segunda-feira, 13 de janeiro de 2014

La globalización y la economía indígena campesina


Miguel Angel Morales Sánchez

En un céntrico restaurant de Sucre el televisor anuncia que el mes pasado en
Estados Unidos hubo sesenta mil despidos en el sector industrial. Se indica que
es un número alto, pero pequeño en comparación con lo que sucedía hace diez
años. Pero esta noticia no parece importar a los comensales, que siguen comiendo
y conversando animadamente.
En una mesa se encuentra Pedro V., indígena yampara, sirviéndose un plato de
pollo frito al tiempo que lamenta que los pollos de la ciudad no sean tan
sabrosos como los pollos del campo. Pedro llama la atención por su colorido
poncho a rayas y su pantalón blanco, tan típico de su cultura. Años atrás
hubiera sido imposible que él entre a un restaurant del centro de la ciudad, no
sólo porque no tendría el dinero para pagar sino porque hubiera sido rechazado
por el apartheid camuflado que atravesaba la sociedad boliviana.
Mientras come, suena el celular. Pedro contesta y conversa en quechua, pues casi
no sabe hablar el castellano. Pedro recibe muchas llamadas pues es el presidente
de la Asamblea Legislativa Departamental de Chuquisaca, uno de los más altos
cargos políticos del departamento. Luego cuelga el teléfono y de su bolsillo
saca otro celular con el que llama directamente a Evo Morales, el presidente de
Bolivia.
El estado y el aislamiento indígena
El que un indígena tenga dos celulares y pueda hablar directamente con el
presidente del país no es algo que fuera común en el pasado, al contrario. Hasta
hace una década, Pedro, como la mayor parte de los indígenas de Bolivia, vivía
escapando del Estado y de la sociedad boliviana, evitando ser visto, para eludir
los abusos de las autoridades. Y es que el temor y desconfianza indígena hacia
el Estado viene desde la época colonial cuando los pueblos indígenas fueron
despojados de sus tierras más fértiles y confinados a lugares inhóspitos y
aislados. Durante siglos, aun después de que los conquistadores fueran
expulsados, los indígenas se protegieron en el aislamiento, padeciendo hambres y
enfermedades, pero protegidos de los abusos del orden colonial y racista que
perduraba en Bolivia.
En el aislamiento los indígenas se vieron forzados a constituir una economía sin
dinero, una economía de trueque, basada en el autoconsumo. La economía indígena
campesina sólo producía unos pocos excedentes que los intercambiaba en las
ferias rurales.
¿Qué ha sucedido en Bolivia para que en pocos años se haya transformado
completamente la actitud indígena hacia la sociedad y el Estado? ¿Cómo, de ser
prácticamente unos fugitivos y proscritos del Estado, se han convertido en los
gobernantes del país?
Para entender este cambio es necesario mirar lo que pasa en el mundo capitalista
a escala mundial.
Las crisis del capitalismo y la globalización
El sistema capitalista, desde sus orígenes, tuvo que someterse a lo que la
economía clásica y marxista llamaron la ley de la caída de la tasa de ganancia,
que indica que las ganancias del capitalista tienden a decrecer sin límite
cuando hay competencia.
Los buenos negocios del empresario no duran mucho porque rápidamente los
vecinos, al ver que hay buenos negocios, le abren la competencia. Para enfrentar
la llegada de los competidores, el empresario debe invertir, bajar los costos,
mejorar la calidad, incrementar la productividad; es una verdadera guerra para
mantenerse en el mercado, para sobrevivir como empresario. Y en esta lucha el
empresario tiene permanentemente que mecanizar, automatizar, en otras palabras,
tiene que despedir gente para bajar sus costos. Parece un círculo vicioso: para
poder seguir vendiendo en el mercado, el empresario tiene generar desempleo y,
al hacerlo, reduce la demanda solvente, lo que conduce inevitablemente a la
sobreproducción y la crisis del sistema.
Esta crisis no es terminal, pero es dolorosa para la sociedad en su conjunto,
pues implica la pérdida de grandes capitales y la destrucción de muchas fuentes
de trabajo.
Una de las formas para prevenir esta crisis es la globalización. La idea es muy
simple, para enfrentar la sobreproducción es necesario crear un mercado a la
escala planetaria, es necesario incluir a los están excluidos del mercado, no
importa si son comunistas, si son hindús, si son musulmanes, si son indígenas,
no importa si no son capitalistas, lo que importa es que todos se integren al
mercado, que vendan y compren.
La globalización y la lucha contra la pobreza
En Bolivia, como en varios países pobres del tercer mundo, las únicas personas
que tenían suficientes recursos para consumir los bienes del capitalismo eran
las pertenecientes a las élites locales, grupos reducidos de familias que
durante siglos concentraban las riquezas a costa de miles y millones de
bolivianos que vivían en la pobreza.
La pobreza no pudo ser erradicada con los agresivos programas que se
emprendieron en los ochenta; al contrario, la pobreza se hizo más aguda en el
periodo neoliberal que precedió a la era de la globalización, pues el ajuste
estructural fue aprovechado por la pequeña élite para concentrar más riqueza,
acentuando la pobreza en el resto de la población.
A lo largo de siglos las elites locales habían construido un Estado a su imagen
y semejanza, con normas e instituciones que les aseguraban la concentración de
toda la riqueza del país. Construyeron un Estado que, en todos sus niveles,
desde la capital hasta el municipio rural más lejano, era un Estado excluyente y
discriminador.
En esta realidad, si verdaderamente se quería erradicar la pobreza era necesario
cambiar las relaciones de poder, era necesario romper el orden establecido.
Surgió entonces en los años noventa el discurso del empoderamiento, la
gobernanza, la descentralización y la inclusión social: había que fortalecer las
capacidades de los pobres para exigir al Estado el cumplimiento de sus derechos.
Los organismos internacionales, la cooperación internacional, las ONG orientaron
sus programas de financiamiento hacia el empoderamiento de los pobres.
Del empoderamiento a la toma del poder
Esta nueva moda en la cooperación encontró un terreno fértil en las clases
empobrecidas del país. Rápidamente estas mayorías se apoderaron del
empoderamiento; ya no querían ser solo informados, querían dirigir las ONG; no
se limitaron a exigir el cumplimiento de sus derechos a los gobernantes,
quisieron gobernar; ya no querían ser solo incluidos, quisieron refundar el
país. Y, por primera vez conscientes de su mayoría, tomaron el poder mediante el
voto democrático y constituyeron un gobierno.
Las viejas élites elevaron el grito al cielo al ver a los indios en el poder,
tuvieron miedo del despertar del gigante dormido. Temieron por la venganza,
temieron que les quiten todo y los expulsen del país.
Pero nada de eso sucedió. El gobierno indígena nunca pretendió cambiar el modo
de producción, solo quería gobernar a favor de los pobres, democratizar la
riqueza y el poder. No instauró el socialismo, sino que respetó la propiedad
privada y la acumulación privada del capital. Impulsó la redistribución
económica mediante novedosas políticas públicas en favor de los más pobres, pero
sin despojar a los ricos de sus riquezas.
Las políticas redistributivas impulsadas por el gobierno dispusieron
transferencias directas de recursos públicos a los sectores más empobrecidos
bajo la forma de bonos que se pagan en dinero en efectivo. Pero la
redistribución más importante se hizo a partir de los ministerios; en todos los
ministerios sin excepción se emprendieron políticas específicas en favor de los
pobres, políticas económicas, políticas de inversión, políticas de tierras,
políticas de salud, políticas educativas pensadas principalmente en los pobres.
Otra de las medidas redistributivas estratégicas fue la profundización de la
descentralización, los gobiernos subnacionales vieron cuadruplicados sus
presupuestos, lo cual implicaba una importante dinamización de las economías
locales.
Esta forma de redistribución de la riqueza despertó muchas críticas en los
sectores radicales del espectro político boliviano, que esperaban una acción más
contundente contra las oligarquías. Pero el gobierno sostiene que en una
revolución democrática hay que respetar la economía plural, lo cual hace que no
se pueda ir muy rápido, pero que permite avanzar.
Lo cierto es que el gobierno está erradicando la pobreza a pasos acelerados. La
redistribución del ingreso en favor de los pobres ha generado una dinamización
de la demanda interna sin precedentes, la economía es saludable y crece a ritmo
sostenido. Se ha generado una bonanza económica de la que disfrutan tanto los
trabajadores como el empresario.
El sector empresarial se beneficia particularmente, pues es la principal unidad
de acumulación, y, por lo tanto, la base del desarrollo de las fuerzas
productivas en el país. El crecimiento se traduce en mayores ganancias para
ellos.
El vivir bien y el socialismo comunitario
Pero a pesar de hacer buenos negocios, el sector empresarial desconfía
profundamente del gobierno indígena. Y no es porque tenga un color de piel
diferente, sino porque es el gobierno de su enemigo de clase, porque es un
gobierno con una ideología antiimperialista, anticolonial, anti elitista. El
indígena no tomó el poder para fortalecer el capitalismo con el argumento del
vivir bien, sino para construir el socialismo comunitario, que podrá ser muy
indígena, pero es, al final de cuentas, socialismo.
El modelo de sociedad que pretenden construir los pobres e indígenas se inspira
en sus valores ancestrales, en su cosmovisión, pero también en un pensamiento
libertario forjado a lo largo de siglos de lucha contra el explotador, una lucha
contra el colonizador, una lucha en busca de justicia. Es un modelo que se
inspira también en el pensamiento de numerosos líderes indígenas y campesinos
que se formaron políticamente en la izquierda marxista, con ideas
revolucionarias.
Por ello, el gobierno de Evo Morales, a pesar de estar logrando erradicar la
pobreza, generando condiciones para un acelerado desarrollo de las fuerzas
productivas, a pesar de generar condiciones para más y mejores negocios para los
empresarios, es un gobierno que incomoda y preocupa al sistema.
Transformación de la economía indígena campesina
¿Con tantos avances en la inclusión social y la redistribución económica, que
pasó en la economía indígena campesina?
En Bolivia, los indígenas y campesinos viven el tránsito violento e
incontrolable de sus economías de autosubsistencia hacia una economía integrada
al mercado, están pasando de una economía de trueque a una economía monetizada.
Una pequeña parte de los indígenas ha debido migrar a las ciudades para
incorporarse a un empleo, se ha convertido en asalariado. Pero la gran mayoría,
ha debido permanecer en la comunidad, o ha debido migrar a las ciudades
constituyendo unidades de autoempleo, engrosando el denominado ‘sector
informal’.
Aunque permanezcan en sus comunidades o aunque se trasladen a las ciudades para
constituir talleres artesanales familiares, los indígenas y campesinos se
incorporan al mercado como unidades nuevas. Son unidades que tienen que dotarse
de nuevas armas y aprender rápidamente las reglas del mercado para enfrentarse
cotidianamente contra unidades con mentalidad empresarial, que gestionan riesgos
y razonan en términos de competencia. Estas nuevas unidades económicas, para
sobrevivir deben ser competitivas, y deben hacerlo a pesar de su gran y
principal falencia: la insuficiencia de capital.
A pesar de sus limitaciones, y contrariamente a lo que afirma la teoría, estas
nuevas unidades resultaron ser más competitivas que las unidades capitalistas, a
quienes progresivamente van arrebatando el mercado pues no son tan vulnerables a
las variaciones de precios y costos.
Resulta que las nuevas unidades son tremendamente competitivas gracias a que, a
pesar de ser unidades familiares o individuales, funcionan con lógicas
comunitarias, basadas en sistemas de autoayuda, reciprocidad, solidaridad tan
propias del pensamiento indígena campesino. Son lógicas diferentes a la lógica
empresarial donde lo más importante es maximizar la tasa de ganancia, minimizar
costos, maximizar el uso de los recursos.
En cambio en estas nuevas lógicas, la ganancia es importante pero es secundaria
frente a otras prioridades, como la estabilidad de la unidad familiar, el
fortalecer la red familiar ampliada, el ayudar al que lo necesite, el ganar
prestigio, el redistribuir en la comunidad la acumulación individual, el ser
autoridad respetada en la comunidad, el estar bien con dios y la pachamama, etc.

Para muchos intelectuales, esta economía está basada en la autoexplotación, pues
los trabajadores no tienen horario y están mal remunerados; critican que son
economías informales que no respetan la ley de trabajo ni pagan impuestos. Esta
visión revela cuan incomprendida es esta nueva forma económica, revela el
profundo desconocimiento de la economía indígena que le dio origen y, sobre
todo, un desconocimiento de los valores que gobiernan estas nuevas lógicas
económicas.
Un nuevo actor político
En términos políticos, los campesinos indígenas, los que se quedaron en el campo
y los que emigraron a las ciudades, los que tuvieron que integrarse violetamente
al mercado, son la verdadera base social del gobierno de Evo Morales. Son una
fuerza política muy importante, no sólo porque son numerosos, sino también
porque, a pesar del incremento de sus ingresos, forman parte de los explotados
del sistema, al carecer de capital y estar insertos en el mercado. A ellos
también el capital les expropia la plusvalía y les deja ganar sólo el mínimo de
subsistencia, como al trabajador asalariado. En esta medida, ellos invitan a
repensar el concepto de proletariado.
El haber incorporado en la nueva Constitución de Bolivia el reconocimiento de la
economía plural, tiene sentido para los empresarios, pues garantiza que se
respetará la inversión privada. Pero también tiene sentido para los campesinos
indígenas pues obliga al Estado a implementar políticas específicas para
potenciar y desarrollar esta nueva forma económica, la economía social
comunitaria, el nuevo actor político.
En conclusión
Para concluir se debe señalar que los despidos masivos en Estados Unidos tienen
relación estrecha con los celulares del indígena en Bolivia, y no es porque
estemos ante una nueva paradoja de la teoría del caos; ambos fenómenos forman
parte de un mismo problema, la inevitable caída de la tasa de ganancia en el
sistema capitalista y la lucha de clases.
La respuesta del sistema es la globalización que es un proceso de integración
económica a escala planetaria, basado en la ampliación de mercados gracias al
desarrollo de la informática y la comunicación; pero es un proceso
multidimensional, donde la cultura es una de las dimensiones de mayor
transformación.
El acceso de los indígenas campesinos al celular, al mercado, al internet y la
TV podrá traer efectos positivos y negativos en sus culturas, inclusive podrá
provocar transformaciones profundas en sus valores éticos y estéticos; pero no
hay duda que la incorporación de estos pueblos a ciudadanía boliviana está
teniendo una enorme incidencia en la construcción del Estado Plurinacional.

[1] Artículo publicado en “Le Monde Diplomatique”, edición boliviana de
diciembre de 2013
[2] Economista, integrante del Círculo de Estudios Karl Marx y de la Red
Boliviana del Pensamiento Económico Crítico miguemo@gmail.com

In
Rebelión
http://rebelion.org/noticia.php?id=179334
13/1/2014

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