terça-feira, 30 de outubro de 2018

LA ESCLAVITUD (ASALARIADA) CONTEMPORÁNEA Un enfoque, entre otros, para tratar de entender la tragedia brasileña


Alejandro Teitelbaum



Es un enfoque parcial porque la explicación de fondo –que requiere un análisis exhaustivo- hay que
buscarla en el fracaso del petismo, una variedad del colapso de los gobiernos llamados progresistas
de América Latina, que intentan disimular sus opinólogos apologistas con argumentos falaces. A lo
que se suma la incapacidad política e ideológica de la izquierda para proponer e impulsar una
alternativa superadora.
El taylorismo u “organización científica del trabajo” y su aplicación en la práctica, el fordismo, se
basó en la idea de hacer del trabajador un mecanismo más en la cadena de montaje: el obrero, en
lugar de desplazarse para realizar su tarea se queda en su sitio y la tarea llega a él en la cadena de
montaje. La velocidad de ésta última le impone inexorablemente al trabajador el ritmo de trabajo.
El primero en aplicarlo en la práctica fue Henry Ford, a principios del siglo XX, para la fabricación
del famoso Ford T. Este trabajo embrutecedor agotaba a los obreros, muchos de los cuales optaban
por dejarlo. Ante una tasa de rotación del personal sumamente elevada Ford encontró la solución:
aumentar verticalmente los salarios a 5 dólares por día, cosa que pudo hacer sin disminuir los
beneficios dado el enorme aumento de la productividad y el pronunciado descenso del costo de
producción que resultó de la introducción del trabajo en cadena. Los nuevos salarios en las fábricas
de Ford permitieron a sus trabajadores convertirse en consumidores, inclusive de los autos
fabricados por ellos.
Los trabajadores, que no se sentían para nada interesados por un trabajo repetitivo que no dejaba
lugar a iniciativa alguna de su parte, recuperaban fuera del trabajo su condición humana (o creían
recuperarla) como consumidores, gracias a los salarios relativamente altos que percibían.
Esta situación se generalizó en los países más industrializados sobre todo después de la Segunda
Guerra Mundial y de manera muy circunscripta y temporaria en algunos países periféricos.[1] Es lo
que se llamó “el Estado de bienestar”. “El Estado de bienestar no es, como se oye decir con
frecuencia, un Estado que llena las brechas del sistema capitalista o que cicatriza a fuerza de
prestaciones sociales las heridas que inflinge el sistema. El Estado de bienestar se fija como
imperativo mantener una tasa de crecimiento, cualquiera sea, siempre que sea positiva y de
distribuir compensaciones de manera de asegurar siempre un contrapeso a la relación salarial”.[2]
Es por lo tanto cierto que el “Estado de bienestar” influyó profundamente en la conciencia de los
trabajadores. Lars Svendsen escribe: [los trabajadores] “…terminaron por aceptar la relación
salarial y la división del trabajo resultante. Contrariamente a lo que esperaba el marxismo
revolucionario, dejaron de cuestionar el paradigma capitalista, contentándose con la ambición más
modesta de mejorar su condición en el interior del sistema. Eso significaba también que su
esperanza de libertad y de realización personal radicaba en su papel de consumidores. Su objetivo
principal pasaba a ser el aumento de sus salarios para poder consumir más”.[3]
El Estado de bienestar se terminó más o menos abruptamente con la caída de la tasa de ganancia
capitalista y la consiguiente caída de los salarios reales. Para dar un nuevo impulso a la economía
capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, comenzó a generalizarse la
aplicación de la nueva tecnología (robótica, electrónica, informática) a la industria y a los servicios.
[4]
De modo que la nueva tecnología, la organización “científica” del trabajo y el consiguiente aumento
de la intensidad del trabajo, aun manteniéndose el mismo horario de trabajo, incrementa el beneficio
capitalista como plusvalía relativa (menos trabajo necesario y más trabajo excedente).
Y si aumenta la jornada laboral también aumenta el beneficio capitalista (plusvalía absoluta como la
que el capitalista obtiene durante la jornada normal de trabajo) aunque se mantenga la misma
proporción entre trabajo necesario y trabajo excedente. Véase Marx, El Capital, Libro I, sección 5,
Cap. XIV (Plusvalía absoluta y plusvalía relativa).
La introducción de las nuevas tecnologías requería otra forma de participación de los trabajadores
en la producción, que ya no podía reducirse a la de meros autómatas. Había que modificarperfeccionar
el sistema de explotación, pues las nuevas técnicas, entre ellas la informática,
requerían distintos niveles de formación y de conocimientos, lo que condujo a que comenzaran a
difuminarse las fronteras entre el trabajo manual e intelectual.
Es así como nace el “management” en sus distintas variantes, todas tendentes esencialmente a que
los asalariados se sientan partícipes –junto con los patrones– en un esfuerzo común para el bienestar
de todos.
Esto no implica la desaparición del fordismo, que sigue vigente para las tareas que no requieren
calificación y subsiste esencialmente en la nueva concepción de la empresa: el control del personal
–una de las piedras angulares de la explotación capitalista– que se realiza físicamente en la cadena
fordista de producción, continúa –acentuado– en la era postfordista por otros medios. “Gracias a
las tecnologías informáticas –escribe Lars Svendsen– la dirección puede vigilar lo que sus
empleados hacen en el curso de la jornada y cual es su rendimiento”.[5]
El nuevo “management” apunta a la psicología del personal. Los directores de personal (o
Directores de Recursos Humanos) peroran acerca de la “creatividad” y del “espíritu de equipo”, de
la “realización personal por el trabajo”, de que el trabajo puede –y debe– resultar entretenido,
(“work is fun”) etc. y se publican manuales sobre los mismos temas. Hasta se contratan
“funsultants” o “funcilitators” para que introduzcan en la mente de los trabajadores la idea de que el
trabajo es entretenido, de que es como un juego (“gamification” –del inglés “game”– del trabajo).
[6]
Si se les pregunta a los asalariados si están satisfechos en su trabajo muchos responderán que sí, que
si no trabajaran su vida carecería de sentido. Y esto vale incluso para quienes realizan las tareas más
simples.
En la cadena fordista la empresa se apodera del cuerpo del trabajador, con el nuevo “management”
se apodera de su espíritu. Escribe Svendsen: “Las motivaciones y los objetivos del empleado y de la
organización se presume que están en perfecta armonía: El nuevo “management” penetra el alma
de cada empleado. En lugar de imponerle una disciplina desde el exterior, lo motiva desde el
interior”.
Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, escribió en el decenio de 1960: “La
explotación material debe esconderse tras la explotación no material y obtener por nuevos medios
el consenso de los individuos. La acumulación del poder político sirve como pantalla de la
acumulación de las riquezas. Ya no sólo se apodera de la capacidad de trabajo, sino de la
capacidad de juzgar y de pronunciarse. No se suprime la explotación, sino la conciencia de la
misma”.[7]
La mayor parte del beneficio resultante del aumento de la productividad engrosa la renta capitalista
y una mínima parte se incorpora al salario, aunque no siempre. Es así como una constante del
sistema capitalista es la profundización de la desigualdad en la distribución del producto.
Y del mismo modo, el tiempo social liberado por el aumento de la productividad se distribuye
desigualmente: el tiempo que dedican al trabajo los asalariados no disminuye, ni aproximadamente,
en la misma proporción en que aumenta la productividad.
Con el “management” se procura que el trabajador de “cuello blanco”, que es –o tiende a ser–
mayoritario en las países más industrializados, centre su vida como persona en el seno de la
empresa y llene su tiempo “libre” fuera de ella –orientado por la moda y la publicidad– como
consumidor de objetos necesarios e innecesarios [8] y de distinto tipo de entretenimientos
alienantes, como espectador de deportes mercantilizados, de series televisivas, como adicto a juegos
electrónicos (verdadero flagelo contemporáneo), etc., en la medida que se lo permiten sus ingresos
reales y los créditos que pueda obtener (y que, en tiempos de crisis, no puede rembolsar).
Dicho de otra manera, el sistema capitalista en su estado actual trata de superar sus contradicciones
insolubles inherentes a la apropiación por los dueños de los instrumentos y medios de producción y
de cambio de buena parte del trabajo humano social apoderándose de la mayor parte del creciente
tiempo libre social (distribución desigual del tiempo libre social ganado con el aumento de la
productividad) para “poner plustrabajo”, como escribe Marx en los Elementos fundamentales para
la crítica de la economía política (Grundrisse) y apoderándose también del escaso tiempo libre
particular que les queda a quienes trabajan, mercantilizándolo como objeto de consumo.
De modo que puede decirse que la esclavitud asalariada propia del capitalismo, que pudo
entenderse limitada sólo a la jornada laboral, ahora se extiende a TODO EL TIEMPO de la vida de
los asalariados. De alguna manera, ha desaparecido la diferencia entre la esclavitud como sistema
prevaleciente en la antigüedad (el esclavo al servicio del amo de manera permanente) y la
esclavitud asalariada moderna.
Ello es así porque la concentración oligopólica de los medios de comunicación de masas (incluida
la comunicación electrónica) y de los productos de entretenimiento de masas (series televisivas,
música popular, parques de diversiones, juegos de vídeo, filmes, etc.) está en su apogeo.
Grandes empresas tienen el control mundial casi total de esos productos, mediante los cuales dictan
a los seres humanos cómo deben pensar, qué deben consumir, cómo deben utilizar su tiempo libre,
cuáles deben ser sus aspiraciones, etc. Son el instrumento destinado a mantener y consolidar la
hegemonía de la ideología y la cultura del sistema capitalista y formidables instrumentos para la
neutralización del espíritu crítico, la domesticación y la degradación intelectual, ética y estética del
ser humano. Uniformizan a escala planetaria los reflejos y comportamientos del ser humano,
destruyendo la originalidad y riqueza de la cultura de cada pueblo. Son los vectores de la ideología
del sistema dominante, que filtran la información y que tiñen la información ya filtrada de esa
misma ideología en función de sus intereses particulares.
Sirven de plataforma privilegiada a periodistas obsecuentes, politólogos, sociólogos, economistas,
filósofos mediáticos y otros “formadores de opinión” justificadores del sistema y del TINA –“There
Is No Alternative”– formulado en su momento por Margaret Tatcher y actualizado ahora por la
directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde: “No hay alternativa a la
austeridad” (Diario Le Monde y AFP, 2 de mayo de 2013).
Los consorcios transnacionales llegan con sus productos (informativos y otros) a centenares de
millones de personas y son los verdaderos formadores (más bien deformadores) de la opinión
pública.
Las técnicas para mantener la hegemonía de la ideología capitalista han adquirido jerarquía
científica. Los mecanismos de manipulación mental son objeto de trabajos académicos y de
seminarios internacionales.
En la Universidad de Stanford, California, funciona un Laboratorio de Tecnología Persuasiva que
dirige B. J Fogg, quien ha escrito un libro cuyo título lo dice todo: Tecnología Persuasiva: utilizar
las computadoras para cambiar lo que pensamos y lo que hacemos (tecnologías interactivas
[Persuasive Technology: Using Computers to Change What We Think and Do (Interactive
Technologies)]. También se llama a esta disciplina captología.
Del 6 al 8 de junio de 2012 se celebró en Linköping (Suecia) el “VII Congreso internacional sobre
tecnología persuasiva”. En la convocatoria al Congreso se explicaba que “La tecnología persuasiva
es un campo científico interdisciplinario que estudia el diseño de tecnologías y servicios
interactivos para cambiar la actitud y el comportamiento de las personas. En él confluyen ámbitos
como la retórica clásica, la psicología social y la computación ubicua [9] y sus especialistas suelen
dedicarse al diseño de aplicaciones en dominios como el sanitario, empresarial, de seguridad y
educativo. El congreso contará con la información más actual sobre cómo diseñar aplicaciones
móviles y basadas en Internet, como por ejemplo juegos móviles y sitios dedicados a las redes
sociales, para influir en comportamientos, pensamientos y sentimientos”. Otras reuniones y
conferencias similares se suelen celebrar en distintas partes del mundo.
Alain Accardo resume bien esto cuando escribe: “De hecho, todas las prácticas sociales en las que
tomamos parte tienen efectos pedagógicos implícitos y contribuyen, poco o mucho, a “plier la
machine” en nosotros, en un sentido lo más a menudo, aunque no siempre, conforme con las
necesidades del sistema”.
La expresión “plier la machine”, literalmente plegar la máquina, hace alusión a la idea cartesiana
retomada por Pascal de que el ser humano es por una parte espíritu y corporalmente una máquina,
un autómata. Literariamente se podría traducir en el sentido de que el Poder pone a la gente de
rodillas para llevarlos a que crean lo que el Poder quiere que crean.[10]

Accardo se refiere a continuación a los tres dispositivos de domesticación integrados al sistema
capitalista que considera esenciales: 1) el sistema escolar y universitario, 2) el sistema mediático de
información-comunicación y 3) el sistema político de democracia representativa. [grifo nosso]

Notas
[1] Como fue el caso de Argentina en los años 1945-50 que describe en términos muy duros
Ezequiel Martínez Estrada en el capítulo “Industrialización de la servidumbre” de su libro ¿Qué es
esto? Catilinarias.
[2] Dominique Meda, Le travail, une valeur en voie de disparition. Ed. Aubier, Paris, 1995, pág.
135.
[3] Lars Svendsen, Le travail. Gagner sa vie, à quel prix? Editions Autrement, Paris, setiembre
2013, pág. 140.
[4] “…En toda la historia del capitalismo, desde la gran revolución industrial de fin del siglo XVIII
hasta nuestros días, el sistema económico se ha desarrollado por movimientos sucesivos de
inversiones y de innovaciones tecnológicas. Esos movimientos parecen principalmente vinculados a
las dificultades inherentes al proceso de acumulación del capital: este, en un momento dado, se
traba y todo se cuestiona: la regulación, los salarios, la productividad. La innovación tecnológica es
una manera de salir de la crisis, pero no viene sola: ella afecta directamente, a veces el nivel del
empleo, siempre la organización del trabajo y el control ejercido por los trabajadores sobre su oficio
y sobre sus instrumentos de trabajo y por sus organizaciones sobre el nivel de los salarios, sobre la
disciplina en el trabajo y la seguridad laboral…”. Alfred Dubuc, Quelle nouvelle révolution
industrielle? en: Le plein emploi à l’aube de la nouvelle révolution industrielle. Publicación de la
Escuela de Relaciones Industriales de la Universidad de Montreal, 1982.
https://papyrus.bib.umontreal.ca/jspui/handle/1866/1772
[5] Un estudio detallado de la organización del trabajo en las empresas que han incorporado la
robótica se puede encontrar en Benjamín Coriat, L’atelier et le robot. Essai sur le fordisme et la
production de masse à l’age de l’électronique. Ediciones Christian Bourgois, Francia. 1990. Sobre
el mismo tema: de Michel Freyssinet, Trabajo, automatización y modelos productivos. Grupo
Editorial Lumen, Argentina 2002.
[6] Véase, en el sitio http://www.changeisfun.com/about/leslie.html , la ejemplar biografía y
bibliografía de Leslie Yerkes, presidenta de Catalyst. Su biografía comienza así: “La especialidad de
Leslie está ayudando a las organizaciones a convertir los retos en oportunidades. Su filosofía es
simple: La gente es básicamente buena, bien intencionada, valiente y capaz de aprender, y el trabajo
de Leslie consiste en proporcionar un marco en el que la gente puede recurrir a sus propios recursos
internos para encontrar soluciones creativas”.
[7] Hans Magnus Enzensberger, Culture ou mise en condition? Collection 10/18, Paris 1973, págs.
18-19.
[8] Es el llamado efecto de demostración o de imitación, que en el plano económico fue formulado
por James Stemble Duesenberry quien se refiere a la tendencia de los miembros de un grupo social
a imitar los comportamientos de consumo de la capa de mayores ingresos de ese mismo grupo o de
la capa inmediatamente superior para tratar de identificarse con estos últimos (Duesenberry, James,
Income, Saving and the Theory of Consumption Behaviour. Harvard University Press, 1949). La
moda y las marcas promueven ese efecto. En un plano más general, se llama también efecto de
demostración o de imitación al hecho de que las clases populares (por lo menos una buena parte de
ellas) tienden a imitar los modos de pensar y los comportamientos de las elites dirigentes. Incluso,
en no pocos casos, tratan de copiar los comportamientos delictuosos de las elites (todos roban yo
también), con la creencia de que, como aquéllas, beneficiarán de impunidad.
[9] Computación ubicua o “inteligencia ambiental” es la integración de la informática en el entorno
de las personas, de forma que los ordenadores no se perciban como objetos diferenciados. La
persona interactúa de manera natural con los dispositivos informáticos y sistemas computacionales
que a su vez interactúan entre sí y puede realizar cualquier tarea diaria a través de dichos
dispositivos (encender las luces, poner en marcha la calefacción, el horno de la cocina o el televisor,
encender y apagar la computadora en el lugar de trabajo, etc. desde cerca o a distancia). Estos
dispositivos pueden tener una utilidad práctica (como el que impide poner en marcha el automóvil
si el conductor no ha ajustado su cinturón de seguridad, lo que induce un comportamiento positivo)
pero por un lado tienden a convertir al ser humano en un robot más y por el otro permiten controlar
a distancia todas las actividades, aún las más rutinarias, de las personas.
[10] Alain Accardo, Notre servitude involontaire, Edit. Agone, Francia, 2001, pág. 50 y ss.

In
REBELION
http://www.rebelion.org/docs/248372.pdf
30/10/2018

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