quarta-feira, 29 de abril de 2020

La crisis capitalista es más mortal que el coronavirus


La crisis capitalista es más mortal que el coronavirus


Por William I. Robinson | 29/04/2020 | EE.UU.




El confinamiento decretado en Estados Unidos y en muchos países del mundo para
hacer frente a la pandemia de COVID-19 ha paralizado la economía capitalista y,
por tanto, ha demolido el proceso de la acumulación de capital.


El hecho de que esta parálisis económica arroje a decenas de millones de
trabajadores a una crisis de supervivencia es totalmente fortuito para la
preocupación de la clase capitalista transnacional (CCT) de reanudar de
inmediato la maquinaria lucrativa, ya que el capital no puede permanecer ocioso
sin dejar de ser capital. El impulso de reavivar la acumulación explica que en
muchas ciudades norteamericanas se hayan producido manifestaciones públicas de
la ultraderecha para exigir el levantamiento de la cuarentena, al igual que los
sectores más reaccionarios del capital promovieron el Tea Party a raíz del
colapso financiero de 2008, movimiento que a su vez se movilizó en apoyo al
trumpismo.

Si bien las protestas parecen espontáneas, de hecho han sido organizadas por las
agrupaciones conservadoras estadounidenses, entre ellas la Fundación Heritage,
FreedomWorks (Obras de Libertad) y el Consejo Americano de Intercambio
Legislativo (conocido como ALEC por su sigla en inglés), que reúne a los
directores ejecutivos de las grandes corporaciones junto con los legisladores
derechistas locales de todo Estados Unidos. El mismo Presidente Trump enardeció
a los manifestantes mediante una serie de tweets, entre ellos uno que declaraba
“LIBERAR a VIRGINIA, y proteger su gran Segunda Enmienda, que está bajo asedio”.
El llamado a defender dicha enmienda de la Constitución norteamericana, que
garantiza el derecho a portar armas, prácticamente constituía un llamado a la
insurrección armada. En el estado de Michigan seguidores armados de Trump
bloquearon el tráfico para impedir el paso a la ayuda. Días atrás  Trump adujo
 tener poder “total” – la clásica definición de totalitarismo – para levantar la
 cuarentena.

A pesar de su retórica populista, el trumpismo ha servido bien a los intereses
de la CCT en implementar un programa de neoliberalismo en esteroides que va
desde la reforma impositiva regresiva y la amplia desregulación y privatización
hasta una expansión de los subsidios al capital, recortes al gasto social y
represión sindical. Trump – él mismo miembro de la CCT – retomó donde dejó el
Tea Party a raíz del colapso financiero de 2008 y forjó una base social entre
aquellos sectores de la clase obrera mayoritariamente blancos que anteriormente
habían gozado de ciertos privilegios, como empleo estable y bien remunerado, y
que en años recientes han experimentado una aguda desestabilización
socioeconómica y movilidad descendente frente a la globalización capitalista. Al
igual que el Tea Party que le precedió, Trump ha sabido desviar la cada vez
mayor ansiedad social que sienten estos sectores desde una critica radical al
sistema capitalista hacia una movilización racista y jingoísta contra chivos
expiatorios como los inmigrantes. Estas tácticas trumpistas han convertido
dichos sectores en fuerzas de choque para la agenda capitalista ultraderechista
que los ha llevado al borde de un proyecto verdaderamente fascista.

La cada vez mayor crisis del capitalismo global ha acarreado una rápida
polarización política en la sociedad global entre una izquierda insurgente y
fuerzas ultraderechistas y neofascistas que han logrado adeptos en muchos países
del mundo. Ambas fuerzas recurren a la misma base social de los millones de
personas devastadas por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo
precario y relegación a las filas de la humanidad superflua. El nivel de
polarización social global y de desigualdad no tienen precedentes en estos
momentos. El 1 % más rico de la humanidad controla más de la mitad de la riqueza
del planeta mientras el 80 % más bajo tiene que conformarse con apenas el 4.5 %
de esa riqueza. Mientras se extiende el descontento popular contra esta
desigualdad, la movilización ultraderechista y neofascista juega un papel
crítico en el esfuerzo por parte de los grupos dominantes de canalizar dicho
descontento hacia el apoyo a la agenda de la CCT, la misma disfrazada en una
retórica populista.

Es en este contexto donde los grupos conservadores en Estados Unidos se han
empeñado en organizar una respuesta ultraderechista a la emergencia sanitaria y
la crisis económica, abarcando una mayor dosis de subterfugio ideológico y
también una renovada movilización de sus fuerzas de choque que ahora exigen el
levantamiento del confinamiento. La movilización de masas desde abajo bien
podría exigir que el Estado proporcione ayuda a gran escala a los millones de
trabajadores y familias pobres en vez de insistir en la inmediata reapertura de
la economía. Pero la CCT y sus agentes políticos buscan a toda costa evitar que
las masas pidan un Estado de bienestar social como respuesta a la crisis. Por
eso promueven la revuelta reaccionaria contra el confinamiento avivada por Trump
y la ultraderecha.

Independientemente de las diferencias políticas en el seno de sus filas, la CCT
se ha empeñado en trasladar la carga de la crisis y el sacrificio que impone la
pandemia a las clases trabajadoras y populares. Para este fin ha podido contar
con el poder del Estado capitalista. Los gobiernos del mundo han aprobado nuevos
rescates masivos para el capital mientras se escurren de esta piñata unas
migajas para las clases trabajadoras. El gobierno estadounidense inyectó una
cantidad inicial de 1.5 mil millones de dólares a los bancos de Wall Street en
tanto que la Casa Blanca prometió que su respuesta a la pandemia “estaría
plenamente centrada en liberar el poder del sector privado”, es decir, que la
ganancia capitalista va primero y la misma impulsaría la respuesta a la
emergencia sanitaria. Acto seguido aprobó un paquete de estímulo de 2.2 mil
millones de dólares cuyo componente mayor fue rescates a las corporaciones. En
Europa los gobiernos miembros de la UE aprobaron paquetes fiscales similares, al
igual que hizo la mayoría de los gobiernos en el mundo, que abarcaban la misma
combinación de estímulos fiscales, rescates corporativos y cantidades muy
modestas de ayudas públicas.

Los gobiernos estadounidense y europeos prometieron al menos 8 mil millones de
dólares en préstamos y subsidios a las corporaciones privadas, aproximadamente
el  equivalente a todas sus ganancias en los últimos dos años, lo que la revista
The Economist calificó del “rescate más grande de la empresa privada en la
historia”. Se trata de la lucha de clases desde arriba. Mientras estos mil
millones de dólares se acumulan en la parte superior del pirámide social, la
crisis desatada por la pandemia dejará a su paso más desigualdad, más tensión
 política, más militarismo y más autoritarismo. La Organización Internacional de
 Trabajo advirtió que centenares de millones de personas podrían perder su
 empleo, en tanto la agencia internacional Oxfam calculó que hasta 500 millones
 están en riesgo de caer en la pobreza. Aún más ominoso, el Programa Mundial de
 Alimentos advirtió sobre “una hambruna de proporciones bíblicas” y calculó que
 hasta 130 millones de personas podrían morir de hambre por el posible colapso
 de las cadenas de abastecimiento de alimentos, lo que la organización calificó
 de “la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”.

Se avecinan convulsiones sociales y políticas

El carácter clasista de la pandemia queda al desnudo. Al virus no le importa la
clase, etnia o nacionalidad de sus portadores humanos pero son los pobres, los
marginados y las clases trabajadoras los que no gozan de las condiciones para
protegerse del contagio ni pueden asegurar la atención médica en caso de
contaminación. Pueden morir millones de personas, no tanto por la infección
viral sino por la falta de acceso a los servicios y recursos de suporte vital.
La CCT intentará aprovechar el desempleo y empobrecimiento masivo para reforzar
su poder de clase mediante mayor disciplina y austeridad a medida que pase lo
peor de la pandemia y la economía global se hunda en depresión. Las clases
dominantes utilizarán la pandemia como cortina de humo para consolidar un estado
policial global. Por último, la crisis capitalista desatada por el coronavirus
será mas mortal para los trabajadores empobrecidos que el mismo virus.

Aun cuando se mantienen el gasto deficitario y el estimulo keynesiano mientras
dure una depresión económica, la experiencia de 2008 nos muestra que los
gobiernos recuperaron los costos de los rescates mediante una mayor austeridad,
en tanto los bancos y las corporaciones utilizaron los fondos de dichos rescates
para volver a comprar acciones y emprender una nueva ronda de actividades
depredadoras. La estrategia de la CCT parece ser una repetición de 2008, ahora a
una escala mucho mayor, dirigida a inyectar cantidades masivas de dinero al
sistema bancario privado. A cambio no se impone a los bancos ninguna obligación
de utilizar dicho dinero para reinvertir en la economía real o para algún bien
social. A raíz del colapso financiero de 2008 los bancos simplemente
convirtieron los miles de millones que recibieron en concepto de rescates en
especulación en el casino financiero global y para apropiarse de más activos y
recursos en todo el mundo.

Además de la movilización de las fuerzas ultraderechistas y neofascistas también
se han movilizado sectores populares y las clases trabajadoras. Aunque no sea
posible tumbar el sistema, la única salida a la crisis del capitalismo global
será revertir las cada vez mayores desigualdades mediante una redistribución del
la riqueza y del poder hacia abajo. La lucha por dicha redistribución ya ha
comenzado en medio de la pandemia. En Estados Unidos, al igual que en otros
países, los trabajadores han emprendido una ola de huelgas y protestas para
exigir condiciones de seguridad mientras que los inquilinos hacen llamados a
huelgas de alquileres. Los militantes del movimiento a favor de la justicia para
de los inmigrantes han rodeado los centros de detención para pedir la liberación
de los detenidos, los trabajadores automotrices han salido en huelgas salvajes
para obligar a cerrar las plantas, los desamparados han ocupado casas
deshabitadas y los trabajadores sanitarios han emprendido protestas ruidosas
para exigir los equipos necesarios para realizar su trabajo en condiciones de
seguridad.

Los grupos gobernantes no pueden sino sentirse asustados por el creciente
descontento de las masas. La crisis erosiona la hegemonía capitalista y tiene el
potencial de despertar a millones de personas de la apatía política. El proyecto
neoliberal está agotado y a duras penas se podrá resucitar. Para bien o para
mal, se reconstruirá el mundo. Hemos entrado en un periodo de cada vez mayor
caos en el sistema capitalista mundial. Fuera de una revolución, hemos de luchar
ahora para evitar que nuestros gobernantes conviertan la crisis en una
oportunidad para resucitar y profundizar el orden neoliberal moribundo cuando
pase la tormenta de la pandemia. Se trata de clamar en nuestra lucha por algo en
línea de un “Nuevo Pacto Verde” (“Green New Deal”) a escala global como programa
interno mientras se acumulan las fuerzas para un cambio más radical del sistema.
Las fuerzas progresistas y de izquierda tienen que situarse para hacer
retroceder al impulso ultraderechista y neofascista. Se concentran los
nubarrones. Se están trazando las líneas de batalla. Se aproximan convulsiones.
Está en juego la batalla por el mundo postpandemia.

William I. Robinson es profesor de sociología en la Universidad de California,
Santa Bárbara.

In
REBELION
https://rebelion.org/la-crisis-capitalista-es-mas-mortal-que-el-coronavirus/
29/4/2020

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