quinta-feira, 3 de agosto de 2017

¿Realmente debemos la modernidad al capitalismo?


La narratura del capitalismo

Jorge Majfud

Una de las afirmaciones que los apologistas del capitalismo más repiten y
menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más
riqueza y más progreso ha creado en la historia. Le debemos Internet, los
aviones, YouTube, las computadoras desde la que escribimos y todo el adelanto
médico y las libertades sociales e individuales que podemos encontrar hoy.
El capitalismo no es el peor ni el menos criminal de los sistemas que hayan
existido, pero esta interpretación arrogante es, además, un secuestro que la
ignorancia le hace a la historia.
En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha
producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no
consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo
se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en
el resto de la historia del país.
La llegada del hombre a la Luna no fue simple consecuencia del capitalismo. Para
empezar, ni las universidades públicas ni las privadas son, en sus fundamentos,
empresas capitalistas (excepto algunos pocos ejemplos, como el fiasco de Trump
University). La NASA tampoco fue nunca una empresa privada sino estatal y,
además, se desarrolló gracias a la previa contratación de más de mil ingenieros
alemanes, entre ellos Wernher von Braun, que habían experimentado y
perfeccionado la tecnología de cohetes en los laboratorios de Hitler, quien
invirtió fortunas (cierto, con alguna ayuda económica y moral de las grandes
empresas norteamericanas). Todo, el dinero y la planificación, fueron estatales.
La Unión Soviética, sobre todo bajo el mando de un dictador como Stalin, ganó la
carrera espacial al poner por primera vez en la historia el primer satélite, la
primera perra y hasta el primer hombre en órbita doce años antes del Apollo 11 y
apenas cuarenta años después de la revolución que convirtió un país atrasado y
rural, como Rusia, en una potencia militar e industrial en unas pocas décadas.
Nada de eso se entiende como capitalista.
Claro, el sistema soviético fue responsable de muchos pecados morales. Crímenes.
Pero no son las deficiencias morales las que distinguían al comunismo
burocrático del capitalismo. El capitalismo sólo se asocia con las democracias y
los Derechos Humanos por una narrativa, repetitiva y abrumadora (teorizada por
los Friedman y practicada por los Pinochet), pero la historia demuestra que
puede convivir perfectamente con una democracia liberal; con las genocidas
dictaduras latinoamericanas que precedieron a la excusa de la guerra contra el
comunismo; con gobiernos comunistas como China o Vietnam; con sistemas racistas
como Sud África; con imperios destructores de democracias y de millones de
habitantes en Asia, África y América latina, como en los siglos XIX y XX lo
fueron Inglaterra, Bélgica, Estados Unidos, Francia, etc.
La llegada a la Luna como la creación de Internet y las computadoras que se
atribuyen al capitalismo fueron básicamente (y, en casos, únicamente) proyectos
de gobiernos, no de empresas como Apple o Microsoft. Ninguno de los científicos
que trabajaron en esos revolucionarios programas tecnológicos lo hizo como
empresario o buscando hacerse ricos. De hecho, muchos de ellos eran
ideológicamente anticapitalistas, como Einstein, etc. La mayoría eran profesores
asalariados, no los ahora venerados entrepreneurs.
A esta realidad hay que agregar otros hechos y un concepto básico: nada de esto
surgió de cero en el siglo XIX o en el siglo XX. La energía atómica y las bombas
son hijas directas de las especulaciones y los experimentos imaginarios de
Albert Einstein, seguido de otros genios asalariados. La llegada del hombre a la
Luna hubiese sido imposible sin conceptos básicos como la Tercera ley de Newton.
Ni Einstein ni Newton hubiesen desarrollado sus maravillosas matemáticas
superiores (ninguna de ellas debidas al capitalismo) sin una plétora de
descubrimientos matemáticos introducidos por otras culturas siglos antes.
¿Alguien se imagina el cálculo infinitesimal sin el concepto del cero, sin los
números arábigos y sin el algebra (al-jabr), por nombrar unos pocos?
Los algoritmos que usan las computadoras y los sistemas de internet no fueron
creados ni por un capitalista ni en ningún período capitalista sino siglos
atrás. Conceptualmente fue desarrollado en Bagdad, la capital de las ciencias,
por un matemático musulmán de origen persa en siglo IX llamado, precisamente,
Al-Juarismi. Según Oriana Fallaci, esa cultura no dio nada a las ciencias
(irónicamente, el capitalismo nace en el mundo musulmán y el mundo cristiano lo
desarrolla).
Ni el alfabeto fenicio, ni el comercio, ni las repúblicas, ni las democracias
surgieron en el periodo capitalista sino decenas de siglos antes. Ni siquiera la
imprenta en sus diferentes versiones alemanas o china, un invento más
revolucionario que Google, fueron gracias al capitalismo. Ni la pólvora, ni el
dinero, ni los cheques, ni la libertad de expresión.
Aunque Marx y Edison sean la consecuencia del capitalismo, ninguna gran
revolución científica del Renacimiento y la Era Moderna (Averroes, Copérnico,
Kepler, Galileo, Pascal, Newton, Einstein, Turing, Hawking) se debió ese
sistema. El capitalismo salvaje produjo mucho capital y muchos Donad Trump, pero
muy pocos genios.
Por no hablar de descubrimientos más prácticos, como la palanca, el tornillo o
la hidrostática de Arquímedes, descubiertas hace 2300 años. O la brújula del
siglo IX, uno de los descubrimientos más trascendentes en la historia de la
humanidad, por lejos más trascendente que cualquier teléfono inteligente. O la
rueda, que se viene usando en Oriente desde hace seis mil años y que todavía no
ha pasado de moda.
Por supuesto que entre la invención de la rueda y la invención de la brújula
pasaron varios siglos. Pero el tan vanagloriado “vertiginoso progreso” del
periodo capitalista no es ninguna novedad. Salvo periodos de catástrofe como lo
fue la peste negra durante el siglo XIV, la humanidad ha venido acelerando la
aparición de nuevas tecnologías y de recursos disponibles para una creciente
parte de la población, como por ejemplo lo fueron las diferentes revoluciones
agrícolas. No es necesario ser un genio para advertir que esa aceleración se
debe a la acumulación de conocimiento y a la libertad intelectual.
En Europa, el dinero y el capitalismo significaron un progreso social ante el
estático orden feudal de la Edad Media. Pero pronto se convirtieron en el motor
de genocidios coloniales y luego en una nueva forma de feudalismo, como la del
siglo XXI, con una aristocracia financiera (un puñado de familias acumulan la
mayor parte de la riqueza en países ricos y pobres), con duques y condes
políticos y con villanos y vasallos desmovilizados.
El capitalismo capitalizó (y los capitalistas secuestraron) siglos de progreso
social, científico y tecnológico. Por esa razón, y por ser el sistema global
dominante, fue capaz de producir más riqueza que los sistemas anteriores.
El capitalismo no es el sistema de algunos países. Es el sistema hegemónico del
mundo. Se pueden mitigar sus problemas, se pueden desmantelar sus mitos, pero no
se puede eliminarlo hasta que no entre en su crisis o declive como el
feudalismo. Hasta que sea reemplazado por otro sistema. Eso en caso de que quede
planeta o humanidad. Porque también el capitalismo es el único sistema que ha
puesto a la especie humana al borde de la catástrofe global.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=229647
29/7/2017

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