segunda-feira, 24 de outubro de 2016

El neoliberalismo y la soledad humana: la disgregación de nuestras sociedades




 George Monbiot

Los cuerpos y mentes de millones de personas se están viendo afectados por
trastornos mentales epidémicos. Es hora de preguntarse adónde nos dirigimos y
por qué.
¿Qué mayor síntoma de fracaso puede dar un sistema que el hecho de provocar
psicopatías epidémicas? Aun así, la ansiedad, el estrés, la depresión, la
ansiedad social, los desórdenes alimenticios, la autoagresión y la soledad son
males que afligen a las sociedades en todo el mundo. Los últimos y alarmantes
datos publicados sobre la salud mental de niñas y niños británicos reflejan una
situación de crisis global.
Existen múltiples razones secundarias para este desgraciado fenómeno, pero me
parece que la causa subyacente es la misma en cualquier lugar: los seres
humanos, en tanto que mamíferos extraordinariamente sociales y cuyos cerebros
están programados para interactuar con los demás, están sufriendo un proceso de
disgregación. Los cambios económicos y tecnológicos son factores fundamentales
en esta cuestión, pero también lo es la ideología. A pesar de que nuestro
bienestar está inseparablemente vinculado a la vida de los demás, el mensaje que
se nos transmite es que la prosperidad se alcanza por medio de un individualismo
extremo, competitivo y ególatra.
En el Reino Unido, hombres que han pasado toda su vida entre cuatro paredes (la
escuela, la universidad, el bar o el parlamento) nos aleccionan para que uno
solucione sus problemas por sí mismo. El sistema educativo se hace más
brutalmente competitivo año tras año. La búsqueda de empleo es una batalla a
sangre en la que lucha una multitud de personas desesperadas por un número cada
vez menor de puestos de trabajo. Los nuevos carceleros de los pobres atribuyen
una culpa individual a las circunstancias económicas y los interminables
concursos televisivos alimentan unas esperanzas imposibles, mientras las
oportunidades reales se contraen.
El consumismo suple el vacío social pero, lejos de curar el trastorno que
provoca el aislamiento, intensifica la comparación social hasta el punto en que,
tras haber consumido todo lo posible, nos convertimos en nuestras propias
presas. Las redes sociales aproximan a las personas, al tiempo que pone
distancia entre ellas al permitirles cuantificar con exactitud su posición
social y comprobar que las otras personas tienen más amigos o seguidores.
Gracias a la brillante investigación de Rhiannon Lucy Cosslett, sabemos que las
jóvenes suelen modificar las fotos que comparten en internet para parecer más
esbeltas y delgadas. Algunos teléfonos lo hacen por sí solos gracias a los
ajustes de “belleza” que incorporan. Ahora es posible que uno mismo se convierta
en su propio ejemplo de delgadez a seguir (es decir, convertirse en su propio
thinspiration, o como se ha dado en llamar hoy en día a las imágenes de delgadez
que circulan por la red y cuya comparación con uno mismo sirve, a ciertas
personas, como factor de motivación para reducir su peso). Bienvenida a la
distopía post-hobbesiana: la guerra de todos contra sí mismos.
No es de extrañar, por lo tanto, teniendo en cuenta estos solitarios mundos
interiores en los que el retoque fotográfico ha sustituido al contacto físico,
que los trastornos psicológicos afecten de manera tan desmesurada a mujeres
jóvenes. Un estudio realizado recientemente en el Reino Unido muestra que una de
cada cuatro mujeres de entre 16 y 24 años se han autolesionado y que una de cada
ocho padecen ahora de un trastorno de estrés postraumático. La ansiedad, la
depresión, las fobias o el trastorno obsesivo-compulsivo afectan al 26 % de las
mujeres comprendidas en esa franja de edad. Sin duda, estos datos revelan una
situación crítica en materia de salud pública.
Si la ruptura del vínculo social no recibe una atención tan seria como una
rotura de cadera es porque la primera no es tan visible. Pero los expertos de la
neurociencia sí pueden percibirla. Un conjunto de fascinantes investigaciones
realizadas en el Reino Unido sugieren que las aflicciones físicas y sociales se
procesan a través de los mismos circuitos neuronales. Ello podría explicar por
qué, en diferentes idiomas, es difícil describir el impacto de la ruptura de un
vínculo social sin acudir a los términos empleados para explicar heridas o
dolores físicos. Tanto en los humanos como en otros mamíferos de conducta
gregaria, el contacto social reduce el dolor físico. Por eso abrazamos a
nuestros hijos cuando se hacen daño: el afecto es un potente analgésico. Los
opiáceos alivian tanto la agonía física como la angustia de la separación.
Quizás esto explique el vínculo que existe entre la adicción a las drogas y el
aislamiento social.
Una serie de experimentos, resumidos y publicados en la revista Physiology and
Behaviour (Fisiología y conducta), muestra que los mamíferos de comportamiento
social prefieren sufrir dolor físico y no sentirse aislados. Un grupo de monos
capuchinos que hayan ayunado en soledad durante 22 horas, se reunirán con sus
compañeros antes de acudir a la comida. Los niños que padecen abandono
emocional, según muestran algunos estudios, sufren peores consecuencias para su
salud mental que los niños que padecen tanto abandono emocional como maltrato
físico (ya que, por horrible que sea, la violencia implica atención y contacto).
La autolesión se ejerce a menudo como medida de alivio contra la angustia: otra
señal que indica que el dolor físico no es tan malo como el emocional. De este
modo, y tal como es bien sabido en las prisiones, uno de los métodos más
eficaces de tortura es el régimen de aislamiento.
No resulta difícil apreciar las razones evolutivas de las aflicciones sociales.
La supervivencia entre mamíferos se hace mucho más factible cuanto mayor sea el
vínculo con el resto del grupo. Son los animales solitarios y marginalizados los
que mayores posibilidades tienen de cazados por sus depredadores o de fallecer
de hambre. Del mismo modo que el dolor físico nos protege de dañarnos
físicamente, el dolor emocional nos protege del daño social. Nos impulsa a
reconectar, aunque a muchas les resulte casi imposible.
No sorprende que el aislamiento social esté tan estrechamente relacionado con la
depresión, el suicidio, la ansiedad, el insomnio, el miedo y la percepción de
amenaza. Es más sorprendente descubrir el número de enfermedades físicas que
causa o que exacerba. La demencia, la hipertensión, las enfermedades
cardiovasculares, los derrames cerebrales, los déficits inmunitarios o incluso
los accidentes son más comunes entre personas que sufren soledad crónica. La
soledad tiene un impacto sobre la salud comparable al consumo de 15 cigarrillos
diarios: incrementa el riesgo de muerte prematura en un 26 %. Esto se debe, en
parte, a que se incrementa la producción de la hormona del estrés, el cortisol,
que suprime el sistema inmunológico.
Estudios realizados sobre animales y humanos sugieren una posible razón para la
ansiedad alimenticia: el aislamiento reduce el control sobre los impulsos, lo
cual conduce a la obesidad. Dado que aquellos que están en el escalón
socioeconómico más bajo tiene más posibilidades de padecer soledad, ¿puede ser
esta una de las explicaciones para el vínculo evidente entre el nivel económico
bajo y la obesidad?
Es fácil comprobar que algo más importante que la mayoría de los temas que nos
preocupan no ha ido bien. ¿Por qué participamos en este delirio de destrucción
medioambiental y perturbaciones sociales, si lo único que produce es un dolor
insoportable? ¿Acaso esta pregunta no debería hacerles caer la cara de vergüenza
a nuestros líderes públicos?
Existen maravillosas organizaciones sin ánimo de lucro que hacen lo posible para
combatir esta plaga y con algunas de ellas colaboraré en mi proyecto Loneliness
(Soledad). Pero, por cada persona a las que ayudan, muchas otras pasan
abandonadas.
Este problema no requiere una respuesta política, sino algo mucho más grande:
una reevaluación de toda nuestra visión del mundo. De todas las fantasías del
ser humano, la idea de que puede vivir solo es la más absurda y quizás la más
peligrosa. O permanecemos juntos o nos hundiremos desunidos.

George Monbiot

es uno de los periodistas medioambientales británicos más consistentes,
rigurosos y respetados, autor de libros muy difundidos como The Age of Consent:
A Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate Takeover of
Britain, así como de volúmenes de investigación y viajes como Poisoned Arrows,
Amazon Watershed y No Man's Land.
 
Fuente:
h
ttps://www.theguardian.com/commentisfree/2016/oct/12/neoliberalism-creating-loneliness-wrenching-society-apart?CMP=share_btn_wae

Traducción:
José Manuel Sío Docampo  
In
SINPERMISO
http://www.sinpermiso.info/textos/el-neoliberalismo-y-la-soledad-humana-la-disgregacion-de-nuestras-sociedades
21/10/2016

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