quinta-feira, 21 de agosto de 2014

Ferguson: gasolina al fuego



Editorial de la Jornada
La Jornada

Un hombre de raza negra de 23 años fue asesinado a tiros ayer por poli-cías en
los alrededores de Ferguson, Misuri, localidad estadunidense que desde el pasado
9 de agosto –cuando el joven Michael Brown, de 18 años, fue asesinado a balazos
por un agente del orden– se ha visto cimbrada por violentas protestas contra la
brutalidad y el racismo policiales. Las autoridades alegaron que el fallecido
había robado algunos productos de un supermercado y amenazó con un cuchillo a
los uniformados que pretendieron arrestarlo. La noticia provocó de inmediato el
temor de un recrudecimiento de las confrontaciones entre manifestantes y fuerzas
del orden, choques que han obligado al gobernador de Misuri, Jay Nixon, a
desplegar a la Guardia Nacional por las calles de la localidad, situada a unas
pocas millas al norte de la capital estatal, San Luis.
Lejos de actuar con transparencia, prudencia y sensibilidad, las autoridades
locales se han empeñado en encubrir al presunto asesino de Brown y han tolerado
la comisión de nuevos excesos policiales en la represión de las protestas. Ni
manifestantes pacíficos ni periodistas ni simples transeúntes se han salvado de
atropellos flagrantes y con ello se ha intensificado y extendido la protesta. En
esa circunstancia, es por demás probable que el nuevo homicidio policial
ocurrido ayer se constituya en un elemento adicional de indignación colectiva.
Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la barbarie de las fuerzas del orden y
su innegable orientación racista contra los habitantes negros es sólo el
detonador coyuntural de un descontento social mucho más extendido y más
profundamente cimentado: en Misuri, como en otros estados del país vecino, la
gran mayoría de los empleos gubernamentales –incluidas las plazas de policía–
son ocupados por blancos anglosajones, en tanto los negros y otras minorías
raciales se encuentran condenados, la mayor parte, a ejercer los trabajos peor
remunerados, cuando no al desempleo, a la marginalidad y a la delincuencia. Por
lo demás, en Estados Unidos persiste, con base en estadísticas rigurosas, una
línea racial que separa la riqueza de la pobreza, que determina la benevolencia
o el máximo rigor en el funcionamiento de los tribunales y que, a medio siglo
del asesinato de Martin Luther King y seis años después de la elección del
primer presidente negro, mantiene una escisión social tan vergonzosa como
persistente.Aunque el país vecino abolió las leyes segregacionistas que
prevalecían hasta pasada la mitad del siglo XX, estructuralmente Estados Unidos
sigue siendo una sociedad racista y ello se refleja no sólo en la
subrepresentación política e institucional de las minorías sino también en
prácticas laborales, policiales y judiciales que discriminan a
afroestadunidenses, latinoamericanos e integrantes de los pueblos originarios y
que favorecen a los llamados WASP (blancos, anglosajones y protestantes). Tal
tendencia pudo verse en forma nítida en el asesinato del joven negro Michael
Brown, cometido por un policía blanco sobre quien hasta la fecha no se ha
fincado cargo penal alguno, ni ha sido llevado ante un tribunal para que se
pruebe su culpabilidad o su inocencia.
La situación, para colmo, parece haber rebasado por completo a Barack Obama,
quien no da muestras de atreverse a encabezar una cruzada contra el racismo,
como habría debido hacerlo desde su primer mandato y como lo esperaban de él sus
votantes, negros o no. Como en tantos otros asuntos sociales, la actual jefatura
de Estado se encamina a quedar registrada como un desencanto mayúsculo e
histórico.

In
La Jornada
http://www.jornada.unam.mx/2014/08/20/opinion/002a1edi
20/8/2014

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