quarta-feira, 23 de dezembro de 2015

Argentina oscilando entre la crisis de gobernabilidad y la dictadura mafiosa





Jorge Beinstein


22/12/2015


Ha sido señalado hasta el hartazgo que por primera vez en un siglo el 10 de
Diciembre de 2015 la derecha llegó al gobierno sin ocultar su rostro, sin
fraude, sin golpe militar, a través de elecciones supuestamente limpias, se
trataría de un hecho novedoso.



Es necesario aclarar tres cosas:



En primer lugar resulta evidente que no se trató de “elecciones limpias” sino de
un proceso asimétrico, completamente distorsionado por una manipulación
mediática sin precedentes en Argentina activada desde hace varios años pero que
finalmente derivó en un operativo muy sofisticado y abrumador. Consumada la
operación electoral la presidenta saliente fue destituida unas pocas horas antes
de la transmisión del mando presidencial mediante un golpe de estado “judicial”
demostración de fuerza del poder real que establecía de ese modo un precedente
importante, en realidad el primer paso del nuevo régimen.



Esto nos lleva a una segunda aclaración: el kirchnerismo no produjo
transformaciones estructurales decisivas del sistema, introdujo reformas que
incluyeron a vastos sectores de las clases bajas, reclamos populares
insatisfechos (como el juzgamiento de protagonistas de la última dictadura
militar), implementó una política internacional que distanció al país del
sometimiento integral a los Estados Unidos y otras medidas que se superpusieron
a estructuras y grupos de poder preexistentes. Pero no generó una avalancha
plebeya capaz de neutralizar a las bases sociales de la derecha quebrando los
pilares del sistema (sus aparatos judiciales, mediáticos, financieros,
transnacionales, etc.) desarticulando la arremetida reaccionaria. La alternativa
transformadora radicalizada estaba completamente fuera del libreto progresista,
la astucia, el juego hábil y sus buenos resultados en el corto y hasta en el
mediano plazo maravilló al kirchnerismo, lo llevó por un camino sinuoso,
acumulando contradicciones marchando así hacia la derrota final. Nunca se
propuso transgredir los límites del sistema, saltar por encima de la
institucionalidad elitista-mafiosa de las camarillas judiciales apuntaladas por
el partido mediático componentes de una lumpenburguesía que aprovechó el
restablecimiento de la gobernabilidad post 2001-2002 para curar sus heridas,
recuperar fuerzas y renovar su apetito.



Como era previsible las clases medias, grandes beneficiarias de la prosperidad
económica de los años del auge progresista, no se volcaron de manera agradecida
hacia el kirchnerismo sino todo lo contrario, azuzadas por el poder mediático
retomaron viejos prejuicios reaccionarios, su ascenso social reprodujo formas
culturales latentes provenientes del viejo gorilismo, del desprecio a “la
negrada” enlazando con la ola regional y occidental en curso de aproximaciones
clasemedieras al neofascismo. No se trató entonces de una simple manipulación
mediática manejada por un aparato comunicacional bien aceitado sino del
aprovechamiento derechista de irracionalidades ancladas en los más profundo del
alma del país burgués.



La tercera observación es que el fenómeno no es tan novedoso. Si bien es cierto
que el proceso de manipulación electoral se inscribe en el marco del declive del
progresismo latinoamericano y que fue realizado de manera impecable por
especialistas de primer nivel seguramente monitoreados por el aparato de
inteligencia de los Estados Unidos, no deberíamos olvidar que antes de la
llegada del peronismo en 1945 la sociedad argentina había sido moldeada por
cerca de un siglo de república oligárquica (que no fue abolida durante el
período de gobiernos radicales entre 1916 y 1930) dejando huellas culturales e
institucionales muy profundas atravesando las sucesivas transformaciones de las
elites dominantes como una suerte de referencia mítica de una época donde
supuestamente los de arriba mandaban mediante estructuras autoritarias estables.
Constituye una curiosa casualidad cargada de simbolismo pero lo cierto es que
fue el presidente “cautelar-instantáneo” Federico Pinedo impuesto por la mafia
judicial el encargado de entregar el bastón presidencial a Macri. Federico
Pinedo: nieto de Federico Pinedo, una de la figuras más representativas de la
restauración oligárquica de los años 1930, bisnieto de Federico Pinedo Rubio
intendente de Buenos Aires hacia fines del siglo XIX y luego diputado nacional
durante un prolongado período como representante del viejo partido conservador.
Seguir la trayectoria de esa familia permite observar el ascenso y consolidación
del país aristocrático colonial construido desde mediados del siglo XIX. El
lejano descendiente de aquella oligarquía fue el encargado de entregar los
atributos del mando presidencial a Mauricio Macri, por su parte heredero de un
clan familiar mafioso de raiz italo-fascista[1], instaurador de un “gobierno de
gerentes”. Los avatares de un golpe de estado instantáneo establecieron un
simbólico lazo histórico entre la lumpenburguesía actual y la vieja casta
oligárquica.



La crisis



El contexto económico internacional viene dado por una crisis deflacionaria
motorizada por el desinfle de las grandes potencias económicas. Estados Unidos,
la Unión Europea y Japón navegando entre el crecimiento anémico, el
estancamiento y la recesión, China desacelerando su crecimiento y Brasil en
recesión sobredeterminan una coyuntura marcada por el enfriamiento de la demanda
global lo que deprime los precios de las materias primas y estanca o achica los
mercados de productos industriales. En suma un panorama mundial negativo para un
país como la Argentina principalmente exportador de materias primas y en menor
escala de productos industriales de mediano-bajo nivel tecnológico.



Ante ese ciclo internacional adverso, desde el punto de vista teórico la
economía Argentina para no caer en la recesión debería apoyarse cada vez más en
la expansión y protección de su mercado interno, su tejido industrial, su
autonomía financiera. Sin embargo el gobierno de Macri inicia su mandato
haciendo todo lo contrario: achicando el mercado interno mediante la reducción
drástica en términos reales de salarios y jubilaciones, aumentando el
endeudamiento externo, desprotegiendo al grueso de la estructura industrial. A
ello apuntan sus decisiones económicas iniciales como la megadevaluación, la
eliminación o disminución de impuestos a las exportaciones, la suba de las
tasas de interés, la liberalización de importaciones, y pronto la eliminación de
subsidios a los servicios públicos con el consiguiente aumento de sus tarifas.
Se trata de una gigantesca transferencia de ingresos hacia los grupos económicos
más concentrados (grandes exportadores agrarios, empresas y especuladores
financieros poseedores de fondos en dólares, etc.), de un saqueo descomunal que
se irá prolongando en el tiempo al ritmo de las subas de precios, las
depresiones salariales, las devaluaciones y los tarifazos. Crecerá la
desocupación, la pobreza y la indigencia, la concentración de ingresos avanzará
(ya está avanzando) rápidamente, el crecimiento económico nulo o negativo serán
inevitables.



Según ciertos expertos estaríamos embarcados en una vorágine completamente
irracional marcada por la declinación del grueso de la industria y la
desintegración de la sociedad resultado de la aplicación ortodoxa de recetas
neoliberales “equivocadas”. Pero el gobierno no se equivoca, actúa según la
dinámica de una lumpenburguesía portadora de una racionalidad instrumental cuyo
fin no es otro que el de la acumulación rápida de riquezas saqueando todo lo que
se le cruza en el camino. La racionalidad de los bandidos dueños del poder no es
la del desarrollo económico armonioso y general que anida en la cabeza de
ciertos economistas.



Así es como hemos pasado de una versión suave de la política económica
contra-cíclica (desde el punto de vista de la tendencia de la economía global) a
una política pro-cíclica que se incorpora con notable ferocidad a la
degeneración general (financiera, institucional, ideológica, etc.) del mundo
capitalista.



El progresismo gobernó entre 2003 y 2015 restableciendo la gobernabilidad del
sistema, todo anduvo bien mientras la bestia lamía sus heridas en un contexto de
relativa prosperidad recomponiéndose del terremoto de los años 2001-2002, pero
desde 2008 las cosas fueron cambiando: el achatamiento del crecimiento económico
exacerbó su voluntad por acaparar una porción mayor de la torta, en ese sentido
el 10 de diciembre de 2015 puede ser visto como el punto de inflexión, como un
salto cualitativo del poder draculiano de las elites dominantes inaugurando una
etapa de decadencia de la sociedad argentina. Las fuerzas entrópicas,
devastadoras, lograron imponer su dinámica.



Dos escenarios



Nos encontramos ante los primeros pasos de una aventura autoritaria de
trayectoria incierta. No se trata de un hecho producto del azar sino del
resultado de un prolongado proceso de maduración (degeneración) de las elites
dominantes de Argentina convertidas en jaurías depredadoras coincidentes con el
fenómeno global de financierización y decadencia. Basta con echarle una mirada
al gobierno y sus respaldos donde sobreabundan personajes acusados de ser
delincuentes financieros como Prat Gay, Melconian o Aranguren, o “padrinos” como
Cristiano Rattazzi, Paolo Roca, Franco Macri (y su hijo-presidente) o de otros
señalados como agentes de la CIA como Susana Malcorra o Patricia Bullrich[2],
para percibir que la tragedia local no es más que un apéndice periférico de un
capitalismo global embarcado en una loca carrera liderada por lobos de Wall
Streeet, militares delirantes y políticos corruptos destruyendo países enteros,
triturando instituciones, saqueando recursos naturales imponiendo un proceso de
destrucción a escala planetaria.



La lumpenburguesía argentina, su articulación mafiosa en la cúpula del poder
(empresario, judicial, mediático) y sus prolongaciones institucionales y
abiertamente ilegales ha dejado de ser la fuerza dominante en las sombras,
jaqueando, condicionando, bloqueando, imponiendo, para asumir abiertamente el
gobierno. Esto puede ser atribuido a varios motivos entre otros a la
inexistencia de un elenco de “políticos” con capacidad de decisión como para
implementar el mega-saqueo en curso, entonces son los gerentes los que deben
hacerse cargo de manera directa del Poder Ejecutivo, es decir “técnicos”
completamente ajenos al embrollo electoral.



El nuevo esquema resulta sumamente eficaz a la hora de adoptar medidas
contundentes contra la mayoría de la población pero aparece muy poco útil para
amortiguar el inevitable descontento popular (incluido el de una porción
significativa de incautos votantes de Macri). Las camarillas sindicales podrán
durante un corto período generar inacción, algunos políticos provinciales
empujarán en el mismos sentido, los medios masivos de comunicación buscarán
distraer, confundir, justificar (ya lo están haciendo) intensificando la campaña
de idiotización pero todo eso es insuficiente frente a la magnitud del desastre
en curso.



Por otra parte el carácter lumpen, inestable del régimen macrista afectado por
previsibles disputas internas, golpes financieros, turbulencias exógenas de todo
tipo propias de un sistema global a la deriva y además (principalmente)
presionado por una base social cuyo descontento irá ascendiendo como una
avalancha gigantesca, va dejando al descubierto la única alternativa posible de
gobernabilidad mafiosa.



Se trata de la formación de un sistema dictatorial con rostro civil y de
configuración variable. Tiene claros antecedentes internacionales recientes,
viene guiado por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos y se apoya en
la llamada doctrina de la Guerra de Cuarta Generación cuyo objetivo central es
la transformación de la sociedad objeto de ataque en una masa amorfa, degradada,
acosada por erupciones “desprolijas” de violencia caótica y en consecuencia
impotente ante el saqueo. Irak, Libia, Siria aparecen como experiencias de
manual extremas y lejanas, por el contrario México o Guatemala son paradigmas
latinoamericanos a tener en cuenta aunque la especificidad argentina aportará
seguramente rasgos originales. Tenemos que pensar en una combinación pragmática
de distintas dosis de represión directa “clásica”, judicialización de opositores
sindicales, políticos, etc., bombardeo mediático (diversionista y/o
demonizador), represión clandestina, incentivos a la rivalidades intrapopulares
(cuanto más sanguinarias mejor), irrupción de bandas que aterrorizan a la
población (como las “maras” en América Central o los batallones de narcos de
México), fraudes electorales, etc. De ese modo Argentina entraría de lleno en el
siglo XXI signado por el ascenso del capitalismo tanático.



Sin embargo esa estrategia no se puede instalar plenamente de un día para otro,
requiere tiempo y una cierta pasividad inicial de las bases populares, además
encontraría serias dificultades ante una sociedad compleja como la Argentina,
con un amplio abanico de clases bajas y medias portadoras de culturas, capacidad
de organización, de historias que desde la mirada superficial de los gerentes
financieros y de los expertos en control social no aparecen como amenazas
visibles (o aparecen como resistencias o nostalgias impotentes) pero que
constituyen latencias, bombas de tiempo de enorme poder que pueden estallar en
cualquier momento. Este desafío desde abajo converge con el temor de los de
arriba a puebladas inmanejables conformando grandes interrogantes gelatinosos
que generalizan la incertidumbre en las elites, deterioran su psicología.



La no viabilidad de ese escenario siniestro, su posible empantanamiento, dejaría
abierto el espacio para el desarrollo de un segundo escenario: el de una crisis
de gobernabilidad mucho más devastadora que la de 2001. En ese caso la fantasía
elitista de la recomposición dictatorial-mafiosa del poder político no habría
sido otra cosa que una ilusión burguesa acompañando al fin de la gobernabilidad,
al comienzo de un período de alta turbulencia, de desintegración social de
duración impredecible. El progresismo tan despreciado por las elites y sus
preservativos de clase media habría sido un paraíso capitalista destruido por
sus principales beneficiarios.



Como vemos el infierno mafioso no es inevitable aunque no deberíamos subestimar
la capacidad operativa de sus ejecutores locales y su mega padrino imperial, los
Estados Unidos están lanzados a la reconquista de su patio trasero
latinoamericano.



¿Hacia dónde va esta historia?: la resistencia popular tiene la respuesta.



- Jorge Beinstein es economista argentino, docente de la Universidad de Buenos
Aires. jorgebeinstein@gmail.com




[1] Horacio Verbitsky, "A las Malvinas en subte. El rol de la P-2, los Macri,
FIAT y TECHINT en la guerra de 1982",
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-190366-2012-03-25.html


[2] ARGENTINA: la nueva ministra de Exteriores pertenece a la CIA, según
Diosdado Cabello.

- El presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Diosdado Cabello,
declaró que la canciller argentina, Susana Malcorra, pertenece a la Agencia
Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por sus siglas en inglés). “Estuvo aquí,
la recibí yo en mi oficina, es la CIA misma, se la nombraron de canciller al
señor (Mauricio) Macri”, presidente electo de Argentina, subrayó Cabello en su
programa semanal de los miércoles, transmitido por el canal estatal Venezolana
de Televisión (VTV).

- También Patricia Bullrich reporta a “la agencia” y probablemente lo hagan
otros y otras, como Laura Alonso. El rumor que corre es que Macri prácticamente
no conoce a Malcorra y que le fue impuesta telefónicamente por el Departamento
de Estado.

- Pájaro Rojo, 11/12/2015, http://pajarorojo.com.ar/?p=20433


In
ALAINET
http://www.alainet.org/es/articulo/174435
22/12/2015

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