terça-feira, 24 de julho de 2018

Nicaragua, la revolución y la niña en el bote



 
  
  
(Por Atilio A. Boron)


La dolorosa coyuntura actual en Nicaragua ha precipitado un verdadero aluvión de
críticas. La derecha imperial y sus epígonos en América Latina y el Caribe
redoblaron su ofensiva con un único y excluyente objetivo: crear el clima de
opinión que permita derrocar sin protestas internacionales al gobierno de Daniel
Ortega, elegido hace menos de dos años (noviembre del 2016) con el 72 por ciento
de los sufragios. Esto era previsible; lo que no lo era fue que en esa
arremetida participaran con singular entusiasmo algunos políticos e
intelectuales progresistas y de izquierda que unieron sus voces a la de los
lenguaraces del imperio. Un notable revolucionario chileno, Manuel Cabieses
Donoso, de cuya amistad me honro, escribió en su flamígera crítica al gobierno
sandinista que “la reacción internacional, el ‘sicario’ general de la OEA, los
medios de desinformación, el empresariado y la Iglesia Católica se han adueñado
de la crisis social y política que gatillaron los errores del gobierno. Los
reaccionarios se han montado en la ola de la protesta popular.”  Descripción
correcta de Cabieses Donoso de la cual, sin embargo, se extraen conclusiones
equivocadas. Correcta porque es cierto que el gobierno de Daniel Ortega cometió
un gravísimo error al sellar pactos "tácticos" con enemigos históricos del FSLN
y, más recientemente, tratar de imponer una reforma previsional sin consulta
alguna con las bases sandinistas o actuar con incomprensible desaprensión ante
la crisis ecológica en la Reserva Biológica Indio-Maíz. Correcta también cuando
dice que la derecha vernácula y sus amos extranjeros se adueñaron de la crisis
social y política, dato éste de trascendental importancia que no puede ser
soslayado o subestimado. Pero radicalmente incorrecta es su conclusión, como son
las de Boaventura de Sousa Santos, la del entrañable y enorme poeta Ernesto
Cardenal, y Carlos Mejía Godoy, amén de toda una plétora de luchadores sociales
que en sus numerosas denuncias y escritos exigen –algunos abiertamente, otros de
modo más sutil- la destitución del presidente nicaragüense sin siquiera esbozar
una reflexión o arriesgar una conjetura acerca de lo que vendría después.
Conocidos los baños de sangre que asolaron Honduras siguiendo la destitución de
“Mel” Zelaya; los que hubo en Paraguay luego del derrocamiento “express” de
Fernando Lugo en 2012, y antes lo que sucediera en Chile en 1973 y en Guatemala
en 1954; o lo que hicieron los golpistas venezolanos después del golpe del 11 de
Abril en el interludio de Carmona Estanga “el breve”, o lo que está ocurriendo
ahora en Brasil y los centenares de miles de asesinatos que hizo la derecha
durante las décadas del “cogobierno FMI-PRIAN” en México, o el genocidio de los
pobres practicado por Macri en la Argentina. ¿Alguien en su sano juicio puede
suponer que la destitución del gobierno de Daniel Ortega instauraría en
Nicaragua una democracia escandinava?
Una debilidad común a todos los críticos es que en ningún momento hacen alusión
al marco geopolítico en el que se desenvuelve la crisis. ¿Cómo olvidar que
México y Centroamérica es una región de principalísima importancia estratégica
para la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos? Toda la historia del
siglo veinte está marcada por esta obsesiva preocupación de Washington para
someter al rebelde pueblo nicaragüense. A cualquier precio. Si para ello fue
necesario instaurar la sangrienta dictadura de Anastasio Somoza a la Casa Blanca
no le tembló el pulso y actuó en consecuencia. Criticado por algunos
representantes Demócratas en el Congreso de Estados Unidos por el respaldo que
Franklin D. Roosevelt le otorgaba al dictador, éste se limitó a responder que
“sí, es un hijo de puta pero es NUESTRO hijo de puta.” Y las cosas no cambiaron
desde entonces. Cuando el 19 de Julio de 1979 el Frente Sandinista derrotó al
régimen somocista, el presidente Ronald Reagan no titubeó un minuto en organizar
una operación mafiosa de tráfico ilegal de drogas y armas a los efectos de poder
financiar, más allá de lo que autorizaba el Congreso de Estados Unidos, a la
“contra” nicaragüense. Se conoció todo esto bajo el nombre de “Operación
Irán-Contras”. ¿Podemos ser hoy tan ingenuos para obviar estos antecedentes, o
para pensar que esas políticas intervencionistas y criminales son cosas del
pasado? Un país, además, que en tiempos recientes ha planeado la construcción de
un canal interoceánico –financiado por enigmáticos capitales chinos-que
competiría con el de Panamá, controlado de hecho, si no de derecho, por Estados
Unidos. Estos no son datos anecdóticos sino de fondo, indispensables para
calibrar con precisión el marco geopolítico en que se desenvuelven los trágicos
acontecimientos de Nicaragua.
Todo lo anterior no significa obviar los graves errores del gobierno de Daniel
Ortega y el enorme precio pagado por un pragmatismo que si estabilizó la
situación económica del país y mejoró las condiciones de vida de la población
hipotecó la tradición revolucionaria del sandinismo. Pero el pacto con los
enemigos siempre es volátil y transitorio. Y ante la menor muestra de debilidad
del gobierno, y ante un grosero error basado en el desprecio por la opinión de
la base sandinista, aquellos se lanzaron con todo su arsenal a la calle para
voltear a Ortega. Trasladaron buena parte de los mercenarios que protagonizaron
las “guarimbas” en Venezuela a Nicaragua y están aplicando ahora en Nicaragua la
misma receta de violencia y muerte que se enseña en los manuales de la CIA.
Conclusión: la caída del sandinismo debilitaría el entorno geopolítico de la
brutalmente agredida Venezuela, y aumentaría las chances para la generalización
de la violencia en toda la región.
Estando en el Foro de Sao Paulo que tiene lugar en La Habana pude deleitarme en
la contemplación del Caribe. Allí divisé, a lo lejos un frágil botecito. Lo
manejaba un robusto marinero y, en el otro extremo se encontraba una joven
muchachita. El timonel parecía confundido y se esforzaba para mantener el rumbo
en medio de una amenazante marejada. Y se me ocurrió pensar que esa imagen podía
representar con elocuencia al proceso revolucionario, y no sólo en Nicaragua
sino también en Venezuela, Bolivia, donde sea. La revolución es como aquella
niña, y el timonel es el gobierno revolucionario. Este se puede equivocar,
porque no hay obra humana a salvo del error; y cometer errores que lo dejen a
merced del oleaje y pongan en peligro la vida de la niña. Para colmo, no muy
lejos se dibujaba la ominosa silueta de una nave de guerra de Estados Unidos,
cargada de armas letales, escuadrones de la muerte y soldados mercenarios. ¿Cómo
salvar a la niña? ¿Botando el timonel al mar y dejando que se hunda el bote, y
con él la niña? ¿Entregándola a la turba de criminales que se agolpan, sedientos
de sangre y prestos para saquear el país, robarle sus recursos y violar y luego
matar a la jovencita? No veo que eso sea la solución. Más productivo sería que
algunos de los otros botes que se encuentren en la zona se acerquen al que está
en peligro y hagan que el desastrado timonel enderece el rumbo. Hundir al que
lleva a la niña de la revolución, o entregarla al navío norteamericano
difícilmente podrían ser consideradas soluciones revolucionarias.

In
RED ROJA
http://redroja.net/index.php/noticias-red-roja/opinion/4936-nicaragua-la-revolucion-y-la-nina-en-el-bote
18/7/2018

Nenhum comentário:

Postar um comentário