quinta-feira, 11 de junho de 2020

Las plataformas digitales no se regulan, se colectivizan ***


 


EL PROYECTO DE LA MINISTRA DEL TRABAJO DEL GOBIERNO ESPAÑOL ES
CONSERVADOR . EN LA PRÁCTICA PROMOVERÁ UNA ORGANIZACIÓN TIRÁNICA A FAVOR
DE LAS EMPRESAS DIGITALES

*Ekaitz Cancela, investigador en nuevas tecnologías, escritor y periodista**

Partamos de aquello que la literatura ortodoxa omite con frecuencia:
existe una correlación positiva entre el auge de las plataformas
digitales y la crisis financiera de 2008.

De un lado, un enorme ejército industrial de reserva flotante ávido de
encontrar ingresos adicionales en un momento en el que en España
existían más de tres millones de desempleados, la mayor cifra de la
historia.

De otro, gracias a tasas de interés negativas, la necesidad de los
grandes capitales por incrementar la rentabilidad de sus operaciones
apostando por start-ups que tuvieran costes laborales reducidos.

Junto a la herencia taylorista de alcanzar la máxima eficiencia mediante
la organización científica del trabajo y el desarrollo de softwares
capaces de cuantificar a cada individuo en base a sus operaciones, el
sistema de explotación capitalista ha evolucionado hasta un punto que la
izquierda tradicional no es capaz de imaginar y mucho menos ofrecer
respuestas progresistas.

La década de 1960 estaba a punto de llegar a su indómito final cuando
los primeros sistemas de información basados en ordenadores entraron al
espacio de trabajo con el desarrollo de los microchips; los cuales
alcanzaron un uso masivo en el momento en que el PSOE firmaba la reforma
laboral del 1984. Debido a las propias contradicciones internas del
capitalismo, la tendencia a largo plazo de la introducción de estas
tecnología en las empresas tuvo como consecuencia una dramática
reducción de la plusvalía.

Sumidos en una feroz competencia con sus rivales, los capitales
individuales respondieron a esta coyuntura con la extensión e
intensificación del trabajo. La conclusión parece sencilla: la
tecnología, en particular los métodos para ajustar la producción, no
desembocaron en la sustitución de la fuerza de trabajo por máquinas o
robots, sino en que los capitalistas desplegaran tácticas como la
reducción del tiempo de descanso para aumentar la productividad.

Sea encadenados a brazaletes inteligentes en los almacenes logísticos de
Amazon o sometidos mediante aplicaciones durante el reparto de
mercancías, el conflicto contra el capital al que se enfrenta la fuerza
de trabajo en la actualidad es similar al de antaño. O cómo se entiende,
si no en el contexto de un conflicto por la distribución plusvalor, la
centralización del capital mediante fusiones y adquisiciones en la
plataformas de reparto.

La autoridades de competencia británicas permitieron recientemente que
Amazon se hiciera con Deliveroo, quien al igual que Uber ha iniciado
conversaciones para comprar la start-up española Glovo. También los
consejos de adminitración de Just Eat y Takeaway.com han llegado a un
acuerdo para combinar ambos negocios de entrega de alimentos en Europa.
Ambas han tratado de hacerse con Grubhub, la tercera plataforma de
reparto más grande de EE UU, la cual Uber también está tratando de adquirir.

Todas estas empresas comparten una máxima, la explotación del trabajo
mediante desarrolladas tecnologías digitales. Aquello que los voceros de
la industria han llamado “revolución digital” debe ser entendido como un
resultado (no una causa) de las relaciones de propiedad capitalista, es
decir, de la necesidad de las firmas de aumentar la rentabilidad, en
muchos casos para servir a sus accionistas, en un contexto de enorme
competencia.

Y si existe una novedad, esta hemos de buscarla en la proliferación de
sensores intensivos en datos conectadas a Internet, incluidos los
integrados en los teléfonos inteligentes que permiten a los capitalistas
recopilar todo tipo de datos y vigilar a la fuerza de trabajo mediante
sus aplicaciones.

Algunas voces académicas señalan que los sistemas de reputación de estas
plataformas colocan al consumidor en el rol del manager, otras van más
allá y apuntan que dichos datos actúan como un input en un proceso
cibernético de retroalimentación capaz de disciplinar a mano de obra a
demanda sin la necesidad de un gerente humano para mejorar su
rendimiento laboral.

En cualquiera de los casos, la estrategia de las firmas tiene como
objetivo último conectar de manera algorítmica el proceso de producción
con la demanda del mercado. Ocurre gracias a que el considerable
ejército de reserva permite que el salario medio caiga en picado debido
a que existen grandes cantidades de individuos dispuestos a asumir la
precarización y la flexibilización del trabajo, pero también debido a
que las tecnologías digitales promueven conductas laborales que cumplen
con reglas previamente definidas mediante el análisis de datos para
reducir al máximo los costes operativos de la firma.

En un contexto marcado por la sofisticación tanto de las tecnologías
digitales como de los métodos de control y la organización del trabajo
taylorista, la izquierda ha aprovechada su histórica llegada al Gobierno
para limitarse a impulsar la agenda tradicional de mejorar los salarios,
recuperar derechos laborales y reivindicar la autonomía personal de los
trabajadores; una idea a la que el propio Taylor no se oponía de manera
directa, pues no era necesariamente contradictoria con el control
gerencial que defendía su método.

De hecho, en una reunión reciente con representantes de los sindicatos
RidersxDerechos y UATAE, la ministra de Trabajo defendió el proyecto de
ley que impulsa para que los mensajeros sean considerados asalariados y
no autónomos; una propuesta similar a la que ha propuesto Pascal
Savoldelli, diputado francés del Partido Comunista.

De acuerdo a este pensamiento unidimensional parece no poder existir
ningún mundo distinto al del trabajo. “Soy una defensora de la
redefinición de una sociedad basada en el trabajo, y en el trabajo de
calidad. Y el trabajo es todo: el trabajo es escribir poemas, el trabajo
es ser música, o maestra, o peluquera o limpiadora,” decía Yolanda Díaz
en una conversación con este mismo medio.

Si las plataformas digitales han sustituido a las fábricas creando un
mundo de autónomos, la propuesta de la ministra de IU aboga por lo que
en la práctica es emplear los mecanismos del Estado para mejorar
ligeramente la condición del trabajador dentro del ejército industrial
de reserva, permitiéndole pasar de estancado a flotante entre la
población sobrante. ¿Qué pasará si los 20 millones de dólares al mes que
Uber destina a tecnologías de autoconducción terminan con los
conductores? ¿O si los drones de reparto o los zepelines con los que
Amazon testea el reparto de mercancías hacen innecesaria a toda esa mano
de obra?

Al margen de para disciplinar a la fuerza de trabajo, la recolección de
datos que llevan a cabo estas empresas sirve para entrenar diariamente a
sistemas inteligentes que en el peor de los horizontes tienen como fin
sustituir al trabajador.

Por eso, incluso si la acción conjunta de la ministra y los sindicatos
(¿alguien espera algo de UGT, que ha firmado un acuerdo para formar a
sus cuerpos con Google Actívate?) lograran que la monitorización en el
puesto de trabajo no desembocara en la discriminación de la fuerza
laboral, a duras penas podría evitar que a largo plazo esos datos
sirvieran para hacerla prescindible.

Además de no tener en cuenta que la rentabilidad es un elemento central
en las estrategias empresariales que actúa como elemento de regulación
turbulenta de la oferta y demanda, una agenda meramente centrada en el
trabajo es incapaz reimaginar las instituciones y aprovechar el
desarrollo actual de las tecnologías para ir más allá y empoderar a los
trabajadores. ¿Acaso no es una filosofía conservadora tratar que los
trabajadores se adapten a este mundo, pero con un salario ligeramente mayor?

Más que transformar la realidad, esta aproximación aparentemente
progresista hacia las plataformas digitales obliga a los trabajadores a
cambiarse a sí mismos. La formas de organización de la fuerza de
trabajo, asentadas bajo aspectos como la gamificación de los incentivos
salariales, los métodos de reputación o gratificación y los sistemas de
notificación automáticas que emplean las empresas (todos ellos
adaptables a la legislación laborales), modifican el comportamiento de
los sujetos a fin de que se ajusten a las racionalidades que las
compañías proyectan sobre ellos y a sus estrategias corporativas.

Aunque sean asalariados, estas empresas van a seguir empleando la
tecnología para medir el sueño, los ingresos, el gasto, cada segundo de
trabajo y procesando estos datos a fin de conseguir una enormes masa de
trabajadores descualificados que repiten de manera eficiente tareas
rutinarias. Al mismo tiempo, ello debilitará su poder de acción
colectiva debido a la enorme competencia en el mercado laboral. Además,
existen evidencias de que este modelo se está extendiendo a otras áreas,
incluidos los servicios de salud, la enseñanza, los servicios legales y
una amplia variedad de tareas manuales y de mantenimiento.

En definitiva, la vieja izquierda (representada en todo su esplendor por
Díaz) obvia completamente los procesos de retroalimentación que tienen
lugar dentro de la plataforma, los cuales establecen una relación de
control cibernético basada en la división entre una pila que compone la
infraestructura tecnológica (servidores, la nube, red) y la propia
aplicación del móvil, que media la división del trabajo entre los
ingenieros y los repartidores. Sencillamente, los segundos no pueden
estar a disposición de lo que un capitalista encargue a los primeros.
Los trabajadores, al igual que los ciudadanos, necesitan controlar el
acceso a la infraestructura digital para transformar la realidad actual
y el contexto en el que desempeñan su labor.

En general, la izquierda adolece de un problema de imaginación política
porque cree que el mundo sigue siendo el mismo al de hace una década o
incluso un siglo. En buena medida debido a su delirante inquina con el
Estado, no ha dedicado ni un sólo segundo a pensar en cómo emplear las
tecnologías para diseñar métodos de coordinación social, cooperación
ciudadana e innovación social de una manera distinta a la establecida
por las lógicas del mercado.

Hasta ahora ha considerado aceptable y legítimo que los estratos más
elevados de la clase social empleen estas aplicaciones simplemente para
relacionarse con los niveles más bajos de una manera tremendamente
injusta y egoísta. Grosso modo, la información que se genera mediante
este feedback desemboca en descuentos personalizado en el precio del
servicio para la parte superior y en recortes en el salario para la
inferior. Desde luego, la solución no es simplemente facilitar una base
salarial estable mientras se niegan la importancia de un ingreso mínimo
vital.

Un cambio epistémico está en marcha, lo cual determina notablemente los
términos del conflicto político. Si bien las instituciones se encuentran
en un proceso de transformación que ha permitido a Podemos alcanzar el
poder político, a menos que logre diseñar medios de coordinación
distintos al Estado con la ayuda de la tecnología y transmitírselo a los
ciudadanos de manera clara sus días estarán contados. Este es el terreno
en el que se disputa la lucha contra sectores neoliberales y
solucionistas como el que representan Nadia Calviño y Carme Artigas
respectivamente.

Desde posiciones conservadoras como la que ambas defienden, al margen de
cerrar filas sobre la posible derogación de la reforma laboral, pedir
mayor flexibilidad y la “mochila austriaca”, se reclama la
digitalización del trabajo mediante la aplicación del análisis de datos
a un Portal de empleo de ámbito nacional que incluso podría llegar a ser
europeo.

A esto se refieren los voceros del BBVA Research, quienes están tratando
de sacar partido de la epidemia desatada por el coronavirus para avanzar
en la agenda conservadora empresarial, cuando hablan de crear un mercado
laboral ‘on demand’ compuesto por trabajadores de cualquier sector al
que las empresas puedan acudir a fin de apoyar a su cada vez más
reducida masa laboral.

Resulta incomprensible que quienes reivindican a George Lakoff en el
Congreso no entiendan que hasta sus movimientos políticos más exitosos
forman parte de una estrategia reactiva.

La izquierda debe de ver en el lenguaje orwelliano sobre la
digitalización una ventana de oportunidad. Se trata de defender que las
ganancias en eficiencia que proporcionan los sistemas digitales que
ahora controlan al trabajador sin ayuda humana pueden ir más allá de la
planificación de los mercados. El desarrollo de la inteligencia
artificial como medio para sustituir el trabajo indirecto de gestión y
planificación de la producción debe materializarse de manera distinta a
la lógica de la producción capitalista. Esta postura es proactiva.

Para ello, al margen de la retórica, la izquierda debe entender que los
ingenieros que ahora programan y objetivizan el capital en la máquina
deben gozar de un apoyo público prolongado por parte del Estado para
desarrollar tecnologías radicales.

También que los ciudadanos tienen capacidad para relacionarse
políticamente entre sí de una manera más directa de la que posibilitan
los partidos políticos o sindicatos.

De hecho, llevando un poco más allá esta idea, el Estado debiera
limitarse a cuestiones como asegurar una capacidad computacional
suficiente que permita aplicar métodos de machine learning a nivel local
para fomentar la colaboración entre ciudadanos de manera muy distinta a
la que promueve la dicotomía productor-consumidor presente en el reparto
a domicilio.

Esta suerte de colectivización de las plataformas digitales no sólo
desemboca en relaciones sociales horizontales, en lugar de verticales,
sino que facilita soluciones locales, diseñadas a medida de las
necesidades sociales, no del gran capital global expresado de manera
cultural en la aplicación.

Del mismo modo, la retroalimentación cibernética pasaría de perpetuar el
sistema capitalistas actual a facilitar su transformación en líneas
socialistas mediante la comunicación entre quienes detectan problemas
sociales y quienes lo solucionan. Debe iniciarse un enorme debate
ideológico en torno a estas cuestiones, y debe ocurrir cuanto antes.

*Artículo publicado primeramente en el diario digital El Salto

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/06/10/las-plataformas-digitales-no-se-regulan-se-colectivizan/
10/6/2020

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