terça-feira, 31 de março de 2015

Mentiras y engaños en la izquierda: la política de la autodestrucción Francia, Grecia y Brasil



James Petras


Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García

Introducción
En el último año, las que parecían ser esperanzadas señales del surgimiento de
gobiernos de izquierda que serían vigorosas alternativas a los regímenes de
derecha favorables a Estados Unidos se convirtieron en un calco de aquéllos; en
los años venideros, esto les relegará al basurero de la historia. El ascenso y
la rápida decadencia de los gobiernos de izquierda en Francia, Grecia y Brasil
no son el resultado de un golpe militar, ni tampoco de las maquinaciones de la
CIA. La debacle de esos gobiernos de izquierda es el resultado de unas
decisiones políticas deliberadas que rompen decididamente con unos programas
progresistas, unas promesas y unos compromisos que los líderes políticos
hicieron al electorado compuesto por trabajadores y representantes de las clases
medias que finalmente les eligieron.

Cada vez más, los votantes ven como traidores a aquellos gobernantes de
izquierda que han vendido a sus partidarios que están a su entera disposición y
los comparan con sus más importantes enemigos de clase: los banqueros, los
capitalistas y los ideólogos liberales.

Los gobiernos de izquierda cometen suicidio

La autodestrucción de la izquierda es una imprevista victoria de lo más
retrógrado de las fuerzas políticas neoliberales. Estas fuerzas han procurado
destruir el sistema de bienestar, imponer sus reglas mediante funcionarios no
elegidos, han ampliado y profundizado la desigualdad, debilitado los derechos de
los trabajadores y privatizado los sectores más lucrativos de la economía.

Hay tres casos de incumplimiento de promesas que destacan en este proceso de
suicidio: en Francia, la segunda principal potencia de Europa, el gobierno
socialista de François Hollande (2012-2015); en Grecia, el gobierno del
izquierdista Syriza elegido el 25 de enero de 2015, que se presentó como el
invalorable propulsor de una política alternativa a la de “austeridad fiscal”; y
Brasil, con el Partido de lo Trabajadores gobernando (2003-2015) el país más
extenso de América latina y miembro importante de los BRICS.

El “socialismo” francés: el gran salto atrás

En su campaña presidencial, François Hollande prometió aumentar los impuestos a
los ricos hasta el 75 por ciento; rebajar la edad de jubilación de los 62 a los
60 años; lanzar un programa de inversión pública para reducir el desempleo;
incrementar significativamente el gasto público en educación (contratando a
60.000 nuevos maestros), salud y vivienda social; y retirar las tropas francesas
de Afganistan, como primer paso de la reducción del papel de París como
colaborador del imperio.

Desde 2012, cuando fue elegido, hasta este momento (marzo de 2015), ha
incumplido todas sus promesas y todos sus compromisos políticos: la inversión
pública no se materializó y el desempleo creció; hoy, los parados superan los
tres millones. El recién nombrado ministro de economía Emmanuel Macron, un ex
socio de la Banca Rothschild, redujo drásticamente –50.000 millones de euros–
los impuestos al sector de los negocios. Manuel Valls, su primer ministro
[nombrado en marzo de 2014], un liberal entusiasta, implementó importante
recortes en los programas sociales, debilitó la regulación gubernamental de los
negocios y los bancos, y erosionó la seguridad laboral. Hollande nombró a
Laurence Boone, proveniente del Bank of America, como su principal asesor en
economía.

El “presidente socialista” francés envió tropas a Mali, aviones de bombardeo a
Libia, asesores militares a la junta de Ucrania y ayudó a los llamados
“rebeldes” sirios (en su mayor parte mercenarios yihadistas). También aprobó la
venta de equipo militar por 1.000 millones de euros a la monarquía dictatorial
de Arabia Saudí y se echó atrás en un contrato de venta de barcos de guerra a
Rusia.

Hollande se sumó a Alemania en la exigencia a Grecia del cumplimiento total y en
término de los pagos de deuda a los banqueros privados y el mantenimiento del
brutal “programa de austeridad”.

Como consecuencia de la estafa a los votantes franceses, la traición a los
trabajadores y el abrazo con los banqueros, los grandes negocios y los
militares, la visión positiva del gobierno “socialista” por parte del electorado
francés se ha reducido a menos del 19 por ciento, y el PSF ocupa ahora el tercer
puesto entre los principales partidos. La política en favor de Israel de
Hollande y su línea dura respecto de las negociaciones EEUU-Irán, los ataque
islamofóbicos del ministro Valls en los suburbios de las grandes ciudades
francesas –donde predominan los musulmanes– y el apoyo a las intervenciones
militares contra los movimientos islámicos [en Oriente Medio y norte de África]
han polarizado cada vez más a la sociedad francesa e incrementado la violencia
étnico-religiosa en el país.


Grecia: la súbita transformación de Syriza

Desde que Syriza ganó las elecciones griegas el 25 de enero de 2015 hasta la
mitad de marzo, Alexis Tsipras, primer ministro, y Yanis Varoufakis, nombrado
ministro de economía, faltaron a cada una de las promesas –las más importantes y
las menos– del programa electoral. Adhirieron, en cambio, a lo más retrógrado de
los procedimientos, medidas y relación con la Troika (el FMI, la Comisión
Europea y el BCE) que Syriza había denunciado en su programa de Salónica poco
tiempo antes.

Tsipras y Varoufakis repudiaron la promesa de rechazar los dictados de la
Troika. En otras palabras, aceptaron la regla colonialista y la continuación del
vasallaje.

Rasgo típico de su demagogia y engaño: ambos procuraron encubrir su sumisión a
la universalmente odiada Troika apodándola “la institución” –sin engañar a nadie
más que a sí mismos– y se convirtieron en el hazmerreír de los más cínicos
observadores de la Unión Europea.

Durante la campaña, Syriza había prometido impugnar toda o buena parte de la
deuda griega. Una vez en el gobierno, Tsipras y Varoufakis aseguraron
inmediatamente que la reconocían y prometieron hacerse cargo de todas las
obligaciones relacionadas con la deuda.

Syriza había prometido priorizar el gasto humanitario y negar la austeridad,
aumentando el salario mínimo, volviendo a emplear a los destituidos en la salud
y la educación y aumentando las pensiones. Después de dos semanas de humillarse
servilmente, los “reformados” Tsipras y Varoufakis priorizaron la austeridad
realizando pagos de deuda y “postergando” incluso los gastos más magros contra
la pobreza. Cuando la Troika le dejó al gobierno Syriza 2.000 millones de euros
para que pudiera alimentar a los griegos hambrientos, Tsipras alabó a los
supervisores y prometió que les presentaría una lista de regresivas “reformas”
por varios miles de millones de euros.

Syriza había prometido reexaminar las sospechosas privatizaciones de lucrativas
empresas públicas realizadas por los anteriores gobiernos de derecha y parar
aquellas que estaban en proceso y las proyectadas para el futuro. Una vez en el
gobierno, Tsipras y Varoufakis renegaron rápidamente de esa promesa. Aprobaron
todas las privatizaciones; las pasadas, las presentes y las futuras. De hecho,
hicieron tanteos para conseguir nuevos “socios” privatizadores, ofreciendo
jugosas concesiones para deshacerse de más empresas públicas.

Syriza prometió enfrentar la alta tasa de desempleo (26 por ciento en el ámbito
nacional, con el 55 por ciento en el sector juvenil) por medio del gasto público
y la reducción en el pago de la deuda. Diligentemente, Tsipras y Varoufakis
satisficieron los pagos de deuda y ¡no asignaron dinero alguno para la creación
de puestos de trabajo!

Syriza no solo continúa las políticas de la derecha; además, lo hace con un
estilo y una sustancia grotescos, adoptando ridículas posturas públicas y gestos
demagógicos sin coherencia alguna: un día, Tsipras dejará una corona de flores
en la tumba de 200 guerrilleros griegos asesinados por los nazis en la Segunda
Guerra Mundial y al día siguiente se prosternará ante los banqueros alemanes
para satisfacer sus exigencias de austeridad presupuestaria, negando dinero
público a dos millones de griegos en el paro.

Una tarde, el ministro Varoufakis posará en una sesión de fotos para Paris Match
que lo muestra, con un cóctel en la mano, en la terraza de su lujoso ático con
vistas a la Acrópolis y ¡unas horas más tarde estará haciendo un discurso para
las masas empobrecidas!

Incumplimiento de promesas, engaño y demagogia, todo durante los dos primeros
meses en el gobierno; Syriza ha establecido un récord en su conversión de un
partido de izquierdas contrario a la austeridad en un vasallo conformista y
servil de la Unión Europea.

La exigencia de Tsipras a Alemania de que pague reparaciones por los daños a
Grecia durante la Segunda Guerra Mundial –una reclamación que, aunque correcta,
ha sido largamente postergada– es otra farsa demagógica diseñada para distraer a
los empobrecidos griegos de la capitulación de Tsipras y Varoufakis ante los
actuales requerimientos alemanes de austeridad. Un cínico funcionario de la UE
le dijo al Financial Times (12/MAR/2015, p. 6), “Ahí está (Tsipras) dándoles (a
los militantes de Syriza) un caramelo para que chupen”.

Nadie espera que los líderes germanos cambien su línea dura por unas injusticias
del pasado, sobre todo porque son traídas a colación por un interlocutor que
está arrodillado... En la UE, nadie toma en serio la exigencia de Tsipras. Es
vista como una retórica de lo más vacía hecha para el consumo interno.

Hablar de unas reparaciones alemanas de 70 años evita hablar de la adopción de
medidas prácticas hoy, como repudiar la deuda o reducir los pagos de una deuda
ilegítima a los bancos alemanes o negarse a obedecer los dictados de Merckel. La
diáfana traición de los compromisos más elementales con el arruinado pueblo
griego ya ha dividido a Syriza. Más del 40 por ciento de la comisión central,
incluido el presidente del parlamento, repudiaron los acuerdos de
Tsipras-Varoufakis con la Troika.

La gran mayoría de los griegos que votaron por Syriza esperaba algún alivio
inmediato y unas reformas. Sin embargo, está cada día más desencantada. No
esperaba que Tsipras nombrara a Yanis Varoufakis, un ex asesor económico de
George Papandreu, el corrupto líder del neoliberal PASOK, como ministro de
economía. No se marcharon en masa muchos votantes del PASOK en los últimos cinco
años para encontrar a los mismos cleptócratas e inescrupulosos oportunistas
ocupando los cargos más altos de Syriza puestos allí por el dedo índice de
Alexis Tsipras.

El electorado tampoco puede esperar una lucha, una resistencia, una decisión de
romper con la Troika de los profesores anglo-griegos* llamados de regreso a
Grecia por Tsipras. Estos izquierdistas de salón (seminaristas marxistas) nunca
se implicaron en los conflictos urbanos ni sufrieron las consecuencias de la
prolongada depresión.

Syriza es un partido liderado por acomodados profesionales, académicos e
intelectuales con movilidad social ascendente. Aunque en nombre de los
trabajadores empobrecidos y asalariados de clase media, los gobiernan desde su
posición prominente, pero atienden a los intereses de los banqueros –tanto los
griegos como especialmente los alemanes–. Priorizan la pertenencia a la UE por
encima de una política independiente y nacional. Su actitud respecto de la OTAN
es de tolerancia, que se manifiesta en su apoyo a la junta de Kiev en Ucrania, a
las sanciones contra Rusia, a la intervención de la OTAN en Siria e Iraq, y en
¡el mantenimiento de un sonoro silencio en relación con la amenaza militar a
Venezuela!

Brasil: recortes presupuestarios, corrupción y revuelta popular

El gobierno del supuesto Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, en el poder
durante 13 funestos años, ha sido uno de los más corruptos de América latina.
Respaldado por las principales confederaciones de trabajadores y varias
organizaciones de campesinos sin tierra, y compartiendo el poder con partidos de
centroizquierda y de centroderecha, fue capaz de atraer la inversión de decenas
de miles de millones de dólares de capital extranjero proveniente de la
industria extractiva, las finanzas y los agronegocios. Gracias al boom de un
decenio de altos precios de las materias primas del agro y la minería, al
crédito fácil y a las reducidas tasas de interés, hubo un alza en los ingresos,
el consumo y el salario mínimo mientras se multiplicaban los beneficios de la
elite económica.

Como consecuencia de la crisis financiera de 2009 y la bajada de los precios de
los commodities, la economía brasileña se estancó justo cuando fue elegida la
nueva presidenta, Dilma Rousseff. El gobierno de Rousseff, como el de su
predecesor, Lula Da Silva, favoreció los agronegocios en detrimento del reclamo
de una reforma agraria por parte de los trabajadores rurales sin tierra. Su
gobierno dio alas a los barones de la madera y los productores de soja, y
propició el avance de estas industrias en las tierras de las comunidades
indígenas y la selva amazónica.

Elegida para un segundo mandato, Rousseff se encontró ante una importante crisis
política y económica: profundización de la recesión económica, déficit fiscal, y
detención y proceso de muchos miembros corruptos del PT y legisladores aliados,
directivos de la empresa Petrobras.

Los líderes del PT como las finanzas de campaña del Partido recibieron millones
de dólares de sobornos de las empresas de construcción para asegurar contratos
de la gigantesca empresa petrolera semipública. Durante su campaña electoral, la
presidenta Rousseff prometió que “continuará apoyando los programas sociales en
beneficio del pueblo” y que “erradicará la corrupción”. Sin embargo,
inmediatamente después de ser elegida abrazó la ortodoxia de la política
neoliberal y nombró un gabinete de neoliberales de la derecha dura, entre ellos
al banquero Joaquín Levy, de Bradesco, en el ministerio de finanzas. Levy
propuso reducir las prestaciones por desempleo, las pensiones y los salarios del
sector público. También se manifestó en favor de una mayor desregulación del
sector bancario y propuso debilitar la legislación de protección del trabajador
para atraer al capital. Además, reclamó el superávit presupuestario y la
necesidad de atraer la inversión extranjera a expensas del sector laboral.

Rousseff, en coherencia con la adopción de la ortodoxia neoliberal, designó a
Katia Abreu, senadora de derecha, líder de toda la vida de los intereses del
agronegocio y acérrima enemiga de la reforma agraria, para que se haciera cargo
del ministerio de agricultura. Apodada “Miss Deforestación” por Greenpeace, la
senadora Abreu se ha opuesto con vehemencia al Movimiento de Trabajadores sin
Tierra (MST) y a la confederación de trabajadores, pero ha sido en vano. Con el
total respaldo de Rousseff, Abreu está empeñada en acabar con la muy mínima
redistribución de la tierra emprendida por la presidenta en su primer mandato
(estableciendo colonias que beneficiaron a menos del 10 por ciento de los
ocupantes sin tierra). Abreu aprobó normas que facilitan la expansión de
cultivos genéticamente modificados y promete el desalojo forzoso de los
indígenas amazónicos que habitan tierras productivas para favorecer a las
corporaciones del agronegocio a gran escala. Además, promete defender
vigorosamente a los terratenientes contra las ocupaciones de tierra por parte de
trabajadores rurales sin tierra.

La incapacidad de Roussef y/o su falta de voluntad para llevar a los tribunales
al tesorero del Partido de lo Trabajadores, involucrado en un escándalo por
1.000 millones de dólares en sobornos y coimas que ya lleva 10 años, ha
profundizado y ampliado la oposición popular.

El 15 de marzo de 2015 más de un millón de brasileños se lanzaron a la calle en
todo el país; las manifestaciones estaban convocadas por los partidos de derecha
pero consiguieron el apoyo de las clases populares, que exigen inmediatos
juicios contra la corrupción y duras condenas pero también la revocación de los
recortes en el gasto social implementados por Levy.

La contramanifestación en apoyo de Rousseff organizada por la CUT –la central de
los trabajadores– y el MST solo movilizó la décima parte de aquélla; a unas
100.000 personas.

La respuesta de Dilma Rousseff fue llamar al “diálogo” y asegurar que está
“abierta a [considerar] propuestas” sobre la corrupción aunque rechazó
explícitamente cualquier cambio en su regresiva política fiscal, sus
nombramientos para un gabinete neoliberal y su opción por la agenda del sector
del agronegocio y el de la minería.

En menos de dos meses el PT y su presidenta han manchado indeleblemente a sus
líderes, sus políticas y sus apoyos con la brea de la corrupción y la regresión
en las políticas sociales.

El apoyo popular se ha ido a pique. La derecha está creciendo. En las grandes
manifestaciones del 15-M incluso estuvieron presentes los activistas que abogan
por el autoritarismo y el golpe de estado militar; llevaban carteles que
reclamaban el “juicio político” y el regreso al gobierno de los militares.

Como en la mayor parte de América latina, la derecha autoritaria brasileña es
una fuerza que está en ascenso y se posiciona para la toma del poder mientras el
centroizquierda adopta la agenda del neoliberalismo en todo el continente. Los
partidos apodados “de centroizquierda”, como el Frente Amplio en Uruguay y el
progubernamental Frente para la Victoria en Argentina están estrechando los
vínculos con el capitalismo corporativo del agronegocio y la minería a cielo
abierto.

Opiniones sin fundamento de escritores izquierdistas de Estados Unidos, como
Noam Chomsky, que dicen que “América latina es la vanguardia contra el
neoliberalismo” están atrasadas al menos un decenio y, ciertamente, equivocadas.
Fueron engañados por declaraciones políticas de tipo populista y se niegan a
reconocer que las políticas de corte neoliberal están fomentando el descontento
popular. Los gobiernos que adoptan políticas regresivas en lo socio-económico no
constituyen una vanguardia hacia la emancipación social...

Conclusión

¿Cómo se explican estos bruscos retrocesos y rápidos incumplimientos de las
promesas electorales por parte de los –supuestamente– “partidos de izquierda”
recientemente elegidos en Europa y América latina?

Se podía esperar este tipo de comportamiento en América del Norte: del Partido
Demócrata de Obama en EEUU o del Nuevo Partido Democrático de Canadá... Pero
estábamos dispuestos a creer que en Francia, con su tradición republicana de
izquierdas, un gobierno socialista –“críticamente”– respaldado por izquierdistas
anticapitalistas iba al menos a poner en marcha reformas sociales progresistas.
Un ejército de blogueros progresistas también nos había dicho que Syriza, con su
carismático líder y retórica radical iba a cumplir al menos las promesas
electorales más básicas levantando la dominación impuesta por el yugo de la
Troika, empezando a poner fin a la miseria y proporcionando electricidad a las
300.000 viviendas iluminadas con velas. Los “progresistas” nos repitieron una y
otra vez que el Partido de los Trabajadores había sacado de la pobreza a 30
millones de personas. Proclamaron que “un ex trabajador de la industria
automotriz” (Lula Da Silva) nunca permitiría que el PT volviera a los recortes
presupuestarios neoliberales y se abrazara con sus supuestos “enemigos de
clase”. Los profesores izquierdistas de EEUU se negaron a dar crédito al burdo
robo de 1.000 millones de dólares al Tesoro Nacional de Brasil durante el
mandato de dos presidentes del PT.

A nuestra mente llegan varias explicaciones para estas traiciones políticas. Una
es que a pesar de su discurso popular y “obrerista”, estos partidos estaban
dirigidos por abogados, profesionales y burócratas sindicales de clase media,
desconectados orgánicamente de su base militante. Durante las campañas
electorales, en procura de los votos, se unen un momento con los trabajadores y
los pobres, pero después pasan el resto del tiempo en restaurantes caros para
conseguir “acuerdos” con los banqueros, hombres de negocios propensos al soborno
e inversores extranjeros para financiar las elecciones siguientes, la escuela
privada de sus hijos y el lujoso piso de su querida...

Durante un tiempo, cuando la economía estaba en alza, los beneficios de las
grandes corporaciones, las compensaciones y los sobornos iban de la mano con los
aumentos de salarios y los programas contra la pobreza. Pero cuando se
desencadenó la crisis, los líderes “populares” se quitaron la insignia del
partido de la solapa y dijeron “la austeridad fiscal era inevitable” mientras
mendigaban algo a sus financistas internacionales.

En todos esos países, que ahora viven tiempos difíciles, los líderes de la
izquierda procedentes de la clase media le temían tanto al problema (la crisis
capitalista) como a la auténtica solución (la transformación radical de la
sociedad). En lugar de enfrentar el problema se volvieron hacia la “única
solución”: se acercaron a los líderes del capitalismo y trataron de convencer a
las asociaciones del mundo de los negocios y, por sobre todo, a los financistas,
de que ellos eran “políticos serios y responsables” deseosos de renunciar a la
agenda social y adoptar la disciplina fiscal. Para el consumo interno,
insultaron y amenazaron a las elites, esto es, un poco de teatro para entretener
a los seguidores de la plebe, ¡antes de capitular!

Ninguno de estos líderes –académicos devenidos en izquierdistas– tenía un
vínculo profundo y durable con las luchas populares. Su “activismo” se limitaba
a la lectura de documentos en “foros sociales” y al aporte de ponencias en
congresos sobre “emancipación e igualdad”. La sumisión política y la austeridad
fiscal no ponen en peligro su posición económica. Si sus partidos de izquierda
son derrotados por electorados enfadados y movimientos sociales radicales, los
líderes izquierdistas hacen la maleta y regresan a su cómodo empleo de siempre o
a su bufete de abogado. Ellos no tienen por qué preocuparse por los despidos en
masa o la reducción de las pensiones de subsistencia. En los ratos libres podrán
sentarse y escribir un artículo más sobre la forma en que la “crisis del
capitalismo” afectó a su bien intencionado proyecto o cómo vivieron la “crisis
de la izquierda”.

Debido a su desconexión con el sufrimiento de quienes han caído en al pobreza y
los votantes que están en el paro, los izquierdistas de clase media en el
gobierno no ven la necesidad de romper con el sistema. En realidad, comparten
los puntos de vista de sus supuestos adversarios conservadores: ellos creen
también que se trata de “el capitalismo o el caos”. A este lugar común adoptado
se lo hace pasar por una profunda reflexión propia de los dilemas de la
socialdemocracia. Los funcionarios y asesores izquierdistas de clase media
siempre utilizan la excusa de las “limitaciones institucionales”. “Teorizan” su
impotencia política; nunca reconocen el poder de los movimientos protagonizados
por las organizaciones de clase.

La cobardía política de estos izquierdistas de clase media es estructural y
facilita las traiciones morales: sostiene que “la crisis no es el momento para
hacer ajustes en el sistema”.

Para la clase media, el “tiempo” se convierte en una excusa política. Los
líderes de clase media de los movimientos populares, carentes de audacia o
programas de lucha, siempre hablan de cambio... en el futuro...

En vez de comprometerse en la lucha popular, corren de un lado a otro, de un
centro del poder financiero al Comité Central, confundiendo el “diálogo” que
termina en sumisión con la resistencia consecuente.

Al final, el pueblo les corresponderá dándoles la espalda y rechazando sus
pedidos de reelección para “una segunda oportunidad”.

La tragedia es que toda la izquierda resulta manchada. ¿Quién puede creer las
bonitas palabras de “liberación”, “la voluntad de tener esperanza” y “recuperar
la soberanía” después de haber vivido lo contrario durante años?

Las políticas de izquierda serán las perdedoras durante toda una generación, al
menos en Brasil, Francia y Grecia.

La derecha ridiculizará el cierre de cremallera de Hollande, la falsa humildad
de Dilma Rousseff, los gestos vacíos de Tsipras y las payasadas de Varoufakis.

El pueblo maldecirá su recuerdo y su traición a una causa noble.

* Entre estos profesores ‘repatriados’, están el propio Yanis Varoufakis y
Costas Lapavitsas, ambos diputados electos en las últimas elecciones. Los dos se
graduaron en Inglaterra y fueron profesores universitarios; en Australia, el
primero, y en Inglaterra, el segundo. (N. del T.)

in
REBELIÓN
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=197064
30/3/2015

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