domingo, 4 de outubro de 2020

DESCIFRAR A CHINA PROYECTOS EN DISPUTA (III)

 



*LO QUE DISTINGUE A CHINA ES LA PREEXISTENCIA DE UNA REVOLUCIÓN SOCIALISTA*

Claudio Katz. economista, profesor de la Universidad de Buenos Aires

Existen sólidos fundamentos para caracterizar que en China no impera un
régimen capitalista, ni tampoco socialista. Al cabo de varias décadas
prevalece una formación intermedia con signo indefinido y desenlaces
pendientes. La nueva clase capitalista no ha logrado el control del
estado, que permanece en manos de una capa política autónoma de la
burguesía.

Ese status singular de una formación burocrática puede desembocar en
varios resultados. Un curso futuro estaría signado por la consolidación
definitiva del capitalismo y otro contrapuesto por una recreación de la
transición socialista. Ambos caminos dependerán de circunstancias
externas, luchas políticas y acciones del movimiento popular. Esta
mirada es compartida por varios enfoques, inspirados en evaluaciones
convergentes.

Una tesis afín a nuestra visión destaca que la economía china no está
sujeta al regulador pleno de la ganancia, mantiene sectores estratégicos
en manos del estado, garantiza el control de los capitales y procesa una
irresuelta disputa entre sectores pro- capitalistas y críticos de ese
devenir. Remarca el continuado predominio del Partido Comunista sobre
los centros neurálgicos de la economía y explica las altas tasas de
crecimiento por la preeminencia de activos del sector público (Roberts,
2017, 2016a: 209-212, 2018, 2016b).

Este retrato resalta los distintos rasgos de un régimen no capitalista,
sin proveer una denominación específica para ese sistema. Las categorías
actuales no ofrecen un término satisfactorio para dar cuenta del modelo
chino. Algunos estudiosos utilizan el término de “managerialismo” para
destacar la primacía del funcionariado en la gestión de la economía.
Ilustran cómo los administradores comandan ese desenvolvimiento,
mediante supervisiones y asociaciones con el segmento capitalista
(Duménil; Lévy, 2014, 2012).

Otros pensadores proponen combinar los componentes capitalistas y
socialistas del esquema chino en la sintética noción de
“social-capitalismo” (O’Hara, 2006).. La dificultad para encontrar un
nombre adecuado deriva del carácter inédito del contexto actual. Las
categorías utilizadas por los marxistas entre 1917 y 1989 -socialismo,
comunismo, estado obrero burocratizado, colectivismo burocrático- se
contrastaron con el capitalismo liberal o keynesiano de la época, con la
mira puesta en el objetivo pos- capitalista. Ese contrapunto ya no
presenta la nitidez del pasado.

Pero lo importante no es la denominación, sino la caracterización del
régimen chino. Allí prevalece una sociedad con clases capitalistas ya
constituidas que no ejercen el poder del estado. Como destacan otros
analistas esa combinación retrata una restauración no concluida (Heller,
2020). Ese escenario sitúa al país en un área de tránsito variable entre
el capitalismo y el socialismo. Prescindiendo de estos dos conceptos
básicos, la localización histórica de China carece de guías para evaluar
su devenir.

Los enfoques que adoptan estas brújulas ubican el debate en coordenadas
reconocibles. Habitualmente se discute si la reintroducción del
capitalismo en China altera, cancela o facilita el avance hacia el
socialismo. Las miradas intermedias no avalan, ni justifican esa
regresión y destacan tanto los límites como la potencial reversión de
ese proceso.

*¿SOCIALISMO DE MERCADO?*

Muchas caracterizaciones de China coinciden en la descripción de una
formación intermedia pero evitan esa denominación. Discrepan con
ubicarla en el universo pleno del socialismo o del capitalismo, pero
optan por situarla en alguna sub- variante de esas dos grandes opciones.
Los principales exponentes de la primera corriente identifican al país
con el socialismo de mercado.

Esa mirada resalta la naturaleza socialista de China, en una enfática
reacción contra la vertiente opuesta. Cuestiona los argumentos
“simplistas” e “ingenuos” que localizan al país en el universo del
capitalismo (Guigue, 2018).

Pero esa contraposición limita el análisis y no ofrece respuestas al
complejo perfil de una formación económico-social, que nunca se adoptó
formas acabadas de los dos sistemas en debate. Atravesó períodos de
transición al socialismo y ahora de restauración al capitalismo, sin
madurar ninguna de esas opciones.

Es cierto que China difiere cualitativamente de las grandes economías
occidentales y que no afronta todas las contradicciones de capitalismo
(Lo Dic, 2016). Pero ha incorporado muchas tensiones de este sistema y
comienza a exportarlas al resto del mundo. No es una economía
financiarizada, ni neoliberal, pero debe lidiar con la sobre-inversión,
la superproducción y la búsqueda de mercados, para los excedentes
generados en su actividad industrial. Esos desequilibrios no presentan
ninguna familiaridad con las tensiones de una economía socialista.

Es un error situar a China en un ámbito de socialismo de mercado por los
deslumbrantes resultados que logró en materia de crecimiento. Con ese
argumento desarrollista se podría exaltar también el enorme
desenvolvimiento logrado por Corea del Sur u otros regímenes brutales
del capitalismo asiático.

La identificación actual de China con el socialismo de mercado observa
continuidades donde hubo rupturas. Se concibe a la expansión mercantil
de los 80 y a las privatizaciones de los 90 como dos momentos de un
mismo curso pos-capitalista. En esa presentación se omite la diferencia
cualitativa que separa la ampliación del mercado dentro de la
planificación con la preeminencia del beneficio, la competencia y la
explotación.

La denominación “socialismo de mercado” podría quizás aplicarse al
primer momento de esa secuencia, pero no al segundo. En este último
período se forjó una clase propietaria de grandes empresas, que choca
abiertamente con las metas igualitarias del socialismo.

La presencia de ese sector capitalista no expresa la simple extensión de
la gestión mercantil. Indica un punto de ruptura o eventual gestación de
una “economía mixta”. No es lo mismo la existencia de múltiples formas
de propiedad (pública, provincial, comunal, cooperativa, privada) que la
vigencia de normas de privatización. Los millonarios chinos ubicados en
el ranking de Fortune no son partícipes de ningún conglomerado socialista.

El desconocimiento de esos datos impide evaluar el sentido de las luchas
políticas que se libran en el país. Esas tensiones no expresan sólo las
habituales disputas entre fracciones por el manejo poder, que describe
la prensa occidental. Tampoco responden a meras oleadas de limpieza de
corruptos. En esos conflictos subyace la confrontación por acelerar o
contener la restauración capitalista. Con la óptica del “socialismo de
mercado” resulta difícil comprender el sentido de esos choques.

El énfasis analítico puesto en contraponer el próspero modelo asiático
con su decadente contraparte occidental suele obstruir la evaluación de
esas tensiones internas de China. Es totalmente cierto, que sin pilares
socialistas China no hubiera podido erradicar la pobreza, en un
conglomerado tan gigantesco y en un plazo tan breve (Jabbour, 2020).

El capitalismo no permite consumar mejoras de esa envergadura. Pero esa
extraordinaria conquista no se obtuvo con una simple y uniforme gestión
socialista, que fue mutando de facetas a lo largo de 70 años. El impulso
revolucionario inicial sentó las bases para una expansión posterior, que
no tuvo signos unívocos, ni benefició exclusivamente a las mayorías
populares.

La tesis de la continuidad socialista acepta todas las variantes
seguidas por China, como un curso necesario para el desarrollo de las
fuerzas productivas. Esa expansión es acertadamente destacada como una
condición imprescindible para forjar alternativas al capitalismo
(Andreani; Herrera, 2013).

Pero la mirada indiferenciada y acrítica de todos los periodos
atravesados por el país, omite que no existe un sólo camino para ese
desenvolvimiento. Tasas elevadas de crecimiento pueden lograrse
expandiendo el mercado interno o la Ruta de la Seda, apuntalando o
restringiendo la tasa de ganancia, favoreciendo o contrarrestando la
desigualdad social.

Ese desarrollo puede exigir una enorme incidencia del mercado en la
fijación de precios y en la escala de negocios privados. Pero traspasada
cierta frontera, ese curso deja de constituir un desvío hacia el
socialismo para transformarse en un sendero opuesto de retorno al
capitalismo. Si esta disyuntiva no es explicitada, la restauración puede
simplemente consolidarse a través de la auto-propulsión que genera el
imperio del lucro.

Algunos pensadores suponen con cierta crudeza o ingenuidad que cierto
desarrollo capitalista permitirá retomar luego la vía al socialismo,
como si esos giros pudieran implementarse con la sencillez de una
disposición ministerial. La historia brinda abrumadoras pruebas de la
feroz defensa que despliegan los capitalistas para defender sus
privilegios. Si afianzan estructuralmente sus beneficios de clase, no
renunciarán a esas conveniencias cuando el timbre del socialismo suene
en sus portones.

*¿CAPITALISMO CONSUMADO?*

En el polo opuesto de los teóricos del socialismo de mercado se ubican
los pensadores que diagnostican la restauración total del capitalismo.
Consideran que China se ha transformado en una pieza más del tablero
global y que el status social de la nueva potencia no se distingue de
sus pares de Occidente.

Esa visión es frecuentemente presentada en polémica con los analistas,
que ponen reparos a la caracterización de un capitalismo completado e
irreversible. Los intérpretes de ese cierre remarcan que “ya no hay
vuelta atrás”, en la definitiva preeminencia del mismo sistema que
impera en el resto del mundo (Sáenz, 2018).

El principal argumento económico para evaluar esa consolidación es la
vigencia de todos los mecanismos del capitalismo. Estiman que en China
prevalecen las normas de la explotación, la ganancia y la concurrencia
(Carccione, 2020).Consideran que allí impera el mercado de trabajo, la
propiedad privada de los medios de producción y la competencia entre las
empresas (Au Loong, 2018).

¿Pero la ausencia de financiarización y neoliberalismo no obstruye el
funcionamiento pleno de esas normas? ¿La alta regulación estatal, las
restricciones al movimiento de capitales, la propiedad pública de la
tierra, el control oficial de los bancos y las empresas estratégicas no
influyen sobre el curso de la acumulación?

Los teóricos del capitalismo consumado relativizan la presencia de esas
limitaciones y no explican por qué razón persisten en ese país, los
controles que el neoliberalismo erradicó en el grueso del planeta. La
privatización, la desregulación financiera, la apertura comercial y la
flexibilización laboral fueron introducidas, para oxigenar al
capitalismo de los obstáculos al beneficio que interponía el modelo
keynesiano previo. En China no se concretó ese giro.

Quienes estiman que esa nación sepultó por completo su trayectoria
previa, tampoco aclaran cuándo se produjo el entierro. La
caracterización de ese viraje es clave para definir qué significado se
asigna al concepto de capitalismo o socialismo.

Algunos pensadores estiman que la restauración ha sido un proceso
ascendente desde fines de los años 70, que contó con el beneplácito de
toda la dirigencia. Por eso resaltan el consiguiente aburguesamiento de
las capas dirigentes (Laufer, 2020). Consideran que la era Deng, la fase
de las privatizaciones y el equilibrio de Xi Jinping constituyen
distintos momentos de un mismo proceso.

Pero con esta mirada se ignora la diferencia cualitativa que separa a un
modelo de gestión mercantil en el marco de la planificación, de otro con
expansión de la propiedad capitalista y de un tercero que limita esa
extensión. La importancia de esas distinciones desborda la evaluación de
China e involucra el proyecto general del socialismo. El ejemplo
asiático justamente interesa para considerar ese futuro.

Quienes rechazan en forma indiscriminada todas las políticas económicas
de últimas décadas, implícitamente objetan la reintroducción del
mercado. No registran que esa gestión fue compatible con la Nueva
Política Económica (NEP) de Lenin en los años 20 y resulta insoslayable
para cualquier proyecto postcapitalista en los países subdesarrollados.
¿O acaso era mejor el esquema opuesto de planificación compulsiva y
centralizada de la URSS en 1950-60?

El debate sobre China entre los marxistas no es meramente descriptivo.
Exige opiniones sobre esas alternativas, para explicitar cuál es el
proyecto económico socialista concebido por cada analista.

*BURGUESÍA Y FUNCIONARIOS SIN FUSIÓN*

Los teóricos del capitalismo completado consideran que esa concreción se
consumó con gran protagonismo del estado. Estiman que los conductores
del sistema anterior encabezaron la restauración, transformando a la
antigua crema de Partido Comunista en la nueva elite del capitalismo
(Carccione, 2020).

Pero esa mirada registra identidades donde prevalecen separaciones. La
nueva clase burguesa y la burocracia que controla el estado permanecen
como dos sectores diferenciados. El primero no capturó el poder y el
segundo no se transformó en un mero grupo de propietarios enriquecidos.

La continuidad de esta distinción no invalida que varios millonarios
ocupen altos cargos oficiales o que las familias de muchos jerarcas
exhiban un nivel de vida ultra- acomodado. Lo que interesa
conceptualmente no ese cómputo de riquezas, sino el papel objetivo que
cumple cada sector en una formación económico-social.

Lo que distingue a China de Rusia o Europa de Este es la continuada
diferencia entre la estructura de la sociedad y el estado, que mantiene
a la clase capitalista alejada del control del poder político. Esa
brecha podría disiparse con el tiempo, pero aún no se ha disuelto.
Quienes estiman que la fusión ya se ha consumado aceptan el contraste
entre la trayectoria seguida por China y el fenecido “bloque
socialista”, pero sin extraer conclusiones de ese contrapunto.

También subrayan la gravedad de la crisis capitalista contemporánea y
enfatizan los límites históricos de este sistema. Pero eluden indagar
cómo ha podido un régimen social en declive expandirse con tanta
facilidad e intensidad, en el país más poblado del planeta. No es muy
lógico remarcar la asfixia objetiva que afronta el capitalismo
occidental y describir sin ningún asombro, cómo ese mismo sistema
florece en la principal nación asiática.

La presentación del crecimiento chino como un resultado del empalme
funcional con el capitalismo global ilustra tan sólo una cara de la
moneda. El país logró su extraordinario desarrollo como un efecto
combinado de pilares socialistas, regulaciones estatales y restricciones
a la financiarización. La creciente afluencia del capitalismo no frenó
esa expansión, pero introdujo grandes desequilibrios de sobreinversión,
sobreproducción y desigualdad.

Es muy controvertido suponer que el capitalismo penetra sin ningún
escollo bajo el comando consciente del Partido Comunista. Se extrema un
razonamiento inspirado en ironías de la historia, al imaginar que la
restauración avanza naturalmente por ese insólito carril. No parece muy
sensato considerar que los textos de Marx, Lenin o Mao sean utilizados
para implantar el sistema que esos escritos repudian. Más lógico es lo
ocurrido en Rusia y Europa del Este, dónde se alaba al capitalismo
incinerando esos libros. La permanencia del marxismo como literatura
oficial en China ilustra lo obvio: la restauración no ha concluido y
afronta resistencias.

*LUCHA, REPRESIÓN Y LEGADO*

La tesis del capitalismo completado atribuye ese resultado a una derrota
histórica de la clase obrera. Considera que esa regresión se afianzó a
fines de los 80 con Tiananmén, se consolidó con los grandes despidos en
empresas estatales durante los 90 y se reforzó definitivamente con un
sistema político dictatorial (Au Loong, 2016). Esa visión es coherente
con el presupuesto que el capitalismo avanza con tasas crecientes de
explotación y pérdidas de conquistas sociales.

Pero ese diagnóstico choca con incontables evidencias de mejora del
salario, reducción de la pobreza y expansión del consumo. El enorme
crecimiento económico ha sido acompañado de un incremento mayúsculo de
la desigualdad, pero sin la tragedia social imperante en los países bajo
gestión neoliberal. Las condiciones generales de vida en el país han
seguido un rumbo muy contrapuesto, por ejemplo, al observado en América
Latina.

Estos avances no retratan los méritos del retorno capitalista. Ilustran
la fuerza social de los trabajadores y el impacto de sus demandas
efectivas o potenciales. En las últimas dos décadas emergió un nuevo
proletariado, con expresiones de resistencia y alta capacidad para hacer
valer sus exigencias.

Los propios teóricos de la restauración culminada describen esas
protestas como la “peor pesadilla” de la burocracia (Yunes, 2018).
Recogen registros de la significativa capacidad exhibida por los
operarios para imponer sus derechos (Hernández, 2016)

Esos informes indican que los gerentes de las empresas y los altos
funcionarios actúan con cautela, frente al revulsivo potencial de la
clase obrera. Esa conducta añade otro argumento a favor de la tesis de
un modelo capitalista no concluido.

La misma evaluación se extiende a la caracterización del régimen
político. Es evidente que en China no rige una democracia socialista.
Esa meta se encuentra muy lejos de su implantación y son numerosas las
evidencias de inadmisibles restricciones a los derechos democráticos.

Pero los teóricos de la restauración plena no se limitan a constatar o
criticar este hecho. Postulan la vigencia de una descarnada dictadura
que funciona con normas cuartelarias y consecuencias sanguinarias.
Estiman que ese sistema es análogo a la tiranía derrotada por la
revolución socialista (el Kuomintang) o a la terrorífica junta militar
coreana de 1961-1987 (Au Loong, 2016).

China no sólo padecería un retorno del capitalismo, sino también una
regresión a la tragedia política de la primera mitad del siglo XX. El
país estaría bajo el control de una clase dominante despiadada, que
sojuzgaría a los desposeídos mediante un sistema político análogo a las
formas pre-modernas que utilizaban los emperadores y mandarines.

Pero resulta muy difícil congeniar estas descripciones con la
modernización que ha protagonizado el país y la consiguiente complejidad
de su estructura político-social. Si la imagen de un capitalismo
meramente destructor contrasta con los avances en el nivel de vida, la
presentación de un tirano al comando de 1500 millones de personas, no
condice con la variedad de tendencias políticas actuantes en China. Ese
contexto es imperceptible con mirada atadas a un razonamiento
convencional de contraposición de totalitarismos con democracias (Mobo,
2019).

La presentación de China como una simple dictadura capitalista también
presupone que el legado socialista ha sido completamente demolido. Se
estima que esa tradición ha quedado profundamente desacreditada, en un
marco de viraje nacionalista de la intelectualidad y apatía política de
la juventud (Au Loong, 2016).

Pero ese retrato no coincide con la aparición de nuevas vertientes de
izquierda, ni con la continuada gravitación del marxismo. Esa corriente
de pensamiento mantiene actualmente mayor vivacidad en China que en sus
tradicionales centros de Europa. Ese dato no es irrelevante e indica un
escenario mucho más promisorio, que el expuesto por los diagnósticos
pesimistas.

*¿UN TRANSITORIO CAPITALISMO DE ESTADO?*

La restauración no está concluida, pero es una tendencia en curso que
podría efectivizarse a través de ciertos episodios decisivos. La
sustitución china de Occidente en el comando de la globalización
constituiría uno de esos desencadenantes.

No se sensato suponer que una formación burocrática asumirá el timón de
capitalismo mundial, sin ejercitar a pleno las reglas de la ganancias,
la competencia y la explotación. Su captura del liderazgo mundial bajo
las normas imperantes en la actualidad, no sería otro jalón del
renacimiento histórico de China. Constituiría un punto de viraje hacia
la consolidación definitiva del capitalismo.

Otra variedad de ese curso se verificó en los momentos de mayor euforia
de “chinamerica”. En el cenit de esa asociación algunos analistas
concibieron, que las monumentales acreencias asiáticas de Estados Unidos
se convertirían en propiedades del gigante oriental. Supusieron que
grandes empresas norteamericanas quedarían bajo el control de socios o
gerentes chinos. Estimaron que esa conversión podría constituir el
primer paso hacia la conformación de la tan debatida, pero inexistente
clase dominante transnacional.

En los hechos la concreción de ese proceso fue abortada por el acoso
imperialista que inició Obama y reforzó Trump. Esa escala de agresiones
dio lugar a la reacción defensiva de Xi Jinping y a un cambio de
escenario. El contexto de amigable globalización ha quedado sustituido
por un perdurable marco de tensiones.

El resultado de esa confrontación es incierto. Puede abrir caminos de
internacionalización capitalista de China, con sus empresas rivalizando
más intensamente por lucros, mercados y cuotas de plusvalía. Pero
también puede desembocar en choques geopolíticos, depresiones económicas
y protestas populares, que algunos pensadores identifican con el debut
de un escenario pos-capitalista (Dierckxsens; Formento; Piqueras, 2018).
La actual formación intermedia china con sus clases adineradas, su
regulación estatal y su retórica oficial marxista redefinirá su perfil
en el escenario que se avecina.

El status transitorio de esa formación económico-social es destacado por
muchos pensadores. A falta de una denominación más adecuada, algunos
utilizan el término de “capitalismo de estado” para tipificar ese
régimen. Recurren a ese concepto para resaltar el papel del estado como
un gran timonel de la economía, en la fijación de todos los parámetros y
las restricciones de la acumulación (Brenner, 2019).

Pero justamente por ese motivo el término es inadecuado. El capitalismo
de estado obviamente presupone que el capitalismo ya impera con plenitud
en la sociedad y en el aparato estatal. Opera a través de ese organismo
para forzar el cumplimiento de las metas de inversión, acumulación o
desarrollo que ambiciona la clase dominante. Fue la dinámica que imperó
por ejemplo en Japón.

Lo que distingue a China de ese antecedente ha sido la preexistencia de
una revolución socialista, que cortó una trayectoria inicial del
capitalismo. Ese componente socialista estuvo ausente en todas las
versiones que adoptó el capitalismo de estado a lo largo del siglo XX.

Esa singularidad es registrada por otro enfoque, que utiliza el mismo
concepto para destacar que China retomará un desemboque en el socialismo
(Amin, 2013). Sugiere que el capitalismo de estado constituye un eslabón
hacia ese objetivo. Pero también da a entender que formas de capitalismo
regulado son indispensables para la paulatina gestación de una sociedad
igualitaria. Lo que resulta muy difícil de imaginar es cómo el
socialismo emergería de una secuencia de capitalismos de distinto molde.
La tesis de un status intermedio evita estos inconvenientes.

*CONFRONTACIÓN DE INTERESES Y PROGRAMAS*

China no es una sociedad uniforme, acallada y sometida. En el propio
Partido Comunista coexisten millones de personas, que confrontan
propuestas y posturas a través de distintos canales.

Las discrepancias que salieron a la superficie durante la pandemia
constituyen un indicador de esos contrapuntos. En esa emergencia
actuaron junto al oficialismo distintas asociaciones que no pertenecen
al partido hegemónico. Es importante conocer esas actividades para
superar los estereotipos que difunden los medios de comunicación, en su
presentación de una sociedad simplemente esclavizada a los mandatos de
una autocracia (Prashad, 2020).

Esa imagen no evalúa a Estados Unidos con la misma vara. Omite que en
ese país impera en los hechos una dictadura bipartidista de la misma
elite, que intercambian periódicamente el timón presidencial entre
exponentes Demócratas y Republicanos. Esa manipulación no impide la
existencia de un escenario multifacético de tendencias políticas de
variado tipo. La misma (o mayor) diversidad impera en China.

La tesis del monolitismo asiático choca con el simple registro de las
corrientes políticas del país. Una analista distingue seis vertientes
significativas. Los neoliberales proponen expandir las privatizaciones,
reducir el estado de bienestar y anular las leyes de salario mínimo. Los
socialistas democráticos propician una economía mixta gestionada con
formas políticas multipartidarias.

La Nueva Izquierda defiende las empresas públicas, cuestiona la
inserción en la globalización y rechaza desigualdad. Los milenaristas
retoman los ideales de Confucio, para postular una reorganización del
país con parámetros éticos. Las marxistas singulares exigen combinar
normas de eficiencia con ideales altruistas y sus colegas
tradicionalistas retoman ideas de Mao, para priorizar la defensa del
país y la continuidad de las empresas estatales (Enfu, 2012).

Ese retrato sugiere una diversidad que no es perceptible con las
anteojeras del institucionalismo burgués. Refuta la imagen de
homogeneidad en una nación que alberga a un sexto de la población
mundial. No es la brecha cultural o la barrera idiomática lo que impide
tomar contacto con esa realidad. La obstrucción deriva de un prejuicio
que contrapone el autoritarismo asiático con la floreciente diversidad
occidental.

Los pensadores que tuvieron más familiaridad con la vida política china,
resaltaron en los últimos años la intensa confrontación entre la
corriente neoliberal y antiliberal. Describieron la pugna entre los
partidarios del libre-comercio globalista y los promotores de la
regulación estatal (Amin, 2013).

Pero un proceso más interesante se desarrolla en torno en torno a la
denominada Nueva Izquierda. Esta corriente surgió a mitad de los años 90
cuestionando los proyectos de privatización y postulando la
redistribución del ingreso, mediante un curso de modernización alejado
del patrón capitalista (Ban Wang; Jie Lu, 2012).

La Nueva Izquierda denuncia el fetichismo del crecimiento, defiende el
sistema de seguridad social y condena la amnesia de la herencia
revolucionaria. Auspicia la acción colectiva y estima que Tian An Men
fue una rebelión contra la corrupción y la injusticia (Keucheyan, 2010:
177-185).

Los partidarios de esta corriente también objetan la mirada angelical de
los cultores de Confucio (Rofel, 2012). Critican la despolitización y
reivindican las protestas populares (Wang Hui, 2015). Promueven, además,
una revisión de la Revolución Cultural alejada de la demonización
prevaleciente, cuestionando el énfasis unilateral en las facetas
negativas de ese episodio (Mobo, 2019).

La evaluación del maoísmo es uno de los principales temas en debate en
la Nueva Izquierda. Algunos analistas destacan la existencia de varias
corrientes herederas de Mao. Una vertiente de peso en las estructuras
oficiales prioriza la defensa nacional frente a la agresión de Estados
Unidos. Otra se desenvuelve fuera de ese ámbito y propicia la
organización autónoma de los sindicatos (Quian Benli, 2019).

Nueva Izquierda convoca a renovar el proyecto socialista, en
confrontación con el presupuesto de batalla contra la cultura de la
mercantilización (Lin Chun).Los exponentes de esta mirada denuncian los
desequilibrios que ha introducido el capitalismo, reconociendo las
mejoras registradas en el nivel de vida y la complejidad creada con la
creación de una nueva clase media urbana (Liu Chin 2009).

Objetan la primacía asignada a la expansión externa, destacando que
China no necesita transformarse en una potencia mundial, ni actuar como
el faro del libre comercio. Debiendo priorizar el cúmulo de mejoras
pendientes en la esfera doméstica (Liu Chin 2019)

Señalan que en lugar de comprometer a la economía con riesgosas
inversiones foráneas convendría canalizar el ahorro excedente hacia
circuitos locales, para revitalizar las empresas estatales e incrementar
el gasto público.

Esta orientación privilegia la actividad económica interna buscando la
reconciliación entre el socialismo y el mercado (Lin Chun 2009). En el
plano externo promueve retomar las ideas antiimperialistas que el país
alentaba antes de amoldarse a la euforia de globalismo (Lin Chun 2019).

Este programa de la Nueva Izquierda es coherente con un diagnóstico de
limitada reconversión capitalista de China. La implantación definitiva
de ese sistema puede ser contenida mediante un curso opuesto de
renovación socialista basado en el protagonismo popular.

Lo que está en juego es una confrontación de intereses. La discusión
sobre la naturaleza capitalista, socialista o intermedia de China no es
una controversia académica sobre la clasificación de la nueva potencia.
Sintetiza distintas miradas y propósitos para el país que definirá el
curso del escenario global.

RESUMEN

El status capitalista o socialista de China quedará definido por luchas
políticas y batallas populares. Esa disyuntiva se procesa en una
formación intermedia, con clases dominantes que no controlan el poder
del estado. Los virajes económicos del país han expresado intereses
contrapuestos y no continuidades socialistas. La coexistencia inicial
con el mercado difirió del proceso posterior de restauración.

Los intérpretes de una regresión capitalista concluida omiten que la
fusión entre burguesía y funcionarios no se ha consumado. El legado
socialista es un gran escollo a esa integración, en un régimen muy
distinto a cualquier variedad de capitalismo de estado.

Hay varias corrientes en pugna y despunta la renovación socialista que
propicia la Nueva Izquierda.

*REFERENCIAS*

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-Duménil, Gérard; Lévy, Dominique (2014), Propos recueillis par Cédric

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OBSERVATORIO DE LA CRISIS
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