sexta-feira, 16 de outubro de 2020

John Reed, antes de Octubre

 



Por César G. Calero

*Fuentes: *CTXT [Foto: John Reed entre 1910 y 1915. COLECCIÓN GEORGE
GRANTHAM BAIN / LIBRARY OF CONGRESS]

/Se cumplen cien años de la muerte del autor de ‘Diez días que
estremecieron al mundo’, la gran crónica de la revolución bolchevique.
Antes de viajar a Rusia, Reed ya había escrito otra obra maestra:
‘México insurgente’/

Casi al final de su vida, enfermo y confinado en una celda de la
estación de policía de Abo, en Finlandia, John Reed siente todavía la
necesidad de contarle al mundo sus experiencias, tal y como le
aconsejara en Harvard su mentor literario, el profesor Charles Townsend
Copeland. Apenas dispone de algunas hojas para escribir, garabatea ideas
y poemas en el reverso de los telegramas que recibe de su compañera, la
periodista Louise Bryant, desde Estados Unidos, y esboza la trama de
varias novelas con tintes autobiográficos. /The Tides of Men/ (Las
mareas de hombres), titula uno de esos proyectos. Pero el tifus lo
acecha ya. Morirá unos meses más tarde en un hospital de Moscú, ya junto
a Louise. El 19 de octubre de 1920, tres años después de haber sido
testigo del asalto al poder de los bolcheviques, será enterrado en el
Kremlin junto a los mártires de la revolución. Su libro /Diez días que
estremecieron al mundo/, bendecido por Lenin, lo había catapultado al
éxito. Antes de su etapa rusa, Reed ya había conocido el vértigo de la
revolución en un escenario muy distinto, la inmensidad del desierto de
Chihuahua. De sus cuatro meses junto a la División del Norte de Pancho
Villa nacería otra obra maestra del periodismo: /México insurgente/.

La vida de Reed da un giro de 180 grados cuando cruza el río Bravo en
diciembre de 1913. Enviado a México por la revista /Metropolitan/ y el
periódico /New York World,/ va a ser testigo privilegiado de la primera
revolución del siglo XX. Reed se entusiasma. Para entonces ya se ha
fogueado como reportero en varios conflictos sociales, como la huelga de
los trabajadores de la seda en Paterson (New Jersey), declarada a
principios de ese año. “Hay una guerra en Paterson. Pero es un curioso
tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las
fábricas. Estos controlan la policía, la prensa y los juzgados”, escribe
en la revista /The Masses/. Durante esos días eléctricos conocerá a
quien será uno de sus faros políticos, Bill Haywood, líder del
Industrial Workers of the World (IWW), con quien compartirá celda
fugazmente y a quien homenajeará unos meses más tarde al representar en
el Madison Square Garden un espectáculo teatral sobre la huelga de
Paterson con la participación de los propios obreros. Como Reed, Haywood
también tendrá reservado un lugar en la necrópolis de la Plaza Roja de
Moscú.

En su voluminosa biografía sobre Pancho Villa, el escritor mexicano Paco
Ignacio Taibo II se refiere a Reed como el gran cronista de esa etapa de
la revolución en su país. A finales de diciembre de 1913, cuando pisa
suelo mexicano, Reed tiene 26 años (había nacido en Portland, Oregón, el
22 de octubre de 1887). “Viste un traje de pana amarillo brillante,
dispone de cuenta de gastos, carga 14 diferentes clases de píldoras y
vendajes”, documenta Taibo. Unos días antes, en El Paso (Texas), Reed
empieza a ser consciente del complejo tablero de intereses que se
despliega en la frontera. Un espeso entramado de espías, contrabandistas
de armas, traficantes de ganado, periodistas ociosos y vividores de toda
laya. Es el centro de los conspiradores del mundo, piensa Reed: “Cada
vez que un gran hombre abandona el refugio del hotel, le persigue en la
calle la sombra de un detective, a quien sigue otro, cuyos movimientos
son observados por un tercero, y así sucesivamente”. Los enfrentamientos
entre federales (a las órdenes del dictador Victoriano Huerta) y
constitucionalistas (con Venustiano Carranza a la cabeza) están a tiro
de prismáticos. Y, pese a las balas perdidas que se cuelan en la ciudad
y causan víctimas, la frivolidad prevalece. El lujoso hotel Paso del
Norte, que alberga a gran cantidad de toda esa fauna conspirativa,
ofrece una limonada en su azotea con un cautivador anuncio: “/The only
hotel in the world offering its guests a safe comfortable place to view
a mexican revolution/ (El único hotel del mundo que ofrece a sus
huéspedes un lugar seguro y cómodo para observar la revolución mexicana)”.

Reed será uno de los pocos periodistas que podrá juzgar /in situ/ en qué
consiste el experimento revolucionario mexicano

Reed inicia su andadura mexicana en el polvoriento pueblo de Ojinaga,
donde se han acantonado las tropas federales de Huerta tras ser
hostigadas por los villistas. Ahí arranca /México insurgent/e, una
recopilación de crónicas que no seguirá un orden cronológico. Enseguida
solicita una entrevista con el general Salvador Mercado, pero su
telegrama lo intercepta Pascual Orozco, otro uniformado del mismo rango
y lengua afilada: “Estimado y honorable señor: Si usted pone un pie en
Ojinaga, lo colocaré ante el paredón y con mi propia mano tendré el gran
placer de hacerle algunos agujeros en la espalda”, le advierte el
espadón. Reed no se amilana ante las baladronadas de Orozco, cruza la
frontera y entrevista a Mercado, un hombre “preocupado e irresoluto” que
le echa en cara el supuesto apoyo de Estados Unidos a las tropas de Villa.

Sin más dilación, el reportero estadounidense irá en busca del hombre
del que habla todo el mundo, ese bandido devenido guerrillero, el
general Pancho Villa, cuyas hazañas militares se transmiten de pueblo en
pueblo agrandando su leyenda. José Doroteo Arango, su verdadero nombre,
se había hecho célebre en Chihuahua durante sus muchos años de
bandolerismo. Adscrito a la causa constitucionalista de Carranza,
aplicaba ahora una justicia revolucionaria más próxima al ideario de
Robin Hood que a las enseñanzas de un socialismo que solo despertaba su
curiosidad. “El socialismo, ¿es una cosa posible?”, querrá saber Pancho
Villa cuando se encuentre con Reed. “Yo solo lo veo en los libros y no
leo mucho”. La prensa estadounidense, sin embargo, habla ya sin tapujos
del “socialismo villista”. Reed será uno de los pocos periodistas que
podrá juzgar /in situ/ en qué consiste ese experimento revolucionario.
Su compromiso político previo le ayudará a entender qué está ocurriendo
en México.

*La bohemia roja*

Durante sus años de estudiante en Harvard (1906-1910), Reed no se
involucró en la política. Allí se dedicó a otras cosas. Fue un gran
deportista, un consumado animador de veladas y un alumno aventajado de
las enseñanzas literarias de /Copey/ (el sabio profesor Copeland a quien
dedicará su libro sobre México). Una vez instalado en Nueva York, su
concepción del mundo cambiaría radicalmente gracias a la relación que
establece con la denominada “bohemia roja” de Manhattan. A golpe de
tertulia se va cincelando el nuevo John Reed.

Fue el periodista y editor Lincoln Steffens quien introdujo a Reed en la
escena artística e intelectual que bullía alrededor de Washington
Square. Steffens, a quien había conocido en Harvard, le facilitó también
su primer trabajo como periodista en /The American Magazine/, una
revista literaria y política de amplia difusión. Pero su creciente
concienciación política lo acabará llevando a la redacción de la revista
izquierdista /The Masses/, fundada en 1911. “Sensibles a todos los
nuevos vientos que soplan (…) Ese es nuestro ideal”, rezaba su
manifiesto. A Max Eastman, editor de la revista, Reed le había parecido
en una primera impresión un joven demasiado impulsivo. Tal vez por ello
lo sentó en un despacho a seleccionar los poemas que llegaban a la
redacción y que, previamente, habían sido rechazados por la prensa
capitalista. En esa época (1912), Reed escribió /The Day in Bohemia/, un
largo texto poético sobre la atmósfera de creatividad y rebelión que se
respiraba en el Greenwich Village neoyorquino.

Poco tiempo después, muy lejos de las tertulias políticas de Manhattan,
Reed asistirá  maravillado a la insurrección de todo un pueblo. El 26 de
diciembre de 1913 franquea las puertas del palacio de gobierno de
Chihuahua donde le aguarda un Villa que, sin estudios ni lecturas, está
haciendo la revolución a su manera. El flamante gobernador militar de la
región emite su propia moneda para pagar salarios, reduce por decreto el
precio de la carne, reparte entre los campesinos tierras expropiadas a
los terratenientes y ordena construir medio centenar de escuelas. El
carisma del Centauro del Norte eclipsará a Reed, como en su día lo
hiciera el sindicalista Haywood y más tarde lo hará Lenin.

A Villa le cae en gracia ese periodista curioso que se preocupa por los
de abajo. Jack, como lo llaman sus amigos norteamericanos, pasará a
ser /Juanito/ en México (/Chatito/ para Villa). Solo otro gringo gozará
de sus favores: el fotógrafo Otis Aultman, autor de imágenes legendarias
de Villa y su tropa. Reed dispondrá del uso gratuito del telégrafo y el
tren. No solo eso. El general lo invita a sus reuniones y le asegura que
podrá acompañarlo a sus campañas militares. En las filas de la División
del Norte compartirá Reed comida y tabaco con esos campesinos humildes
que pelean en huaraches por la tierra que trabajan.

La maquinaria de guerra villista no cesa. Se avecina una gran ofensiva
sobre la estratégica ciudad de Torreón. El reportero está en el centro
de la acción y se siente útil. Al viajar con la División del Norte,
tiene acceso directo a Villa, habla con él, observa sus movimientos y
constata la camaradería de que hace gala con sus hombres. Es un peón más
en armas. El Villa que emerge de las conversaciones con Reed es un
personaje con muchas aristas (“tenía una extraordinaria sagacidad
natural”). No reniega de la violencia (y así se lo hace saber a su
interlocutor cuando este se interesa por la brutalidad de algunos de sus
oficiales), pero rechaza tajantemente las acusaciones que lo presentan
como un violador. Es consciente de su papel en la historia, el de un
jefe militar al servicio de los desposeídos sin pretensiones de sentarse
en la silla presidencial del Palacio Nacional. Reed querrá saber de
forma insistente (“por mandato” de su periódico) si esa falta de
ambición política es sincera. Y la respuesta de Villa será siempre la
misma: “Sería una desgracia para México que un hombre inculto fuera su
presidente. Hay una cosa que yo no haré: es la de aceptar un puesto para
el que no estoy capacitado. Existe una sola orden de mi jefe (Carranza)
que me negaría a obedecer si me la diera: la de ser presidente”.

*Retrato de un guerrillero*

Si Reed supo trasladar a los lectores de Estados Unidos la esencia de
México, su retrato de Villa logró cambiar también la imagen del
bandolero sin escrúpulos que hasta entonces predominaba sobre el
personaje. El periódico /Los Angeles Times/ lo calificaba de “bandido y
asesino” y /The Sun/ veía la revolución como el “socialismo bajo un
déspota”. Reed ofrecerá otra cara de ese “hijo de peones ignorantes que
nunca fue a la escuela”: “Los soldados lo idolatraban por su valentía,
por su sencillo y brusco buen humor. Lo he visto con frecuencia
cabizbajo en su catre, dentro del reducido vagón rojo en que viajaba
siempre, contando chistes familiarmente con veinte soldados andrajosos
tendidos en el suelo, en las mesas o las sillas”.

Su retrato de Villa logró cambiar también la imagen del bandolero sin
escrúpulos que hasta entonces predominaba sobre el personaje

Sus vivencias con la División del Norte le aportan a Reed un material de
primera mano sobre la revolución. Pero la censura de prensa impuesta por
Villa para pasar desapercibido en su avance por el desierto impiden al
periodista enviar sus crónicas desde el frente. Necesita un telégrafo y
se las ingenia para subirse a un tren-hospital y regresar a El Paso. Sus
crónicas rezuman verosimilitud por la lograda ambientación que recrea,
la reproducción del habla de los campesinos analfabetos, la descripción
minuciosa del día a día de los combatientes, sus charlas con el jefe
insurgente… Nada que ver con los fantasiosos artículos enviados por la
mayoría de los corresponsales que no han salido de sus hoteles en El Paso.

Las crónicas de Reed no son un mero relato de los hechos. No pretende
ser neutral ni objetivo. Ha tomado partido por un bando y lo deja claro
desde el principio (“habíamos tomado Bermejillo la tarde del día
anterior”). Su editor en el /Metropolitan Magazine/, Carl Hovey, lo
felicita en cada entrega. Reed le llega a sugerir que elimine o retoque
aquellos pasajes en los que detecte una excesiva emotividad. Pero no hay
nada que revisar, le responde Hovey. Al contrario. Su apasionada visión
de México enriquece sus crónicas. La fama del reportero va
extendiéndose. Ha nacido una estrella mediática. Algunos de sus amigos
reaccionan con ironía ante ese México en el que Jack es siempre
protagonista: “Hay mucho de Reed y sospecho que muy poco de México”,
dirá el dramaturgo Dave Carb. Para Robert A. Rosenstone, autor de una de
las biografías más completas sobre Reed, /Romantic Revolutionary/, el
reportero tal vez no era consciente de que estaba escribiendo sobre la
revolución mexicana al mismo tiempo que esbozaba un fragmento de su
propia autobiografía. En cualquier caso, según su biógrafo, Reed
consiguió capturar el espíritu de la revolución: “/México insurgente/ es
un libro para los ojos, una gran panorámica, como los grandes murales de
los pintores mexicanos”. Su trascendencia radicará precisamente en esa
identificación del autor con el objeto de su obra. Siguiendo a
Rosenstone y corrigiendo en parte a Carb, podría decirse que en el libro
hay mucho de Reed, pero también mucho de México. Al leer sus crónicas
mexicanas, el escritor Walter Lippmann, excompañero de Harvard, caerá
rendido ante la “genialidad” de un Reed que es a la vez reportero,
poeta, escritor y activista. Todas esas facetas impregnan unas
narraciones que, a juicio de Lippmann, aunaban una clase magistral de
historia y la mejor literatura.

Cuando Reed regresa a Nueva York en abril de 1914 se encierra en su piso
durante unas semanas para dar forma a /México Insurgente /con algunos
textos añadidos a sus crónicas. El libro se publicará en julio de ese
año en Estados Unidos. Tendrán que pasar cuatro décadas para que vea la
luz en México. En /Almost Thirty/, un texto autobiográfico escrito en
1916, Reed rememoraba así sus cuatro meses en México, “tal vez el
periodo más satisfactorio de mi vida”: “Descubrí que las balas no son
tan aterradoras, que el temor a la muerte no es una cosa tan grande y
que los mexicanos son maravillosamente simpáticos (…) Me hallé de nuevo
a mí mismo. Escribí mejor que nunca”.  

La publicación de /México insurgente /potenciará la figura de Reed.
Escribe sin descanso poemas, relatos, manifiestos políticos de
orientación comunista… Su vocación periodística lo lleva de nuevo a la
primera línea del frente. Ha estallado la Primera Guerra Mundial. Reed
regresa a un continente que ya visitó en 1910 nada más graduarse, en un
viaje iniciático sin rumbo fijo y con el bolsillo medio vacío (llegó a
dormir bajo las estrellas en el Retiro madrileño). Siente que los
trabajadores son los grandes perdedores de ese “vil conflicto de
intereses capitalistas que sangra a los pueblos europeos”. Y antes de
que concluya la guerra viajará a Rusia arrastrado por una marea interior
que no puede reprimir. Reed está preparado ya para contarle al mundo la
Revolución de Octubre.

Fuente:
https://ctxt.es/es/20201001/Politica/33655/john-reed-pancho-villa-mexico-insurgente-cesar-calero.htm
<https://ctxt.es/es/20201001/Politica/33655/john-reed-pancho-villa-mexico-insurgente-cesar-calero.htm>

In
REBELION
https://rebelion.org/john-reed-antes-de-octubre/
16/10/2020

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