segunda-feira, 8 de outubro de 2012

50 años después: Prólogo a la nueva edición castellana de "La formación de la clase obrera en Inglaterra", de E.P. Thompson. Antoni Domènech

        
            08/10/12
            

            La editorial madrileña Capitán Swing acaba de reeditar la versión
            castellana de La formación de la clase obrera en Inglaterra [Madrid,
            2012], el gran clásico del historiador británico Edward P. Thompson.
            Con permiso de la editorial reproducimos aquí  el prólogo que para
            esa edición ha escrito Antoni Domènech.
            Casi medio siglo después de la primera edición original, La
            formación de la clase obrera en Inglaterra es unánimemente
            considerada una obra maestra, y su autor, uno de los más grandes
            historiadores del siglo XX, acaso el más original, profundo e
            innovador de su segunda mitad. Pero en el momento de su aparición
            (1963) ni el libro ni el autor podían resultar más polémicos, ni
            concitar más hostilidades.
            Para empezar, Edward P. Thompson (1924-1993) no se entendió nunca a
            sí mismo como un historiador profesional, ni siquiera como un
            académico. Sino como un activista político y como un polígrafo y
            publicista socialista vinculado al movimiento obrero y a sus
            instituciones histórico-realmente cristalizadas. Como historiador,
            su maestro más reconocido no fue un gran profesor de Cambridge o de
            Oxford, sino una activa –y casi olvidada— militante comunista, Dona
            Torr (1887-1956), fundadora (en 1946) del imponente Grupo de
            Historiadores del Partido Comunista Británico (GHPCB) del que fueron
            miembros, aparte de Thompson y su compañera, la respetada
            historiadora del cartismo Dorothy Towers (1923-2011), dos
            irrepetibles generaciones de personalidades tan destacadas de la
            investigación historiográfica y científico-social contemporánea como
            Eric Hobsbawm (1917-), Christopher Hill (1912-2003), Rodney Hilton
            (1916-2002), George Rudé (1910-1993), Victor Kiernan (1913-2009), el
            gran clasicista Geoffrey E. M. de Ste. Croix (1910-2000) o el sólido
            economista Maurice Dobb (1900-1976).
            En 1963 Thompson ya había salido del Partido Comunista; él –y varios
            otros miembros del GHPAB— habían roto con el comunismo oficial a
            raíz de la invasión soviética de Hungría (1956) y de las
            escandalosas revelaciones públicas de Kruschov sobre la era de
            Stalin. Muy en una línea de la que nunca se apartaría, y lejos de
            recluirse en un retiro o de puro investigador académico o de
            ensayista free lance, buscó colaborar en la construcción de un
            espacio institucional nuevo, alternativo, de reflexión y actividad
            socialista.[1] Estuvo activo en el pacifismo antinuclear de finales
            de los 50 (al que volvería, como es notorio, en los 80 con Protest
            and survive [2]) y animó a la creación e institucionalización de un
            movimiento New Left en Gran Bretaña, del que, entre otras cosas,
            salió (en 1959) la revista homónima que aún perdura.
            Ello es que en1963 llevaba tiempo ya Thompson distanciado también de
            buena parte de las gentes de la New Left, crecientemente dominada
            por una nueva generación de intelectuales tan alejados de los
            grandes debates científicos de la izquierda tradicional británica
            (al soberbio grupo de historiadores del GHPCB hay que añadir las
            reflexiones de los economistas filomarxistas de Cambridge en torno a
            Keynes, señaladamente Joan Robinson y Piero Sraffa), como fascinados
            con cierto marxismo especulativo, apolítico, continental, y
            particularmente, con el francés de impronta “estructuralista”.
            Pues bien; La formación de la obrera en Inglaterra no sólo tenía que
            resultar polémica para, sino que, en realidad, estaba expresamente
            concebida contra: 1) dos tipos de modas revisionistas-negacionistas
            imperantes en la vida académica de la época, especialmente en la
            historia económica y en la sociología de impronta funcionalista; 2)
            la vulgarización deshistorizadora y despolitizadora del “marxismo”
            estalinista; y 3) la retórica especulativa, ahistórica –y en el
            fondo, apolítica— de una “nueva izquierda” a la que Thompson terminó
            considerando heredera, culturalmente hablando, del estalinismo.[3]
            La moda académica negacionista-revisionista consistía básicamente en
            negar económicamente el carácter socialmente catastrófico del
            triunfo políticamente contrarrevolucionario del capitalismo
            industrial –la Revolución Industrial— y en revisar sociológicamente
            la noción de “clase obrera” (no habría tal, en singular, sino, a lo
            sumo, un conjunto heteróclito de clases trabajadoras).
            En cuanto al negacionismo de los economistas, digamos
            “progresistas-desarrollistas”, Thompson apunta (en el capítulo 6 de
            este libro):
            “Se sugiere, en general, que la posición del obrero industrial en
            1840 era mejor en muchos aspectos que la del trabajador doméstico de
            1790. La Revolución Industrial habría sido una época, no de
            catástrofe o de agudo conflicto de clases y de opresión clasista,
            sino de mejora. (…) La ortodoxia catastrofista clásica ha sido
            substituida por una nueva ortodoxia anticatastrofista (…). Lo que se
            ha perdido es el sentido del conjunto del proceso, el contexto
            social y político del proceso.”
            Una forma de entender el libro de Thompson es leerlo como un largo,
            refinado y circunstanciado argumento histórico contra ese
            negacionismo:
            “Aquí podemos ver algo de la verdadera naturaleza catastrófica de la
            Revolución Industrial; así como algunas de las razones por las que
            la clase obrera inglesa cobró forma durante esos años. La gente fue
            sometida a la intensificación de dos formas simultáneas e
            intolerables de relación: las de  la explotación económica y las de
            la opresión política. (…) El grueso de la población trabajadora,
            percibió la experiencia crucial de la Revolución Industrial  como un
            cambio en la naturaleza y la intensidad de la explotación.” [4]
            En lo tocante a la revisión sociológico-metodológica académica del
            concepto de clase, Thompson polemiza (en el Prefacio a la primera
            edición) con un sociólogo liberal muy famoso en la época y hoy
            justamente olvidado (Sir Ralf Dahrendorf). La ridícula cita de
            Dahrendorf que Thompson trae a colación, atravesada por la típica
            obsesión huera y pedantemente “metodologista” del sociólogo
            filosóficamente ignorante, hablará por sí misma al lector de hoy.[5]
            La réplica de Thompson es tan demoledora, como esencial, y vale la
            pena destacarla:
            “La cuestión, ni que decir tiene, es cómo llega el individuo a estar
            en ese ‘rol social’ y cómo la particular organización social (con
            sus derechos de propiedad y su estructura de autoridad) llegó a
            estar ahí. Y eso son cuestiones históricas. Si detenemos la historia
            en un punto determinado, entonces no hay clases, sino simplemente
            una multitud de individuos con una multitud de experiencias. Pero si
            observamos a esos hombres durante un buen período de tiempo,
            observamos pautas en sus relaciones, en sus ideas, en sus
            instituciones. La clase se define por hombres, según viven éstos su
            propia historia, y al final, esa es la única definición.”
            Por otro lado, la vulgarización deshistorizadora y despolitizadora
            del “marxismo” de impronta estalinista, a la que reaccionaba
            Thompson, tenía dos elementos clave.
            El primero, más general, era la comprensión (tácita) de la historia
            humana –el Hismat o “materialismo histórico” canonizado— como el
            despliegue más o menos inexorable de un programa de desarrollo
            ontogenético (con sucesión de “modos de producción” entendidos como
            sistemas estructuro-funcionalmente integrados, con sus
            correspondientes “clases sociales” y su base económica y una
            sobrestructura ideológica y político-jurídica funcional y
            misteriosamente adaptada a esa base, etc.). De esa comprensión
            desaparecía no sólo la historia propiamente dicha, que es
            trayectoria única e irrepetible, que es despliegue de complejas
            fuerzas dinámico-causales endógenas sometidas a shocks estocásticos
            exógenos de la más variada índole; desaparecía también la urdimbre
            intencional con que se configura la historia humana, que es afán y
            trabajo y cognición social y cooperación en la búsqueda cotidiana de
            medios de existencia, y así, también, va de suyo, lucha política y
            conflicto social intencionalmente librados, con mayor o menor
            autoconsciencia (“no lo saben, pero lo hacen”) pero casi nunca en
            las condiciones elegidas por los agentes sociales.
            El segundo elemento de vulgarización doctrinaria, más específico y
            más políticamente contaminado que el anterior, tenía que ver con la
            grosera y ahistórica comprensión del origen de la fuerza dinámica
            del modo de producir capitalista moderno en Europa occidental –con
            su vigorosa (y políticamente resistible) tendencia a la colonización
            del conjunto de la vida económica y social— y de la complicada
            contribución de esa fuerza dinámica, a partir del último tercio del
            siglo XVIII, a los procesos históricos de formación de la clase
            obrera industrial en Inglaterra.
            De esa versión estalinista vulgarizadora –y políticamente
            interesada— del “marxismo” había desaparecido por completo el
            progresismo trágico, si así puede llamarse, del joven Marx (“la
            historia avanza por sus peores lados”), y no digamos la comprensión,
            harto más pesimista crítico-culturalmente, que de las dinámicas
            expropiadoras, destructoras y socialmente colonizadoras del modo de
            producir capitalista llegó a hacerse el viejo. En dos puntos resultó
            el trabajo de Thompson seminalmente esclarecedor.
            a) De su pertenencia al GHPCB –y particularmente de su amistad con
            el gran medievalista Rodney Hilton, quien entendió, el primero, la
            importancia para los historiadores marxistas británicos de la obra
            del francés Marc Bloch (1886-1944)— Thompson aprendió que, lejos de
            ser un tiempo socialmente muerto, la Edad Media europeo-occidental
            fue una época de intensas pugnas sociales y políticas de clase,
            marcadas por el afán señorial de cercar y privatizar los bienes
            comunales, base fundamental de la libertad popular (la Allmende y la
            gemeine Mark, en territorios germánicos, las communes en Francia,
            los benecomuni en la península itálica, las tierras ejidales en la
            Península Ibérica, los commons en Inglaterra). El gran capítulo de
            Marx, en el volumen I de El Capital, sobre “La llamada acumulación
            originaria de capital”, volvía a ser central: no podía entenderse el
            origen de las dinámicas expropiatorias características de la fuerza
            dinámica histórico-económica que Marx llamó “modo de producir
            capitalista”, sin entender su origen político (particularmente, en
            la Inglaterra sometida a los Tudor) en aquellas luchas. En otro gran
            libro de investigación sobre la Inglaterra popular del XVIII,
            escrito muchos años después que La formación de la clase obrera en
            Inglaterra, Thompson acuñó el célebre concepto de “economía moral de
            la multitud”:[6] significaba el conjunto de normas, prácticas y
            valores compartidos por las clases subalternas en defensa de los
            bienes comunes frente a las oleadas señoriales de ataques cercadores
            y privatizadores. El avance expropiador y mercantilizador –la
            insólita, y en cierto sentido contra natura, conversión de la
            tierra, de la capacidad de trabajo y del dinero en mercancías [7]—
            propiciada por la fuerza económica dinámica llamada modo de producir
            capitalista era políticamente resistible, y fue desde el comienzo (y
            sigue siendo) social y políticamente resistida.[8]
            La interesante feminista socialista de origen italiano Silvia
            Federici, con un atrevimiento especulativo al que difícilmente se
            habría avilantado nuestro historiador profesional –tan prudente y
            minuciosamente atenido a la investigación circunstanciada de
            archivos y hemerotecas—, ha resumido recientemente esta visión de
            estirpe thompsoniana del origen político del capitalismo de un modo
            que acaso resulte instructivo al lector, si más no para entender su
            recepción política entre los sectores más perceptivos de la
            izquierda anticapitalista actual:
            “El capitalismo fue la respuesta de los señores feudales, de los
            mercaderes patricios, de los obispos y de los papas, a siglos de
            conflicto social que terminaron por hacer tambalear su poder, dando
            ‘al mundo todo una gran sacudida’ [como había exigido Thomas Münzer
            a comienzos del XVI]. El capitalismo fue la contrarrevolución que
            destruyó las posibilidades nacidas de la lucha antifeudal, unas
            posibilidades que, de realizarse, nos habrían ahorrado la inmensa
            destrucción de vidas y de medio ambiente natural que ha marcado el
            desarrollo de las relaciones capitalistas a escala planetaria. Nunca
            se subrayará esto lo bastante, porque la creencia de que el
            capitalismo ‘evolucionó’ a partir del feudalismo y representa una
            forma de vida social ‘superior’ todavía no ha sido arrumbada.”[9]
            b) El segundo punto en el que el trabajo de Thompson ha resultado
            particularmente influyente, y que se sigue muy naturalmente del
            anterior,  tiene que ver con su insistencia –central para el
            argumento de La formación de la clase obrera en Inglaterra— en la
            naturaleza continua de las luchas políticas de la población
            trabajadora bajo la Revolución Industrial. De aquí la importancia
            otorgada al legado literario de Tom Paine (1737-1809) para el
            incipiente movimiento obrero industrial (en eso le había precedido
            su amigo Hobsbawm), así como al estudio y descripción del activismo
            práctico del jacobinismo inglés, señaladamente de la figura del
            difamado John Thelwall (1764-1834). Si al estalinismo –constructor
            de un pretendido “socialismo en un solo país” a partir de la
            industrialización forzosa fundada en una despótica desposesión de
            las masas populares— le resultaba políticamente incómoda la lectura
            del capítulo marxiano sobre “La llamada acumulación originaria de
            capital”, de todo punto vitanda le resultaba la idea de que el
            movimiento obrero y el socialismo industrial moderno, lejos de nacer
            mecánicamente de la nada, eran herederos conscientes, sin solución
            de continuidad, de las grandes luchas plebeyas, y muy
            particularmente, de la democracia republicana revolucionaria
            francesa de 1792. El estalinismo y sus turiferarios consagraron la
            idea de la Revolución Francesa como “revolución burguesa” –en vez de
            como la última gran jacquerie, antifeudal, y al tiempo,
            anticapitalista[10]—, alentaron el uso de la noción de “democracia
            burguesa”[11] –un oxímoron que no puede hallarse una sola vez en la
            obra de Marx y Engels— y contribuyeron a fomentar la idea,
            ahistórica y apolítica, de una homogénea “modernidad burguesa”
            –etapa de desarrollo ontogenético—, que habría inventado, entre
            otras cosas, el individualismo y las libertades y los derechos
            personales.[12]
            Thompson no sólo ilustra y documenta detalladamente que la lucha
            decimonónica por la libertad de prensa,  las libertades políticas y
            el sufragio democrático fue una lucha obrera y popular, y en
            cualquier caso, muy poco “burguesa”, sino que las grandes conquistas
            de derechos individuales y libertades y garantías públicas traían su
            origen en viejas luchas medievales populares y comunarias que
            configuraron las tradiciones constitucionales de la “libertad
            inglesa”:
            “…la ideología de la clase obrera, que maduró en los 30 [del s.
            XIX], y que ha perdurado, con varias traducciones, hasta nuestros
            días, dio un valor excepcionalmente grande a los derechos de prensa,
            de expresión, de reunión y de libertad personal. La tradición del
            ‘ingles nacido libre’ es, huelga decirlo, mucho más antigua. Pero la
            idea que puede hallarse en algunas interpretaciones ‘marxistas’
            tardías, según la cual esas reivindicaciones aparecían como herencia
            del ‘individualismo burgués’, no se ajusta a la realidad”. [cap. 6,
            pág.783]
            Es verdad: luego de la I Revolución Industrial “inglesa” (1760-1830)
            –que terminó de triunfar políticamente, como tan oportunamente
            recuerda Thompson en este libro, en la estela contrarrevolucionaria
            de la derrota de la democracia republicana revolucionaria francesa—,
            vino la segunda  Revolución Industrial “alemana” (1870-1900), mucho
            más importante aún a todos los efectos para la historia
            económica.[13] Esa segunda Revolución Industrial contribuyó también
            a troquelar ulteriormente a la clase obrera industrial y a su
            movimiento social y político, y a forjar y decantar de modos nuevos
            lo que en el siglo XX se entendió por “socialismo”. Y sí, también
            ahí, cabría hablar de continuidades: si Thompson hubiera escrito
            sobre eso, se puede dar por descontado que habría sido el primero en
            buscarlas. Y sin embargo, en este gran y seminal libro sobre los
            orígenes de la clase obrera industrial y sus tradiciones socialistas
            que es la Formación de la clase obrera en Inglaterra no se privó de
            expresar una sana y elocuentísima nostalgia respecto de los valores
            y las tradiciones republicano-revolucionarias (por mal nombre,
            “jacobinas”) que el socialismo y la clase obrera industrial maduros
            se habrían dejado en el camino:
            “La particular calidad de su jacobinismo se puede sentir en su
            énfasis en la égalité. (…) El movimiento obrero de los años
            posteriores vino a continuar y enriquecer las tradiciones de
            fraternidad y libertad. Pero la existencia misma de sus
            organizaciones, y la protección de sus fondos de financiación,
            requirió promover a cuadros de profesionales experimentados, así
            como cierta deferencia o exagerada lealtad hacia los dirigentes, lo
            que terminó revelándose como una fuente de formas y controles
            burocráticos. (…) Esos lados fuertes jacobinos, que tanto
            contribuyeron al Cartismo, declinaron en el movimiento de finales
            del siglo XIX, cuando el nuevo socialismo desplazó su acento desde
            los derechos políticos hacia los derechos económicos y sociales. La
            robustez de las distinciones de clase y de status en la Inglaterra
            del siglo XX es, en parte, consecuencia de la carencia, en el
            movimiento obrero del siglo XX, de virtudes jacobinas. (…) Es
            innecesario subrayar la evidente importancia de otros aspectos de la
            tradición jacobina; la tradición de la autoeducación y la crítica
            racional de las instituciones políticas y religiosas; la tradición
            del republicanismo consciente; sobre todo, la tradición del
            internacionalismo. Resulta extraordinario que una agitación tan
            breve lograra difundir sus ideas en tantos rincones de Gran
            Bretaña.” [Cap. 5, pág. 209]
            El socialismo del Thompson político era ya entonces, y lo fue, hasta
            el final, un socialismo orgulloso del gorro frigio.
            NOTAS: [1] Una de sus sentencias más famosas dice así: "Los
            intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin
            condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros
            teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le
            concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la
            sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero
            también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y
            prácticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del
            futuro." [2] Edición castellana: Protesta y sobrevive (edición
            castellana y prólogo A. Domènech), Madrid, Blume, 1984. [3] En su
            demoledor (y tardío) ajuste de cuentas con la “nueva izquierda”
            británica de los 60, Thompson lo declaró redondamente: “… no sois
            una ‘generación postestalinista’. Sois una generación en cuyo seno
            las razones y legitimaciones del estalinismo, mediante la ‘práctica
            teórica’, vienen siendo reproducidas día tras día.” El libro, The
            Poverty of Theory (1978) es un demoledor alegato, científico y
            político a la vez, contra la ignorante vaciedad del marxismo
            estructuralista, y en general, de la Théorie postestructuralista
            made in Paris. (Hay traducción castellana: Miseria de la Teoría,
            Barcelona, Crítica, 1984. [4] “En agricultura, los años entre 1760 y
            1820 fueron los años de la culminación completa del cercamiento [y
            privatización] de tierras; aldea tras aldea fueron perdiendo los
            derechos comunales, y al trabajador sin tierra, pauperizado, no le
            quedó sino venir en apoyo del arrendatario, del terrateniente y de
            los diezmos de la Iglesia. En las industrias domésticas, a partir de
            1800, la tendencia fue que los pequeños maestros artesanos dieran
            paso a empleadores de mayor alcance (…) y que la mayoría de
            tejedores, calceteros o herreros fabricantes de clavos se
            convierteran en trabajadores asalariados a domicilio con empleos más
            o menos precarios. En los molinos y en muchas zonas mineras, son los
            años del empleo de niños (y de mujeres, subterráneamente). Y en las
            grandes empresas, el sistema fabril con su nueva disciplina (…) todo
            contribuyó a la transparencia del proceso de explotación y a la
            cohesión social y cultural de los oprimidos.” (Cap. 6, págs.
            224-225.) [5] “Las clases están basadas en diferencias de poder
            legitimado asociado a ciertas posiciones políticas, i.e., en la
            estructura de roles sociales con respecto a sus expectativas de
            autoridad (…) Un individuo llega a ser miembro de una clase jugando
            un papel social relevante desde el punto de la autoridad (…)
            Pertenece a una clase porque ocupa una posición en una organización
            social; i.e., la pertenencia de clase deriva de la existencia
            pertinente de un rol social.” (Dahrendorf, Class and Class Conflict
            in Industrial Society, 1959.) Thompson califica este libro como “un
            estudio de las clases obsesivamente concentrado en la metodología,
            hasta el punto de excluir el examen de una sóla situación real de
            clase en un contexto histórico real”.  [6] Cfr. Costumbres en común,
            Barcelona, Editorial Crítica, 1995 (edición inglesa original, 1991).
            [7] Conforme a la formulación clásica de Karl Polanyi en su clásico
            La Gran Transformación (varias ediciones en castellano; edición
            original, 1944). Dicho sea de paso, es un tanto sorprendente que
            Thompson, ni en el presente libro ni después, llegara a interesarse
            por una obra tan afín –no sólo metodológicamente— a la suya como la
            de Polanyi. [8] Quien tal vez pueda considerarse el más eminente
            continuador de la línea investigadora historiográfica inaugurada por
            Thompson, el profesor Peter Linebaugh, ha publicado recientemente
            una interesante historia de los sucesivos avatares –hasta nuestros
            días— de la famosa  Magna Carta  concedida por el Rey Juan Sin
            Tierra a comienzos del siglo XIV, origen del habeas corpus y de
            buena parte de las tradiciones iusconstitucionalistas garantistas de
            la “libertad inglesa” mostrando la vinculación  de esa concesión con
            las luchas de los comunarios ingleses por la conservación sus bienes
            comunales y la concesión paralela de una Carta de los bosques
            comunales. Cfr. The Magna Carta Manifesto, Berkeley, L.A., Londres,
            Univ. California Press, 2010. [9] Silvia Federici, Caliban and the
            Witch: Women, the Body and Primitive Accumulation, Nueva York,
            Autonomedia, 2004, págs. 21-22.  (Hay traducción castellana en la
            Editorial Traficantes de sueños, Madrid.)  [10] La historiadora
            francesa Florence Gauthier, coeditora de la nueva edición crítica de
            las obras de Robespierre, observó que en ediciones anteriores –bajo
            responsabilidad de historiadores del Partido Comunista Francés—
            algunos pasos directa e inocultablemente anticapitalistas de
            Robespierre habían sido u ocultados o suprimidos. Particularmente,
            la contraposición robespierreana entre la “economía política
            tiránica” (de impronta mercantilzadora y acaparadora; capitalista) y
            lo que Robespierre defendía programáticamente bajo el nombre de 
            “economía política popular”. Cuando la profesora Gauthier comunicó
            personalmente (a finales de los 80) este hallazgo a Thompson, quien
            no conocía con detalle la historia de la Revolución Francesa,
            nuestro autor se mostró muy impresionado por la semejanza con su
            propio concepto de “economía moral popular”. (Comunicación personal
            de Florence Gauthier al autor de estas líneas.)  [11] Cfr. Antoni
            Domènech, “ ‘Democracia burguesa’ : nota sobre la génesis del
            oxímoron y lanecedad del regalo”, en Viento Sur, Nº , 100, enero
            2009, págs. 95-100.  [12] Un horror muy influyente al respecto es el
            libro del filósofo “marxista” canadiense C.B. Macpherson, La teoría
            política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke (varias
            ediciones castellanas, la última en la editorial madrileña Trotta,
            2005; el original es de 1962.)  [13] Los historiadores de la
            economía y de la tecnología suelen coincidir en que la II Revolución
            industrial ha sido la más decisiva en su impacto en la vida social y
            económica. (En muy pocos años se inventaron y desarrollaron un
            conjunto de tecnologías que aún marcan decisivamente el grueso de
            nuestras vidas: electricidad, motor de combustión interna, agua
            corriente, sanitarios domésticos, industria química y de
            fertilizantes y colorantes, petróleo, comunicaciones,
            entretenimiento). Contra el papanatismo imperante, los historiadores
            económicos competentes suelen dar, en cambio, un valor bastante
            reducido al impacto económico de la llamada tercera revolución
            tecnológica de la “información”, que arrancó en los 60 del siglo XX
            (computadores, web, telefonía móvil). Para un buen resumen, cfr.
            Robert J. Gordon, “Is U.S. Economic Growth Over? Faltering
            Innovation Confronts the Six Headwinds”, National Bureau of Economic
            Research, Cambridge, Mass, Working Paper 18315 (agosto 2012).
            Antoni Domènech es catedrático de filosofía de las ciencias sociales
            en la Facultad de Economía de la UB y Editor general de SinPermiso.
            sinpermiso electrónico se ofrece semanalmente de forma gratuita. No
            recibe ningún tipo de subvención pública ni privada, y su existencia
            sólo es posible gracias al trabajo voluntario de sus colaboradores y
            a las donaciones altruistas de sus lectores. Si le ha interesado
            este artículo, considere la posibilidad de contribuir al desarrollo
            de este proyecto político-cultural realizando una DONACIÓN o
            haciendo una SUSCRIPCIÓNa la REVISTA SEMESTRAL impresa.
            www.sinpermiso.info, 7 octubre 2012 Compartir
             **************
In: Sinpermiso
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5310
Espanha 8/10/2012
              

Nenhum comentário:

Postar um comentário