segunda-feira, 12 de junho de 2023

La formación del revolucionario: Lenin y los bolcheviques

 




CHARLA DE GUIDO CARPI, PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE NÁPOLES

/*¿Cómo se forma entonces un militante político? ¿Cuál es el punto de
vista del revolucionario? ¿Cuál es la relación entre teoría y práctica,
espontaneidad y organización? ¿Cuál fue la educación de Lenin y los
bolcheviques? De todo esto habló en Módena
<https://www.facebook.com/events/625876469548663>, Italia, Guido Carpi,
profesor de literatura rusa en la Universidad de Nápoles, autor de una
reciente biografía de Lenin en varios volúmenes*/ .

Cuando pensé ocuparme de estas cuestiones, desde el
principio decidí hablar del Lenin revolucionario. Primero, porque es muy
difícil escribir la vida de un hombre que se convierte en el fundador de
un Estado, porque evidentemente su biografía se convirtió en parte de la
historia de su país; luego, pensé, y sigo pensando, que todos
necesitamos, más que nada, conocer a Lenin antes de la revolución,
especialmente sus primeros pasos.

Casi no hace falta fomentar la lectura de la historia de Octubre y su
epopeya: es fácil e incluso emocionante. Lo que creo, que más
necesitamos en este momento, es la parte de la historia menos conocida:
¿que hicieron los bolcheviques cuando eran débiles? ¿Cuando la hegemonía
de hierro estaba en manos de otros? De hecho, si se mira más de cerca,
hay muchos aspectos que se asemejan al escenario contemporáneo: la
necesidad de un «grupo pequeño y compacto» capaz de reinventar las
herramientas de lucha; el problema de asumir los riesgos más agudos
durante las crisis del grupo, el ocaso de un ciclo revolucionario; y
finalmente, una nueva guerra a las puertas.

Por supuesto, tampoco hay que llevar demasiado lejos esta similitud,
porque como también se ha dicho, muchas cosas son claramente diferentes,
tanto en el contexto macrosocial como en la psicología de los actores:
aunque sólo sea porque, y aquí radica lo más interesante, no sabían y no
sabemos cómo va a acabar los procesos de crisis.

La mayor dificultad para escribir sobre estas cosas reside precisamente
en adoptar la perspectiva de los personajes, sus dudas, sus incógnitas.
Paradójicamente, sólo prescindiendo de los acontecimientos somos capaces
de captar cómo razonaban, cuál era su método y cómo construían una
lógica. De lo contrario, resulta natural mirarlo todo desde el final,
como si hubiera un plan divino. Espero que nadie aquí lo crea de esa
manera, eso de “todo por etapas para llegar a…”

Al contrario, para los bolcheviques, todas las etapas estratégicas y
tácticas eran respuestas a problemas del momento. Aventuras, pues, que
en la práctica y en la teoría abrían perspectivas imprevisibles para el
propio Lenin. Al fin y al cabo, como le gustaba repetir, la historia
avanza en zigzag.

Para entender esa posición, es esencial ahondar en su correspondencia
privada, una sección de sus obras completas que nadie lee nunca, entre
otras cosas porque estamos hablando de diecisiete volúmenes de 700-800
páginas cada uno. Durante años y años, aproximadamente a partir de 1960,
se recopilaron todas las cartas que Lenin, gracias al trabajo
que realizo su esposa Nadežda Krupskaya que guardó la correspondencia
con militantes en el extranjero y en Rusia. Miles y miles de densas
páginas, desde las que emerge en blanco y negro de cómo Lenin afrontaba
cada momento y cada crisis. Ahí reside lo más valioso. Tal y como yo lo
veo, la experiencia de los bolcheviques puede tomarse como modelo no
tanto por lo que hicieron (es imposible reproducirlo en el mundo
actual y no tiene sentido repetirlo), sino por cómo intentaron resolver
los problemas.

En cuanto al jovencísimo Vladimir Ilic (o Volodja, como le llamaban en
casa), el 50% se debió a su poca ambición de “llegar a ser el líder», y
el otro 50% a cómo le moldearon las circunstancias. Nada excepcional:
todos crecemos en una época en la que intentamos poner nuestra impronta,
pero que a su vez nos condiciona. Así, si observamos la Rusia de
aquellos años, encontramos un país con contradicciones muy fuertes.

Un país en el que se estaba desarrollando un capitalismo rapaz (que
Lenin fue uno de los primeros en estudiar), pero todavía con una
estructura básica predominantemente agraria; un país atrasado que
llevaba siglos intentando desesperadamente mantenerse a la altura de sus
competidores europeos, sobre todo militarmente, explotando sin piedad al
campesinado.

Quizá pueda decirse que sobre esta observación descansa una de
las principales intuiciones del Lenin maduro: cuando estalló el 17, si a
las clases obreras se les confiaba la tarea de la vanguardia para ganar
la hegemonía, el grueso de la masa rebelde se construiría sobre el
campesinado. No es casualidad que los mencheviques y otros marxistas
subestimaran al campesinado sólo para después retractarse cuando el
juego había terminado. No entendieron su función como fuerza de choque
para derribar al Estado.

Pasemos entonces a otro punto importante, a saber, que los bolcheviques
estaban al final de un ciclo político. Esto es cierto. Por supuesto, la
revolución no empezó con Lenin, ya había habido una época gloriosa de
revolucionarios, los narodniki, los populistas (traducción de una
palabra que significa «servicio al pueblo», nada que ver con
los populismos de ahora) y los socialistas de las más diversas
tendencias y grados de radicalismo. Los populistas eran sobre todo
personas cultas convencidas que aquellos que habían estudiado, debían
todo «al pueblo», a un pueblo que había sufrido durante siglos. El único
deber de un hombre culto era ayudar a ese pueblo a redimirse.

A esta una convicción también llegó a Lenin, directamente de su familia.
Su padre, por ejemplo, lo hizo fundando escuelas, situándose en el ala
más moderada del populismo; pero, tras el atentado contra el zar en
1881, se cerraron todas las escuelas por considerarlas focos de
librepensamiento. La gravedad del fracaso populista es tal que sufre un
derrame cerebral y muere. Su hermano Aleksandr, en cambio, intenta la
vía más radical. Se une muy joven a algunos grupos terroristas, intenta
organizar el asesinato del próximo Zar, y es atrapado antes que lancen
el atentado. Y así, cuando Volodia (Lenin) está preparándose para su
graduación del instituto, le llega la noticia del ahorcamiento de su
hermano.

Aunque siempre seguirá siendo deudor del populismo, en este momento
Vladimir comprende que hay que organizar las cosas de otra manera. Es
decir, comprende que uno no puede limitarse a un reformismo a la baja,
conformándose con lo que hay, o a un juego
de policía y rebeldes tratando de quién mata primero a quién (porque
simplemente pondrán a otro Zar y de todos modos no llegarás muy lejos).

El joven Lenin, por lo poco que se ha podido reconstruir, es sin duda
un joven marcado, en muchas cosas se parece a mis veinte años: escapadas
con sus amigos a orillas del Volga, competiciones para ver quién bebía
más cerveza y sobre todo lecturas. Desprevenido, confuso, pero formativo.

Todavía hoy, sabemos muy poco de su vida cotidiana – al fin y al cabo,
es a través de estos elementos como una persona se hace comprensible
cuando se expresa en sus formas más elevadas -, sabemos muy
poco porque su biografos intentaron borrar parte de ella. Quizá porque
no se prestaba hacer de él un «apóstol» político, quizá porque el «chico
malo» no encaja en el imaginario del socialismo oficial… ¿quién sabe?

El caso es que hojeando las memorias de sus camaradas publicadas en los
años 20 y comparándolas con las reediciones (de cinco o seis años
después) vemos que todas las partes más interesantes, más bellas, más
vivas, donde están las cosas que dan más sentido al hombre, han sido
recortadas. No hablemos entonces de sus obras publicadas en vida: por
una parte hay una cantidad monstruosa de material (en ruso hay 75
volúmenes), por otra parte está todo el refrito hecho para construir la
«santa imagen» del revolucionario.

Volviendo a nosotros, lo primero en todo caso que hizo Lenin
de joven fue plantear el problema del fin del ciclo del populismo, es
decir, ese doble cuerno de reformas civiles y terrorismo. Terrorismo
qué, ojo, estaba perfectamente justificado hasta aquel momento, algo que
el propio Lenin también pensaba. Pero con el fin de ciclo revolucionario
considero a esos actos ineficaces a nivel estratégico.

Siempre pensó que la violencia tenía que ser organizada y que la
violencia individual no servía para nada, pero, cuando un tirano se iba
al garete se frotaba las manos de gusto.
En realidad, el terrorismo populista tenía un amplio consenso entre los
oprimidos. No es casualidad que, a pesar de sus limitaciones inherentes,
los populistas siguieran existiendo a lo largo de las décadas
como fuerza alternativa a los socialistas rusos, a los marxistas, los
socialdemócratas, los bolcheviques y los mencheviques; y por el otro
lado, los esery, es decir, los «socialistas revolucionarios» que
procedían del populismo (léase: política dirigida a los campesinos, al
espontaneísmo y sobre todo a las bombas, muchas, muchas bombas contra
los ministros). Tampoco sorprenderá que en 1905-1906, los Esery y los
bolcheviques compartieran talleres para la fabricación de explosivos.
Luego cada uno hizo con ellos lo que quiso y buenas noches.

Otra cosa interesante del primer Lenin fue su capacidad para leer a
Marx, pero desde el principio intentando aplicarlo a la situación de
Rusia, un país que Marx nunca había imaginado como el detonante de una
revolución mundial.

Según el marxismo, digamos «clásico», la revolución no estallaría en un
contexto industrial atrasado. Además, en el plano social, «el moro» veía
a Rusia supuestamente como una ciudadela de la reacción. En cambio,
Lenin estudió de verdad, sumergiéndose en la observación y construyendo
de la nada una macrosociología de su terreno de lucha. La cantidad de
cosas que era capaz de hacer es increíble, a veces me pregunto cuándo
dormía. Leyendo, observando y conversando con los trabajadores,
sondeando la economía de un país sin límites. Así descubre cómo se
desarrolla un capitalismo moderno, no en contraste con el mundo agrario,
sino más bien incrustado en ese mundo arcaico, brutal, con formas de
intimidación para-mafiosas.

Así que, como Lenin, si queremos actuar sobre un complejo social, lo
primero que tenemos que hacer es comprender exactamente lo que está
pasando, aquí y ahora, sin importar las teorías de moda. Y luego, por
supuesto, se necesitan militantes. Pero, Lenin, también se da
cuenta, desde el principio de que los militantes no están en cualquier
sitio, y no basta con ir a buscarlos, pescarlos uno a uno: hay que crear
militantes, sobre todo los que se necesitan en una etapa determinada. En
efecto, nos encontramos en un periodo bastante delicado, que concluye
con la publicación del ¿Qué hacer? – pero antes un pequeño preámbulo,
sobre todo para los más jóvenes.

Leer a Lenin no es fácil. Todos sus textos, salvo un pequeño puñado,
están escritos por razones contingentes y específicas, y por tanto
impregnados de polémicas momentáneas sobre cuestiones sobre las que a
menudo no sabemos nada. No mencionemos su repetitividad o su pesadez.
Ciertamente, no son textos estrictamente teóricos, con fórmulas
aplicables a todas las situaciones de la vida. Lenin nunca habría hecho
eso.

Si, como hemos aprendido, las teorías nacen de la práctica y se
deduce cuando fijas sobre el papel las ideas que te vienen a la
cabeza, estas ideas necesariamente están saturadas por lo que estás
haciendo. Imaginemos, por ejemplo, después de un ciclo de luchas, aquí
en Módena, escribes un libro que se llama algo así como «Módena y la
revolución». Pues muy bien. Evidentemente estará lleno de polémicas
contra camaradas de otros grupos, de referencias más o menos veladas a
cosas que has vivido, y en el fondo no entenderás nada. Aquí, en esto
seríais leninistas de escritorio, de manual.

Esto se debe a que la teoría debe fluir, debe ser la síntesis, el jugo
de la lucha. No hay teoría sin lucha. Al principio fue la lucha, de ella
fluye la teoría y al mismo tiempo la práctica en la organización. Creo
que Lenin nunca dijo esto en una formulación tan esquemática. Para él es
un hecho indiscutible.

Así volvemos al problema de la formación. No es que los militantes,
hasta ese momento, no estuvieran allí; en todo caso, el problema era que
«tipo» de militantes Eran casi todos de clase culta ( en Rusia en aquel
momento la masa del pueblo no tenía derechos, ni cultura, era un pueblo
lleno de analfabetos…) y se dedicaban a la revolución de la forma que
decíamos antes, es decir, intentando reformar la sociedad o creando
pequeños grupos de bombarderos, pero sin ningún vínculo con el
movimiento obrero que se estaba desarrollando. Hubo, algún contacto con
el mundo campesino, pero éste seguía siendo poco permeable a este tipo
de idealismo.

Francamente, los pobres vivían poco mejor que en el Neolítico y además
estaban sufriendo la llegada del capitalismo. Digo yo, ¿sabéis lo que
pasa en un país «atrasado» cuando llega el capitalismo, como ocurre hoy
en los países de África Central? Llega un capital doblemente rapaz,
doblemente brutal, que se injerta en las debilidades estructurales y en
la esclavitud anterior…

Lenin, al menos en esto, no tenía dudas: como buen marxista, para él la
revolución la hacen los trabajadores. Hoy en día, tal vez deberíamos
revisar esto y ser cautelosos, al igual que él deberíamos
ser cautelosos  Porque sí, puede que los obreros fueran la vanguardia,
pero Rusia seguía siendo un país de mayoría campesina y ya existía ese
doble cinturón entre obreros y campesinos.

Campesinos, eso sí, que no quieren el socialismo, sino una revolución
«pequeñoburguesa» (como se decía entonces) Es decir, quieren libertad,
democracia y, sobre todo, su propio pedacito de tierra, con protecciones
legales para ser considerados ciudadanos en pie de igualdad con los
demás. Para los campesinos, la revolución era esto. Lenin ciertamente
les seguía la corriente: ‘Está bien, dejémosles que lo
hagan, cuando limpian la escoria feudal nosotros seguiremos adelante’.
Pero, para este paso ulterior se necesitan militantes de un nuevo tipo.
Pero, ¿cómo se forman?

Bueno, como realista, Lenin razonó sobre la base de lo que pasaba en los
diferentes grupos. Por un lado estaban los populistas de viejo cuño, tal
vez jóvenes y con una ética un tanto idealista de sacrificio ejemplar y
purificador; y por otro los nuevos obreros de un país que aún no era
industrial, y por tanto concentrados en zonas precisas de los suburbios
de Moscú, Petersburgo y Kiev. Ese era el panorama. Su intuición
política, le permite constatar que el material explosivo se estaba
compactando en un mismo lugar; en los suburbios.

Y añadamos que ya se observaba una posible internacionalización puesto
que las deslocalizaciones (nadie ha inventado nada nuevo) de empresas
extranjeras como Siemens, Falck y Nobel fueron a parar a esas zonas
industriales. Enormes fábricas a las afueras de las grandes ciudades a
las que llegaban campesinos empujados por el hambre, por tanto una
primera generación de clase obrera. Allí fueron Lenin y sus (entonces
pocos) camaradas.

Cuidado, sin embargo, con caer en las habituales visiones
caricaturescas, porque si no hubiera sido por cuatro fanáticos que iban
a organizar, los proletarios seguirían sufriendo y no habría pasado
nada. Los obreros rusos de entonces vivían una vida aterradora,
lovecraftiana. El nivel de explotación, degradación y desesperación
llegaba a tal punto que hasta la persona más aburrida y con menos
mentalidad política iba tarde o temprano en busca de alguien que le
explicara cómo salir de aquello.

Sólo se vive una vez y… los miserables empiezan a tomar conciencia. De
nuevo, en condiciones diferentes hoy encontramos respuestas similares.
Por ejemplo, la falta de perspectivas para un joven es tal que
probablemente, aunque no le apetezca, se plantea la pregunta de salir de
su precariedad.

Lenin necesitaba a los obreros, pero ellos también le necesitaban a él.
Así que organizó pequeños círculos de estudio después del trabajo, y
gradualmente empezó a surgir un tipo diferente de militante, uno que
combinaba la certeza teórica (hoy puede parecer un marxismo de hacha,
pero sus vidas también eran de hacha, y no había tiempo para demasiado
refinamiento) con la enérgica decisión de comprometerse hasta el final
(si tu vida es una mierda, no tienes nada que perder).

Tal vez estos dos elementos no siempre confluyeran en cada individuo,
pero desde luego sí en el espíritu de grupo. Paso a paso, aprovechando
la preparación de los marxistas y la ética de los populistas, surge una
actitud característica que no es la suma de las partes. Leyendo la
correspondencia, se advierte, por ejemplo, un elemento casi lúdico,
gascón, como el desafío a los guardias zaristas; es un juego muy serio,
porque si te pillan, es un trago amargo, pero a los veinte años, siempre
te da placer liar las cosas.

Por supuesto, una vez nacida la red militante, está el problema de cómo
mantenerla unida en términos de información. Rusia es grande y el
régimen es opresivo, así que despídete de la prensa libre. Comunicar se
convierte en un gran problema sin coordinación, y por eso fundaron un
periódico con funciones de dirección. La sede está, necesariamente, en
el extranjero, y las formas de hacerlo llegar a Rusia son una epopeya en
sí mismas. Montones de periódicos escondidos bajo chalecos, lanzados por
las ventanillas de los trenes durante los registros, interminables
cadenas para asegurar su distribución… Suceden todo tipo de cosas, pero
aún es pronto para los tiroteos.

Aprenderán a disparar más tarde, con la revolución 1905 (seguro que
aprenderán…) uniéndose a gente que ya sabe hacerlo. Pero voy rápido.
Para abreviar, somos muchos los que quieren cambiar las cosas, y ya
entonces había muchos en ese agujero de mierda que era el Imperio Ruso;
el problema era que no se conocían entre sí. Cuando empezaron a
comunicarse y a organizarse con la revista, vino el siguiente paso, el
partido.

Entendamoslo, yo no soy un místico del partido, pero ellos tampoco lo
eran. Y de hecho, desde el principio se peleaban no sólo por la
definición de partido, sino también por quien podría ser militante. ¿A
quién admitir y a quién no? ¿Militantes profesionales o simpatizantes de
mente abierta?

La discusión sobre estas cuestiones era continua. «¿Hay que admitir o no
al profesor universitario que a la primera dificultad se raja y nos
traiciona a todos?» «NO», y otra vez los insultos. Pero reconozcámoslo,
la pregunta era tan crucial como difícil de abordar. Sinceramente,
yo que no soy extremista, si hubiera vivido en aquella época ¡quizás
habría pensado que los mencheviques tenían razón!

Ya se sabe, dada la dificultad del momento es natural pensar que había
que abrir más las puertas, que no era el caso de limitarse aún más, por
qué echar a la gente… y en cambio para Lenin sólo entraban los que
estaban dispuestos a tomárselo en serio. Se separaron en el Segundo
Congreso – también hay anécdotas interminables sobre esto – como pulgas
en los colchones, con seguimiento policial, como
niños callejeros tirando fruta podrida por las ventanas…

Pueden parecer cuestiones sin importancia. Pero luego, cuando llega el
momento de la insurrección, descubres que las opciones tomadas aguas
arriba en cuanto a la definición de la militancia tiene una clara
explicación política: no digo que hay que meter a medio el mundo,
pero quizás ser más abierto de miras, es normal que una buena parte o
incluso la mayoría de tu base se oriente a aliarse con la burguesía,
porque de ahí los has sacado.

Subjetivamente, los bolcheviques pueden creer lo que dicen, pero cuando
las cosas se ponen difíciles… Cuando se comprueban los hechos, la
cuestión de fondo se convierte en una indicación metodológica
fundamental, que no se acaba de una vez por todas, sino que se reabre en
cada cambio de fase: ¿dónde se detiene la ampliación? ¿Qué límites poner
al conjunto de sujetos a agregar? Para Lenin, puesto en la espesura de
la refriega se hace imposible, él cree, que hay que tener el valor de
escatimar al principio. Los que están al cien por cien con nosotros,
bien, los demás fuera.

Esto se aplica especialmente al periodo anterior a 1905. Porque
contrariamente a lo que la gente piensa del «Lenin el sectario», la
organización nunca fue un fetiche y ella depende del contexto. Como se
habrá notado, leyendo mis dos volúmenes, cambia de opinión al menos tres
o cuatro veces, y después de la revolución vuelve a cambiarla. Hasta
aquí el dogma.

La organización que te das, repito, responde a un momento dado. Si eres
débil, estás aislado, en un país donde «¿la revolución?, quién sabe
cuándo’, la idea táctica más apropiada según Lenin es la expuesta en
¿Qué hacer? a saber: A) demarcar antes de unirse y B) entender bien lo
que significa «que la conciencia de clase venga desde fuera».

Detengámonos un segundo en este último punto, que es el más
controvertido. «Desde fuera» no significa que yo venga y explique a los
trabajadores (o a los inmigrantes, o a lo que sea) lo que deben pensar
(ellos te mandan a la mierda), sino que la comprensión de la política
pasa por una experiencia de lucha que va más allá de los asuntos
internos del lugar de trabajo.

Sólo cuando las luchas salen de un contexto estrecho, cuando se vinculan
con otros segmentos de la sociedad (no sólo en términos de solidaridad
genérica), sino elevando el tono de la confrontación, ampliando y
profundizando el objetivo – bueno, sólo ahí se entiende realmente en qué
puede consistir una alternativa de sistema. Adquirir conciencia de clase
significa elevar progresivamente la mirada más allá de los objetivos
económicos inmediatos para acceder a una confrontación política
superior, no escuchar la cháchara de los intelectuales radicales.

Por eso no es casualidad que 1905 no estallara por culpa de los
bolcheviques. Estalló porque el Imperio ruso era un organismo podrido, y
además estalló con ocasión de una guerra, la guerra con Japón. La
reflexión sobre la relación entre la guerra y el estallido de las
contradicciones no se hará esperar y, por cierto, no me gustaría que nos
estuviéramos acercando a una situación así, porque estas convulsiones
son imprevisibles.

Durante esos meses, la redacción del periódico bombardeará las bases
locales del país con artículos y escritos procedentes del extranjero,
proponiendo una vez más una nueva táctica. Dejando a todos consternados,
el Lenin exiliado en Suiza en esos días sólo repite ‘basta, basta de
aprenderse de memoria el ¿Qué hacer? y basta con el cuento de los
revolucionarios profesionales, ahora necesitamos un partido de masas,
encontrar grupos de apoyo para nuestra prensa, porque si no los
activistas se irán con otros’. Un Lenin movimientista que, para la
imaginería clásica, nadie esperaría.

Después, la situación volvió a cambiar con la derrota de 1905 y con la
constatación que un partido de masas resultaba impracticable en una
época de represión generalizada. Y sin embargo, la situación ya no es la
mismo, porque entretanto se ha creado un enjambre de sindicatos
semilegales, de clubes afterwork, incluso de asociaciones deportivas.

Para profundizar el arraigo territorial sin perder eficacia
coordinadora, Lenin propuso entonces apostar por estas estructuras. La
estrategia, en ese preciso momento, pasa a ser la de impregnar todo este
espacio público siempre en una lógica de partido, pero de manera
reticular, molecular. Huelga decir que tampoco se sabe mucho de esta
fase del bolchevismo. Quizá incluso porque este interludio quedó
completamente oscurecido en el periodo de Stalin.

En fin, me he extendido demasiado, y antes de cerrar esta primera parte,
me gustaría concluir con la fórmula del bolchevismo, que no se encuentra
en ninguna parte de los escritos de Lenin pero que podemos deducir:
primero viene la lucha, porque la lucha existe independientemente de
nosotros. No la encontramos ya hecha ni podemos orquestarla desde cero,
pero podemos emprenderla si comprendemos exactamente cuáles son sus
términos, cuáles son los peones en el tablero de juego.

Porque no hay peor cosa en un momento revolucionario (y Lenin lo dijo)
que jugar el juego de otro. Es decir, hacer avanzar, con la mejor de las
intenciones, los intereses de una clase social que no es la que yo
quiero defender, ya sea el rey de Prusia o la burguesía democrática.

Primero viene la lucha, pero uno sólo se lanza a ella después de haber
comprendido bien qué intereses reales están en juego y en quién, en
función de esos intereses, se puede confiar en un momento dado.
Permítanme poner un ejemplo al azar: como figuras sociales, somos
bastante diferentes de lo que podría ser un trabajador inmigrante, sin
embargo, en una fase histórica determinada, nuestros intereses de clase
y el tipo de cambio social por el que luchamos coinciden con los
intereses objetivos de estos trabajadores.

Pero primero viene la lucha, y luego de ella una teoría que no es una
reflexión sobre sistemas máximos, sino un razonamiento sobre lo que está
ocurriendo y lo que está en juego. Sólo a partir de ahí se abre la
posibilidad de identificar la forma de organización y la figura de
militante más adecuadas.

Yo mismo, no puedo saber lo que habría que hacer ahora, aunque sólo sea
porque me encuentro razonando con categorías de los años 90. Más bien es
necesario identificar el tema donde no lo
esperamos… para desenterrar nuevas intuiciones

Em
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2023/06/11/la-formacion-del-revolucionario-lenin-y-los-bolcheviques/
12/6/2023

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