quinta-feira, 8 de junho de 2017

El capitalismo habría muerto de puro éxito



Juan Jiménez Herrera

De este modo, el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una
parte porque al expandirse a costa de todas las formas no capitalistas de
producción camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá
exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, haciéndose imposible,
por tanto, toda nueva expansión y como consecuencia de ello toda acumulación De
otra parte, en la medida en que esta tendencia se impone, el capitalismo va
agudizando los antagonismos de clase y la anarquía política y económica
internacional en tales términos que, mucho antes de que se llegue a las últimas
consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga
en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista,
sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará
necesariamente con el régimen capitalista  (Rosa Luxemburgo).
Desde sus orígenes, el capitalismo se reproduce en cada formación socioeconómica
en oposición a los otros modos de producción o restos de ellos con los que
coexiste; el capitalismo se expande gracias, precisamente, a que encuentra en
aquellas relaciones de producción precapitalistas y sus agentes sociales el
mercado suplementario necesario para la realización total del producto social.
El capitalismo trasciende las fronteras nacionales, en búsqueda del contacto con
otras sociedades atrasadas, cuando, o bien ha realizado una expansión más o
menos homogénea en todo el territorio nacional, o cuando, no culminada ésta,
encuentra en aquellas sociedades un ventaja relativa, es decir, una posibilidad
de extracción de plusvalía suplementaria.
Las sociedades capitalistas por antonomasia (Estados Unidos, Alemania, Francia,
Inglaterra, Japón) culminada, en lo esencial, la tarea de la formación, en sus
respectivas formaciones socioeconómicas, del capitalismo, provocan, a finales
del siglo XIX y principios del XX, el fenómeno del imperialismo; esto es,
espoleadas aquellas por la necesidad de encontrar el mercado precapitalista
suplementario al que nos venimos refiriendo para poder reproducirse, incorporan
a su sistema económico al resto del mundo, pero a condición de, en un proceso
contradictorio, mantener a éste en el status del subdesarrollo.
Un escenario de perfecta y absoluta extensión mundial de las relaciones de
producción y propiedad capitalistas, aparte de resultar fatal para el
capitalismo, es sólo una posibilidad teórica, pues antes, en el penúltimo
estadio, habría entrado en un callejón sin salida, en la imposibilidad fáctica
de reproducirse ampliadamente y sucumbido, por tanto, al estancamiento. Habría
muerto, pues, de puro éxito; quizá sea este el momento histórico en el que el
capitalismo fenezca de verdad y deje paso a otro sistema social, es decir, sólo
cuando haya desplegado, en las coordenadas de espacio y tiempo, todas o el
grueso de sus potencialidades. Y a este respecto nos deberíamos preguntar si el
fenómeno de la globalización que la economía mundial ha experimentado en estos
últimas décadas ha borrado sustancialmente los restos de modos de producción
precapitalistas, con lo cual el capitalismo habría eliminado la posibilidad real
de realizar la totalidad de su producción social, entrando en una fase de
estancamiento, decadencia y depresión generalizadas, de la que la actual crisis
de sobreacumulación y depresión no sería sino su primera etapa o, por el
contrario, como al parecer resulta de la observación empírica, habría mantenido,
en contra de sus externas manifestaciones, un escenario de desigual desarrollo
mundial de las relaciones de producción capitalistas, y con ello una
suplementaria posibilidad histórica de reproducción ampliada y, por tanto, una
salida a la actual crisis, en cuyo caso, lógicamente, aún estaríamos lejos de
aquel penúltimo estadio, umbral de la verdadera globalización (y principio del
fin del capitalismo).
En cualquier caso, una y otra alternativa estarían preñadas de peligros para la
humanidad, pues se contextualizarían en periodos históricos en los que se
estrechan significativamente los límites de las zonas NO capitalistas
susceptibles de anexión o integración, recrudeciéndose las rivalidades
interimperialistas y aumentando, en consecuencia, las posibilidades de
catástrofes políticas y humanas de alcance colosal (guerras mundiales,
revoluciones, etc.).
¿Está preparada la clase obrera mundial del siglo XXI para ahorrar a la
humanidad estos cataclismos? ¿Y su vanguardia? Los precedentes históricos no son
nada prometedores. La clase obrera del siglo XX y sus capas dirigentes fueron
incapaces de paralizar la guerra. Las socialdemocracias de la II Internacional
ampararon a sus respectivas burguesías en la primera contienda; los errores de
la III Internacional y la posición decididamente contrarrevolucionaria de la
socialdemocracia abonaron el triunfo del fascismo y con ello el estallido de la
Segunda Guerra Mundial.
Ahora bien, la alternativa de la guerra sólo es factible en un contexto de
debilidad extrema de las capas populares. Las privaciones y los horrores que la
guerra supone sólo pueden imponerse a una sociedad previamente derrotada. El
actual estado del bienestar imperante en las sociedades capitalistas
desarrolladas, aunque lleva consigo la integración de la clase obrera en el
sistema capitalista, está lejos de aquella situación de extrema debilidad y
derrota de las capas populares; sobre este estado de cosas es imposible que los
gobiernos burgueses de turno encuentren en la aventura militar un discurso
político realista. El desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar,
empresa a la que, en cuerpo y alma, se dedica la derecha y en la que,
¿inconscientemente? colabora la socialdemocracia en su deserción total hacía el
liberalismo, y que tan sólo es posible con la paralela derrota del movimiento
obrero, se erige, pues, en la premisa material para que, llegado el momento, las
distintas facciones del capital internacional decidan, sin peligro de estallido
social interno, poner en marcha su solución final a la crisis: un nuevo
equilibrio interimperialista a través de la guerra y la destrucción.
Es por ello esencial que seamos del todo punto intransigentes en lo tocante a
las conquistas sociales; que jamás, bajo el pretexto de aunar fuerzas para salir
de la crisis, se colabore con políticas estatales que permitan la pauperización
de las capas populares (tras ello no se esconde el socialismo sino el fascismo).
Y en este contexto es preciso (y factible), arrancar al liberalismo partes
sustanciales, cuantitativa y cualitativamente, de la socialdemocracia (los
ejemplos de Oskar Lafontaine en Alemania y Jean-Luc Mélenchon es en Francia son
paradigmáticos). Aunque resulte paradójico y parezca una variante más del
gradualismo reformista, el socialismo se esconde tras el Estado del Bienestar.
El mantenimiento de éste a toda costa, privará al capitalismo de su extrema
solución y preservará a la humanidad de la barbarie de la guerra. Esta es la
razón que explica la profunda aversión del núcleo duro del capitalismo (el
neoconservadurismo político) hacia el Estado benefactor; ven en él, con pavor,
el espectro del socialismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una
licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=227654
8/6/2017

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