terça-feira, 4 de março de 2014

El oportunismo histórico de "12 años de esclavitud" o la explicación de un par de Oscars


Beatriz Leal Riesco
Rebelión



Es lunes, 3 de marzo de 2014, y dos nombres corren de boca en boca: Lupita
(Nyong’o) y Steve (McQueen). Desde los cuatro puntos del planeta, los titulares
proclaman a bombo y platillo que la 86ª edición de los Oscars de Hollywood
pasará a la historia al ser la primera vez que un director negro se alza con la
estatuilla a la mejor película (Steve McQueen) en un relato “duro y sincero”
sobre la esclavitud (12 años de esclavitud) que, para más gloria, ha conseguido
llevarse el premio a la mejor actriz secundaria por la interpretación de una
desconocida joven de origen africano nacida accidentalmente en México: Lupita
Nyong’o. Han hecho historia y hemos de celebrar la hazaña. Esto nos repiten unos
y otros basándose en la máxima “los hechos no engañan”. Pero, permítaseme
corregir: los hechos no son unívocos, y han de ser interpretados y calibrados
con sumo cuidado.
A pesar de la resaca de la fiesta y de la fotogénica cuadrilla de 12 años de
esclavitud (dos hechos que pueden nublar nuestro buen juicio): ¿qué significa
que este relato sobre la esclavitud haya ganado en 2014 el máximo galardón en la
meca del cine comercial? Sobre esto, no he leído tantos comentarios ni está tan
clara la valoración. Por supuesto, el discurso de fondo que planea sobre todos
nosotros es que por fin estamos logrando la igualdad entre razas y que incluso
un espacio tan blanco y tan masculino como Hollywood se ha tenido que rendir a
tal integradora evidencia. ¿Es esto verdad? Empecemos por el principio. 12 años
de esclavitud es la adaptación al cine de un las memorias escritas en 1853 por
Solomon Northup, un negro libre nacido en el estado de Nueva York. Secuestrado y
vendido como esclavo para trabajar durante 12 años en las plantaciones de
algodón de Luisiana, sus declaraciones son el testimonio vivo de una época que,
por pleno derecho, ha de darse a conocer. Sin embargo, la película es, como
mucho, mediocre en cuanto a su calidad, por lo que si obviamos que se trata de
una cinta clásica y predecible en cuanto a la narración, a los planos, al
sonido, a la construcción de los personajes y a su mensaje, podemos concluir que
su valor simbólico para recibir tres Oscars reside en la pertinencia del tema
escogido, en el director y en su cuidado elenco.
Vayamos por partes. El tema central es, por si alguno aún no lo tenía claro, la
esclavitud. Todavía queda mucho que escribir e investigar sobre esta terrible
realidad y muchas películas deberían surgir después de la de McQueen. Quién
sabe, quizás tras el holocausto, le haya llegado el turno a la esclavitud como
tema cinematográfico, literario y artístico. La distancia histórica y la
desmemoria organizada ha favorecido que se le esté otorgando a 12 años de
esclavitud un valor excesivo y erróneo, considerándola la primera película en
atreverse a tratar el tema de manera reflexiva. Otros antes se habían aventurado
a adentrarse, aunque bien es cierto que salvo el lacrimógeno El color púrpura
(1985) de Spielberg y el reciente remake humorístico de Tarantino del spaguetti
western Djiango desencandenado (2012), pocas películas habían tenido tal
repercusión mediática. ¿Cuál era el problema de estas propuestas? El ser bien
demasiado incómodas o bien adelantadas a su época y, en tantas ocasiones, ambas
cosas a la vez. El director etíope afincado en Washington DC Haile Gerima, el
mauritano residente en París Med Hondo, el haitiano Raoul Peck o el pionero
afroamericano de la fotografía de prensa y el cine Gordon Parks, dan buena fe de
ello en sus obras. Revisar su filmografía a la luz de realizaciones recientes
nos demostrará su oportunidad, experimentalidad y crítica a la trata de
esclavos, así como la constatación del poder subversivo del arte y la
colaboración entre hombres y mujeres en cada época histórica centrándose en las
rebeliones en suelo americano. Estos elementos, así como los efectos de la
esclavitud en la vida de hombres y mujeres contemporáneos son aspectos en los
que profundizan películas como Lealbelly (1976) o Sankofa (1993) sin necesitar
recurrir a la espectacularidad de los maltratos como marca visual de la
esclavitud.
Que la esclavitud es el tema central es indiscutible, pero el éxito comercial y
mediático de la propuesta reside en servirse de una historia conocida con la que
el espectador puede identificarse fácilmente y que, por vez primera, viene
narrada por un testigo que la vivió en su propia piel. Atrás ha quedado la
mediación del hombre blanco ya que, como todos sabemos, sus historias son
manipuladoras y mentirosas. Las declaraciones de Solomon Northup vienen
legitimadas por haber sido un hombre formado y culto que podía entender en su
justa medida lo que significaba ser un “hombre libre”. Frente a otros esclavos
analfabetos, los cuales carecían de la formación para comprender el mundo en el
que vivían en toda su complejidad, Northup nos devuelve una realidad más
acertada. Si el sarcasmo de mis palabras no ha quedado del todo claro, quiero
marcar aquí lo problemático de la solidaridad de clase (alta y culta) que se
transmite en la película y que refleja una verdad marcada históricamente: la de
los vencedores y la de la clase alta independientemente del color de su piel. A
pesar de que durante (12) años Northup se ve forzado a vivir experiencias
propias de una clase que no le es propia, no llega nunca a intimar ni a crear
relaciones con otros esclavos: cada uno en su lugar y Northup finalmente de
vuelta en el suyo que es la libertad. Nada cambia. ¿Es este un mensaje digno de
ser loado? ¿Dónde queda la esperanza en el cambio y la lucha por un mundo mejor
a través de la solidaridad entre seres humanos independientemente de la clase
social de pertenencia? El mensaje es, como mínimo, conservador sino abiertamente
reaccionario.
Finalmente, para que la cadena de “verdad y objetividad” racial no se rompa, no
podía ser sino Steve McQueen el director (perdón, autor) más negro de los
directores negros de Hollywood el que la dirigiese. ¿Quién podía ser más idóneo
para hacerse cargo del proyecto? 12 años de esclavitud no hubiese sido igual en
manos de un blanco (nótese siempre el género masculino), y esta es una de las
razones principales para llevarse el Oscar. Steve McQueen es un autor de pedigrí
africano y formación europea; un hombre negro libre como Northup, cultivado en
las más bellas artes, merecedor del reconocimiento de caballero por la Reina de
Inglaterra y que, antes de volcarse en el cine, había recibido el codiciado
Premio Turner de artes plásticas. Reunía, por tanto, la sensibilidad y la
claridad de ideas adecuadas para adaptar este punzante relato de esclavitud e
injusticia vividas en carne propia. A ello se debe añadir que, como director,
Steve McQueen se había ganado un espacio entre la crítica y el público con sólo
dos películas por esa manera “tan suya de filmar el cuerpo” (de Michael
Fassbender) a la que asistimos en Hunger (2008) y Shame (2011). Esta marca de
estilo le convertía en el candidato perfecto debido a que las características
más rentabilizadas en la pantalla sobre la esclavitud han sido desde siempre los
castigos corporales y la negación de la humanidad a través de vejaciones
físicas. ¿Cómo no iba a ser una violación la escena de apertura de 12 años de
esclavitud? Los maltratos, los latigazos, el sometimiento del cuerpo en sus
formas más creativas y el despojar de su dignidad a mujeres y hombres son
elementos de la historia de la esclavitud que todos conocemos. Por su dramatismo
y dureza y por su incuestionable depravación tocan las fibras más sensibles,
repitiéndose hasta la saciedad en el cine. En el mismo lote se encuentra la
crueldad de las condiciones de recolección en los campos de algodón en
interminables sesiones que se perpetuaban de sol a sol mientras el patrón y sus
sirvientes vigilan bien armados a caballo. Todo ello lo encontramos en el filme
de McQueen. Estas imágenes, fijadas a fuego en el imaginario colectivo, evitan
que la realidad de la esclavitud, de gran variedad y complicación histórica, sea
contada de otro modo. 12 años de esclavitud vuelve sobre el leitmotiv de la
violencia física en el cuerpo negro, y sobre el hecho de que sin la ayuda del
hombre blanco (con Brad Pitt en el papel de mesías redentor) los negros no
habrían obtenido la libertad. Pero la película va más allá en su mensaje
reaccionario, ya que la falta de solidaridad y la fraternidad entre los esclavos
parece querernos decir que eran inexistentes y las mujeres, por supuesto, se
llevaban la peor parte. ¿Sacamos algo más en claro al salir de la sala? Una
sensación de oportunidad desaprovechada y de falta de compromiso con una
historia de una gravedad e importancia tales que se merecería otro tratamiento.
La historia de Northup en la pantalla es incapaz de establecer relaciones con el
presente, y de mostrarnos nuestras ansiedades de hombres y mujeres del siglo
XXI, viviendo en un sistema capitalista extremo que está creando bolsas de
pobreza y de esclavos en números jamás vistos con anterioridad. El origen de la
esclavitud y de la pobreza, de la estigmatización y el racismo de la población
negra norteamericana y de los emigrantes económicos y exiliados que se desplazan
por todo el planeta reside en un sistema económico y social desigual e injusto,
y sólo atacando el problema de base a nivel global evitaremos realidades
similares. A pesar de los gritos de alegría por Lupita, Steve y su séquito, no
es cierto que se haya logrado una mayor igualdad social y económica de los
negros en los EEUU, y el acceso a empleos del mundo del cine así lo demuestra.
El elenco de la película 12 años de esclavitud es un ejemplo paradigmático.
Lupita Nyong’o, Steve McQueen y Chiwetel Ejiofor no son afroamericanos, sino que
crecieron en el Reino Unido (Ejiofor y McQueen) y en Nigeria (Lupita), teniendo
un acceso democrático a una educación de calidad. A esto se une el provenir de
familias de clase media-alta, lo que favorece su integración y los sitúa en un
lugar totalmente diferente al de la inmensa mayoría de los afroamericanos. La
perversidad de este premio reside en que, sin ellos buscarlo, a Chiwetel, Steve
y Lupita se les está identificando con la población negra descendiente de
esclavos en América, equiparando su presencia en la Gala de los Oscars con una
inexistente igualdad de oportunidades en los Estados Unidos. La historia de la
esclavitud es una realidad universal, por lo que ligarla únicamente a conceptos
de raza olvidando su trasfondo económico-social permite su perpetuación y ofrece
análisis sesgados y falsos.
De la llegada de hombres y mujeres negros a América surgieron estilos musicales
como el blues, el jazz o el hip-hop, y es en el ámbito de la música comercial
donde se está alcanzando mayor igualdad. Todavía le queda un largo camino al
cine comercial y al cine-arte, donde la presencia africana o afroamericana es
minoritaria. La paradoja reside, además, en que una gran parte de las clases
bajas afroamericanas (la mayoría de la población negra del país) apenas han
acudido a la llamada de Steve McQueen mientras esperan con emoción la nueva
película del prolífico Tyler Perry, un creador polifacético desconocido en el
extranjero. Su humor irreverente, sus fervientes creencias religiosas y sus
retratos melodramáticos de la vida de la clase media negra estadounidense son la
otra cara de la moneda de 12 años de esclavitud. Consideradas películas
populares y de escaso valor artístico, reúnen a multitudes y conectan con el
público afroamericano contemporáneo. Mientras un elenco blanco, europeo (inglés)
y de africanos contemporáneos vuelve a hablar de esclavitud, los afroamericanos
hablan de problemas reales y actuales sin recurrir a la distancia de la
historia. Una película que no se debería dejar pasar es Fruitvale Station
(2013), la cual no ha recibido la atención que merece por su valor histórico
real.
Un último “hecho” para reflexionar: 12 años de esclavitud es para la Academia de
Hollywood la mejor película, pero Steve McQueen no es el mejor director. Lo que
se está valorando va más allá del oficio del cine, de la supervisión del
director de todas las fases de la película y de su calidad como artista. Al
premiar a 12 años de esclavitud se ha valorado la inteligencia para reunir en un
cóctel los ingredientes de lo políticamente correcto y crear un producto de
fácil digestión y con gran poder de seducción simbólica con el sello del
“segundo mandato Obama”. Es sabido que una buena tajada del presupuesto para las
campañas del presidente llega desde California y del mundo del espectáculo. La
lucha de Obama contra la discriminación y por la integración de los
afroamericanos no podía pasar desapercibido para los medios y sí, no he podido
evitar volver al sarcasmo… ¿Qué mejor instantánea para el futuro que la de la
película de Steve McQueen con Brad Pitt a la cabeza? Este año las apuestas de
los Oscars no estaban tan activas en la red. ¿Acaso alguien dudaba cómo se iban
a repartir las estatuillas?

In
http://rebelion.org/noticia.php?id=181565
4/3/2014

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