quarta-feira, 24 de julho de 2019

El desorden global Anatomía del nuevo neoliberalismo



Pierre Dardot y Christian Laval

Desde hace una decena de años viene anunciándose regularmente el /fin
del neoliberalismo:/ la crisis financiera mundial de 2008 se presentó
como el último estertor de su agonía, después le tocó el turno a la
crisis griega en Europa (al menos hasta julio de 2015), sin olvidar, por
supuesto, el seísmo causado por la elección de Donald Trump en EE UU en
noviembre de 2016, seguido del referéndum sobre el /Brexit/ en marzo de
2017. El hecho de que Gran Bretaña y EE UU, que fueron tierras de
promisión del neoliberalismo en tiempos de Thatcher y Reagan, parezcan
darle la espalda mediante una reacción nacionalista tan repentina, marcó
los espíritus debido a su alcance simbólico. Después, en octubre de
2018, se produjo la elección de Jair Bolsonaro, quien promete tanto el
retorno de la dictadura como la aplicación de un programa neoliberal de
una violencia y una amplitud muy parecidas a las de los /Chicago boys/
de Pinochet. 

El neoliberalismo no solo sobrevive como sistema de poder, sino que se
refuerza. Hay que comprender esta singular radicalización, lo que
implica discernir el carácter tanto plástico como plural del
neoliberalismo. Pero hace falta ir más lejos todavía y percatarse del
sentido de las transformaciones actuales del neoliberalismo, es decir,
la especificidad de lo que aquí llamamos el nuevo neoliberalismo.

*La crisis como modo de gobierno *

Recordemos de entrada qué significa el concepto de neoliberalismo, que
pierde gran parte de su pertinencia cuando se emplea de forma confusa,
como sucede a menudo. No se trata tan solo de políticas económicas
monetaristas o austeritarias, de la mercantilización de las relaciones
sociales o de la /dictadura de los mercados financieros/. Se trata más
fundamentalmente de una racionalidad política que se ha vuelto mundial y
que consiste en imponer por parte de los gobiernos, en la economía, en
la sociedad y en el propio Estado, la lógica del capital hasta
convertirla en la forma de las subjetividades y la norma de las
existencias.

Proyecto radical e incluso, si se quiere, revolucionario, el
neoliberalismo no se confunde, por tanto, con un conservadurismo que se
contenta con reproducir las estructuras desigualitarias establecidas. A
través del juego de las relaciones internacionales de competencia y
dominación y de la mediación de las grandes organizaciones de
/gobernanza mundia/l (FMI, Banco Mundial, Unión Europea, etc.), este
modo de gobierno se ha convertido con el tiempo en un verdadero sistema
mundial de poder, comandado por el imperativo de su propio mantenimiento.

Lo que caracteriza este modo de gobierno es que se alimenta y se
radicaliza por medio de sus propias crisis. El neoliberalismo solo se
sostiene y se refuerza porque gobierna mediante la crisis. En efecto,
desde la década de 1970, el neoliberalismo se nutre de las crisis
económicas y sociales que genera. Su respuesta es invariable: en vez de
poner en tela de juicio la lógica que las ha provocado, hay que llevar
todavía más lejos esa misma lógica y tratar de reforzarla
indefinidamente. Si la austeridad genera déficit presupuestario, hay que
añadir una dosis suplementaria. Si la competencia destruye el tejido
industrial o desertifica regiones, hay que agudizarla todavía más entre
las empresas, entre los territorios, entre las ciudades. Si los
servicios públicos no cumplen ya su misión, hay que vaciar esta última
de todo contenido y privar a los servicios de los medios que precisan.
Si las rebajas de impuestos para los ricos o las empresas no dan los
resultados esperados, hay que profundizar todavía más en ellas, etc.

Este gobierno mediante la crisis solo es posible, claro está, porque el
neoliberalismo se ha vuelto sistémico. Toda crisis económica, como la de
2008, se interpreta en los términos del sistema y solo recibe respuestas
que sean compatibles con el mismo. La /ausencia de alternativas/ no es
tan solo la manifestación de un dogmatismo en el plano intelectual, sino
la expresión de un funcionamiento sistémico a escala mundial. Al amparo
de la globalización y/o al reforzar la Unión Europea, los Estados han
impuesto múltiples reglas e imperativos que los llevan a reaccionar en
el sentido del sistema.

Pero lo que es más reciente y sin duda merece nuestra atención es que
ahora se nutre de las reacciones negativas que provoca en el plano
político, que se refuerza con la misma hostilidad política que suscita.
Estamos asistiendo a una de sus metamorfosis, y no es la menos
peligrosa. El neoliberalismo ya no necesita su imagen liberal o
/democrática/, como en los buenos tiempos de lo que hay que llamar con
razón el /neoliberalismo clásico/. Esta imagen incluso se ha convertido
en un obstáculo para su dominación, cosa que únicamente es posible
porque el gobierno neoliberal no duda en instrumentalizar los
resentimientos de un amplio sector de la población, falto de identidad
nacional y de protección por el Estado, dirigiéndolos contra chivos
expiatorios.

En el pasado, el neoliberalismo se ha asociado a menudo a la /apertura/,
al /progreso/, a las /libertades individuales/, al /Estado de derecho/.
Actualmente se conjuga con el cierre de fronteras, la construcción de
/muros/, el culto a la nación y la soberanía del Estado, la ofensiva
declarada contra los derechos humanos, acusados de poner en peligro la
seguridad. ¿Cómo es posible esta metamorfosis del neoliberalismo?

*Trumpismo y fascismo *

Trump marca incontestablemente un hito en la historia del neoliberalismo
mundial. Esta mutación no afecta únicamente a EE UU, sino a todos los
gobiernos, cada vez más numerosos, que manifiestan tendencias
nacionalistas, autoritarias y xenófobas hasta el punto de asumir la
referencia al fascismo, como en el caso de Matteo Salvini, o a la
dictadura militar en el de Bolsonaro. Lo fundamental es comprender que
estos gobiernos no se oponen para nada al neoliberalismo como modo de
poder. Al contrario, reducen los impuestos a los más ricos, recortan las
ayudas sociales y aceleran las desregulaciones, particularmente en
materia financiera o ecológica. Estos gobiernos autoritarios, de los que
forma parte cada vez más la extrema derecha, asumen en realidad el
carácter absolutista e hiperautoritario del neoliberalismo.

Para comprender esta transformación, primero conviene evitar dos
errores. El más antiguo consiste en confundir el neoliberalismo con el
/ultraliberalismo/, el libertarismo, el /retorno a Adam Smith/ o el /fin
del Estado/, etc. Como ya nos enseñó hace mucho tiempo Michel Foucault,
el neoliberalismo es un modo de gobierno muy activo, que no tiene mucho
que ver con el Estado mínimo pasivo del liberalismo clásico. Desde este
punto de vista, la novedad no consiste en el grado de intervención del
Estado ni en su carácter coercitivo. Lo nuevo es que el antidemocratismo
innato del neoliberalismo, manifiesto en algunos de sus grandes
teóricos, como Friedrich Hayek, se plasma hoy en un cuestionamiento
político cada vez más abierto y radical de los principios y las formas
de la democracia liberal.

El segundo error, más reciente, consiste en explicar que nos hallamos
ante un nuevo /fascismo neoliberal/, o bien ante un /momento neofascista
del neoliberalismo/ *2/*. Que sea por lo menos azaroso, si no peligroso
políticamente, hablar con Chantal Mouffe de un /momento populista/ para
presentar mejor el populismo como un /remedio/ al neoliberalismo, esto
está fuera de toda duda. Que haga falta desenmascarar la impostura de un
Emmanuel Macron, quien se presenta como el único recurso contra la
/democracia iliberal/ de Viktor Orbán y consortes, esto también es
cierto. Pero, ¿acaso esto justifica que se mezcle en un mismo fenómeno
político el /ascenso de las extremas derechas/ y la /deriva autoritaria
del neoliberalismo/?

La asimilación es a todas luces problemática: ¿cómo identificar si no es
mediante una analogía superficial el /Estado total/ tan característico
del fascismo y la difusión generalizada del modelo de mercado y de la
empresa en el conjunto de la sociedad? En el fondo, si esta asimilación
permite arrojar luz, centrándonos en el /fenómeno Trump/, sobre cierto
número de rasgos del /nuevo neoliberalismo/, al mismo tiempo enmascara
su individualidad histórica. La inflación semántica en torno al fascismo
tiene sin duda efectos críticos, pero tiende a /ahogar/ los fenómenos a
la vez complejos y singulares en generalizaciones poco pertinentes, que
a su vez no pueden sino dar lugar a un desarme político.

Para Henry Giroux *3/*, por ejemplo, el /fascismo neoliberal/ es una
“formación económico-política específica” que mezcla ortodoxia
económica, militarismo, desprecio por las instituciones y las leyes,
supremacismo blanco, machismo, odio a los intelectuales y amoralismo.
Giroux toma prestada del historiador del fascismo Robert Paxton (2009)
la idea de que el fascismo se apoya en /pasiones movilizadoras/ que
volvemos a encontrar en el /fascismo neoliberal/: amor al jefe,
hipernacionalismo, fantasmas racistas, desprecio por lo /débil/, lo
/inferior/, lo /extranjero/, desdén por los derechos y la dignidad de
las personas, violencia hacia los adversarios, etc.

Si bien hallamos todos estos ingredientes en el trumpismo y más todavía
en el bolsonarismo brasileño, ¿acaso no se nos escapa su especificidad
con respecto al fascismo histórico? Paxton admite que “Trump retoma
varios motivos típicamente fascistas”, pero ve en él sobre todo los
rasgos más comunes de una “dictadura plutocrática” *4/*. Porque también
existen grandes diferencias con el fascismo: no impone el partido único
ni la prohibición de toda oposición y de toda disidencia, no moviliza y
encuadra a las masas en organizaciones jerárquicas obligatorias, no
establece el corporativismo profesional, no practica liturgias de una
religión laica, no preconiza el ideal del /ciudadano soldado/ totalmente
consagrado al Estado total, etc. (Gentile, 2004).

A este respecto, todo paralelismo con el final de la década de 1930 en
EE UU es engañoso, por mucho que Trump haya hecho suyo el lema de
/America first/, el nombre dado por Charles Lindbergh a la organización
fundada en octubre de 1940 para promover una política aislacionista
frente al intervencionismo de Roosevelt. Trump no convierte en realidad
la ficción escrita por Philip Roth (2005), quien imaginó que Lindbergh
triunfaría sobre Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940.
Ocurre que Trump no es a Clinton o a Obama lo que fue Lindbergh a
Roosevelt y que en este sentido toda analogía es endeble. Si Trump puja
cada vez más en la escalada /antiestablishment/ para halagar a su
clientela electoral, no trata, sin embargo, de suscitar revueltas
antisemitas, contrariamente al Lindbergh de la novela, inspirada
directamente en el ejemplo nazi.

Pero, sobre todo, no estamos viviendo un /momento polanyiano/, como cree
Robert Kuttner (2018), caracterizado por la recuperación del control de
los mercados por los poderes fascistas ante los estragos causados por el
no intervencionismo. En cierto sentido ocurre todo lo contrario, y el
caso es bastante más paradójico. Trump pretende ser el campeón de la
racionalidad empresarial, incluso en su manera de llevar a cabo su
política tanto interior como exterior. Vivimos el momento en que el
neoliberalismo segrega desde el interior una forma política original que
combina autoritarismo antidemocrático, nacionalismo económico y
racionalidad capitalista ampliada.

*Una crisis profunda de la democracia liberal*

Para comprender la mutación actual del neoliberalismo y evitar
confundirla con su fin es preciso tener una concepción dinámica del
mismo. Tres o cuatro decenios de neoliberalización han afectado
profundamente a la propia sociedad, instalando en todos los aspectos de
las relaciones sociales situaciones de rivalidad, de precariedad, de
incertidumbre, de empobrecimiento absoluto y relativo. La generalización
de la competencia en las economías, así como, indirectamente, en el
trabajo asalariado, en las leyes y en las instituciones que enmarcan la
actividad económica, ha tenido efectos destructivos en la condición de
los personas asalariadas, que se han sentido abandonadas y traicionadas.
Las defensas colectivas de la sociedad, a su vez, se han debilitado. Los
sindicatos, en particular, han perdido fuerza y legitimidad.

Los colectivos de trabajo se han descompuesto a menudo por efecto de una
gestión empresarial muy individualizadora. La participación política ya
no tiene sentido ante la ausencia de opciones alternativas muy
diferentes. Por cierto, la socialdemocracia, adherida a la racionalidad
dominante, está en vías de desaparición en un gran número de países. En
suma, el neoliberalismo ha generado lo que Gramsci llamó /monstruos
/mediante un doble proceso de desafiliación de la /comunidad política/ y
de adhesión a principios etnoidentitarios y autoritarios, que ponen en
tela de juicio el funcionamiento /normal/ de las democracias liberales.
Lo trágico del neoliberalismo es que, en nombre de la razón suprema del
capital, ha atacado los fundamentos mismos de la vida social, tal como
se habían formulado e impuesto en la época moderna a través de la
crítica social e intelectual.

Por decirlo de manera un tanto esquemática, la puesta en práctica de los
principios más elementales de la democracia liberal comportó rápidamente
bastantes más concesiones a las masas que lo que podía aceptar el
liberalismo clásico. Este es el sentido de lo que se llamó /justicia
social/ o también /democracia social/, a las que no cesó de vituperar
precisamente la cohorte de teóricos neoliberales. Al querer convertir la
sociedad en un /orden de la competencia/ que solo conocería /hombres
económicos/ o /capitales humanos/ en lucha unos contra otros, socavaron
las bases mismas de la vida social y política en las sociedades
modernas, especialmente debido a la progresión del resentimiento y de la
cólera que semejante mutación no podía dejar de provocar.

¿Cómo extrañarse entonces ante la respuesta de la masa de/perdedores/ al
establecimiento de este orden competitivo? Al ver degradarse sus
condiciones y desaparecer sus puntos de apoyo y de referencia
colectivos, se refugian en la abstención política o en el voto de
protesta, que es ante todo un llamamiento a la protección contra las
amenazas que pesan sobre su vida y su futuro. En pocas palabras, el
neoliberalismo ha engendrado una crisis profunda de la /democracia
liberal-social/, cuya manifestación más evidente es el fuerte ascenso de
los regímenes autoritarios y de los partidos de extrema derecha,
respaldados por una parte amplia de las clases populares /nacionales/.
Hemos dejado atrás la época de la posguerra fría, en la que todavía se
podía creer en la extensión mundial del modelo de /democracia de mercado/.

Asistimos ahora, y de forma acelerada, a un proceso inverso de/salida de
la democracia/ o de /desdemocratización/, por retomar la justa expresión
de Wendy Brown. A los periodistas les gusta mezclar en el vasto marasmo
de un populismo /antisistema/ a la extrema derecha y a la izquierda
radical. No ven que la canalización y la explotación de esta cólera y de
estos resentimientos por la extrema derecha dan a luz un nuevo
neoliberalismo, aún más agresivo, aún más militarizado, aún más
violento, del que Trump es tanto el estandarte como la caricatura.

*El nuevo neoliberalismo*

Lo que aquí llamamos /nuevo neoliberalismo/ es una versión original de
la racionalidad neoliberal en la medida que ha adoptado abiertamente el
paradigma de la guerra contra la población, apoyándose, para
legitimarse, en la cólera de esa misma población e invocando incluso una
/soberanía popular /dirigida contra las élites, contra la globalización
o contra la Unión Europea, según los casos. En otras palabras, una
variante contemporánea del poder neoliberal ha hecho suya la retórica
del soberanismo y ha adoptado un estilo populista para reforzar y
radicalizar el dominio del capital sobre la sociedad. En el fondo es
como si el neoliberalismo aprovechara la crisis de la democracia
liberal-social que ha provocado y que no cesa de agravar para imponer
mejor la lógica del capital sobre la sociedad.

Esta recuperación de la cólera y de los resentimientos requiere sin
duda, para llevarse a cabo efectivamente, el carisma de un líder capaz
de encarnar la síntesis, antaño improbable, de un nacionalismo
económico, una liberalización de los mecanismos económicos y financieros
y una política sistemáticamente proempresarial. Sin embargo, actualmente
todas las formas nacionales del neoliberalismo experimentan una
transformación de conjunto, de la que el trumpismo nos ofrece la forma
casi pura. Esta transformación acentúa uno de los aspectos genéricos del
neoliberalismo, su carácter intrínsecamente estratégico. Porque no
olvidemos que el neoliberalismo no es conservadurismo. Es un paradigma
gubernamental cuyo principio es la guerra contra las estructuras
/arcaicas/ y las fuerzas /retrógradas/ que se resisten a la expansión de
la racionalidad capitalista y, más ampliamente, la lucha por imponer una
lógica normativa a poblaciones que no la quieren.

Para alcanzar sus objetivos, este poder emplea todos los medios que le
resultan necesarios, la propaganda de los medios, la legitimación por la
ciencia económica, el chantaje y la mentira, el incumplimiento de las
promesas, la corrupción sistémica de las élites, etc. Pero una de sus
palancas preferidas es el recurso a las vías de la /legalidad/, léase de
la Constitución, de manera que cada vez más resulte irreversible el
marco en el que deben moverse todos los /actores/. Una legalidad que
evidentemente es de geometría variable, siempre más favorable a los
intereses de las clases ricas que a los de las demás. No hace falta
recurrir, al estilo antiguo, a los golpes de Estado militares para poner
en práctica los preceptos de la escuela de Chicago si se puede poner un
cerrojo al sistema político, como en Brasil, mediante un golpe
parlamentario y judicial: este último permitió, por ejemplo, al
presidente Temer congelar durante 20 años los gastos sociales (sobre
todo a expensas de la sanidad pública y de la universidad). En realidad,
el brasileño no es un caso aislado, por mucho que los resortes de la
maniobra sean allí más visibles que en otras partes, sobre todo después
de la victoria de Bolsonaro como punto de llegada del proceso. El
fenómeno, más allá de sus variantes nacionales, es general: es en el
interior del marco formal del sistema político representativo donde se
establecen dispositivos antidemocráticos de una temible eficacia corrosiva.

*Un gobierno de guerra civil*

La lógica neoliberal contiene en sí misma una declaración de guerra a
todas las fuerzas de resistencia a las /reformas/ en todos los estratos
de la sociedad. El lenguaje vigente entre los gobernantes de todos los
niveles no engaña: la población entera ha de sentirse movilizada por la
/guerra económica/, y las reformas del derecho laboral y de la
protección social se llevan a cabo precisamente para favorecer el
enrolamiento universal en esa guerra. Tanto en el plano simbólico como
en el institucional se produce un cambio desde el momento en que el
principio de competitividad adquiere un carácter casi constitucional.
Puesto que estamos en guerra, los principios de la división de poderes,
de los derechos humanos y de la soberanía del pueblo ya solo tienen un
valor relativo. En otras palabras, la democracia /liberal-social/ tiende
progresivamente a vaciarse para pasar a no ser más que la envoltura
jurídico-política de un gobierno de guerra. Quienes se oponen a la
neoliberalización se sitúan fuera del espacio público legítimo, son
malos patriotas, cuando no traidores.

Esta matriz estratégica de las transformaciones económicas y sociales,
muy cercana a un modelo naturalizado de guerra civil, se junta con otra
tradición, esta más genuinamente militar y policial, que declara la
/seguridad nacional/ la prioridad de todos los objetivos
gubernamentales. El neoliberalismo y el securitarismo de Estado hicieron
buenas migas desde muy temprano. El debilitamiento de las libertades
públicas del Estado de derecho y la extensión concomitante de los
poderes policiales se han acentuado con la /guerra contra la
delincuencia/ y la /guerra contra la droga/ de la década de 1970. Pero
fue sobre todo después de que se declarara la /guerra mundial contra el
terrorismo/, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, cuando
se produjo el despliegue de un conjunto de medidas y dispositivos que
violan abiertamente las reglas de protección de las libertades en la
democracia liberal, llegando incluso a incorporar en la ley la
vigilancia masiva de la población, la legalización del encarcelamiento
sin juicio o el uso sistemático de la tortura.

Para Bernard E. Harcourt (2018), este modelo de gobierno, que consiste
en “hacer la guerra a toda la ciudadanía”, procede en línea directa de
las estrategias militares contrainsurgentes puestas a punto por el
ejército francés en Indochina y en Argelia, transmitidas a los
especialistas estadounidenses de la lucha anticomunista y practicadas
por sus aliados, especialmente en América Latina o en el sudeste
asiático. Hoy, la “contrarrevolución sin revolución”, como la denomina
Harcourt, busca reducir por todos los medios a un enemigo interior y
exterior omnipresente, que tiene más bien cara de yihadista, pero que
puede adoptar muchas otras caras (estudiantes, ecologistas, campesinos,
jóvenes negros en EE UU o jóvenes de los suburbios en Francia, y tal
vez, sobre todo en estos momentos, migrantes ilegales, preferentemente
musulmanes). Y para llevar a buen término esta guerra contra el enemigo,
conviene que el poder, por un lado, militarice a la policía y, por otro,
acumule una masa de informaciones sobre toda la población con el fin de
conjurar toda rebelión posible. En suma, el terrorismo de Estado se
halla de nuevo en plena progresión, incluso cuando la /amenaza
comunista/, que le había servido de justificación durante la Guerra
Fría, ha desaparecido.

La imbricación de estas dos dimensiones, la radicalización de la
estrategia neoliberal y el paradigma militar de la guerra
contrainsurgente, a partir de la misma matriz de guerra civil,
constituye actualmente el principal acelerador de la salida de la
democracia. Este enlace solo es posible gracias a la habilidad con que
cierto número de responsables políticos de la derecha, aunque también de
la izquierda, se dedican a canalizar mediante un estilo populista los
resentimientos y el odio hacia los enemigos electivos, prometiendo a las
masas orden y protección a cambio de su adhesión a la política
neoliberal autoritaria.

*El neoliberalismo de Macron *

Sin embargo, ¿no es exagerado meter todas las formas de neoliberalismo
en el mismo saco de un /nuevo neoliberalismo/? Existen tensiones muy
fuertes a escala mundial o europea entre lo que hay que calificar de
tipos nacionales diferentes de neoliberalismo. Sin duda no asimilaríamos
a Trudeau, Merkel o Macron con Trump, Erdogan, Orbán, Salvini o
Bolsonaro. Unos todavía permanecen fieles a una forma de competencia
comercial supuestamente /leal/, cuando Trump ha decidido cambiar las
reglas de la competencia, transformando esta última en guerra comercial
al servicio de la grandeza de EE UU (“America is Great Again”); unos
invocan todavía, de palabra, los derechos humanos, la división de
poderes, la tolerancia y la igualdad de derechos de las personas, cuando
a los otros todo esto les trae sin cuidado; unos pretenden mostrar una
actitud /humana/ ante los migrantes (algunos muy hipócritamente), cuando
los otros no tienen escrúpulos a la hora de rechazarlos y repatriarlos.
Por tanto, conviene diferenciar el modelo neoliberal.

El macronismo no es trumpismo, aunque solo fuera por las historias y las
estructuras políticas nacionales en las que se inscriben. Macron se
presentó como el baluarte frente al populismo de extrema derecha de
Marine Le Pen, como su aparente antítesis. Aparente, porque Macron y Le
Pen, si no son personas idénticas, en realidad son perfectamente
complementarias. Uno hace de baluarte cuando la otra acepta ponerse los
hábitos del espantajo, lo que permite al primero presentarse como
garante de las libertades y de los valores humanos. Si es preciso, como
ocurre hoy en los preparativos para las elecciones europeas, Macron se
dedica a ensanchar artificialmente la supuesta diferencia entre los
partidarios de la /democracia liberal/ y /la democracia iliberal/ del
estilo de Orbán, para que la gente crea más fácilmente que la Unión
Europea se sitúa como tal en el lado de la democracia liberal.

Sin embargo, tal vez no se haya percibido suficientemente el estilo
populista de Macron, quien ha podido parecer una simple mascarada por
parte de un puro producto de la élite política y financiera francesa. La
denuncia del viejo mundo de los partidos, el rechazo del /sistema/, la
evocación ritual del /pueblo de Francia/, todo esto era quizá
suficientemente superficial, o incluso grotesco, pero no por ello ha
dejado de hacer gala del empleo de un método característico,
precisamente, del nuevo neoliberalismo, el de la recuperación de la
cólera contra el sistema neoliberal. No obstante, el macronismo no tenía
el espacio político para tocar esta música durante mucho tiempo. Pronto
se reveló como lo que era y lo que hacía.

En línea con los gobiernos franceses precedentes, pero de manera más
declarada o menos vergonzante, Macron asocia al nombre de Europa la
violencia económica más cruda y más cínica contra la gente asalariada,
pensionista, funcionaria y la /asistida/, así como la violencia policial
más sistemática contra las manifestaciones de oponentes, como se vio, en
particular, en Notre-Dame-des-Landes y contra las personas migrantes.
Todas las manifestaciones sindicales o estudiantiles, incluso las más
pacíficas, son reprimidas sistemáticamente por una policía pertrechada
hasta los dientes, cuyas nuevas maniobras y técnicas de fuerza están
pensadas para aterrorizar a quienes se manifiestan e intimidar al resto
de la población.

El caso de Macron está entre los más interesantes para completar el
retrato del nuevo neoliberalismo. Llevando más lejos todavía la
identificación del Estado con la empresa privada, hasta el punto de
pretender hacer de Francia una /start-up nation/, no cesa de centralizar
el poder en sus manos y llega incluso a promover un cambio
constitucional que convalidará el debilitamiento del Parlamento en
nombre de la /eficacia/. La diferencia con Sarkozy en este punto salta a
la vista: mientras que este último se explayaba en declaraciones
provocadoras, al tiempo que afectaba un estilo /relajado/ en el
ejercicio de su función, Macron pretende devolver todo su lustre y toda
su solemnidad a la función presidencial. De este modo conjuga un
despotismo de empresa con la subyugación de las instituciones de la
democracia representativa en beneficio exclusivo del poder ejecutivo. Se
ha hablado con razón de /bonapartismo/ para caracterizarle, no solo por
la manera en cómo tomó el poder acabando con los viejos partidos
gubernamentales, sino también a causa de su desprecio manifiesto por
todos los contrapoderes. La novedad que ha introducido en esta antigua
tradición bonapartista es justamente una verdadera gobernanza de
empresa. El macronismo es un bonapartismo empresarial.

El aspecto autoritario y vertical de su modo de gobierno encaja
perfectamente en el marco de un nuevo neoliberalismo más violento y
agresivo, a imagen y semejanza de la guerra librada contra los enemigos
de la seguridad nacional. ¿Acaso una de las medidas más emblemáticas de
Macron no ha sido la inclusión en la ley ordinaria, en octubre de 2017,
de disposiciones /excepcionales/ del estado de emergencia declarado tras
los atentados de noviembre de 2015?

*La aplicación de la ley en contra de la democracia *

No cabe descartar que se produzca en Occidente un /momento polanyiano/,
es decir, una solución verdaderamente fascista, tanto en el centro como
en la periferia, sobre todo si se produce una nueva crisis de la
amplitud de la de 2008. El acceso al poder de la extrema derecha en
Italia es un toque de advertencia suplementario. Mientras tanto, en este
momento que prevalece hasta nueva orden, estamos asistiendo a una
exacerbación del neoliberalismo, que conjuga la mayor libertad del
capital con ataques cada vez más profundos contra la democracia
liberal-social, tanto en el ámbito económico y social como en el terreno
judicial y policial. ¿Hay que contentarse con retomar el tópico crítico
de que el estado de excepción se ha convertido en regla?

Al argumento de origen schmittiano del /estado de excepción permanente/,
retomado por Giorgio Agamben, que supone una suspensión pura y simple
del Estado de derecho, debemos oponer los hechos observables: el nuevo
gobierno neoliberal se implanta y cristaliza con la promulgación de
medidas de guerra económica y policial. Dado que las crisis sociales,
económicas y políticas son permanentes, corresponde a la legislación
establecer las reglas válidas de forma permanente que permitan a los
gobiernos responder a ellas en todo momento e incluso prevenirlas. De
este modo, las crisis y urgencias han permitido el nacimiento de lo que
Harcourt denomina un “nuevo estado de legalidad”, que legaliza lo que
hasta ahora no eran más que medidas de emergencia o respuestas
coyunturales de política económica o social. Más que con un estado de
excepción que opone reglas y excepciones, nos las tenemos que ver con
una transformación progresiva y harto sutil del Estado de derecho, que
ha incorporado a su legislación la situación de doble guerra económica y
policial a la que nos han conducido los gobiernos.

A decir verdad, los gobernantes no están totalmente desprovistos para
legitimar intelectualmente semejante transformación. La doctrina
neoliberal ya había elaborado el principio de esta concepción del Estado
de derecho. Así, Hayek subordinaba explícitamente el Estado de derecho a
la /ley/: según él, la /ley/ no designa cualquier norma, sino
exclusivamente el tipo de reglas de conducta que son aplicables a todas
las personas por igual, incluidos los personajes públicos. Lo que
caracteriza propiamente a la ley es, por tanto, la universalidad formal,
que excluye toda forma de excepción. Por consiguiente, el verdadero
Estado de derecho es el Estado de derecho material (/materieller
Rechtsstaat/), que requiere de la acción del Estado la sumisión a una
norma aplicable a todas las personas en virtud de su carácter formal. No
basta con que una acción del Estado esté autorizada por la legalidad
vigente, al margen de la clase de normas de las que se deriva. En otras
palabras, se trata de crear no un sistema de excepción, sino más bien un
sistema de normas que prohíba la excepción. Y dado que la guerra
económica y policial no tiene fin y reclama cada vez más medidas de
coerción, el sistema de leyes que legalizan las medidas de guerra
económica y policial ha de extenderse por fuerza más allá de toda
limitación.

Por decirlo de otra manera, ya no hay freno al ejercicio del poder
neoliberal por medio de la ley, en la misma medida que la ley se ha
convertido en el instrumento privilegiado de la lucha del neoliberalismo
contra la democracia. El Estado de derecho no está siendo abolido desde
fuera, sino destruido desde dentro para hacer de él un arma de guerra
contra la población y al servicio de los dominantes. El proyecto de ley
de Macron sobre la reforma de las pensiones es, a este respecto,
ejemplar: de conformidad con la exigencia de universalidad formal, su
principio es que un euro cotizado otorga exactamente el mismo derecho a
todos, sea cual sea su condición social. En virtud de este principio
está prohibido, por tanto, tener en cuenta la penosidad de las
condiciones de trabajo en el cálculo de la cuantía de la pensión.
También en esta cuestión salta a la vista la diferencia entre Sarkozy y
Macron: mientras que el primero hizo aprobar una ley tras otra sin que
les siguieran sendos decretos de aplicación, el segundo se preocupa
mucho de la aplicación de las leyes.

Ahí se sitúa la diferencia entre /reformar/ y /transformar/, tan cara a
Macron: la transformación neoliberal de la sociedad requiere la
continuidad de la aplicación en el tiempo y no puede contentarse con los
efectos del anuncio sin más. Además, este modo de proceder comporta una
ventaja inapreciable: una vez aprobada una ley, los gobiernos pueden
esquivar su parte de responsabilidad so pretexto de que se limitan a
/aplicar la ley/. En el fondo, el nuevo neoliberalismo es la
continuación de lo antiguo en clave peor. El marco normativo global que
inserta a individuos e instituciones dentro de una lógica de guerra
implacable se refuerza cada vez más y acaba progresivamente con la
capacidad de resistencia, desactivando lo colectivo. Esta naturaleza
antidemocrática del sistema neoliberal explica en gran parte la espiral
sin fin de la crisis y la aceleración ante nuestros ojos del proceso de
desdemocratización, por el cual la democracia se vacía de su sustancia
sin que se suprima formalmente.

/Pierre Dardot / es filósofo y /Christian Laval/ es sociólogo. Ambos son
coautores, entre otras obras, de /La nueva razón del mundo /y /Común/

/Traducción: viento sur/

*_Referencias_ *

Gentile, Emilio (2004) /Fascismo: historia e interpretación/. Madrid:
Alianza.

Harcourt, Bernard E. (2018) /The Counterrevolution, How Our Government
Went to War against its Own Citizens/. Nueva York: Basic Books.

Kuttner, Robert (2018) /Can democracy survive Global Capitalism?/ Nueva
York/Londres: WW. Norton & Company.

Paxton, Robert O. (2009) /Anatomía del fascismo/. Madrid: Capitán Swing.

Roth, Philip (2005) /La conjura contra América/. Barcelona: Mondadori.

*_Notas_*:

*1/ * Prefacio a la traducción en inglés, publicada por la editorial
Verso, de /La pesadilla que no acaba nunca/ (Gedisa, 2017), obra
publicada originalmente por La Découverte, París, en 2016.

*2/ * Éric Fassin, “Le moment néofasciste du néolibéralisme”,
/Mediapart/, 29 de junio de 2018,
https://blogs.mediapart.fr/eric-fassin/blog/290618/le-moment-neofasciste-du-neoliberalisme
<https://blogs.mediapart.fr/eric-fassin/blog/290618/le-moment-neofasciste-du-neoliberalisme>.


*3/ * Henry Giroux, /Neoliberal Fascism and the Echoes of History/,
https://www.truthdig.com/articles/neoliberal-fascism-and-the-echoes-of-history/
<https://www.truthdig.com/articles/neoliberal-fascism-and-the-echoes-of-history/>
, 08/09/2018.

*4/ * Robert O. Paxton, “Le régime de Trump est une ploutocratie”, /Le
Monde/, 6 de marzo de 2017.

Fuente: https://vientosur.info/spip.php?article14984

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=258603
24/7/2019

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