quinta-feira, 28 de dezembro de 2017

Estados Unidos, modelo racial de la Alemania nazi




David Mikics
Tablet Magazine / Sin Permiso

      “Los abogados nazis contemplaban a EE UU, no sin razón, como líder mundial
      innovador en la creación de leyes raciales”, observa Whitman en su libro
      "Hitler's American Model". El Sur de EE.UU. y la Alemania nazi eran los
      regímenes más racistas del mundo en la década del 30.



Protesta de jovenes blancos contra la integración racial en las escuelas,
Montgomery, Alabama, 1963.
Un libro de reciente aparición, Hitler's American Model [Princeton University
Press, 2017], de James Q. Whitman, argumenta de modo convincente que las medidas
políticas de Hitler se inpiraron en el racismo institucionalizado en los Estados
Unidos y el pragmatismo de su Derecho consuetudinario.
El 26 de julio de 1935, cerca de un millar de manifestantes antinazis asaltaron
el Bremen, un elegante y modernísimo transatlántico alemán que había fondeado en
nueva York. Los manifestantes lograron hacer trizas la bandera con la esvástica
del barco y lanzarla al río Hudson. Fue el climax de un largo y cálido verano
neoyorquino de luchas callejeras entre pronazis y antinazis.
Cinco de los alborotadores del incidente del Bremen fueron detenidos, pero
cuando comparecieron ante el juez Louis Brodsky en septiembre de 1935 sucedió
algo digno de nota: Brodsky desechó todos los cargos, alegando que la esvástica
era “una bandera negra de piratería” que merecía ser destruida, emblema de “una
revuelta contra la civilización…un retroceso atávico a condiciones sociales y
políticas de antes de la Edad Media, por no decir bárbaras”.
El Derecho que amparaba la valerosa proclamación de Brodsky era cuestionable, y
no pasó mucho tiempo antes de que el Departamento de Justicia de Roosevelt se
disculpara ante Alemania por la decisión del juez. Hitler elogió a la
administración de Roosevelt por desautorizar el dictamen de Brodsky. Pero la
absolución de los vándalos antinazis por parte del judío Brodsky se convirtió
con todo en una cause celèbre para el partido de Hitler. Las Leyes de Nuremberg
de septiembre de 1935, que imponían severas restricciones a los judíos alemanes,
eran, así lo afirmaban los nazis, una “contestación” al “insulto” de Brodsky.
James Q. Whitman dedica su nuevo libro Hitler’s American Model  [El modelo
norteamericano de Hitler] “al fantasma de Louis B. Brodsky”. Pero Whitman
discrepa de la afirmación de que el nazismo de mediados de los años 30 fuera un
retroceso a la Edad Media. Whitman muestra que las Leyes de Nuremberg, en vez de
constituir una bárbara anomalía, se modelaron parcialmente sobre las leyes
raciales norteamericanas entonces en vigor. El regimen nazi se consideraba a la
vanguardia de la legislación racial, y se inspiraba en Norteamérica. “Los
abogados nazis contemplaban a EE UU, no sin razón, como líder mundial innovador
en la creación de leyes raciales”, observa Whitman. En la década de los años 30,
el Sur norteamericano y la Alemania nazi eran los regímenes más directamente
racistas del mundo, orgullosos del modo en que habían privado a negros y judíos,
respectivamente, de sus derechos civiles.
Los especialistas académicos hace mucho que saben que el movimiento eugenésico
norteamericano inspiró a los nazis; ahora Whitman le añade la influencia de la
política de inmigración norteamericana y sus leyes acerca de la raza. Hoy en
día, la idea de Whitman de que el nazismo miraba hacia Norteamérica en busca de
inspiración se expone a sumirnos en el pánico moral. Pero hay otra faceta de la
historia, y en la era de Trump, especialmente, podemos sacarle partido echándole
un vistazo riguroso. Nuestro presidente resultó elegido en parte porque
capitalizó un nacionalismo de los de EE UU primero, a la caza despiadada de
enemigos externos e internos. De acuerdo con esta visión, los cosmopolitas sin
raíces, los inmigrantes y los centros urbanos sin ley son una constante amenaza
para la verdadera Norteamérica.
Los historiadores le han restado importancia a la conexión entre las leyes
raciales norteamericanas y EE UU, porque Norteamérica estaba interesada
principalmente en negar la plena ciudadanía a los negros, más que a los judíos.
Pero la diestra labor detectivesca de erudición académica de Whitman ha
demostrado que a mediados de los años 30, los juristas y politicos nazis se
volvían una y otra vez hacia la forma en que los Estados Unidos habían privado a
los afroamericanos del derecho a votar y casarse con blancos. Estaban fascinados
por la forma en que los Estados Unidos habían convertido a millones de personas
en ciudadanos de segunda clase.
Por extraño que pueda parecernos, los nazis consideraban a EE UU como un modelo
para la raza blanca, un imperio racial nórdico que había conquistado una ingente
cantidad de Lebensraum [“espacio vital”]. Un especialista académico alemán,
Wahrhold Drascher, en su libro La supremacía de la raza blanca (1936),
contemplaba la fundación de EE UU como un “punto de inflexión transcendental” en
el ascenso de los arios. Sin EE UU, escribió Drascher, “nunca habría surgido una
unidad consciente de la raza blanca”. Rasse y Raum—raza y espacio vital — eran
para los nazis palabras clave tras el triunfo de EE UU en el mundo, de acuerdo
con el historiador Detlef Junker. Hitler admiraba el compromiso norteamericano
con la pureza racial, alabando las campañas indias que habían “masacrado a
millones de pieles rojas hasta dejarlos reducidos a unos cuantos cientos de
miles”.

Hitler no se equivocaba al volver los ojos hacia EE UU en busca de innovaciones
racistas. “A principios del siglo XX, EE UU era líder global en leyes raciales”,
escribe Whitman, más incluso que Sudáfrica. El imperio español del Nuevo Mundo
había sido pionero en leyes que ligaban la ciudadanía a la sangre, pero los
Estados Unidos desarrollaron una legislación racial bastante más avanzada que la
de los españoles. Durante casi un siglo, la esclavitud africana-norteamericana
fue una mancha monumental en la Declaración de Independencia de Jefferson y su
afirmación de que “todos los hombres han sido creados iguales”. La Ley de
Naturalización de 1790 establecía que “cualquier extranjero, tratándose de una
persona blanca libre” podía convertirse en norteamericano, y los nazis
advirtieron aprobatoriamente que se trataba de un caso inusual de restricciones
raciales a la ciudadanía. California prohibió la inmigración china en la década
de 1870; el país entero siguió el ejemplo en 1882.
La I Guerra Mundial proporcionó un ímpetu añadido a la atención que concedían
las doctrinas racialistas a la inmigración y los inmigrantes. La Ley de Zona
Vedada Asiática de 1917 prohibía la entrada a inmigrantes asiáticos, junto a
homosexuales, anarquistas e “idiotas”. Y la Ley de Cuotas de 1921 favorecía a
los inmigrantes del norte de Europa por delante de italianos y judíos, a lo que
en su mayoría se prohibía inmigrar. Hitler alabó las restricciones
norteamericanas a la inmigración en Mein Kampf: el futuro dictador alemán
lamentaba el hecho de que nacer en un país le convirtiera a uno en ciudadano, de
modo que “un negro que haya vivido anteriormente en protectorados alemanes y que
ahora resida en Alemania pueda así engendrar a un ‘ciudadano alemán’”. Hitler
añadía que “hay actualmente un Estado en el que puede al menos observarse los
débiles inicios de una concepción mejor… la Unión norteamericana”, la cual
“excluye sencillamente la inmigración de ciertas razas”. EE UU, concluía Hitler,
gracias a sus leyes de base racial, tenía una idea más verdaderamente völkisch
del Estado que Alemania.
En el terreno de las restricciones raciales al matrimonio, América se quedaba
sola como pionera. La idea norteamericana de que un matrimonio racialmente mixto
era delito tuvo una intensa repercusión en las Leyes de Nuremberg. En la década
de 1930, casi treinta estados norteamericanos tenían leyes contrarias al
mestizaje en sus códigos, prohibiendo en algunos casos a los asiáticos, así como
a los afroamericanos, casarse con blancos. Los nazis copiaron con empeño las
leyes norteamericanas contra el mestizaje. Las Leyes de Nuremberg, que seguían
el modelo norteamericano, ilegalizaron los matrimonios entre judíos y no judíos.
Hay un aspecto en el que las leyes raciales norteamericanas demostraron ser
demasiado severas para los nazis. En Norteamérica, reinaba la regla de “una
gota”. A menudo, se te consideraba negro sólo con tener una dieciseisava parte
de sangre negra. Pero la propuesta de los Nazis de línea dura de definir a los
alemanes con un abuelo judío como judíos no se aprobó en Nuremberg. Por el
contrario, a quienes eran judíos en una cuarta parte, o incluso medio judíos, se
les trataba con relativa indulgencia. Los Mischlinge, medio judíos, podían
contabilizarse como arios, a menos que fueran religiosamente observantes o
estuvieran casados con un cónyuge judío.
El tratamiento norteramericano del derecho al voto era también crucial para el
programa de los nazis. Hitler se proponía convertir a los judíos alemanes en
residentes sin ciudadanía que carecerían del voto, así como de otros derechos.
En Mein Kampf proponía una división tripartita entre Staatsbürger (ciudadanos),
Staatsangehörige(nacionales) y Ausländer (extranjeros). Los Estados Unidos ya
disponían de esa división cuando se trataba de ciertos grupos étnicos,
principalmente los afroamericanos, la mayoría de los cuales no podía votar en el
Sur. Los sureños blancos veían a los negros del modo en que los nazis veían a
los judíos, en palabras de Whitman, como una “‘raza extranjera’ de invasores que
amenazaba con ‘tomar la delantera’”. Al jurista nazi Heinrich Krieger le
entusiasmaba en particular, en un artículo de 1934, que los EE.UU. privaran del
derecho al voto no sólo a los negros sino también a los chinos. Detlef Sahm,
otro jurista, aplaudía la denegación del voto a los indios norteamericanos, e
hizo notar que de acuerdo con la ley norteamericana, los filipinos, igual que
los chinos, eran nacionales sin ciudadanía.
Los nazis no sólo se mostraban entusiastas con el contenido de las leyes
raciales norteamericanas, también abrazaban su base de Derecho consuetudinario
(“common law”). Erich Kaufmann, un profesor de Derecho, judeo-alemán y
derechista, que sobrevivió escondido los años de la guerra, alababa en 1908 la
forma en que las decisiones legales norteamericanas, con su “riqueza de vida e
inmediatez”, por oposición al rígido código de Derecho Civil que guiaba la
jurisprudencia alemana, respondía a “las intuiciones legales vivas del pueblo
norteamericano”.
Treinta años más tarde, el atisbo de Kaufmann lo recogerían los nazis que
consideraban el Derecho consuetudinario, que incorpora las poderosas intuiciones
de la gente, como forma de legislar sobre prejuicios raciales. Es verdad,
reconocían, que no existía una definición biológica sólida de la judeidad, pero
los instintos antisemitas del pueblo eraN, sin embargo, corrrectos. Roland
Freisler, uno de los juristas nazis más radicales y despiadados [y juez
principal de los conspiradores del atentado contra Hitler del 20 de julio de
1944], escribió:
“Creo que cualquier juez contaría a los judíos entre la gente de color, aunque
por fuera parezcan blancos…Así pues, soy de la opinión de que podemos proceder
con el mismo primitivismo que emplean estos estados norteamericanos. Un estado
incluso afirma simplemente: ‘gente de color’. Ese procedimiento sería tosco,
pero suficiente”.
A Freisler le gustaba el racismo del Derecho consuetudinario norteamericano, con
(en palabras de Whitman) “su modo legal llevadero, no concluyente, de
lo-entiendo-cuando-lo- veo”. No hacían falta definiciones científicas de raza;
el prejuicio popular era más que suficiente para proseguir. La experiencia
norteamericana lo decía todo: el racismo a lo Jim Crow [símbolo de las leyes
discriminatorias del Sur norteamericano tras la Guerra Civil] era realismo
legal, enraizado en los sentimientos del pueblo.
Otros juristas nazis, como Bernhard Lösener, atacaban la defensa del enfoque de
Derecho consuetudinario. Se quejaban de que a los jueces no se les permitía
hacer juicios basados en intuiciones raciales cuando no tenían forma científica
de determinar lo que era judío. “Vagos sentimientos de odio a los judíos” no
eran suficientes, insistía Lösener, defendiendo la postura de que de que el
antisemitismo precisaba una sólida base de “ciencia” racial. Lösener
representaba un aspecto de la ideología nazi, el énfasis en los hechos rigurosos
y científicos acerca de la raza y el caracter de los pueblos; el otro aspecto
era la improvisación de nuevas reglas para promover el poder alemán. Acabó
ganando la improvisación: la falta de claridad respecto a quien contaba como
judío permitió a los nazis durante la guerra lo mismo usar a los Mischlingeque
asesinarlos si era necesario.
Los nazis eran conscientes de que Norteamérica se gobernaba de acuerdo con
principios igualitarios y liberales. Pero señalaban que hacíamos excepciones
para con nuestro ideal basadas en la raza. Norteamérica demostraba, en palabras
del profesor de Derecho Herbert Kier, que “la fuerza elemental de la necesidad
de segregar a los seres humanos de acuerdo con su ascendencia racial se deja
sentir incluso cuando una ideología política se interpone en su camino”. Hitler
rendía homenaje a Norteamérica en Mein Kampf por su evangelio de movilidad
social, sobre la base de que el nazismo era un proyecto de igualdad de
oportunidades para los arios. Hasta finales de los años 30, el New Deal de
Roosevelt gozó de popularidad entre los nazis. El presidente, declaraban, había
asumido poderes dictatoriales con el fin de impulsar las perspectivas de todos
los norteamericanos blancos, a la vez que la segregación continuaba en vigor en
el Sur.
En sus páginas finales, Whitman sugiere que vale la pena reflexionar sobre la
aprobación por parte de los nazis de la cultura legal norteamericana. El gusto
norteamericano por el Derecho consuetudinario, que se considera habitualmente
señal de nuestro enfoque pragmático y flexible en la toma de decisiones legales,
puede también consagrar prejuicios populares. Estados de ánimo populares como el
afán por mostrarse duros con la delincuencia o con los inmigrantes ilegales
pueden portar las semillas del fanatismo autoritario.
David Mikics autor recientemente de Bellow´s People: How Saul Bellow Made Life
Into Art, además de Slow Reading in a Hurried Age, The Annotated Emerson, The
Art of the Sonnet y A New Handbook of Literary Terms, es profesor de Inglés en
la Universidad de Houston, Texas.
Fuente original: Tablet Magazine, 20 de marzo de 2017
Traducción: Lucas Antón
Fuente de la versión en castellano:
http://www.sinpermiso.info/textos/ee-uu-modelo-racial-de-la-alemania-nazi


In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=235857
28/12/2017

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