terça-feira, 5 de outubro de 2021

Señales de alerta: ¿vamos hacia la tormenta perfecta?

 




*Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate y Juan Hernández Zubizarreta*

Se avecina un otoño económico caliente en base a una serie de dinámicas
que inciden de manera directa en la carestía de productos estratégicos
como la energía, las materias primas y la vivienda, dificultando aún más
la ya de por sí precarizada reproducción de nuestras vidas. Si bien
alguna de estas dinámicas podría tener un carácter coyuntural y
contextualizado, otras parecen ser la semilla de posibles estallidos
futuros, tanto ecológicos como financieros, dentro de la crisis global
en la que estamos sumidos.

Esta última va tomando forma de “tormenta perfecta”, tanto por su
complejidad como por su carácter inédito en la historia del capitalismo,
al conjugar cuatro fenómenos de relevancia estructural: una acumulación
de capital gripada sin visos de superarse, un endeudamiento público y
privado insostenible, un cambio climático desbocado, y el manifiesto
agotamiento de materiales y energía fósil. Todo ello, además, en el
marco de un modelo de gobernanza tendente al autoritarismo, liderado por
las empresas transnacionales.

Las políticas de recuperación impulsadas para enfrentar esta situación,
pese al relato de crecimiento, transición e inclusión que prometen, no
hacen mella significativa en la tormenta perfecta. Al contrario, incluso
la aceleran, alimentando dinámicas de depredación y endeudamiento que
bien pudieran agravar la situación, mientras ceban a un poder
corporativo que nos dirige directamente al centro de dicha tormenta. En
consecuencia, bien haríamos en movilizarnos en favor de un cambio
radical de rumbo que atienda las señales de alerta que nos ofrece el
presente cuatrimestre sobre el futuro que se nos viene encima.

*Otoño caliente*

Comencemos por el principio. Si la precariedad vital es ya una realidad
palpable y crecientemente extendida, el horizonte económico a corto
plazo hace presagiar su ahondamiento, en base a la conjunción de tres
dinámicas que están teniendo y tendrán un impacto directo en nuestros
bolsillos. Destacamos en primer lugar el encarecimiento exponencial de
la energía, que tiene en el Estado español una primera manifestación en
el precio de la electricidad. Su incremento es fruto tanto del mayor
coste del gas natural y los derechos de emisión, como de las
características propias del mercado oligopólico en el que se subasta
esta forma de energía final. Este fenómeno, que viene coleando durante
todo el verano, supera récords casi de manera diaria y parece no
detenerse, hasta el punto de triplicar ya su precio respecto a 2020.

De manera complementaria, la subida del precio de la energía fósil en
toda la Unión Europea (UE) redundará en este incremento eléctrico, como
consecuencia de la política aprobada el pasado julio en favor de una
drástica reducción de las emisiones contaminantes. Se aumentará así la
carga fiscal sobre gasolina y diésel, a la vez que se incluye al
transporte y a los edificios dentro de los mercados de emisiones. En
conjunto, se producirá un aumento significativo del coste de la energía
y el transporte —en un contexto previo de encarecimiento del barril de
petróleo—, cuya escala dependerá precisamente de la dinámica incierta y
especulativa de dichos mercados vinculados a los permisos de
contaminación. En todo caso, la Comisión ve plausible un escenario en el
que se genere una subida de hasta el 22% en la calefacción con fuel-oil,
o del 12% en la gasolina.

En segundo término, se consolida también una dinámica global de
encarecimiento de las materias primas y los alimentos, así como del
transporte marítimo internacional de productos (medio a través del cual
se distribuye el 80% de los bienes movilizados a escala global). En este
sentido se constata una subida del 40% en el maíz, 17% en el trigo, 28%
en la cebada y 26% en la soja.

A su vez, también se evidencia un aumento en el precio de los
fertilizantes químicos, hoy imprescindibles para la agroindustria. La
fotografía se completa con el fabuloso acelerón en el coste del
transporte internacional por mar que, por poner solo un ejemplo, ha
visto multiplicado por diez el precio de mover un contenedor entre China
y Estados Unidos respecto a los tiempos pre-pandémicos. Se trata de
costes que, tarde o temprano, serán trasladados al precio de la canasta
básica, en un sistema basado fundamentalmente en la primacía de las
cadenas económicas globales.

La tercera dinámica inflacionaria que caracterizará este próximo otoño
es la de la vivienda. Su precio también se está incrementando en el
Estado español, en el marco de una nueva burbuja inmobiliaria liderada
por la banca, gracias a las multimillonarias inyecciones de liquidez del
Banco Central Europeo (BCE). Se consolida así este sector como refugio
de particulares y fondos de inversión, fundamentalmente en base a nuevas
viviendas y segundas residencias costeras. La derivada de esta burbuja
en los alquileres es evidente, tanto por la recuperación progresiva de
la movilidad como por la consideración de la vivienda como la inversión
más segura en un contexto de incertidumbre.

En definitiva, asistiremos en otoño a una espiral inflacionista que
afecta de manera directa a necesidades básicas de todos y todas
(energía, materias primas y vivienda), con un impacto notable en
términos de precariedad, pobreza energética e insostenibilidad de la
vida, especialmente de los sectores más vulnerables. Al mismo tiempo,
aún de manera desigual, su incidencia será también relevante sobre unas
pymes y autónomas ya castigadas por la crisis.

En todo caso, este conjunto de dinámicas responden a causas diversas y
de diferente escala. Si la subida exorbitada de la electricidad se
circunscribe en estos momentos al marco estatal, el incremento del
precio del transporte marítimo se vincula con el confinamiento de 2020 y
las sacudidas de una pandemia que permanece aún muy activa en términos
globales, tal y como refleja el reciente cierre temporal de fábricas y
puertos en China. No obstante, ¿se trata estrictamente de fenómenos
contextualizados y de carácter coyuntural, o bien pudieran estar
vinculados e incluso anticipar nuevos estallidos de una crisis sistémica
que ya se manifestó en 2008 y cuya dinámica sigue plenamente vigente?

*Tormenta perfecta*

Pese a la miopía habitual del análisis económico ortodoxo, seguimos
inmersos en la crisis global más compleja que el capitalismo ha sufrido
en su historia, agravada además por la pandemia. Hablábamos en este
sentido de una “tormenta perfecta”, provocada por la interacción de
cuatro fenómenos de carácter estructural que se desarrollan en marcos
temporales diversos pero actualmente acompasados.

El primero de ellos está relacionado con el magro desempeño de la tasa
de ganancia empresarial, que impide iniciar una nueva onda expansiva de
acumulación de capital y crecimiento sostenido. Ni la economía digital
—la gran esperanza hoy en día del capitalismo— ni la continuada ofensiva
sobre el trabajo han sido capaces de provocar los incrementos de
productividad y rentabilidad necesarios para dar forma a dichas ondas
virtuosas y generalizadas de inversión, empleo y consumo.

El resultado es un capitalismo estancado, cuyo régimen de acumulación
presente —la globalización neoliberal— muestra signos evidentes de
agotamiento, como atestiguan la crisis de los semiconductores o el
relativo cuestionamiento de la deslocalización y la subcontratación en
las cadenas globales de valor, por poner solo dos ejemplos. No se
vislumbra la fórmula para generar sendas estables de incremento de la
tasa de ganancia, la productividad, la formación de capital y el empleo
(indicadores verdaderamente relevantes para una supuesta recuperación,
no así el simplista y cortoplacista análisis del crecimiento coyuntural
en 2021 de diversos ítems respecto a la hecatombe del año anterior).

El segundo fenómeno que alimenta la crisis actual es la financiarización
de la economía, ejemplificada en un ingente endeudamiento público y
privado. El estancamiento sistémico de la economía productiva ha sido el
marco propicio para el crecimiento de unas finanzas que hoy imponen su
identidad al conjunto del capitalismo, tanto por su tamaño (muy superior
al conjunto de la economía mundial de bienes y servicios) como por el
poder político y económico acumulado por las “finanzas en la sombra”,
esto es, enormes fondos de inversión (solo BlackRock acumula inversiones
por valor del 10% del PIB mundial) que operan de manera absolutamente
desregulada y en prácticamente todos los sectores y grandes empresas.

Se cronifica y consolida así una dinámica económica opaca, cortoplacista
y especulativa, que alimenta la posibilidad de estallidos como el de
2008. La enorme deuda global —que en 2020 suponía ya el 365% del PIB
planetario— es un caldo de cultivo perfecto para dichos estallidos, al
mostrarse extraordinariamente sensible a la mínima alteración de
cualquier parámetro económico, como los tipos de interés o la inflación.

El tercer y cuarto fenómenos de la tormenta perfecta están relacionados
con el marco ecológico en el que opera el sistema económico. Por un
lado, asistimos a un cambio climático desbocado, tal y como expone a las
claras la filtración del Sexto Informe del panel de expertos de Naciones
Unidas (IPCC), que tiene en la COP 26 de Glasgow en noviembre próximo su
horizonte de debate. Este informe afirma que las emisiones contaminantes
deberían tocar techo en cuatro años si no queremos vernos abocados al
funesto escenario de un incremento posiblemente muy superior a los 2
grados en la temperatura planetaria. Al mismo tiempo, y en consecuencia,
asegura que las posibilidades de crecimiento económico en este contexto
son exiguas, en un claro mensaje a la línea de flotación de un
capitalismo que solo se sostiene sobre la acumulación incesante.

Por otro lado, cerrando el círculo y convirtiendo definitivamente la
tormenta en huracán, el agotamiento de materiales estratégicos y energía
fósil reduce sin paliativos la base física que nutre el capitalismo. Por
ejemplificar esta realidad de una manera sencilla y centrada en el
ámbito energético: un estudio de British Petroleum (BP) publicado en
2018 afirmaba que el 90% de la energía primaria que se consumía en el
mundo era de origen fósil: petróleo, que ya ha superado su pico en 2005;
gas, que lo hará en esta década; carbón y uranio, ambos en fase de
declive. Al mismo tiempo, afirmaba que la electricidad solo suponía el
20% de la forma final de energía consumida, frente a otras fórmulas
derivadas del petróleo o en forma de calor industrial. De esta manera,
si las energías renovables generan fundamentalmente electricidad, el
vacío que dejarán los recursos fósiles no podrá ser sustituido sin una
reducción drástica del consumo.

Ante esta tesitura, y en la medida que se vaya avanzando en el
agotamiento de estos recursos, estamos abocados a un devenir errático de
sus precios. Este bien pudiera adoptar un modelo de “dientes de sierra”,
que combina importantes subidas y bajadas en función de la coyuntura
concreta, dentro de un horizonte tendencial de encarecimiento.

Con todo ello, planea sobre nuestras vidas una tormenta perfecta, tanto
por la multitud de fenómenos estructurales articulados que la alimentan
como por su carácter paradójico, que impide su resolución dentro del
marco del capitalismo. La hipotética solución a uno de ellos
significaría el agravamiento inmediato de alguno o algunos de los
restantes, haciendo inútil el esfuerzo.

Si se prioriza de verdad la lucha contra el cambio climático y la
transición ecológica, se imposibilita el crecimiento, santo y seña del
capitalismo. Si se enfatiza la acumulación de capital, ha de buscarse
cómo incrementar de manera notable y generalizada la productividad (no
hay expectativas al respecto), qué base energética y material la
sostendrá (en base a mayores emisiones y a una especie de fascismo
ecológico en el uso de energía y materiales) y cómo se legitimará
políticamente (cuando se evidencia que la teoría del derrame entre
ganancias empresariales y bienestar social hace aguas por todas partes).
Si se mantiene la apuesta especulativa como fórmula para mantener las
señas de identidad del capitalismo, nos enfrentaremos a nuevos
estallidos financieros, para los cuales se dan actualmente todas las
condiciones.

Así, parece no haber escapatoria para el principal reto que enfrenta el
capitalismo: tratar de crecer con menos recursos físicos y materiales
(cosa que no ha hecho en toda su historia), y hacerlo además en un marco
ecológico extremadamente vulnerable, económicamente inestable y
políticamente poco democrático, bajo la hegemonía del poder corporativo.
Veamos a continuación si las dinámicas antes expuestas para el otoño
caliente pudieran tener o no un correlato con una aceleración y
anticipación de nuevas manifestaciones de esta tormenta perfecta.

*Un otoño caliente que acelera y anticipa la tormenta perfecta*

Volviendo al comienzo, creemos que más allá de fenómenos
contextualizados y coyunturales vinculados a la espiral inflacionista en
ciernes, el otoño que se avecina anticipa un agravamiento de la crisis
actual en forma de nuevos estallidos, al menos por dos vías complementarias.

Por una parte, destacamos la relación directa entre la espiral
inflacionaria y la inestabilidad financiera. La supuesta estabilidad
macroeconómica de 2020 y 2021 se ha sostenido sobre una inflación
prácticamente nula, que ha permitido mantener los tipos de interés muy
bajos —incluso negativos—, garantizando la respiración asistida de
grandes empresas, Estados y hogares ultra-endeudados. No obstante, la
inflación prevista para otoño, que ya se está empezando a notar a escala
global —especialmente en Europa y Estados Unidos—, podría hacer saltar
por los aires ese precario equilibrio, incrementando los tipos de interés.

El resultado de este proceso, por pequeño que fuera, bien pudiera tornar
en impagable el volumen de deuda actual, despertando en consecuencia a
la bestia financiera en forma de movimientos especulativos masivos,
ataques a monedas soberanas, burbujas inmobiliarias acrecentadas, etc.,
fuente por tanto de nuevos estallidos financieros. Si, como parece, en
2023 se reactiva el Pacto de Crecimiento y Estabilidad en la UE, la
crisis de deuda pública y el regreso aumentado de las políticas de
austeridad están aseguradas.

Por otra parte, también hay un vínculo estrecho entre el incremento de
los precios de energía y materias primas en proceso de agotamiento, las
expectativas de crecimiento y la inestabilidad financiera. La espiral
inflacionaria de otoño podría ser ya el reflejo del errático
comportamiento de los precios energéticos y de las materias primas en
forma de dientes de sierra.

Como afirma Jason W. Moore, el capitalismo solo opera de manera estable
si cuenta con un marco de “cuatro baratos”: fuerza de trabajo, energía,
alimentos y materias primas. Si no es así, tal y como parece, la tasa de
ganancia se retrae, haciendo flaquear aún más la acumulación de capital
y el crecimiento, y aumentando en consecuencia la presión financiera. El
aumento del precio de las materias primas generado a partir de 2003
anticipó el crash de 2008, por lo que hoy podríamos estar en un
escenario similar, siendo el incremento del precio de la energía y las
materias primas una especie de germen de un nuevo estallido.

Asumiendo la diversidad de causas y escalas que inciden en la espiral
inflacionista en ciernes, creemos que la agenda económica del presente
otoño tiene posos estructurales que hay que atender, como anticipo de
una profunda agudización de la tormenta perfecta que se ciñe sobre
nuestras cabezas.

En esta línea, ¿puede ser la miríada de políticas de recuperación
impulsadas a todos los niveles la respuesta que necesitamos?
Lamentablemente, creemos que no.

En primer lugar, la expansión cuantitativa vigente desde 2010 y
acelerada con la pandemia ha inyectado de manera masiva liquidez para
rescatar a empresas y Estados, engordando fundamentalmente burbujas y
movimientos especulativos, base de posibles estallidos financieros.

En segundo término, el programa europeo de recuperación y resiliencia —y
sus complementos estatales y subestatales—, además de plantearse
políticamente como una versión actualizada de los Pactos de la Moncloa
para evitar toda disidencia y contestación, es en términos económicos un
programa de rescate de grandes empresas y fondos estructurado en torno
al nuevo relato del capitalismo verde y digital, en base a inversiones
desesperadas y muy arriesgadas (hidrógeno, automóvil eléctrico, etc.),
que en ningún caso van a la raíz del necesario cuestionamiento del
crecimiento, la hegemonía de los mercados globales y el protagonismo del
poder corporativo como formas de evitar la tormenta perfecta.

Todo ello, además, incorpora una cara b en forma de crecimiento de la
deuda (solo en junio, la deuda pública española se incrementó casi
30.000 millones, frente al anuncio de un primer desembolso europeo de
9.000 millones), así como de reforma laboral y de pensiones en el caso
del Estado español.

Por último, las políticas complementarias de mitigación que se impulsan
(fondo de 72.000 millones de la UE para mitigar los impactos de la
subida de la energía fósil, el mantenimiento de los ERTE y la subida del
SMI en el caso español) no son suficientes para la dimensión y escala
del momento que enfrentamos.

Al contrario, parecen más bien construirse sobre escenarios irreales de
recuperación y crecimiento (una “cuenta de la vieja” en la que se
acumulan fuertes incrementos del PIB, ingresos fiscales, empleos, etc.),
mientras aceleran los fenómenos que definen la crisis actual: ahondan
los problemas de deuda de empresas, estados y hogares; mantienen la
égida insostenible del crecimiento y engordan a un poder corporativo
protagonista absoluto de sus políticas, fortaleciendo así las dinámicas
de concentración y centralización del capital, haciendo todavía más
asimétrica la disputa entre intereses de las grandes empresas y el
interés de los pueblos y la clase trabajadora.

*Por un giro profundo*

Miremos para donde miremos, la tormenta perfecta sigue sobre nuestras
cabezas. Incluso se está acelerando y engordando con las políticas que
hoy se venden como un giro neokeynesiano, verde y digital, pero que en
realidad no es sino una adaptación desesperada para mantener un
capitalismo herido que nos conduce al abismo.

Necesitamos, en sentido inverso, generar una amplia movilización popular
en torno a una agenda radical y confrontativa respecto a las élites, no
sostenida únicamente sobre la articulación de fuerzas progresistas como
respuesta a la extrema derecha, que ponga en el centro la materialidad y
las expectativas de la clase trabajadora y de los pueblos para evitar
seguir avanzando hacia el centro de la tormenta perfecta.

De este modo, como base de una agenda completa, habría de comenzarse por
la priorización de la lucha contra el cambio climático y la transición
energética desde un cuestionamiento profundo de los parámetros
capitalistas, así como desde una perspectiva internacionalista y de
justicia social.

Para tamaña tarea, no solo podemos quedarnos en procesos de mitigación
social o de redistribución de ciertos recursos, sino que necesitamos
igualmente recuperar y actualizar la agenda del derecho a la propiedad
colectiva de los medios de vida: energía, banca, digitalización y
cuidados pueden ser la palanca inicial para restituir poder popular.

Al mismo tiempo, en consecuencia, se convierte en estratégico
desmantelar el poder corporativo y la arquitectura de impunidad en la
que este opera. La nueva oleada de tratados comerciales, los tribunales
de arbitraje, la OMC, el FMI y los proyectos nítidamente corporativos
como la Unión Europea requieren ser respondidos con firmeza, a la vez
que avanzamos en procesos de regulación y control de las grandes
empresas a todos los niveles.

Estas podrían ser algunas de las bases para provocar ese cambio profundo
de ritmo. Aún estamos a tiempo, pero cada vez tenemos un margen más
estrecho. Movilicémonos, atendamos las señalas de alerta del otoño, nos
jugamos todos

*Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate y Juan Hernández Zubizarreta,
investigadores del Observatorio de Multinacionales en América Latina
(OMAL) – Paz con Dignidad.

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