quarta-feira, 28 de outubro de 2020

Elecciones EE.UU: ¿Golpe Electoral en Medio de la Crisis? ***

 




*TRUMP HA LOGRADO UNIR A SU ALREDEDOR A LOS MOVIMIENTOS NEOFASCISTAS:
SUPREMACISTAS BLANCOS,NEONAZIS, KU KLUX KLAN,GUARDIANES DEL JURAMENTO,
MOVIMIENTO PATRIOTAS, FUNDAMENTALISTAS CRISTIANOS Y MOVIMIENTOS
ANTI-INMIGRANTES *

* William I. Robinson, Profesor de Sociología, Universidad de California
en Santa Bárbara*

Ha quedado evidente en las últimas semanas que el régimen de Trump, sus
partidarios de la extrema derecha, los supremacistas blancos, e
importantes sectores del Partido Republicano están tramando un golpe
electoral. Si estas fuerzas fascistas logran alcanzar sus propósitos
dependerá de cómo se desenvuelven los acontecimientos a raíz de la
votación del próximo 3 de noviembre y de la capacidad de la izquierda y
las fuerzas progresistas de movilizarse en defensa de la democracia y de
avanzar una agenda de justicia social como contrapeso al proyecto fascista.

La lucha contra la amenaza fascista en Estados Unidos debe apoyarse en
un análisis de la naturaleza de dicha amenaza y en particular, de la
relación entre esta amenaza y la crisis capitalista. He estado
escribiendo desde 2008 sobre el surgimiento de los proyectos del
fascismo del siglo XXI. Este proyecto se avecina en Estados Unidos desde
principios del presente siglo. Entró en una etapa cualitativamente nueva
con el ascenso del Trumpismo en 2016 y aparece estar ahora en la vía
rápida frente al proceso electoral.

En el cuadro más amplio, el fascismo, ya sea su variante del siglo XX o
del siglo XXI, es una respuesta particular ultra-derechista a la crisis
capitalista, tal como la crisis de los 1930 o aquella que comenzó con la
imposición financiera de 2008, agravada ahora por la pandemia. Esta
respuesta ultra-derechista a la crisis va desde el Trumpismo en Estados
Unidos y el BREXIT en el Reino Unido, y la cada vez mayor influencia de
los partidos neofascistas en toda Europa, hasta países como Israel,
Turquía, las Filipinas, Brasil, y la India.

*El Trumpismo y el fascismo*

Los indicios de la amenaza fascista en Estados Unidos están en plena
vista. Los movimientos fascistas se proliferaron rápidamente desde el
viraje del siglo en la sociedad civil y también el sistema político
mediante el ala derechista del Parido Republicano. Trump demostró ser la
figura carismática capaz de galvanizar y envalentonar las diferentes
fuerzas neofascistas, entre ellas, los supremacistas blancos, los
nacionalistas blancos, los neo-Nazi y Ku Klux Klan, los Guardianes del
Juramento, el Movimiento de Patriotas, los fundamentalistas cristianos,
y los grupos anti-inmigrantes. Desde 2016, se han formado muchos más
grupos, incluyendo los “Proud Boys” (“Muchachos Orgullosos”), Q’Anon,
los Boogaloo (cuyo declarado objetivo es incitar una guerra civil), y
los “Vigilantes del Lobezno”. Todos estos grupos están fuertemente
armados y están movilizando para provocar enfrentamientos en
coordinación con elementos del ala extrema-derecha del Partido
Republicano. De hecho, esta ala extrema-derecha hace tiempo captó al
partido y lo convirtió en una fuerza de reacción total.

Estos grupos fascistas han sido alentados por la fanfarronería imperial
de Trump, por su retórica populista y nacionalista, y por su discurso
abiertamente racista, dirigido a azuzar la histeria anti-inmigrante,
anti-musulmán, anti-negro, y xenofóbica. Entraron desde 2016 en un
acelerado proceso de polinización cruzada. Con la elección de Trump,
lograron tener una presencia en la misma Casa Blanca y en varios
gobiernos estatales y locales alrededor del país. Los diferentes grupos
blanden con cada vez mayor impunidad sus unidades paramilitares. El Buro
Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglos en inglés) y el
Departamento de Seguridad Interna han identificado a las milicias
racistas, fascistas, y de extrema-derecha como la principal amenaza
terrorista al interior del país. Estas mismas agencias del gobierno
federal también afirmaron que estos elementos armados operan al interior
de agencias policiacas y unidades de las fuerzas armadas. Un informe
emitido en 2006 por una de las agencias de la inteligencia
norteamericana advirtió sobre “la infiltración por grupos organizados de
supremacía blanca a los organismos policiales, y recíprocamente, la
infiltración por parte de agentes policiales y de seguridad a estas
mismas organizaciones debido a sus simpatías con la causa de la
supremacía blanca”.

La insurgencia fascista llegó a un punto auge a raíz de las protestas
masivas desatadas por el asesinato por la policía en mayo pasado de
George Floyd. Entre los incidentes recientes, demasiado numerosos para
enumerar aquí, figura esta muestra:

  * las milicias fascistas han aparecido a menudo a las protestas
    anti-racistas para amenazar a los manifestantes, y en algunas
    instancias han llevado a cabo asesinatos;
  * Trump ha rehusado condenar la insurgencia armada ultra-derechista;
  * al contrario, Trump defendió a un joven integrante de estas milicias
    que el pasado 25 de agosto mató a tiros a dos manifestantes
    desarmados en Kenosha, Wisconsin;
  * el pasado 3 de setiembre, agentes del gobierno federal llevaron a
    cabo una ejecución extrajudicial de Michael Reinoehl, quien días
    anteriores confesó que mató a tiros a un miembro del grupo de
    supremacía blanca, el “Patriot Prayer” (“Plegaria Patriota”),
    aparentemente en defensa propia durante un enfrentamiento entre
    partidarios armados de Trump y manifestantes anti-racistas en
    Portland, Oregón. “Tenemos que llevar a cabo la retribución,”
    declaró Trump en una entrevista escalofriante, en la cual tomó el
    crédito por la ejecución;
  * especialmente ominoso, el FBI disolvió un complot de un grupo de
    milicianos de una organización terrorista, autodenominado Vigilantes
    del Lobezno, para asaltar el edificio del capitolio en el estado de
    Michigan y secuestrar y posiblemente asesinar el gobernador del
    estado y otros funcionarios del gobierno estatal. La casa blanca
    rehusó condenar la conspiración.

Si bien hay importantes diferencias entre Alemania e los años 1920 y
1930 y Estados Unidos ahora, vale la pena recordar el tristemente
celebre “golpe de la cervecería” en 1923 en Bavaria, Alemania, incidente
que marcó un viraje en el ascenso al poder de los Nazi. En aquel
incidente, al igual que en Michigan, Hitler y un grupo fuertemente
armado de sus seguidores intentaron llevar a cabo un golpe contra el
gobierno local. Funcionarios leales al gobierno de Bavaria suprimieron
el golpe y encarcelaron a Hitler, pero la insurgencia fascista
experimentó a raíz del intento de golpe una importante expansión de su
notoriedad e influencia.

Las perspectivas de un golpe fascista ahora dependen de lo que sucede en
las elecciones de noviembre. El Estado de Derecho está en entredicho.
Trump ha declarado, sin ofrecer prueba alguna, de que habrá fraude
electoral. Ha rehusado comprometerse con una transición pacífica del
poder si pierde el voto a su contrincante Joe Biden, y en efecto ha
llamado a sus seguidores a prepararse para una insurrección.

Trump es un miembro de la clase capitalista transnacional, un abierto
racista que ni siquiera intenta disfrazar su tendencia fascista.
Aprovechó las protestas por el asesinato de George Floyd para
profundizar el proyecto fascista, incitando desde la Casa Blanca a la
movilización fascista en la sociedad civil norteamericana, manipulando
el miedo y la reacción racista con un discurso de “ley y orden” y
amenazando con extender el estado policiaco. Millones de personas, sobre
todo de los grupos racialmente oprimidos, han sido privados ya de su
derecho al voto. El hijo mayor de Trump, Donald Trump hijo, hizo un
llamado en setiembre pasado para que “cada cuerpo capaz” se integre a
“un ejército para llevar a cabo operaciones de seguridad” a favor de la
campaña electoral de su padre.

*Morfología del proyecto fascista*

La crisis actual del capitalismo global es tanto estructural como
política. Políticamente, los Estados capitalistas enfrentan crises en
espiral de legitimidad como consecuencia de décadas de penurias y
deterioro social causado por el neoliberalismo y ahora agravado por la
incapacidad de dichos Estados de gestionar la emergencia sanitaria y el
colapso económico. El nivel de polarización social global y de
desigualdad es sin precedente. El uno por ciento más rico de la
humanidad controla más del 50 por ciento de la riqueza del mundo
mientras el 80 por ciento más pobre tiene que conformarse con apenas el
5 por ciento de esta riqueza. Esta desigualdad extrema solo puede
sostenerse por niveles extremos de violencia estatal y privada,
situación propicia para los proyectos políticos fascistas.

Estructuralmente, la economía global está sumida en una crisis de la
sobre-acumulación, o estancamiento crónico, empeorada ahora por la
pandemia. En tanto se disparan las desigualdades, el sistema produce
cada vez más riqueza que la masa de pueblo trabajador no puede consumir.
Como resultado, el mercado global no puede absorber la producción de la
economía global. La clase capitalista transnacional no encuentra salidas
para descargar los billones de dólares que ha acumulado. En años
recientes, ha realizado niveles alucinantes de especulación financiera,
el pillaje de presupuestos públicos, y la acumulación militarizada y
acumulación por represión. Estos últimos se refieren a como la
acumulación de capital depende cada vez más de la amplificación de los
sistemas transnacionales del control social, la represión, y la guerra,
de manera que el estado policiaco global se extiende alrededor del mundo
para defender la economía global de guerra y suprimir las rebeliones de
los de abajo.

El fascismo persigue rescatar al capitalismo de su crisis orgánica,
reanudar violentamente la acumulación de capital, establecer nuevas
formas de legitimidad del Estado, y reprimir sin trabas democráticas las
rebeliones desde abajo. El proyecto conlleva una fusión del poder
estatal reaccionario y represivo con una movilización fascista en la
sociedad civil. Al igual que su predecesor del siglo XX, el fascismo del
siglo XXI se trata de una mezcla tóxica del nacionalismo reaccionario y
del racismo. En su repertorio discursivo e ideológico, el proyecto
acarrea el nacionalismo extremo y la promesa de la “regeneración
nacional”, la xenofobia, las doctrinas de la supremacía racial/cultural
al lado de la movilización racista, la masculinidad marcial, el
milenarismo, la militarización de la vida cívica y política, y la
normalización – hasta la glorificación – de la guerra, la violencia
social, y la dominación.

Al igual que su contraparte del siglo XX, el proyecto gira en torno al
mecanismo psicosocial de sublimación del temor y ansiedad de masa en
momentos de aguda crisis capitalista hacia las comunidades convertidas
en chivos expiatorios, ya sean los judíos en la Alemania Nazi, los
inmigrantes en Estados Unidos, o los musulmanas y las castas inferiores
en la India. También persigue sublimar esta ansiedad hacia un enemigo
externo prefabricado, tal como el comunismo durante la Guerra Fría o
Rusia y China en la actualidad. Persigue organizar una base social de
masa con la promesa de restaurar la estabilidad y la seguridad para
aquellos desestabilizados por la crisis capitalista.

Los organizadores fascistas apelan a los millones de personas que han
sido desoladas por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el
empleo precario, y la relegación a las filas de la humanidad superflua –
condiciones ahora agravadas por la pandemia. Los grupos dominantes se
empeñan en canalizar el cada vez mayor descontento desde una crítica al
capitalismo global hacia el respaldo a la agenda del capital
transnacional, agenda disfrazada con retórica populista. En este empeño,
la movilización ultra-derechista y neofascista juega un papel importante.

La apelación al fascismo se dirige en particular a los sectores
históricamente privilegiados de la clase obrera global, tales como
sectores de los trabajadores blancos en el Norte Global y capas urbanas
de clase media y profesional en el Sur Global, que ahora experimentan
una mayor inseguridad y el espectro de la desestabilización
socioeconómica. Si bien el proyecto fascista intenta reclutar a su causa
estos sectores históricamente privilegiados, pero ahora descontentos, el
otro lado de la moneda es un intensificado control social y represión
violento de otros sectores. Estos sectores en Estados Unidos provienen
de manera desproporcional de las filas de las comunidades que enfrentan
la opresión racial, étnica, religiosa y otras formas de opresión.

Los mecanismos de la exclusión coercitiva van desde el encarcelamiento
en masa y la extensión de los complejos industrial carcelario, hasta la
omnipresente acción policiaca, las leyes anti-inmigrante y los regímenes
de detención y deportación de los inmigrantes, la manipulación y
reorganización del espacio de tal manera que tanto las urbanizaciones
cerradas y los guetos están controlados por ejércitos de guardias
privadas y los sistemas tecnológicamente avanzados de monitoreo y
rastreo, la paramilitarización de la policía, los métodos “no letales”
de control de las multitudes, y la movilización de las industrias
culturales y los aparatos estatales ideológicos para deshumanizar las
victimas del capitalismo global como peligrosos, perversos, y
culteramente degenerados.

*El racismo y las interpretaciones divergentes de la crisis*

No podemos menospreciar el papel que juega el racismo en la movilización
fascista en Estados Unidos. Pero a la vez necesitamos profundizar el
análisis del mismo. El sistema político norteamericano y los grupos
dominantes enfrentan una crisis de hegemonía y de legitimidad. Esta
crisis entraña la descomposición del bloque histórico racista que de una
u otra forma reinó supremo desde finales de la guerra civil
norteamericana en 1865 hasta finales del siglo XX pero que se ha visto
desestabilizado de cara a la globalización capitalista. La ultra derecha
y los neofascistas intentan reconstruir dicho bloque, en el cual la
identidad “nacional” se presenta como “identidad blanca” como sucedáneo
de una movilización racista contra las fuentes percibidas de la ansiedad
y la inseguridad.

Sin embargo, muchos miembros blancos de la clase obrera han
experimentado la desestabilización social y económica, la movilidad
hacia abajo, una mayor inseguridad, un futuro de incertidumbre, y la
acelerada precarización – es decir, condiciones laborales y de vida cada
vez más precarias. Este sector ha gozado históricamente del privilegio
racial-étnico que conlleva la supremacía blanca frente a otros sectores
de la clase obrera, pero ha venido perdiendo dichos privilegios frente a
la globalización capitalista. La escalada del discurso racista velado
(codificado) y abierto desde arriba tiene como propósito canalizar los
miembros blancos de la clase obrera hacia una conciencia racista y
neofascista de su condición.

El racismo y la apelación al fascismo ofrecen a los obreros provenientes
del grupo racial o étnico dominante, soluciones imaginaras a las
contradicciones verdaderas, es decir, el reconocimiento de la existencia
del sufrimiento y de opresión, aunque dichas soluciones son falsas. Los
partidos y los movimientos identificados con estos proyectos han
avanzado un discurso racista, menos codificado y menos mediado que aquel
discurso de los políticos convencionales (“mainstream”), dirigido en
contra de las minorías racialmente oprimidas, los inmigrantes, y los
refugiados, entre otros sectores vulnerables, quienes se convierten en
chivos expiatorios. Sin embargo, en esta época del capitalismo
globalizado hay pocas posibilidades en Estados Unidos de proporcionar
beneficios materiales a una potencial base social del fascismo, por lo
que la “recompensa del fascismo” es únicamente psicológica. La ideología
del fascismo del Siglo XXI descansa fundamentalmente en la
irracionalidad, es decir, la promesa de asegurar la seguridad y de
restaurar la estabilidad es emotiva, no racional. Es un proyecto que no
distingue – y no necesita distinguir – entre la verdad y la mentira.

El discurso público de Trump del populismo y nacionalismo, por ejemplo,
no guarda relación alguna con sus políticas. Sus políticas económicas
entrañan una total desregulación del capital, grandes recortes al gasto
social, el desmantelamiento de lo que aún quedaba del Estado de
bienestar social, las privatizaciones, desgravaciones fiscales para las
corporaciones y los ricos al lado de un aumento de la carga impositiva
para la clase obrera, represión sindical, y una expansión del subsidio
estatal al capital – en pocas palabras, el neoliberalismo con
esteroides. La retórica populista de Trump no se corresponde con la
sustancia de su política. La apelación de Trump a su base social es casi
por completo algo simbólico – por ende, el fanatismo de su retórica de
“construir el muro” (entre Estados Unidos y México) y otra retórica,
simbólicamente esencial para sostener una base social para el cual el
Estado puede ofrecer poca o ninguna recompensa material. Esto explica
también la naturaleza cada vez más desquiciada de la bravuconería de
Trump mientras se acerca la elección.

Pero he aquí el punto clave: el deterioro de las condiciones
socioeconómicas y la mayor inseguridad no conducen automáticamente a una
reacción racista y fascista. La interpretación racista/fascista de estas
condiciones tiene que ser mediada por agentes políticos y agencias del
Estado. El Trumpismo representa justamente dicha mediación. Para hacer
retroceder la amenaza del fascismo, las fuerzas populares de resistencia
deben proponer una interpretación alternativa de la crisis, entrañando
una agenda de justicia social y una política de la clase obrera que
pueden ganarse a la potencial base social del fascismo. Esta potencial
base está compuesta en su mayoría por obreros y obreras que están
experimentando los mismos efectos perjudiciales de la globalización
capitalista que afecta a toda la clase obrera.

Necesitamos en Estados Unidos una agenda de justicia social y pro-clase
obrera que responde a la condición cada vez más miserable de la supuesta
base social del fascismo junto con la clase obrera en su conjunto. Biden
bien podría ganar las elecciones. Sin embargo, aun si logra tomar
posesión de la presidencia, seguirá en curso la crisis del capitalismo
global y el proyecto fascista que dicha crisis fomenta. Hay que recordar
que Biden, además de ser criminal de guerra, es un neoliberal que
responde a los intereses sobre todo del capital financiero transnacional
con sede en Wall Street. Un frente unido contra el fascismo debe basarse
en una agenda de la justicia social que pone la mira en el capitalismo y
su crisis y que es capaz no solo de derrotar a Trump sino a enfrentar a
los desafíos en el periodo post-Trump.

In
OBSERVATORIO DE LA CRISIS
https://observatoriocrisis.com/2020/10/27/elecciones-ee-uu-golpe-electoral-en-medio-de-la-crisis/
27/10/2020

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