terça-feira, 17 de maio de 2022

El imperialismo nunca terminó, sólo cambió de forma

 
     


  Los países ricos han drenado 152 billones de dólares del Sur global
  desde 1960



Traducido por Luis Lluna Reig

Desde hace tiempo sabemos que el ascenso industrial de los países ricos
dependía de la extracción del Sur global durante la época colonial. La
revolución industrial europea se basó en gran medida en el algodón y el
azúcar, que se cultivaron en tierras robadas a los indígenas americanos,
con el trabajo forzado de los esclavos africanos. La extracción de Asia
y África se utilizó para pagar la infraestructura, los edificios
públicos y los estados de bienestar en Europa, todos los indicadores del
desarrollo moderno. Pero, a su vez, los costes para el Sur fueron
catastróficos: genocidio, despojo, hambruna y empobrecimiento masivo.

Finalmente, a mediados del siglo XX, las potencias imperiales retiraron
la mayoría de sus banderas y ejércitos del Sur. Pero durante las décadas
que siguieron, los economistas e historiadores asociados a la «teoría de
la dependencia» alegaron que los patrones básicos de apropiación
colonial seguían vigentes y continuaban definiendo la economía global.
El capitalismo nunca terminó, argumentaban, sólo cambió de forma.

Tenían razón. Investigaciones recientes demuestran que los países ricos
siguen dependiendo de una gran apropiación neta del Sur global, que
incluye decenas de miles de millones de toneladas de materias primas y
cientos de miles de millones de horas de trabajo humano al año
–incorporados no sólo en productos básicos, sino también en bienes
industriales de alta tecnología como teléfonos inteligentes, ordenadores
portátiles, chips informáticos y automóviles, que en las últimas décadas
han pasado a fabricarse mayoritariamente en el Sur.

Este flujo de apropiación neta se produce porque los precios son
sistemáticamente más bajos en el Sur que en el Norte. Por ejemplo, los
salarios pagados a los trabajadores del Sur son, por término medio, una
quinta parte del nivel de los salarios del Norte. Esto significa que por
cada unidad de trabajo y recursos incorporados que el Sur importa del
Norte, se ve obligado para pagarla a exportar muchas más unidades.

Los economistas Samir Amin y Arghiri Emmanuel lo describen como una
«transferencia oculta de valor» desde el Sur, que sostiene altos niveles
de ingresos y consumo en el Norte. La fuga se produce de forma sutil y
casi imperceptible, sin la declarada violencia de la ocupación colonial
y, por tanto, sin provocar protestas ni indignación moral.

En un reciente artículo publicado en la revista New Political Economy,
nos basamos en el trabajo de Amin y otros autores para cuantificar la
magnitud de la fuga debida al desigual intercambio durante la era
poscolonial. Descubrimos que la fuga aumentó drásticamente durante los
años ochenta y noventa, cuando se impusieron los programas neoliberales
de ajuste estructural en todo el Sur global. En la actualidad, el Norte
global importa del Sur productos básicos por valor de 2,2 billones de
dólares [unos 2 millones de euros] al año, en precios del Norte. En
perspectiva, esa cantidad de dinero bastaría para acabar con la pobreza
extrema, a nivel mundial, aun siendo esta quince veces mayor que la actual.

Durante todo el periodo que va de 1960 hasta hoy, la fuga ascendió a 62
billones de dólares [57 billones de euros] en términos reales. Si este
valor hubiera sido retenido por el Sur, contribuyendo a su crecimiento
según sus propias tasas durante este periodo, tendría hoy un valor de
152 billones de dólares [138 billones de euros].

Son sumas extraordinarias. Para el Norte global (y aquí nos referimos a
Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel, Japón, Corea y
las economías ricas de Europa), las ganancias son tan grandes que,
durante las últimas dos décadas, han superado la tasa de crecimiento
económico. En otras palabras, el crecimiento neto del Norte depende de
la apropiación del resto del mundo.

Para el Sur, las pérdidas superan por un amplio margen las
transferencias de ayuda exterior. Por cada dólar de ayuda que recibe el
Sur, pierde 14 dólares [12,64 euros] sólo en drenaje por el intercambio
desigual, sin contabilizar otros tipos de pérdidas como los flujos
financieros salientes ilícitos y la repatriación de beneficios. Por
supuesto, la proporción varía según el país –es más alta para unos que
para otros– pero en todos los casos, el discurso de la ayuda oculta una
realidad más oscura de saqueo. Los países pobres están desarrollando a
los países ricos, no al revés.

Los economistas neoclásicos tienden a ver los bajos salarios del Sur
como algo «natural» –una especie de resultado neutral del mercado–. Pero
Amin y otros economistas del Sur global sostienen que las desigualdades
salariales son artefactos del poder político.

Los países ricos tienen el monopolio de la toma de decisiones en el
Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), tienen la mayor
parte del poder de negociación en la Organización Mundial del Comercio,
utilizan su poder como acreedores para dictar la política económica en
las naciones deudoras y controlan el 97% de las patentes del mundo. Los
Estados y las empresas del Norte aprovechan este poder para abaratar los
precios de la mano de obra y los recursos en el Sur global, lo que les
permite lograr una apropiación neta mediante el comercio.

Durante las décadas de los 80 y 90, los programas de ajuste estructural
del FMI redujeron los salarios y el empleo en el sector público, al
tiempo que recortaron los derechos laborales y otras normas de
protección, todo lo cual abarató la mano de obra y los recursos. Hoy en
día, los países pobres dependen estructuralmente de la inversión
extranjera y no tienen más remedio que competir unos contra otros para
ofrecer mano de obra y recursos baratos con el fin de complacer a los
barones de las finanzas internacionales. Esto garantiza un flujo
constante de aparatos desechables y moda rápida hacia los consumidores
acomodados del Norte, pero con un coste extraordinario para las vidas
humanas y los ecosistemas del Sur.

Hay varias formas de solucionar este problema. Una de ellas sería
democratizar las instituciones de la gobernanza económica mundial, de
tal modo que los países pobres tengan una participación más justa en la
fijación de las condiciones comerciales y financieras. Otra medida sería
garantizar que los países pobres tengan derecho a utilizar los
aranceles, las subvenciones y otras políticas industriales para crear
una capacidad económica soberana. También podríamos dar pasos hacia un
sistema global de salarios dignos y un marco internacional de
regulaciones medioambientales, que pondrían un nivel mínimo a los
precios de la mano de obra y los recursos.

Todo ello permitiría al Sur captar una parte más justa de los ingresos
del comercio internacional y liberar a sus países para una movilización
de sus recursos en orden a la eliminación de la pobreza y la
satisfacción de las necesidades humanas. Pero alcanzar estos objetivos
no será fácil; requerirá un frente organizado entre los movimientos
sociales dirigido hacia el logro de un mundo más justo, en contra de
aquellos que se benefician tan prodigiosamente del /statu quo./

*Autores:*

/– Jason Hickel, Académico de la Universidad de Londres y Miembro de la
Real Sociedad de Arte del Reino Unido./

/– Dylan Sullivan, estudiante de posgrado en el Departamento de Economía
Política de la Univer-sidad de Sidney. /

/– Huzaifa Zoomkawala, investigador independiente y analista de datos
con sede en Karachi./

Fuente:
https://www.aljazeera.com/opinions/2021/5/6/rich-countries-drained-152tn-from-the-global-south-since-1960 <https://www.aljazeera.com/opinions/2021/5/6/rich-countries-drained-152tn-from-the-global-south-since-1960>

Em
REBELION
https://rebelion.org/los-paises-ricos-han-drenado-152-billones-de-dolares-del-sur-global-desde-1960/
17/5/2022

Nenhum comentário:

Postar um comentário