segunda-feira, 4 de agosto de 2014

Un Programa para la toma del poder por el pueblo



Jorge Alcázar González
Rebelión




En 1938, León Trotsky escribe “El programa de Transición”, documento que servirá
de guía para cimentar los preceptos sobre los cuales ha de asentarse la Cuarta
Internacional Socialista. Hoy, casi 80 años después, la vigencia de las palabras
del gigante ruso asombra por su clarividencia y actualidad; y estas, pueden
servir de guía para los retos presentes y futuros que se plantean a la clase
trabajadora.
Para Trotsky, se hacía necesaria la construcción de un programa alternativo a
los dos planteamientos que la socialdemocracia clásica había confeccionado: el
programa de mínimos y el programa de máximos. El primero se “limitaba a reformas
en el marco de la sociedad burguesa”, mientras que el segundo “prometía la
sustitución del capitalismo por el socialismo en un futuro indeterminado”.
Durante las últimas décadas, el ala izquierda de la política española y por
ampliación europea, ha prescindido totalmente del segundo de los programas,
anclándose en la defensa de los postulados del primero e, incluso, renunciando a
éstos, como el caso de la socialdemocracia europea moderna ha venido a mostrar.
Muchos han sido los ejemplos que desde tiempo ha han enseñado como las fuerzas
políticas llamadas a ser la vanguardia de la clase trabajadora hicieron dejación
de funciones y sometieron su política y compromiso a una clase capitalista que,
de una forma u otra, vencía implacablemente los clásicos planteamientos de la
izquierda. El abandono en septiembre de 1979 de las tesis marxistas por parte
del PSOE, liderado por Felipe González; la corriente del eurocomunismo que asoló
a gran parte de los partidos comunistas de la Europa occidental, incluido España
con Carrillo a la cabeza; o la disolución en 1991 del PCI, tras la caída del
muro de Berlín, son algunos de los ejemplos que la historia reciente nos brinda
y que vienen a testimoniar la tendente inclinación en momentos decisivos y
convulsos de los líderes de la vanguardia de la clase trabajadora. Incluso
dentro de las corrientes actuales y de los partidos políticos situados en una
posición relativamente más cercana a la izquierda, el vértigo revolucionario de
los cuadros dirigentes es manifiesto y patente, como enseñan las controversias
surgidas en diferentes escenarios propiciados por acuerdos de gobierno con la
socialdemocracia o con la derecha (véase los pactos de gobierno en Andalucía o
en Extremadura). En este punto, conviene señalar que las causas del vértigo
anteriormente aludido son variadas, pero comparten una razón común: la falta de
fortaleza teórica y rigor práctico de los cuadros. No es objeto de este escrito
describir con detalle las anteriores, pero se hace necesario una reflexión al
respecto, pues el quehacer de los líderes de la izquierda tradicional ha
propiciado, entre otros males, la desorientación y falta de formación de la
clase trabajadora. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que aquellas fuerzas
dentro de la izquierda europea que ejercían con vocación de gobierno,
renunciaron al “programa máximo” e incluso minimizaron el mínimo, pues, citando
a Trotsky “…la socialdemocracia no necesita tal puente, ya que la palabra
socialismo le sirve sólo para las arengas domingueras”.
Los acontecimientos surgidos en los últimos años hacen más necesario que nunca
una revisión de las formas políticas, teóricas y prácticas, con las que la
vanguardia de la clase trabajadora, entendida ésta como estructura organizativa
de lucha, debe afrontar los retos del presente y del futuro. Día a día,
escenario a escenario, estado a estado, el capitalismo y el hijo nacido de éste,
el neoliberalismo, destruye derechos y libertades, asola sociedades, derrocha
recursos, empobrece a la multitud y enriquece al rico. Como una bestia que se
quiere cobrar su recompensa, en el breve lapso de tiempo de apenas dos décadas,
la faz de los países europeos ha sido transformada dando lugar a una masa
ingente de desempleados crónicos, desigualdades extremas, desaparición de
derechos laborales y sindicales, etc., a la par que la maquinaria diseñada por
el capital es alimentada cada vez más vorazmente con las carnes y los huesos de
la clase trabajadora. Citando de nuevo a Trotsky, “la burguesía retoma cada vez
con la mano derecha el doble de lo que ha dado con la izquierda (impuestos,
derechos aduaneros, inflación, deflación, carestía de la vida, paro,
reglamentación política de las huelgas, etc.)”.
Para el revolucionario ruso, la solución al problema pasaba por la implantación
de un programa de transición. Un puente entre el programa de mínimos y el de
máximos que, defendiendo infatigablemente los derechos democráticos y las
conquistas sociales, plantease un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya
esencia se encierra en el hecho de que se orientarán cada vez más abierta y
decisivamente contra las bases mismas del régimen capitalista.
Desde el contexto histórico que nos contempla, la lectura anterior es
perfectamente aplicable y vigente. La alternativa política que hoy la izquierda
debe diseñar ha de pasar por la construcción de un programa de transición cuya
tarea consista en la movilización sistemática de la ciudadanía que derive en la
conquista del poder por la clase trabajadora. ¿Y cuáles son los ejes motrices de
esta movilización ciudadana? A diferencia de entonces, los postulados de partida
de la clase trabajadora hoy tienen una dimensión teórica mucho más tangible que
entonces. Nuestras leyes, a base del continuo vaivén de las fuerzas dinámicas
que mueven las palancas de la historia, facilitan el camino de la movilización
de las masas. La Constitución Española (al igual que la inmensa mayoría de
constituciones europeas) y la DDHH salvaguardan y protegen, en el contexto del
papel, derechos y reivindicaciones otrora revolucionarios. Éstas han de ser
entendidas no como un estadio final, si no como una herramienta estratégica de
lucha hacia el objetivo final. El derecho al empleo, a la vivienda, a la Sanidad
y la Educación, a la libertad de asociación e incluso a la rebelión, son
palancas de cambio que han de funcionar bajo el paraguas del nuevo Programa de
Transición que la vanguardia política de la clase trabajadora debe hacer
funcionar. Este programa ha sido ya puesto en práctica en fase experimental y de
forma conjunta por todos aquellos movimientos que formaron las Marchas de la
Dignidad 22 M. Nuestra tarea consiste hoy en trasladar a la ciudadanía que esos
mismos derechos incluidos en las cartas magnas, son violados sistemáticamente
porque el propio sistema capitalista es incapaz de asumirlos. Es nuestro deber,
obligación y camino mostrar a las sociedades europeas la confrontación directa,
en términos dialécticos, existente entre lo que ha venido a llamarse
Constitución “formal” y Constitución “material”. Nuestras exigencias,
contempladas y adoptadas en su día de común acuerdo con las clases
privilegiadas, son las propias contradicciones del sistema en que vivimos. Serán
los elementos estratégicos que permitan la conquista de dos escenarios
materiales y en orden temporal -la confluencia de las vanguardias sociales y
políticas y la mayoría social y ciudadana-, y que posibilitarán, en última
instancia, el objetivo final: la conquista del poder por el pueblo.
El Programa de Transición debe rotar sobre los siguientes argumentos:
1.- Empleo y condiciones decentes de vida para todos. Guerra sin cuartel a las
clases privilegiadas que, en connivencia con sus agentes políticos (reformistas,
democristianos y socialdemócratas) y a través de políticas neoliberales,
intentan hacer caer sobre las espaldas de la clase trabajadora todo el peso de
las crisis, el militarismo, la desorganización del sistema monetario y todos los
demás males derivados del sistema capitalista. Retomando a Trotsky, “… el
derecho al empleo es el único derecho serio dejado a los trabajadores en una
sociedad basada en la explotación”. Hay que renunciar tajantemente a las
políticas de subvención, subsidio y perpetuación de la pobreza en forma de
prestaciones asistenciales por desempleo. Hemos de levantar contra el desempleo,
tanto estructural como coyuntural, junto con la consigna de empleos públicos, la
de la reducción de la jornada laboral. Hoy más que nunca, las clases
privilegiadas aumentan bochornosamente sus riquezas. Cada vez, los productos de
lujo y superlujo llenan de oprobio nuestras vidas, colisionando frontalmente con
las necesidades al mismo tiempo más perentorias y dramáticas de millones de
seres humanos. Exigimos empleo, decencia y dignidad. Los pequeños propietarios
son arrastrados cada vez a mayor ritmo al saco de la pobreza, constituyéndose en
clase oprimida, al igual que el resto de asalariados, y todo ello propiciado por
un modelo económico que genera una dependencia casi esclavista de los primeros
para con los grandes grupos empresariales y financieros. Hemos se enseñar y
mostrar el futuro de estas clases medias y su condición de clase trabajadora. La
cuestión no está en una colisión “normal” entre intereses opuestos; la cuestión
está en preservar a la clase trabajadora del deterioro, la desmoralización y la
ruina. Se trata de una cuestión de vida o muerte para la única clase creadora y
progresiva, y, por ello, garante del futuro de la humanidad. Alegarán las clases
poseedoras, a través de sus economistas, abogados, periodistas y políticos
profesionales lo irrealizable de estas medidas, mas lo “lo realizable” o
“irrealizable” es, en este caso, una cuestión de relación de fuerzas que sólo la
lucha puede resolver. Nuestras reivindicaciones deben incidir sobre la
desaparición radical de esas bolsas de desempleo crónicas asentadas en las
sociedades europeas (14 % en España, 20 % en Grecia o más del 5 % de la media
europea, en términos de población activa) que han consolidado una red de pobreza
crónica que irá más allá de las generaciones presentes. De igual forma, nuestra
lucha sin tregua contra la nueva forma de empleo que se impone a los
trabajadores europeos en forma de lo que la oficialidad ha venido a llamar
subempleo, y que no es más que una consecuencia lógica e inmediata de las
políticas laborales en materia regulatoria. En el otro lado, el aumento en más
de un 15 % de la riqueza de los grandes patrimonios españoles, o el aumento
exponencial, en términos netos, de las grandes fortunas mundiales.
2.- Educación, Sanidad y Servicios Sociales. En su afán por capitalizar derechos
y ante la impasibilidad de las sociedades europeas, las viejas clases
privilegiadas han lanzado una ofensiva sin precedentes contra las conquistas
sociales de otros tiempos. Hoy, conscientes de que la correlación de fuerzas ha
cambiado, se apresuran en recuperar lo que entienden suyo. Los servicios
públicos de salud o educación van siendo cercenados progresivamente, llegándose
al extremo de que en muchos lugares de Europa, prácticamente son inexistentes.
Las vanguardias trabajadoras creadas alrededor de las demandas en este sentido
deben, en el período inmediato, consolidarse como instrumento de lucha. Las
mareas ciudadanas en todas sus variantes hoy son el embrión de los consejos
populares en los que la clase trabajadora construya la lucha del mañana, y deben
aspirar a la materialización de la organización de los trabajadores. Por ello,
el papel de las fuerzas políticas de la izquierda real siempre debe jugar del
lado de estas reivindicaciones y acciones. Los partidos que hoy aspiren a
construir y tomar el poder popular deben, innegociablemente, hacer una lucha
real y honesta en este sentido.
3.- Contra la corrupción. A la par que la correlación de fuerzas va cambiando,
las clases privilegiadas se sirven de este hecho para hundir sus tentáculos en
todos los órganos e instituciones de control. Es en ese momento cuando se hace
manifiesto que las leyes y normas que han servido en un momento determinado,
dejan de funcionar, en primera instancia de forma velada, para posteriormente
hacerlo a pecho descubierto. La corrupción es una condición necesaria del
capitalismo, pues los principios de legalidad vigentes en un contexto artificial
de entente entre clases sólo tienen rango de aplicación y validez en la medida
en que éstos pueden ser defendidos. Cuando el propio estado a través de sus
mecanismos oficiales y en aras de los intereses de las clases dominantes moldea
leyes, destruye derechos e impone restricciones a una mayoría, aquellos que se
encuentran en el otro lado de la plaza comienzan a jugar su particular juego. En
éste todo vale, pues los mecanismos del Estado están a su favor. Leyes,
tribunales, medios de comunicación, forman parte de un todo cuya única directriz
obedece a la de preservar los privilegios de una clase decadente y mezquina. Mas
si la correlación de fuerzas no varía, los niveles de corrupción van en aumento,
corriendo el riesgo de que las propias clases sociales fuera de los
privilegiados tiendan a resignarse e interiorizar esta misma corrupción como un
mal necesario. Es en ese sentido que las fuerzas dominantes intentan imbuir el
estado de ánimo necesario en la población para que esta amanse sus ansías de
justicia y aparque la reivindicación y la lucha por lo justo y necesario para
ella como clase. De aquí vienen los mensajes de nuestros gobernantes sobre el
fraude fiscal o el incumplimiento de normas constitucionales. Ante una
imposibilidad material, según ellos, es necesario e incluso conveniente mirar
hacia otro lado mientras las tropelías, corruptelas e ilegalidades tienen lugar.
Por el contrario, al pueblo llano se le exige un nivel cada vez mayor de
cinismo, pues a la par que bebe de aquellas aguas fecales, es castigado
arbitraria y desproporcionadamente cuando lucha por sus derechos.
4.- Las Marchas de la Dignidad 22M y las Mareas Ciudadanas. La sola presencia de
un o unos partidos políticos que luchen por el cambio no es suficiente hoy día
para que éste sea plausible. Se necesitan unos agentes externos pero
relacionados con éstos cuya labor primordial es la de construir la organización
y la lucha ciudadana. Un partido político o una coalición de éstos que llegue al
poder para compartirlo con el pueblo debe estar aupado por éste. Pero para ello,
debe existir un período previo en el cual se construyan los espacios de decisión
popular. Es necesario crear organizaciones ad hoc que abarquen a la ciudadanía
en lucha en su conjunto y que finalmente deriven en consejos populares. Hoy, el
camino iniciado por las diferentes mareas ha señalado la dirección a seguir. En
un nuevo impulso, el movimiento surgido en torno a las Marchas de la Dignidad es
un intento real de consolidar estos órganos de asociación, organización y lucha.
A la par que los partidos políticos revolucionarios deben alcanzar su madurez
como fuerzas de cambio, la confección y consolidación de estos espacios
ciudadanos es tarea primordial para la madurez del sujeto político que aúpe a
las fuerzas políticas necesarias al poder.
5.- Las experiencias de autogestión. Como elementos de lucha, las experiencias
de autogestión no sólo deben apoyarse, si no que deben ser propiciadas por los
agentes políticos de cambio. El control de la gestión por colectivos ciudadanos,
la capacidad de consenso, decisión y acción conjunta por partes de capas de la
sociedad inmovilizadas y resignadas, debe suponer una conquista fundamental para
el logro de nuestro objetivos. Experiencias como el Rey Heredia, La Corrala
Utopía, el barrio de Gamonal, o muchos más que en los últimos tiempos han tenido
lugar en España, no deben parecernos elementos aislados o espontáneos de lucha.
Se debe diseñar en este sentido una estrategia y planificación para llevar a
barrios y ciudades lugares en los que la autogestión acerque el pueblo al
pueblo, estrechando lazos de fraternidad y compromiso de clase.
6.- Expropiación de empresas estratégicas. Nuestro programa debe pasar
ineludiblemente por la expropiación forzosa de todas aquellas ramas industriales
estratégicas que hoy sirven como herramienta de enriquecimiento de unos pocos y
empobrecimiento de la mayoría social. Telecomunicaciones, Transportes,
Alimentación o Energía son sectores cuyo control ha de volver al pueblo. Ahora
bien, la nacionalización así entendida, no debe caer en trampas tales como
indemnizaciones o cantos de sirena lanzados desde los soportes políticos y
mediáticos de las clases privilegiadas. Sencillamente, reclamamos lo que es
nuestro y es necesario para nuestra supervivencia como clase trabajadora, y que
ha sido hurtado a través de privatizaciones sistemáticas en condiciones
ventajosas para los privilegiados y sus secuaces.
7.- Expropiación de la banca privada y estatización del sistema de créditos. Los
bancos concentran en sus manos el dominio real de la economía. Sin ésta, los
derechos, las leyes e incluso las dignidades son papel mojado. En su estructura,
los bancos expresan de forma concentrada la estructura completa del capital
moderno: combinan tendencias de monopolio con tendencias de anarquía. Organizan
los milagros tecnológicos, empresas gigantes, trusts poderosos; y organizan
también las crisis y el desempleo. Sólo la expropiación de la banca privada y la
concentración de todo el sistema de crédito en manos del Estado proporcionará a
este último los medios necesarios reales, es decir, materiales, para la
planificación económica. Mas la expropiación de los bancos no implicará en modo
alguno la expropiación de las cuentas bancarias. Sólo así el estado podrá
configurar una red de créditos en condiciones ventajosas para el pequeño
comercio y las pequeñas empresas y, en definitiva, unas mejores condiciones
materiales para el desarrollo de la clase trabajadora.
La participación estricta en este programa debe ser de obligado cumplimiento
para todas aquellas fuerzas políticas, del lado de la clase trabajadora, que
pretendan liderar el cambio de rumbo que nuestras sociedades reclaman. La
posesión de una visión clara, casi ascética del mismo, una convicción férrea en
aquello que perseguimos; elementos éstos que no propicien concesiones al
enemigo; es ahí donde hoy reside nuestra fuerza. Se ha de alertar de la flaqueza
ideológica de los cuadros dirigentes de los partidos que trabajen por el cambio
de sociedad. Por unos intereses u otros, estas vanguardias pueden, como la
historia ha demostrado, plegarse al poder de las clases privilegiadas, haciendo
un daño irreparable a los intereses de la clase trabajadora. Por ello, la
militancia debe hacer una vigilancia estrecha de las decisiones y acuerdos de
estos cuadros, a fin de corregir las posibles y probables desviaciones derivadas
del comportamiento de unas élites cuya talla no siempre estará en consonancia
con los acontecimientos históricos.
Nuestra decisión y vocación es férrea. Nuestro objetivo: conquistar el poder
popular.
Jorge Alcázar González. Colectivo Prometeo y FCSM
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.

In
http://rebelion.org/noticia.php?id=188064
4/7/2014

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