terça-feira, 16 de outubro de 2018

Bolsonaro, tres hipótesis y una sospecha



Atilio A. Boron
Rebelión

(Por ) La sorprendente performance electoral de Jair Mesías Bolsonaro en la
primera vuelta de las elecciones presidenciales del Brasil suscita numerosos
interrogantes. Sorprende la meteórica evolución de su intención de voto hasta
llegar a arañar la mayoría absoluta. Y no fue el atentado lo que lo catapultó la
posibilidad de ganar en primera vuelta. Veamos: en los últimos dos años su
intención de voto fluctuó alrededor del 15 por ciento, pese a que está próximo a
cumplir 28 años consecutivos como diputado federal (y con sólo tres proyectos de
ley presentados a lo largo de estos años). Ergo, no es un "outsider" y mucho
menos la personificación de la “nueva política". Es un astuto impostor, nada
más. A comienzos de Julio su intención de voto era del 17 por ciento: el 22 de
Agosto, Datafolha marcaba un 22 por ciento. El 6 de Septiembre sufre el atentado
y pocos días después las preferencias crecieron ligeramente hasta alcanzar un 24
y un par de semanas después subía al 26 por ciento. En resumen: un módico
aumento de 9 puntos porcentuales entre comienzos de Julio y mediados de
Septiembre. Pero a escasos días de las elecciones su intención de voto trepó al
41 y en las elecciones obtuvo el 46 por ciento de los votos válidos. En resumen:
en un mes prácticamente duplicó su caudal electoral. ¿Cómo explicar este
irresistible ascenso de un personaje que durante casi treinta años jamás había
salido de los sótanos de la política brasileña? A continuación ofreceré tres
claves interpretativas.
I
Primero, Bolsonaro tuvo éxito en aparecer como el hombre que puede restaurar el
orden en un país que, según pregonan los voceros del establishment, fue
desquiciado por la corrupción y la demagogia instaurada por los gobiernos del PT
y cuyas secuelas son la inseguridad ciudadana, la criminalidad, el narcotráfico,
los sobornos, la revuelta de las minorías sexuales, la tolerancia ante la
homosexualidad y la degradación del papel de la mujer, extraída de sus roles
tradicionales. El escándalo del Lava Jato y el desastroso gobierno de Michel
Temer acentuaron los rasgos más negativos de esta situación, que en la
percepción de los sectores más conservadores de la sociedad brasileña llegó a
extremos inimaginables. En un país donde el orden es un valor supremo – recordar
que la frase estampada en la bandera de Brasil es "Orden y Progreso"- y que fue
el último en abolir la esclavitud en el mundo, el “desorden” producido por la
irrupción de las “turbas plebeyas” desata en las clases dominantes y las capas
medias subordinadas a su hegemonía una incandescente mezcla de pánico y odio,
suficiente como para volcarlas en apoyo de quienquiera que sea percibido con las
credenciales requeridas para restaurar el orden subvertido. En el desierto lunar
de la derecha brasileña, que concurrió con seis candidatos a la elección
presidencial y ninguno superó el 5 % de los votos, nadie mejor que el
inescrupuloso y transgresor Bolsonaro, capaz de infringir todas las normas de la
"corrección política" para realizar esta tarea de limpieza y remoción de legados
políticos contestatarios. El ex capitán del Ejército, eligió como compañero de
fórmula a Antonio Hamilton Mourau, un muy reaccionario general retirado que pese
a sus orígenes indígenas cree necesario “blanquear la raza” y que no tuvo
empachos en declarar que “Brasil está lastrado por una herencia producto de la
indolencia de los indígenas y del espíritu taimado de los africanos" . Ambos
son, en resumidas cuentas, la reencarnación de la dictadura militar de 1964 pero
catapultada al gobierno no por la prepotencia de las armas sino por la voluntad
de una población envenenada por los grandes medios de comunicación y que, hasta
ahora, a dos semanas de la segunda vuelta, parece decidida a votar por sus
verdugos.
Ahora bien: ¿por qué la burguesía brasileña se inclinó a favor de Bolsonaro?
Algunas pistas para entender esta deriva las ofrece Marx en un brillante pasaje
de El 18 Brumario de Luis Bonaparte . En él describió en los siguientes términos
la reacción de la burguesía ante la progresiva descomposición del orden social y
el desborde del bajo pueblo movilizado en la Francia de 1852: “se comprende que
en medio de esta confusión indecible y estrepitosa de fusión, revisión, prórroga
de poderes, Constitución, conspiración, coalición, emigración, usurpación y
revolución el burgués, jadeante, gritase como loco a su república parlamentaria:
“¡Antes un final terrible que un terror sin fin!” [1]  Pocas analogías
históricas pueden ser más aleccionadoras que esta para entender el súbito apoyo
de las clases dominantes brasileñas -enfurecidas y espantadas por el
debilitamiento de una secular jerarquía social anclada en los legados de la
esclavitud y la colonia- a un psicópata impresentable como Bolsonaro. O para
comprender el auge de la Bolsa de Sao Paulo luego de su victoria en la primera
vuelta y el júbilo de la canalla mediática, encabezada por la Cadena O Globo.
Todo este bloque dominante suplicó, jadeante y como un loco, que alguien viniese
a poner fin tanto descalabro. Y allí estaba Bolsonaro.
Y es que como lo observara Antonio Gramsci en un célebre pasaje de sus
Cuadernos, en situaciones de “crisis orgánica” cuando se produce una ruptura en
la articulación existente entre las clases dominantes y sus representantes
políticos e intelectuales (los ya mencionados más arriba, ninguno de los cuales
obtuvo siquiera el 5 por ciento de los votos) la burguesía y sus clases aliadas
rápidamente se desembarazan de sus voceros y operadores tradicionales y corren
en busca de una figura providencial que les permita sortear los desafíos del
momento. “El tránsito de las tropas de muchos partidos bajo la bandera de un
partido único que mejor representa y retoma los intereses y las necesidades de
la clase en su conjunto” –observa el italiano- “es un fenómeno orgánico y
normal, aún cuando su ritmo sea rapidísimo y casi fulminante por comparación a
los tiempos tranquilos del pasado: esto representa la fusión de todo un grupo
social (las clases dominantes, NdA) bajo una única dirección concebida como la
sola capaz de resolver un problema dominante existencial y alejar un peligro
mortal.” [2] 
Esto fue precisamente lo ocurrido en Brasil una vez que sus clases dominantes
comprobaran la obsolescencia de sus fuerzas políticas y liderazgos
tradicionales, la bancarrota de los Cardoso, Temer, Neves, Serra, Sarney,
Alckmin y compañía, lo que las llevó a la desesperada búsqueda del providencial
mesías exigido para restaurar el orden desquiciado por la demagogia petista y la
insumisión de las masas y que, a su vez, les permitiera ganar tiempo para
reorganizarse políticamente y crear una fuerza y un liderazgo políticos más a
tono con sus necesidades sin el riesgo de imprevisibilidad inherente al
liderazgo de Bolsonaro. Pero por el momento, lo importante para las clases
dominantes brasileñas: subrayamos, lo único importante, es acabar
definitivamente con el legado de los gobiernos del PT y sus aliados. Conocido el
derrumbe de sus candidatos en las encuestas pre-electorales, incluyendo al
delfín de Fernando H. Cardoso, el gobernador del estado de Sao Paulo, Geraldo
Alckmin, aquéllas necesitaban tiempo para pergeñar una nueva fórmula política.
Una eventual victoria de Bolsonaro se lo proporcionaría, y hacia él volcaron
todo su apoyo en las últimas semanas de la campaña.
II
Segundo, Bolsonaro fue favorecido por el cambio en la cultura política de las
clases y capas populares que las tornó receptivas a un discurso que apenas unos
años antes hubiera sido motivo de burlas, desoído o repudiado en las barriadas
populares del Brasil, para ni hablar en los ambientes de las capas medias más
educadas. La crisis económica y social y la ruptura de los lazos de integración
comunitaria en las favelas, potenciadas por la falta de educación política de
las masas -una tarea que según Frei Betto el PT jamás se propuso como
acompañamiento a sus políticas de promoción social- junto a la gravísima crisis
institucional y política del país prepararon el terreno para un cambio de
mentalidad en donde el llamamiento al orden y la apelación a la “mano dura”
afloraron como propuestas sensatas y razonables para enfrentar una situación muy
crítica en los suburbios populares y que los medios del establishment
agigantaban pintándola con rasgos estremecedores.
¿Es éste un rasgo exclusivo del Brasil? No. Todos los gobiernos latinoamericanos
del ciclo político iniciado a fines del siglo pasado con el ascenso de Hugo
Chávez cayeron en el error de creer que sacar de la pobreza a millones de
familias las convertiría inexorablemente en portadoras de una nueva cultura
solidaria, comunitaria, inmunizada ante el espejismo del consumismo, y por lo
tanto propensa a respaldar los proyectos reformistas. Sin embargo, como en la
Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia, en Brasil también una buena parte de
los beneficiarios de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT fue
captada por el discurso del orden de la burguesía y las capas medias
-atemorizadas y llenas de resentimiento por la activación del campo popular que
hizo abandono de su tradicional quietismo- y pregonado de modo abrumador por la
prensa hegemónica con el auxilio de las iglesias evangélicas. Estas hicieron lo
que el PT y la izquierda no supo o no quiso hacer: organizar y concientizar, en
clave reaccionaria, a las comunidades más vulnerables rescatadas de la pobreza
extrema por los gobiernos de Lula y Dilma. Y lo hicieron reforzando los valores
tradicionales en relación al papel de la mujer, la identidad de género y el
aborto y promoviendo una cosmovisión reaccionaria, autoculpabilizadora de los
pobres y esperanzada en el papel salvífico de la religión e, incidentalmente, de
un oscuro político oportunamente bautizado y renacido como un buen cristiano en
Mayo del 2016 en las mismísimas aguas del río Jordán, ¡donde San Juan Bautista
hiciera lo propio con Jesucristo! La piadosa imagen de Bolsonaro sumergido en
las aguas del río fue masivamente difundida a través de los medios y lo rodeó
con el aura que necesitaba para aparecer como el Mesías que llegaba para poner
fin al desquicio moral, social y político producido por Lula y sus seguidores.
Esta prédica se difundía no sólo a través de los medios de comunicación
hegemónicos -sino sobre todo por la Record TV, propiedad de Edir Macedo,
fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios y segunda en audiencia detrás
de la Cadena O Globo- sino que también se reproducía en sus más de seis mil
templos establecidos en todo Brasil, una cifra abrumadoramente superior al
número de locales que cualquier partido político jamás tuvo en ese país. [3] 
Resumiendo: se verificó, como antes en Argentina y en cierta medida también en
Brasil, la inesperada “revuelta de los incluidos” en contra de los gobiernos
progresistas que promovieron esas políticas de integración social en la región.
[4] 
III
Una tercera línea de interpretación dice relación con el eficaz -y por supuesto,
nefasto- papel de los medios hegemónicos en el linchamiento mediático de Lula y
todo lo que éste representa. En este sentido el papel de la Cadena O Globo y, en
menor medida, el de Record TV, ha sido de capital importancia, pero no le van en
zaga la prensa gráfica y por supuesto una muy aceitada utilización masiva de las
redes sociales activadas por un enorme ejército de militantes y trolls. Las
riquísimas iglesias evangélicas disponen de dinero más que suficiente para
sostener esta letal infantería comunicacional. Toda esta artillería mediática ha
venido desde hace años descargando un torrente de informaciones difamatorias y
“fake news” (para cuya elaboración y diseminación ya existen numerosos programas
disponibles en la web) que a lo largo del tiempo fueron erosionando la
valoración de las políticas de inclusión social del PT y la credibilidad y
honorabilidad de sus principales dirigentes, comenzando por Lula. La farsa
jurídica mediante el cual se lo condenó, sin pruebas, a pasar largos años de
cárcel no mereció crítica alguna de la prensa hegemónica, que previamente había
maliciosa y minuciosamente atacado la imagen pública del ex presidente y sus
colaboradores. El Lava Jato sirvió para arrojar un pesado manto de desprestigio
sobre toda la clase política, no sólo los líderes del PT, y ciertos sectores del
gran empresariado. Prueba de ello fue la decepcionante performance de los
candidatos de la derecha en la primera vuelta, cosa que anotáramos más arriba.
Pero toda esta movida, la segunda etapa del golpe institucional cuya primera
fase fue la destitución de Dilma Rousseff, debía culminar con la detención e
ilegal condena de Lula y su proscripción como candidato, única forma de frustrar
su seguro retorno al Palacio del Planalto. El efecto combinado de una justicia
corrupta y unos medios cuya misión hace rato dejó de ser otra cosa que manipular
y “formatear” la conciencia del gran público aseguró ese resultado y, sobre
todo, el quietismo dentro de las propias filas de simpatizantes y militantes
petistas que sólo en escaso número se movilizaron y tomaron las calles para
impedir la consumación de esta maniobra. La complicidad de la justicia electoral
en un proceso que tiene grandes chances de desembocar en el derrumbe de la
democracia brasileña y la instauración de un nuevo tipo de dictadura militar es
tan inmensa como inocultable. Jueces y fiscales, con la ayuda de los medios,
arrasaron con los derechos políticos del ex presidente, lo encerraron física y
mediáticamente en su cárcel de Curitiba al prohibirle grabar audios o videos
apoyando a la fórmula Haddad-D'Avila e inclusive vetaron la realización de una
entrevista acordada con la Folha de Sao Paulo. En términos prácticos la justicia
fue un operador más de Bolsonaro, y los pedidos o reclamos de su comité de
campaña apenas tardaban horas para convertirse en aberrantes decisiones
judiciales. Por eso la justicia, los medios y los legisladores corruptos que
avalaron todo este fraudulento proceso son los verdugos que están a punto de
destruir a la frágil democracia brasileña, que en treinta y tres años no pudo
emanciparse del permanente chantaje de la derecha y su instrumento militar.
Va de suyo que este perverso tridente reaccionario y bastión antidemocrático es
convenientemente entrenado y promovido por Estados Unidos a través de numerosos
programas de “buenas prácticas” donde se les enseña a jueces, fiscales,
legisladores y periodistas de la región a desempeñar sus funciones de manera
“apropiada". En el caso de la justicia uno de sus más aventajados alumnos es el
Juez Sergio Moro, que perpetró un colosal retroceso del derecho moderno al
condenar a Lula a la cárcel no por las pruebas -que no tenía, como él mismo lo
reconoció- sino por su convicción de que el ex presidente era culpable y había
recibido un departamento como parte de un soborno. ¡Condena sin pruebas y por la
sola convicción del juez! La legión de periodistas que mienten y difaman a
diario a lo largo y a lo ancho del continente también son entrenados en Estados
Unidos para hacerlo "profesionalmente", en lo que sería la versión civil de la
tristemente célebre Escuela de las Américas. Si antes, durante décadas se
entrenó a los militares latinoamericanos a torturar, matar y desaparecer
ciudadanas y ciudadanos sospechados de ser un peligro para el mantenimiento del
orden social vigente hoy se entrena a jueces, fiscales y “paraperiodistas” (tan
letales para las democracias como los “paramilitares”) a mentir, ocultar,
difamar y destruir a quienes no se plieguen a los mandatos del imperio. Lo mismo
ocurre con los legisladores y, en cierta menor medida, con los académicos.
IV
Las interpretaciones ofrecidas hasta aquí tienen por objetivo ofrecer algunos
antecedentes que ayuden a la elaboración de hipótesis más específicas y precisas
que den cuenta del sorprendente ascenso de Bolsonaro en las preferencias
electorales de los brasileños. El hilo conductor del argumento revela la trama
de una gigantesca conspiración pergeñada por la burguesía local, el imperialismo
y sus personeros en los medios y en la política que va desde la ilegal
destitución de Dilma pasando por la no menos ilegal condena y encarcelamiento de
Lula hasta la emisión, días atrás, de los falsos certificados médicos que le
permiten al mediocre Bolsonaro rehuir el debate con su contrincante que, sin
duda alguna, le haría perder muchos votos. Toda la institucionalidad del estado
burgués así como las clases dominantes y sus representantes políticos y su
emporio mediático se prestan para concretar esta gigantesca estafa al pueblo
brasileño. Y en este sentido no podríamos dejar de proponer como hipótesis
adicional que tal vez el avasallante éxito electoral de un farsante como
Bolsonaro pueda responder, al menos en parte, a un sofisticado fraude
electrónico que pudo haberle agregado un 4 o 5 por ciento más de votos a los que
legítimamente había obtenido. No estamos diciendo aquí que ganó gracias a un
fraude electrónico -como ocurriera en la elección presidencial que en 1988
consagró el triunfo de Carlos Salinas de Gortari sobre Cuauhtémoc Cárdenas en
México y tantas otras, dentro y fuera de América Latina- sino que sería
imprudente y temerario descartar esa posibilidad. Sobre todo cuando se sabe que
a diferencia del venezolano el sistema electoral brasileño no emite un
comprobante en soporte papel del voto emitido en la urna electrónica, lo cual
facilita enormemente la posibilidad de manipular los resultados. Es sorprendente
que esto no haya sido considerado por los sectores democráticos en Brasil habida
cuenta de la existencia de varios antecedentes en América Latina y en otras
partes del mundo en donde la voluntad popular fue desvirtuada por el voto
electrónico. Por algo países como Alemania, Holanda, Noruega, Irlanda, Reino
Unido, Francia, Finlandia y Suecia han prohibido expresamente el voto
electrónico. ¿Por qué no pensar que la pasmosa performance electoral de
Bolsonaro podría haber sido potenciada –si bien sólo en parte, insistimos- por
el hackeo de la informática electoral?

Notas
[1] En Obras Escogidas de Marx y Engels (Moscú: Editorial Progreso, 1966), Tomo
I, pp. 307-308.
 [2]   Note Sul Machiavelli, sulla política e sullo stato moderno  (Giulio
Einaudi Editore, 1966), pp.50-51.
 [3]  El nada casual crecimiento de las iglesias evangélicas y su conexión con
los designios de Washington quedan patentemente reflejados en el artículo de
Miles Christi, “El Informe Rockefeller”. Sectas y apoyo del gobierno de Estados
Unidos contra la Iglesia Católica”, disponible en
http://mileschristimex.blogspot.com/2015/10/el-informe-rockefeller.html

 [4]  Cf. Gustavo Veiga, "El día en que 'Bolso-nazi' fue bautizado 'Mesías' ",
en Página/12, 8 Octubre 2018, en
https://www.pagina12.com.ar/147320-el-dia-en-que-bolso-nazi-fue-bautizado-messias
. Luego del bautizo Bolsonaro añadió la palabra Mesías después de su primer
nombre, Jair. Las diferentes denominaciones evangélicas, asegura Veiga,
"controlan una quinta parte de la Cámara de Diputados y en su conjunto orillan
el 29 por ciento de la población."

In
REBELION
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=247749
15/10/2018

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