sábado, 13 de junho de 2020

Teletrabajo, tecno-utopías e ideologías de lo doméstico





*CON EL TELETRABAJO LOS EMPRESARIOS TOMAN UN RÍGIDO Y TIRÁNICO CONTROL
DE LOS ASALARIADOS *

por Ángel Ferrero, periodista y ensayista catalán

Una de las medidas decretadas estas últimas semanas por numerosos
gobiernos para reducir el contagio del SARS-CoV-2 ha sido el
confinamiento de la población. Para no detener su actividad económica,
son muchas las empresas que han recurrido al teletrabajo y los
principales medios de comunicación han publicado varios artículos
ensalzando sus virtudes.

Sin embargo, desde las redes sociales y algunos medios no se tardó en
señalar lo obvio: no sólo todos los empleos no lo permiten, sino que
muchos de ellos pertenecen a la categoría de trabajos esenciales en
época de pandemia, y algunos de éstos se encuentran, además, entre los
peor remunerados.

Solamente en Francia se calcula que pueden recurrir a esta modalidad de
empleo un 60% de los trabajadores especializados, pero únicamente un 1%
de los trabajadores sin especialización o que desempeñan trabajos
manuales, según una encuesta del Institut national d’études
démographiques (Ined). Pero incluso entre los trabajadores de cuello
blanco el teletrabajo está lejos de ser la panacea que han presentado
estos días los utopistas tecnológicos.

Las ventajas, reales o supuestas, del teletrabajo acostumbran a
presentarse más o menos como sigue: este permite trabajar cómodamente
desde el propio hogar, organizar de manera flexible el horario laboral,
conciliar el empleo con el trabajo doméstico y la vida familiar, evitar
el contacto con colegas desagradables y así sucesivamente.

En este sentido, esta promoción del teletrabajo puede enmarcarse en lo
que John Hartley llamó «ideología de lo doméstico» en su análisis sobre
el papel de la televisión en los cambios en el urbanismo y la
distribución de los espacios en los hogares durante la segunda mitad del
siglo XX.

Según Hartley cuando «el problema era la incontrolada y siempre
creciente clase trabajadora urbana en lugar de controlarla como a una
fiera desde el exterior, mediante aparatos represivos del Estado como la
ley, el gobierno, las fuerzas armadas, las prisiones, la policía y,
finalmente, los psicólogos, se pensó que resultaría mejor crear las
condiciones para el autocontrol y la autoadministración por parte del
pueblo»

En esta ideología de lo doméstico explicó Hartley: «una campaña tanto
política como comercial convirtió al hogar en algo más que una vivienda,
más que un refugio, se convirtió en un estilo de vida en sí mismo y en
las actividades que debía sostener».

En los artículos por teletrabajo los inconvenientes se reducen
generalmente a la capacidad de los propios trabajadores para organizar
su horario laboral, mantener una disciplina y evitar la tentación de
procrastinar. Se olvida, o se quiere olvidar, que el trabajo también es
para millones de personas un espacio de socialización, con todo lo que
ello implica.

No sorprende que el teletrabajo sea un modelo tan bien valorado por
muchas empresas: la atomización social dificulta la organización
sindical. ¿Cuántos inspectores de trabajo acuden a los hogares para
comprobar que se cumplen las condiciones y los horarios de trabajo?

Además, como sabemos (por los autónomos y falsos autónomos) el
teletrabajo puede acabar desplazando algunos costes al propio
trabajador, que corre así con los gastos de electricidad, teléfono y en
no pocas ocasiones con su propio equipo informático.

Los precedentes invitan por lo demás a la desconfianza: el acceso de
millones de personas a Internet en la década de los noventa, en ausencia
de otras medidas (y más bien en presencia de medidas regresivas en lo
laboral), no ha conducido a ninguna utopía tecnológica, y la intensidad
y la duración de la jornada laboral, así como el control de las empresas
sobre sus empleados, no únicamente se han mantenido, sino que en
ocasiones se han intensificado debido a esas mismas nuevas herramientas
tecnológicas, también para aquellos que trabajan desde casa, por
ejemplo, mediante programas que supervisan el uso del teclado, el cursor
o el tiempo que el monitor está encendido antes de que se active el
protector de pantalla.

*Trabajar desde casa, ¿menos trabajo?*

Las quejas habituales de quienes trabajan en casa van por lo común desde
la difuminación de los límites temporales y espaciales entre trabajo y
vida personal hasta la exigencia de las empresas hacia sus empleados de
presentar plena disponibilidad a la hora de responder correos
electrónicos y llamadas de teléfono, pasando por problemas en la
comunicación con otros miembros del equipo, pérdida de motivación y
sensación de soledad.

No son pocos los casos que terminan en el llamado síndrome de desgaste
profesional –popularmente conocido como burnout– y, si el trabajador no
responde a las demandas de sus jefes, puede ser despedido sin
contemplaciones y sin el temor a esperar ninguna contestación: al fin y
al cabo, entre él y sus compañeros de trabajo no existen apenas vínculos
emocionales y seguramente ni siquiera hayan tenido que verse en persona.

Mientras el trabajador cree que se ha liberado del yugo empresarial y
retomado las riendas de su vida (incluso, en no pocas ocasiones,
convertido en apariencia “en su propio jefe”), desde las cumbres de su
empresa se le ha despojado de prácticamente todos sus atributos humanos
y convertido en pura fuerza productiva …y si no cumple con los
resultados, se cambia por otro, sin más.

Sobre la productividad, resulta revelador un estudio de la consultora
estadounidense Airtasker realizado el pasado mes de marzo entre más de
1.000 empleados, 505 de ellos en régimen de teletrabajo. De media,
quienes trabajaban desde casa lo hacían 1’4 días más por mes, o unos
16’8 días más al año, que aquellos que trabajaban en la oficina. Del
mismo modo, se calculó que los empleados en una oficina perdían una
media de 37 minutos diarios en distracciones (sin contar las pausas para
comer o tomar un café), frente a los 27 minutos de quienes trabajaban
desde casa.

El estudio también demostró que los empleados en oficinas socializan más
con sus colegas: hasta una hora diaria de conversación no relacionada
con el trabajo, mientras el tiempo se reducía a 29 minutos para quienes
trabajaban desde casa. El porcentaje que dijo tener problemas para
conciliar su vida laboral y personal (29%) fue superior al de quienes
trabajan en una oficina (23%).

Finalmente, cuando se entraba en preguntas concretas prácticamente todos
y cada uno de los porcentajes eran peores para el teletrabajo con
respecto al trabajo en oficina: estrés excesivo durante la jornada
laboral (54%-49%), elevado nivel de ansiedad (45%-42%), procrastinación
(37%-35%), abandono de la tarea por el estado mental del trabajador
(31%-30%), abandono del trabajo antes de tiempo por sentirse sobrepasado
(26%-17%), evitar interactuar con otros trabajadores (23%-29%),
dificultad a la hora de gestionar las emociones en el trabajo (21%-21%),
saltarse el trabajo debido a la baja motivación (18%-17%).

*La perspectiva ecológica*

Del teletrabajo también se ha dicho que ayudaría en la lucha contra el
cambio climático al reducir o incluso eliminar el desplazamiento hasta
el puesto de trabajo favoreciendo la descentralización y la creación de
entornos más amables para el ciudadano -atesorando un potencial
modificación de planes urbanos por completo – en detrimento de la
especialización por barrios y los conocidos rascacielos de oficinas de
vidrio.

Dejando de lado que este argumento tiene exclusivamente en cuenta el
transporte individual en automóvil y olvida el transporte público,
considérese este otro ejemplo: el 22 de marzo Bank of America y Wells
Fargo anunciaron el cierre de todas sus oficinas en India y enviaron a
sus empleados a continuar trabajando desde casa. El problema no tardó en
descubrirse; no todos los empleados disponían de ordenadores portátiles
ni tabletas con las que realizar su trabajo. Solamente Wells Fargo
cuenta con unos 20.000 trabajadores en India (datos de 2019).

Cabe preguntarse cuál es el coste no ya económico, sino ecológico de
multiplicar el número de dispositivos –cuya fabricación requiere por lo
demás un elevado consumo de energía y cuyo uso incrementa
considerablemente el consumo de electricidad– en comparación con un
equipo informático en un centro de trabajo que puede ser compartido por
varios empleados.

En efecto, la publicidad de los fabricantes destaca la capacidad de
almacenamiento de estos dispositivos y la posibilidad de ejecutar
diversas tareas como parte de su saldo positivo en lo ecológico, pero se
calla convenientemente que están enfocados más a un uso individual que
colectivo.

Los problemas, sin embargo, no terminan aquí. «Se puede tener un
edificio muy eficiente en una ciudad donde la gente camina o utiliza el
transporte público, pero si quienes trabajan desde su hogar encienden la
calefacción en toda la casa, [el balance ecológico] es negativo»,
observaba hace unos años Paul Swift, asesor de Carbon Trust, en
declaraciones a la agencia Bloomberg.

Así, continuaba este medio, «sólo los trabajadores que viven lejos de la
oficina, que de lo contrario tendrían que ir en automóvil, contribuyen
una reducción global de la contaminación […] los que caminan o toman el
transporte público incrementarían sus emisiones trabajando desde casa.»
Todo ello sin entrar en cuestiones como la obsolescencia planificada o,
en un plano ideológico, la cultura de consumo.

Nada de esto constituye, por supuesto, un rechazo frontal al
teletrabajo. Este no es per se negativo, pero depende, como tantas otras
cosas, del marco de relaciones sociales y laborales en el que se
implementa. En la actual situación pudiera ocurrir que, en vez de
llevarnos a las utopías tecnológicas de liberación individual recicladas
de los años noventa, nos condujese a escenarios de más explotación
laboral y un mayor control social y desintegración social.

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/06/12/teletrabajo-tecno-utopias-e-ideologias-de-lo-domestico/
12/6/2020

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