sexta-feira, 23 de outubro de 2020

Chinos en el exterior: ha llegado el fin de la “era del compromiso” con Estados Unidos ***

 
  Chinos en el exterior: ha llegado el fin de la “era del compromiso”
  con Estados Unidos    ***


*LA CRISIS CAPITALISTA HA SOCAVADO EL TRIUNFAL «FIN DE LA HISTORIA»
PROMETIDO DESPUÉS DEL COLAPSO DE LA UNIÓN SOVIÉTICA *

Colectivo Qiao ( intelectuales chinos residentes en Estados Unidos,
Canadá y Europa)

Estados Unidos ha declarado el fin de los «negocios como de costumbre»
con China. La escalada de los últimos meses es la manifestación de un
consenso del régimen bipartidista: ha fracasado la estrategia de
fomentar la dependencia política de China, que utilizaba la integración
económica a un sistema mundial liderado por Estados Unidos.

Como el ascenso de China ha excedido los límites predeterminados de la
“era del compromiso” Estados Unidos ha girado hacia una guerra híbrida,
dejando en claro que “la contención y el compromiso” son lados distintos
de la misma agenda imperial: subyugar la soberanía china a los intereses
estadounidenses.

En noviembre de 1967, pocos meses antes de su entrada a la carrera
presidencial, Richard Nixon describió en “Foreign Affairs” las líneas
generales de la política de Washington hacia Beijing durante el
siguiente medio siglo. En su artículo “Asia después de Vietnam, Nixon
expuso su razones: “la guerra de Vietnam ha ocupado tanto a los
políticos estadounidenses que nos han eclipsado panorama general. En la
práctica, Vietnam ha colmado nuestras preocupaciones a pesar que se
trata de un pequeño país en el borde de un vasto continente”.

Nixon en el fondo quería decir que la verdadera ballena blanca, el
gigante al que se debe temer y desear era la República Popular China:
“La China Roja es demasiado grande para permanecer aislada para siempre.
Estados Unidos no puede permitirse el lujo de dejar a China fuera de la
familia de naciones».Al animar por un camino de «contención sin
aislamiento», Nixon definió la estrategia de Estados Unidos, blandir la
zanahoria de la integración y el comercio en la «familia de naciones»
junto con el garrote empuñado por un bloque político industrializado y
militarizado dominado por su nación. Tales medidas, en opinión de Nixon,
serían suficientes “para inducir al cambio … para persuadir a China que
debe cambiar».

 “Cambio” es la palabra que utilizó el Secretario de Estado Mike Pompeo
cuando expuso las relaciones entre Estados Unidos y China durante un
discurso en julio en la Biblioteca Nixon en el condado de Orange,
California. Pompeo hizo una evaluación crítica de la “era del
compromiso” de Nixon y describió esa política exterior como un
/ejercicio noble pero ingenuo/. La definió como una «estrategia ciega»
que, en lugar de inducir al cambio, consolidó una «China Frankenstein»
que había postergado sistemáticamente “la liberalización” que esperaba
Washington.

El discurso de Pompeo fue sólo uno de las varias disertaciones de altos
funcionarios de la administración Trump que declararon el fin de «los
negocios como siempre» y promocionaron una política dura contra
China.Las prolongadas negociaciones comerciales, que comenzaron en
2018,  se basaron en la idea que China podría llegar a ser engatusada.
Nuestro país debía aceptar la hegemonía económica de Estados Unidos, en
palabras de Pompeo «no podemos tratar a China como un país normal».

De hecho, en los últimos meses y años, la administración Trump se ha
dedicado a tratar a China como un rival problemático y como el
«competidor estratégico» que identificó el documento de la nueva
estrategia de seguridad nacional de la administración Trump.El arresto
de la ejecutiva de Huawei, Meng Wanzhou, en Canadá en 2018; la
designación de periodistas chinos como «agentes extranjeros»; las
prohibiciones (pendientes) de TikTok y WeChat; el escrutinio y
vigilancia de los estudiantes y científicos chinos en el extranjero; la
sanción a funcionarios y empresas chinas que operan en Hong Kong,
Xinjiang y en el Mar de China Meridional; y el impúdico cierre forzado
del consulado chino en Houston representan una muy pesada carga en las
relaciones entre ambos países.

Donde Nixon habló de una “integración de China en la familia de
naciones» (un eufemismo universalizador para el orden mundial
capitalista liderado por Occidente) Trump ha trazado la nueva línea de
contención para detener la supuesta incursión del Partido Comunista de
China en el ciberespacio, en las cadenas de suministro globales y, en
las esferas de influencia estadounidenses. Mientras que a Nixon le
preocupaba una China aislada que «alimentara sus fantasías y abrigara
sus odios», la opinión recurrente en los discursos de Mike Pompeo,
Robert O’Brien(director de la NSA), William Barr (fiscal general),y
Chris Wray (director del FBI) es que la integración de China en el orden
mundial representa la verdadera amenaza. Todos los cargos más relevantes
de Trump  sostienen que como “no se produjo la liberalización ”China
está utiliza en beneficio propio “sus ventajas económicas con la
aquiescencia internacional”.

Los halcones estadounidenses han puesto la política de integración
económica patas arriba. Para el Fiscal Barr, los «tentáculos» del
Partido Comunista de China buscan «explotar la apertura de nuestras
instituciones para destruirlas» y para el Secretario de Estado la
amenaza es aún más grave: «Si el mundo libre no cambia a China, la China
comunista seguramente nos cambiará a nosotros».

Tras estas destempladas afirmaciones se esconde la crisis de un
liberalismo occidental. Los temores de un orden mundial moldeado por la
«China roja» son sólo excesos discursivos que están reflejando las
contradicciones del sistema.La crisis ha socavado el triunfal «fin de la
historia» prometido después del colapso de la Unión Soviética. Agravada
por sus contradicciones y una pandemia global la actual crisis del está
provocando estallidos en gran parte del mundo capitalista. El régimen
capitalista está presionado doblemente; de un lado por el populismo de
derecha y del otro, por movimientos de izquierda pro-socialistas.

*Las condiciones históricas del “compromiso”*

La retórica de Trump sobre el ascenso de China ha cuestionado décadas de
acuerdos estatales y corporativos establecidas durante el proyecto de
“apaciguamiento” y de búsqueda de ganancias en China. Este programa
según Trump *quebrantó la necesaria* *mano firme* *de EEUU* para forzar
un cambio en la estructura política de China.

El director de la NSA, Robert O’Brien, ha descrito de esta manera la
anterior política exterior estadounidense: /“cuanto más abríamos
nuestros mercados, más invertíamos capital y más capacitamos a
burócratas, científicos, ingenieros y oficiales militares chinos, la
República Comunista de China se tornaba más contra Estados Unidos «./

Sin embargo, una lectura descuidada de una aparente dicotomía entre
“compromiso” y “contención” esconde el hecho que ambos conceptos siempre
compartieron la misma agenda imperialista. Si Estados Unidos ha
regresado a una guerra híbrida contra China, es sólo por un cambio de
carácter táctico. Para los estrategas de Washington, el bilateralismo
real basado en la soberanía de China y la legitimidad de su sistema
político y económico, nunca ha estado sobre la mesa.

El sentido común compartido del “compromiso” y de la “contención” es la
misma actitud colonial paternalista: para su élite, Estados Unidos
tendría el derecho y la responsabilidad de «inducir al cambio» en el
rumbo político y social de China.Nunca ha habido un debate sobre los
fines, lo que ha cambiado son los medios: ya sea por cooptación o por la
fuerza, en el fondo es una disputa sobre las herramientas adecuadas para
provocar “el inevitable” arribo de China a la modernidad
liberal-capitalista occidental.

Los debates de Washington sobre las políticas con China a finales del
siglo XX aclaran la continuidad ideológica y estratégica entre las
últimas cinco administraciones presidenciales. Demuestra, además, hasta
qué punto el chovinismo estadounidense, la grandeza imperial y el
universalismo occidental han definido una perspectiva políticamente
coherente. En efecto, la diplomacia post-Nixon dio cuenta de una
corriente de pensamiento bastante anterior. En una serie de discursos
(1957-1958) el secretario de Estado, John Foster Dulles, formuló la
teoría de una » avance pacífico» como un medio para «acortar la vida del
comunismo». Propuso ideas, un modelo cultural y estilos de vida como
frentes decisivos para la política exterior del imperio.

Esta guerra para subvertir el comunismo chino y soviético funcionó a la
par con la contención militarizada. En esos mismos años, aturdida por la
«pérdida de China», la política exterior estadounidense adoptó una
postura dura contra la recién establecida República Popular; no sólo
instaló un embargo comercial; invadió Corea con una larga guerra
criminal y amenazó con utilizar armas nucleares durante la primera
crisis del Estrecho de Taiwán.Durante ese periodo algunos diplomáticos
norteamericanos describieron la época como “la era de la incertidumbre”
porque los estrategas políticos de Washington debatían fuertemente sobre
cómo lidiar con una China comunista (después de haber invertido miles de
millones de dólares en ayuda militar al corrupto Kuomintang).

Pasado el tiempo, la distensión de Nixon- sobredeterminada por las
conveniencias geopolíticas de la Guerra Fría y las consecuencias de la
división chino-soviética- ha sido definida por Mike Pompeo como la «era
de la inevitabilidad». Eran los días que los jinetes de la convergencia
capitalista tenían motivos para ser optimistas. La política soviética de
la perestroika -de liberalización política y económica- había iniciado
un rápido proceso corrosivo que conduciría a su colapso. Era, también,
el “momento Margaret Thatcher”(no hay alternativa) y de una ideología
neoliberal ascendente que se impondría con cierta facilidad en todo
occidente.

En ese periodo la noción del “avance pacífico” de Dulles consiguió
adherentes en algunos círculos políticos e intelectuales chinos.
Anticipándose a este proceso (en 1992) Deng Xiaoping alertó al pueblo
chino: «los imperialistas están presionando por una evolución pacífica
hacia el capitalismo en China, están poniendo su fuerza e influencia en
las generaciones que vendrán después de nosotros». Deng sabía que la
reforma y la apertura habían introducido aspectos materiales e
ideológicos del capitalismo en China. Su metáfora preferida era «al
abrir las ventanas llegó un aire fresco con el capital extranjero pero
también ese aire nos trajo horribles moscas que hay que combatir”.

Fue la mano firme de la dirección del Partido la que aseguró la
contención de los elementos capitalistas y la fidelidad a la vía
socialista. En particular, las protestas de Tian’anmen de 1989
reflejaron las contradicciones de la reforma y de la apertura. Estos
graves incidentes dejaron claro que la adopción de los ideales del
liberalismo burgués, por parte de las generaciones más jóvenes, podría
significar una lenta erosión del camino socialista.  

En ese contexto los debates de Washington de 1999 adoptaron la visión de
Nixon sobre la incorporación de China a la «familia de naciones», una
visión neoliberal para integrar a nuestra nación en la estructura del
capital internacional y del consumo global, lógicamente … con los
Estados Unidos a la cabeza.

La legislación anual para renovar el estatus comercial de nación más
favorecida (NMF) de China – que se hizo permanente en 2000 – sirvió como
un foro sobre la eficacia de esta estrategia de influencia a través de
la integración.En un discurso de 1991, George HW Bush invocó una razón
«moral» para renovar la NMF, «necesitamos exportar los ideales de
libertad y democracia … para crear un clima propicio para el cambio
democrático».

*Consecuencias del colapso de la Unión Soviética*

Después de media década de perestroika el optimismo de Bush sobre la
/inevitabilidad /del colapso del “régimen” en China se debió sin duda a
la inminente disolución de la Unión Soviética: “ninguna nación en la
Tierra ha descubierto una forma de importar bienes y servicios mientras
detiene las ideas extranjeras en la frontera. Así como la idea
democrática ha transformado naciones en todos los continentes, el cambio
también llegará inevitablemente a China ”.

La tautología de la liberalización económica y política habla tanto del
fervor neoliberal del momento, como de la larga historia de co-evolución
del liberalismo con el capitalismo.George Bush -al igual que muchos
otros-  vinculó “la privatización y los derechos humanos”. En un estilo
liberal clásico afirmó que el derecho a la propiedad privada y la
acumulación de capital: “El derecho de propiedad es un derecho
fundamental que precede todos los demás derechos políticos liberales.
Cuando un chino se de cuenta de que tiene derechos como inversionista (y
que el gobierno *no* debe violar) lo más probable es que también se dé
cuenta de sus derechos como ser humano».   

Similares fueron los argumentos del presidente Bill Clinton para la
entrada de China en la Organización Mundial del Comercio. Citando los
intereses de los misioneros evangélicos y de las grandes empresas,
Clinton dijo que al unirse a la OMC, China estaba acordando no sólo
importar productos estadounidenses, sino también «importar uno de los
valores más preciados de la democracia, la libertad económica».

La palabra “libertad” tenía como objeto endulzar los intereses
económicos de Estados Unidos. El lobby corporativo que respaldaba el
estatus de nación más favorecida (NMF) definió a nuestra país “como un
mercado sin explotar de mil millones de clientes”. En un discurso en
1997 sobre «China y el interés nacional», Clinton lo expresó con más
claridad: «los buenos empleos y los mayores ingresos hoy dependen en
gran medida de la capacidad de hacer de China un imán para nuestros
bienes y servicios».

Dar prioridad a los intereses estadounidenses implicó condiciones sobre
la integración de China a la economía mundial. El Presidente Clinton
había notificado: “China debe mejorar drásticamente el acceso a bienes y
servicios extranjeros. Deben derribar barreras comerciales y acabar con
el favoritismo hacia las empresas chinas”.El hecho que estos mismos
problemas siguen siendo los puntos conflictivos en la guerra comercial
de Trump habla de la constante frustración de Washington por contener a
China y a su soberanía económica dentro del sistema mundial capitalista.  

Lejos del apaciguamiento, las orientaciones estadounidenses se guiaron
por la creencia que China en un futuro cercano dependiera del poder
capitalista occidental. Aludiendo a la dependencia China de la inversión
extranjera (en 1997) Bill Clinton comentó que nuestro país era entonces
el segundo mayor receptor de inversión extranjera directa del mundo:
«estos vínculos», según Clinton, “traerán consigo las poderosas fuerzas
del cambio».

Extremar la naturaleza de una supuesta alineación de los intereses de
China y Estados Unidos es ignorar los presupuestos fundamentales de la
estrategia estadounidense durante casi 50 años. Según esa idea política
 el “compromiso” de China con el orden mundial (a través del comercio,
la inversión extranjera y los préstamos del FMI) crearán inevitablemente
las condiciones para la erosión de la soberanía china, el socialismo y
el liderazgo del Partido Comunista.

En esta visión, alguna gente en la izquierda ignora las evidentes
aspiraciones coloniales de Estados Unidos detrás de la llamada “era del
compromiso” y pinta a China como un socio menor voluntario del imperio
estadounidense. De esta manera se construye una narrativa equivocada de
“alineación ideológica” entre Estados Unidos y China. Lo cierto es que
el acercamiento entre Estados Unidos y China se debió a las
conveniencias geopolíticas durante la Guerra Fría; específicamente  a la
precariedad geopolítica y económica de China tras el cisma
chino-soviético. La verdad es que la  “era del compromiso” se debería
describir más exactamente /cómo la búsqueda de Estados Unidos de un
cambio de régimen en China por otros medios/.

*El desarrollo socialista rompe el «Consenso de Washington»*

Se ha derramado mucha tinta sobre el «milagro económico chino” en las
décadas posteriores al levantamiento del embargo comercial
estadounidense en 1972 y al restablecimiento condicional de las
relaciones comerciales normales en 1979. En 1980, el producto interno
bruto (PIB) per cápita de China era de 200 dólares. Hoy en día, esa
cifra se encuentra en más de 10.000 dólares. Esto significa que las
circunstancias materiales de una persona promedio en China han mejorado
50 veces en los últimos 40 años.

Pero están absolutamente equivocados aquellos que pretenden dibujar a la
China como un «Frankenstein» apoyado por corporaciones occidentales o
“como una prueba de la superioridad del capitalismo”. El desarrollo
chino no puede atribuirse de ninguna manera a un supuesta aplicación del
modelo capitalista occidental.

Primero, los avances de la era de Mao en salud, esperanza de vida y
alfabetización masiva formaron la base de una fuerza laboral que impulsó
la industrialización de China moderna. Sin esta política económica China
todavía sería una nación atrasada .

En segundo lugar, la naturaleza del socialismo con características
chinas, es decir, un tipo de socialismo que hace la guerra contra la
pobreza, coloca restricciones al capital extranjero, da un papel
decisivo a la industria pública y establece un control político sobre el
capital, ha convertido a China en uno de las pocas naciones, en vías de
desarrollo, que han conservado la independencia política y económica a
pesar de la introducción del capital occidental.

Los progresos de China en el alivio de la pobreza (con más de 800
millones de personas saliendo de la pobreza) hablan de un proyecto
económico centrado en las personas. Tal empeño distinguen a China de la
mayoría de las naciones en desarrollo, donde el crecimiento del PIB no
se corresponde con un aumento del nivel de vida para los de abajo.

Entender el desarrollo chino como un producto “del socialismo de
mercado” es quizás más cercano a la realidad. Esta comprensión permite
explicar las frustraciones de los políticos occidentales que durante
décadas han tratado de forzar a China hacia la dependencia económica y
la desestabilización.

No es de extrañar, entonces, que las políticas del Partido Comunista
destinadas a salvaguardar la soberanía económica , y evitar las trampas
del libre comercio, sean las políticas que han sido tenazmente blanco de
ataques en los foros internacionales y de la agresión comercial
unilateral de Estados Unidos.La coherencia de las demandas occidentales
con la teoría del “compromiso” hablan de la determinación de la búsqueda
occidental de la dominación financiera sobre el legendario «El Dorado»
del mercado chino.

Mientras China negociaba la entrada a la Organización Mundial del
Comercio comprometiéndose a bajar los aranceles, reducir el comercio
estatal y abrir  sectores de servicios a la inversión extranjera, los
medios occidentales anunciaron la “privatización definitiva” de China a
manos de las corporaciones occidentales.

Sin embargo, aunque Clinton anunció la “extinción de los dinosaurios de
la propiedad estatal» la República Popular China tiene 82 de las 119
grandes corporaciones mundiales -según la revista “Fortune”- bajo
control estatal. Pues bien, como los capitales occidentales saben que el
tan esperado colapso de las empresas de propiedad estatal chinas *no* va
a ocurrir, las potencias imperialistas han recurrido a la OMC como un
garrote para imponer su política comercial.

Entre 2009 y 2015, casi el 90% de las disputas en la OMC se han
producido entre China, Estados Unidos, Japón y Alemania. La absoluta
mayoría de estas disputas atacan la participación del Estado chino en la
economía (desde los límites a la propiedad extranjera hasta las ayudas a
las empresas estatales).

Sin duda, la influencia de los ideales neoliberales y una mentalidad
orientada al crecimiento que subsumía la ideología a la economía
encontraron puntos de apoyo tanto en el Partido como en la sociedad
civil china.Pero, aunque la reestructuración de cerca de la mitad de las
empresas estatales chinas (bajo Zhu Rongji, entre 1997 y 2003) marcó un
duro paso hacia la privatización parcial del mercado, China nunca se
abrió por completo al poder monopolista imperialista como la mayoría de
otros países «emergentes».  

En medio del ingreso de China a la OMC (en 2001) los capitalistas
lamentaron que China con una economía orientada a la exportación
“permaneciera poco integrada» en la economía mundial, y continuara »
aislando de la competencia internacional a industrias tales como la
banca, las comunicaciones y la energía”. Según el economista marxista
Samir Amin lo que hizo China “es una globalización parcial y
controlada”. Especialmente  porque “el Estado mantiene el control sobre
los sistemas bancarios, que están en el centro de la lucha por la
soberanía dentro de un sistema-mundo capitalista”.        

*«Chimerica» ​​como parasitismo imperial*

La entrada de China a la OMC, y la posterior compra de los bonos de
deuda de Estados Unidos, presagiaron lo que expertos occidentales
llamaron «Chimerica”, una “bestia económica” que ahora representaría  el
40% del PIB mundial.

Con asombro, pero también con miedo, la clase capitalista occidental se
benefició de la integración económica con China. Medidas como la
supresión de la tasa de interés le permitió al imperio subvencionar el
consumo de la clase media con las“importaciones baratas”.

Pero, con Trump llegó el momento del cambio. Los nacionalistas
estadounidenses reaccionaron contra la deslocalización y las cadenas de
suministro chinas porque“esa política está destruyendo la capacidad
económica de Estados Unidos”. “/Cómo las empresas más grandes de Estados
Unidos hicieron que China volviera a ser grande»/ fue una portada de la
revista Newsweek  que enunció el significado de la política de
“desacoplamiento” de la administración Trump. Con este tipo de artículos
los medios imperiales lo que pretenden es instalar la idea que “la
convergencia económica fue un rescate de la economía china. Por qué de
otro modo China estaría en decadencia”.

Por otro lado, la dependencia de Estados Unidos de las cadenas de
suministro chinas ha sido descrita como una peligrosa amenaza económica
y a la seguridad nacional. En medio de plena pandemia el asesor
económico de Trump, Peter Navarro ha insistido: «la industria
estadounidense siempre debe estar primero, hay que terminar con todos
los suministros médicos de origen chino”.

Aclaremos, ninguno de estas “narrativas” captan la naturaleza de la
relación económica denominada «Chimerica»: esta relación no es más ni
menos que una forma de parasitismo imperialista estadounidense.Con el
ingreso a la OMC (y mediada por la concesión del estatus comercial de
nación más favorecida) la relación entre Estados Unidos y China se han
basado en un desequilibrio económico en él que las corporaciones
occidentales cosechan las recompensas de una fuerza laboral de bajo
costo mientras crece el consumo occidental con el acceso a importaciones
baratas.

Bajo los términos del “compromiso” China ha soportado la extracción de
recursos, la fabricación sucia y las importaciones de desechos de
Occidente. Pese a que durante décadas Estados Unidos ha declarado que
sufre un «desequilibrio comercial a favor de China”, la ventaja
estadounidense es cuantificable: entre 1978 y 2018, una hora de trabajo
estadounidense es equivalente a casi cuarenta horas de trabajo de un
obrero chino.   

La ubicuidad de los bienes de consumo «Made in China» junto con la
connotación racial a dichos productos habla de una relación económica
que se reducía a la máxima «China produce, Estados Unidos consume».
Durante la era de las «puertas abiertas» y las Guerras del Opio, el
economista británico y crítico del imperialismo J.A. Hobson describió la
inminente colonización de China como inevitable «se está agotando las
reservas de ganancias para el mundo occidental. El capitalismo para
seguir creciendo deberá dominar y conquistar los mercados de China y de
Asia». La integración de China en el siglo XXI en el sistema económico
capitalista global realizó, en parte, esa vieja fantasía imperial.

La decisión de China de aceptar el “compromiso” a menudo se
malinterpreta como un signo de un partido que es comunista solo de
nombre, un indicativo de un “capitalismo de estado” que ha enganchado su
vagón al comercio capitalista de Occidente. Sin embargo, una comprensión
cabal del “socialismo con características chinas” sitúa el “compromiso
con el capital occidental” como sólo una negociación puntual por parte
de la dirección del Partido Comunista.

Desde la XI plenaria el Comité Central (entre 1977 y 1982) el Partido
Comunista reconoció oficialmente una importante contradicción en la
sociedad china: /«entre las necesidades materiales y culturales cada vez
mayores de la gente y una producción social atrasada»/. En la
formulación popular de Deng, “/el aire fresco de la inversión
extranjera, la transferencia de tecnología y el avance productivo
justifican las moscas que inevitablemente lo acompañaron”.  /

No obstante, la liberalización económica controlada creó las condiciones
para el desarrollo del pensamiento neoliberal. Podría decirse que el
énfasis en el crecimiento económico creó un malentendido entre política
y economía, en lo que Wang Hui llama la «política despolitizada» de la
era Deng. Tal pensamiento también coincidió con una ideología
pro-estadounidense y una creencia popular de “ destinos entrelazados de
China y Estados Unidos”.

A raíz de la crisis financiera occidental de 2008, consignas como
«salvar a Estados Unidos es salvar a China» (救 美国 就是 救 中国) o »
la teoría de la pareja China-Estados Unidos» (中美 夫妻 论) reflejaron
el interés de sectores de China por estabilizar la economía mundial
capitalista, y cierta creencia que las divergencias ideológicas y
políticas entre China y el mundo capitalista podrían resolverse mediante
“la cooperación económica”.

La idea de un destino entrelazado entre China y Estados Unidos demostró
no solo ser un error de bulto también fue una subestimación de las
condiciones impuestas por el imperio. Y aunque envuelto en el fervor de
la ideología de la Guerra Fría, la agresión estadounidense a China
siempre ha sido de carácter material. Después de todo, la alineación de
las aspiraciones de desarrollo nacional de China con la sed de una
oferta de mano de obra barata siempre estuvo condicionada a que China
«reconociera su lugar» en el mundo.

En este sentido, las recurrentes demandas occidentales de acceso al
mercado, privatización y fin de la planificación económica estatal son
intentos de limitar el crecimiento de China dentro de los confines de
imperio unipolar estadounidense.

Los esfuerzos chinos por salir de su predeterminado papel “de la fábrica
del mundo» se han interpretado como un desafío existencial a la
hegemonía estadounidense.Debajo de la jerga financiera de los aranceles,
la manipulación de la moneda y el estatus comercial de “nación más
favorecida”, las condiciones impuestas por Estados Unidos a la
participación de China en la economía mundial son fundamentalmente
exigencias propias del imperialismo para la extracción de ganancias y
limitar la soberanía económica.

De hecho, la reestructuración económica iniciada ahora en China es en
gran medida un reconocimiento de una dependencia excesiva del capital
occidental, agravada por el giro de Estados Unidos hacia el
«desacoplamiento». A raíz de la crisis financiera de 2008, un informe
del Ministerio de Comercio Chino advirtió que por cada $ 100 mil
millones de exportaciones de China a Estados Unidos, los Estados Unidos
obtienen $ 80 mil millones en ganancias frente a $ 20 mil millones de China.

Informes similares han cuantificado en billones de dólares “los
dividendos de la hegemonía” generado por factores como la hegemonía del
dólar, el señoreaje de la deuda y los derivados financieros.

Esto situación llevó a China a re-enfocar su actividad a los mercados
domésticos, a las exportaciones de calidad y a la innovación industrial
en su duodécimo plan quinquenal.(2011-2015). El nuevo pivote económica,
reforzado con la Iniciativa Made en China 2025, privilegia la innovación
y los mercados internos.En este sentido, la demonización occidental de
Xi Jinping por parte de Occidente tiene mucho que ver con el hecho de
que bajo su gobierno China ha consolidado la defensa de los principios
socialistas de la economía.

El mandato de Xi – para escándalo de occidente- ha puesto énfasis en el
liderazgo del Partido sobre el sector privado, la expansión de las
empresas estatales y la represión contra los funcionarios corruptos, que
explotaron para beneficio personal la afluencia de capital bajo el
periodo de la “reforma y apertura”. Junto con el éxito de la
planificación económica estatal para navegar la crisis de la pandemia de
COVID-19 en un próximo plan quinquenal China prioriza“ la revitalización
rural”, consolidando así un giro hacia la reinserción del Estado en la
planificación económica y la soberanía económica.

Durante la última década una nueva política internacional más asertiva
expresada en la Iniciativa la Franja y la Ruta y el Banco Asiático de
Inversión(que tienen como objetivo reducir la dependencia de China de
los mercados occidentales y las instituciones controladas por occidente)
ha echado por tierra las opiniones de quienes creían que China se uniría
a Japón o Corea del Sur como socios menores de un sistema mundial
capitalista liderado por Estados Unidos.

Para disgusto de la élite política occidental, la era de «esperar el
momento y ocultar la fuerza» parece haber pasado definitivamente. Visto
en este contexto histórico, la llamada «guerra comercial» entre Estados
Unidos y China se entiende mejor como un último intento de enclaustrar
el ascenso económico de China dentro de los límites predeterminados de
la “era del compromiso”.

Al describir la urgencia que Beijing ha puesto en Made in China 2025, el
ex estratega de la Casa Blanca Steve Bannon ha ofrecido una evaluación
sorprendentemente inequívoca: «Ahora comprendemos lo inextricablemente
vinculado que está China con el capital y la tecnología occidental, como
los chips y el sistema de transferencia SWIFT. Ahora comprendemos la
importancia de tomar medidas antes de la maduración completa de una
economía de innovación china”.

La dura negociación de la fase uno del acuerdo comercial entre Estados
Unidos y China (en enero de 2020) presagiaba precisamente esto.
Denunciada por los medios estatales chinos como un regreso a los
“tratados neocoloniales del siglo XIX” la primera fase pretendía obligar
a China a hacer concesiones en temas de transferencia de propiedad
intelectual, mayores compras a las exportaciones estadounidenses y
acceso de empresas de servicios financieros.

Este último punto, abordaba lo que los grupos económicos advertían como
una participación «anémica de las empresas financieras extranjeras”, El
sector financiero estadounidense llegó a fantasear ante la perspectiva
de «instalar en China su industria financiera de 45 billones de dólares».

Los analistas estadounidenses aseguraron que un acuerdo de fase dos
podría proporcionar frutos aún más altos, Sin embargo, menos de un año
después, la firma del acuerdo comercial de la fase uno ya es una
reliquia de otra época. Fue un último intento de Estados Unidos de
mantener su hegemonía frente a China antes de desplegar la agresión
unilateral de los últimos meses.

Pocas semanas después de la firma del acuerdo, el secretario de
Comercio, Wilbur Ross, declaró que el «lado positivo del coronavirus es
que ayudará a acelerar el regreso de los empleos a América del Norte».
Pasado nueve meses, la cifra de muertos por la pandemia en Estados
Unidos asciende a más de 250.000, se han perdido a lo menos 20,6
millones de puestos de trabajo y el PIB a caído cerca de un 20 por ciento.

Por su parte, China ha surgido como la única economía importante que
registra un crecimiento del PIB con un 3,2% en el segundo trimestre y un
4,9  por ciento en el tercer trimestre de 2020. Frente a este escenario
la administración Trump ha objetado la posibilidad de pasar a las
negociaciones de la fase dos.

*El pivote bipartidista hacia Asia*

En retrospectiva, la guerra comercial puede verse como el canto de cisne
para “la era del compromiso”. La COVID-19 ha puesto al descubierto las
vulnerabilidades del neoliberalismo, mientras que la respuesta de China
a la pandemia ha sentado las bases para una fuerte divergencia
económica.La ventana de oportunidad para reducir el ascenso de China a
través del bilateralismo está casi cerrada. Estados Unidos ha girado
hacia las sanciones, el desacoplamiento y la militarización: un conjunto
de herramientas de la nueva doctrina de contención.

La «evolución pacífica que presuponía el “compromiso” de Estados Unidos
con China siempre ha estado sobredeterminada por la sombra de una guerra
caliente y un cerco militar. Como han dejado claro los estudiosos
marxistas de la teoría del sistema-mundo, en última instancia, una
estructura de hegemonía y dependencia económica siempre está respaldada
por la supremacía militar.  

Después de dos décadas de agresión militar estadounidense – en gran
parte sin oposición- en el Medio Oriente, el reciente énfasis de China
en la modernización militar está sin duda demandada por el
reconocimiento de la amenaza imperialista; la «opción nuclear» sigue
arrojando una larga sombra sobre las relaciones entre Estados Unidos y
China.

El Ejercito Chino recuerda que Estados Unidos estuvo dispuesto a
bombardear los centros de suministro chinos durante la Guerra de Corea y
a lanzar un ataque nuclear en la primera Crisis del Estrecho de Taiwán.
Tampoco China ha olvidado el bombardeo «accidental» de la embajada en
Belgrado por parte de la OTAN en 1999.

Sin embargo y a pesar de la agresividad estadounidense la estrategia
china se ha basado durante mucho tiempo en el reconocimiento de lo que
el imperio ha llamado eufemísticamente su «ventaja militar asimétrica» ​
​en Asia y en el Pacífico. De hecho, el último intento estadounidense de
renegociar los términos del “compromiso” han sido respaldados por una
silenciosa reorganización de sus tropas en “el teatro del Pacífico».

Con menos grandilocuencia pero posiblemente más sustancia militar, el
«Pivote a Asia» de la administración Obama, involucró el traslado del
60% de la capacidad de combate aéreo y naval de Estados Unidos al
Pacífico.Este cerco militar agregó peso a la Asociación Transpacífica de
Libre Comercio de Obama, como una manera de apuntalar el poder económico
regional de Estados Unidos, excluyendo por supuesto a China.

A menuda se confunde la decisión de Trump de retirar a Estados Unidos de
la Asociación Transpacífica como una prueba del cambio en la política
norteamericana hacia China. Lo único cierto es que el actual inquilino
de la Casa Blanca no solo ha continuado esa estrategia militar (con
demostraciones de fuerza) sino que también ha incluido duras sanciones
económicas.

A fines de 2019, el secretario de Defensa Mark Esper agregó una
fanfarronada a los sigilosos pasos de Obama, declaró a China como la
«prioridad número uno» del Pentágono. Y en 2020, el Comando Militar
estadounidense de la región Indo-Pacífico anunció un presupuesto
titulado «Recuperar la ventaja», solicitando $ 20 mil millones para
retener la supremacía militar con una expansión masiva de misiles,
radares y ataques de precisión en Guam, Okinawa Hawái y en el teatro de
operaciones Asia-Pacifico .

La unidad y continuidad de la estrategia militar estadounidense contra
China de las administraciones de Obama y Trump reflejan con exactitud
nuevamente en consenso bipartidista: el «ascenso de China» ha excedido
los límites aceptables para la hegemonía estadounidense, y ha provocado
que las ganancias estén cayendo para un imperialismo hace tiempo
parasitario.

Mientras tanto, está claro que el Partido Demócrata no tiene alternativa
al programa de escalada unilateral de Estados Unidos contra China. Joe
Biden se ha propuesto ridiculizar a Trump por permitir que China
perfeccione el «arte del robo».En un adelanto de su agenda política, la
candidata de Biden a Secretaria de Defensa, Michele Flournoy, condenó el
«deterioro de la capacidad de disuasión estadounidense» y pidió nuevas
inversiones para «mantener la ventaja militar estadounidense» en Asia en
nombre de la «paz».

En detrimento de la humanidad, la cosmovisión hegemónica de Estados
Unidos insiste en distorsionar las políticas chinas – de soberanía,
multilateralismo y de un futuro compartido para la humanidad –
transformándolas en amenazas de agresión.El fin del “compromiso” marca
una reevaluación crítica por parte de Estados Unidos: el cambio en China
no podría «inducirse» únicamente a través de medios de cooperación.

Si se considera que la guerra caliente está fuera de la mesa (dada que
las economías de Estados Unidos y China están entrelazadas) entonces los
esfuerzos de Estados Unidos hacia el desacoplamiento económico deben
entenderse como una estrategia militar que abre la puerta a una guerra
híbrida. Sin embargo, el fin del “compromiso” también plantea una
coyuntura histórica entre los caminos del unilateralismo y del
multilateralismo. Contrariamente a las alarmantes declaraciones del
Departamento de Estado, el ascenso de China no es una amenaza para la
hegemonía estadounidense.

La verdadera amenaza para la hegemonía estadounidense es el papel de
China en la construcción de nueva era de multilateralismo. Una era en
que instituciones como la ONU ( que alguna vez fuera representante de la
“Pax Americana”) puedan cumplir su promesa de ser plataformas para la
paz y la cooperación internacional.El compromiso de China con la ONU,
con la Organización Mundial de la Salud (y con el desarrollo de vacunas
contra la COVID 19) hablan de su decisión de reforzar un
multilateralismo basado en reglas pacíficas de contrapeso a la
beligerancia estadounidense.

En Septiembre pasado en la Asamblea General de las Naciones Unidas el
presidente Xi Jinping declaró “ China no tiene intención de librar una
Guerra Fría o una Guerra Caliente con ningún país”. “ Nuestro pueblo,
dijo, rechaza la geopolítica de suma cero y trabaja para enfrentar una
crisis global como la pandemia  y el cambio climático”.

El hecho que la soberanía china y su camino socialista hayan sido
estigmatizados como una amenaza existencial para occidente nos dice
mucho más de la naturaleza de la hegemonía estadounidense que del
carácter del ascenso de China. Después de todo, no es China sino el
imperio estadounidense el que insiste en dividir el mundo en campos
opuestos. Al final, solo quedan dos lados: el lado del imperialismo y el
unilateralismo, y el lado del futuro compartido.

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/10/23/chinos-en-el-exterior-ha-llegado-el-fin-de-la-era-del-compromiso-con-estados-unidos/
23/10/2020

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