quarta-feira, 27 de outubro de 2021

China: una «profunda revolución” hacia el objetivo de una nueva “prosperidad común”






*ALBERTO CRUZ, PERIODISTA INVESTIGADOR DEL CEPRID*

El debate ya es abierto, por más que desde sectores de la pretendida
izquierda –y bajo las ‎supuestas banderas obreristas– se trate de
desprestigiar y situándose donde siempre, en el poder ‎hegemónico
occidental. En China hay un giro anticapitalista evidente producto de
una ‎‎«profunda revolución» que se enmarca en el objetivo, planteado en
el 14º Plan Quinquenal, ‎en octubre de 2020, de lograr una «prosperidad
común» para el año 2035.‎

Gusten o no, los acontecimientos políticos en China no dejan de dar
lugar a titulares en ‎los medios financieros capitalistas desde que en
noviembre del año pasado se inició lo que ‎ha sido denominado como
«represión» contra los grandes capitalistas, un movimiento que ‎comenzó
cuando se detuvo la oferta pública de adquisición de acciones del Grupo
Ant, propiedad ‎del multimillonario Jack Ma y “brazo financiero” de su
gran emporio Aliaba [1]. ‎

Aunque frunció el ceño y emitió las acostumbradas críticas sobre la
«represión comunista», ‎ni siquiera el casi todopoderoso Wall Street vio
en aquel momento lo que ese hecho ‎conllevaba. Pero luego ocurrió otro
tanto con otras grandes empresas, tanto de tecnología ‎financiera como
de transporte, y se llegó a la educación, a la tecnología del
entretenimiento y a ‎la construcción. Fue entonces cuando se desató el
pánico.‎

El penúltimo movimiento –el último está aún por llegar– es el tema de la
especulación ‎inmobiliaria que representa Evergrande Group y cómo lo ha
enfrentado Pekín, en las antípodas de ‎lo que hizo en su momento el
capitalismo con la crisis de Lehman Brothers. ‎

El capitalismo occidental se relamía con lo que anticipaba como «el
momento Lehman Brothers ‎de China», el golpe definitivo a los chinos y a
su empuje geopolítico. Pero no, China ha ‎demostrado que se puede actuar
de otra forma porque la diferencia entre el caso de Lehman ‎Brothers,
que generó la crisis capitalista de 2008 (de la que aún no se ha salido,
y que se suma ‎a la generada ahora por el Covid-19), es que en China hay
un Estado mientras que en Occidente ‎los Estados han sido destruidos por
el neoliberalismo.‎

En China se evitó el tsunami de 2008 aplicando medidas económicas
impulsadas por el Estado ‎‎(construcción de casas, de infraestructuras,
etc.) para evitar costos sociales y enfrentar el ‎desempleo que se
habría generado de no actuar así puesto que todo el sistema económico
‎basado en la producción de bienes para la exportación quedó casi
paralizado por la crisis ‎occidental.

Todo eso sirvió para proteger a la población china (hay que comparar
esta actuación, pensada ‎para la gente, con el despropósito occidental
que se tradujo en un significativo incremento del ‎desempleo y de las
privatizaciones). Pero eso tuvo un costo que reforzó el capital
especulativo, ‎sobre todo en el sector inmobiliario, porque estas
medidas, si se quiere de emergencia, ‎terminaron fortaleciendo el
capitalismo chino al tiempo que terminaron salvando al capitalismo
‎occidental.‎

Ya ha pasado más de un mes desde que «la crisis de Evergrande» parecía
que iba a llevarse por ‎delante la «amenaza» china, pero no solo no ha
sido así, sino que el gobierno chino ha ‎utilizado esa «crisis» para
enfrentar uno de los grandes retos anunciados en el 14º Plan
‎Quinquenal. Ese reto, en el lenguaje chino, ha sido enunciado como
«abordar las tres grandes ‎montañas»: la educación, la vivienda y la
sanidad. Son los tres grandes retos que China ‎se plantea para lograr la
«prosperidad común», el gran objetivo proclamado hace un año y que ‎se
espera alcanzar en 2035.‎

Si a la educación privada ya se le dio un golpe importante a principios
de este año (aunque aún ‎no se abordado su modificación definitiva),
ahora llega el turno de la vivienda. En efecto, ‎aprovechando la
coyuntura de la crisis, ya se ha dicho en China, y que debería tenerse
‎en cuenta en otros parámetros fuera de ese país: « la vivienda es para
vivir, no para ‎especular.» ‎

Es decir, el gobierno chino va a actuar, pero no en interés de los
grandes capitalistas de ‎Evergrande sino a favor del interés de la
gente. Eso va a traducirse, de hecho ya está sucediendo, ‎en que muchas
de las viviendas vacías van a convertirse en viviendas sociales y ‎se
incentivará la empresa a que las venda mucho más baratas. Eso ya puede
cuantificarse ‎porque desde que se anunció que «la vivienda es para
vivir, no para especular» –algo ‎súper sensato, pero que sólo los chinos
parecen haber entendido–, el precio ya ha bajado entre ‎‎28% y 52%,
dependiendo de la zona donde se sitúe. ‎

Pero esa caída de los precios incluye no sólo las viviendas de
Evergrande, sino que es una ‎tendencia generalizada. El Estado chino
está interviniendo en los precios, sin tocar ‎‎«el mercado». ‎

Otro ejemplo: por ley, en China los alquileres no pueden incrementarse
en más de un 5% anual. ‎Para comparar: en España el precio medio del
alquiler entre abril y septiembre de este año ‎‎2021 fue del 4,3%, es
decir, en medio año casi lo mismo que en todo el año en China. Y sin los
‎límites máximos que imponen los chinos.‎

Curiosamente, Bloomberg se queja, afirmando que «no es eso lo que el
mercado quiere ‎escuchar». Y en Occidente se critica que en China se
esté pagando a los acreedores locales de ‎Evergrande «mientras que los
acreedores extraterritoriales están en el limbo». Y ¿quiénes son
‎algunos de esos «acreedores extraterritoriales»? Pues nada menos que
BlackRock y HSBC. ‎O Blackstone, que se olió la tostada y se deshizo
casi todos sus bonos en Evergrande.‎

Wall Street está rabiando y habla de «nacionalización suave» de
Evergrande… porque en China ‎se preocupan de los locales y no de los
extranjeros (Reuters, 20 de octubre) y porque el gobierno ‎provincial de
Guangdong ha suspendido un acuerdo de venta de una compañía subsidiaria
de ‎Evergrande (Servicios Propiedad de Evergrande) porque la operación
no le parece clara. ‎

Porque la clave está en que, en China, no es la empresa –léase, los
empresarios privados– quien supervisa ‎la situación. Son los gobiernos,
en este caso, el gobierno local de Guangdong, donde está ‎situada esa
subsidiaria. Supongo que no hace falta decir que el gobierno es el
Partido ‎Comunista de China. Porque el gobierno central, o sea, el
Partido Comunista de China (PCCh), ‎ha dado instrucciones a los
gobiernos locales para mitigar las consecuencias sociales y ‎económicas,
instrucciones como que las empresas estatales y municipales se hagan
cargo de ‎todas las propiedades locales de Evergrande para ponerlas a
disposición de la gente.‎

Por cierto, los temores de Wall Street sobre una «nacionalización suave»
no son nuevos ‎porque el gobierno chino anunció que Evergrande es capaz
de salir de su situación sin ayudas, ‎por sí misma, y que si eso no
fuese así se impulsaría una nacionalización, la empresa sería ‎dividida
en sectores y se asestaría así un nuevo golpe al capitalismo –uno más.
Aún no se ha ‎llegado a eso porque Evergrande, respaldada en ello por el
gobierno, está luchando por salir de ‎la crisis por sus propios medios. ‎

Pero la posibilidad de nacionalización está ahí, presente y anunciada.
Porque lo que no se sabe ‎en Occidente, o más bien ‎se oculta, es que en
China el Estado es propietario de los terrenos donde ‎se construye y
sólo los alquila a los promotores de vivienda por períodos de tiempo
fijos. ‎Por lo tanto, lo que hace el Estado chino es recuperar esos
terrenos con todo lo que tienen ‎encima, aunque compensando a la empresa
en función del tiempo que falte para la expiración ‎del alquiler.‎

En Occidente ya se sabe que el capitalismo chino está en dificultades
porque el Partido ‎Comunista así lo ha querido, porque el gobierno ha
decidido combatir el peligro que representan ‎los gigantes financieros,
un peligro que podría –y subrayo el condicional– trastocar el camino
‎hacia esa «sociedad moderadamente próspera», hacia esa «prosperidad
común» que ‎se anunció como objetivo en el 14º Plan Quinquenal. De ahí
parte todo. Lo que estamos viendo es otra ‎muestra más de cómo se está
segando la hierba debajo de los pies de los partidarios de un ‎sistema
financiero como el occidental, ultraespeculativo y desregulado. ‎Por eso
en China se habla de «profunda revolución».‎

Este es el quid de la cuestión: En China la «prosperidad común» se pone
por encima de los intereses de los acreedores extranjeros, mientras que
en Occidente es al revés. La diferencia entre Lehman ‎y Evergrande es
como el agua y el aceite. Lehman Brothers operaba en el «mercado libre»,
‎donde el Estado es inexistente, y Evergrande operaba en un mercado
regulado, donde el Estado ‎tiene poder de decisión.‎

‎EL RETORNO AL INTERÉS DEL PUEBLO…

‎Es evidente que China está regresando del capitalismo a las personas,
de una transformación ‎económica de 30 años centrada en el capital a una
que en los últimos 10 años ha venido ‎mirando a las personas y que ahora
comienza a centrarse en la gente, de cara a ese año 2035. En eso
‎consiste la «profunda revolución», una especie de regreso a la
intención original del PCCh, ‎como observaba el Diario del Pueblo en su
edición china del 1º de septiembre:

«hay que combatir el caos del gran capital (…) porque el mercado de
capitales ya ‎no puede convertirse en un paraíso para que los
capitalistas se enriquezcan de la noche ‎a la mañana (…) y la opinión
pública ya no estará en posición de adorar la cultura ‎occidental.»

‎En ese mismo artículo del Diario del Pueblo aparece otra frase a tener
muy en cuenta: ‎

‎/«Si China confía en los capitalistas para luchar contra el
imperialismo estadounidense ‎podría sufrir la misma suerte que la Unión
Soviética.»‎/

El Diario del Pueblo es el órgano oficial del Partido Comunista, por lo
que hay que tener muy ‎en cuenta lo que en él se publica. Ese artículo
nos dice que hay una nueva era en China y que ‎la etapa de Deng
Xiaoping, los tiempos del «no importa si el gato es negro o blanco, sino
que ‎cace ratones», están comenzando a pasar a la historia.‎

En sentido estricto, la etapa de Deng (1980-2000) fue como el trampolín
oficial hacia una ‎Nueva Política Económica al estilo leninista, es
decir, donde la «etapa primaria del socialismo» ‎necesitaba mercados y
capital privado para crecer. Pero, al contrario que la NEP de Lenin, ‎lo
que se hizo en China fue dar carta blanca al capital privado y al mercado.‎

En el año 2000, un año después del fallecimiento de Deng, China se unió
a la Organización ‎Mundial del Comercio, con el beneplácito de
Occidente, sobre todo de Estados Unidos, donde el ‎auge del capitalismo
chino suscitaba gran entusiasmo. Pero, a partir de ahí, se inició un
cambio ‎que está cristalizando ahora: en 2003, con Hu Jintao como
secretario general del PCCh, se inició ‎un tímido regreso a los
orígenes, hablando de «socialismo científico», de bienestar social y de
‎‎«sociedad socialista armoniosa», lo cual, curiosamente, se interpretó
en Occidente como un ‎fortalecimiento del capitalismo chino y una mayor
liberalización política.‎

Hu Jintao tuvo como sucesor a Xi Jinping y lo que se había iniciado de
forma tímida, adquirió ‎velocidad. Hasta llegar a lo de ahora, a lo que
está conmocionando a todo el capitalismo ‎occidental, aunque las bases
sólidas para ello ya existían desde 2017. Ese año se realizó el ‎‎19º
Congreso del PCCh y lo que se aprobó entonces está en el origen de todo
lo que hoy vemos ‎y que se desarrolla en el 14º Plan Quinquenal.

Entre otras cosas, muy simplificado todo y muy ‎resumido, aquel congreso
estableció que el PCCh debe optar por un enfoque centrado en ‎las
personas para el bienestar público; mejorar los medios de vida y el
bienestar de las personas ‎como objetivo principal; practicar los
valores fundamentales socialistas, incluido el marxismo, el ‎comunismo y
el socialismo con características chinas, y mejorar la disciplina en el
Partido.‎

O sea, una mayor ideologización y más sentido de lo colectivo. Puede que
en Occidente pensaran ‎entonces que eso no está mal, exceptuando lo
último, ya que es un discurso que también se oye ‎en Occidente, aunque
no se practique.

La diferencia es que en China va en serio, se está ‎poniendo en práctica
y que el último punto es crucial porque se añadía lo siguiente:‎

/«el análisis de Marx y Engels sobre las contradicciones en la sociedad
capitalista no está ‎desactualizado, ni la visión materialista histórica
de que el capitalismo está destinado ‎a morir y el socialismo está
destinado a ganar. (…) La razón fundamental por la que ‎algunos de
nuestros camaradas tienen ideales y creencias vacilantes es que sus
puntos ‎de vista carecen de una firme base en el materialismo histórico.»‎/

En otras palabras, China está echando a un lado el capitalismo
compulsivo al estilo occidental ‎‎(capitalismo financiero improductivo,
desestabilizador y monopolista) para construir capital social ‎y dar un
rumbo más estatal a la economía (una NEP leninista). China no se deshace
del ‎capitalismo, al menos por ahora, pero sí establece límites cada vez
más estrictos para ‎los capitalistas y siempre en función de los
intereses del Estado. Eso incluye, cómo no, ‎al capital extranjero. Por
eso el capitalismo occidental está en estado de choque, con una ‎bajada
repentina de su flujo sanguíneo por las medidas chinas.‎

…SIN OLVIDAR EL PASADO

‎El discurso oficial en la China de hoy está, también, mirando al
pasado, al pasado maoísta. ‎El término «prosperidad común» se utilizó
por primera vez en 1953 y con él se identificaba ‎al socialismo entre
los campesinos. Luego fue un concepto utilizado, a su manera, por Deng
‎Xiaping, enfatizando que la «prosperidad común» se podría lograr cuando
ciertas regiones ‎‎(las Zonas Económicas Especiales) y personas se
enriqueciesen para enriquecer después ‎a todos.‎

El dilema, desde fuera de China, está en saber si la interpretación que
se da ahora a la ‎‎«prosperidad común» tiene la connotación maoísta o
no. Por ahora no se puede concluir que ‎sea la versión maoísta, pero lo
que está claro es que tampoco es la de Deng.‎

En China siempre hay experiencias piloto sobre casi todo: Al igual que
se hizo antes con las Zonas ‎Económicas Especiales, ahora están
experimentado con el yuan digital en algunas ciudades y –‎como paso
hacia lo desconocido– con la «prosperidad común».

Eso se está haciendo en la ‎provincia de Zhejiang (con 60 millones de
habitantes), justo al sur de Shanghái, y las áreas donde ‎se está
trabajando son: reducir el costo de las necesidades básicas, con una
focalización directa en la desigualdad;‎ construcción de viviendas
sociales; mayor gasto en servicios sociales (el gobierno local incentiva
–en Occidente se dice que ‎‎«obliga»– a los millonarios locales a que
hagan donaciones); resaltar el valor de lo colectivo sobre lo
individual; concesión de ‎préstamos a bajo interés para los sectores más
pobres de la sociedad; impulso a las infraestructuras por parte de las
empresas estatales y locales; reducción de las tiendas de lujo e
incentivación del comercio local…‎

Algunas de estas cosas no tendrían por qué chirriar en los oídos
occidentales, pero en conjunto ‎es lo opuesto al capitalismo occidental. ‎

‎¿Por qué? Porque, por ejemplo, si los trabajadores pueden comprar
viviendas públicas baratas ‎‎(las viviendas sociales), ¿por qué van a
comprar viviendas caras? Desaparece así el factor ‎especulación, sin la
menor duda. Porque, en términos marxistas, si las casas no tienen valor
‎de uso (es decir, no se venden), lógicamente tampoco tienen valor de
cambio (quedan ‎inhabitadas y sus precios bajan hasta hacer insostenible
su posesión [para las inmobiliarias]).‎

En China se ha venido actuando casi como en Occidente, con la diferencia
de que ahora se está ‎actuando a la inversa. También hubo una época
–sobre todo mientras existió la URSS– en que ‎Occidente solía construir
viviendas públicas. Pero, con la desaparición del “peligroso” espejo
‎soviético, dejó de hacerlo por aquello del «mercado libre» y de «los
flujos del mercado». ‎

Ahora, como consecuencia de no haber salido aún de la crisis de 2008,
acentuada por la del ‎Covid-19, en Occidente se vuelve a hablar
tímidamente de ello pero poniendo el calificativo de ‎‎«temporal». O
sea, como un medio de capear la tempestad. Y esto es importante. ‎

En China no es una medida temporal sino permanente y si funciona eso de
la «prosperidad ‎común» –por eso es importante la experiencia piloto de
Zhejiang– será otra vez un espejo donde ‎la gente de todo el mundo podrá
mirarse. Por eso la política económica que está siguiendo ‎China es un
gran desafío para Occidente, porque lo pone frente al espejo.‎

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2021/10/25/china-una-profunda-revolucion-hacia-el-objetivo-de-una-nueva-prosperidad-comun/
25/10/2021

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