y conspira para recuperar el control de PDVSA.

Estados Unidos no dudó en el pasado en invadir países más chicos que Bolivia
(como Granada o Panamá) y mantiene desde hace décadas su asedio contra la isla
de Cuba. Pero en la última década transformó a Venezuela en el eje del mal,
porque este país demostró capacidad de desafío con la construcción del ALBA, la
diplomacia del petróleo y la concreción de alianzas extra-regionales
inadmisibles para el Departamento de Estado.

El lugar que ocupa cada nación en los ataques imperiales cambia en cada
coyuntura y no está determinado sólo por razones ideológicas. El gobierno de
Argentina es agredido últimamente con la misma intensidad que su par venezolano,
a pesar del explícito rechazo peronista de cualquier proyecto socialista.

La derecha diaboliza a ambos países, contrastando sus pesares con el bienestar
imperante en el resto de Latinoamérica. Contrapone la excelente situación que
atraviesan las naciones gobernadas por el neoliberalismo, con las desgracias
sufridas bajo las administraciones populistas. Destaca como en Venezuela y
Argentina se destruye la cultura del esfuerzo, el ahorro y la inversión por la
politización del quehacer cotidiano (La Nación, 2014). También difunde datos que
sitúan a ambos países al tope de los indicadores negativos de la región (Bazzan,
2014).

Con esas anteojeras ni siquiera registran las enormes diferencias que separan a
las dos naciones. Mientras que en Venezuela la burguesía conspira para recuperar
el manejo de renta petrolera, en Argentina la renta agraria está en manos del
sector privado y sólo se disputa el monto de la tajada impositiva que absorbe el
estado.

El modelo económico social-desarrollista de reformas sociales y redistribución
del ingreso, que se ensaya en el primer caso difiere sustancialmente del
programa neo-desarrollista de recomposición de la burguesía industrial, que se
intentó en el segundo país. El chavismo confrontó con el imperialismo,
movilizando a las masas y afrontando escaladas golpistas. En cambio el
kirchnerismo sólo ha liderado una experiencia de centro-izquierda con autonomía
de Estados Unidos, pero sin prácticas antiimperialistas.

El ataque indiferenciado de la derecha contra Venezuela y Argentina y su
implícita consideración hacia Bolivia retrata la total inconsistencia de los
mensajes derechistas. No explican cómo en el Altiplano se ha logrado una
estabilidad macroeconómica bajo un régimen político liderado por caudillo, que
reúne todas las pesadillas del populismo. Tampoco aclara de qué forma un
gobierno tan alejado de sus formatos políticos ha logrado niveles de inflación,
inversión o tranquilidad cambiaria semejantes a los países con gobiernos
ultra-liberales.

La derecha realza a estas últimas administraciones ocultando los índices de
exclusión, criminalidad o explotación. Nunca habla de la precarización laboral
de Perú, del desastre de la jubilación en Chile o de la tragedia de los
emigrantes de México y Centroamérica.

La omisión de noticias adversas en los países gobernados por la derecha, los
silencios sobre Bolivia, las calumnias contra Venezuela y las campañas contra
Argentina retratan cómo operan los medios de comunicación. Moldean un sentido
común distorsionado para fijar la agenda pública al servicio de la dominación
burguesa.

Los comunicadores de las grandes cadenas periodísticas nunca actúan con
independencia, profesionalidad u objetividad. Aprovechan su condición de
personajes influyentes para construir realidades virtuales divorciadas de los
acontecimientos reales.

Por eso las batallas en este campo son decisivas y cualquier paso hacia la
democratización del espacio comunicacional es vital. Desafiar el mensaje
conformista, contrapesar la manipulación de las imágenes y demostrar que la
información es un derecho en conflicto con la rentabilidad es una prioridad para
la acción de la izquierda.

Coyunturas y futuros

El afianzamiento de un proyecto político radical con imaginarios socialistas en
Bolivia retrata los límites de la contraofensiva actual de la derecha
latinoamericana. Los conservadores buscan reinventarse con discursos más
sociales, compromisos de asistencialismo y perfiles juveniles. Proclaman la
disolución de las ideologías, despolitizan las campañas electorales y enfatizan
la centralidad de la gestión.

La derecha pretende aprovechar el estancamiento del ciclo de ascenso popular,
que comenzó a fines de los 90 en Venezuela y alcanzó su máxima intensidad entre
el 2000 y el 2005. La resistencia de Honduras, las marchas campesinas en
Colombia, las protestas estudiantiles en Chile y el despertar juvenil en Brasil
no tuvieron la dimensión de las rebeliones previas de Venezuela, Argentina,
Bolivia o Ecuador que tumbaron gobiernos neoliberales.

Pero no es la primera vez en la historia latinoamericana que un fuerte despegue
de revueltas populares es sucedido por un escenario de contragolpes e
indefiniciones. Los equilibrios de los últimos años estuvieron muy influidos por
la recuperación económica y la afluencia de divisas generadas por la
revalorización de las exportaciones agro-mineras. Ambos fenómenos tienden a
frenarse.

Nadie sabe qué rumbo adoptará la resistencia popular en los próximos años. Pero
la situación actual de Bolivia ilustra cómo la experiencia de la última década
ha creado un piso de convicciones ideológicas y definiciones políticas que
elevaron el nivel de conciencia popular. Este acervo constituye el basamento
para debatir las estrategias de la izquierda.

Estas reflexiones presuponen una revalorización del socialismo, en
contraposición a la presentación derechista de este debate como un simple juego
de palabras, en torno a etiquetas sin contenido.

Esa discusión permite destacar que América Latina no afronta sólo escenarios
neoliberales o neo-desarrollistas, sino también posibilidades anticapitalistas.
Las experiencias de Venezuela y Bolivia alimentan reflexiones sobre estrategias,
ritmos y caminos al socialismo. También inducen a soñar con ese futuro.

* Claudio Katz es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA,
miembro del EDI.



Referencias:
- Arkona Katu, (2014b), “Hacia un nuevo orden contra-hegemónico”,
www.rebelion.org, 16/6.
- Arkonada Katu, (2014a), “Sostener para profundizar, profundizar para
sostener”, alainet.org, 13/10.
- Bárcena, Alicia, (2014), “El modelo boliviano”, Página 12, 6/7.
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www.clarin.com, 31/8.
- CEPAL, (2014)), Los Pueblos Indígenas en América Latina. Avances en el último
decenio y retos pendientes, www.cepal.org, 22/9.
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- García Linera, Álvaro, (2008), La potencia plebeya: acción colectiva e
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Bolivia al mundo”, Estado Plurinacional, www.vicepresidencia.gob.bo.
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pensamientos políticos, UBA sociales publicaciones, Buenos Aires.
- Guillemi Rubén, (2014) “Aciertos políticos y cuentas pendientes”, “De la épica
chavista a la prudencia chilena, la metamorfosis de Evo”, La Nación, 15/10.
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Ediciones Luxemburg, Buenos Aires.
- Kohan, Néstor, (2000), De Ingenieros al Che, Biblios, Buenos Aires.
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El marxismo en América Latina, Antología. Editorial LOM, Santiago de Chile.
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www.libremercado, 3/ 9.
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cubademocraciayvida.org, 10/3.
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Argenpress
http://www.argenpress.info/2014/11/la-sorpresa-de-bolivia.html
26/11/2014





Publicado en America latina

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Texto original









La sorpresa de Bolivia

Escrito por Claudio Katz

El modelo social-desarrollista ha generado en Bolivia un gran crecimiento sin
transformaciones estructurales, desde un piso de gran subdesarrollo. La solidez
electoral del gobierno deriva de logros democráticos previamente conquistados en
las calles. Pero una nueva escala de avances enfrenta la coraza del capitalismo.



El proyecto de socialismo comunitario se inspira en tradiciones vigentes, pero
con menor proyección que en el pasado y enfrenta gran incompatibilidad con los
escenarios internacionales de competencia. Estas mismas limitaciones afectan al
estado plurinacional, que logró autoridad en todo el territorio a partir del
desplazamiento de las elites racistas. El indianismo ha sido reemplazado por
proyectos de convivencia más afines al ideal de diversidad político-cultural.

El establishment comunicacional que maltrata a Venezuela ha sido considerado
con Bolivia. Esta dualidad se extiende a otras incoherencias ideológicas de la
derecha, que enfrenta en el Altiplano un gran límite para su contraofensiva
regional.

Bolivia comparte con Venezuela el modelo económico social-desarrollista, la
fisonomía nacionalista radical del gobierno y el ideario socialista, pero con
modalidades muy distintas. También difieren los resultados y los balances que la
prensa internacional difunde de la gestión de Evo Morales, en comparación a
Chávez-Maduro.

El programa redistributivo fue aplicado en Bolivia con igual contundencia que
en Venezuela. Se utilizó una renta energética (gasífera) para impulsar el
consumo, mediante incentivos a la demanda orientados por el estado.

Como en el resto de América Latina este esquema fue dinamizado por el
incremento de los precios de las materias primas exportadas. Los ingresos por
estas ventas externas subieron de 2000 a 10000 millones de dólares por año.

Pero lo más significativo de Bolivia ha sido la elevada captación estatal de la
renta generada por los combustibles. El incremento de las regalías absorbidas
por el estado aumentó de 300 millones a 6000 millones de dólares al año.

En la década precedente las finanzas estatales sólo capturaban el 18 % de ese
total y las empresas transnacionales se quedaban con el 82 % restante. La
nacionalización parcial de los hidrocarburos (2006) revirtió esta relación.
Basta recordar la enorme incidencia de la venta de combustibles y minerales en
el PBI boliviano, para mensurar esa mutación (Navarro, 2014).

Un giro semejante se verificó en Venezuela con la recuperación de PDVSA, pero
la dimensión del cambio ha sido superior en Bolivia. En este país el estado se
había quedado sin recursos y toda la renta se filtraba al exterior.

Las consecuencias económicas de esta transformación han sido mayúsculas. El
gasto público se triplicó, el empleo público aumentó significativamente y los
precios de los alimentos se estabilizaron.

Algunas estimaciones consideran que la mejora del salario mínimo alcanzó 64%
(2005-13), mientras que los bonos de asistencia cubren al 33% de la población,
en un marco de tarifas de electricidad y de combustible congeladas (Bárcena,
2014).

Otras evaluaciones destacan que la pobreza extrema urbana se redujo del 24% al
14% y su equivalente rural del 63 al 43%. Los programas sociales han influido
directamente sobre este resultado, a través de auxilios percibidos por todos los
sectores marginados del mercado laboral. Hay bonos para los niños que van a la
escuela (Juancito Pinto), para las mujeres que recién tuvieron familia (Juana
Azurduy) y para los ancianos que nunca hicieron aportes jubilatorios (Renta
Dignidad) (Molina, 2013).

Avances desde el subsuelo

Las mejoras sociales conquistas han sido semejantes a las registradas en
Venezuela durante el primer período del modelo social-desarrollista. Pero una
diferencia importante radica en el nivel de estabilización que logró este
esquema en Bolivia. Este soporte se refleja en el creciente flujo de inversiones
extranjeras directas.

La afluencia de divisas ha consolidado un elevado volumen de reservas (47% del
PBI), en un contexto de moderado endeudamiento público (35 % del PIB). La
tradicional fuga de capitales que caracterizaba al país se detuvo y dio lugar a
un incipiente proceso inverso (Bárcena, 2014).

Esta secuencia de crecimiento continuado diferencia al país de Venezuela.
Bolivia lidera en los últimos años la tasa de crecimiento regional y esos
resultados han generado un esperable elogio de CEPAL y una sorpresiva
felicitación del FMI. El producto bruto pasó de 9.525 millones (2005) a 30.381
millones de dólares (2013) y el PBI per cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares.

Esta expansión se concretó con una baja tasa de inflación y una llamativa
preocupación por preservar el equilibrio fiscal. Algunos analistas atribuyen ese
resultado a un manejo prudente de las variables macro-económicas, como
consecuencia del trauma legado por la hiperinflación del último gobierno de
izquierda (1982-1985). También destacan la psicología campesina de Evo y su
aversión al endeudamiento (Stefanoni, 2014).

En la gestión actual se ha priorizado la construcción de caminos, puentes y
ciertos emprendimientos como el satélite Tupac Katari o el teleférico entre La
Paz y El Alto. Estas obras recuperan la autoestima de una sociedad afectada por
la ausencia de realizaciones.

¿El modelo social-desarrollista ha pasado la prueba? ¿Demostró su viabilidad?
¿Augura una siguiente etapa de superación del subdesarrollo?

Nadie se atreve a cantar victoria en una economía tan dependiente de la
mono-exportación de combustibles. El Altiplano ha podido usufructuar más que
otros países de la excepcional coyuntura de altos precios de las materias
primas. Utilizó la renta generada por ese incremento para impulsar el consumo y
redistribuir los ingresos.

Pero la ausencia de transformaciones productivas prende luces rojas para el
futuro. Bolivia ha consumado avances que ya experimentaron en el pasado países
más industrializados (como Argentina) o con estructuras medianas (como
Venezuela) y enfrentará los mismos límites que encontraron esos antecesores.

El Altiplano parte de un piso muy bajo de subdesarrollo y cuenta con márgenes
mayores para las expansiones rápidas. Pero ese retraso también determina un alto
nivel de vulnerabilidad, en comparación con economías que cuentan con más
recursos y capitales acumulados.

Los límites del modelo se vislumbran en la esfera de los hidrocarburos que
financian todos los programas del estado. Luego de renegociar 44 contratos de
concesión las compañías extranjeras mantienen considerables posiciones
(especialmente REPSOL y PETROBRAS). La experiencia ilustra especialmente los
peligros de utilizar los ingresos fiscales en subvenciones a los contratistas.
La indemnización de 1045 millones de dólares recientemente concedida a la
empresa Pan American Energy (por la expropiación de acciones realizada en el
2009) es una advertencia de esos antecedentes. Bolivia necesita todos sus
recursos para procesos de industrialización (como la utilización del gas para
elaborar fertilizantes y plásticos).

En el agro se verifican problemas semejantes. Comenzaron a normalizarse las
situaciones irregulares que afectan a los dueños de las pequeñas parcelas. Pero
la reforma agraria continúa demorada y la elevadísima concentración de la
propiedad en un centenar de clanes terratenientes no se ha modificado.

Inéditas conquistas

El secreto de la estabilidad económica hay que buscarlo en la solidez del poder
político construido por Evo Morales. Tras 8 años de gobierno, el líder del MAS
conquistó en el 2014 un nuevo mandato, con un porcentaje de votos superior al
60%. Ese resultado se ubica por encima de la victoria del 2005 y se aproxima al
triunfo del 2009. Ha ganado en 8 de los 9 departamentos y logró mayoría en las
regiones anteriormente adversas de Oriente (con ciertas pérdidas en sus
bastiones del Altiplano).

Hasta ahora Evo ha podido sobrellevar el temido desgaste que genera el
ejercicio del gobierno y mantiene la mayoría absoluta en ambas cámaras. Sus
éxitos en los comicios se inscriben en el nuevo orden constituyente que
introdujo a partir del 2006, luego de la aprobación de una nueva carta magna con
el 72% de los sufragios.

Este nivel de fortaleza electoral no tiene precedentes en un país que tuvo 36
presidentes que no superaron el primer año de ejercicio. Evo será el mandatario
más duradero de esa larga historia de fragilidades presidenciales. Ha logrado
revertir la improvisada búsqueda de equilibrios entre las corporaciones que
dominaba la vida política.

La consistencia que exhibe Evo contrasta con el desangre económico-social que
sufrió Bolivia durante el largo período neoliberal iniciado en 1985. Esa nefasta
etapa ha sido reemplazada por un aluvión electoral que convalida los triunfos
previamente obtenidos por el pueblo en las calles.

Esa extraordinaria sucesión de luchas sociales fue comenzada por los
productores de coca y posteriormente encabezada por los campesinos y
trabajadores que libraron la guerra del agua. Derrotaron a los privatizadores,
expulsaron a los concesionarios extranjeros y abrieron una gran secuencia de
victorias desde abajo. Al costo de 77 muertos impusieron la huida del
sanguinario Sánchez de Lozada.

El gobierno de Evo surgió de estas batallas y se consolidó derrotando las
conspiraciones de la derecha. Doblegó a los reaccionarios en las urnas, luego de
aplastar la sublevación fascista del 2008 (masacre de Pando). Esa victoria
explica la fortaleza de su administración.

Morales ha sido el único presidente de la región que surgió directamente de
acciones insurgentes de los movimientos sociales. Por esta razón puso en marcha
el contundente paquete de iniciativas democráticas y descolonizadoras que
consagraron el establecimiento del estado plurinacional. La población indígena
logró un reconocimiento sin precedentes de derechos colectivos para 40 etnias,
en numerosos terrenos de la lengua, la cultura, la representatividad y la
democracia participativa (Mayorga, 2014).

Nuevos conflictos

En pocos años se han introducido reformas políticas y sociales que Bolivia
desconocía desde los años 50. La derecha tradicional presenta esas mejoras
reales como simples fantasías retóricas. También señala que el gobierno
populista desaprovechó el ventajoso escenario económico internacional. Le
resulta inadmisible haber perdido el control sobre esos lucros y no logra
entender cómo su derrota ha desembocado en un escenario de estabilidad
capitalista.

Otros sectores conservadores optaron por subirse al carro victorioso del MAS.
Incorporaron especialmente en Oriente una parte de sus viejas fuerzas (MNR, ADN)
al oficialismo. Con esta absorción Evo logró mayoría en las zonas en disputa,
pero hay sumas electorales que restan consistencia política. Esas ampliaciones
nunca fueron gratuitas para los gobiernos populares (Arkonada Katu, 2014a).

Evo lidera un proceso reformista radical no sólo en el plano interno. También
desenvuelve ese perfil a escala internacional, mediante impactantes cónclaves
para exigir la defensa efectiva del medio ambiente, como la Cumbre de Cochabamba
(Arkona, 2014b).

Lo más significativo de esa intervención geopolítica es una postura
antiimperialista que desborda el terreno declarativo. La expulsión de los
conspiradores yanquis (disfrazados de funcionarios de USAID) fue seguida de un
retiro impuesto al embajador estadounidense que ha dejado vacante esa
delegación. Además, los gobernantes de Israel fueron acusados de terrorismo de
estado y el viejo reclamo a Chile de una salida al mar ha sido expuesto con gran
contundencia frente a Piñera y Bachelet.

Morales promueve una ideología que combina nacionalismo con indigenismo.
Comanda un sistema político que ha desplazado a la vieja elite de oligarcas
blancos. Inició su gobierno prometiendo “transformar las protestas en
propuestas” y proclama que Bolivia necesita “socios y no patrones”.

Pero el desenvolvimiento de su proyecto enfrenta un techo muy estricto en los
marcos del capitalismo. Hasta ahora su esquema concilió alivios populares con
privilegios de las clases dominantes. Son dos metas en conflicto, que emergen a
la superficie cada vez que el gobierno adopta alguna medida favorable a los
grupos de poder.

En esos casos la reacción popular ha sido contundente. Ya ocurrió en diciembre
del 2010 con el incremento de los precios de los combustibles (“Gasolinazo”) y
durante las marchas contra la construcción de una carretera que atraviesa
territorios indígenas (TIPNIS).

El gobierno ha contemporizado con esas protestas y buscó resolver las tensiones
en la mesa de negociación. Pero estos conflictos se acrecientan, a medida que
Bolivia se transforma en una sociedad urbana con mayores exigencias sociales.

El capitalismo impide la satisfacción de esas nuevas demandas y reduce los
márgenes para conciliar los intereses en pugna. Hasta ahora Evo logró soslayar
estos problemas, pero no podrá eludirlos en el futuro.

Socialismo comunitario

A diferencia de Venezuela el socialismo no está presente en Bolivia en los
discursos oficiales, en las campañas electorales o en las exposiciones
ideológicas corrientes de los gobernantes. Pero forma parte de la tradición
política del país y de las principales organizaciones populares. El propio
agrupamiento oficial (MAS) incluye la denominación socialista y Evo dedicó su
reciente victoria electoral a Fidel y a Chávez, convocando a reafirmar la lucha
contra el capitalismo.

El socialismo tiene cabida en otro plano, a través de la conceptualización
teórica que ha desarrollado el vicepresidente García Linera. Su punto de partida
es la crítica a los catastróficos efectos del capitalismo. Describe cómo este
sistema multiplica la desigualdad, el desempleo y la destrucción de la
naturaleza. Cuestiona el principio del beneficio, los efectos de la explotación
y las agresiones del imperialismo.

Linera retoma el proyecto socialista como respuesta a ese escenario. Defiende
ese modelo en términos tradicionales, polemizando con las distorsionadas
interpretaciones que difundió la propaganda anticomunista. Recuerda que el
capitalismo ha ocupado un breve lapso en la historia y destaca la vigencia del
socialismo para superar los tormentos del capitalismo (García Linera, 2010a:
7-18).

Estas contundentes definiciones contradicen el planteo que expuso al asumir
como segunda figura del gobierno de Evo. En ese momento propuso impulsar un
modelo de “capitalismo andino-amazónico”, tomando distancia de la convocatoria
de Chávez a forjar el socialismo del siglo XXI. Sugirió que en Bolivia era
conveniente la implementación de alguna variante económica del desarrollismo.
Con sus nuevas definiciones a favor del socialismo parece revisar ese enfoque
precedente.

Pero la peculiaridad del planteo de Linera radica en el perfil comunitario de
su propuesta socialista. Subraya la vitalidad que mantienen las comunidades en
Bolivia y la consiguiente vigencia de principios de trabajo asociativo, con
fuertes valores éticos de fraternidad, tanto en el campo como los barrios
populares de las ciudades.

El vicepresidente considera que esa continuidad permite gestar una variante de
socialismo comunitario, semejante al aplicable en Ecuador o a ciertas zonas de
México, India y África. Estima que este proyecto no es realizable en los países
desarrollados (o de capitalismo intermedio), que han perdido toda memoria de las
viejas formas económicas colectivas (García Linera, 2010a: 7-18).

Su propuesta está acotada a las regiones del planeta que conservan legados
comunitarios. Linera no postula los proyectos generales de construcción
cooperativista que impulsan las corrientes autonomistas. Tampoco propone crear
comunas rurales, fábricas auto-gestionadas o economías del tercer sector como
anticipos del socialismo. Se limita a señalar que el proyecto anticapitalista
puede apoyarse en ciertos países, en la herencia legada por las antiguas
estructuras comunitarias.

Esta tesis retoma la especificidad del socialismo andino que en 1920-30 intuyó
Mariátegui. El intelectual peruano estimaba que el capitalismo había arrasado en
su país con las comunidades incaicas del Ayllu. Pero también destacaba la
subsistencia del espíritu solidario gestado por esa tradición. Convocaba a
trabajar en la organización de una economía colectiva a partir de esos
principios de comunismo agrario (Mariátegui, 2007: 119-121).

Linera actualiza esa concepción y considera que su visión es coherente con la
propia maduración de Marx, que en los últimos estudios de su vida remarcó las
potencialidades revolucionarias de las comunidades agrarias rusas (Mir) (Kohan,
2000: 94-111).

Pero los 140 años transcurridos desde esa caracterización han incluido intensos
desarrollos capitalistas, procesos revolucionarios y ensayos de construcción
socialista. El grado de subsistencia material de las comunidades en el siglo XXI
es significativamente menor al observado por Marx o por Mariátegui. Aunque
Linera pone el acento en el legado político-cultural y no en las estructuras
económicas de esas formaciones, las mutaciones han sido muy grandes en todos los
planos.

Existe otra significativa diferencia con esos antecedentes. Tanto Marx como
Mariátegui formularon sus hipótesis, apostando a una victoria próxima del
socialismo a escala mundial. Con esa perspectiva en mente imaginaban empalmes de
los resabios del Mir ruso o del Ayllu peruano con pujantes desarrollos
industriales de la periferia, apuntalados por las economías pos-capitalistas de
Europa.

Linera reafirma esa eventual conexión entre un socialismo de raíces indígenas
con el desenvolvimiento de alternativas anticapitalistas a escala mundial. Por
eso rechaza cualquier ilusión de forjar un modelo socialista encerrado en el
Altiplano. Pero también destaca que esa transición será un prolongado proceso de
imprevisible duración (García Linera, 2008: 345-349).

En este esquema no aclara cómo se produciría el enlace de las antiguas formas
comunitarias con el socialismo global. El cambio de temporalidad del proyecto no
es un dato menor. La experiencia confirma que cuando esas modalidades quedan
sujetas a un contacto dominante con el capitalismo se reduce significativamente
la posibilidad de un empalme con cursos socialistas. La competencia mercantil,
la generalización del trabajo asalariado y las inversiones del agro-negocio
impiden esa convergencia.

Esta contradicción acentúa las propias ambigüedades del enfoque de Linera, que
pondera la meta socialista sin abandonar su propuesta previa de capitalismo
andino amazónico. Más bien sugiere algún tipo de coexistencia entre ambos
esquemas, mediante fragmentos de capitalismo que convivirían con pedazos de
socialismo. Supone que durante esa concordancia el segundo sistema erosionará
gradualmente al primero (García Linera, 2010a: 7-18).

Pero no define cómo se consumaría esa transición. En sus textos evita precisar
si concibe una tensión entre el mercado y la planificación durante el pasaje al
socialismo o si proyecta un fortalecimiento previo del capitalismo, antes de
cualquier comienzo socialista.

Estados y gobiernos

Linera estima que el socialismo comunitario será precedido por una gran
consolidación del estado. Considera que esa institución ha quedado sometida en
la actualidad a un contradictorio proceso de mayor centralidad y vulnerabilidad.
Puede manejar grandes presupuestos e intervenir con más contundencia en la
economía, pero se encuentra más condicionada y sometida a los flujos
internacionales del capital.

El vicepresidente entiende que para afianzar los derechos populares resulta
indispensable fortalecer al estado nacional. Postula esta caracterización en
abierta polémica con teóricos como Negri, que cuestionan ese propósito (García
Linera, 2010b: 11-39).

Con este planteo Linera cierra su etapa de pensamiento autonomista. Pone fin a
un período de expectativas en el protagonismo de los movimientos sociales y
teorizaciones afines al concepto de multitud. Su llegada al gobierno implicó el
abandono de esos conceptos y la adopción de una firme convicción en la
centralidad del estado (Stefanoni, 2008: 9-26).

En esta nueva mirada la naturaleza de clase del estado es eludida. No se sabe
si la institución que permitiría incorporar grandes derechos populares se
inscribirá en una transición socialista o en el ámbito burgués.

Linera subraya que en Bolivia el estado debe primero asegurar la
descolonización, incorporando los derechos negados durante siglos a los pueblos
indígenas. Describe cómo se avanzó en ese terreno legitimando toda la variedad
de idiomas y culturas reconocidas en la nueva configuración plurinacional.
Estima que este cambio constituye el punto de partida para sustituir el estado
aparente de las minorías oligárquicas por el estado integral de las mayorías
populares (García Linera, 2010b: 11-39).

En los hechos postula construir una estructura estatal sólida que ejerza su
autoridad sobre todo el territorio. A diferencia del grueso de América Latina,
esta construcción nunca fue completada en Bolivia. El gobierno de Evo ha
intentado concluirla, creando una nueva red de funcionarios sustitutiva de las
elites racistas precedentes.

Linera entiende que este paso será efectivizado por un gobierno popular, que en
los hechos se desenvolverá en el marco capitalista. También aquí su planteo de
socialismo comunitario queda diluido, ante la decisión práctica de preservar el
régimen social vigente.

El vicepresidente también remarca la radicalidad del proceso boliviano, en
comparación a otros países como Sudáfrica. Señala que allí se introdujeron
drásticos avances descolonizadores con la eliminación del Apartheid, pero sin
alterar la dominación económica de los grandes negocios. Considera que en
Bolivia se consiguieron logros democráticos del mismo alcance, pero con
nacionalizaciones y recuperación del poder económico del estado (García Linera,
2010: 11-39).

Esas medidas efectivamente incrementaron la captura estatal de la renta de los
hidrocarburos, pero no iniciaron las transformaciones requeridas para una
transición socialista. Linera evita evaluar esta limitación y sólo remarca la
dimensión política del proyecto anticapitalista. Señala que esa estrategia
requiere unidad de las organizaciones populares, seducción de las capas medias y
aislamiento del imperialismo. Estima que en esas condiciones se podrá forjar
gradualmente el socialismo (García Linera, 2010: 11-39).

¿Cómo concretar ese proceso? La gran popularidad y estabilidad del gobierno de
Evo permite evitar estas preguntas. Pero no resuelve las dificultades que
enfrentaron todos los procesos que siguieron el camino propuesto por Linera.

Indianismo y marxismo

Los indígenas ocupan un lugar prioritario en la nueva realidad boliviana.
Linera remarca ese papel, recordando que Evo recupera un liderazgo perdido desde
la época del Manco Inca (1540).

El vicepresidente resalta esta gravitación en polémica con los marxistas
clásicos, que subrayaban el papel conductor del proletariado en las alianzas
populares. Destaca el declive de la condición obrera, al calor de las
transformaciones registradas en la minería. También remarca la incapacidad
política de la vieja central sindical (COB) para adaptarse a este cambio y
pondera el nuevo liderazgo indígena-campesino.

Esta visión de Linera proviene de su anterior proximidad con el indianismo
katarista, que postulaba la reinvención del indígena como sujeto de la
emancipación. El vicepresidente estima que esa gravitación quedó confirmada en
la última década de bloqueos de caminos, que condujeron al surgimiento de una
central sindical campesina (CSUTCB) (García Linera, 2008: 373-385).

Pero las conclusiones actuales de Linera no emergen sólo de esa trayectoria.
También incorporan su alejamiento del katarismo. En los años 70 defendía las
tesis indianistas, luego participó en la acción guerrillera y permaneció cinco
años en la cárcel, manteniendo el ideario de autodeterminación de las naciones
aimara y quecha. Pero el encuentro de su grupo (Comuna) con Evo luego de la
guerra del gas, lo separó de ese pasado político.

En la actualidad se sitúa en una vertiente integracionista del indianismo que
reconoce la pluralidad y los aportes de la izquierda. Cuestiona la corriente
culturalista (pachamámica) que promueve la simple folkorización y es crítico de
la tendencia opuesta que propone construir una república india transnacional (en
toda la región) o territorial (en Bolivia) (García Linera, 2008: 378-385).

El distanciamiento del katarismo y la aproximación al marxismo explican su
caracterización actual del socialismo comunitario. Dejó atrás el programa de
indianización total y participa en un gobierno que realza la gravitación de los
indígenas, sin aceptar su separación del resto de sociedad. Esta visión de
Linera tiene más proximidades con la izquierda mariateguista que con el
indianismo katarista. Con este nuevo enfoque reformula el proyecto socialista
manteniendo la centralidad de la cuestión indígena.

Interrogantes de una evolución

Las rebeliones sociales de la última década pusieron de relieve la opresión
padecida en América Latina por 45 millones de individuos pertenecientes a 485
grupos étnicos distintos. Esta resistencia ha derivado en un significativo
incremento del número de indígenas que auto-reconoce su identidad.

El último censo registró un gran aumento de la población que asume esa
pertenencia. Agrupan al 8,3 % de los habitantes de la región, pero constituyen
el 62% de los habitantes de Bolivia. La enorme brecha que separa este porcentual
del resto del continente (con la única excepción del 41% en Guatemala) explica
la centralidad del problema indígena en el Altiplano (CEPAL, 2014).

Luego de siglos de avasallamientos, la convergencia de las demandas
político-culturales de los indígenas con planteos antiimperialistas
tradicionales ha generado nuevas síntesis políticas. Se ha demostrado que los
oprimidos pueden asumir varias identidades, combinando aspiraciones culturales,
nacionales y sociales (Katz, 2008: 23-28).

Linera inscribe su visión en este reconocimiento, tomando distancia del
indianismo extremo. Su visión previa mantenía vínculos con una vertiente del
esencialismo étnico que rechaza la existencia de estándares comparativos
universales, para evaluar políticas y estrategias populares.

Ese enfoque realza la superioridad cultural de cierto grupo, mediante un
atrincheramiento en las identidades que no deja lugar a la armonización y el
entendimiento entre las distintas culturas. Objeta la insensibilidad liberal
frente a la diversidad, pero reivindicando un particularismo que ignora el
interés común de oprimidos (Díaz Polanco, 2006: 28-30).

El enfoque actual de Linera es más compatible con los ideales de la izquierda,
que promueven la defensa conjunta de la igualdad y la diferencia. Marx alentaba
el proyecto comunista y el anticolonialismo, Lenin auspiciaba el
internacionalismo y el derecho a la auto-determinación nacional y Mariátegui
apuntalaba el socialismo y el indigenismo (Díaz Polanco, 2006: 28-30).

Con su proyecto de socialismo comunitario el vicepresidente retoma la búsqueda
de esos puentes entre indianismo y marxismo. Esta síntesis complementa varios
cambios de su enfoque. Reemplazó las propuestas de autodeterminación por la
prioridad del estado plurinacional y sustituyó el protagonismo de la multitud
por un gobierno de movimientos sociales. Sus ideas iniciales de comunismo
aldeano evolucionaron hacia una expectativa de capitalismo andino-amazónico, que
actualmente ha devenido en un programa de socialismo comunitario.

Estas modificaciones tienen cierto parentesco con el itinerario intelectual de
Chávez, que empezó coqueteando con la Tercera Vía, se relacionó con los
militares derechistas argentinos, perfeccionó el nacionalismo militar
revolucionario y terminó adoptando el socialismo.

La complejidad, riqueza y potencialidad de estas trayectorias no son
registradas por las evaluaciones que simplemente acusan a Linera de mantener un
razonamiento pro-capitalista y adverso a la revolución social (Ferreira, 2011).

Que el intelectual boliviano haya colocado el proyecto socialista en el centro
de su estrategia no es un dato menor. El significado real de ese cambio quedará
esclarecido con su evolución y su práctica política. A pesar de sus vaguedades,
contradicciones e inconsistencias abre un terreno fértil para debatir la
actualización del horizonte anticapitalista.

Incoherencias de la derecha

La derecha se burla de cualquier referencia al socialismo, considerando que
apunta a entretener al electorado. Pero las menciones de su opuesto -el
capitalismo- son vistas como consideraciones de gran trascendencia. Presenta la
glorificación del mercado, la competencia o la ganancia como sinónimos de
pensamiento profundo y ubica la defensa de la igualdad en un terreno de puro
palabrerío.

Utilizando ese criterio ponderó la eliminación de todas las alusiones del MAS
al socialismo durante la última campaña electoral. Atribuyó ese abandono al
reforzamiento de un discurso conciliador y pro empresarial alejado de Venezuela
(Guillemi, 2014). Pero esta interpretación no se condice con la dedicatoria del
éxito electoral que hizo Evo a los pueblos que luchan contra el capitalismo

Es igualmente llamativa la diferencia de actitud que asume el establishment
frente a Evo y Chávez-Maduro. El mismo tipo de socialismo que no entrañaría
consecuencias para Bolivia es presentado como un terrorífico peligro para
Venezuela. Ese temor es propagado por un pool de 82 periódicos latinoamericanos
integrados a la SIP, que publica desde hace varios meses una página diaria de
descripción del caos chavista.

Mientras que algunos medios anuncian el colapso final de la producción
petrolera venezolana, otros retratan intenciones masivas de abandono del país
(Oppenheimer, 2014; Vyas, 2014). Vargas Llosa encabeza esa campaña reaccionaria,
proclamando la necesidad de acciones más contundentes que la simple protesta
pacífica para derrocar al gobierno (Vargas Llosa, 2014).

La doble vara de la derecha frente a Bolivia y Venezuela no se basa en
distinciones teóricas entre el socialismo comunitario (aceptable) y el
socialismo del siglo XXI (indigerible). El problema de los conservadores radica
en la dificultad para encontrar argumentos creíbles de ataque a Bolivia, luego
de los logros conseguidos en la última década. El gobierno del MAS ha puesto de
relieve el sistema político discriminatorio que ha regido en el Altiplano
durante siglos y nadie se atreve a defender ese apartheid.

Por otra parte, el tamaño, los recursos y la gravitación regional determinan
una incidencia geopolítica de Bolivia muy inferior a Venezuela. El imperialismo
no se resigna a perder el manejo del principal territorio petrolero de América
Latina y conspira para recuperar el control de PDVSA.

Estados Unidos no dudó en el pasado en invadir países más chicos que Bolivia
(como Granada o Panamá) y mantiene desde hace décadas su asedio contra la isla
de Cuba. Pero en la última década transformó a Venezuela en el eje del mal,
porque este país demostró capacidad de desafío con la construcción del ALBA, la
diplomacia del petróleo y la concreción de alianzas extra-regionales
inadmisibles para el Departamento de Estado.

El lugar que ocupa cada nación en los ataques imperiales cambia en cada
coyuntura y no está determinado sólo por razones ideológicas. El gobierno de
Argentina es agredido últimamente con la misma intensidad que su par venezolano,
a pesar del explícito rechazo peronista de cualquier proyecto socialista.

La derecha diaboliza a ambos países, contrastando sus pesares con el bienestar
imperante en el resto de Latinoamérica. Contrapone la excelente situación que
atraviesan las naciones gobernadas por el neoliberalismo, con las desgracias
sufridas bajo las administraciones populistas. Destaca como en Venezuela y
Argentina se destruye la cultura del esfuerzo, el ahorro y la inversión por la
politización del quehacer cotidiano (La Nación, 2014). También difunde datos que
sitúan a ambos países al tope de los indicadores negativos de la región (Bazzan,
2014).

Con esas anteojeras ni siquiera registran las enormes diferencias que separan a
las dos naciones. Mientras que en Venezuela la burguesía conspira para recuperar
el manejo de renta petrolera, en Argentina la renta agraria está en manos del
sector privado y sólo se disputa el monto de la tajada impositiva que absorbe el
estado.

El modelo económico social-desarrollista de reformas sociales y redistribución
del ingreso, que se ensaya en el primer caso difiere sustancialmente del
programa neo-desarrollista de recomposición de la burguesía industrial, que se
intentó en el segundo país. El chavismo confrontó con el imperialismo,
movilizando a las masas y afrontando escaladas golpistas. En cambio el
kirchnerismo sólo ha liderado una experiencia de centro-izquierda con autonomía
de Estados Unidos, pero sin prácticas antiimperialistas.

El ataque indiferenciado de la derecha contra Venezuela y Argentina y su
implícita consideración hacia Bolivia retrata la total inconsistencia de los
mensajes derechistas. No explican cómo en el Altiplano se ha logrado una
estabilidad macroeconómica bajo un régimen político liderado por caudillo, que
reúne todas las pesadillas del populismo. Tampoco aclara de qué forma un
gobierno tan alejado de sus formatos políticos ha logrado niveles de inflación,
inversión o tranquilidad cambiaria semejantes a los países con gobiernos
ultra-liberales.

La derecha realza a estas últimas administraciones ocultando los índices de
exclusión, criminalidad o explotación. Nunca habla de la precarización laboral
de Perú, del desastre de la jubilación en Chile o de la tragedia de los
emigrantes de México y Centroamérica.

La omisión de noticias adversas en los países gobernados por la derecha, los
silencios sobre Bolivia, las calumnias contra Venezuela y las campañas contra
Argentina retratan cómo operan los medios de comunicación. Moldean un sentido
común distorsionado para fijar la agenda pública al servicio de la dominación
burguesa.

Los comunicadores de las grandes cadenas periodísticas nunca actúan con
independencia, profesionalidad u objetividad. Aprovechan su condición de
personajes influyentes para construir realidades virtuales divorciadas de los
acontecimientos reales.

Por eso las batallas en este campo son decisivas y cualquier paso hacia la
democratización del espacio comunicacional es vital. Desafiar el mensaje
conformista, contrapesar la manipulación de las imágenes y demostrar que la
información es un derecho en conflicto con la rentabilidad es una prioridad para
la acción de la izquierda.

Coyunturas y futuros

El afianzamiento de un proyecto político radical con imaginarios socialistas en
Bolivia retrata los límites de la contraofensiva actual de la derecha
latinoamericana. Los conservadores buscan reinventarse con discursos más
sociales, compromisos de asistencialismo y perfiles juveniles. Proclaman la
disolución de las ideologías, despolitizan las campañas electorales y enfatizan
la centralidad de la gestión.

La derecha pretende aprovechar el estancamiento del ciclo de ascenso popular,
que comenzó a fines de los 90 en Venezuela y alcanzó su máxima intensidad entre
el 2000 y el 2005. La resistencia de Honduras, las marchas campesinas en
Colombia, las protestas estudiantiles en Chile y el despertar juvenil en Brasil
no tuvieron la dimensión de las rebeliones previas de Venezuela, Argentina,
Bolivia o Ecuador que tumbaron gobiernos neoliberales.

Pero no es la primera vez en la historia latinoamericana que un fuerte despegue
de revueltas populares es sucedido por un escenario de contragolpes e
indefiniciones. Los equilibrios de los últimos años estuvieron muy influidos por
la recuperación económica y la afluencia de divisas generadas por la
revalorización de las exportaciones agro-mineras. Ambos fenómenos tienden a
frenarse.

Nadie sabe qué rumbo adoptará la resistencia popular en los próximos años. Pero
la situación actual de Bolivia ilustra cómo la experiencia de la última década
ha creado un piso de convicciones ideológicas y definiciones políticas que
elevaron el nivel de conciencia popular. Este acervo constituye el basamento
para debatir las estrategias de la izquierda.

Estas reflexiones presuponen una revalorización del socialismo, en
contraposición a la presentación derechista de este debate como un simple juego
de palabras, en torno a etiquetas sin contenido.

Esa discusión permite destacar que América Latina no afronta sólo escenarios
neoliberales o neo-desarrollistas, sino también posibilidades anticapitalistas.
Las experiencias de Venezuela y Bolivia alimentan reflexiones sobre estrategias,
ritmos y caminos al socialismo. También inducen a soñar con ese futuro.

* Claudio Katz es economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA,
miembro del EDI.



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