terça-feira, 11 de agosto de 2015

El estado de bienestar occidental: su aparición y la desaparición del bloque soviético



James Petras

Rebelión



Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez


Introducción

Uno de los rasgos socioeconómicos más asombrosos de las dos últimas décadas es
la inversión del signo de la legislación sobre bienestar de la segunda mitad del
siglo pasado en Europa y Norteamérica. Los recortes sin precedentes en servicios
sociales, indemnizaciones por despido, empleo público, pensiones, programas
sanitarios, estipendios formativos, periodos vacacionales y seguridad laboral
vienen acompañados por el incremento de los gastos de la educación, la
fiscalidad regresiva y la edad de jubilación, así como por el aumento de las
desigualdades, la inseguridad laboral y la aceleración del ritmo en los centros
de trabajo.

La desaparición del «Estado de bienestar» echa por tierra la idea expuesta por
los economistas ortodoxos, que sostenían que la «maduración» del capitalismo, su
«estado de desarrollo avanzado», su alta tecnología y la sofisticación de sus
servicios vendrían acompañadas de mayor bienestar y niveles de vida más altos.
Aunque es cierto que «servicios y tecnología» se han multiplicado, el sector
económico se ha polarizado aún más entre los empleados minoristas mal
remunerados y los agentes de bolsa y financieros muy ricos. La informatización
de la economía ha desembocado en la contabilidad electrónica, los controles de
costes y los movimientos acelerados de fondos especulativos en busca del máximo
beneficio, mientras que, al mismo tiempo, han sido preludio de reducciones
presupuestarias brutales en los gastos sociales.

Esa «Gran Inversión» del curso de los hechos parece un proceso a gran escala y
largo plazo centrado en los países capitalistas dominantes de Europa Occidental
y Norteamérica y en los antiguos Estados comunistas de Europa del Este. Nos
incumbe a todos examinar las causas sistémicas que trascienden las
idiosincrasias particulares de cada país.



Los orígenes de la Gran Inversión

Hay dos líneas de investigación que es preciso dilucidar con el fin de
comprender la desaparición del Estado de bienestar y el enorme descenso de los
niveles de vida. Una línea de análisis estudia el cambio profundo del entorno
internacional. Hemos pasado de un sistema bipolar competitivo basado en la
rivalidad entre los Estados colectivistas y de bienestar del bloque oriental y
los Estados capitalistas de Europa y Norteamérica a otro sistema internacional
monopolizado por Estados capitalistas en competencia.

Una segunda línea de investigación nos lleva a examinar los cambios de las
relaciones sociales internas de los Estados capitalistas: principalmente, el
paso de las luchas de clase intensas a la colaboración de clases a largo plazo
como principio organizador de la relación entre capital y trabajo.

La proposición principal que conforma este artículo es que la emergencia del
Estado de bienestar fue un producto histórico de un periodo en el que había
altos niveles de competitividad entre el bienestar colectivista y el capitalismo
y en el que los sindicatos y los movimientos sociales con orientación de lucha
de clases predominaban frente a las organizaciones de colaboracionismo entre
clases.

A todas luces, los dos procesos están interrelacionados: cuando los Estados
colectivistas implantaron mayores prestaciones de bienestar para sus ciudadanos,
los sindicatos y los movimientos sociales de Occidente tenían incentivos
sociales y ejemplos positivos para motivar a sus miembros y forzar a los
capitalistas a asumir la legislación del bienestar del bloque colectivista.



Los orígenes y el desarrollo del Estado de bienestar occidental

Inmediatamente después de la caída de los gobiernos fascistas-capitalistas con
la derrota de la Alemania nazi, la Unión Soviética y sus aliados políticos de
Europa del Este se embarcaron en un programa masivo de reconstrucción,
recuperación, crecimiento económico y consolidación del poder basado en reformas
de bienestar socioeconómico de largo alcance. El gran temor de los gobiernos
capitalistas occidentales era que la clase trabajadora de Occidente «siguiera»
el ejemplo soviético o, como poco, apoyara a partidos y acciones que socavaran
la recuperación capitalista.. Dado el descrédito político de muchos capitalistas
occidentales debido a su colaboración con los nazis o su oposición débil y
retardada a la versión fascista del capitalismo, no podían recurrir a los
métodos altamente represivos de antes. En su lugar, las clases capitalistas
aplicaron una doble estrategia para contrarrestar las reformas soviéticas del
bienestar colectivista: represión selectiva de la izquierda radical y de los
comunistas del interior y concesiones de bienestar para garantizar la lealtad de
los sindicatos y partidos socialdemócratas y demócrata- cristianos.

Con la recuperación económica y el crecimiento de la posguerra, la
competitividad política, ideológica y económica se intensificó: el bloque
soviético introdujo reformas generalizadas, entre las que se encontraban el
pleno empleo, la seguridad laboral, la atención sanitaria universal, la
educación superior gratuita, el mes de vacaciones pagado, las pensiones
equivalentes al salario íntegro, los campos de trabajo y complejos vacacionales
gratuitos para familias trabajadoras y las bajas por maternidad prolongadas.
Subrayaban la importancia del bienestar social sobre el consumo individual. El
Occidente capitalista vivía bajo presión para aproximarse a las ofertas de
bienestar del Este, al tiempo que expandía el consumo individual basado en las
facilidades para el crédito y los pagos a plazo posibilitados por sus economías
más avanzadas. Desde mediados de la década de 1940 hasta mediados de la de 1970,
Occidente compitió con el bloque soviético sin quitarse de la cabeza dos
objetivos: conservar la lealtad de los trabajadores de Occidente a la vez que
aislaba a los sectores militantes de los sindicatos y atraer a los trabajadores
del Este con promesas de programas de bienestar comparables y mayor consumo
individual.

A pesar de los avances de los programas de bienestar social, tanto en el Este
como en Occidente, había protestas obreras importantes en Europa del Este: se
centraban en la independencia nacional, en la tutela paternalista y autoritaria
de los sindicatos y en la insuficiencia del acceso a los bienes de consumo
privado. En Occidente, hubo levantamientos obreros y estudiantiles
significativos en Francia e Italia que reclamaban el fin del dominio capitalista
en los centros de trabajo y la vida social. La oposición popular a las guerras
imperialistas (Indochina, Argelia, etcétera), los rasgos autoritarios del Estado
capitalista (racismo) y la concentración de la riqueza estaban muy extendidos.

Dicho de otro modo: las nuevas luchas del Este y de Occidente tenían como
premisa la consolidación del Estado de bienestar y la expansión del poder
político y social popular frente al del Estado y el proceso productivo.

La competencia sostenida entre los sistemas de bienestar colectivista y
capitalista garantizó que no hubiera retroceso de las reformas conseguidas hasta
la fecha. Sin embargo, la derrota de las rebeliones populares de las décadas de
1960 y 1970 garantizó que no se produjeran mayores avances en el bienestar
social. Y lo que era más importante, se llegó a un «punto muerto» social entre
las clases dominantes y los trabajadores en ambos bloques, que desembocó en el
estancamiento de las economías, la burocratización de los sindicatos y las
demandas de las clases capitalistas de un nuevo liderazgo más dinámico, capaz de
desafiar al bloque colectivista y desmantelar sistemáticamente el Estado de
bienestar.



El proceso de inversión: De Reagan y Thatcher a Gorbachov

La gran ilusión, que se apoderó de las masas del bloque del bienestar
colectivista, fue la idea de que la promesa occidental de consumismo masivo se
podía conjugar con los programas de bienestar avanzados de los que ellos gozaban
desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, las señales políticas de Occidente
avanzaban en dirección contraria. Con el ascenso del presidente Ronald Reagan en
Estados Unidos y la primera ministra Margaret Thatcher en Gran Bretaña, los
capitalistas recuperaron el control absoluto del calendario social asestando
golpes mortales a lo que quedaba de la militancia sindical y poniendo en marcha
una carrera armamentista a gran escala con la Unión Soviética con el fin de
hacer quebrar a su economía. Además, el «bienestarismo» del Este se vio socavado
a conciencia por una clase emergente de movilidad ascendente, unas élites cultas
que hicieron piña con cleptócratas, neoliberales, gánsteres en ciernes y todo
aquel que profesara los «valores occidentales». Recibieron apoyo político y
material de fundaciones occidentales, servicios de inteligencia occidentales, el
Vaticano (en especial, en Polonia), partidos socialdemócratas europeos y la
Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales
(AFL-CIO, American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations)
mientras que, en los sectores periféricos, los autodenominados izquierdistas
«anti-estalinistas» de Occidente imprimían un barniz ideológico concreto.

La totalidad del programa de bienestar del bloque soviético había sido
construido desde arriba hacia abajo y, en consecuencia, no disponía de una
organización de clases consciente de serlo, politizada, independiente y
militante para defenderla del ataque a gran escala lanzado por el bloque
«anti-estalinista» mafioso, cleptocrático, clerical y neoliberal. Asimismo, en
Occidente, la totalidad del programa de bienestar social estaba vinculado a los
partidos socialdemócratas europeos, el partido demócrata estadounidense y una
jerarquía sindical que carecía tanto de conciencia de clase como del menor
interés por la lucha de clases. Su principal preocupación como burócratas
sindicales se limitaba a recaudar cuotas de afiliados, preservar el poder
organizativo interno sobre sus feudos y enriquecerse personalmente.

El colapso del bloque soviético se vio precipitado por la entrega sin
precedentes del gobierno de Gorbachov de los Estados aliados del Pacto de
Varsovia a las potencias de la OTAN. Las autoridades comunistas locales se
reciclaron con rapidez para ser agentes neoliberales y vicarios
pro-occidentales. Pasaron de inmediato a lanzar un ataque a gran escala contra
la propiedad pública de los bienes y el desmantelamiento de la legislación
laboral y la seguridad laboral proteccionistas, que habían sido un elemento
intrínseco de las relaciones entre la mano de obra y la dirección colectivistas.

Con unas cuantas excepciones dignas de mención, la totalidad del marco formal
del bienestar colectivista se desmoronó. Poco después llegaron las desilusiones
masivas entre los trabajadores del bloque del Este cuando sus sindicatos
«anti-estalinistas» de orientación occidental les presentaron los despidos
masivos. La inmensa mayoría de los trabajadores de los astilleros de Gdansk,
afiliados al movimiento «Solidaridad» de Polonia, fueron despedidos y quedaron
abocados a la búsqueda de empleos inusuaes, mientras que sus «dirigentes»
desaforadamente agasajados, destinatarios desde hacía mucho tiempo del apoyo
material de los servicios de inteligencia y sindicatos occidentales, pasaron a
convertirse en políticos, editores y empresarios prósperos.

Los sindicatos occidentales y la izquierda «anti-estalinista» (los
socialdemócratas, los trotskistas y todas y cada una de las sectas y corrientes
intelectuales intermedias), prestaron un valioso servicio no solo para poner fin
al sistema colectivista (bajo el lema «cualquier cosa es mejor que el
estalinismo»), sino para acabar con el Estado de bienestar para decenas de
millones de trabajadores y pensionistas, con sus familias.

Una vez que el Estado de bienestar colectivista quedó destruido, las clases
capitalistas occidentales dejaron de necesitar competir con la tarea de igualar
las concesiones de bienestar social. El Gran Repliegue puso la directa.

Durante las dos décadas siguientes, los gobiernos occidentales, liberales,
conservadores y socialdemócratas, cada uno cuando le tocó, fueron cortando
rodajas de la legislación sobre el bienestar: las pensiones se recortaron y la
edad de jubilación se amplió cuando instauraron la doctrina del «trabaja hasta
que te echen». La seguridad laboral desapareció, la protección de los puestos de
trabajo se suprimió, las indemnizaciones por despido se redujeron y el despido
de trabajadores se facilitó, a la vez que prosperó la movilidad del capital.

La globalización neoliberal aprovechó las inmensas reservas de trabajo
cualificado mal remunerado de los antiguos países colectivistas. Sus
trabajadores «anti-estalinistas» heredaron lo peor de ambos mundos: perdieron la
red de bienestar social del Este y no lograron alcanzar los niveles de consumo
individual y prosperidad de Occidente. El capital alemán aprovechó la mano de
obra polaca y checa más barata, mientras que los políticos checos privatizaron
sectores industriales y servicios sociales enormemente sofisticados,
incrementando los costes y restringiendo el acceso a los servicios que quedaron.

En nombre de la «competitividad», el capital occidental logró desindustrializar
y reubicar grandes sectores industriales prácticamente sin encontrar ninguna
resistencia de unos sindicatos «anti-estalinistas» burocratizados. Sin tener que
competir ya con los colectivistas por quién contaba con el mejor sistema de
bienestar, los capitalistas occidentales competían ahora entre sí por quién
conseguía los menores costes laborales y gastos sociales, la protección
medioambiental y laboral más laxa y la legislación más flexible y barata para
despedir empleados y contratar a mano de obra contingente.

Todo el ejército de izquierdistas «anti-estalinistas» impotentes, cómodamente
aposentados en las universidades, cacareó hasta quedarse ronco contra la
«ofensiva neoliberal» y la «necesidad de una estrategia anticapitalista», sin
reflexionar lo más mínimo acerca de cómo habían contribuido a minar el mismo
Estado de bienestar que había educado, alimentado y empleado a los trabajadores.



La militancia laboral: el norte y el sur

Los programas de bienestar en Europa y Norteamérica sufrieron especialmente el
golpe de la pérdida de un sistema social competidor en el Este, de la influencia
y el impacto de la mano de obra barata procedente del Este y de que sus propios
sindicatos se habían convertido en complementos de los partidos socialistas,
obreros y democráticos neoliberales.

En cambio, en el Sur, concretamente en América Latina y, en menor medida, en
Asia, el neoliberalismo contrario al bienestar duró solo una década. En América
Latina, el neoliberalismo empezó a sufrir enseguida presiones intensas cuando
estalló una nueva oleada de militancia de clase y recuperó parte del terreno
perdido. Antes de que concluyera la primera década del nuevo siglo, la mano de
obra incrementaba su cuota de renta nacional, los gastos sociales aumentaban y
el Estado de bienestar iniciaba la senda de recuperación de fuerza en marcado
contraste con lo que sucedía en Europa occidental y Norteamérica.

Las revueltas sociales y los movimientos populares poderosos desembocaron en
América Latina en gobiernos y políticas de izquierda y centro-izquierda. Una
serie de luchas nacionales intensas derrocó a los gobiernos neoliberales. Una
oleada creciente de protestas obreras y campesinas en China supuso aumentos
salariales de entre el 10 y el 30 por ciento en los cinturones industriales, así
como en medidas para restaurar el sistema de salud y educación pública. Ante una
revuelta sociocultural nueva, de orientación obrera y con amplia base, el Estado
y la élite empresarial china promovieron a toda prisa una legislación par el
bienestar social en una época en la que los países del sur de Europa como
Grecia, España, Portugal e Italia vivían inmersos en un proceso de despido de
trabajadores y recorte brutal de salarios reduciendo el salario mínimo,
aumentando la edad de jubilación y recortando gastos sociales.

Los gobiernos capitalistas de Occidente dejaron de encontrar competencia en los
sistemas de bienestar rivales del bloque del Este porque todos habían adoptado
la práctica del «cuanto menos, mejor». La reducción de gastos sociales supuso
mayores subsidios a las empresas, presupuestos más elevados para acometer
guerras imperiales y para establecer el inmenso aparato estatal policial de la
«seguridad nacional». La reducción de los impuestos sobre el capital significó
mayores beneficios.

Los intelectuales occidentales de izquierda y liberales desempeñaron un papel
fundamental en la confusión sobre el importante y positivo papel que el
bienestar soviético había desempeñado presionando a los gobiernos capitalistas
de Occidente para que siguieran su ejemplo. Por su parte, durante las décadas
posteriores a la muerte de Stalin y cuando la sociedad soviética evolucionó
hasta convertirse en un sistema híbrido de bienestar social autoritario, estos
intelectuales siguieron calificando a estos gobiernos como «estalinistas»,
ocultando la fuente de legitimidad principal a sus ciudadanos: su avanzado
sistema de protección social. Esos mismos intelectuales afirmaban que el
«sistema estalinista» era un obstáculo para el socialismo y volvieron a los
trabajadores contra sus aspectos positivos de un Estado de bienestar centrándose
exclusivamente en los «gulags» del pasado. Sostenían que la «desaparición del
estalinismo» supondría una gran apertura para el «socialismo revolucionario
democrático». En realidad, la caída del bienestar colectivista desembocó en la
catastrófica destrucción del Estado de bienestar, tanto en el Este como en
Occidente, y el ascenso de las formas más virulentas de capitalismo neoliberal
primitivo. Esto, a su vez, llevó a una mayor retracción del movimiento sindical
y espoleó el «giro a la derecha» de los partidos socialdemócratas y obreros
mediante las ideologías del «nuevo laborismo» y la «tercera vía».

Los intelectuales de izquierda «anti-estalinistas» jamás han realizado una
reflexión rigurosa acerca del papel que han desempeñado en el derribo del Estado
de bienestar colectivo, ni han asumido ninguna responsabilidad por la
devastación de las consecuencias socioeconómicas tanto en el Este como en
Occidente. Además, esos mismos intelectuales no han tenido ninguna reserva en
esta «era post-soviética» a la hora de apoyar (por supuesto, «críticamente») al
Partido Laborista británico, el Partido Socialista francés, el Partido Demócrata
de Clinton y Obama y otros «males menores» que practican el neoliberalismo.
Apoyaron la destrucción manifiesta de Yugoslavia y las guerras coloniales
encabezadas por Estados Unidos en Oriente Próximo, el norte de África y el sur
de Asia. No pocos intelectuales «anti-estalinistas» de Inglaterra y Francia
habrán brindado con champán con los generales, los banqueros y las élites del
sector petrolero por la sangrienta invasión y devastación llevada a cabo por la
OTAN en Libia, el único Estado de bienestar de África.

Los intelectuales de izquierda «anti-estalinistas», ahora bien acomodados en
cargos universitarios de privilegio en Londres, París, Nueva York y Los Ángeles,
no se han visto afectados personalmente por el retroceso de los programas de
bienestar occidentales. Se niegan categóricamente a reconocer el papel
constructivo que los programas de bienestar soviético rivales desempeñaron para
obligar a Occidente a «mantener» una especie de «carrera de bienestar social»
ofreciendo prestaciones a sus clases trabajadoras. En cambio, sostienen (en sus
foros académicos) que la mayor «militancia de los trabajadores» (difícilmente
posible con una afiliación sindical burocratizada y menguante) y los «foros de
especialistas socialistas» mayores y más frecuentes (en los que ellos pueden
exponerse sus análisis radicales... unos a otros) restaurarán finalmente el
sistema de bienestar. De hecho, los niveles históricos de regresión, en lo que
respecta a la legislación sobre bienestar, continúan incólumes. Existe una
relación inversa (y perversa) entre la prominencia académica de la izquierda
«anti-estalinista» y la desaparición de las políticas del Estado de bienestar.
¡Y los intelectuales «anti-estalinistas» todavía se asombran por el
desplazamiento hacia el populismo demagógico de ultra derecha entre las clases
trabajadoras atenazadas!

Si analizamos y comparamos la influencia relativa de los intelectuales
«anti-estalinistas» en la construcción del Estado de bienestar con el impacto
del sistema de protección social colectivista competidor del bloque del Este,
las evidencias son abrumadoramente claras. Los sistemas de bienestar
occidentales estuvieron mucho más influidos por sus rivales sistémicos que por
las críticas piadosas de los académicos «anti-estalinistas» marginales. La
metafísica «anti-estalinista» ha cegado a toda una generación de intelectuales
ante la compleja interacción y ventajas de un sistema internacional competitivo
en el que los rivales elevaban la puja de las medidas de bienestar para
legitimar su propio gobierno y minar a su adversario. La realidad del equilibrio
político de fuerzas en el mundo llevó a la izquierda «anti-estalinista» a
convertirse en un títere en la lucha de los capitalistas occidentales por
reducir los costes del bienestar y crear la plataforma de lanzamiento para una
contrarrevolución neoliberal. Las estructuras profundas del capitalismo fueron
las principales beneficiarias del anti-estalinismo.

La desaparición del orden legal de los Estados colectivistas ha desembocado en
las formas más atroces de capitalismo depredador y mafioso en la antigua URSS y
en los países del Pacto de Varsovia. Contrariamente a los delirios de la
izquierda «anti-estalinista», no ha surgido en ninguna parte ninguna democracia
socialista «post-estalinista». Los agentes fundamentales del derrocamiento del
Estado de bienestar colectivista y los principales beneficiarios del vacío de
poder han sido los oligarcas multimillonarios, que saquearon Rusia y el Este,
los cerebros multimillonarios de los carteles de la droga y la trata de blancas,
que en Ucrania, Moldavia, Polonia, Hungría, Kosovo, Rumanía y otros lugares
convirtieron a centenares de miles de obreros fabriles desempleados y a sus
hijos en alcohólicos, prostitutas y drogadictos.

Desde el punto de vista demográfico, los mayores perdedores del derrocamiento
del sistema de bienestar colectivista han sido las trabajadoras: perdieron sus
puestos de trabajo, las bajas por maternidad y las prestaciones jurídicas y por
el cuidado de niños. Padecieron una epidemia de violencia doméstica bajo el puño
de sus maridos desempleados y borrachos. La tasa de mortalidad materna e
infantil se disparó debido a un sistema de salud pública debilitado. Las mujeres
de clase trabajadora del Este sufrieron una pérdida de estatus material y
derechos legales sin precedentes. Esto ha llevado al mayor descenso demográfico
de la historia de la postguerra: las tasas de natalidad se han desplomado, las
tasas de mortalidad se han disparado y la desesperanza se ha generalizado. En
Occidente, las feministas «anti-estalinistas» han ignorado su complicidad con la
esclavización y la degradación de sus «hermanas» del Este. (Estaban demasiado
ocupadas agasajando a gentes como Vaclav Havel.)

Los intelectuales «anti-estalinistas», por supuesto, afirmarán que el desenlace
que ellos habían imaginado está muy lejos de lo sucedido y se negarán a asumir
ninguna responsabilidad por las consecuencias reales de sus actos, su
complicidad y las ilusiones que han creado. Su iracunda afirmación de que
«cualquier cosa es mejor que el estalinismo» no convence a nadie de quienes
están en el abismo que alberga a toda una generación perdida de trabajadores del
bloque del Este y sus familias. Tienen que empezar a contabilizar el ejército de
desempleados de todo el Este, que se cuenta por millones, los millones de
víctimas de tuberculosis y VIH en Rusia y Europa del Este (donde ni la
tuberculosis ni el VIH planteaba una amenaza antes de la «ruptura»), las vidas
destrozadas de millones de mujeres jóvenes atrapadas en los burdeles de Tel
Aviv, Prístina, Bucarest, Hamburgo, Barcelona, Amán, Tánger y Brooklyn...



Conclusión

El golpe individual más importante a los programas de bienestar tal como los
conocimos, que se desarrollaron durante las cuatro décadas transcurridas entre
la de 1940 y la de 1980, fue el fin de la rivalidad entre el bloque soviético y
Europa occidental y Norteamérica. A pesar del carácter autoritario del bloque
del Este y del carácter imperialista de Occidente, ambos buscaban legitimidad y
beneficios políticos consiguiendo la lealtad de las masas de trabajadores
mediante concesiones económicas y sociales tangibles.

Hoy día, ante los «recortes» neoliberales, las principales luchas laborales
giran en torno a la defensa de los restos del Estado de bienestar, los residuos
esqueléticos de un periodo anterior. En este momento hay muy pocas perspectivas
de regreso a sistemas de bienestar internacional en competencia, a menos que
miráramos a unos cuantos países progresistas que, como Venezuela, han instituido
una serie de reformas sanitarias, educativas y laborales financiadas por su
sector petrolero nacionalizado.

Una de las paradojas de la historia del bienestar social en Europa del Este se
puede encontrar en el hecho de que las principales luchas laborales en curso (en
la República Checa, Polonia, Hungría y otros países, que habían derrocado a sus
gobiernos colectivistas, tienen que ver con la defensa de las políticas de
pensiones, jubilación, sanidad pública, empleo, educación y otras medidas del
bienestar: las sobras «estalinistas». Dicho de otro modo, mientras que los
intelectuales siguen alardeando de su victoria sobre el estalinismo, los
trabajadores de carne y hueso que viven en el Este se entregan a una lucha
militante cotidiana para mantener y recuperar los rasgos positivos del bienestar
de esos Estados vilipendiados. En ningún otro lugar es más manifiesto que en
China y Rusia, donde las privatizaciones han supuesto destrucción de empleo y,
en el caso de China, la pérdida de las prestaciones de la sanidad pública. Hoy
día, las familias de los trabajadores con enfermedades graves viven arruinadas
por el coste de una atención médica privatizada.

En el mundo actual, «anti-estalinismo» es una metáfora de una generación
fracasada en los márgenes de la política de masas. Han sido rebasado por un
neoliberalismo virulento que tomó prestado su lenguaje peyorativo (Blair y Bush
también eran «anti-estalinistas») en el curso de la demolición del Estado de
bienestar. Hoy día, el ímpetu de las masas por la reconstrucción de un Estado de
bienestar se puede encontrar en aquellos países que han perdido o están en vías
de perder la totalidad de su red de seguridad social —como Grecia, Portugal,
España e Italia— y en los países latinoamericanos, donde los levantamientos
populares fundados en la lucha de clases y vinculados a movimientos de
liberación nacional están en ascenso.

Las nuevas luchas de masas por el bienestar social hacen pocas alusiones
directas a las experiencias colectivistas anteriores, y menos aún al discurso
vacío de la izquierda «anti-estalinista». Esta última vive estancada en un
tiempo detenido, anquilosado e irrelevante. En todo caso, lo que está
abundantemente demostrado es que el bienestar, el trabajo y los programas
sociales, que fueron conquistados y se perdieron tras la desaparición del bloque
soviético, han regresado como objetivos estratégicos para motivar las luchas
obreras actuales y futuras.

Lo que es preciso explorar más es la relación existente entre la aparición de
inmensos aparatos policiales estatales en Occidente y el declive y
desmantelamiento de sus respectivos Estados de bienestar: el auge de la
«seguridad nacional» y la «lucha contra el terror» discurre paralelo al declive
de la seguridad social, los programas de sanidad pública y el desplome de los
niveles de vida para centenares de millones de personas.

In
Rebelion
http://rebelion.org/noticia.php?id=152748
9/7/2012

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