domingo, 28 de maio de 2023

La izquierda en el Club Valdai de Moscú: «Por una izquierda global *** antiimperialista»

 






ALAN FREEMAN Y RADHIKA DESAI, ACADÉMICOS CANADIENSES

*/El siguiente documento fue presentado en la reciente reunión del Club
Valdai, el principal «think tank» de Rusia. Creado por la élite política
del país euroasiático su influencia puede llegar a determinar las líneas
estratégicas del gobierno de Putin. El Club Valdai es el equivalente
ruso del Foro de Davos en Occidente y aunque originalmente estuvo
dirigido por una suerte de pensamiento centro-liberal , desde la guerra
en Ucrania ha dado tribuna a personalidades de la izquierda de
diferentes lugares del mundo… /*

Introducción

El capital está organizado globalmente, la clase trabajadora *no*.
Mientras las potencias de la OTAN, lideradas por Estados Unidos
intensifican el conflicto ucraniano hasta convertirlo en una nueva
guerra mundial. Este desequilibrio catastrófico a favor del capital se
ha vuelto intolerable. Este documento presenta los argumentos a favor de
una izquierda antiimperialista global, que represente a la gente
corriente comprometida con un orden mundial multipolar justo y pacífico.
Esto servirá tanto a los intereses nacionales de cada país como al
interés general de la humanidad.

Nos basamos en una evaluación histórica de la última organización de
este tipo, la Internacional Comunista o Comintern, fundada en 1919 y
disuelta en 1943, y también en sus dos predecesoras, la Internacional
Obrera o «Primera Internacional», fundada en 1864 y disuelta en 1872, y
la Segunda o «Internacional Socialista», fundada en 1889 y disuelta en 1914.

El Comintern, el tercer intento de una organización mundial única de la
clase obrera, fue tan hija de la histórica revolución de 1917 como de la
Unión Soviética. Muchos rusos, incluido el presidente Vladimir Putin,
han recapacitado sobre el grave error de haber disuelto la URSS; hoy
también es hora de reevaluar la decisión de abandonar el proyecto de una
organización internacional de los trabajadores.

Nuestro posición es controvertida porque en Occidente los partidos que
se identifican con «la izquierda», encabezados por el Partido Demócrata
de Estados Unidos, que dice ser de izquierda, apoyan casi unánimemente
la guerra por poder dirigida por Estados Unidos contra Rusia. La
confusión aumenta porque muchos gobiernos de derechas, como India,
Arabia Saudí y Turquía, se oponen activamente a las sanciones, promueven
relaciones comerciales alternativas a las impuestas por Estados Unidos e
insisten en que se tengan debidamente en cuenta las legítimas
preocupaciones de Rusia en materia de seguridad.

Esto ha llevado a muchos en el sector nacionalista ruso a concluir que
los intereses de su país requieren alianzas con partidos de la derecha
occidental – en particular con el sector trumpista del Partido
Republicano.  Al contrario, los llamados partidos «de izquierdas»
occidentales justifican su apoyo a la guerra de la OTAN como necesario
para derrotar a las fuerzas de derechas, entre las que incluyen al
actual Gobierno ruso.

*¿Qué es exactamente la Izquierda?*

Ni la evidencia ni la lógica apoyan ninguno de estos puntos de vista. La
fuente de la confusión es una falsa concepción de lo que
constitucionalmente es la «izquierda».

El nazismo, fuerza de ultraderecha, fue el enemigo jurado del pueblo
ruso; mató a más de veinte millones de ciudadanos soviéticos en la Gran
Guerra Patria. Además, como reconocen los propios dirigentes rusos, en
la actualidad el neofascismo ucraniano es el principal sostén del
régimen de Kiev, con tropas de choque como el batallón Azov, que están
bajo la dirección de la OTAN. Por tanto no tiene ningún sentido la idea
de algunos en la derecha que dicen oponerse al fascismo, cuando en
realidad la derecha tienen los mismo intereses económicos de los
patrocinadores del neofascismo.

Pero la posición de la «izquierda» occidental carece igualmente de
sentido. Según los autores pro-estadounidenses Kelly y Laycock (2015),
Estados Unidos «ha invadido» casi la mitad de los países y se ha
involucrado militarmente con diferentes grados de injerencia en el resto
de naciones del mundo (con las solas excepciones de Andorra, Bután y
Liechtenstein») La idea que constituyen una fuerza para la paz y la
justicia, o que la izquierda puede beneficiarse de una victoria de los
que han sido el principal enemigo de los pueblos, en todas las batallas
modernas – desde Vietnam hasta Venezuela – desafía la razón más elemental.

¿Qué es, en realidad, la izquierda? Históricamente, surgió de la
Revolución Francesa, durante la cual se formaron partidos y movimientos
sociales definidos por las clases cuyos intereses representaban. En
respuesta a la derecha, que defendía a las clases propietarias, la
izquierda creó partidos populares. En cambio, hoy los partidos de
izquierda en Occidente son partidos de Estado capitalista. Ya no tiene
sentido llamarlos de izquierda.

*¿Qué fue el comunismo?*

Los autores de la propaganda antirrusa y antichina presentan el
comunismo y el fascismo como dos caras de la misma moneda. Cuando se les
cuestiona, recurren al argumento que el comunismo moderno, en particular
el de la URSS, sustituyó el ideal original por algún tipo de distorsión
monstruosa. Es necesaria una revisión justa de los logros y fracasos de
la izquierda, pero no es correcto empezar con esa caricatura de sus
enemigos jurados. Tras examinar las ideas de sus fundadores, deberíamos
considerar la evolución histórica de los movimientos que surgieron de ella.

La primera cuestión es el significado de la palabra «comunista».
Utilizada por primera vez por Marx y Engels, fue más tarde adoptada por
el Comintern y hoy siguen llamándose comunistas los partidos gobernantes
en China, Cuba y Vietnam. Este término vilipendiado en Occidente es
visto con recelo y desconfianza incluso en Rusia, el primer Estado del
mundo dirigido por los comunistas.

Para algunos este es el talón de Aquiles tanto de Rusia como de la
auténtica izquierda. Veamos:  la narrativa occidental del cambio de
régimen se centra en la afirmación de que Rusia no tiene una herencia
moderna legítima. No estamos de acuerdo. Cualquier nación que quiera
tener futuro debe reconciliarse con su pasado. Por tanto, deberíamos
volver al verdadero origen del término : el Manifiesto del Partido
Comunista.

En primer lugar, el comunismo del Manifiesto no expresaba un radicalismo
económico extremo. Marx y Engels no intentaban introducir inmediatamente
un ideal socialista, y el programa económico del Manifiesto tiene un
carácter limitado, casi keynesiano. Lo que realmente lo distingue es su
enfoque del poder:

/El primer paso en el camino hacia la revolución obrera es que el
proletariado se erija en clase dominante para ganar la batalla por la
democracia… El proletariado utilizará su poder político para arrebatar
poco a poco todo el capital a la burguesía, para centralizar todos los
instrumentos de producción a manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante; y para multiplicar cuanto
antes las fuerzas productivas. (Marx y Engels 1848:26.) /

El punto clave es negarse a aceptar que los propietarios tengan derecho
a decir a los trabajadores lo que pueden y no pueden hacer.
Históricamente, la izquierda genuina fue (Rudé 1994) el ala del
movimiento democrático que estaba de acuerdo con el Manifiesto: /«la
burguesía ya no es capaz de ser la clase dominante en la sociedad, y de
imponer a la sociedad las condiciones de vida de su clase como ley
reguladora»./ Por tanto, era ante todo un movimiento dedicado a cambiar
el Estado.

*¿Qué significa cambiar de Estado?*

Los partidos de izquierda eran partidos revolucionarios. De ahí gran
parte de la denigración de la que son objeto. Sin embargo, la mayoría de
los países modernos, incluido el propio Estados Unidos, fueron creados
por grandes revoluciones. El derecho a la revolución forma parte de la
Constitución estadounidense. Si dejamos a un lado la retórica, el
partido revolucionario es el que, cuando el Estado aumenta las penurias
de las masas, organiza al pueblo para sustituir ese Estado por otro
diferente.

Muchos procesos revolucionarios son violentos, pero esto no se debe al
radicalismo de la revolución, sino a la ferocidad de la reacción. El
problema no es el uso de métodos agresivos o dictatoriales. El verdadero
problema es que los partidos de la «izquierda» occidental aceptan los
estados de sus países tal como son. Como estos estados están dominados
por los capitalistas, estos partidos se han convertido en intermediarios
cuya función es imponer las exigencias de los capitalistas. Esta
negación a los principios ha transformado a los partidos de izquierda de
defensores del pueblo en sus policías.

*Cómo la izquierda se ha convertido en su opuesto*

¿Qué convirtió a los partidos de izquierda en su opuesto? La respuesta
está en la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa. Los partidos
«socialistas» de Europa se formaron específicamente (Braunthal 1967) en
oposición a esta revolución. En resumen, nacieron de un compromiso de
clase cuyo pacto original era dejar intacto el Estado existente,
reduciendo los objetivos de la clase trabajadora a lo que se podía
conseguir a través de ese Estado, de esta manera la izquierda
socialdemócrata limitó su programa a aquellas reformas aceptables para
la clase dominante: los propietarios. Pero la misión histórica de la
izquierda hasta 1914 fue combatir por los intereses de los trabajadores,
independientemente de si estos eran aceptables para la clase de los
propietarios.

El verdadero origen de este cambio fue el «momento de 1914» (Freeman
2022), cuando la socialdemocracia optó por apoyar los presupuesto de
guerra de sus propias clases capitalistas, decidiendo así que era mejor
masacrar a sus hermanas y hermanos de clase en el extranjero en vez de
luchar contra capitalistas en casa. Con este acto, eligieron apoyar a su
Estado en lugar de a su clase.

Las cuestiones de la revolución y el comunismo convergen de la siguiente
manera: es imposible abolir el derecho absoluto de los capitalistas a
ejercer su dominación  sobre  los trabajadores sin la creación de nuevo
Estado. Los comunistas del Manifiesto, y el Comintern, pretendían
establecer ese nuevo  Estado, un Estado cuya primera forma (Weydemeyer
1852) describió Marx como la «dictadura del proletariado».
Contrariamente a la propaganda occidental, esto no significaba abusos
del poder, sino su uso moralmente legítimo para desarticular los
despotismos de los propietarios que coartan los derechos del pueblo.

El comunismo se identificó, como resultado de las exigencias impuestas
al naciente Estado soviético por la guerra civil y el subsiguiente
bloqueo económico, con un modelo de Planificación Central en el que los
empresarios capitalistas tenían poco o ningún lugar. Pero el Manifiesto
claramente no prescribía la abolición inmediata de la propiedad
capitalista, sino su subordinación al poder de la clase obrera:

Naturalmente, esto sólo puede hacerse, al principio, a través de
intervenciones en el derecho de propiedad y en las relaciones burguesas
de producción, es decir, mediante medidas que parecen insuficientes e
insustanciales desde el punto de vista de la economía; pero que, en el
curso del movimiento, rebasan sus límites y son inevitables como medios
para la conmoción de todo el sistema de producción.

La «izquierda» occidental, por el contrario, ha llegado a concebir el
socialismo como la aplicación de reformas que mantienen intactos los
derechos de los propietarios. Este es el origen de la idea engañosa de
que el socialismo significa redistribuir la riqueza, en lugar de ejercer
poder sobre ella.

Esta no es toda la historia. El carácter de cualquier Estado viene
determinado por la fuente de ingresos de sus clases dominantes, que en
Occidente significa capital imperialista. Sus ingresos proceden no sólo
del trabajo de sus trabajadores, sino del de las otras cuatro quintas
partes del mundo. Por lo tanto, los partidos de la «izquierda»
occidental han firmado un pacto fáustico que se encuentra en el corazón
de su militarismo, su racismo y su actual hostilidad hacia Rusia. Se han
comprometido a dejar intacto su derecho a explotar el mundo entero a
cambio de una parte del botín. Llamar a estos partidos «de izquierdas»
es una ofensa al lenguaje, a la razón y a la moral.

Sin embargo, si no son «de izquierdas», ¿qué son? Se entienden mejor
como partidos del liberalismo de clase media, utilizando correctamente
el término «liberal» para referirse al proyecto político de los partidos
capitalistas anti-aristocráticos de las revoluciones francesa y
estadounidense. Como explica Losurdo (2011), la «libertad» para estos
partidos significaba la libertad ilimitada de poseer y utilizar la
propiedad privada. La única cuestión que divide al liberalismo de
«izquierdas» del neoliberalismo de derechas es cómo debe utilizarse esta
libertad, y no, como en el caso de la verdadera izquierda, si debe
concederse en absoluto.

Cuando hablamos de «izquierda» nos referimos, pues, a los partidos y
movimientos que pretendían o pretendían representar las necesidades
independientes de las clases sin propiedad. No se trata de un proyecto
anticuado. Con el mundo entrando en un periodo de cambios tumultuosos,
la necesidad de una Izquierda mundial de masas, creemos, volverá a pasar
a primer plano. Esto requiere un debate estratégico sobre el tipo de
partidos, y las relaciones entre ellos, que se necesitan.

Presentamos nuestro caso en términos militares, históricos,
geopolíticos, de clase y económicos; por encima de todo, sin embargo,
este caso es humano. Cientos de millones de personas han dado su vida
por las causas que hemos esbozado. Si no se pone fin a las actividades
militares-coloniales del Occidente colectivo, es trágicamente posible
que perezcan millones más. Esto puede evitarse; por eso presentamos este
documento.

*La cuestión militar*

No nos disculpamos por dar prioridad al caso militar. Esto no significa
un desprecio filisteo por las diferencias entre puntos de vista
económicos y filosóficos, ni una exaltación de la violencia; simplemente
significa que tales diferencias se resuelven en última instancia en la
lucha. Después de todo, la guerra es, históricamente, la prueba más dura
de la capacidad analítica. La URSS no derrotó a la Alemania nazi
simplemente porque luchara mejor (aunque lo hizo) o porque fuera más
heroica (aunque lo fue) o porque tuviera un aparato militar
industrialmente superior (aunque lo tenía), sino porque estaba impulsada
por una comprensión de lo que la guerra requiere, no sólo militarmente
sino también económica, social e ideológicamente, que, a pesar de todas
sus debilidades, era superior. Cada guerra moderna pone a prueba
urgentemente la comprensión de «cómo se puede derrotar a la reacción».

El hecho fundamental de la peligrosa nueva fase actual del imperialismo
es que Occidente sólo abandonará la guerra si no le queda otra opción,
ya sea por su propio pueblo o por sus adversarios internacionales.
Cualquier idea de un orden mundial «pacífico» mientras exista la OTAN
sólo dejará la puerta abierta al conflicto, posiblemente nuclear.

Rusia se encuentra hoy en la primera línea de este conflicto. Nunca
pidió estar ahí. Pero aún no vivimos en un mundo que nos permita elegir
nuestro propio destino. La idea de que los oprimidos por las potencias
de la OTAN puedan triunfar tras una derrota rusa es una utopía. Por lo
tanto, es necesaria una alianza mundial para minimizar el riesgo de tal
desenlace: de hecho, la forma de la guerra ya está definida por las
alianzas emergentes que cataliza. Sin embargo, dicha alianza no puede
estar compuesta únicamente por gobiernos nacionales: debe contar con el
apoyo de sus pueblos. Por eso sostenemos que una mera alianza de
gobiernos es insuficiente.

Las guerras las ganan los ejércitos; y los ejércitos vienen del pueblo.
La derrota de Hitler fue asegurada por quienes decidieron que era mejor
morir luchando que vivir bajo el fascismo. En Corea, Vietnam y
Afganistán, Estados Unidos fue derrotado por pueblos que, a pesar de su
inferioridad técnica en armamento, estaban más decididos a luchar que
los pueblos a los que combatían.

Los países oprimidos por el imperialismo dirigido por la OTAN necesitan
una visión por la que sus pueblos crean que merece la pena luchar. Esto
no es un cliché liberal: es una condición para la victoria militar.
Todos los expertos militares coinciden en que la capacidad de lucha de
un ejército depende de su moral; ésta, a su vez, depende de su voluntad
de vencer. En resumen, si un país espera que su pueblo muera por él,
debe ofrecer un futuro por el que merezca la pena vivir. Este es el
terreno de la izquierda. Busca soluciones que beneficien a los que no
tienen, defendiendolos a todos contra los que tienen, sobre la base de
los derechos humanos universales.

La derecha, por el contrario, deja intacta la propiedad y separa a los
desposeídos en pueblos «superiores» e «inferiores». Estos pueden ser
arios y judíos, cristianos e hindúes y musulmanes, caucásicos e
hispanos, israelíes y palestinos, negros y blancos, hombres y mujeres –
o europeos y rusos. Este proyecto se opone al de las tres
Internacionales Obreras. Es imposible unir a ningún pueblo que viva en
el mismo territorio declarando que un grupo tiene más derechos que otro.
Si la tragedia de Ucrania no demuestra otra cosa, demuestra este hecho.
Por lo tanto, sólo un movimiento de Izquierda puede conducir al mundo
hacia la derrota final y necesaria de los arquitectos de la Tercera
Guerra Mundial.

La cuestión histórica

Marx y Engels hicieron su famoso llamamiento al final del Manifiesto
Comunista: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». Marx (1864) lo
repitió en su discurso inaugural de la Primera Internacional.3 Desde su
formación en 1864 hasta su desintegración en 1872 le dedicó una enorme
atención:

Como miembro del Consejo General de la organización y secretario
correspondiente de Alemania, Marx asistió desde entonces con regularidad
a sus reuniones, que a veces se celebraban varias veces por semana.
Durante varios años hizo gala de un tacto diplomático poco común para
conciliar las diferencias entre diversos partidos, facciones y
tendencias. La Internacional creció en prestigio y en número de
miembros, que alcanzó quizás los 800.000 en 1869.

Su discurso contenía la siguiente observación profética:

*/Si la emancipación de las clases trabajadoras requiere su concurso
fraternal, ¿cómo podrán cumplir esa gran misión con una política
exterior que persigue designios criminales, jugando con los prejuicios
nacionales y dilapidando en guerras piráticas la sangre y el tesoro de
los pueblos?… [Tales conflictos] han enseñado a las clases trabajadoras
el deber de dominar por sí mismas los misterios de la política
internacional; de vigilar los actos diplomáticos de sus respectivos
gobiernos; de oponerse a ellos, si es necesario, con todos los medios a
su alcance; cuando no puedan impedirlos, de unirse en denuncias
simultáneas y vindicar las simples leyes o la moral y la justicia, que
deben regir las relaciones de los particulares, como las reglas
fundamentales de las relaciones entre las naciones. La lucha por una
política exterior semejante forma parte de la lucha general por la
emancipación de las clases trabajadoras. /*

La Segunda Internacional, fundada en 1889 y sucesora de la Internacional
Obrera, fue el origen de los partidos socialistas de masas europeos. Se
desintegró durante la Gran Guerra y fue reformada en 1923 en alianza con
los anticomunistas . La Tercera Internacional nació como una
organización de abierta oposición al imperialismo y comprometido con la
recién creada República Soviética.

Así pues, el proyecto de una organización comunista mundial no solo fue
la continuación del proyecto de Marx, Engels , y los primeros
comunistas, sino también un producto de la dolorosa experiencia de la
Segunda Internacional y una forma de respaldar al naciente el poder
soviético. A pesar de todos los defectos inherentes de cualquier
experimento de reconfiguración global, el lugar que ocupa hoy Rusia en
el mundo es producto de esa empresa histórica impulsada por los comunistas.

El proyecto de una izquierda mundial no es, pues, la vana fantasía de
una camarilla de intelectuales desvinculados; es un gran proyecto
histórico. Por tanto, es oportuno, paralelamente al reexamen de la URSS,
reconsiderar el ideal de una o más organizaciones mundiales de masas,
dedicadas a los intereses de clase de los desposeídos del mundo y que
incluyan en este compromiso los intereses de sus naciones oprimidas.

La cuestión de la economía geopolítica.

Como líder autoproclamado del mundo capitalista, Estados Unidos también
dirige sus guerras imperiales. En la actualidad, pueden identificarse al
menos cinco de ellas: la guerra por poderes contra Rusia, la ofensiva
económico-militar contra China, la lucha por el control del petróleo de
Oriente Medio, las intervenciones basadas en la Doctrina Monroe en
América Latina y las sangrientas guerras por los recursos en África. En
conjunto, constituyen un conflicto militar y económico global que tiene
dos frentes: el mundo imperialista, cuya composición ha permanecido
prácticamente inalterada desde 1914, y prácticamente el resto del mundo
como antagonista.

Ésta es una guerra mundial en todo menos en el nombre. Y no es menos
costosa en términos de sufrimiento humano que las dos anteriores, si
incluimos a las víctimas del hambre, la desposesión, la enfermedad y el
abandono resultantes de los estragos causados por las políticas
neoliberales, las aventuras militares o las sanciones coercitivas,
punitivas e ilegales, y las dictaduras y masacres impuestas por
Occidente. El imperialismo ha matado muchas veces más que las dos
últimas juntas guerras mundiales.

Sin embargo, difiere de sus predecesoras en aspectos que todo el mundo
debe esforzarse por comprender. El principal problema es la relación
entre los aspectos militares y económicos de esta guerra.

El propósito de Occidente desde el descubrimiento de América en 1492 ha
sido controlar los recursos y la fuerza de trabajo del resto del mundo,
es decir, preservar los privilegios históricos derivados en última
instancia del robo. Sin embargo, la independencia, el desarrollo
político y económico de sus presas le ha obligado a tratar de imponer su
voluntad con una combinación híbrida de medidas militares, políticas y
económicas, bloqueando el desarrollo de las naciones del Tercer Mundo
para que se limiten a ser proveedores de bienes primarios y mano de obra
barata, mientras se les roban recursos para alimentar a sus ricos y
pacificar a sus pobres. Esto tiene un resultado insidioso: se enmascaran
las causas de la miseria del Tercer Mundo. Occidente la atribuye a
causas «naturales» o culpa a las víctimas.

Aun así, esto ya no es suficiente para evitar el declive de Occidente.
Por ello, ahora recurre a acciones militares cada vez más agresivas,
hasta el punto que, como ha señalado Serguéi Lavrov, está al borde de
una guerra abierta contra Rusia, y muy posiblemente contra China. ¿Por
qué? Porque el fracaso de su propia economía no le deja otra opción que
intentar arrastrar al resto del mundo con ella.

Su método para lograrlo se ha limitado hasta ahora, en virtud de su
propia debilidad, a infligir daños, con la intención de hacer imposibles
aquellos desafíos que sus propios fracasos económicos hacen inevitables.
Capaz únicamente de destruir, devasta pueblos enteros y pasa a cuchillo
a un país tras otro: basta pensar en Irak, Libia y Afganistán. Incluso
esto palidecería si lograra sus actuales objetivos militares, que van
mucho más allá de Ucrania, hasta la destrucción de Rusia como nación y
una masacre que equivale a un genocidio contra los pueblos de habla rusa
del mundo.

Ahora se encuentra en el final del juego. El realineamiento del Sur
Global en respuesta a las sanciones está liberando la lógica implacable
de un sistema de seguridad sin OTAN, un orden multipolar y un sistema
comercial sin dólares.

Una victoria militar completa por cualquiera de las partes es imposible;
el único resultado de cualquier intento de cambiar esta ecuación es la
aniquilación nuclear. Sin embargo, Occidente responde a todos sus
problemas internos con agresiones externas. El mundo sólo podrá resolver
pacíficamente los conflictos económicos subyacentes cuando Occidente se
vea obligado a abandonar, de una vez por todas, la idea de que pueden
resolverse por la fuerza.

Por lo tanto, un nuevo modo de vida no puede lograrse ni exclusivamente
por motivos económicos ni exclusivamente por motivos militares. Las
alianzas necesarias para poner fin a la Tercera Guerra Mundial deben
tener como objetivo tanto la liberación de la guerra como la liberación
de la miseria. Ambas reivindicaciones deben estar dirigidas por la
izquierda, con su programa histórico de «paz, tierra y pan».

Este movimiento debe combatir las las circunstancias que empujan a los
occidentales a sus aventuras. Todas las agresiones han surgido de los
países centrales del capital. No hay concesión que el Tercer Mundo pueda
hacer para rectificar este hecho fundamental del actual orden mundial.
Un futuro pacífico y justo exige una profunda reorganización de los
fundamentos económicos de las sociedades de Occidente, un orden basados
actualmente en la búsqueda cada vez menos productiva del beneficio y la
renta imperial, a costa de los derechos de sus pueblos. Este también es
el programa histórico de la izquierda.

La cuestión de la clase

La Comintern no se fundó porque la recién formada Unión Soviética lo
encontrara conveniente, sino porque los partidos de la II Internacional
habían votado en 1914 a favor de apoyar a sus gobiernos en una guerra
fratricida. Esto obligó a los revolucionarios considerar la relación
entre la retórica y la acción real de los socialdemócrata :

«*/Los partidos de países cuya burguesía posee colonias y oprime otras
naciones necesitan tener una posición/* */explícita y clara sobre la
cuestión de las colonias y los pueblos oprimidos. /* */Todo partido que
desee ingresar en la Internacional Comunista está obligado a
desenmascarar los trucos y engaños de «sus» imperialistas en las
colonias, apoyar no sólo con palabras sino con hechos todo movimiento de
liberación en las colonias, y exigir que sus propios imperialistas sean
expulsados de esas colonias, juntoo con educar a los trabajadores de su
propio país una auténtica fraternidad hacia los trabajadores de las
colonias y los pueblos oprimidos, agitando sistemáticamente entre las
tropas de su propio País la NO colaboración en la opresión de los
pueblos coloniales…/*«

Esta declaración de la Comintern nunca fue abandonada ni formó parte de
sus numerosas controversias. Dado que estas controversias aún se
recuerdan hoy en día, este hecho es muy significativo. Al contrario, sus
principios y compromisos se fortalecieron con el paso del tiempo,
particularmente en la conferencia de 1921 que adoptó las «Tesis sobre la
Cuestión Oriental» que M. N. Roy, recuerda en el siguiente pasaje:

«*/Al transformar a los campesinos y artesanos de los países sometidos
en un proletariado agrícola e industrial, el imperialismo ha dado
nacimiento a otra fuerza destinada a contribuir a su destrucción. Siendo
así, el derrocamiento del orden capitalista en Europa, que se basa en
gran medida en su extensión imperial, será logrado no sólo por el
proletariado avanzado de Europa, sino con la cooperación consciente de
los trabajadores agricolas y otros elementos revolucionarios de esos
países coloniales y sometidos/«.*

El hecho de que la Comintern añadiera la liberación colonial a las
reivindicaciones del movimiento obrero, ¿alteró los ideales de los
fundadores, como afirman los críticos, que ven la lucha antiimperialista
sin relación o incluso opuesta a la lucha de clases? No lo creemos:
lejos de negar la unidad de la clase obrera mundial, el Comintern la
amplió. Reconoció que las clases trabajadoras (que en la era de la
expropiación masiva de los terratenientes podemos llamar más exactamente
las clases sin propiedad) ahora incluían un enorme «proletariado
agrícola e industrial» que el imperialismo «hizo nacer».

Por lo tanto, estas declaraciones no contradicen a la Primera
Internacional. Encarnan el principio de Marx que /*«ninguna nación que
esclavice a otra podrá jamás ser libre». /*En el contexto de la guerra
fratricida de 191*/4 este concreta el punto de vista del Manifiesto:
«los comunistas no tienen intereses especiales propios, excepto
representar el interés general esde todos los trabajadores», .*/

Los trabajadores, afirmaba el Comintern, sólo podrían actuar a escala
mundial si la clase obrera de los países imperialistas se ponían del
lado del ejército proletario, mucho más numeroso, de las colonias. El
Comintern, era una alianza explícitamente antiimperialista, que seguía
siendo una alianza de izquierda porque, al igual que sus predecesoras,
quería representar a escala mundial los intereses de los sin propiedad
frente a los de los propietarios.

La economía del imperialismo

Roy proporcionó al Comintern un análisis sorprendentemente «moderno» del
imperialismo que añade otra dimensión crucial: la experiencia práctica
de los pueblos del mundo colonial.

/«*Como resultado de la guerra, el mundo se encuentra ahora dividido en
dos grandes imperios coloniales, pertenecientes a dos poderosos estados
capitalistas. Los Estados Unidos de América se esfuerzan por asumir el
derecho supremo y exclusivo de explotar y gobernar todo el Nuevo Mundo,
mientras que Gran Bretaña ha anexionado a su imperio prácticamente a
todos los continentes de Asia y África … sin embargo el control de las
finanzas mundiales, que durante un siglo fue monopolio de los
capitalistas británicos, se ha transferido en gran medida a manos de los
capitalistas estadounidenses, que no puede considerarse que hayan
alcanzado aún el período de decadencia y desintegración …»*/

*/«El desarrollo económico e industrial de los países ricos y densamente
poblados del Este darán un nuevo vigor al capital occidental. Existen
grandes posibilidades en estos países que proporcionan mano de obra
barata y nuevos mercados no se agotarán en breve. Por lo tanto, la
destrucción del derecho monopolístico del vasto imperio colonial
occidental en oriente será un factor vital para el derrocamiento final y
victorioso del orden capitalista en Europa»./*

Las tesis de Roy no pueden etiquetarse fácilmente como las opiniones de
una sola inteligencia. Representaban una opinión común entre los
revolucionarios de los países colonizados. Otros documentos, como los
del Congreso de los Trabajadores del Este [ Moscú 1921], atestiguan que
la lucha anticolonial no se limitó a integrar, sino que definió
esencialmente la política del Comintern. Lo cierto es que las tesis de
Roy fueron adoptadas y forman parte ineludible de la identidad histórica
del Comintern.

El punto crucial es que el Comintern identificó el imperialismo como un
fenómeno económico. Roy explica lo que hace ricos de los países
imperialistas, a saber, su supuesto «derecho monopolístico de explotación».

*«*/*El imperialismo capitalista alcanzó su apogeo en 1914, tras lo cual
inició su largo declive en virtud de las rivalidades interimperialistas
que desembocaron en guerras mundiales, revoluciones comunistas e
independencias nacionales en las antiguas colonias con una gran
«revuelta contra Occidente». A Estados Unidos le tocó liderar el mundo
imperialista en este periodo. Incapaces de recrear el imperialismo
formal del pasado, los dirigentes estadounidenses han tratado de
presentar su imperio económico como una fuerza que **/ha extirpado los
viejos imperios de Gran Bretaña, España, Portugal, Francia y
Holanda»/**.**Sin embargo el imperialismo estadounidense igualmente ha
esclaviza cruelmente a su **víctimas como los viejos imperios , muchas
veces utilizando a sus bancos si fueran */*/ejércitos y otras tanto manu
militari «./*

Al negar el papel histórico a los pueblos que lograron la liberación con
las armas en la mano, mientras Estados Unidos se apoderaba de esos
«viejos imperios» (un ejemplo es Filipinas) el imperialismo
norteamericano ha perfeccionado el sistema de explotación de los
vencidos en una forma moderna y específicamente capitalista: igual que
los trabajadores asalariados, que son formalmente libres pero
económicamente esclavizados.

Esta narrativa del capitalismo en los siglos XX y XXI ha dado lugar a
dos visiones distintas del imperialismo. La tradición del Comintern, que
persiste, sostiene que el imperialismo es un medio para explotar a los
pobres de las naciones subordinadas, algo a lo que Occidente sigue
aspirando, aunque tiene en contra una creciente resistencia, con el
desarrollo, de los llamados Segundo y Tercer Mundos.

Por otra parte, en las guerras subsiguientes, militares e híbridas, EE
UU intentó confinar la visión del imperialismo al colonialismo formal al
estilo del siglo XIX, en el que EEUU desempeñó, en el mejor de los
casos, un papel marginal. Según esta perspectiva, el imperialismo se
distingue por la ocupación de territorios. Pero, puesto que Occidente no
puede, en ningún caso, continuar con el imperialismo formal, sus
acciones militares se limitan a provocaciones y guerras por poderes. A
partir de esta interesada y abstrusa visión ahora hay quienes en la
«izquierda» acusan de imperialismo a los países que intentan defenderse
del imperialismo.

Por eso tantos intelectuales occidentales de «izquierdas» que
interpretan el imperialismo en el sentido liberal estadounidense acusan
a Rusia de imperialismo. Para ellos no importa que los ciudadanos del
Donbass hayan sido bombardeados día y noche durante ocho años, o que el
gobierno ucraniano y sus fascistas de Azov asesinen sistemáticamente a
los ciudadanos del Donbass

Para estos intelectuales y políticos , los residentes históricos de las
regiones de habla rusa están ocupando la propiedad nacional de Ucrania;
no tienen derecho a estar allí y deben ser sometidos a una limpieza
étnica. Sólo hay que rascar un poco la superficie de esta concepción
racista para descubrir el impulso genocida que mueve la agenda liberal.

Cualquier movimiento antiimperialista mundial debe basarse, por tanto,
en un concepto claro de lo que es el imperialismo: un sistema económico
mundial de explotación basado en diferencias y discriminaciones impuesto
por una quinta parte a las cuatro quintas partes restantes de la
humanidad . Esto tiene dos consecuencias.

En primer lugar, el antiimperialismo no puede limitarse a oponerse a las
acciones militares de las potencias de la OTAN. Debe oponerse a todo lo
que priva a los pueblos de las naciones no imperialistas, entre las que
incluimos a Rusia, de los frutos de su trabajo: debe oponerse a la
servidumbre por deudas, a condiciones comerciales manifiestamente
injustas, a las leyes restrictivas de la propiedad intelectual, a la
dictadura financiera, a la negación de la soberanía económica y a las
sanciones. El antiimperialismo empieza y termina con la defensa de los
derechos de las personas, no de los derechos de propiedad.

La «izquierda» imperialista niega el vínculo entre capitalismo e
imperialismo, alegando que Marx no lo definió (Desai 2020). Por lo
tanto, son libres de caracterizar la revolución rusa como una desviación
de Marx, y a sus líderes, en particular a Lenin, como una «aberración
autoritaria». Nada más lejos de la realidad, bastaría esta afirmación:
«Si los liberales no pueden comprender cómo una nación puede
enriquecerse a expensas de otra, no es de extrañar que esos mismos
señores se nieguen a comprender cómo dentro su clase, dentro de su
nación, se pueden enriquecerse a expensas de otros» (Marx 1848/1976, 4645).

En segundo lugar, no hay más imperialismo que el de las patrias
originales del capitalismo (en gran parte occidentales). Rusia no es una
potencia imperialista, y punto. Tampoco lo es China. Tampoco lo es
Sudáfrica, ni Turquía, ni la India, ni ningún supuesto sub imperialismo
«regional» de un país cuyas clases trabajadoras estén oprimidas entre
cinco y veinte veces más por los amos imperialistas que por el más
ambicioso y oligárquico de sus capitalistas autóctonos. Estos países,
por tanto, no tienen destino dentro del mundo imperialista; su futuro
está en un desarrollo independiente que se centre en servir a sus
pueblos. Este también deber ser el programa de la izquierda.

¿Qué tipo de Nueva Internacional se necesita?

La idea de una nueva organización internacional de la izquierda no es
una propuesta nostálgica. Con el mundo entrando en un periodo de cambios
tumultuosos, se hace cada vez más evidente lo necesaria que es. Su
realización requiere un debate estratégico sobre qué tipo de partidos y
qué relaciones entre ellos son necesarios. Cada una de las tres primeras
Internacionales se adaptó a circunstancias históricas distintas. ¿Qué
parámetros históricos influyen en una nueva Internacional? Podemos
identificar cinco:

  * Hasta ahora, las revoluciones socialistas no se han producido en las
    patrias imperiales del capitalismo, sino fuera de ellas; adoptando
    la compleja forma dual de una lucha antiimperialista combinada con
    una lucha anticapitalista.

  * Con la disolución de la URSS , Rusia en la práctica se auto-anuló al
    renunciar tanto a sus orígenes como a sus logros. Esta renuncia a su
    herencia comunista le ha llevado a dejar de lado medidas que tanto
    necesita para su desarrollo y su éxito militar: planificación,
    gestión del comercio y de los flujos de capital, regulación
    financiera, equidad social y propiedad estatal.
  *
  * Ha surgido un nuevo y poderoso Estado socialista, la República
    Popular China, junto con los socialismos de Cuba, Vietnam y Corea
    del Norte. Éstos están en deuda con la URSS, pero han seguido su
    propio camino. China es hoy el principal desafío económico al orden
    imperialista mundial. Con métodos genuinamente socialistas han
    eliminado la pobreza extrema, han ofrecido a la mayoría de sus
    ciudadanos un nivel de vida significativamente bueno y han trazado
    un sistema comercial alternativo cada vez más atractivo a la
    alternativa neoliberal que ofrece el imperialismo dirigido por
    Estados Unidos.
  *
  * La reacción neoliberal a la ralentización del crecimiento de la
    década de 1970 ha debilitado decisivamente las economías de
    Occidente, alimentando una vasta expansión de actividades
    financieras que exacerban aún más su debilidad productiva (Freeman-
    Desai). Este declive está en la raíz de la pérdida de control de
    Occidente y del surgimiento de un nuevo orden multipolar. Los países
    occidentales se encuentran inmersos en una espiral de declive
    económico, división social, estancamiento político y desintegración
    cultural.

Privado, uno a uno, de los resortes económicos que antes poseía, la
agresión es ahora el único recurso de que dispone Occidente. La batalla
por la paz -que significa obligar a Occidente a abandonar cualquier idea
de resolver sus problemas económicos por medios militares- se ha
convertido así en la tarea más urgente a la que se enfrenta la humanidad.

La reacción de Occidente ante estos hechos es catastrófica. El mundo
sólo podrá resolver pacíficamente los conflictos básicos cuando
[Occidente] se vea obligado a abandonar de una vez por todas sus
impulsos imperialistas. Esta es, en primer lugar, la tarea de cualquier
nueva asociación de los pueblos del mundo.

El imperialismo y la base de la unidad entre los pueblos

Desde la perspectiva del liberalismo estadounidense la visión de la
«izquierda» occidental no es más que una variante de su pensamiento,
cualquier país que defienda a su pueblo es imperialista. En una
fantástica inversión de la realidad, el empeño de la OTAN por cercar a
Rusia, derrocar su gobierno y destrozarla es una batalla por la
libertad, mientras que la defensa por parte de Rusia de las víctimas de
los fascistas ucranianos es un acto de agresión.

Esto se debe a una profunda incomprensión de la esencia económica del
imperialismo. Aunque la «izquierda» occidental está increíblemente
confundida al respecto, los principios teóricos son una parte
extraordinaria de su herencia marxista: toda riqueza se deriva del
trabajo y todos los sistemas de clases transfieren esta riqueza a
personas que no la produjeron. La riqueza de las naciones imperialistas,
que constituyen una quinta parte de la humanidad, es producida por el
trabajo de las cuatro quintas partes restantes.

El punto clave es que la división del mundo de la época colonial, entre
un pequeño grupo de naciones ricas y el resto, ha vuelto a imponerse en
los tiempos modernos, como han señalado el presidente Putin y otros
oradores del Club Valdai, esto se refleja en las estructuras militares
de Occidente: sólo un miembro de la OTAN, Turquía, pertenece al Sur.

El «Occidente colectivo», o como lo llamó la Comisión Brandt, el «Norte
Global», era, en el apogeo de la era neoliberal (1995), veinte veces más
rico, en términos de PIB, que el resto del mundo (con la excepción de
China) y diez veces más rico que Rusia (Freeman). El imperialista »
Norte Global» defiende un monopolio de productos de alta tecnología que
exporta a precios elevados al resto del mundo y actúa mediante la
hegemonía del dólar, utiliza el chantaje económico, la esclavitud de la
deuda, la intervención militar, las sanciones punitivas y el cambio de
régimen para obligar al Sur a venderle mano de obra barata y productos
primarios a precios exorbitantemente bajos.

Pero precisamente por eso el Club Imperialista es selectivo: no admite
nuevos miembros. Desde 1914 (Freeman) sólo se ha permitido la entrada de
Corea del Sur, y esto fue para evitar que Corea se uniera y se hiciera
socialista. Para comprender este punto, hay que entender que el
monopolio es la forma más elevada de competencia y no, como afirman los
economistas neoclásicos, una alternativa a la competencia. La historia
del imperialismo moderno consiste en mantener fuera a todos los rivales
posibles. Tras la Primera Guerra Mundial, los Aliados impusieron a
Alemania la punitiva Paz de Versalles, responsable en gran medida de la
Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, Japón y Alemania fueron
admitidos en el club sólo para evitar que se convirtieran en
socialistas, y a condición de que estuvieran controlados por EEUU.

Por lo tanto, por mucho que los capitalistas del Sur aspiren a
convertirse en imperialistas, no se les permitirá. Los europeos han
humillado a Turquía manteniéndola en la cuerda floja durante dos décadas
con la falsa promesa de unirse a Europa. Estados Unidos trabaja
constantemente para reducir a Rusia a un estatus subordinado y rompiendo
todos lazos económicos rusos con Europa, lo que les permite perpetuar su
dominio sobre Europa.

El reparto imperialista del mundo excluye por tanto, por decisión de sus
elites, a Rusia, Brasil, Turquía, India, Arabia Saudí, Sudáfrica,
Indonesia o cualquier potencia «emergente», por mucho que sus gobiernos
aspiren erróneamente a jugar algún papel en el sistema imperialista,
solo les queda el rol de títeres.

Por eso es la oposición al sistema imperialista mundial, y no las
supuestas aspiraciones de los países no imperialistas, es la base de la
unidad necesaria. Pero, dada la gran diversidad de sistemas sociales y
económicos de estos países, ¿es necesario plantearse otras «condiciones
de admisión? Este es uno de los elementos más radicales de nuestra
propuesta: que la oposición al imperialismo no implique la aprobación de
ninguna política interna concreta en las naciones oprimidas. Esta es una
cuestión que compete a los pueblos de esos países. La razón es que la
derrota mundial del imperialismo crea las mejores condiciones para la
victoria de los sin propiedad en todas las naciones, incluidas las
naciones oprimidas en las que el capital sigue dominando.

La verdadera elección que hay que hacer, sostenemos, es que tal
movimiento debe basarse en el rechazo de la política divisionista de la
derecha. Por eso proponemos un movimiento y, a largo plazo, una
organización antiimperialista de izquierdas. Sin embargo, la cuestión no
es del todo sencilla debido a la necesaria distinción, que hicimos al
principio, entre gobiernos y partidos o movimientos. Volveremos sobre
este punto en la conclusión.

¿Existe el antiimperialismo de derechas?

En la niebla de la guerra, las cosas se expresan engañosamente, y el
liderazgo político debe distinguir la apariencia de la esencia. Es
innegable que la «izquierda» occidental respalda la guerra por
delegación de la OTAN contra Rusia, y que la oposición parlamentaria a
esta guerra, en el Occidente colectivo, se expresa en corrientes de
derecha en la política interna como el trumpismo, Le Pen, AfD u Orban.

A este respecto, es esencial la separación entre las tareas de los
gobiernos y las de los movimientos o partidos de masas. Una nación
oprimida tiene todo el derecho a identificar y explotar cualquier fisura
en las filas de sus enemigos, incluso a establecer alianzas tácticas con
cualquier gobierno que se ponga de su lado contra tal o cual ofensiva
imperialista. Sin embargo, esto no es una cuestión estratégica y no debe
confundirse con la construcción de movimientos o partidos de masas eficaces.

Esto no quita que los partidos y movimientos de derechas no tengan
cabida en un movimiento antiimperialista, de hecho esto dividiría a los
trabajadores: pero la función de la izquierda es, y siempre ha sido,
unir a los trabajadores. Los principios de cualquier alianza popular
genuina deben incluir el rechazo explícito de cualquier intento de
explotar las divisiones entre los trabajadores. Este es el concepto
original de clase de la «izquierda» que se incluyó en la fundación de la
Primera Internacional. Su declaración fundacional dice así:

/Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los
trabajadores: que los esfuerzos de los trabajadores para lograr su
emancipación no deben dirigirse al establecimiento de nuevos
privilegios, sino al establecimiento de los mismos derechos y deberes
para todos;/

/Que el sometimiento del trabajador al capital es la raíz de toda
esclavitud; política, moral y material;/

/Que, sobre esta base, la emancipación económica de los trabajadores es
el gran fin al que debe subordinarse toda actividad política;/

/Por estas razones:… Los abajo firmantes, miembros del Consejo elegidos
por la reunión celebrada en St Martin’s Hall, Londres, el 28 de
septiembre de 1864, declaran que esta Asociación Internacional, así como
todas sus sociedades afiliadas o individuos, reconocerán que su conducta
hacia todos los hombres debe basarse en la Verdad, la Justicia y la
Moral, sin distinción de color, credo o nacionalidad. /

La Segunda Internacional, hay que decirlo, fue más que ambigua en este
punto. Ya estaba infectada de la perspectiva imperialista que
determinaría la reacción de sus partidos ante la guerra. Probablemente
la piedra de toque sea la cuestión del antisemitismo. Aunque no era la
única forma de racismo que se podía encontrar en estos partidos, fue
fundamental en la formación del socialismo europeo porque los judíos, el
pueblo más oprimido de Europa, formaban el ala más consecuentemente
revolucionaria del movimiento obrero, mientras que el racismo antijudío
era la punta de lanza no sólo del compromiso con el imperialismo sino
también de lo que se convertiría en el nazismo.

La II Internacional incluía, no sólo en sus filas sino entre sus
dirigentes, a destacados antisemitas como el líder británico Henry
Hyndman. Buscaba un «consenso sobre la cuestión judía», es decir,
intentaba derrotar al racismo dando la razón a los racistas. La
inutilidad de este planteamiento quedó ilustrada por sus decisiones:
tras aprobar una resolución unánime de condena del antisemitismo, aprobó
inmediatamente una resolución corregida por los delegados blanquistas
Dr. A. Regnard y M. Argyriades contra la «tiranía filosemita», señalando
que muchos banqueros judíos eran «grandes opresores de los
trabajadores». El Times informó de que la resolución fue «recibida con
aplausos y aprobada con muy poca oposición».

La III Internacional retomó el programa clásico de la izquierda de unir
a los trabajadores y, por tanto, rechazó inequívocamente el racismo en
todas sus formas. En su preámbulo se afirma:

/La Internacional Comunista rompe definitivamente con las tradiciones de
la II Internacional que, en realidad, sólo reconocía a la raza blanca.
La tarea de la Internacional Comunista es emancipar a los trabajadores
del mundo entero. En sus filas están fraternalmente unidos hombres de
todos los colores -blancos, amarillos y negros-, los trabajadores de
todo el mundo./

Es cierto que el Comintern estaba lejos de ser claro en una posición
formal sobre la opresión de la mujer, y la frase anterior no es más un
modelo de sensibilidad de género. En sus estatutos no se menciona la
lucha por el sufragio. En la práctica, sin embargo, el movimiento obrero
no sólo fue el aliado más consecuente de las luchas de las mujeres de la
clase obrera, sino que este principio tiene raíces muy antiguas.

Como atestigua Clara Zetkin (1919[1971]), tanto la Primera como la
Tercera Internacional se fundaron sobre un antiguo compromiso con la
lucha de las mujeres de la clase obrera por la igualdad de derechos que
se remontaba a la Asociación de Hilanderas y Tejedoras de Sajonia, que
fue el bastión de la corriente de Marx dentro de la Primera Internacional.

En resumen, no hay ninguna base sólida para incluir, en un movimiento
antiimperialista coherente, a ningún partido o movimiento que explote
las divisiones en la clase obrera, ya sea sobre la base del «color,
credo o nacionalidad», o cualquier otra distinción o separación,
incluyendo el género o la preferencia de género, que al dar un estatus
privilegiado a un sector de los sin propiedad, los enfrenta entre sí.
«Izquierda» significa derechos universales para los desheredados. Punto
y aparte, sin excepciones.

¿Hay razones para cambiar esto? ¿Podemos calificar proyectos como los de
Orban -o Le Pen, o Meloni- de meramente «nacionalistas»? Debido a los
fracasos de la izquierda, ahora hay una batalla entre la ideología de la
izquierda y la ideología de la derecha en la que la gente va y viene en
ambas direcciones.

En la práctica, la pregunta debería responderse de otra manera: los
movimientos obreros antiimperialistas no sólo deberían trazar una línea
contra todas las prácticas divisorias, sino ponerse del lado de las
luchas reales de los oprimidos del momento. Por eso, por ejemplo, es
crucial ponerse del lado de los que salieron a la calle contra el
asesinato policial de George Floyd en EEUU; por eso, creemos que es un
error presentar las luchas de masas por los derechos de los negros, las
mujeres y los homosexuales como una manifestación del «wokismo».

El «wokismo» es un enemigo de paja; cuando el establishment liberal
estadounidense recurre a gestos simbólicos para unos pocos ricos,
abandonando a millones de mujeres trabajadoras, negros y gays a su
suerte en un sistema neoliberal que sólo refuerza sus opresiones
específicas al tiempo que profundiza la desigualdad material. Oponerse a
esto es diametralmente opuesto a apoyar a gente como Orban, que lidera
ataques físicos racistas contra inmigrantes y gitanos, o Le Pen contra
los árabes, AfD contra los turcos, Meloni contra los africanos o Trump
contra los mexicanos. No hacen más que atacar a las víctimas del
imperialismo que tienen la osadía de presentarse en el mundo
imperialista. La izquierda tampoco puede ponerse del lado de gente como
Modi, con sus pogromos antimusulmanes, o Bolsonaro con su desprecio por
los indígenas y los negros de Brasil.

¿La dictadura de qué? Izquierda, Derecha e Independencia

Otros dos puntos de la declaración del Comintern merecen atención. En
primer lugar, los partidos de la Comintern en los países imperialistas
tenían tareas diferentes de los de los países oprimidos, un punto
olvidado por la izquierda occidental que, consumida por la arrogante
creencia liberal que sus sistemas sociales son superiores, sufre de una
necesidad aparentemente incontrolable de decir a todos los demás lo que
tienen que hacer.

Como ya se ha señalado, el Comintern prescribió que sus miembros de los
países imperialistas debían actuar en sus propios países «no sólo con
palabras sino con hechos» en apoyo de «todo movimiento de liberación».
Esto es lo contrario del liberalismo, que asume que los valores
occidentales – enraizados en la propiedad privada como la libertad
suprema- son un principio universal que todo el mundo debe aceptar. La
conducta de la izquierda occidental en el conflicto ucraniano, por no
hablar de Yugoslavia, Irán, Irak o Afganistán, habría sido razón más que
suficiente para negarles la admisión en el Comintern; su tarea se habría
limitado a sacar a sus propios gobiernos del conflicto.

Este principio «no intervencionista» de las relaciones entre las
naciones opresoras y oprimidas corresponde, pues, exactamente al respeto
de la soberanía nacional que se requiere en un mundo multipolar.

Los principios del Comintern también obligan a los comunistas
occidentales a apoyar «cualquier» movimiento de liberación, no sólo los
que ellos prefieran. Pero no todos los movimientos de liberación son
socialistas. Algunos, como la lucha de Chipre para escapar del dominio
británico, incluyeron líderes explícitamente fascistas. El peronismo en
América Latina tiene una compleja relación con el fascismo que aún
proyecta su sombra sobre Argentina.

Sin embargo, los principios del Comintern establecieron una distinción
entre los gobiernos que, como Ucrania, se convierten en marionetas del
imperialismo y los que se oponen a él. Éstos no tienen necesariamente
gobiernos de izquierdas. Miembros de la actual coalición emergente
contra las sanciones a Rusia, como India, tienen gobiernos claramente de
extrema derecha, incluso fascistas (Desai), mientras que otros como
China y Vietnam están a la izquierda de todo lo que el Comintern
encontró en su tiempo. Esta variedad es la razón por la que el término
«multipolar» de Hugo Chávez es apropiado, porque describe un mundo, tal
y como lo describió el presidente Putin en la conferencia del Club
Valdai de 2022, un concepto que contiene una amplia variedad de sistemas
sociales. ¿Entra esto en conflicto con el principio del
internacionalismo proletario?

La historia sigue su curso y creemos que resolver este problema es una
de las tareas primordiales del movimiento de masas que debe crearse. De
forma controvertida, creemos que no debe resolverse escribiendo
«socialismo» en los principios de un nuevo movimiento internacional.
Como hemos señalado, los primeros comunistas no estaban comprometidos
con un sistema económico, sino con la defensa inequívoca de los derechos
de los desposeídos . Además, como se desprende claramente de la historia
del socialismo desde la Revolución Bolchevique, el camino hacia el
socialismo pasa por distintas formaciones antiimperialistas que crean
sus propios caminos distintivos hacia el socialismo, pasa, en resumen,
por la multipolaridad. Una cuestión más compleja es la del poder de la
clase obrera, con la que la Primera y la Tercera Internacional estaban
efectivamente comprometidas.

El Comintern fue conocido por su apoyo inequívoco al sistema soviético.
El primer punto de sus Condiciones de Admisión reza así:

/Toda actividad de propaganda y agitación debe ser de naturaleza
auténticamente comunista. Toda la prensa del partido debe estar bajo la
dirección de comunistas de confianza que hayan demostrado su devoción a
la causa de la revolución proletaria. La dictadura del proletariado no
debe ser considerada simplemente como una fórmula aprendida
mecánicamente de uso común; debe ser defendida de tal manera que su
necesidad sea comprensible para cualquier obrero o trabajador ordinario,
para cada soldado y campesino, partiendo de los hechos de su vida
cotidiana,/ /que debe ser informado y utilizado diariamente en nuestra
prensa/.

Sin embargo, sería un error concluir que la III Internacional fue una
mera creación del Estado soviético. Las condiciones históricas que
llevaron a los comunistas a esta posición fueron históricamente precisas
y transitorias. La Unión Soviética fue la primera en sustituir el poder
capitalista por el poder obrero. Como tal, el Comintern pudo ser un
recurso y un aliado en las luchas de los trabajadores de todo el mundo,
razón no menor por la que las agresiones de los enemigos del naciente
estado obrero, incluidos los dirigentes superestrellas de la II
Internacional como Kautsky, se centraron en atacar a esta organización
internacional de los trabajadores.

Para los comunistas, por tanto, era imperativo reconocer como legítima
la forma específica de poder estatal en la que basaban su dominio, a
saber, el sistema soviético. No sin razón, proclamaban que era una forma
superior de democracia. Su defensa era la primera línea de batalla. Sin
ella, el objetivo primordial de las dos primeras Internacionales –
representar el interés común de todos los trabajadores- no habría podido
alcanzarse, porque los trabajadores se habrían visto privados de los
medios para hacer aquello en lo que Marx y Engels habían insistido,
elevar a su clase a la condición de gobernantes.

¿Debería la nueva Internacional que proponemos privilegiar igualmente a
algunos o a todos los Estados socialistas existentes? Creemos que no. No
es necesario ni posible ahora. No es posible porque una forma específica
de poder estatal, en un mundo que contiene una variedad de países
socialistas, no puede ser la base de la unidad. El camino distinto hacia
el poder de la clase obrera que debe seguirse en cada país de un mundo
pluripolar debe ser objeto de debate, no de edicto. Además, en ese mundo
multipolar, la Internacional que proponemos contendrá muchos Estados que
no se identifican como socialistas, pero que se oponen activamente al
imperialismo y donde, en muchos casos, los intereses de la clase obrera
tienen prioridad sobre los de los capitalistas.

Incluirá no sólo a China o Cuba, sino también a países como Irán, hijo
de un proceso revolucionario que lo ha puesto en el punto de mira del
imperialismo, en la vanguardia de la lucha contra la dominación
occidental de Oriente Medio, y que mantiene sus posiciones bajo
sanciones, el terrorismo de Estado norteamericano, asaltos militares
diarios y revoluciones de colores. Es demasiado fácil para el
liberalismo occidental imponer su juicio wilsoniano sobre estos procesos
separados sin intentar siquiera averiguar a través de los
revolucionarios chinos, vietnamitas, cubanos, norcoreanos e iraníes cómo
figura su Estado en la lucha de clases de su país.

Los medios por los que los trabajadores pueden imponer sus intereses a
un Estado es una cuestión histórica concreta que debe resolverse
mediante la experiencia práctica. Por ejemplo, en China y Vietnam, el
Partido Comunista es el órgano central del Estado. Aunque vilipendiados
en Occidente por ser «autoritarios» y «totalitarios», estos pueden
presumir de ser bastante más democráticos que los autodenominados
guardianes occidentales. Si se tiene en cuenta que el PCCh tiene más
miembros que la población de cualquier país europeo y que sus
instituciones son elegidas, la afirmación de que este sistema es
«antidemocrático» en comparación con las dictaduras parlamentarias de
Occidente pierde toda credibilidad. Se pueden hacer observaciones
similares para los sistemas cubano y norcoreano.

La forma en que la clase obrera puede tomar el poder y hacerlo efectivo
requiere intercambios entre los pueblos del mundo multipolar al más alto
nivel posible. De hecho, se necesita una internacional precisamente para
que tales debates puedan tener lugar, independientemente de los
intereses y la implicación de los gobiernos nacionales.

¿Ha fracasado el proyecto de la Izquierda Internacionalista? Como ha
señalado Domenico Losurdo, ningún proyecto histórico puede evaluarse con
precisión discutiendo lo que ha logrado. En su lugar, debemos evaluar el
efecto de sus ideales. La Internacional Comunista no consiguió alcanzar
el socialismo en Europa. Por el contrario, sus partidos de masas fueron
derrotados por los enemigos de la primera revolución socialista del
mundo. Mussolini triunfó en Italia, Franco en España y Hitler en Alemania.

En este preciso sentido, la III Internacional sufrió una gran derrota.
Las fuerzas de la revolución en Europa no sólo fueron rechazadas, sino
exterminadas. Como consecuencia del ascenso de Hitler, la URSS tuvo que
enfrentarse directamente a la Alemania nazi. Sin el heroico sacrificio
de sus pueblos, no viviríamos en un mundo digno de sus hijos. ¿Significa
esto que el sacrificio de los mártires de la lucha antifascista,
inspirados en el ejemplo soviético, que fueron a morir por millones en
las cárceles y campos de batalla de Europa, fue en vano? ¿Supone su
muerte un juicio sobre el ideal de una Internacional mundial de la clase
obrera? ¿Debemos concluir que no vale la pena luchar contra el fascismo
porque una vez perdimos? Es una visión fatalista. No podemos concluir de
una derrota que la batalla antifascista nunca debió librarse; en todo
caso, que la guerra aún está por ganar. El imperialismo no ha muerto. El
fascismo está en auge. Los trabajadores están siendo atacados como nunca
desde los años treinta. Rendirse no es una opción.

Además, y quizás éste sea el factor más decisivo para una correcta
evaluación histórica, el proyecto no fracasó fuera de Europa. La
dirección de la oleada de revoluciones que siguieron a la derrota de
Hitler, incluida la revolución china, fue moldeada no sólo por esas
luchas nacionales, sino por sus encuentros, en el Comintern de
entreguerras, con los ideales y las luchas de los revolucionarios
antiimperialistas de todo el mundo. El ideal comunista inspiró
levantamientos anticoloniales en todo el mundo, a pesar de que cada uno
de esos levantamientos siguió su propia trayectoria nacional.

Por último, no podemos completar ningún análisis del papel histórico del
Comintern sin una evaluación adecuada de las consecuencias de su
disolución, que, como hemos argumentado (Freeman), demostró ser en
muchos sentidos un importante error de cálculo histórico. Los dirigentes
de la URSS creyeron que convencerían a Occidente de que abandonara sus
ambiciones militaristas y opresivas eliminando la amenaza percibida de
que «el Comintern socavaría su poder». Pero Occidente no correspondió.
Nunca abandonó su agenda imperialista y nunca dejó de conspirar para
derrocar a la URSS, cosa que consiguió porque la URSS luchaba con una
mano atada a la espalda. ¿No es hora de que las clases trabajadoras del
mundo vuelvan a luchar con los dos puños?

Tampoco podemos dejar de comentar las consecuencias de la escisión entre
la dirección soviética y otros movimientos revolucionarios, tanto en
Yugoslavia como en la desastrosa escisión con China, que, al dividir a
las fuerzas objetivamente opuestas al imperialismo, preparó el terreno
para muchos aspectos de la situación actual. Con una fase renovada de la
lucha contra el imperialismo y el fascismo, y con la propia
supervivencia del planeta en juego, ¿no es esta internacional más
necesaria que nunca?

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3/2/2023).

Los autores

*Alan Freeman*

Director de Investigación de Geopolítica Económica , Universidad de
Manitoba – Canadá

*Radhika Desai*

Profesora del Departamento de Estudios Políticos
Universidad de Manitoba – Canadá

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2023/05/27/la-izquierda-en-el-club-valdai-de-moscu-por-una-izquierda-global-antiimperialista/
27/5/2023

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